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Playa Azul

de Víctor Hugo Rascón Banda

PERSONAJES:

SERGIO (25 AÑOS)

DON MATIAS (70 AÑOS)

TERESA (40 AÑOS)

SILVIA (28 AÑOS)

LA SEÑORA (52 AÑOS)

INGENIERO (55 AÑOS)

La acción sucede en la época actual. En un hotel de la Costa de Michoacán, construído en un lugar


solitario, alejado de la población

Vestíbulo de un viejo hotel, casi en ruinas. Al fondo, a la izquierda, se encuentran la recepción y un


pasillo que comunica a las habitaciones de la planta baja. A la derecha se ve una escalera de
madera que conduce al restaurante, la cual carece de varios escalones y tiene los barandales
rotos. Otra escalera, más grande y sólida, conduce a las habitaciones de los pisos superiores. A un
lado de ésta se encuentran las gradas que descienden a varios cuartos de servicio. Al fondo del
escenario, que corresponde al área de la alberca, pueden verse una planta de magnolia, varias
palmeras descuidadas y viejas y los techos de las palapas. Atrás de ellas, se siente y se escucha el
mar. Una pequeña escalinata cerca de la recepción conduce al estacionamiento del hotel y a la
carretera. Del techo pende un ventilador de hélices cruzadas. Colocados en diversos sitios
aparecen los siguientes letreros, escritos a mano y con diferentes tipos de letra: “No hay servicio
de restaurant”, “Agua en las regaderas solo de 8 a 10 A.M. y de 8 a 10 P.M.” “Los cuartos vencen a
las 12”, “¿Dejó su llave en la recepción?” “Se suspende el agua caliente hasta nuevo aviso”,
“Deposite sus objetos de valor en la administración”, “Alberca fuera de uso”. En los tapetes de
plástico colocados cerca de las salidas al estacionamiento y a la alberca, se puede leer “Hotel Playa
Azul”.
En el vestíbulo se ven mesas y equipales de madera, bejuco y cuero, propios de la Costa del
Pacífico, aunque en muy mal estado. En un grueso pilar colocado al lado en la alberca, cuelga un
gran retrato de un general.

ACTO ÚNICO

ESCENA 1

Es media noche. El lugar está desierto. Se escucha el ruído de las olas que se estrellan cerca. Un
perro ladra varias veces. Por las escaleras que conducen a la carretera, aparece Sergio, con ropas
modernas y de buena calidad. Lleva en el hombro una bolsa deportiva. Se ve demacrado, como si
hubiera estado enfermo. Observa con cuidado el lugar, asomándose a la alberca, al restaurant y al
pasillo. Se acerca a mostrador de la recepción y golpea con la mano. Descubre una campanilla y la
suena repetidas veces. Busca detrás del mostrador las llaves de las habitaciones y no las
encuentra. Intenta abrir la caja registradora y no lo consigue. Se introduce al pasillo y trata de abrir
dos habitaciones, sin lograrlo. Vuelve a la recepción, suena la campanilla y da puntapiés al
mostrador. Se sienta en un sillón y espera. Se recuesta. Cierra los ojos. Se escuchan pasos que se
acercan; del pasillo sale Don Matías, se le acerca y lo toca.

MATIAS: Váyase.

SERGIO: ¿Dónde andabas?

MATIAS: Si no se va, voy a llamar a la policiía.

SERGIO: ¿Estás loco? Lo que deberías de hacer es cuidar esto y no dejarlo solo.

MATIAS: Vale más que se vaya o no respondo.

SERGIO: Déjate de pendejadas y ve a arreglarme un cuarto que estoy muy cansado.

MATIAS: ¿Cree que no puedo echarlo? Ahora verá. (Va tras el mostrador y de un cajón saca una
pistola) Lárguese.

SERGIO: Deja eso. No seas idiota. ¿No sabes quién soy?

MATIAS: No se, ni me interesa.

SERGIO: Soy el hijo del ingeniero.

MATIAS: El ingeniero no tiene hijos. Todos se murieron hace mucho tiempo.


SERGIO: ¿Y yo que soy, entonces? Obedéceme o mañana ya no trabajarás aquí. ¿Entiendes?

(Don Matías duda. Se guarda la pistola en el cinto)

MATIAS: Yo podría matarlo, si quisiera.

SERGIO: Ve y arréglame un cuarto.

MATIAS: No hay.

SERGIO: ¿Están todos ocupados?

MATIAS: No.

SERGIO: ¿Entonces?

MATIAS: Se cayeron con el temblor.

SERGIO: (Mirando hacia el pasillo) ¿Y esos, qué son? Dame las llaves.

MATIAS: Las tiene Teresa.

SERGIO: Háblale.

MATIAS: No está aquí.

SERGIO: Pues aquí debería estar. Para eso le pagan. ¿A dónde se fue?

MATIAS: Se fue al mar. Y ya no va a regresar. Se fue borracha, cantando y se subió a una lancha sin
remos.

SERGIO: Tráeme una cobija y una almohada.

MATIAS: No tengo.

SERGIO: Con una chingada. No sirves para nada.

(Don Matías no se mueve. Sergio se acuesta en un sillón)

MATIAS: Ahí duermo yo.

SERGIO: Dormías. Lárgate y déjame en paz.


MATIAS: Ese es mi sillón.

SERGIO: Era.

(Sergio le da la espalda. Don Matías se le acerca y lo tira al suelo. Sergio se incorpora.)

SERGIO: Ahora verás, viejo pendejo. (Se lanza sobre Don Matías para golpearlo. Don Matías saca la
pistola. Luchan. Sergio le quita la pistola y con ella lo golpea en la cabeza) Pinche viejo...

(Entra Teresa, que llega de la playa. Viste en forma muy masculina. Es una mujer fea y robusta.
Intenta separarlos)

TERESA: ¡Déjalo! ¡Que lo sueltes!

(Sergio y Don Matías se separan)

SERGIO: ¡Qué bueno que llegaste! Este viejo ya me tenía hasta la madre.

TERESA: ¡Cómo serás aprovechado! (Se acerca a Don Matías y le examina la cabeza) Déjame ver.

MATIAS: No tengo nada.

TERESA: ¡Cómo no! ¡Mira nomás lo que te hizo este!

MATIAS: Te digo que no tengo nada.

TERESA: Te descalabró. Voy a curarte. Estás sangrando.

MATIAS: Esa sangre no es mía. Es de los muertos del temblor.

TERESA : Ve a lavarte y regresa pronto.

MATIAS: Me salpicaron. Se me pegó y no me la he podido quitar ni lavándome con agua del mar.

SERGIO: ¿Qué dice?

TERESA: Lo que oíste.


SERGIO: Está loco.

TERESA: te pondré alcohol y merthiolate, pero tienes que lavarte primero. Ve por agua.

MATIAS: Tengo mucho qué hacer antes de acostarme.

TERESA: después lo harás.

MATIAS: Tengo que cerrar las puertas y las ventanas. Tengo que recoger los cocos y cortar las
flores de la magnolia que me encargaste. Tengo que hacer una escoba y...

TERESA: Yo lo haré todo. Te voy a curar y luego te vas a dormir.

MATIAS: (Ríe) ¿A dormir? ¿Quién te dijo que yo duermo? (Ríe) A dormir...Yo no cierro los ojos. Yo
cuido esto de día y de noche. Y me cuido de los moscos. Si me duermo, me comen vivo.

TERESA: Está bien. Haz lo que quieras. Nomás no vengas a quejarte conmigo cuando la cabeza se
te llene de gusanos. ¿Ya se te olvidaron las garrapatas que te saqué de la oreja la otra vez?

SERGIO: Estoy muy cansado. Dame las llaves del cuarto de la terraza.

(Teresa saca un llavero del seno y le da una llave a Don Matías)

TERESA: Arréglale el 207.

MATIAS Ese no, Teresa.

SERGIO: Quiero el de la terraza.

TERESA: Arréglale el 207 y ponle de todo.

SERGIO: ¿Ni siquiera tengo derecho a escoger?

TERESA: Sí. Cuando se puede.

MATIAS: Ese no, Teresa. Acuérdate del hombre que encontramos ahí.

SERGIO: ¿Qué hombre?

TERESA: Soñó que ahí estaba un hombre muerto.

MATIAS: Llevaba muchos días de difunto y tenía una jeringa en la mano. Había muchas moscas y
gusanos. ¡Qué sueño tan feo!

TERESA: Y no fue en ese cuarto. Fue en el de la terraza. Así que muévete.


MATIAS: Es que no hay papel ahí.

TERESA: Llévale una caja de kleenex de mi cuarto.

MATIAS: Le voy a poner jabón renovado. Ya no queda de otro.

SERGIO: ¿Qué es eso?

TERESA: Un jabón que él hace, juntando las sobras de todo el año.

SERGIO: ¿Y me vas a poner esa cochinada?

TERESA: Te tendrás que aguantar. Aquí solo hay dos jabones: Renovado y Palmolive. Y éste ya se
acabó. (Don Matías sale)

SERGIO: ¿Cómo es posible que tengas aquí a este viejo?

TERESA: Yo no lo traje. Reclámale a tu padre. Don Matías estaba aquí antes que yo llegara. ¿No te
dio lástima pegarle?

SERGIO: Es peligroso. Mañana mismo lo voy a correr.

TERESA: ¿Tú lo contrataste? A este solo lo puedo correr yo o el Ingeniero. ¿En qué viniste?

SERGIO: ¿En qué ha de ser?

TERESA: ¿Qué te costaba avisarme? Hubiera ido por ti.

SERGIO: Quise hablar por teléfono, pero la operadora me dijo que estaba suspendido.

TERESA: Se descompuso con el temblor.

SERGIO: ¿Para qué mientes? Fue por falta de pago.

TERESA: ¿Y qué andas haciendo por acá? No me digas que vienes de vacaciones, si nunca te has
parado aquí.

SERGIO: Mi papá me pidió que viniera.

TERESA: ¿Ah, sí?

SERGIO: No me digas que no estabas enterada.

TERESA: De ti no se nada.

SERGIO: ¿Estará despierto? Quisiera verlo.

TERESA: Espérate a verlo mañana.

SERGIO: ¿Y mi mamá? ¿Vino con él?


TERESA : Llegó desde ayer.

SERGIO: ¿Y cómo está?

TERESA: ¿De qué?

SERGIO: Bueno, de salud.

TERSA: ¿Quién sabe? Yo la veo bien. Igual de mandona.

SERGIO: (Abre su bolsa deportiva) Con el relajo del viejo, ni siquiera me acordé de esto. Te traje
una botella. Adivina de qué es.

TERESA: No me gustan las adivinanzas.

SERGIO: ¿Te acuerdas de lo que tomabas en la casa? Es chínguere, del que te gusta.

TERESA: Muchas gracias. ¡Qué bueno que te acordaste! Aquí no se consigue de ése, ni para
remedio.

SERGIO: ¿Por qué no lo pruebas?

TERESA: Después. Cuando llegue tu hermana, para celebrar. Llevo tres días esperándola.

SERGIO: ¡Qué bueno que venga! Tengo muchas ganas de verla.

TERESA: Tu papá la mandó llamar.

SERGIO: ¿Para qué?

TERESA: Ya lo sabrás. Yo no soy chismosa.

SERGIO: ¿Y no me vas a dar nada de comer?

TERESA: El restaurant está cerrado.

SERGIO: Habrá alguien en la cocina todavía.

