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ARMANDO CAPALBO
Emory Elliot – los primeros párrafos de su informe sobre la literatura del período colonial dicen que
no empieza con los puritanos sino con la oralitura (literatura de la oralidad) de varios pueblos
originarios.
Los puritanos calvinistas – en la época de la exploración y del asentamiento de las trece colonias hay
una producción textual que va desde el sermón hasta el poema (muchas veces metafísico). Al revisar
esa literatura nos preguntamos si, además de respetar ese pensamiento político y religioso, presenta
algún tipo de aspiración literaria. No, esa concepción de la búsqueda literaria para el puritano calvinista
del 1600 estaría asociada con la vida ligera que se deja atrás en el lugar de procedencia. El propósito
que se tiene al viajar a América para purificar la Iglesia es estrechar los vínculos con la Biblia y dedicar
la vida en el Nuevo Mundo a la exaltación de Dios. Se trata de trazar una separación con la religión
anglicana y, en mayor o menor medida, de establecer un espacio de nacionalidad, siempre a partir de
su concepción puritana.
El puritanismo austero, ascético, negado al placer físico y estético, aspira a construir una
textualidad que de cuenta de un punto de vista en el cual lo trascendente sea más importante que lo
físico y lo temporal. No se pretendía entonces una búsqueda estética que esté por encima de la
concepción religiosa, de la enseñanza y la ejemplificación pero, sin embargo, estamos ante una
literatura que, de un modo u otro, va construyendo su verdad y tiende a una nacionalidad. Además, al
apoyarse en esa tensión ancestral entre la condena y la salvación, tiende fundamentalmente a lo
simbólico.
Esa condición simbólica o esa tendencia al simbolismo1, o ambas, dan pie a lo que dos siglos después
va a aparecer como una proyección en los textos del Renacimiento Americano. Los puritanos no
buscaban una literatura estética ni mucho menos una literatura estética nacional, pero al consolidar una
textualidad simbolista se convierten en el punto de partida de una gran línea de continuidad en la
literatura de los Estados Unidos, que tiene una repercusión interesantísima dos siglos después con el
Renacimiento Americano.
Emory Elliot – “No es probable que en toda la historia del mundo haya existido un grupo de
colonizadores de nivel intelectual tan alto como los puritanos. […] Su deseo de adquirir una educación
sólida surgía de la necesidad de entender y cumplir la voluntad de Dios, al tiempo que fundaron sus
colonias en Massachusetts y en toda Nueva Inglaterra. De acuerdo con la definición puritana la buena
literatura encarnaba una coincidencia cabal de la importancia suprema de alabar a dios y de los
peligros espirituales que acechan al alma en la tierra. El estilo puritano admitía enormes variantes
desde poesía metafísica muy compleja hasta diarios domésticos e historia sagrada de aplastante
pedantería. Cualquiera que fuese el estilo o el género los temas eran constantes. La vida se concebía
Los puritanos interpretaban todas las cosas y situaciones como símbolos dotados de un
significado espiritual más profundo y sentían que al buscar su prosperidad y el bienestar de su
comunidad daban cumplimiento a los planes de Dios. Todo en la vida era expresión de la voluntad
divina, según una creencia que más tarde volvería a aflorar en el Trascendentalismo.
Los primeros colonizadores puritanos que se asentaron en Nueva Inglaterra fueron un ejemplo de la
seriedad de los cristianos reformistas, conocidos como ‘los peregrinos’. Desalentados de su intento de
purificar la Iglesia de Inglaterra desde adentro, los separatistas fundaron las iglesias clandestinas del
pacto, juraron lealtad a su grupo y no al rey. Condenados por el monarca como traidores y vistos por
todos como herejes camino al infierno, sufrieron muchas persecuciones. Ese ostracismo cada día mayor
los llevó finalmente al Nuevo Mundo”.
No obstante, asignarle al puritanismo la condición simbólica de esta literatura de los primeros tiempos
sería entonces desconocer que hay toda una literatura simbólica en inglés que involucra, por ejemplo, a
William Shakespeare y a Jonh Milton.
