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Damiana y Carola

de
Sergio Felipe López Vigueras
lopezvigueras@gmail.com

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I.
Quédate quieta.
Cállate.
Cierra los ojos.
No me mires.
¿Qué ves dentro de tus párpados?
¿Cómo se ve tu piel por dentro?
Pedacito de piel.
Pedacito de sangre.
Conejo rojo.
Piel que cruje entre dientes.
Sabes más rico en la mañana.
¿Huelo feo? Tú hueles feo.
Agrio, fuerte, profundo.
Podría usar tu sudor de perfume todo el día.
Tu sudor ríspido, epicúreo.
Estás creciendo, conejito.
Ya. Deja de temblar.
Deja de moverte.
Pareces un charalito asustado.
Quédate quieta.
Déjate hacer.
Amanece.
Cantan gorriones y zorzales.
Las cortinas de blackout
custodian la penumbra del cuarto.

Afuera, un aspersor ya riega el pasto del jardín.

El voraz despertador arranca su embestida.


Apúrate, dice Carola y apaga la alarma.
Te va a buscar mi mamá en tu cuarto.
¿Y qué le digo esta vez?
Que dejé aquí mi uniforme.
Que vine a ver si estabas limpia,
si te habías bañado anoche.
Eres una cerda.
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Carola baja a desayunar
un minuto después de mí.
Uniformes de blusa blanca, zapatos negros, falda, suéter y calcetas azules.
Damiana lleva el pelo suelto.
Carola, una cola de caballo.
Carola solo quiere jugo.
Damiana pide su té en un termo. Sin azúcar.
Carola se arrepiente, agarra una galleta para el camino.
Damiana pregunta a Josefina, su nana, por sus papás.
No han bajado, mi niña, contesta la sirvienta.
Se lavan los dientes, se despiden de Josefina y toman las mochilas,
dispuestas en el vestíbulo desde la noche anterior.
Afuera de la casa, las espera una camioneta negra.
Ellas suben y se acomodan atrás.
La camioneta arranca rumbo a la escuela.

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II.
No era abril.
Había llovido temprano.
Damiana todavía no le quitaba las ruedas a su bicicleta,
pero Carola ya iba a la primaria.
Damiana llevaba un par de horas en el jardín.
Carola jugaba con una muñeca o un soldado o unos mocos.
Fue a ver qué hacía Damiana.
Damiana le preguntó
¿Quieres pastel?
y le mostró un frasco grande lleno de babosas.
Carola dijo que no.
Damiana, con mucha calma, le explicó que si se lo comía
se iba a poner muy fuerte e iba a crecer y ser grande como ella.
Le dijo que ella, a su edad, lo había comido muchas veces.
Que por eso le había crecido el pelo tan bonito.
Le volvió a preguntar
¿Segura que no quieres un poquito de pastel?
Carola, tímida, dijo que sí.
Damiana se sentó sobre la raíz de un árbol,
recogió unas hojas que encontró tiradas,
húmedas aún,
y las extendió en el piso.
Puso ahí las babosas, las acomodó todas juntas,
y agarró la piedra más grande que cupo en su mano.
Trituró las babosas con calma.

Cuando una intentaba escapar,


la agarraba sin prisa y la ponía junto a las demás.
Lo hizo todo en silencio.
Un chorrito de pipí salió de la faldita de mezclilla de Carola,
bajó por su muslo y llegó a encontrar refugio en su tobillera morada.
Damiana se dio cuenta.
Alcanzó a detener parte del chorrito con su mano.
El ingrediente secreto.
Lo añadió al pastel, lo mezcló todo.
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Cómetelo.
Los ojos de Carola se llenaron de lágrimas.
Te lo hice porque te quiero, Carola. ¿Tú no me quieres?
Carola asintió.
Cómetelo.
Cómetelo, y te voy a querer más.
Siempre vamos a estar juntas, pero cómetelo.
Carola agarró el pastel con las dos manos.
Desde abajo, desde las hojas.
Se lo llevó con cuidado a la boca.
Un día, mis papás ya no van a estar, Carola.
Se van a morir.
Todos los papás se mueren cuando cumplen cien años o más.
Entonces, solo vamos a quedar tú y yo.
Por eso, tenemos que estar juntas, ¿entiendes?
Carola siguió tragando.
Por eso te tengo que cuidar,

por eso te tienes que portar bien conmigo,

te tienes que comer lo que yo te prepare,

hacer lo que yo te diga.


Carola vomitó, se asustó,
iba a empezar a llorar cuando Damiana pasó su mano por sus labios,
limpió el vómito y la mezcla de babosas.
Damiana se limpió en la blusa, y luego se chupó los dedos.
Tápalo. Échale tierra.
Ensúciate más la ropa para que te cambien.
Sí te quiero, Dami, ¿viste?

