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La Teoria de Las Mascotas
La Teoria de Las Mascotas
PERSONAJES:
ACTO ÚNICO
ESCENA 1
Es media noche. El lugar está desierto. Se escucha el ruído de las olas que se estrellan cerca. Un
perro ladra varias veces. Por las escaleras que conducen a la carretera, aparece Sergio, con ropas
modernas y de buena calidad. Lleva en el hombro una bolsa deportiva. Se ve demacrado, como si
hubiera estado enfermo. Observa con cuidado el lugar, asomándose a la alberca, al restaurant y al
pasillo. Se acerca a mostrador de la recepción y golpea con la mano. Descubre una campanilla y la
suena repetidas veces. Busca detrás del mostrador las llaves de las habitaciones y no las
encuentra. Intenta abrir la caja registradora y no lo consigue. Se introduce al pasillo y trata de abrir
dos habitaciones, sin lograrlo. Vuelve a la recepción, suena la campanilla y da puntapiés al
mostrador. Se sienta en un sillón y espera. Se recuesta. Cierra los ojos. Se escuchan pasos que se
acercan; del pasillo sale Don Matías, se le acerca y lo toca.
MATIAS: Váyase.
SERGIO: ¿Estás loco? Lo que deberías de hacer es cuidar esto y no dejarlo solo.
MATIAS: ¿Cree que no puedo echarlo? Ahora verá. (Va tras el mostrador y de un cajón saca una
pistola) Lárguese.
MATIAS: No hay.
MATIAS: No.
SERGIO: ¿Entonces?
SERGIO: (Mirando hacia el pasillo) ¿Y esos, qué son? Dame las llaves.
SERGIO: Háblale.
SERGIO: Pues aquí debería estar. Para eso le pagan. ¿A dónde se fue?
MATIAS: Se fue al mar. Y ya no va a regresar. Se fue borracha, cantando y se subió a una lancha sin
remos.
MATIAS: No tengo.
SERGIO: Era.
SERGIO: Ahora verás, viejo pendejo. (Se lanza sobre Don Matías para golpearlo. Don Matías saca la
pistola. Luchan. Sergio le quita la pistola y con ella lo golpea en la cabeza) Pinche viejo...
(Entra Teresa, que llega de la playa. Viste en forma muy masculina. Es una mujer fea y robusta.
Intenta separarlos)
SERGIO: ¡Qué bueno que llegaste! Este viejo ya me tenía hasta la madre.
TERESA: ¡Cómo serás aprovechado! (Se acerca a Don Matías y le examina la cabeza) Déjame ver.
MATIAS: Me salpicaron. Se me pegó y no me la he podido quitar ni lavándome con agua del mar.
TERESA: te pondré alcohol y merthiolate, pero tienes que lavarte primero. Ve por agua.
MATIAS: Tengo que cerrar las puertas y las ventanas. Tengo que recoger los cocos y cortar las
flores de la magnolia que me encargaste. Tengo que hacer una escoba y...
MATIAS: (Ríe) ¿A dormir? ¿Quién te dijo que yo duermo? (Ríe) A dormir...Yo no cierro los ojos. Yo
cuido esto de día y de noche. Y me cuido de los moscos. Si me duermo, me comen vivo.
TERESA: Está bien. Haz lo que quieras. Nomás no vengas a quejarte conmigo cuando la cabeza se
te llene de gusanos. ¿Ya se te olvidaron las garrapatas que te saqué de la oreja la otra vez?
SERGIO: Estoy muy cansado. Dame las llaves del cuarto de la terraza.
MATIAS: Ese no, Teresa. Acuérdate del hombre que encontramos ahí.
MATIAS: Llevaba muchos días de difunto y tenía una jeringa en la mano. Había muchas moscas y
gusanos. ¡Qué sueño tan feo!
TERESA: Te tendrás que aguantar. Aquí solo hay dos jabones: Renovado y Palmolive. Y éste ya se
acabó. (Don Matías sale)
TERESA: Yo no lo traje. Reclámale a tu padre. Don Matías estaba aquí antes que yo llegara. ¿No te
dio lástima pegarle?
