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Alumnos, alumnas y ‘alumnes’

La historia enseña que los cambios en las lenguas no se imponen


desde las academias ni desde un movimiento social
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BEATRIZ SARLO

En Estados Unidos ya no se usa la palabra “negro” para identificar a los que


hoy se definen como black o african americans. Fue una batalla que no
comenzó con disputas sobre sustantivos, sino con una larga marcha desde
Alabama. Primero esclavos, luego habitantes de segunda categoría, lucharon
por la igualdad jurídica, no simplemente por un lugar en el diccionario.
Quizás intuyeron que el lugar en el diccionario resulta de las luchas sociales,
culturales y económicas: comienza por un asiento en el transporte, una
habitación en los mismos hoteles y una mesa en los mismos bares. Durante
décadas, la orquesta de Duke Ellington supo que debía respetar las
humillantes imposiciones del apartheid cuando llegaba la hora de irse a
dormir en una ciudad que visitaban de gira y tocaban para los blancos. Hoy,
al norte del Central Park neoyorquino, una espléndida avenida circular lleva
el nombre de Duke Ellington

En mi país, la Argentina, la palabra gaucho atravesó un centenario proceso de


cambios semánticos. A mediados del siglo XIX todavía significaba vago y
bárbaro; un gran intelectual, que fue presidente, los aborrecía como la
encarnación del atraso. Mucho después, gaucho comenzó a designar lo que
hoy designa: alguien dispuesto a ayudar, por buena voluntad y sin interés. No
intervino la Academia ni ninguna otra tribuna ideológica para establecer el
nuevo significado. Habían llegado los inmigrantes pobres de Europa y, frente a
esa gente que traía otras costumbres y defendía sus derechos con ideas tan
extemporáneas como las del anarquismo, el gaucho se convirtió en un mito
nacional. Los inmigrantes eran despreciados como tanos que no hablaban
español y gallegos brutos.
Sorprende la confianza con que hoy se quiere implantar el uso conjunto
de masculino y femenino, como si esa transformación lingüística
garantizara una igualdad de género. Cuando esa igualdad se exprese
enteramente, ya estará afincada en los diccionarios. Pero lo que más
sorprende es la curiosa solución de utilizar la letra e final para indicar
conjuntamente al masculino y el femenino. Estudiantes de la élite social y
cultural, que asisten a los dos prestigiosos colegios universitarios de
Buenos Aires, hoy dicen: les alumnes, les amigues, como si la e final
otorgara la representación del masculino y el femenino, a contrapelo del
español. La historia de las lenguas enseña (a quien la conozca un poco)
que los cambios en el habla y en la escritura no se imponen desde las
academias ni desde la dirección de un movimiento social, no importa
cuán justas sean sus reivindicaciones.

La historia enseña que los cambios en las lenguas no se imponen


desde las academias ni desde un movimiento social
Como sea, las élites son optimistas sobre aquello que pueden hacer
incluso en materia tan resistente como el uso de la lengua. Daré un
ejemplo. En la primera mitad del siglo XX la escuela primaria argentina
impuso el uso del túen lugar del vos. Las maestras, que usaban un
impecable voseo durante la mayor parte del día, entraban al aula y
empezaban a dirigirse a sus alumnos de tú. Esa escuela primaria tuvo
una potencia excepcional en las tareas de alfabetización. Pero no pudo
lograr que los chicos, que tan bien aprendían a leer y escribir, se trataran
de tú. El voseo rioplatense (que, como enseña la historia de la lengua, es
un rasgo arcaico del castellano) no se sometió a las instrucciones de una
institución escolar que, en casi todos los demás aspectos, fue de una
eficacia que hoy añoramos. Finalmente, las autoridades educativas
abandonaron sus caprichos reglamentaristas sobre el uso del tú, y
maestros y niños viven en paz con el voseo.

Con la duplicación del sustantivo en masculino y femenino se va en


contra de una convención lingüística que tiene siglos. Seguramente por
un machismo de origen, que los historiadores deberán probar, en
español el masculino cubre la representación de ambos géneros. Lo
mismo sucede con el pronombre de tercera persona en inglés: they. Pero
no sucede esto con el mismo pronombre en francés, que
usa ils y elles. Los idiomas no son uniformes en estas opciones, ya que el
inglés que usa el mismo pronombre para la tercera persona del plural usa
distintos pronombres (he y she) para la tercera persona del singular.

Los cambios en una lengua son más difíciles de implantar que los
cambios políticos. La razón es evidente, si atendemos a que la lengua no
es un instrumento exterior que se adopta a voluntad (como se adopta
una ideología, incluso una perspectiva moral), sino que nos constituye.
Para cambiarla hay dos caminos: imponer que padres y madres hablen a
sus hijos desde el nacimiento con los sustantivos en femenino y
masculino, lo cual es una utopía atractiva pero autoritaria. O esperar que
la victoria en las luchas por la igualdad de género resulte, como en los
ejemplos de black o gaucho, en cambios de larga duración.

La militancia puede favorecer esos cambios, pero no puede imponerlos. Si


pudiera imponerlos, quienes defendemos la igualdad más completa entre
hombres y mujeres ya estaríamos hablando con “doble” sustantivo desde el
momento en que apoyamos un movimiento que es universal e indetenible, pero
no omnipotente como un dios o una diosa.

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