TERESA: No hay nadie. ¿No viste el letrero?

SERGIO: Préstame la llave.

TERESA: ¿Para qué?

SERGIO: Veré qué encuentro. Se cocinar.

TERESA: Las despensas están vacías. Hace mucho que aquí no se vende comida.

SERGIO: ¿Y eso? ¿Por qué?


TERESA: Porque no hay con qué comprarla ni quien la prepare, ni quien la sirva.

SERGIO: ¿Y tú?

TERESA: Yo no soy cocinera, ni sirvienta ni mesera.

SERGIO: Por lo que veo te has acabado el hotel.

TERESA: Es al revés. El hotel me ha acabado a mí.

SERGIO: Apenas se puede creer. Esto está irreconocible. Nunca imaginé encontrarlo así.

TERESA: Estará irreconocible para ti, que nunca te paraste acá, pero para mí y para Don Matías
está muy reconocible.

SERGIO: Haz espantado a los turistas.

TERESA: ¿Tan fea soy?

SERGIO: Te has encargado de correrlos.

TERESA: ¿Tú crees?

SERGIO: ¡Con qué cinismo lo reconoces!

TERESA: Yo no reconozco nada.

SERGIO: Mi papá debería exigirte responsabilidades.

TERESA: ¿Ah. Sí? ¿De veras?

SERGIO: Te lo acabaste.

TERESA: Se lo acabaron ustedes, mi hijito. ¿De dónde crees que salía el dinero para ayudar a tu
hermana en México y para los viajes de tu mamá y para mandarte a ti; de dónde, eh?

SERGIO: Mi papá tiene suficiente dinero para mantenernos sin tener que recurrir a esta hotel.

TERESA: Tenía. Hace muchos siglos de eso. ¿Cuántas propiedades tiene ahora? ¿Cuánto dinero en
el banco? ¿Cuántos negocios, eh?

SERGIO: (Recorriendo la estancia) Le diste en la madre a todo esto. Le diste en la madre...

TERESA: Le dimos, mi hijito, le dimos...(Se escuchan ladridos de un perro. Parece que llegó alguien)

(Los dos quedan en actitud de espera. Llega Silvia. Es una mujer guapa, vestida a la moda. Lleva
una pequeña maleta.)
SILVIA: Ya ni la friegas, Teresa. ¿Por qué no fuiste a esperarme?

TERESA: Oyeme, ni que fuera manda. Tengo tres días yendo al puerto y a la tercera va la vencida.
¿No puedes ni siquiera decir el día exacto en que vas a llegar?

SILVIA: Ahora vas a tener que pagar el carro que renté.

TERESA: ¡Cómo no! Ya sabes que aquí está tu cajera que te paga todo.

SERGIO: ¿No me vas a saludar? Después se pelean.

SILVIA: (Friamente) No esperaba encontrarte aquí.

SERGIO: Ni yo.

SILVIA: (A Teresa) ¿No me dijiste que a él no lo habían llamado?

TERESA: Cayó como el insulto, hace un rato.

SERGIO: No necesito invitación. Esto también es mío, ¿o no?

TERESA: ¿Con quién dejaste a la niña?

SILVIA: La regalé.

TERESA: ¿Y cómo no me la diste a mí? Yo tengo un gran corazón maternal. Conmigo hubiera sido
muy feliz.

SILVIA: Pues adóptala, ándale. A ver cuánto la aguantas. Es bien latosa y muy condicionada.

TERESA: Salió a la madre.

SILVIA: Ya quisiera la pobrecita parecerse a mí. Es tan horrible como su padre.

TERESA: Pues si te parecía tan feo, ¿Para qué dejaste que te la hiciera?

SILVIA: Idiota que es una. Es que antes yo era una tonta. ¡Ay! Ya no aguanto los pies.

TERESA: Quítate las botas. Aquí te vas a asar con ellas.

SILVIA: Ayúdame.

(Silvia se sienta y extiende las piernas. Teresa se sienta a su lado y le jala las botas)
TERESA: Deberías usar botas a tu medida y no metertelas a la fuerza, nomás para que se te vea el
pie chico.

SILVIA: (Frotándose los pies) ¡Qué alivio...! ¿Y mi papá?

TERESA: No ha querido salir de su cuarto. Mañana lo verás.

SILVIA: ¿Y Matias? ¿Por qué no salió a recibirme?

TERESA: Ya mero no lo encontrabas vivo. Si no llego a tiempo, tu hermano lo mata.

SILVIA: Así es de aprovechado siempre.

SERGIO: Si no sabes cómo estuvo, mejor no opines.

TERESA: Voy a traer unas copas para brindar con los viajeros.

SILVIA: ¿Dónde voy a dormir?

TERESA: Dame tu maleta. La voy a llevar a mi cuarto. Es el más fresco. Ahí te preparé una cama.

(Teresa sale rumbo a los cuartos de servicio y se introduce en uno)

SERGIO: ¿Qué hay de nuevo por México?

SILVIA: Todo igual. (Pausa) ¿Y tú? ¿Dónde has andado?

SERGIO: Por ahí, pasándola.

SILVIA: ¡Qué bueno!

SERGIO: ¿Trabajas donde mismo?

SILVIA: No. Ahora estoy en una compañía americana ¿Ya estás bien?

SERGIO: Completamente.

SILVIA: ¡Qué bueno! ¿Te dieron de alta?

SERGIO: Sí.

SILVIA: Ahora podrás volver a las andadas

SERGIO: ¿ Ya vas a empezar?

SILVIA: Yo nomás decía.


SERGIO: Mira, Silvia, vamos a hablar en serio. Aunque no lo creas, ya no soy el mismo.

SILVIA: Yo te veo igual.

SERGIO: No juegues. He cambiado. He pensado bien todo. Me han pasado muchas cosas, que ni
para qué contarte. Perdóname por lo que te hice, de veras. Espero pagarte todo algún día. Bueno,
lo del dinero. Lo demás, se que no es posible, pero te juro que ahora soy diferente. ¿No me crees,
verdad?

SILVIA: No.

SERGIO: Está bien. Con el tiempo te convencerás que estoy hablando en serio.

SILVIA: Haz lo que quieras. A mí no tienes que convencerme de nada. A menos de que vayas a
pedirme algo.

SERGIO: Solo te pido que tengas la seguridad de que de aquí en adelante seré distinto.

SILVIA: ¿Vieras que eso no me va ni me viene? Con que no vuelvas a pararte en mi casa, ni te
cruces por mi camino, estaré feliz.

SERGIO: Está bien. Me lo merezco.

(Entra Don Matías y se alegra de ver a Silvia)

MATIAS: Silvia, ¡Qué gusto! (Silvia se levanta y lo abraza) ¡Qué bueno que llegaste! Ya tengo unos
cocos enfriando para que te refresques. ¿Te los traigo?

SILVIA: Más tarde. ¿Cómo has estado?

MATIAS: Muy bien, muy bien. Recibí las vitaminas, pero ya me las acabé. ¿A poco no me trajiste
más?

SILVIA: Sí, pero ahora son diferentes. Estas tienen aceite de hígado de Bacalao.

MATIAS: ¿De veras? Ya las estaba necesitando.

SILVIA: Y te traje un radio, para que oigas “El Cañonazo” Me dijo Teresa que te hacía mucha falta.

MATIAS: Vieras que sí. El mío se rompió el día del temblor. Pero me salvó la vida. En lugar de que
el techo me cayera a mí, le cayó al radio y todavía siguió tocando mucho tiempo. Yo estuve toda la
noche tratando de quitar los escombros para sacarlo, guiándome por la música, pero al otro día,
cuando llegué hasta él, ya estaba muerto. Lo tiré al mar para que se entretengan las sirenas. (Ríe)
SILVIA: Pues ya tienes radio nuevo. Para que escuches a los Huracanes de Michoacán.

MATIAS: ¿ya oíste el “Chubasco”? ¿Y “Los polvos de estos caminos”?

SILVIA: Creo que sí, pero no estoy segura.

(Sale Teresa de su cuarto con una charola y copas. Don Matías va a su encuentro para ayudarla)

SERGIO: ¿Qué caso le haces? ¿Para qué le alimentas sus locuras?

SILVIA: ¿Quién dice que está loco?

SERGIO: ¿No lo has oído? Pero nomás esta noche va a dormir aquí, pienso correrlo.

SILVIA: ¿Con qué derecho?

(Teresa abre la botella, sirve las copas y ofrece una a Sergio)

SERGIO: Yo no, gracias.

TERESA: ¿Y eso?

SERGIO: Ya no bebo. Mejor tráeme un coco de esos que el viejo le preparó a Silvia.

TERESA: (A Don Matías) Esta es para ti.

MATIAS: Ahora no quiero. Voy a empezar a tomar vitaminas y luego no me hacen efecto.

TERESA: Salgo ganando. Así me durará más la botella. Salud, Silviana..

SILVIA: Salud, Terruca. (Ambas beben y vuelven a servirse)

TERESA: (A Don Matías) Trae un coco frío para Sergio.

(Don Matías sale)


SERGIO: (A Silvia) ¿Ya viste cómo tiene Teresa esto? Parece cárcel con esos letreros. (A Teresa) ¿Ni
siquiera se les ocurre barrer? ¿En qué te sirve el viejo? No puedo creer que no haya turistas o
dinero para arreglar esto.

TERESA: Todo es una sola cosa: No hay turistas, no hay dinero. No hay dinero, no hay turistas, así
de fácil.

SERGIO: Parece casa de espantos o ruínas de bombardeo.

TERESA: Si tú supieras, mi hijito. Y lo vas a saber muy pronto.

SILVIA: Salud, Terruca.

(Entra Don Matías con un coco preparado)

SERGIO: ¿Y el popote?

MATIAS: Se acabaron.

TERESA: Que te traiga un vaso.

SERGIO: Ni se lo pidas. Va a decir que se quebraron. (Se lleva el coco a la boca y bebe un gran
sorbo que luego escupe con repulsión) Pinche viejo, ¿Qué le pusiste?

MATIAS: Yo nomás le quité la tecata y le hice el agujero.

SERGIO: Prueba nomás Teresa. (Le pasa el coco)

TERESA: (Probándolo) Sabe bien. No le noto nada. A ver tú, Silvia. (Se lo pasa)

SILVIA: (Lo prueba) Está rico. (A Don Matías) Ya estaba escrito que era para mí.

SERGIO: Ahora resulta que el que tiene la boca amarga soy yo.

MATIAS: ¿Quiere que le prepare otro?

SERGIO: Claro que no. No quiero morir envenenado.

TERESA: Bébete una copa con nosotras.

SERGIO: Ya te dije que no bebo. Me voy a dormir. Es mejor que ustedes se queden solas, deben
tener mucho de qué hablar.

TERESA: (A Don Matías) Llévalo a su cuarto.


SERGIO: Iré solo. Me pueden ahorcar en el camino. (A Don Matías) Dame la llave. (Don Matías se la
da) Y la pistola.

MATIAS: (A Teresa) ¿Se la doy?

TERESA: Dásela. Desde ahora él va a cuidar este hotel.

(Don Matías entrega la pistola)

SERGIO: Hasta mañana.

TERESA: Que descanses.

(Sergio sale. Don Matías se encamina a la alberca)

TERESA: ¿Qué vas a hacer?

MATIAS: A cortar las magnolias.

TERESA: Está muy oscuro. No te vayas a caer. La escalera está muy vieja.