TERESA: ¿Tú lo contrataste? A este solo lo puedo correr yo o el Ingeniero. ¿En qué viniste?
SERGIO: Quise hablar por teléfono, pero la operadora me dijo que estaba suspendido.
TERESA: ¿Y qué andas haciendo por acá? No me digas que vienes de vacaciones, si nunca te has
parado aquí.
TERESA: De ti no se nada.
SERGIO: (Abre su bolsa deportiva) Con el relajo del viejo, ni siquiera me acordé de esto. Te traje
una botella. Adivina de qué es.
SERGIO: ¿Te acuerdas de lo que tomabas en la casa? Es chínguere, del que te gusta.
TERESA: Muchas gracias. ¡Qué bueno que te acordaste! Aquí no se consigue de ése, ni para
remedio.
TERESA: Después. Cuando llegue tu hermana, para celebrar. Llevo tres días esperándola.
TERESA: Las despensas están vacías. Hace mucho que aquí no se vende comida.
SERGIO: ¿Y tú?
SERGIO: Apenas se puede creer. Esto está irreconocible. Nunca imaginé encontrarlo así.
TERESA: Estará irreconocible para ti, que nunca te paraste acá, pero para mí y para Don Matías
está muy reconocible.
SERGIO: Te lo acabaste.
TERESA: Se lo acabaron ustedes, mi hijito. ¿De dónde crees que salía el dinero para ayudar a tu
hermana en México y para los viajes de tu mamá y para mandarte a ti; de dónde, eh?
SERGIO: Mi papá tiene suficiente dinero para mantenernos sin tener que recurrir a esta hotel.
TERESA: Tenía. Hace muchos siglos de eso. ¿Cuántas propiedades tiene ahora? ¿Cuánto dinero en
el banco? ¿Cuántos negocios, eh?
TERESA: Le dimos, mi hijito, le dimos...(Se escuchan ladridos de un perro. Parece que llegó alguien)
(Los dos quedan en actitud de espera. Llega Silvia. Es una mujer guapa, vestida a la moda. Lleva
una pequeña maleta.)
SILVIA: Ya ni la friegas, Teresa. ¿Por qué no fuiste a esperarme?
TERESA: Oyeme, ni que fuera manda. Tengo tres días yendo al puerto y a la tercera va la vencida.
¿No puedes ni siquiera decir el día exacto en que vas a llegar?
TERESA: ¡Cómo no! Ya sabes que aquí está tu cajera que te paga todo.
SERGIO: Ni yo.
SILVIA: La regalé.
TERESA: ¿Y cómo no me la diste a mí? Yo tengo un gran corazón maternal. Conmigo hubiera sido
muy feliz.
SILVIA: Pues adóptala, ándale. A ver cuánto la aguantas. Es bien latosa y muy condicionada.
TERESA: Pues si te parecía tan feo, ¿Para qué dejaste que te la hiciera?
SILVIA: Idiota que es una. Es que antes yo era una tonta. ¡Ay! Ya no aguanto los pies.
SILVIA: Ayúdame.
(Silvia se sienta y extiende las piernas. Teresa se sienta a su lado y le jala las botas)
TERESA: Deberías usar botas a tu medida y no metertelas a la fuerza, nomás para que se te vea el
pie chico.
TERESA: Voy a traer unas copas para brindar con los viajeros.
TERESA: Dame tu maleta. La voy a llevar a mi cuarto. Es el más fresco. Ahí te preparé una cama.
SILVIA: No. Ahora estoy en una compañía americana ¿Ya estás bien?
SERGIO: Completamente.
SERGIO: Sí.
SERGIO: No juegues. He cambiado. He pensado bien todo. Me han pasado muchas cosas, que ni
para qué contarte. Perdóname por lo que te hice, de veras. Espero pagarte todo algún día. Bueno,
lo del dinero. Lo demás, se que no es posible, pero te juro que ahora soy diferente. ¿No me crees,
verdad?
SILVIA: No.
SERGIO: Está bien. Con el tiempo te convencerás que estoy hablando en serio.
SILVIA: Haz lo que quieras. A mí no tienes que convencerme de nada. A menos de que vayas a
pedirme algo.