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III.
Y reírnos más. Y bailar.
Desnudas, todo el día, por toda la casa.
O vivir en una playa, tirarnos al sol.
Dormir toda la tarde, juntas.
Despertar para nadar de noche en el mar, y volvernos a dormir.
Qué cursi, no mames.
¿No te gustaría?
Sí.
¡Podemos ir a Aspen otra vez! La puerca gorda ya nunca quiere ir.
Se hunde en la nieve.
Marrana.
Vamos a Aspen.
Y compramos esos muffins de blueberry.
Podía comer eso todo el día, todos los días, ¿te acuerdas?
Me abriste el labio con el esquí, ¿te acuerdas?
¡Te pedí perdón! Me pasé a tu cama, te abracé y nos quedamos dormidas.
Me quedé dormida, pero no te perdoné. Mira mi cicatriz.
Perdóname.
Llévame a Aspen. Sin ellos.
Estorbos. Tu papá ya me dijo otra vez, ¿sí te dije? Que a huevo quiere que vaya a estudiar
a LSE.
No te vayas.
Obvio, no.
O espérame. Cuando yo acabe la prepa, nos vamos las dos.
Te falta mucho.
Siempre falta mucho.
¿Te acuerdas, de chiquitas, cuando me decías que a los quince nos íbamos a casar?
Y la pendeja de la marrana creía que queríamos decir casarnos con otros niños.
Gorda y pendeja.
Gorda y ciega.
Pero un día se va a morir.
De un infarto.
Se le va a acabar de llenar el corazón de tocino

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y no va a poder ni marcar el celular para pedir una ambulancia.
Y ni tú ni yo la vamos a ayudar.
Y ya solo nos va a quedar uno.
Tacaño hijo de puta, tenemos que asegurarnos de que nos deje todo.
Darle con un fierro en la cabeza y que quede idiota vegetal y nos tenga que heredar en vida.
Yo no le voy a cambiar el pañal, no mames. Y no voy a gastar mi dinero en que alguien se lo
cambie.
Matarlo, al imbécil.
Limpio, sin rastro.
Del entierro, al banco, y de ahí, a Aspen.
Crematorio, por favor.
¡Sí, ya, quiero muffins!
Y miel de maple.
Te voy a embarrar, pedacito de muffin.

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IV.
Afrodita, diosa de la belleza, estaba casada con Hefesto.
Hefesto era dios del fuego y la herrería: feo, fuerte y formal.
Aburrida de la medianía de su siderúrgico,
comenzó un amorío con Ares, dios de la guerra.
Sin duda, un amante de poderosa envergadura.
Hefesto se dio cuenta de los devaneos de su consorte,
y tramó una estratagema para vengarse:
tejió una red de invisibles hilos de metal,
y atrapó con ella a los adúlteros en pleno pitorreo.
Cuando los tuvo a su merced,
llamó al resto de los olímpicos para exhibirlos.
Fue un momento extremadamente vergonzoso para los recochineantes,
puestos en pelotas en evidencia ante el coro de divinos perpetuos.
En medio de los bochornosos comentarios,
se alzó la estremecida voz de Hermes, dios mensajero,
que perturbado por la contundente belleza de Afrodita en cueros,
no se resistió a confesar que él gustoso pasaría por tal vergüenza,
supliendo a Ares bajo la red invisible,
a cambio de poder estar ahí, tendido en los brazos de la deidad.

Pasado el episodio,
Afrodita recordó las palabras de Hermes,
y como su calentura era incapaz de resistir
una rotunda declaración de ingenuidad como aquella,
fue a buscarlo,
y premió su indiscreción con un coito efímero pero efectivo,
que al calor de la hermética efervescencia
produjo un mocoso al que se llamó Hermafrodito,
por ser resultado de la unión de Hermes con Afrodita.
Hermafrodito creció para convertirse en un adolescente hermoso.
A los dieciséis años, lo único que conocía del mundo eran los deleites de su madre,
así que decidió salir a encontrarse con su hado.
Llegó hasta un tranquilo paraje, donde un manantial alimentaba una laguna.
Obviamente, como en toda buena historia de sexo entre inmortales,

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hacía mucho calor, así que sintió deseos de bañarse.
Se desnudó.
El cuerpo de Hermafrodito,
que ya no era el de un niño pero todavía no era el de un hombre,
trastornó a Sálmacis, la ninfa de la laguna, apenas lo vio.
Sálmacis fue hasta él y se le ofreció con toda su concupiscencia.
Hermafrodito, un pendejete postpuberto, la rechazó.
El nene prefirió bañarse.
Demente, maniática, ida,
Sálmacis lo atrapó en las aguas de su laguna,
y suplicó a los dioses que sus cuerpos nunca pudieran separarse.
Los dioses la escucharon y accedieron.
Sus cuerpos quedaron fundidos,
y Hermafrodito, que entró siendo varón a la laguna,
salió de ella Hermafrodita, un ser mixto.

¿Tú sabías, Damiana, que las babosas son hermafroditas?