Alexis de Tocqueville en La democracia en América, apunta que en 1830 todavía no hay una literatura
estadounidense autóctona y dice que la religión austera y casi salvaje de los puritanos se oponía a
los lujos y a lo superfluo de la literatura. Siendo lo más importante el hacer y el ganar dinero. La
gente se dedicaba más a la industria y al comercio que a la literatura. […] “El estilo será extravagante,
incorrecto, sobrecargado, flojo y casi siempre audaz y vehemente. Los autores se ocuparan más por la
rapidez de la ejecución que por la perfección de los detalles. Se esforzarán más por arrastrar la pasión
que por satisfacer el buen gusto”.
¿Qué es lo que ocurre a fines de los años 1700, antes de que irrumpa el siglo XIX del American
Renaissance? Tenemos una realidad compleja en lo que se refiere a la ubicación del escritor
estadounidense. Tenemos las imprentas que “piratean” libros ingleses y que prefieren las ediciones
pirateadas de Walter Scott (que era una novedad) a arriesgarse con escritores como Benjamín Franklin
o Washington Irving. En esta etapa, las imprentas desconocen o se despreocupan de la realidad de la
literatura escrita en Estados Unidos y dejan un pequeñísimo margen para esa literatura que ya se
pensaba a sí misma como nacional.
Al mismo tenemos la problemática del público lector, que aspiraba a otra cosa que no fuera
estrictamente literatura. Se trata de un público lector muy reducido, porque eran pocas las personas
letradas, capaces de leer indistintamente novela, poesía, ensayo, etc. Ese público de finales del 1700 y
principios del 1800 lo que buscaba no era una literatura que lo conectara con su propia
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nacionalidad sino más bien con la tradición, sobre todo inglesa. Tenemos una doble problemática:
la de edición y la del público lector.
La frontera se convierte en un desafío, en permanente movilidad, que escinde el pasado del futuro. Se
escinde del pasado colonial, del asentamiento en la orilla del Atlántico y dibuja una perspectiva que
aspira a correr la frontera hacia el oeste. Se produce entonces una temática que en el plano literario, a
través del tiempo, remplaza en algunos casos la tensión entre lo terrenal y lo trascendente. Se
asemeja más a la utopía materializada, a consolidar lo que tenemos en un espacio nuevo. América, ese
mundo nuevo, sigue siendo nuevo hacia el oeste.
A partir de esta idea, la literatura enarbola esta doble condición de lo mítico simbólico (la frontera)
con la tradición opuesta, de la documentación y la dificultad de avanzar, civilizar y construir poblados.
El extender la frontera hacia el oeste implica una continuidad de la figura del descubrimiento, de
América como Nuevo Mundo. Pero también es el desafío de adaptarse a esa realidad agreste. Se
presenta entonces el problema de la adaptación de esa democracia idealizada a la realidad agreste y
hostil de esos nuevos espacios.
En el presente de la literatura de los Estados Unidos la frontera no sólo sigue siendo uno de los modos
de revisar el pasado sino también uno de los modos de comprender el presente de lo representado por
ese material literario de las llamadas “minorías”, de los grupos que están por fuera de ese mainstream
que estamos tratando de abarcar como corpus de la materia.
La problemática de la frontera también reaparecerá cuando veamos a Faulkner y, sobre todo, cuando
veamos Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain. El avance de la frontera hacia el oeste
implica una adaptación, una superación de la herencia británica, tanto en la escritura de la literatura
como en el sentimiento del mundo. Se trata de volver a tener la experiencia de avanzar en un nuevo
mundo. Cuanto más se avanza al oeste más se deja a atrás a Inglaterra y más se adapta la democracia
ideal, la democracia de las guerras de independencia.
Paradoja: cuanto más real y documentable es la literatura que se ocupa del oeste más está deviniendo
en una literatura nueva, propia. Es una literatura que se aleja de la tradición, del linaje inglés que se
preocupa por representar esta oportunidad nueva. Al mismo tiempo, como veremos con Thoreau,
surge una desconformidad con esa democracia supuestamente ideal, que sobreviene a partir de la
realidad del bosque. La de Walden es la realidad del bosque, no la del desierto del oeste.