SERGIO: Solo te pido que tengas la seguridad de que de aquí en adelante seré distinto.
SILVIA: ¿Vieras que eso no me va ni me viene? Con que no vuelvas a pararte en mi casa, ni te
cruces por mi camino, estaré feliz.
MATIAS: Silvia, ¡Qué gusto! (Silvia se levanta y lo abraza) ¡Qué bueno que llegaste! Ya tengo unos
cocos enfriando para que te refresques. ¿Te los traigo?
MATIAS: Muy bien, muy bien. Recibí las vitaminas, pero ya me las acabé. ¿A poco no me trajiste
más?
SILVIA: Sí, pero ahora son diferentes. Estas tienen aceite de hígado de Bacalao.
SILVIA: Y te traje un radio, para que oigas “El Cañonazo” Me dijo Teresa que te hacía mucha falta.
MATIAS: Vieras que sí. El mío se rompió el día del temblor. Pero me salvó la vida. En lugar de que
el techo me cayera a mí, le cayó al radio y todavía siguió tocando mucho tiempo. Yo estuve toda la
noche tratando de quitar los escombros para sacarlo, guiándome por la música, pero al otro día,
cuando llegué hasta él, ya estaba muerto. Lo tiré al mar para que se entretengan las sirenas. (Ríe)
SILVIA: Pues ya tienes radio nuevo. Para que escuches a los Huracanes de Michoacán.
(Sale Teresa de su cuarto con una charola y copas. Don Matías va a su encuentro para ayudarla)
SERGIO: ¿No lo has oído? Pero nomás esta noche va a dormir aquí, pienso correrlo.
TERESA: ¿Y eso?
SERGIO: Ya no bebo. Mejor tráeme un coco de esos que el viejo le preparó a Silvia.
MATIAS: Ahora no quiero. Voy a empezar a tomar vitaminas y luego no me hacen efecto.
TERESA: Todo es una sola cosa: No hay turistas, no hay dinero. No hay dinero, no hay turistas, así
de fácil.
SERGIO: ¿Y el popote?
MATIAS: Se acabaron.
SERGIO: Ni se lo pidas. Va a decir que se quebraron. (Se lleva el coco a la boca y bebe un gran
sorbo que luego escupe con repulsión) Pinche viejo, ¿Qué le pusiste?
TERESA: (Probándolo) Sabe bien. No le noto nada. A ver tú, Silvia. (Se lo pasa)
SILVIA: (Lo prueba) Está rico. (A Don Matías) Ya estaba escrito que era para mí.
SERGIO: Ahora resulta que el que tiene la boca amarga soy yo.
SERGIO: Ya te dije que no bebo. Me voy a dormir. Es mejor que ustedes se queden solas, deben
tener mucho de qué hablar.
TERESA: Está muy oscuro. No te vayas a caer. La escalera está muy vieja.
TERESA: ¿Qué quieres? La buena vida. En cambio, tú. Parece que no comes. Ya casi vuelas.
TERESA: No.
TERESA: ¿Ni ves televisión? ¿Ni oyes radios? Todos los noticieros han sacado las noticias.
SILVIA: Ya. Dime qué pasa. Se que a mi papá le ha ido mal últimamente, pero nada más.
SILVIA: No vayas.
(Pausa. Las dos quedan en actitud de espera. Se escuchan pasos en la parte superior. Silvia y
Teresa miran en dirección a la escalera, por donde baja una mujer madura, que fue bella en su
juventud. Lleva un vestido negro, de mangas largas y de cuello alto, usa medias negras y trae un
abanico. Pretende ser elegante. Baja sonriente, segura de sí misma. Le extiende la mano a Silvia.
(La Señora besa a Silvia en las mejillas, como si fueran dos amigas)
SEÑORA: No bebo alcohol. Es terrible para la piel. Sírveme algo frío, Tere.
SEÑORA: Bueno. Tomaré solo unos sorbos. Tienen muchas calorías. Y en el nivel del mar, el cuerpo
asimila demasiado los líquidos.