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V.
Mamá pide un corte nuevo y un tinte rubio claro dorado cenizo.
Carola solo se despunta.
Damiana las espera jugando plantas contra zombies en su celular.
Terminan.
Entran a una tienda de zapatos.
Mamá se prueba dos pares con suela baja, de hule, para caminar.
Unos negros y otros cafés.
Se lleva los dos.
Carola, unas Havaianas.
Damiana, unas botas negras con tacón.
Entran a otras tiendas.
Mamá compra dos camisetas térmicas,
un brassiere sin varilla y un suéter de cachemira.
Carola, una polo, una camiseta y una sudadera.
¡Ay, Carola! Esa sudadera... parece de pordiosera.
Bueno, como toda tu ropa.
Damiana no quiso nada más.
¿No tienen hambre?
Mamá las invita a cenar por su despedida a un tailandés nuevo.
Ladies night.
Carola contesta nuevamente las mismas pendejas preguntas:
¿Pero qué es eso, Central Saint Martins?
Suena a algo religioso.
¿Qué dices que estudian ahí?
Al final, como siempre, la misma sugerencia y la misma predicción:
Deberías ver otras opciones, te vas a arrepentir.
A bordo de la camioneta negra,
recorren en silencio el mismo camino de todos los días:
Ejército Nacional, Periférico, Conscripto, Herradura.
Las maletas de papá ya están listas.
Mamá pregunta a Josefina cómo va con la suya.
Las dos suben a su cuarto.
Papá está sentado en la estancia, viendo la tele.
Un analista compara la velocidad y el golpeo de Nadal y de Djokovic.

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Damiana se sienta junto a él.
Carola, en un sillón aparte.
¿Y hasta cuándo regresan?
Yo calculo que en un mes, más o menos.
¿Tanto?
Voy a buscar clientes, no es tan rápido.
Nadie quiere pagar, dicen que allá no tienen quien compre.
Pinches chinos marros.
Nos hubieras llevado a nosotras también.
Sí, nosotras también queríamos ir.
No quiero que falten a la escuela.
Además, tu mamá y yo queríamos hacer este viaje hace tiempo.
¿Ya llevas el regalo de mi mamá?
Lo empaqué primero, si no, se me iba a olvidar.
Eres el mejor, papi.
Bueno, ¿qué hora es?
Ya váyanse a dormir.
Las dos se despiden de su papá.
El vuelo a Shanghai sale a las 6:50 de la mañana
y ellas estarán dormidas cuando ellos partan rumbo al aeropuerto.
Él promete traerles una sorpresa a cada una.
Nosotras también te vamos a dar una sorpresa cuando regreses.
¿Ah, sí?
Sí, te vamos a preparar algo muy especial.
Pórtense bien.
Con mamá, la despedida es más breve.
Ella está ocupada regañando a Josefina,
que no sabe dónde puso la mascada azul.
Damiana acompaña a Carola a su cuarto.
Cierra la puerta.
Todavía te puedes arrepentir.
No.
Porque después…
No me voy a arrepentir. ¿Por qué dices eso? ¿No lo estás diciendo por ti?
Mañana le pedimos a Memo el teléfono del Chacal.

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¿Cuál Chacal?
El que le ayudó.
El que habló a su casa cuando lo del secuestro.
¿Confías en él?
Lo vamos a conocer, primero.
Va a salir bien. Confía en mí. No te preocupes.
Carola sonrió, la abrazó, le dio un beso.
No mames, conejita, hasta planeando matar a tus papás eres cursi.

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VI.
Para arrancarte la piel,
para hundirte entre mis dedos y mis uñas.
Mi lengua secar lamiéndote la piel,
áspera volverla.
Rasparte la piel con mi lengua
como un reptil que busca a dios entre los huesos.
Herirte como solo te heriría
el cráneo de tu hijo primogénito
en el grito que lo expulse a la luz
o el cuchillo de pedernal
que hurgue en el fondo de tu tórax
clamando por el corazón que este mundo peste
robó a Tezcatlipoca,
humeante espejo negro.
Brindarle mi hocico a tu llanto,
asfixiar tu grito en mi garganta.
Que tu angustia se hunda bajo mi esternón
y me inunde en su agrura longeva.
Confunde tus lágrimas con mi hedor;
tus ansias, con mis manos.
Doce serpientes reptan el árbol que cubre tus sueños.
Abrázalas.
Recíbelas.
Deja que muerdan.
Aprende a llorar.
Insufla su veneno en tus sangre.
Yo estaré ahí,
para lamer tus heridas con mi áspera lengua.

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VII.
Hay lugar frente a la casa,
pero el Chacal estaciona el Chevy una cuadra después.
Traje negro.
Barato, pero negro.
Zapatos.
Camisa blanca, fajada.
Trae un gafete que imprimió y enmicó
en una papelería cerca de su casa.
Carga un portafolios de cuero guinda.
Uñas limpias,
sobacos secos,
dientes sin masilla.
Está peinado, parece que se bañó.
Se ve seguro de su disfraz.
No duda en saludar a una sirvienta
que pasa frente a él tras un golden retriever.
Quizá hasta es demasiado efusivo.
Imposible saberlo,
el golden retriever arrastra sin piedad a la doméstica,
que apenas esboza media sonrisa.
El Chacal llega ante la puerta de la casa,
repasa el plan, respira.
Toca el timbre,
la puerta se abre sin que nadie pregunte nada.