MATIAS: Para un viejo, una vieja. (Sale)

SILVIA: ¿Y cómo has estado? Te veo más gorda.

TERESA: ¿Qué quieres? La buena vida. En cambio, tú. Parece que no comes. Ya casi vuelas.

SILVIA: Últimamente he estado muy mal. He tenido muchas tensiones.

TERESA: Sufres porque quieres, ¿Por qué no te vienes?

SILVIA: Me moriría de aburrimiento. (Pausa) ¿Qué está pasando, Teresa?

TERESA: Nada. No te preocupes.

SILVIA: ¿Tú sabes para qué nos llamó?

TERESA: No.

SILVIA: Conmigo no andes con misterios.

TERESA: Lo único que se es que a todos nos va a llevar la chingada.


SILVIA: ¿Por qué?

TERESA: Parece que ahora sí todo se acabó.

SILVIA: ¿Qué es todo?

TERESA: ¿Estás en México y no lees los periódicos? ¿O no vas a Morelia seguido?

SILVIA: No tengo tiempo de nada.

TERESA: ¿Ni ves televisión? ¿Ni oyes radios? Todos los noticieros han sacado las noticias.

SILVIA: Ya. Dime qué pasa. Se que a mi papá le ha ido mal últimamente, pero nada más.

(Desde arriba se escucha la voz de la señora)

SEÑORA: ¡Teresa! ¡Teresa!

TERESA: Sí, dígame señora.

SEÑORA: Ven, por favor.

SILVIA: No vayas.

TERESA: Se enoja y ya la conoces.

SILVIA: Que venga ella.

SEÑORA: (Desde arriba) ¡Teresa! ¿No me oyes?

TERESA: Sí, señora, ya voy. Acaba de llegar Silvia. (Pausa)

SEÑORA: Dile que la veré mañana. Acomódala y ven luego

TERESA: Sí, señora. También llegó Sergio, pero ya se acostó.

SEÑORA: Diles que no se duerman. Voy a bajar.

TERESA: Sí, señora.

(Teresa sirve otras copas)

TERESA: Porque disfrutes tus días aquí. Salud.


SILVIA: Salud.

(Pausa. Las dos quedan en actitud de espera. Se escuchan pasos en la parte superior. Silvia y
Teresa miran en dirección a la escalera, por donde baja una mujer madura, que fue bella en su
juventud. Lleva un vestido negro, de mangas largas y de cuello alto, usa medias negras y trae un
abanico. Pretende ser elegante. Baja sonriente, segura de sí misma. Le extiende la mano a Silvia.

SEÑORA: Silvia, mi amor, ¿Cómo estás?

(La Señora besa a Silvia en las mejillas, como si fueran dos amigas)

SILVIA: Bien, mamá, gracias. (La Señora se sienta)

SEÑORA: ¡Qué calor, Tere! Prende el ventilador.

(Teresa obedece y las aspas empiezan a girar. La Señora se abanica)

SEÑORA: ¿Y Sergio? Creí que estaba con ustedes.

TERESA: Ahorita le hablo. A ver si no se ha dormido.

SEÑORA: (A Silvia) Te veo muy bien.

SILVIA: Tú también, mamá.

SEÑORA: ¿Qué estás bebiendo?

TERESA: Es un chínguere que me trajo Sergio, ¿Usted gusta?

SEÑORA: No bebo alcohol. Es terrible para la piel. Sírveme algo frío, Tere.

TERESA: ¿Quiere un coco?

SEÑORA: Bueno. Tomaré solo unos sorbos. Tienen muchas calorías. Y en el nivel del mar, el cuerpo
asimila demasiado los líquidos.
(Teresa sale)

SEÑORA : ¿Cómo has estado?

SILVIA: Bien, mamá, ¿Y tú?

SEÑORA: Maravillosamente. Solo este calor del demonio y estos malditos moscos. Son una
calamidad. Deberían exterminarlos para siempre. No hacen falta en la Tierra. Solo causan
molestias y son un estorbo. ¿No crees?

SILVIA: ¿No te da más calor con esa ropa?

SEÑORA: ¿Cómo está la niña? Tengo muchos deseos de verla.

SILVIA: ¿Quieres que nos entendamos? Yo pregunto y tú contestas. Luego tú preguntas y yo


contesto. ¿Estás de acuerdo?

SEÑORA: ¿Por qué me dices eso? Yo solo estaba preguntando por la niña.

SILVIA: La niña está bien.

SEÑORA: La hubieras traído. Debe estar hecha un primor. ¿Cuándo la llevas a Morelia?

SILVIA: Cuando me invites.

SEÑORA: Pero Silvia, estás muy rara.

SILVIA: ¿Te parece? Tú también.

SEÑORA: Debes estar cansada por el viaje. México está lejísimos, ¿Cuánto tiempo hiciste?

Silvia: Sí, estoy muy cansada y me voy a acostar.

SEÑORA: ¿Lo ves? Siempre que quiero acercarme a ti, me rechazas o me rehuyes.

SILVIA: ¿De veras quieres conversar o necesitas a alguien para echar tus rollos?

SEÑORA: No me hables en ese tono. Parece que yo fuera una enemiga tuya o...

SILVIA: La verdad es que...

(Entra Teresa con el coco)

TERESA: Aquí tiene, señora. Espero que le guste.


SEÑORA: Gracias, Tere. (Bebe) Está riquísimo. Pero no cederé. Beberé solo tres sorbos.

SILVIA: (A Teresa) Me voy a acostar. ¿Me acompañas?

TERESA: Ahorita regreso, señora.

SEÑORA: ¿Y vas a dejarme aquí? ¡Qué educación! Está bien que lo haga Silvia, pero no tú, Teresa.
Eso no es correcto.

SILVIA: Quédate. Yo puedo acostarme sola.

SEÑORA: ve con ella, Teresa. Prepárale su cama, sus sábanas limpias, su crema limpiadora.
Prepárale el baño, sécala, cepíllale el cabello y platícale para que se duerma. Anda. Ve y sustituye a
su madre, como siempre. (La Señora se levanta y se dirige al pasillo)

SEÑORA: Sergio, Sergio...¿Dónde estás? Sergio...( Toca la primera puerta. La empuja. La puerta
cede y cae, rompiéndose un pedazo de marco. La Señora se sorprende y se turba. ) Apenas si la
toque.

TERESA: Ya estaba rota. Y Matías no la ha querido arreglar.

(Sergio aparece en el pasillo, vestido con una trusa)

SERGIO: ¡Qué gritos son esos, señora! ¿No le da pena? ¿Qué dirán los turistas?

(Se abrazan y besan)

SEÑORA: Mi amor, ¿Cómo estás? Te veo más guapo.

SERGIO: Y tú más joven.

SEÑORA: Anda, ¡Qué va! ¡Qué más quisiera!

SERGIO: A ver. Otro abrazo. (Se abrazan nuevamente. Se sientan en el vestíbulo)

SEÑORA: he estado muy preocupada por ti. ¿Has estado bien?

SERGIO: Mejor que nunca.

SEÑORA: ¿Cómo no me avisaste que ibas a venir? ¿Y cómo te dejaron salir? ¿Estás bien? Yo
hubiera ido por ti.
SERGIO: pensé que mi papá te habría dicho algo. El me mandó llamar. Y fui a Morelia, pero me
dijeron que estabas aquí con él.

SEÑORA: ¿Necesitas algo?

SERGIO: Te necesito a ti.

SEÑORA. No bromees con eso. Luego me lo creo.

SERGIO: De veras. Quiero que estemos juntos, ¿Te quedarías a vivir conmigo aquí?

SEÑORA: ¡Qué cosas dices! ¿Quieres un poco de refresco? El coco está muy frío.

(Entra Don Matías que viene de la alberca)

MATIAS: Aquí están las flores, señora.

SEÑORA: ¡Qué lindas! (Las recibe y las huele. Hace un gesto de desagrado y las arroja a un lado.
Siente náuseas) Están podridas.

MATIAS: Pero, señora...

SEÑORA: Huelen a muerto. No son de la magnolia.

MATIAS: Pero si yo mismo las acabo de cortar.

SEÑORA: Llévatelas lejos. Ya apestaron este lugar.

SERGIO: ¿No oíste? Que te las lleves.

(Don Matías recoge las flores)

MATIAS: No se qué pasó. Estaban blancas. Y frescas. Y tenían perfume. Alguien me las cambió. No
son las mimas. (Sale rumbo a la alberca)

SEÑORA: (A Sergio) Vamos a platicar. ¿Quieres que demos un paseo por la playa?

SERGIO: vamos.

TERESA: El Ingeniero quiere verlos a todos mañana aquí. Me dijo que los va a esperar a las nueva.

SEÑORA: ¿Tan temprano? Está loco.


8Sergio y la Señora se van tomados de la mano rumbo al mar. Se alejan y se escuchan sus risas)

TERESA: Se entienden bien. (Pausa) Ahorita vuelvo.

SILVIA: ¿A dónde vas?

TERESA: Voy a subirle su botella al Ingeniero.

SILVIA: Ya no le des. Se va a enfermar.

TERESA: Si no se la subo, él baja por ella.

SILVIA: Quisiera verlo. Voy contigo.

TERESA: Acuéstate. Mañana lo verás. El no quiere verte ahora.

(Teresa sube las escaleras. Silvia se dirige al cuarto de Teresa. El escenario queda vacío un
momento. De la alberca, entra Don Matías)

MATIAS: ¿Qué pasó? ¿En dónde están? La Señora estaba ahí y el joven Sergio acá...Teresa estaba
sentada en esa silla y Silvia...8Se asoma al pasillo, mira hacia el estacionamiento y rumbo a las
escaleras. Se encoge de hombros) Ni modo. Ya se fueron. Como siempre...

(Sale. Oscuro)

ESCENA 2

En el vestíbulo se encuentran Sergio y Silvia, la Señora y Teresa, sentados. Don Matías entra y sale
regando las plantas de la alberca. Es media mañana.
MATIAS: (Mirando hacia la playa) Allá viene. ¿No se los dije? Si yo vi cuando se fue para el
acantilado.

(Silvia y Sergio se levantan y miran hacia la playa)

SERGIO: No es él.

MATIAS: ¡Cómo no! Es el Ingeniero. ¿Quién otro podría ser?

SILVIA: Ese no es mi papá.

TERESA: (Acercándoseles) ¿Qué les pasa? Es él. Lo que sucede es que está más delgado. Y no es lo
mismo verlo con traje y corbata, que con esa ropa.

MATIAS: (Gritando hacia el exterior) ¡Ingeniero! ¡Ingeniero! ¡Acá estamos!

SILVIA: (Regresando a su asiento) Sí, debe ser la ropa, por eso se ve tan cambiado.

SEÑORA: Hasta que llegó. El señor paseando por la playa, mientras nosotros aquí, esperándolo
como idiotas.

(Pausa larga. El Ingeniero llega y se detiene en la entrada. Viste ropa informal, adecuada para el
clima y no se ha cortado la barba en varios dias)

INGENIERO: Discúlpenme. Me fui caminando por la playa y cuando vi el reloj, ya era muy tarde.
(Silvia va a su encuentro) ¿Cómo estás, hija?

SILVIA: Bien, papá, ¿Y tú?

INGENIERO: Pasándola. (Se acerca a Sergio. Lo abraza) ¡Qué gusto verte, hijo!

SERGIO: Igualmente, papá.

SILVIA: estás muy delgado. ¿No estás comiendo bien?