(Teresa sale)
SEÑORA: Maravillosamente. Solo este calor del demonio y estos malditos moscos. Son una
calamidad. Deberían exterminarlos para siempre. No hacen falta en la Tierra. Solo causan
molestias y son un estorbo. ¿No crees?
SEÑORA: ¿Por qué me dices eso? Yo solo estaba preguntando por la niña.
SEÑORA: La hubieras traído. Debe estar hecha un primor. ¿Cuándo la llevas a Morelia?
SEÑORA: Debes estar cansada por el viaje. México está lejísimos, ¿Cuánto tiempo hiciste?
SEÑORA: ¿Lo ves? Siempre que quiero acercarme a ti, me rechazas o me rehuyes.
SILVIA: ¿De veras quieres conversar o necesitas a alguien para echar tus rollos?
SEÑORA: No me hables en ese tono. Parece que yo fuera una enemiga tuya o...
SEÑORA: ¿Y vas a dejarme aquí? ¡Qué educación! Está bien que lo haga Silvia, pero no tú, Teresa.
Eso no es correcto.
SEÑORA: ve con ella, Teresa. Prepárale su cama, sus sábanas limpias, su crema limpiadora.
Prepárale el baño, sécala, cepíllale el cabello y platícale para que se duerma. Anda. Ve y sustituye a
su madre, como siempre. (La Señora se levanta y se dirige al pasillo)
SEÑORA: Sergio, Sergio...¿Dónde estás? Sergio...( Toca la primera puerta. La empuja. La puerta
cede y cae, rompiéndose un pedazo de marco. La Señora se sorprende y se turba. ) Apenas si la
toque.
SERGIO: ¡Qué gritos son esos, señora! ¿No le da pena? ¿Qué dirán los turistas?
SEÑORA: ¿Cómo no me avisaste que ibas a venir? ¿Y cómo te dejaron salir? ¿Estás bien? Yo
hubiera ido por ti.
SERGIO: pensé que mi papá te habría dicho algo. El me mandó llamar. Y fui a Morelia, pero me
dijeron que estabas aquí con él.
SERGIO: De veras. Quiero que estemos juntos, ¿Te quedarías a vivir conmigo aquí?
SEÑORA: ¡Qué cosas dices! ¿Quieres un poco de refresco? El coco está muy frío.
SEÑORA: ¡Qué lindas! (Las recibe y las huele. Hace un gesto de desagrado y las arroja a un lado.
Siente náuseas) Están podridas.
MATIAS: No se qué pasó. Estaban blancas. Y frescas. Y tenían perfume. Alguien me las cambió. No
son las mimas. (Sale rumbo a la alberca)
SEÑORA: (A Sergio) Vamos a platicar. ¿Quieres que demos un paseo por la playa?
SERGIO: vamos.
TERESA: El Ingeniero quiere verlos a todos mañana aquí. Me dijo que los va a esperar a las nueva.
(Teresa sube las escaleras. Silvia se dirige al cuarto de Teresa. El escenario queda vacío un
momento. De la alberca, entra Don Matías)
MATIAS: ¿Qué pasó? ¿En dónde están? La Señora estaba ahí y el joven Sergio acá...Teresa estaba
sentada en esa silla y Silvia...8Se asoma al pasillo, mira hacia el estacionamiento y rumbo a las
escaleras. Se encoge de hombros) Ni modo. Ya se fueron. Como siempre...
(Sale. Oscuro)
ESCENA 2
En el vestíbulo se encuentran Sergio y Silvia, la Señora y Teresa, sentados. Don Matías entra y sale
regando las plantas de la alberca. Es media mañana.
MATIAS: (Mirando hacia la playa) Allá viene. ¿No se los dije? Si yo vi cuando se fue para el
acantilado.
SERGIO: No es él.
TERESA: (Acercándoseles) ¿Qué les pasa? Es él. Lo que sucede es que está más delgado. Y no es lo
mismo verlo con traje y corbata, que con esa ropa.
SILVIA: (Regresando a su asiento) Sí, debe ser la ropa, por eso se ve tan cambiado.
SEÑORA: Hasta que llegó. El señor paseando por la playa, mientras nosotros aquí, esperándolo
como idiotas.