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VIII.
¿Cómo conociste a Guillermo?
Tenía un familiar que trabajaba en su casa.
¿Qué familiar?
Mi mamá.
¿En su casa?
Sí.
¿De sirvienta?
Sí.
No siempre son de confianza, las sirvientas.
Al parecer, al menos sus hijos, no.
Es chido, el Memo.
No vienes a caernos bien.
No somos amigos.
No me encantó tu insistencia en conocer la casa.
Se pueden arrepentir, todavía.

Si no les gusta mi sistema, pus ahí queda y chido.
No seas infantil.
Sistema, ja.
Mi método, pues.
¿Y qué dice tu método?
Aquí no guardan muchas cosas, ¿verdad?
¿Dinero?
Dinero, joyas.
¿Debajo del colchón?
No mames.
¿Tú qué crees, que estás en la del Valle?
Todo está en el banco.
Lo que sí hay son fondos, inversiones, fideicomisos.
Con ustedes como beneficiarias.
Ahora vas a pensar que tú lo dedujiste todo.
Ustedes me llamaron para un robo.
No va a haber robo.

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Memo me habló bien de ti.
Eso no fue nada, cosa de un día.
Mis papás están de viaje.
Cuando lleguen del aeropuerto, los recibes en la entrada de la casa.
Les quitas relojes, celulares, camioneta, todo.
Ellos tal vez se resistan, tal vez no.
Como sea, tú te encargas de ellos y te vas.
¿Ves? Esto también es chico. Y te puedes quedar la camioneta.
La vendes.
¿Tienes a quién?
¿Traen guardaespaldas?
Uno.
Chofer.
Está armado.
Vas por él, primero.
¿El señor no trae arma?
No sabe usar ni un matamoscas.

Si te da miedo, no tienes que hacerlo.
No mamen, no es tan simple.
Las dejaron sin su mesada y creen que no hay pedo,
que pueden hacer lo que les de la gana.
Mi papá nunca nos dejaría sin mesada.
¿No entienden?
Va a haber policía, abogados, aseguranzas, esas herencias tienen cláusulas...
Aseguranzas, ja.
No mames.
Ese no es tu pedo.
Tú te encargas de tu parte, nada más.
Va a estar cabrón vender esa camioneta.
Eres un pendejo.
Voy a hablar con Memo, no sirves para nada.
Haces mucho pedo.
La voy a ir apalabrando.

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Si no, se me va a quedar.
No les voy a quitar joyas ni nada, la pura camioneta.
Y que ya la estén esperando para llevársela.
Tú encárgate de eso, no necesito saber más.
¿Están seguras? Seguras.
¿Y...?
¿Qué?
¿Por qué?
Digo, aparte del dinero…
¿Es una venganza, o qué?
¿No escuchaste? No somos amigos. 

Ten este celular.
No nos llames, nosotros te buscamos.

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IX.
¿Crees que lo va a hacer bien?
¿Por qué lo dudas?
Solo quiero que lo haga bien.
No es ningún genio.
Eso puede no estar mal.
Que haga lo que tiene que hacer, punto.
Demasiada iniciativa sería incontrolable.
Macuarro.
Pero no lo vi convencido.
Eso fue lo que no me gustó.
¿Si él no se siente seguro y la caga?
Es un pinche pobre, Carola.
Veinte mil por cada uno, más lo que le saque a la camioneta, son suficiente motivación.
Eso es lo que me da desconfianza,
que como buen jodido resulte incapaz de entender que no hay margen de error.
No te metas ideas. Ya no es momento de dudar.

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X.
Mensaje de texto:
Nos vemos mañana a esta hora en las escaleras del Auditorio. Carola

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XI.
Llego diez minutos antes.
Saco con mi celular una foto de Reforma y otra del Auditorio,
pero no las publico para que Damiana no las vea.
Le dije que iba a una pijamada en casa de una amiga del salón,
que me daba un poco de hueva,
pero que no quería que pensaran que estaba rara.
Ella estuvo de acuerdo.
Está sentada en las escaleras.
Apaga su cigarro.
Me acerco hasta ella.
Él se queda parado a un par de metros de mí.
¿Todo bien?
Todo bien, ¿tú qué tal?
Por un momento, no respondo.
¿Pasa algo? ¿Ya se arrepintieron?
No. ¿Tú? ¿Has pensado algo?
¿De qué?
De eso.
No quiero pensar en eso. ¿Para qué me llamaste?
No te llamé.
Me escribiste.
Me encojo de hombros.
Me paro.
Ven.
Camino en dirección al centro.
Atravesamos los puestos de ambulantes.
Pasamos junto a la reja del bosque de Chapultepec.
La superficie del lago refleja las luces del castillo.
Caminamos más despacio.
No te llamas Chacal. ¿Cómo te llamas?
Diego.
Diego. He estado pensando.
¿Qué?
Que no te conozco,

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y de ti depende el resto de mi vida.
Me quedo callado.
Carola habla de sus padres.
Historias,
unas reales y otras inventadas.
Escuelas, casas, regalos,
viajes, amenazas, despedidas.
¿Y tú?
¿Yo qué?