Marcus Cunliffe: “Durante gran parte de su historia los Estados Unidos han sido un país ocupado,
inquieto, más interesado en la innovación que en la conservación. Su pueblo ha sido muy optimista
y confía mucho en la capacidad del individuo para sobreponerse a los obstáculos. […] El optimismo y el
pesimismo semejan extrañamente en la literatura norteamericana. Twain es un ejemplo notable: el
individuo tiende a colocarse en una posición sensacional respecto a la sociedad, como anarquista, como
nihilista o hasta como una especie de Prometeo. Thoreau: ‘no soy el hijo del ingeniero’; Robinson
Jeffers: ‘brilla república decadente’; Ernst Hemingway: ‘había guerra, pero nos fuimos de ella’.
También se observa la vulnerabilidad del escritor norteamericano que ha podido colocarse fuera de
la sociedad en parte porque la sociedad misma era demasiado fragmentaria, demasiado reflujo de su
formación para poder apresarlo. El novelista carecía de una estructura social acerca de la cual
escribir y, lo que probablemente es más importante, carecía de la sensación de tener un público al
que poder dirigir su obra. A los escritores norteamericanos les ha costado mucho trabajo poder
orientarse dentro de su país. La gran mayoría de ellos, cualesquiera que fuesen sus reservas mentales
acerca de los Estados Unidos creía sinceramente, y sigue creyendo, que su nación era un lugar más justo
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y más virtuoso que ningún otro. Sus ciudadanos habían logrado una igualdad espléndida. Todos, con
excepción del negro, caminaban con la frente alta. Pero ¿cómo combinar la igualdad social con la
jerarquía del gusto y el patrocinio que el escritor parece necesitar?”
Costa Picazo, por su parte, señala que el crítico Philip Rahv divide en Caras Pálidas y Pieles Rojas esta
tensión entre lo europeo y lo nacional más que lo europeo y lo norteamericano. Dice: “Los Pieles Rojas,
dice Rahv, se vanaglorian de su nacionalidad estadounidense, mientras que los Caras Pálidas no. El Cara
Pálida se siente atraído por el simbolismo, por lo formal. Lo que es el simbolismo para los Caras Pálidas
para los Pieles Rojas lo es el Naturalismo. El Piel Roja es plebeyo, mientras que el Cara Pálida es patricio.
Uno es un intelectual, el otro no. Las reacciones del Piel Roja son ante todo emocionales y espontáneas.
El Cara Pálida se aparta de la realidad. El Piel Roja acepta su ambiente hasta el extremo de fundirse con
él. En su mejor nivel el Cara Pálida se desplaza en una atmósfera de moralidad exquisita, en su peor
nivel es remilgado, pedante y snob. El Piel Roja alcanza su mejor nivel cuando da expresión a la
vitalidad y a las aspiraciones de su pueblo, en su peor nivel es vulgar, antiintelectual y agresivo”. “El
escritor es incapaz de lograr un control maduro, es incapaz de lograr un equilibrio que combine la
sensibilidad con el impulso, el poder natural con la profundidad psicológica. Por un lado tenemos
reproducciones ingenuas y chatas de la vida y, por el otro, abstracciones carentes de evidencia tomadas
del mundo material y sensorial”.
América y lo americano es uno de los epistemes privilegiados para revisar la literatura de los Estados
Unidos, pero no sólo por su dimensión idealista, mítica, simbólica, sino también, usada como
adjetivo, porque nos remite al Sueño Americano y al Modo de Vida Americano. América, para los
estadounidenses, es una palabra de resonancias emocionales e intelectuales. Une, da cohesión.
Esta triple realidad de América y lo americano, como substantivo y adjetivos, es en principio esta
pluralidad significacional que concierne tanto a la idea utópica como a la hostilidad material de la
América física, entendida como lugar geográfico. Esto en cuanto al sustantivo. Como adjetivo, instala esa
condición mítica del Sueño Americano, que es la posibilidad de que para todos se efectivice un modo
de vida regido por la felicidad, por el bienestar, por el éxito y por la superación. Es la capacidad de
transitar de una realidad inferior a una superior. El Sueño Americano se refiere al modo en que el
esfuerzo personal, el tesón, en un contexto de igualdad de oportunidades, permite acceder a esa
realización feliz que lleva a la concreción de los sueños. Apenas se instala la idea del Sueño Americano
aparecen, para bien o para mal, todos aquellos que no pueden llegar a materializarlo. Todos aquellos
para quienes este Sueño Americano falla y quedan relegados, marginados. Una literatura nacional de los
Estados Unidos se ocupa tanto de una cosa como de la otra.