(Pausa larga. El Ingeniero llega y se detiene en la entrada. Viste ropa informal, adecuada para el
clima y no se ha cortado la barba en varios dias)
INGENIERO: Discúlpenme. Me fui caminando por la playa y cuando vi el reloj, ya era muy tarde.
(Silvia va a su encuentro) ¿Cómo estás, hija?
INGENIERO: Pasándola. (Se acerca a Sergio. Lo abraza) ¡Qué gusto verte, hijo!
SEÑORA: Pero yo no, ni tu hermano. ¿A quién le gusta venir a encerrarse a este hotelucho
semanas enteras? Se tratara de un hotel de Acapulco o de Puerto Vallarta.¡pero aquí?
SEÑORA: Claro que no. Es un gran hotel de cinco estrellas, con aeropuerto privado y club de yates.
SEÑORA: Tu padre me obligaba. Una vez, el pobre de Sergio quedó como un camarón, con la
resolana de la playa. La piel se le fue cayendo a pedazos.
INGENIERO: Quiero decirles la verdad de nuestra situación. Porque me imagino que más o menos
saben de qué se trata.
SERGIO: Yo se únicamente lo que han publicado en los periódicos, pero no creo lo que dicen.
INGENIERO: Es grave. Pero tiene remedio. Quise reunirlos para comentar con ustedes la verdad de
esto. Mi verdad.
INGENIERO: Sí, aquí precisamente. No había otro lugar mejor. En Morelia no puedo quedarme. Me
estarían molestando a cada rato. Y además, aquí podremos descansar, pasar unos días. Esta fue la
primera propiedad que yo tuve con mi esfuerzo. Aquí se iniciaron mis negocios. Aquí estaremos
bien.
SILVIA: Yo no puedo quedarme mucho tiempo. Tengo que regresar a México, por mi trabajo.
SERGIO: ¿Por qué renunciaste al banco?
INGENIERO: Por problemas políticos. La prensa, mis enemigos, el sindicato, en fin, todos se me
echaron encima. En realidad el ataque no era contra mí directamente. Con la muerte del general a
todos los que fuimos de su grupo nos ha dio mal. Nos han querido desmembrar para que no
tengamos fuerza. Yo fui el sacrificado. El presidente me pidió la renuncia, con el pretexto de que
iban a cambiar la matriz a México.
SEÑORA: ¿Y eso qué tiene que ver con tus cosas personales? ¿Por qué te congelaron tus cuentas
en los otros bancos?
INGENIERO: Eso es normal. Cuando uno renuncia y hay problemas, se abre una investigación. Pero
no podrán probar nada.
INGENIERO: No tengo ninguno. Los que estaban a mi nombre los vendí para evitar críticas cuando
me hice cargo del banco.
INGENIERO: Lo invertí, hice malos negocios. Vino la devaluación, antes de lo previsto. Cometí
errores de cálculo.
INGENIERO: Tengo problemas con mis socios. Como las cosas están a su nombre, ahora quieren
quedarse con ellas. Pero ya tengo abogados trabajando en eso. Va a ser difícil el pleito, pero voy a
recuperar todo.
SEÑORA: Me consta.
INGENIERO: Si lo fuera, no estaríamos aquí. ¡Desde cuando me habría dio a Estados Unidos, como
lo han hecho otros!
SEÑORA: No se por qué no lo has hecho.
INGENIERO: ¿Por qué mientes? Yo tendré otros defectos, menos ser saca dólares.
SEÑORA: ¿Y el cheque que me diste cuando fui a Houston? Era de banco americano.
INGENIERO: Abrí la cuenta para eso, precisamente. Para que te curaras y le dieran una checada a
Sergio.
SILVIA: ¿Y solamente tú estás en problemas? ¿O también los demás amigos del General?
INGENIERO: Por lo pronto, parece que soy el único. Siempre pasa al inicio de un nuevo gobierno.
Se buscan chivos expiatorios y la cuerda se rompe por lo más delgado. Me tocó a mí. Pero estoy
seguro que en unos meses más le darán carpetazo al asunto y todo se habrá olvidado. Así son
estas cosas.