Mi madre, siempre.
No, ya había trabajado en otras casas, además de la de Memo.
Sí, desde siempre.
Bueno, y hace otras cosas.
Cocina, plancha.
La escuela.
Me salí en la secundaria, no me gustaba.
Sí me gustaba, pero... no sé.
Con mis cuates.
Una chava.
Patinetas, rayar.
Anduve de cerillo, luego le ayudaba a un don en una cerrajería.
Compraba mis cosas, le daba dinero a mi jefa.
Me salí de con mi mamá, anduve viviendo con un compa y sus jefes nos sacaron de su
casa.
Me regresé a mi casa.
Así, luego me salgo.
Luego regreso.
Estuve trabajando en un taller mecánico.
Luego traía un taxi.
Ahí conocí al Chicano, y por esas fechas era cuando mi mamá trabajaba en casa de Memo.
El Ángel de la Independencia.
El Chacal ya está entregado de lleno al monólogo
con un tono poético optimista a lo Paco Stanley.
Abro los ojos grandes para él y lo escucho,

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palabra por palabra.
Yo sueño…,
ojalá algún día…,
lo que más quisiera…,
una y otra vez en la boca
del que ya no era chacal sino cachorro de xoloitzcuintle.
Miedos, frustraciones, coraje.
La injusticia social –sin ofender-,
la soledad, las oportunidades.
Poeta chacal tiene un corazón.
Y está herido.
Lleno de heridas para quien quiera curarlo.
En el cruce con Insurgentes,
el Chacal no aguanta más cómo le miro los labios.
Volteo, cierro los ojos y la beso.
Al principio, suave, dócil, tierno.
Pronto torna desbordante, urgente y vital.
Caminamos otro poco,
llegamos hasta la torre de un hotel.
Nos acercamos a la recepción.
Espérame aquí.
Me quedo a dos metros del mostrador,
el cubo del lobby se alza a todo lo alto del edificio,
los elevadores recorren su altura olímpica.
Me sé insignificante.
Los empleados del hotel me ven.
Escarban con sus ojos en la estrechez que mi facha delata.
Ella devuelve su atención a lo importante,
y extiende una tarjeta de crédito negra.
Los empleados asienten, sonríen.
No da ninguna explicación.
Cuando el Chacal despertó la mañana siguiente, el cuarto estaba vacío.

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XII.
¿Pijamada con tus amigas?
Cogiste con un wey, a mí no me haces pendeja.
...
El martes salgo una hora antes que ella de la escuela.
No me esperaste. ¿A dónde fuiste?
Fui al cine, ¿no puedo?
Hazte pendeja, Carola.
Jueves.
Voy a la enfermería de la escuela,
convenzo a la encargada de que lo mejor será irme a casa.
Estuvo toda la mañana con el Chacal y regresó antes de que yo llegara.
No le dije nada.
Cogemos con brutalidad.
Como dos animales furiosos
dispuestos a morir en el intento de saciarse.
No te decían el Chacal en balde.
Me procura, me mima, me consiente.
Me otorgo dispuesta para que él ejerza toda su fuerza
en los cincuenta kilos de mi fragilidad.
El cachorro de xoloitzcuintle,
ungido Rey Tlatoani
tras la captura y sumisión de la princesa.

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XIII.
¿Qué estás haciendo, conejito?
Mi tarea.
No te hagas pendeja.

Te estoy preguntando, ¿qué estás haciendo?
¿A quién te estás cogiendo?
...
¿Cómo crees que ahorita?
¿Qué te pasa?
No entiendo.
¿No quieres esto,
para ti, para mí, para las dos?
Lejos.
Lejos de esta ciudad nata de mierda,
sin ellos.
¡Sin ellos, Carola, por fin!
Como siempre quisimos.
Sí.
¿Cuántas veces soñamos con librarnos de ellos,
arrancárnoslos como tumores purulentos?
¿Tienes idea de cuánto dinero es?
Podríamos vivir el resto de nuestras vidas sin tener que ver a nadie más.
¿No te gustaría?
¿Entonces?
Estás paranoica, Damiana.
No me quieras ver la cara de pendeja, mocosa.
Si me estás chingado, te voy a arrancar los ojos con las uñas, putita.
No te atrevas a dejarme sola en esto, ¿entiendes?
No ahora.
Si quieres después largarte, haz lo que quieras,
pero esto lo empezamos y lo acabamos juntas, ¿entiendes?
Yo estoy contigo, Damiana.
Todo esto es para ti.
Pero te necesito.