INGENIERO: Lo mismo de siempre.

SILVIA: ¿Por qué no te rasuras? Te verías más joven. ¿O estás enfermo?

SEÑORA: Bueno, ¿Para qué nos citaste?


INGENIERO: (Se sienta) Quise verlos a todos aquí, donde la hemos pasado bien.

SEÑORA: ¿Bien? ¿Cuándo?

SILVIA: Yo sí. Cada vez que vinimos de vacaciones.

SEÑORA: Pero yo no, ni tu hermano. ¿A quién le gusta venir a encerrarse a este hotelucho
semanas enteras? Se tratara de un hotel de Acapulco o de Puerto Vallarta.¡pero aquí?

TERESA: Esto no es un hotelucho.

SEÑORA: Claro que no. Es un gran hotel de cinco estrellas, con aeropuerto privado y club de yates.

INGENIERO: Era un buen hotel. El mejor de por acá.

SERGIO: Está muy destruído.

SEÑORA: ¿Ya no te acuerdas cuando casi te moriste de un piquete de alacrán? ¿Y cuando te


insolaste y te llenaste de ronchas? Es y ha sido siempre un hotel horrible. Por eso nunca me
gustaba traerlos de pequeños.

SILVIA: Si tanto te disgustaba, ¿Para qué venías?

SEÑORA: Tu padre me obligaba. Una vez, el pobre de Sergio quedó como un camarón, con la
resolana de la playa. La piel se le fue cayendo a pedazos.

SERGIO: Yo no me acuerdo de eso.

SEÑORA: Pero yo s{i. (Al Ingeniero) Bueno, aquí estamos.

INGENIERO: Quiero decirles la verdad de nuestra situación. Porque me imagino que más o menos
saben de qué se trata.

SERGIO: Yo se únicamente lo que han publicado en los periódicos, pero no creo lo que dicen.

SILVIA: Teresa me ha contado algo y espero que no sea nada grave.

INGENIERO: Es grave. Pero tiene remedio. Quise reunirlos para comentar con ustedes la verdad de
esto. Mi verdad.

SEÑORA: ¿Y se te ocurrió aquí, precisamente?

INGENIERO: Sí, aquí precisamente. No había otro lugar mejor. En Morelia no puedo quedarme. Me
estarían molestando a cada rato. Y además, aquí podremos descansar, pasar unos días. Esta fue la
primera propiedad que yo tuve con mi esfuerzo. Aquí se iniciaron mis negocios. Aquí estaremos
bien.

SILVIA: Yo no puedo quedarme mucho tiempo. Tengo que regresar a México, por mi trabajo.
SERGIO: ¿Por qué renunciaste al banco?

INGENIERO: Por problemas políticos. La prensa, mis enemigos, el sindicato, en fin, todos se me
echaron encima. En realidad el ataque no era contra mí directamente. Con la muerte del general a
todos los que fuimos de su grupo nos ha dio mal. Nos han querido desmembrar para que no
tengamos fuerza. Yo fui el sacrificado. El presidente me pidió la renuncia, con el pretexto de que
iban a cambiar la matriz a México.

SEÑORA: ¿Y eso qué tiene que ver con tus cosas personales? ¿Por qué te congelaron tus cuentas
en los otros bancos?

INGENIERO: Eso es normal. Cuando uno renuncia y hay problemas, se abre una investigación. Pero
no podrán probar nada.

SERGIO: Ojalá que eso no perjudique tus negocios.

INGENIERO: No tengo ninguno. Los que estaban a mi nombre los vendí para evitar críticas cuando
me hice cargo del banco.

SEÑORA: Pero tienes el dinero.

INGENIERO: Lo invertí, hice malos negocios. Vino la devaluación, antes de lo previsto. Cometí
errores de cálculo.

SEÑORA: Tienes muchas empresas que no están a tu nombre. Ahí no se meterán.

INGENIERO: Tengo problemas con mis socios. Como las cosas están a su nombre, ahora quieren
quedarse con ellas. Pero ya tengo abogados trabajando en eso. Va a ser difícil el pleito, pero voy a
recuperar todo.

SERGIO: ¡Qué cabrones!

SEÑORA: Te queda el dinero que tienes en Estados Unidos.

INGENIERO: ¿De dónde sacas eso?

SEÑORA: Me consta.

INGENIERO: ¿Te das cuenta de lo que dices?

SEÑORA: Tú sacaste dólares, muchos dólares.

INGENIERO: Tú sabes que eso no es cierto.

SEÑORA: Tú sabes que eso sí es cierto.

INGENIERO: Si lo fuera, no estaríamos aquí. ¡Desde cuando me habría dio a Estados Unidos, como
lo han hecho otros!
SEÑORA: No se por qué no lo has hecho.

INGENIERO: ¿Por qué mientes? Yo tendré otros defectos, menos ser saca dólares.

SEÑORA: ¿Y el cheque que me diste cuando fui a Houston? Era de banco americano.

INGENIERO: Abrí la cuenta para eso, precisamente. Para que te curaras y le dieran una checada a
Sergio.

SILVIA: ¿Y solamente tú estás en problemas? ¿O también los demás amigos del General?

INGENIERO: Por lo pronto, parece que soy el único. Siempre pasa al inicio de un nuevo gobierno.
Se buscan chivos expiatorios y la cuerda se rompe por lo más delgado. Me tocó a mí. Pero estoy
seguro que en unos meses más le darán carpetazo al asunto y todo se habrá olvidado. Así son
estas cosas.

SILVIA: Tienes que contarnos todo, papá.

INGENIERO: Eso es todo. Yo todavía tengo ambiciones políticas. Siempre he deseado ser
gobernador de mi estado. ¿Ustedes creen que voy a arriesgar mi carrera haciendo tonterías?
Trataré de reivindicarme en el próximo sexenio. Soplarán otros tiempos. Y serán a mi favor. Ya lo
verán.

SILVIA: ¿Y mientras qué podemos hacer nosotros?

INGENIERO: Quiero primero su comprensión.

SERGIO: Esa ya la tienes.

INGENIERO: También quiero su ayuda material.

SEÑORA: ¿Dinero? Si no lo tienes tú, menos nosotros.

INGENIERO: Se trata de otra cosa. Y todo depende de lo que consiga Teresa. Va a haber un
congreso en el puerto y van a inaugurar un centro de convenciones. Va a venir el gobernador, el
Secretario de Turismo y muchos invitados de México. Teresa conoce muy bien al gobernador. Le
va a pedir una cita para mí y yo iré a verlo al hotel donde se hospede. Si esto no se puede, le dará
una carta donde le explico mi situación. El es mi amigo. Me va a ayudar.

SERGIO: ¿Qué le vas a pedir? Si quieres yo acompaño a Teresa.

INGENIERO: No hay necesidad. Primero, quiero que impida que la carretera que están
construyendo destruya este hotel. Se les ha ocurrido que tiene que pasar por aquí, pero basta una
llamada telefónica de él y le darán la vuelta, para que rodee la Loma y hasta nos beneficiará. He
sabido que se está haciendo una revisión de mis propiedades aquí en el estado para probar que
me he enriquecido con el cargo, ¿Se imaginan qué estupidez? El Gobernador puede influír para
que el informe que mande el Registro Público no me perjudique. Y por último, quiero que hable
con el Presidente. El puede hacerlo. Tiene línea directa. Yo creo que con eso ya está todo
arreglado.

SILVIA: ¿Por qué no te vas a Estados Unidos mientras pasa todo?

INGENIERO: ¿Y dejar que hagan cera y pabilo conmigo? No. Eso no. Prefiero quedarme para
defenderme.

SILVIA: Todos se han ido, papá. Y ya ves, ha pasado el tiempo y han regresado sin problemas.

INGENIERO: Yo no huyo. No soy delincuente. A mí me enseñaron desde chico a hacerle frente a los
problemas. Por eso me quedo. Para luchar por mi nombre.

SERGIO: ¿Y no tienes otros amigos que puedan ayudarte?

INGENIERO: Ahora estoy solo. Todo mundo anda asustado con el Programa de Renovación Moral y
esas pendejadas. Nadie se quiere comprometer. Por eso pienso en i familia. Es lo único en quien
realmente uno puede confiar. ¿O no? ¿Puedo confiar en ustedes?

SERGIO: Claro, papá.

SILVIA: Eso ni se pregunta.

MATIAS: La confianza mata al venado. Confianza y desconfianza. Yo antes era muy confiado, hasta
que una vez, cuando era arriero, yendo por el Camino Real, me topé con un asaltante. Y así me
fue.

INGENIERO: (Se acerca a Teresa y le extiende una carta) Esta es la carta, Teresa.

TERESA: Démela después. Se me puede perder.

INGENIERO: Guárdala de una vez. Y cuídala mucho. En ella está nuestro futuro.

(Teresa la toma, la mira y se levanta)

TERESA: La voy a guardar en mi cuarto, no vaya a ser que...

(Sale)

INGENIERO: Vengan a la playa, les quiero mostrar algo.


(El Ingeniero sale, seguido de Silvia y Sergio. La Señora se queda en su lugar, mirándolos alejarse.
Don Matías se acerca)

MATIAS: Venga, señora. Vamos. Nos van a enseñar algo.

(La Señora toma una revista de la mesa, se recuesta en un sillón y se queda inmóvil con la revista
en las manos. Sus lentes oscuros impiden ver si la Señora lee o duerme)

MATIAS: No se quede sola aquí. (Pausa) Es muy feo quedarse sola, sin hablar con nadie y sin ver a
los demás. Venga. ¿O quiere que me quede con usted? (Pausa. Don Matías enciende el ventilador
y las hélices giran) Está bien. Haga lo que quiera, pero luego no se asuste si empieza a escuchar
voces. Aquí hay muchas voces perdidas. (Sale rumbo a la playa)

ESCENA 3

Anochece. La niebla invade el lugar. Al principio, las personas y los objetos no se perciben, pero
poco a poco, van apareciendo con un aspecto de irrealidad. Don Matías enciende la luz. La Señora,
recargada en un pilar, mira hacia el mar; Sergio dormita recostado en un sillón; el Ingeniero
descansa en una mecedora que mueve acompasadamente. Silvia, sentada en el suelo, juega con
las cartas de una baraja. Don Matías trata de hacer una escoba usando varias hojas de palmera.

SILVIA: Vamos a jugar...(Pausa) ¿No quieren echarse una partidita? (Pausa) ¿No me digan que ya
se les quitó el vicio? (Sigue barajando) ¿Qué les pasa, eh? No se preocupen. Ya va a llegar Teresa y
va a traer buenas noticias. Es muy lista y sabrá metérsele al gobernador. Ya lo verán.

SERGIO: A lo mejor encuentra a unas amigas y se va por ahí.

SILVIA: (Con frialdad) ¿A dónde, mamá?

SEÑORA: Por ahí. A donde acostumbra.

MATIAS: Señora, no se recargue ahí.

SEÑORA: Miren lo que se ve allá.


MATIAS: (Desde su lugar) ¿Qué es?

SEÑORA: Son bolas de fuego. Saltan de un lado para otro y se persiguen entre si.

SERGIO: Deben ser niños jugando con antorchas.

SEÑORA: No. Son como grandes pelotas que ruedan, se elevan, como si alguien jugara con ellas. Y
saltan desde aquel centro hasta la barranca. Ahora están en La Loma. Y son muchas.

INGENIERO: No imagines cosas.