INGENIERO: Eso es todo. Yo todavía tengo ambiciones políticas. Siempre he deseado ser
gobernador de mi estado. ¿Ustedes creen que voy a arriesgar mi carrera haciendo tonterías?
Trataré de reivindicarme en el próximo sexenio. Soplarán otros tiempos. Y serán a mi favor. Ya lo
verán.
INGENIERO: Se trata de otra cosa. Y todo depende de lo que consiga Teresa. Va a haber un
congreso en el puerto y van a inaugurar un centro de convenciones. Va a venir el gobernador, el
Secretario de Turismo y muchos invitados de México. Teresa conoce muy bien al gobernador. Le
va a pedir una cita para mí y yo iré a verlo al hotel donde se hospede. Si esto no se puede, le dará
una carta donde le explico mi situación. El es mi amigo. Me va a ayudar.
INGENIERO: No hay necesidad. Primero, quiero que impida que la carretera que están
construyendo destruya este hotel. Se les ha ocurrido que tiene que pasar por aquí, pero basta una
llamada telefónica de él y le darán la vuelta, para que rodee la Loma y hasta nos beneficiará. He
sabido que se está haciendo una revisión de mis propiedades aquí en el estado para probar que
me he enriquecido con el cargo, ¿Se imaginan qué estupidez? El Gobernador puede influír para
que el informe que mande el Registro Público no me perjudique. Y por último, quiero que hable
con el Presidente. El puede hacerlo. Tiene línea directa. Yo creo que con eso ya está todo
arreglado.
INGENIERO: ¿Y dejar que hagan cera y pabilo conmigo? No. Eso no. Prefiero quedarme para
defenderme.
SILVIA: Todos se han ido, papá. Y ya ves, ha pasado el tiempo y han regresado sin problemas.
INGENIERO: Yo no huyo. No soy delincuente. A mí me enseñaron desde chico a hacerle frente a los
problemas. Por eso me quedo. Para luchar por mi nombre.
INGENIERO: Ahora estoy solo. Todo mundo anda asustado con el Programa de Renovación Moral y
esas pendejadas. Nadie se quiere comprometer. Por eso pienso en i familia. Es lo único en quien
realmente uno puede confiar. ¿O no? ¿Puedo confiar en ustedes?
MATIAS: La confianza mata al venado. Confianza y desconfianza. Yo antes era muy confiado, hasta
que una vez, cuando era arriero, yendo por el Camino Real, me topé con un asaltante. Y así me
fue.
INGENIERO: (Se acerca a Teresa y le extiende una carta) Esta es la carta, Teresa.
INGENIERO: Guárdala de una vez. Y cuídala mucho. En ella está nuestro futuro.
(Sale)
(La Señora toma una revista de la mesa, se recuesta en un sillón y se queda inmóvil con la revista
en las manos. Sus lentes oscuros impiden ver si la Señora lee o duerme)
MATIAS: No se quede sola aquí. (Pausa) Es muy feo quedarse sola, sin hablar con nadie y sin ver a
los demás. Venga. ¿O quiere que me quede con usted? (Pausa. Don Matías enciende el ventilador
y las hélices giran) Está bien. Haga lo que quiera, pero luego no se asuste si empieza a escuchar
voces. Aquí hay muchas voces perdidas. (Sale rumbo a la playa)
ESCENA 3
Anochece. La niebla invade el lugar. Al principio, las personas y los objetos no se perciben, pero
poco a poco, van apareciendo con un aspecto de irrealidad. Don Matías enciende la luz. La Señora,
recargada en un pilar, mira hacia el mar; Sergio dormita recostado en un sillón; el Ingeniero
descansa en una mecedora que mueve acompasadamente. Silvia, sentada en el suelo, juega con
las cartas de una baraja. Don Matías trata de hacer una escoba usando varias hojas de palmera.
SILVIA: Vamos a jugar...(Pausa) ¿No quieren echarse una partidita? (Pausa) ¿No me digan que ya
se les quitó el vicio? (Sigue barajando) ¿Qué les pasa, eh? No se preocupen. Ya va a llegar Teresa y
va a traer buenas noticias. Es muy lista y sabrá metérsele al gobernador. Ya lo verán.