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Necesito saber que vas a estar aquí.
Aquí voy a estar.
...
¿Quién es?
Nadie. No importa.
No pienses ya en eso.
No me voy a ir a ningún lado.
Estoy aquí, contigo.
Solo quiero que estemos juntas, pedacito de conejo.
Ven. Estás nerviosa.
Abrázame, quédate aquí.

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XIV.
Ni este sol ni este pasto.
Ni el jardín ni su sombra.
Ni el valle ni su neblina marrón.

Ni estas paredes secas


ni el flamígero motor por las calles
a las siete a eme.

Ni heridas en la piel
ni poderes en blanco
ni sollozos callados en la almohada.

Esta sombra que hoy


sale abajo de mí
para tenderse larga sobre el piso
también será otra sombra.

La nueva claridad.
Cielo nuevo para mis nuevos ojos.
Nuevo sol, nuevo árbol, nuevo valle.

Otra yo, que es distinta a la que ves.


Otra tú, también mía.

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XV.
Cuarta hora: física.
Me acerco al escritorio del profesor,
le entrego mi cuaderno con los problemas resueltos.
Susurro casi en su oído.
Perdón, profe, ¿puedo ir al baño?
Irresistible.
Desde mi mesabanco junto a la ventana del salón
veo a Carola atravesar las canchas de voleibol y la de basquet.
Camina rumbo a los sanitarios.
Va como flotando,
el vaivén de su marcha columpia su pelo
y sacude las tablas de su falda
como el fuelle de un acordeón.
Muerdo mis labios,
me siento observada,
volteo a mi alrededor.
El patio está vacío.
Saca su celular.
Lleva su mano derecha hasta su boca.
Muerde un pellejo del pulgar y lo jala hasta arrancarlo.
Me caga que se arranque los pellejos,
siempre se lastima.
Marca un número.
Acerca el aparato a su oído.
Miss, tengo que salir, es una emergencia, ahorita le explico.
Está llamando pero no contesta,
reviso todos los retretes.
Estoy sola.
Corro a alcanzarla.
¿Y si la alcanzo?
¿Qué le voy a decir?
La puerta está abierta.
Me detengo antes de entrar.
El azulejo del lugar crea una resonancia delirante.

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Como una catedral,
como un sepulcro.
Es su voz.
Escucho sus tóxicas palabras.
Sube por esa avenida.
Después del tercer semáforo, hay un parque.
Ahí nos vemos.
Escucho abrirse la llave de un lavabo.
Callo.
No se oye nada más.
Ninguna voz, ningún paso.
Cuelgo.
Salgo del cubículo del retrete.
Solo encuentro el agua corriendo.

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XVI.
No lo vamos a hacer.
Estás fuera.
Si vuelves a ver a mi hermana,
yo misma te desmiembro, ¿está claro?
Eres un pobre pendejo.
Pinche indio caliente,
no puedes controlar ni tu mísera verga,
¿cómo se me ocurrió que podrías encargarte de algo así de importante?
Imbécil.
Muerto de hambre.
Desaparécete.
O me voy a arrepentir de dejarte ir y te voy a ir a buscar.
Y entonces vas a saber con quién te metiste.
Macuarro.

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XVII.
Carola está sentada en la sala, viendo la tele.
Susan Sarandon y Geena Davies conducen por el desierto de noche
escuchando The ballad of Lucy Jordan de Marianne Faithful.
Damiana se sienta a mi lado.
No dice nada.
La abrazo.
Recargo el peso de Carola sobre mí.
Poco a poco me desvanezco por su torso
hasta posar mi cabeza en sus piernas.
Vemos la tele.
Acaricio su cabello.
Es un ritual simple, magnético.
Como tejer con telar o anclar un crucero.
Hacer nada.
Juntas.
Con una voz suave, bajita, casi un arrullo, me pregunta:
¿Creíste que no me iba a dar cuenta del Chacal?

¿De verdad te creíste tan lista?

Conejita diminuta,
te falta tanto por aprender.
Conejita rebelde,
querías hacer las cosas a tu modo.
No pasa nada.
Pero ahora tienes que entender
que tú solita no puedes.
Por eso estoy yo aquí.
Un camión pipa cromado, cargado de combustible, explota en la pantalla.
Un trailero arrodillado llora sin consuelo.
Ahora vamos a tener que buscar a alguien más,
que lo haga aunque tenga menos tiempo.
Tal vez va a querer más dinero.
Ya sabes, conejita,

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no me gusta que la gente haga las cosas sin estar preparada.
Necesito pedirte una cosa.
Procura mantenerte al margen esta vez, ¿sale?
¿Podemos intentarlo, para que todo salga bien?
¿Me lo prometes?
...
Carola hace un movimiento diminuto,
primera señal de que sigue viva.
Un mínimo gesto, indicando estar de acuerdo.
Thelma y Louise vuelan a bordo de un Thunderbird convertible sobre un precipicio.
¡Qué bonita película, conejita!
Viejita, pero muy bonita.
Siempre tienes muy buen gusto, conejita pedazo de mí.