SILVIA: Deben ser luces de algún rancho o a lo mejor una quemazón.

SEÑORA: Están en el cerro.

SILVIA: ¿Traes puestos tus lentes de contacto?

MATIAS: Cuidado con ese pilar.

SEÑORA: Son esferas de fuego. ¡Cómo brillan! Se mueven como si tuvieran vida.

INGENIERO: Pareces niña.

SEÑORA: ¡Qué extraño! Algo debe estar pasando.

SERGIO: Es una ilusión óptica.

SEÑORA: Ahí están. Son reales. Si no me creen, vengan a verlas.

MATIAS: Hágame caso, se lo digo por su bien.

SILVIA: ¡Ay, mamá, olvídate de eso!

SEÑORA: ¿Por qué dices “Ay mamá”? ¿Dudas de mí? ¿Crees que estoy viendo visiones? ¿Me
consideras incapaz de distinguir la realidad? Está bien. No me hagas caso. No será la primera vez
que yo diga algo y nadie me escuche. Mis palabras no suenan. Hablo y mi voz no sale, no llega a
nadie. No será la primera ni la última vez.

INGENIERO: ¿Por qué no te callas?

SEÑORA: ¿Ni siquiera tengo derecho a decir lo que siento?

MATIAS: Señora, recárguese en otra parte.

SEÑORA: No me da la gana.

MATIAS: No diga que no se lo previne.


(La Señora continúa recargada en el pilar donde se encuentra el retrato del General. Los demás se
levantan de sus lugares y se van alejando del pilar. Miran a la Señora con extrañeza)

SEÑORA: ¿Por qué me miran así? ¿Qué les pasa?

(El pilar empieza a cuartearse y a crujir. La Señora lo siente y se separa un poco. El Pilar empieza a
desmoronarse y cae llenando de polvo el lugar. Cae una parte del techo. El polvo oculta a la
madre, quien poco a poco aparece de pie entre el polvo que se disipa. Los demás, como si nada
hubiera ocurrido, regresan a sus lugares y vuelven a ocupar las mismas posiciones. Don Matías
recoge el retrato del General)

INGENIERO: ¿Le pasó algo?

MATIAS: Se rompió el vidrio y el marco se despegó. El retrato se ensució y se rompió de aquí y de


acá.

(Don Matías lo limpia con su camisa y trata de arreglar el marco. La Señora se sacude el polvo.
Camina entre los escombros y se dirige al mar)

MATIAS: No hay agua en la alberca. Y el mar es peligroso a esta hora.

(La Señora desaparece)

SILVIA: Vamos a jugar...(Pausa) ¿No quieren echarse una partidita? ¿No me digan que ya se les
quitó el vicio?

(Todos permanecen en el mismo lugar. Don Matías arregla el retrato. El Ingeniero se prepara una
copa)

SILVIA: Sírveme una copa, papá, ¿Sí?


SERGIO:_A mí también, por favor.

INGENIERO: ¿Vas a beber? No dijiste que...

SERGIO: ¿Por qué no? Hay mucho que celebrar.

(El Ingeniero sirve)

SERGIO: Salud, papá.

INGENIERO: Salud, hijo. Pero brindemos por algo. Por el General.

SILVIA: Por todos. Por Teresa, por el asunto, por el gobernador, porque todo salga bien, porque
volvamos a ser como antes.

INGENIERO: Sí, como antes.

SERGIO: Por Playa Azul. Por los buenos tiempos. Por la familia feliz.

MATIAS: Sí, sí, por todo eso. Salud.

SILVIA: (a Don Matías) Ven. Bebe de mi vaso.

MATIAS: ¿Y mis vitaminas?

SILVIA: No pasa nada . Toma

(Don Matías toma el vaso y bebe. Se lo termina. El Ingeniero sirve más. Don Matías le regresa el
vaso a Silvia)

INGENIERO: (A Don Matías) Barre pronto esos escombros y llévatelos lejos. Apestan.

MATIAS: Esto no tiene aroma.

INGENIERO: Te digo que apestan.

SILVIA: No son los escombros, papá. El mal olor llega del pantano.

MATIAS: El pantano se va a secar. Ya bajó el nivel del agua. Ya no hay lirios ni hojas mojadas, ni
leños podridos.

SERGIO: Pero sigue apestando.


MATIAS: El pantano se está secando. Los cocodrilos se murieron. Las arenas ya no se mueven. El
pantano ya no huele.

INGENIERO: Apesta. Te digo que apesta. ¿De dónde viene ese olor, entonces?

SERGIO: Debe ser el gas. ( A Don Matías) Ve a ver los tanques.

MATIAS: Aquí ya no hay tanques. No tenemos caldera, ni nada.

INGENIERO: Entonces, tú eres el que apesta.

SILVIA: Debe ser algún zorrillo que pasó cerca o un perro muerto en la carretera.

SERGIO: es el mar. La playa estaba llena de peces envenenados.

MATIAS: Son los muertos.

SERGIO: ¿Cuáles muertos?

MATIAS: Vayan a verlos. Están allá en los cuartos del otro lado que se cayeron con el temblor.

INGENIERO: Lo soñaste.

MATIAS: Son gringos. Gringos viejos y gringas viejas que vinieron a pasar vacaciones y los agarró el
temblor. No pudimos sacarlos. Dijo Teresa que los dejáramos ahí, que para qué querían tumbas, si
ya tenían los techos y las paredes del hotel.

INGENIERO: ¿Por qué no te vas a dormir?

SILVIA: ¿Quieres más? (Le extiende su vaso. Don Matías bebe) Vete a descansar.

MATIAS: Yo no descanso. Yo no quiero descansar ahora. Voy a descansar cuando me muera. Y


todavía me falta mucho. (Toma el retrato del General)

INGENIERO: ¿A dónde llevas eso?

MATIAS: Voy a ver si puedo arreglarlo. ¿O quiere que lo cuelgue así? (Sale)

SILVIA: ¿Cuánto te pagaba el General?

INGENIERO: ¿En qué época? ¿Cuándo administraba su rancho de Aldama o cuando era su
acompañante en México o cuando construímos esta carretera o en la campaña electoral o cuando
era su chofer?

SILVIA: ¿Cuánto te pagaba por conseguirle mujeres?

INGENIERO: ¿Sirvientas para su casa, secretarias para su oficina o votos femeninos en las
elecciones?
SILVIA: ¿Cuánto te pagaba por llevarle viejas al rancho de Aldama? ¿Dónde las conseguías? ¿Las
traías de fuera o eran del pueblo? ¿Les decían con quién iban a acostarse o era una sorpresa?
¿Iban por su voluntad?

INGENIERO: Iban por su propio gusto.

SERGIO: El general no era muy guapo que digamos.

INGENIERO: Pero era un héroe y cualquier mujer se siente orgullosa de acostarse con un héroe.

SILVIA: Yo no.

INGENIERO: Porque no has tenido uno cerca.

SERGIO: Los héroes no existen.

INGENIERO: El general existió.

SILVIA: Como tú y como yo. De carne y hueso.

INGENIERO: El era diferente. Sin él no habría historia en este país. Era como de otro mundo.
Miraba fijamente y sabía lo que uno estaba pensando. Sabía decir las palabras exactas en cada
momento. No había problemas sin solución. Se sentaba a comer en el suelo con los indios en sus
jacales. Sabía poner a los bingos en su lugar cada vez que querían meterse con nosotros. Ricos y
pobres, de derecha y de izquierda, todos lo idolatraban. Eso es un héroe. Cuando murió, el país
entero lloró.

SILVIA: Yo recuerdo que la nana de la casa, cuando ustedes se fueron al funeral, dijo: “Al fin se
murió el viejo ese” “¿Cuál viejo?” le dije, “El cabrón comunista, ahora ha de estar achicharrándose
en el infierno por maldito, por ateo, por comecuras”

INGENIERO: la nana estaba vieja, no sabía lo que decía.

SILVIA:_¿Es cierto que mi mamá perdió la cabeza, entonces?

INGENIERO: Tu madre está más cuerda que tú.

SILVIA: Me contaron que guardó luto mucho tiempo y que todos los días lloraba.

INGENIERO: Todos lo lloramos.

SERGIO: ¿Y tú, por qué? Ya te había vuelto la espalda desde mucho tiempo atrás.

INGENIERO: Lo hizo engañado. Me intrigaron con él y nunca pude aclararle la verdad. Cuando me
di cuenta ya era difícil recuperarme ante él. Yo fui quien tuvo la culpa. No tuve tino.

SILVIA: ¿Y todavía lo disculpas?


INGENIERO: A él le debo todo.

SERGIO: ¡Qué lástima que hayas caído de su gracia!

INGENIERO: Sí, fue una lástima. Estando bien con él, siempre me sentí seguro, aunque tuviera
problemas.

SERGIO: Si él viviera ahora, ¿Crees que te ayudaría?

INGENIERO: Claro que sí. Siempre me ayudó en los momentos más difíciles. El intervino también
en tu asunto.

(Se escuchan sonidos agudos y lejanos que llegan con el viento y se alejan)

SILVIA: ¿Qué será eso?

INGENIERO: No es nada. Algún radio.

SERGIO: Parecen gritos de mujeres.

(Los sonidos aumentan. Parecen lamentos que se acercan)

SERGIO: Son mujeres que lloran.

INGENIERO: En el mar se oyen sonidos raros, a veces. Estos deben ser leones marinos o focas en
celo.

SILVIA: (Se dirige rumbo a la alberca) ¡Qué extraño! Voy a ver. (Sale)

(Los sonidos aumentan y se perciben muy cerca. Ahora parecen graznidos de aves que luchan
entre sí y vuelan alrededor del hotel. El sonido es ensordecedor. Sergio y el Ingeniero giran sus
cuerpos y sus rostros tratando de localizarlo)

SERGIO: Son mujeres. Son mujeres que lloran. Escúchalas, papá.


(El sonido se va alejando con el viento. Sergio mira fijamente los vidrios de los ventanales cercanos
a la alberca que reflejan luces y sombras. A través de ellos parecen distinguirse los cuerpos de dos
mujeres y varios hombres)

SERGIO: Allá están. En la arena. Junto al pirul. Pobrecitas...(Pausa. Sergio toma un trozo de madera
que dejó alvodado Don Matías y empieza a golpear los vidrios) ¡Desgraciados! ¡ya déjenlas...!
¡Suéltenlas...! (El Ingeniero se le acerca y lo detiene. Lo abraza fuertemente. Pausa) Pobres
mujeres...pobres...

INGENIERO: Ven. No pasa nada. Vamos a sentarnos aquí. Estás cansado. (Los dos se sientan. El
Ingeniero lo abraza con ternura. Sergio llora en silencio. Pausa larga)

SERGIO: ¿Por qué no pagaste?

INGENIERO: No se de qué me hablas.

SERGIO: Del rescate, papá. ¿Por qué no lo pagaste?

INGENIRO: Lo pagué.

SERGIO: No es cierto.

INGENIERO: Te digo que lo pegué. Allá tú si no me crees.

SERGIO: Entonces, ¿Por qué no nos soltaron?

INGENIERO: Yo que se. Esa gente está desquiciada. Está fuera de la ley. No les importa nada.

SERGIO: ¿Seguro que pagaste?

INGENIERO: No sigas con eso. Pagué y fue bastante.

SERGIO: ¿Cómo cuánto, papá?

INGENIERO: Una fortuna. Tuve que sacar todo del banco y conseguir prestado con mis amistades.
Hasta el General me prestó.