SEÑORA: Son bolas de fuego. Saltan de un lado para otro y se persiguen entre si.
SEÑORA: No. Son como grandes pelotas que ruedan, se elevan, como si alguien jugara con ellas. Y
saltan desde aquel centro hasta la barranca. Ahora están en La Loma. Y son muchas.
SEÑORA: Son esferas de fuego. ¡Cómo brillan! Se mueven como si tuvieran vida.
SEÑORA: ¿Por qué dices “Ay mamá”? ¿Dudas de mí? ¿Crees que estoy viendo visiones? ¿Me
consideras incapaz de distinguir la realidad? Está bien. No me hagas caso. No será la primera vez
que yo diga algo y nadie me escuche. Mis palabras no suenan. Hablo y mi voz no sale, no llega a
nadie. No será la primera ni la última vez.
SEÑORA: No me da la gana.
(El pilar empieza a cuartearse y a crujir. La Señora lo siente y se separa un poco. El Pilar empieza a
desmoronarse y cae llenando de polvo el lugar. Cae una parte del techo. El polvo oculta a la
madre, quien poco a poco aparece de pie entre el polvo que se disipa. Los demás, como si nada
hubiera ocurrido, regresan a sus lugares y vuelven a ocupar las mismas posiciones. Don Matías
recoge el retrato del General)
(Don Matías lo limpia con su camisa y trata de arreglar el marco. La Señora se sacude el polvo.
Camina entre los escombros y se dirige al mar)
SILVIA: Vamos a jugar...(Pausa) ¿No quieren echarse una partidita? ¿No me digan que ya se les
quitó el vicio?
(Todos permanecen en el mismo lugar. Don Matías arregla el retrato. El Ingeniero se prepara una
copa)
SILVIA: Por todos. Por Teresa, por el asunto, por el gobernador, porque todo salga bien, porque
volvamos a ser como antes.
SERGIO: Por Playa Azul. Por los buenos tiempos. Por la familia feliz.
(Don Matías toma el vaso y bebe. Se lo termina. El Ingeniero sirve más. Don Matías le regresa el
vaso a Silvia)
INGENIERO: (A Don Matías) Barre pronto esos escombros y llévatelos lejos. Apestan.
SILVIA: No son los escombros, papá. El mal olor llega del pantano.
MATIAS: El pantano se va a secar. Ya bajó el nivel del agua. Ya no hay lirios ni hojas mojadas, ni
leños podridos.
INGENIERO: Apesta. Te digo que apesta. ¿De dónde viene ese olor, entonces?
SILVIA: Debe ser algún zorrillo que pasó cerca o un perro muerto en la carretera.
MATIAS: Vayan a verlos. Están allá en los cuartos del otro lado que se cayeron con el temblor.
INGENIERO: Lo soñaste.
MATIAS: Son gringos. Gringos viejos y gringas viejas que vinieron a pasar vacaciones y los agarró el
temblor. No pudimos sacarlos. Dijo Teresa que los dejáramos ahí, que para qué querían tumbas, si
ya tenían los techos y las paredes del hotel.
SILVIA: ¿Quieres más? (Le extiende su vaso. Don Matías bebe) Vete a descansar.
MATIAS: Voy a ver si puedo arreglarlo. ¿O quiere que lo cuelgue así? (Sale)
INGENIERO: ¿En qué época? ¿Cuándo administraba su rancho de Aldama o cuando era su
acompañante en México o cuando construímos esta carretera o en la campaña electoral o cuando
era su chofer?
INGENIERO: ¿Sirvientas para su casa, secretarias para su oficina o votos femeninos en las
elecciones?
SILVIA: ¿Cuánto te pagaba por llevarle viejas al rancho de Aldama? ¿Dónde las conseguías? ¿Las
traías de fuera o eran del pueblo? ¿Les decían con quién iban a acostarse o era una sorpresa?
¿Iban por su voluntad?
INGENIERO: Pero era un héroe y cualquier mujer se siente orgullosa de acostarse con un héroe.
SILVIA: Yo no.