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XVIII.
Mensaje de texto:
Que te dijo tu hermana? Contestame. (sic)

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XIX.
Receso.
Damiana viene hacia mí sonriendo.
Hoy en la tarde voy a ver a alguien más que nos puede ayudar.
¿Quién?
Alguien.
Yo me voy a encargar esta vez.
Tú vete a la casa, yo llego más tarde.

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XX.
¿Te escribió mi papá?
No.
Quiere que nos veamos en la noche en Skype.
Que van a regresar ya, el jueves.
¿Este jueves?
Sí.
¿En tres días?
Que sí.
¿Por?
...
¿Qué pasó?
...
Es muy pronto.
¿Qué vamos a hacer?
...
¿Cómo te fue con eso?
Mal.
Dicen que no hay tiempo.
Quieren cincuenta por cada uno, la mitad por adelantado.
También quieren meter más gente.
Y quieren hacerlo en el camino del aeropuerto para acá.
¿Y?
¿Qué?
¿Qué piensas?
No sé, no estoy segura.

Suena... mucho más complicado.
Suena imposible, es la verdad.
Si no fuera por tus pendejadas…

Creo que por el momento no es buena idea.
Es muy precipitado.
Podríamos... bueno, Diego ya lo tenía planeado...
¿Diego?

!34
El Chacal.
No mames, Carola, ¿hasta te sabes su nombre?
Eso es amor, no mames.
Bueno, el punto es que él ya conoce...
De ninguna manera.
No quiero volver a ver a ese pendejo en mi vida, ¿entendiste?
No quiero que él tenga absolutamente nada más que ver con nosotras.
¿Te quedó claro?
Prefiero no hacerlo que tener el mínimo trato con él.
Solo lo decía por el tiempo...
¡Que no!
...
Esperamos entonces.
Aprende, pendeja, lo caras que salen tus estupideces.

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XXI.
Subo a mi cuarto.
Celular, video, grabar.
Mi nombre es Carola Casanova Villarreal.
Si ustedes están viendo este video,
tal vez ya sea muy tarde.
Estoy grabando esto
porque temo por la vida de mis padres,
Álvaro Casanova y Valeria Villarreal.
Mi hermana, Damiana Casanova,
me ha dicho en varias ocasiones
que planea atacarlos... matarlos.
No sé cómo lo va a hacer ni cuándo.
Ellos en este momento se encuentran en un viaje,
pero creo que ella planea atacarlos cuando vuelvan.
Yo le he preguntado si es en serio,
me ha dado respuestas vagas.
He intentado disuadirla,
pero siento que no me ha hecho caso.
También he intentado que, si es verdad,
me dé más información,
pero tampoco he logrado mucho en ese sentido.
Solo la escucho decir que lo va a hacer, que lo va hacer, que los va a matar.
Este video, como ya dije,
tal vez llegue demasiado tarde.
Estoy consciente que no servirá para detenerla.
Pero siento que lo único que puedo hacer en este momento
es dejar este testimonio, y...
No sé... no sé qué más hacer, por ahora.
Pienso que si voy a la policía, se van a reír de mí.
Lo cierto es que no tengo nada concreto,
no tengo ningún testigo,
tampoco he logrado grabarla diciéndolo directamente.
Pero creo que si algo pasara...
bueno, yo sé que ella ha estado con esa idea en la cabeza.

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Quiero que esto quede grabado por lo que pueda ocurrir:
si mis padres mueren violentamente,
mi hermana Damiana es la única responsable.
Quería eso, nada más.
Dejar testimonio.
Voy a subir este video en modo privado,
y si algo llegara a pasar, simplemente lo haré público.
Espero que no me pase nada a mí antes de eso.
Pero lo que más deseo, por supuesto, es no tener que publicarlo.

!37
XXII.
Lo vamos a hacer.
Solo tú y yo.
Sin Damiana.
Van a llegar en tres días.
El jueves.
No sé por qué,
no he hablado con ellos.
Le avisaron a Damiana.
Eso no importa.
Lo vamos a hacer, escúchame.
No va a haber robo
ni camioneta ni nada.
Los esperas.
Llegan, vas por el chofer.
Tienes que disparar varias veces,
está blindada.
Sí, ya sé que ya sabes,
no me importa, escúchame.
Él, primero.
Luego, ellos dos.
Y te vas.
Rápido.
Yo me encargo de la policía.
Tengo un video contra Damiana.
Se van a ir contra ella.
Luego nos vemos.
Tú y yo.
Nos largamos.
Sin ellos.
Sin Damiana.
Tú y yo.
Nada más.
Tienes que ayudarme.