SERGIO: Si hubieras pagado nos habrían soltado luego y no nos habrían llevado tan lejos. Era muy
lejos.

INGENIERO: Ya lo se.

SERGIO: Más allá del rancho del General. ¿Conoces las barrancas que están al otro lado del río?

INGENIERO: Sí. Antes iba de cacería por allá.

SERGIO: ¿Y has estado en el arenal que hay cerca del arroyo?


INGENIERO: Creo que sí.

SERGIO: Ahí nos tuvieron toda la noche. Pobres muchachas.

INGENIERO.- No es que quiera culparlas, pero ellas se lo buscaron. Las mujeres decentes no se
suben al carro de unos jovenes borrachos y se van al monte con ellos. y menos de noche.

SERGIO.- Las engañamos. Estaban a la orilla de la carretera, cerca de las glorietas, esperando el
camión que va para las colonias y les ofrecimos un aventón. Al principio no querían, tenían
desconfianza, pero cuando vieron que era yo el que manejaba, se subieron. ¿Cómo no iban a
subirse con el hijo del ingeniero y sus amigos? ¿Tu nunca fuíste al mirador?

INGENIERO.- Muchas veces, pero no fui a hacer lo que hacían ustedes.

SERGIO.- Ya íbamos a llevarlas a sus casas cuando nos tocaron el vidrio del carro y nos obligaron a
salir .

INGENIERO.- No debieron abrir la puerta y menos bajarse.

SERGIO.- Creíamos que eran policias o trabajadores tuyos. Iban por mí, papá. Yo era el que les
interesaba.

INGENIERO.- Querían mi dinero.

SERGIO.- Querían vengarse. ¿Qué les habías hecho?

INGENIERO.- ¿Cómo voy a saberlo? No sabemos ni quiénes fueron.

SERGIO.- Tú debes saber quiénes son tus enemigos.

INGENIERO.- Ojalá lo supiera. Así podría cuidarme a tiempo y no estaría en ésta situación.

SERGIO.- A nosotros nos amarraron en los pinzanes y a ellas en el pirul. ¿Sabes cuál pirul?

INGENIERO.- Olvídate de eso.

SERGIO.- ¿por qué voy a olvidarlo?

INGENIERO.- ya todo pasó. Si te sientes mal y has empezado a recordar otra vez eso, puedes volver
a la clínica para que te den otro tratamiento. O podemos conseguir un médico que venga a verte
acá.

SERGIO.- Pobres muchachas. ¿No te dan lástima?

INGENIERO.- Claro que sí. Pero ¿Qué puede hacerse ahora?

SERGIO.- gritaban, lloraban, se quejaban, pero no como personas. Parecía que las estaban
matando. "Ayúdennos, por su mamacita santa", gritaban. Yo cerraba los ojos, pero las seguía
viendo con sus vestido rotos, con la cara ensangrentada, defendiéndose a mordidas. El tiempo se
hizo largo, muy largo, papá. Cuando acabaron con ellas, empezaron a golpearnos ya quitarnos la
ropa. ¿Por qué no les diste el dinero?

INGENIERO.- Te digo que se los di. Se los dejamos en el Mirador, tal como lo pidieron.

SERGIO.- ¿Por qué no nos soltaron?

INGENIERO.- Esa gente está loca. ¿Me entiendes? Después de agarrar el dinero siguen haciendo
sus atrocidades. Son delincuentes. La policia me prometió que en donde los agarraran, ahí mismo
los iban a matar. También les pagué a los policías.

SERGIO.- ¿y los mataron?

INGENIERO.- No se. A lo mejor no. y nomás me sacaron el dinero.

SERGIO.- Pero no pagaste el rescate, ¿Verdad? (Pausa) ¿has estado en los arenales que están junto
al arroyo? ¿Has visto los pinzanes y el pirul?

Llega Silvia cargando una gaviota muerta y ensangrentada.

SILVIA.- Miren. (la arroja en medio del vestíbulo)

Los tres observan el ave, primero con repulsión y luego con lástima. Silvia se dirige con ella hacia
los cuartos de servicio. Regresa con una toalla en las manos, secándose. La coloca en el piso, se
sienta sobre ella y toma la baraja. Juega. Sergio y el Ingeniero beben. Llega la Señora de la Playa.
Trae el cabello y la ropa mojados, como si se hubiera metido al mar.

SILVIA.- Te vas a resfriar. Sécate el cabello. N, ,

SEÑORA.- Asi esta bien. Hace mucho calor.

SILVIA.- Sécate con mi toalla. (Se le acerca y empieza a secarle el cabello. De pronto se sorprende)
¿Qué tienes en la oreja y en el cuello?

SENORA.- (Se separa bruscamente) Nada. Dejame. Estoy quemada

por el sol.
SILVIA.- No son quemaduras.

SENORA.- Deben ser ronchas, con tanto mosco que hay por aca.

SILVIA.- Tienes todo el cuello lleno de manchas.

SEÑORA.- Te digo que no es nada. Iré a mi cuarto y me pondré una pomada.

SIlVIA.- A mí no tienes que ocultarme nada.

SEÑORA.- Yo no trato de ocultarte nada, ni a ti ni a nadie.

SILVIA.- ¿Por eso usas esos vestidos?

SENORA.- Los uso porque me gustan. Con ellos me veo mas delgada

y jóven.

SILVIA.- Por favor, mamá. No soy una idiota para no entender .

SERGIO.- Déjala en paz.

SEÑORA.- Siempre has sido muy exagerada. Nos vemos mañana. Que pasen buenas noches.

SILVIA.- Estás cubierta, mamá, completamente. ¿Por eso usas ese maquillaje y esas medias?

SEÑORA.- ¿No sabes de modas? ¿No ves revistas? .

SILVIA.- ¿Qué ganas con engañarte?

SEÑORA.~ Engañarme, ¿Con qué? .

SILVIA.~ Con eso.

SEÑORA.- Es una simple avitaminosis. ¿Sabes? Cuando no tomo vitaminas a tiempo, me pongo así.
.

SILVIA.~ Eso no es cierto.

SERGIO.- A ti qué te importa.

SEÑORA.- Yo sería la primera en preocuparme si fuera otra cosa. 5caría un médico en México o me
iría a Estados Unidos. iQue horror si yo tuviera una cosa como la que estás pensando! Cuando e
con tu padre por primera vez a Tierra Caliente, me llevó a conocer a los arperos ya las bailadoras.
Los músicos tocaban balonas y dos mujeres bailaban solas sobre las tarimas, agarrando ¡ enormes
faldas. Alrededor de ellas, varios hombres les daban vueltas subidos en los caballos y los hacían
bailar frente a ellas. A me pareció una costumbre chistosa. Hasta que tu padre me explicó que
ellos tenían la quiricua y que por eso bailaban de lejos y a caballo. Eso es un mal de Tierra Caliente.
y yo soy, afortunadamente, de una región muy fría. (Pausa) La quiricua. ¡Qué horror! Me voy a mi
cuarto a cambiarme. Tienes razón, puedo resfriarme.

SERGIO.- Voy contigo, mamá.

SEÑORA.- ¿Para qué, hijo? Quédate. Luego regreso.

SERGIO.~ Te acompaño.

Señora y Sergio suben las escaleras. Silvia se sirve una copa y 5irve al Ingeniero. El Ingeniero está
sentado. Silvia se sienta a sus pies y recarga su cabeza en sus piernas.

SILVIA.- ¿Dónde la conociste?

INGENIERO.- En Guadalajara.

SILVIA.- ¿En qué lugar?

INGENIERO.~ Creo que fue en un baile. Luego la invité otro día al le y ella aceptó, poniéndome
como condición que primero

fuéramos a misa. Yo acepté y después seguimos viéndonos. Como acostumbraba en esa época, yo
parado en la calle de su casa y 3 tras las rejas de su ventana. Hasta que conocí al general y me
'invitó a trabajar en la carretera de la costa que iba a pasar por aquí. Tuve que venirme y nos
casamos. Fue una boda muy apresurada.

SILVIA.- Todo eso no es cierto. Se dónde la conociste y por qué se vinieron para acá.

INGENIERO.- Fue como te conté. Si tú sabes otra cosa, es que sabes más que yo.

SILVIA.- Una noche, en una fiesta en México, me preguntaron si te conocía, cuando dije que era de
Tierra Caliente. Les dije que no y empezaron a hablar de ti. Contaron cómo conociste a mi mamá y
por qué te viniste a trabajar a Tierra Caliente. INGENIERO.- ¿y tú les creíste?

SILVIA.- Primero me dio mucho coraje. Creí que mentían. Después comprendí muchas cosas, y
luego me dio risa, mucha risa. La verdad es que no imagino a mi mamá. ¿Cómo le hiciste para
transformarla? Se te pasó la mano. Ahora es tan fina, tan educada, con aires de princesa .

INGENIERO.- Tú no debes juzgarla.

SILVIA.- No la juzgo. Simplemente no me explico cómo pudo cambiar tanto. Quien la viera...

INGENIERO.- lo que te hayan contado, no es cierto. Tengo muchos enemigos. Inventan cosas para
desprestigiarme.
SILVIA.- Ya estoy grandecita, papá. ¿Para qué ocultar las cosas?

INGENIERO.- Yo no oculto nada. Mi vida ha sido limpia. No tengo nada de qué avergonzarme.
(Pausa. Silvia mira fijamente el techo, cerca de un rincón)

SILVIA.- Mira.

(El Ingeniero observa el sitio indicado. Del techo caen hilos de polvo y pequeños trozos de
escombro. )

INGENIERO.- Esas vigas están podridas. Hay que decirle a Matías que arregle eso.

SILVIA.- Sí. Hay que decirle. (Pausa) Me gustaría estar en un burdel, pero no de visita.

INGENIERO.- No estes diciendo tonterías.

SILVIA.- Me gustarñia trabajar en él una noche o una semana. Quizá un mes. Debe ser interesante.
¿Cuántas gentes la visitan a una por noche Me gustaría conocer el burdel de Guadalajara. ¿Existe
todavía?

INGENIERO.- Estás mal de la cabeza.

SILVIA.- ¿Tenía un foco rojo? ¿Dónde estaban los cuartos? ¿Quién regenteaba? ¿Era sucio? ¿había
música? ¿Cuánto cobraban? fuiste varias veces? ¿Cuánto pagaste por sacarla? Porque se paga,
verdad?

INGENIERO.- ¿para qué juegas con eso?

SILVIA.- ¿Jugar?

INGENIERO.- Sí, con esos cuentos.

SILVIA.- No son cuentos.

INGENIERO.- Son falsedades, calumnias o como quieras llamarle. ganas con inventar esas cosas?

SILVIA.- Ahora resulta que todo es producto de mi imaginación y de mis malos deseos.

INGENIERO.- Eso es. Nunca has querido a tu madre. Ella es una buena mujer .

SILVIA.- Una buena mujer. Los he visto desde niña. Se cómo eres tú y cómo es ella. No soy una
visita.

INGENIERO.- ¡Qué mente tan sucia tienes!

SILVIA.- Me contaron que mi mamá estaba enamorada del general. Tú se la vendiste a cambio de
favores. Que después ella se enamoró de él y por eso tú la odiaste.

INGENIERO.- Eso es una infamia. Una amistad tan limpia. El respetaba mucho a tu madre.
SILVIA.- ¿Ya ti?

