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Juan Bosco comprende y propone la educación de los jóvenes como una relación

“dialógica” que se basa en el afecto y en la confianza en las potencialidades de los


muchachos. Una relación educativa que mantiene los “roles” y no es una relación de
colegas, sino una relación asimétrica: de adulto y de joven. Una relación que, sin
embargo, coge el paso de los chicos, flexible, adaptada, cercana, afectuosa… que
siempre se hace referente en el camino y señala más lejos.

Don Bosco está convencido de que la familiaridad engendra el afecto, y el afecto, la


confianza… (Carta de Roma de 1884). El punto de partida de su acción educativa es
la “familiaridad”, el ambiente positivo, la cercanía, el dar el primer paso, el allanar el
camino… “No basta amar”, repetirá, es necesario que se den cuenta de que se les
quiere… Cuando alguien se siente querido, se desbloquea, está dispuesto a la
apertura… se puede intervenir educativamente. La praxis de Don Bosco nos enseña
que, en un ambiente positivo, la capacidad de cambio de un joven con dificultades
está ligada al encuentro con un adulto que ha sabido ofrecerle una mirada de
confianza sin tener en cuenta su pasado.

La “amorevolezza” es una forma de vivir, una manera de entender la vida que afecta a
las relaciones, a la manera de situarse ante las personas. Se expresa en la bondad,
en la acogida, en la capacidad de empatía, en la capacidad de hacerse querer…
respetando los roles. ¿Cómo instaurar esta confianza? Don Bosco responderá: “por el
cariño”. Don Bosco rehabilita “lo afectivo” en la relación educativa: sin el afecto no
hay confianza, sin confianza no hay educación.

La pedagogía de Don Bosco se identifica con toda su acción; y toda su acción con su
personalidad; y Don Bosco entero se resume en su corazón y se expresa en un tono
de paternidad educativa. Esta palabra es una de las primeras que encontramos en su
vocabulario: ‘Antes de partir – escribe a su primer colaborador, en el oratorio, el
Teólogo Borel – hemos tenido poco tiempo para hablar, pero haga las veces de buen
padre de familia para su casa y para la mía”.

Las mismas Constituciones Salesianas afirman que el “sistema preventivo” era para
Don Bosco “un amor que se dona gratuitamente, inspirándose en la caridad de Dios
(…) una caridad que sabe hacerse amar” (C 20). Es la pedagogía de la bondad que
requiere del educador un corazón grande, madurez afectiva, capacidad de amar y de
ser amado.

El educador con estilo salesiano, como don Bosco, será portador de la imagen del
Dios que se ha revelado en Jesucristo como cercano a los pequeños y a los pobres,
liberador de las miserias humanas, plenitud para la vida de cada uno de nosotros. Por
eso nos empeñamos en devolver la dignidad a las personas, en sanar heridas y aliviar
sufrimiento, ayudando en el camino a recuperar el sentido de la vida, a la aceptación
de uno mismo y de la propia historia, a experimentar que Dios nos ha llamado amigos
y no siervos.

El educador con estilo salesiano, por delante en el camino, ayuda a los jóvenes a
elaborar positivamente las frustraciones de la vida. Por eso es una persona positiva y
de esperanza que cree en las posibilidades de la educación y sabe buscar “los puntos
de acceso al bien” presentes en cada muchacho, consciente y confiado en la
providencia de Dios que interviene en la historia humana venciendo el mal y abriendo
siempre nuevas perspectivas más allá del mar.

El educador con estilo salesiano no actúa “para” los jóvenes sino “con” los jóvenes
haciéndolos partícipes y protagonistas de la propia historia personal y colectiva. Es
una auténtica “alianza”, un pacto con los jóvenes que da seguridad pero también
responsabiliza. Es siempre una cuestión de equilibrio. También la capacidad del
educador para comunicar que “Dios te quiere” y en el pacto que establecemos hoy,
Dios también se compromete y hace “alianza” contigo. Esta experiencia, mediada con
diversidad de itinerarios, puede y debe acompañar a los jóvenes al “umbral” de la
misma experiencia religiosa.

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