!38
XXIII.
Jueves, 21:25 horas.
El tren de aterrizaje del vuelo 274 de Delta,
proveniente de Los Ángeles,
toca tierra en la pista del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México.
Migración, maletas, aduana.
Minutos después,
el matrimonio Casanova Villarreal
aborda una camioneta negra
que enfila hacia el poniente por el Viaducto Miguel Alemán.
Agotados, los dos guardan silencio.
Tres cuartos de hora después,
la camioneta negra llega a casa.
El vehículo se detiene frente a la puerta de la cochera,
que abre lentamente gracias a su motor eléctrico.
En medio de la noche, suena un disparo.
El vidrio a la izquierda del chofer se estrella.
Otras dos detonaciones,
el vidrio cede.
La cuarta bala hiere de muerte al chofer,
que apenas alcanza su arma con la mano.
¿Dónde están?
Se agacharon, la puerta no abre.
No tengo tantas balas.
No puedo disparar a lo pendejo.
¡Bájense, bájense!
El Chacal grita.
Suda.
Tiembla.
No puede dejar de ver el cadáver del chofer.
Damiana y Carola escuchan los disparos y los gritos.
Damiana se asoma por la ventana.
¡¿Qué chingados, Carola?!
¡¿Qué está haciendo ese animal?!
Damiana baja corriendo.

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Carola selecciona el último video que subió a su cuenta de YouTube.
Seguridad > Público.
Esto permitirá que todos los usuarios... Aceptar.
Compartir > Facebook, Twitter > Aceptar.
Cierra la aplicación.
Marca el número de emergencia:
¡Le están disparando a mis papás!
¡Es mi hermana!
Sí, está armada.
En la entrada de la casa, afuera, en la calle.
La dirección es...
Despacio.
No hagan tonterías.
La voz del Chacal sale nerviosa,
sus manos no dejan de sudar.
Los señores Casanova conservan cierta calma,
hacen cuanto ordena su asaltante.
La señora comienza a desesperar.
¿Qué quiere?
¡Ahí está la camioneta,
llévesela, llévesela,
llévese todo, ya, váyase!
¿Sí está muerto el chofer?
Cállese, señora,
déjeme pensar.
Debería sacarlo.
El cuerpo está sobre el volante.
Tiene puesto el cinturón de seguridad.
Eso lo complica.
Lo saco, lo remato.
Luego, ellos.
Con la camioneta, podría alejarme más rápido.
No, la camioneta no.
Suena una sirena.
Una patrulla.

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¿Qué más quiere?
¡Ya váyase!
¡Que se calle!
Estoy empapado.
Damiana se acerca al asaltante con un cuchillo en la mano.
Nadie se mueve un centímetro.
Damiana llega en silencio hasta el Chacal por la espalda.
Corto su cuello de un tajo.
El Chacal cae al suelo.
Damiana,
dice papá, suelta un suspiro de alivio.
Damiana arranca la pistola de las manos del Chacal.
Apunto a la cabeza de mamá.
Ella grita.
Disparo.
Dos patrullas llegan a la casa.
Damiana apunta a la cabeza de su padre.
Volteo a ver las patrullas.
Disparo.
Volteo a ver la ventana del cuarto de Carola.
Ahí está.
Cuatro policías bajan temerosos de sus coches,
apuntan contra Damiana.
Ella, lentamente, deja la pistola en el suelo.
Antes de que los policías lleguen hasta ella,
alcanza a decirle algo al cadáver del Chacal.
¿Te querías ir con todo, verdad?
¿Te querías quedar con ella?
Imbécil.
Ella es demasiado para ti, demasiado para mí.
Ella está más lejos.
Mírala.
Pedacito de sol, conejo lunar.
Lo hizo como nosotros no pudimos: perfecto y con las manos limpias.


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XXIV.
Una p.m.
Principios de mayo, entre semana.
El sol no teme ni perdona.
Suena el celular.
Es mi abogado.
Conforme a lo pactado,
el Tribunal Superior de Justicia del Estado de México
acaba de emitir un dictamen definitivo,
que pone fin a una larga batalla legal
entablada por bancos, fondos de inversión y aseguradoras en mi contra.
Cualquier alegato resulta improcedente:
Damiana Casanova confesó actuar sola,
por propia voluntad,
con alevosía, premeditación y ventaja,
al asesinar a sus padres,
igual que a su chofer y a Diego Pérez,
joven empleado de su casa, recientemente contratado.
Carola cuelga.
Deja su celular al lado de un cuaderno de papel fabriano
donde ha dibujado todo lo que ha visto en las últimas semanas:
palmeras, iguanas, arañas, corales.
Respira profundo el yodo del Mar Caribe.
Deja que su mano caiga y acaricia la arena,
tersa como ganar una sentencia multimillonaria.
Sin moverse de su camastro,
hace un minúsculo ademán para llamar a su mesero.
Pide un segundo mojito.
Con mucho hielo, por favor.
Muchas gracias.

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