INGENIERO.- El respetaba a todos.

MATIAS.- (Entrando) Es cierto. Yo siempre he respetado a todos, pero a mi nadie me respeta.


Buenos, algunos sí, como Silvia, pero los demás no. No quieren verme, se me esconden. Están en
un lugar, los oigo hablar, voy para allá, llego y ya no están. El jóven Sergio estaba en su cuarto,
hace un rato. Clarito lo sentí. Fui a llevarle el jabón y cuando entré, ya había desaparecido. La
señora a ayer en la alberca viendo las camelinas y regañándome porque según ella yo las había
dejado secar. "No es cierto, señora, no es cierto", le dije. "Déjeme explicarle" Y se fue, sin oírme. y
Teresa, no se diga. La oigo cantar borracha, como siempre, y cuando la busco para decirle que se
calle, que me deje dormir, no la encuentro. Me voy por todo el hotel siguiendo su canción, abro
los cuartos, subo a los otros pisos, voy a la terraza, la busco en el sótano y ni su sombra pero sigue
cantando; ¿Para qué se esconde? Todos se me esconden. ¿Por qué no me dan la cara? ¿Por qué
me hacen esto, eh?

SILVIA.- Asómate a la carretera. Ve a ver si viene Teresa.

MATIAS.- ¿y ustedes se van a quedar aquí?

INGENIERO.- Sí, aquí vamos a estar .

MATIAS.- ¿De veras? ¿Se van a quedar aquí toda la noche? y mañana, cuando amanezca, ¿estarán
ahí sentados como ahora?

INGENIERO.- No te preocupes. Aquí estaremos siempre. Aquí o en la playa.

MATIAS.- ¿Y Teresa también?

SILVIA.- No tarda en llegar. Ve a encontrarla. Le dará gusto.

(Don Matías sale al estacionamiento. Pausa larga. Se escuchan ladridos de perros. La Señora y
Sergio bajan las escaleras. La Señora se ha cambiado el vestido.)

SEÑORA.-. Ya viene llegando Teresa.

(Todos miran rumbo al estacionamiento. Entra Teresa. El Ingeniero va a su encuentro. )

INGENIERO.- ¿Qué pasa?


SEÑORA.- Vienes borracha.

TERESA.- Alegre, nada más.

INGENIERO.- ¿Lograste hablarle?

TERESA.- Había un gentío, que no se podía ni entrar .

SILVIA.- ¿Qué te dijo?

TERESA.- Estaba todo Michoacán, más la gente que vino de México, más los colados de aquí, más...

SERGIO.- ¿Le entregaste el sobre?

TERESA.- andaban todos los diputados y las Miss de Michoacán. Hasta el obispo andaba en el ajo.
Me tropecé con las Gálvez y ni me quisieron saludar. Me vieron como apestada.

INGENIERO.- ¿Qué pasó con lo mío? Lo demás no me importa.

SILVIA.- Déjala que cuente, papá.

SEÑORA.- No nos interesa lo que le sucedió a ella.

TERESA.- La verdad es que era muy difícil acercarse al gobernador . Todo mundo quería hablar con
él. INGENIERO.- ¿le hablaste o no?

TERESA.- Por favor, no me grite. No estoy sorda.

SILVIA.- Cálmate, Teresa.

INGENIERO.- Lo único que quiero es que te concretes a pasó con mi encargo.

TERESA.- Pues sí, Ingeniero. Logré hablarle. Me reconocí luego: "Quihubo, Teresa, qué dice La
Loma". "Nada" le contesté; “Ahí me quedé solita, silbando como dice la canción". Soltó una
carcajada, me tomó del brazo y me dijo: "No se me ha olvidado Ia cena de mariscos que nos
preparó. Jamás en mi vida he visto ostiones tan grandes." ¿Todavía se acuerda?", le pregunté,
“Han pasado mil años". "Ni tantos", contestó. "Sólo una diputación, una senaduría y una
gubernatura", y soltó una carcajada. Entonces yo pensé, éste es el momento y le solté la sopa. "El
Ingeniero quiere verlo". "¿Cómo está?", me preguntó. "Ya se imaginará", le respondí. "Qué pena",
dijo, "Qué pena que yo no pueda hacer nada". Esto es un asunto federal, son órdenes de México y
a mí no me toca más que obedecer, usted sabe". Le di la carta y me dijo: 'La voy a leer con muchos
gusto, pero dígale que no le prometo nada. Sólo amistad, que tendrá a pesar de todo" y en eso
llegó el gentío y me lo arrebató.

INGENIERO.- ¿No lo seguiste? ¿No intentaste volver a hablar con él?

TERESA.- Era imposible.


SILVIA.- Para ti nunca ha habido imposibles, Teresa.

TERESA.- Ahora sí. Ya no pude hacer nada.

SERGIO.- Y entonces, te dedicaste a emborracharte.

TERESA.- ¿Qué te crees que yo iba como simple paloma mensajera, nomás a llevar la carta? Si
todos bebían, yo no iba a estar mirándolos, nomás. Tenía que disimular y quedarme ahí, a ver si
podía hacer algo. De repente, se desapareció con su gente, al mismo tiempo que la Miss. Se han
de haber ido a seguirla a otro lado.

SEÑORA.- Total que ya no se puede hacer nada.

INGENIERO.- Claro que sí. ¿No escuchaste? Me ratificó su amistad. Prometió leer la carta. Las
cosas van bien, ¿No crees,Silvia?

SILVIA.- Quién sabe. Todo depende.

INGENIERO.- No sean así, tan derrotistas. Parece que soy yo el joven y ustedes los viejos. Hay que
seguir adelante. Todo va bien. ¿No se dan cuenta? Este el principio. Muy bien, Teresa. Muy bien.
No salió como esperábamos, pero tampoco es el acabóse. Hay esperanza. ¿No ven? Hay muchas
esperanzas.

TERESA.- Déjenme terminar de contarles. Me dijeron que la carretera va a pasar por en medio del
hotel. Que en estos días sale el decreto de expropiación. Que ya hay una órden de aprehensión
contra usted y que de un momento a otro le van a echar el guante, en cuanto llegue el exhorto.
Mucha gente me preguntó que dónde estaba escondido. A unos les dije que en México, a otros
que en Estados Unidos ya otros que fueran a chingar a su madre. ¿Estuve bien?

INGENIERO.- ¿Estás bromeando, verdad?

SEÑORA.- ¡Qué falta de respeto! Jugar con esas tosas. Tú la acostumbraste a tratarte así. Tú le
diste alas.

SILVIA.- ¿Es cierto eso, Teresa?

TERESA.- (Hace una cruz con los dedos y la besa) Por ésta. Que me caiga un rayo, si no. ¿Por qué
iba a inventarlo? SERGIO.- Por chingar. Por eso. Por echar la sal.

TERESA.- ¡Oyeme! Parece que no me conoces.

SILVIA.- Ya cállate.

INGENIERO.- No todo está perdido.

SEÑORA.- ¿No escuchaste que van a tumbar el hotel? Y pueden aprehenderte .


INGENIERO.- Puedo ampararme contra el decreto y contra la orden de aprehensión. Buscaré un
buen abogado que me consiga los amparos. Aquí no ha pasado nada. Los planes seguirán igual.
Volveré a empezar aquí. Ustedes me ayudarán. SILVIA.- ¿Qué quieres que hagamos?

INGENIERO,- Matías aseará los cuartos. (A la Señora) Tú te encargarás del restaurant y la cocina.
Teresa se hará cargo del mantenimiento y de atender las mesas y la alberca; Silvia llevará la
contabilidad, las compras y las relaciones públicas. Y Sergio será el administrador de esto. Yo le
enseñaré. Esto volverá a ser un hotel familiar, de los que había antes y de los que todavía hay en
Europa. Habrá una atención personal a los huéspedes, eso que se ha perdido en todos los hoteles.
Los primeros años serán difíciles, pero después veremos si contratamos más personal, indios de
por acá o mujeres de las rancherías, que nos ayuden en los trabajos más pesados. Después, si nos
va bien hasta podemos poner una cadena de . hoteles semejantes por toda la costa.

(Se hace un silencio denso. La madre aplaude frenéticamente. Luego sus aplausos se vuelven
pausados y lentos, hasta convertirse en patéticas palmadas. Vuelve el silencio. Pausa.)

SEÑORA: ¿Ya terminaste?

SILVIA: No te burles.

SEÑORA: No se si reír o llorar con lo que has dicho.

SILVIA: ¿Te das cuenta de lo que pasa?

SEÑORA: Claro que me doy cuenta. Pero yo no pienso quedarme a trabajar aquí, ni Sergio
tampoco.

SERGIO: Yo sí, mamá.

SEÑORA: ¿Te has vuelto loco? Tú no puedes vivir aquí, te vas a morir con el clima y con los
animales. No pensarás convertirte en lanchero o mesero.

SERGIO: ¿Por qué no, mamá?

SEÑORA: Me parece muy bien que quieras trabajar y ganar el dinero que yo no puedo darte. Pero
no aquí. Vente conmigo a Morelia. Allá podemos poner un negocio. Puedes abrir una tienda de
estéreos y cosas electrónicas, por ejemplo, a ti te gustan los coches, ¿Qué te parece una tienda
accesorios de lujo?

SERGIO: Prefiero quedarme aquí.

SEÑORA: Necesitas atención médica. Todavía no estás bien del todo.


INGENIERO: Ya está bien. Yo he estado pendiente de eso.

SEÑORA: A ti no te creo nada. Pediré informes en la clínica.

SERGIO: De veras, mamá. Ya estoy bien.

SEÑORA: No te creo. No te creo nada. Ni a ti ni a tu padre.

INGENIERO: ¿Y tú, Silvia? ¿Qué piensas?

SILVIA: Me da mucho gusto que seas optimista. Me da mucho gusto que no te sientas derrotado.
Yo vine aquí para invitarte a que te vayas a México a pasar una temporada conmigo. Te mantengo
la invitación para cuando quieras ir, pero no podría vivir aquí, ahora. La niña es muy pequeña.

INGENIERO: ¿Sigues con ese hombre?

SILVIA: No, pero ya me estoy organizando sola y voy a seguir adelante.

INGENIERO: No quieres ayudarme.

SILVIA: Entiéndeme, papá. Acabo de dar el enganche de un condominio y tengo que pagar las
mensualidades. Mi hija acaba de entrar al Jardín de Niños y en la empresa me acaban de hacer
gerente de una sucursal. De veras, papá. No puedo.

INGENIERO: ¿Y tú, Teresa?

TERESA: este es su hotel y usted sabe lo que hace con él. Pero no era así como habíamos quedado.
Usted me dijo que yo seguiría administrando esto.

INGENIERO: Lo haremos entre todos.

TERESA: Usted no me dijo que de administradora iba a pasar a ser sirvienta. No me cambie el
juego, Ingeniero. También me dijo que Silvia ya estaba de acuerdo en venirse y ahora resulta que
no.

INGENIERO: Yo te dije que seguramente ella estaría de acuerdo, pero si no puede hacerlo o no
quiere, eso no cambia los planes.

SERGIO: Le sacas al trabajo, eso es lo que pasa contigo, Teresa.

TERESA: Yo me he hecho cargo de esto sola, sin cobrar un quinto.

SERGIO: ¿De modo que pensabas cobrar? Deberías haber pagado por haberlo llevado a la ruina. Si
el hotel decayó fue por tu mala administración, ¿O no, papá?

INGENIERO: Bueno, Teresa cometió algunos errores, pero eso ya quedó en el pasado.
TERESA: Usted no puede decir eso. Durante años todas las ganancias se las envié puntualmente.
Ustedes vivieron de este hotel y se lo comieron entre todos. Ahí dentro están los papeles.

INGENIERO: Si quieres luego hablamos y aclaramos las cuentas.

TERESA: Vamos a aclararlas ahora. ¿Voy a seguir administrando esto?

INGENIERO: Vamos a llegar a un acuerdo. Lo harán tú y Sergio.

SERGIO: No, papá. Tendrá que hacerlo uno solo.

TERESA: Si no me reconoce mi trabajo, yo no le entro.

SILVIA: Se te reconoce, solo que ahora se trata de una nueva organización. Tiene que haber
cambios.

TERESA: Cambios para fregarme. Eso se llama ingratitud y yo sería una pendeja si aceptara. Sí, eso
he sido. Una pendeja y nada más. ¿Qué he sido para ustedes? ¿Un familiar? No. ¿Una empleada?
Tampoco, porque no me pagan. ¿Arrimada? Menos, porque me he ganado la comida. ¿Una
turista? Ni se diga, porque nadie me ha atendido. ¿Qué soy? Una pendeja. Eso, nada más.

SILVIA: Cállate, por favor. Estás borracha.

SEÑORA: Todavía no empiezan a trabajar y ya están como perros y gatos. Pero en fin, allá ustedes.
Pienso irme mañana temprano. ¿Vienes un momento, hijo?

SERGIO: Te alcanzaré luego, mamá.

SEÑORA: Necesito hablar contigo. (Se va)

SERGIO: Ahorita voy. (A Silvia) Tienes que ayudar, Silvia.

SILVIA: No puedo.

SERGIO: Se trata de nuestra familia.

SILVIA: Ya tengo otra familia.

INGENIERO: Piénsalo, hija. ¿No crees en mis proyectos?

SILVIA: Claro que sí, pero debes entender.

INGENIERO: Jamás te negué nada. Siempre te complací tus caprichos. Haz hecho de tu vida lo que
has querido. Te dejé que te fueras a México, a Estados Unidos, que abandonaras tu carrera, que
vivieras con quien quisieras. Ahora solo te pido tu ayuda. Piénsalo, por favor.

SILVIA: No hay nada qué pensar, papá.


SERGIO: Déjala, papá. Vamos a mi cuarto para que veas lo que te traje. ¿Te acuerdas de la crema
de rasurar mentolada? Vas a ver.

(Salen. Pausa larga. Silvia se acerca a Teresa, pero ésta la rehuye. Teresa se sienta en la escalera.
Silvia se le acerca)

SILVIA: ¿Qué piensas hacer?

TERESA: Irme a México contigo.

SILVIA: Mi departamento es muy chico y apenas cabemos la niña y yo. Allí podrías llegar, claro,
mientras te consigues una casa de huéspedes o rentas un departamento.

TERESA: ¿No quieres que viva contigo? Puedo ayudarte con la niña. ¡Qué mejor que la cuide su
madrina!

SILVIA: Necesitas vivir sola, Teresa, para que hagas tu vida y tengas tus propias amistades, como
las has tenido aquí.

TERESA: No conozco a nadie allá. Yo necesito la seguridad de una compañía. He vivido acá,
desterrada, más de quince años. Me sentiré muy sola en una ciudad tan grande.

SILVIA: Con lo sociable que eres, te sobrarán amistades.

TERESA: No me importan otras amistades. Quiero estar cerca de ti, vivir contigo.

SILVIA: Por favor, Teresa.

TERESA: ¿Ni siquiera tengo derecho a pedírtelo?

SILVIA: Cállate.

TERESA: ¿Por qué voy a callarme?

(Pausa larga)

SILVIA: Te pones como una tonta.

TERESA: Soy tonta. Si fuera inteligente, no les hubiera servido como perro todos estos años, sin
nada a cambio. ¿Qué tengo ahora?
SILVIA: No veas las cosas así. A todos nos ha ido mal. Es más, déjame pensarlo, ¿Sí? Luego te
escribo. A lo mejor después, cuando tenga una casa o un departamento más grande...

TERESA: Olvídate de lo que hablamos. (Se encamina rumbo a la playa)

SILVIA: ¿A dónde vas? (La mira alejarse. Luego se sienta en la mecedora y se mueve suavemente)

ESCENA 4

Está amaneciendo. En la mesa del vestíbulo juegan cartas el Ingeniero, Sergio y Silvia. Juegan en
silencio. El ruído del mar aumenta. Se escuchan las olas que se estrellan en las rocas cercanas en la
playa. Don Matías llega corriendo de la playa.

MATIAS: Vengan, vengan a detener a Teresa.

SILVIA: ¿Dónde está?

MATIAS: Ya se va. Se fue cantando hasta el embarcadero. Parece que va borracha.

(Silvia se levanta y mira hacia el mar)

INGENIERO: Que haga lo que le de la gana.

MATIAS: Cando brincó a la lancha le grité que no tenía remos ni motor, pero no me oyó.

SERGIO: Ya volverá.

MATIAS: El mar está picado. Hay mucho viento y las olas están muy altas.

SERGIO: Ella sabe nadar. Regresará nadando.

MATIAS: Hagan algo. A Teresa se la están llevando las olas.

INGENIERO: ¿Y qué quieres que hagamos?

MATIAS: Vayan por ella. Alcáncenla. Todavía se ve.

SERGIO: Se fue por su gusto.


MATIAS: Yo no quiero que se vaya. ¿Quién va a guardar las llaves? ¿Quién me va a ayudar a
detener las paredes? ¿Quién va a matar a las chinches y a las cucarachas?

SERGIO: Tú.

MATIAS: ¿Y quién me va a dar mi medicina? ¿Quién me va a ensartar el hilo de la aguja?

INGENIERO: Ya cállate y lárgate. Vete a buscar madera y clavos y empieza a arreglar esto.

MATIAS: ¿Y Teresa? ¿No va a ir por ella?

INGENIERO: Si tanto la quieres, ve tú a traerla.

MATIAS: (Se dirige a la playa) Teresa...Teresa...

(Su voz se aleja. Aumenta el ruido del mar)

ESCENA 5

Media tarde. Silvia mira hacia la carretera. Sergio y el Ingeniero siguen jugando y bebiendo.

SILVIA: Están cortando los arboles del pantano y hay hombres tomando medidas en La Loma.

INGENIERO: ¡Qué bueno! La nueva carretera nos traerá turistas.

SERGIO: va a pasar por en medio de esta mesa. Yo quedaré del lado del mar y tú del lado del
pantano.

INGENIERO: Rodearán el hotel.

SERGIO: (A Silvia) Consígueme una jeringa.

SILVIA: Aquí no hay.

SERGIO: ¿Con qué se inyecta el viejo las vitaminas que le trajiste?

SILVIA: Son cápsulas.

SERGIO: Las cápsulas son tabletas. Las tabletas se hacen polvo. El polvo se metió en un tubo. El
tubo tiene una salida. Tan pequeña como el ojo de una...(Ríe)

INGENIERO: Voy a ir a cazar al pantano. Necesito la pistola.


SERGIO: A mí que me esculquen. Yo no la tengo.

INGENIERO: Tú se la quitaste a Matías.

SERGIO: Se la devolví a Teresa, ¿Verdad, Silvia?

SILVIA: Sí.

INGENIERO: Me parece que tengo una jeringa en mi cuarto.

SILVIA: Por favor, papá.

INGENIERO: ¿Te vas a quedar con nosotros?

SILVIA: No.

INGENIERO: Entonces son te metas en lo que no te importa (A Sergio) Te cambio la pistola por la
jeringa.

(Entra la Señora)

SEÑORA: Sergio es apenas un niño.

INGENIERO: Ha crecido mucho, mucho. El sabe lo que hace.

SEÑORA: Vámonos, Sergio.

SERGIO: ¿No ves qué bien se la pasa uno aquí? El mar, las gaviotas, la brisa...Aquí puede uno
dormir tranquilo de día y de noche.

SEÑORA: Si no te vas conmigo, no volverás a verme.

SERGIO: ¿Así...así? Yo iré a buscarte. Y te voy a llevar un abanico.

SEÑORA: No me vas a encontrar. (Sale)

SERGIO: (Intenta seguirla. Camina con dificultad) Vas a ver que sí. (Vuelve a la mesa)

INGENIERO: Vamos a seguir el juego. Siéntate, Silvia.

SILVIA: Ya me aburrí.

(Sale. Sergio y el Ingeniero se sientan uno frente al otro. El Ingeniero sirve licor en los vasos.)
INGENIERO: Salud, hijo.

SERGIO: Salud, papá. Por tu pronto regreso a la política. Ahí te necesitan (Beben. Sergio baraja las
cartas)

INGENIERO: ¿Hacemos el cambio?

SERGIO: (Riendo extrañamente) Que lo decidan las cartas.

(Juegan)

ESCENA 6

Es media noche. Se ven dos grandes maletas en el piso. Aparece Don Matías con el retrato del
General y lo cuelga en un pilar. El retrato se ve destruído y queda mal colocado. Sale y entra con
varios trozos de madera y con una caja de herramientas; saca de esta un martillo y varios clavos.
Empieza a reparar la escalera de madera que conduce al restauran. Se escuchan los golpes secos
del martillo que golpea la madera. La Señora baja las escaleras.

SEÑORA: Háblale a Sergio.

MATIAS: No quiere salir de su cuarto. Vaya usted y dígale que me devuelva mi jeringa. Me la
compró Teresa.

SEÑORA: Cuando salga le das esta carta.

MATIAS: Yo no le doy nada. A mí no me hace caso.

(La Señora se dirige al mostrador)

SEÑORA: Aquí se la voy a dejar.

MATIAS: Está muy raro. Se está riendo mucho. No le para la risa...


SEÑORA: ¿Y Silvia?

MATIAS: Está afuera, calentando el carro.

SEÑORA: ¿Y por qué no has llevado las maletas al coche?

MATIAS: Pesan mucho. ¿Qué lleva en ellas?

SEÑORA: ¡Qué te importa!

MATIAS: ¿Monedas de oro, piedras, huesos?

SEÑORA: Eres un inútil (Toma las dos maletas y sale)

MATIAS: ¿Y el Ingeniero, no se va con ustedes?

(Don Matías sube las escaleras en busca del Ingeniero. Pausa larga. Entra Silvia del
estacionamiento se encuentra con Don Matías, que baja la escalera)

SILVIA: Háblale a mi papá y dile que ya nos vamos.

MATIAS: Está dormido.

SILVIA: Despiértalo.

MATIAS: Ya le hablé. Y no se quiere mover. (Silvia sube las escaleras. Don Matías sigue con su
trabajo. Silvia baja con una expresión grave en el rostro)

MATIAS: ¿Ya se van? (La sigue) ¿Cuándo van a volver? (Silvia sale apresuradamente. Don Matías la
ve partir desde la escalinata) ¡Que les vaya bien!

Don Matías regresa a su labor y sigue reparando la escalera del restauran. Habla solo, pero no se
escucha lo que dice. Se escucha el ruido monótono y acompasado del martillo que golpea la
madera. Del exterior llegan los sonidos de aves marinas y de animales propios del trópico. El mar
se oye a lo lejos. Las olas se estrellan suavemente en la playa.

TELÓN

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