INGENIERO: El era diferente. Sin él no habría historia en este país. Era como de otro mundo.
Miraba fijamente y sabía lo que uno estaba pensando. Sabía decir las palabras exactas en cada
momento. No había problemas sin solución. Se sentaba a comer en el suelo con los indios en sus
jacales. Sabía poner a los bingos en su lugar cada vez que querían meterse con nosotros. Ricos y
pobres, de derecha y de izquierda, todos lo idolatraban. Eso es un héroe. Cuando murió, el país
entero lloró.
SILVIA: Yo recuerdo que la nana de la casa, cuando ustedes se fueron al funeral, dijo: “Al fin se
murió el viejo ese” “¿Cuál viejo?” le dije, “El cabrón comunista, ahora ha de estar achicharrándose
en el infierno por maldito, por ateo, por comecuras”
SILVIA: Me contaron que guardó luto mucho tiempo y que todos los días lloraba.
SERGIO: ¿Y tú, por qué? Ya te había vuelto la espalda desde mucho tiempo atrás.
INGENIERO: Lo hizo engañado. Me intrigaron con él y nunca pude aclararle la verdad. Cuando me
di cuenta ya era difícil recuperarme ante él. Yo fui quien tuvo la culpa. No tuve tino.
INGENIERO: Sí, fue una lástima. Estando bien con él, siempre me sentí seguro, aunque tuviera
problemas.
INGENIERO: Claro que sí. Siempre me ayudó en los momentos más difíciles. El intervino también
en tu asunto.
(Se escuchan sonidos agudos y lejanos que llegan con el viento y se alejan)
INGENIERO: En el mar se oyen sonidos raros, a veces. Estos deben ser leones marinos o focas en
celo.
SILVIA: (Se dirige rumbo a la alberca) ¡Qué extraño! Voy a ver. (Sale)
(Los sonidos aumentan y se perciben muy cerca. Ahora parecen graznidos de aves que luchan
entre sí y vuelan alrededor del hotel. El sonido es ensordecedor. Sergio y el Ingeniero giran sus
cuerpos y sus rostros tratando de localizarlo)
SERGIO: Allá están. En la arena. Junto al pirul. Pobrecitas...(Pausa. Sergio toma un trozo de madera
que dejó alvodado Don Matías y empieza a golpear los vidrios) ¡Desgraciados! ¡ya déjenlas...!
¡Suéltenlas...! (El Ingeniero se le acerca y lo detiene. Lo abraza fuertemente. Pausa) Pobres
mujeres...pobres...
INGENIERO: Ven. No pasa nada. Vamos a sentarnos aquí. Estás cansado. (Los dos se sientan. El
Ingeniero lo abraza con ternura. Sergio llora en silencio. Pausa larga)
INGENIRO: Lo pagué.
SERGIO: No es cierto.
INGENIERO: Yo que se. Esa gente está desquiciada. Está fuera de la ley. No les importa nada.
INGENIERO: Una fortuna. Tuve que sacar todo del banco y conseguir prestado con mis amistades.
Hasta el General me prestó.
SERGIO: Si hubieras pagado nos habrían soltado luego y no nos habrían llevado tan lejos. Era muy
lejos.
INGENIERO: Ya lo se.
SERGIO: Más allá del rancho del General. ¿Conoces las barrancas que están al otro lado del río?
INGENIERO.- No es que quiera culparlas, pero ellas se lo buscaron. Las mujeres decentes no se
suben al carro de unos jovenes borrachos y se van al monte con ellos. y menos de noche.
SERGIO.- Las engañamos. Estaban a la orilla de la carretera, cerca de las glorietas, esperando el
camión que va para las colonias y les ofrecimos un aventón. Al principio no querían, tenían
desconfianza, pero cuando vieron que era yo el que manejaba, se subieron. ¿Cómo no iban a
subirse con el hijo del ingeniero y sus amigos? ¿Tu nunca fuíste al mirador?
SERGIO.- Ya íbamos a llevarlas a sus casas cuando nos tocaron el vidrio del carro y nos obligaron a
salir .
SERGIO.- Creíamos que eran policias o trabajadores tuyos. Iban por mí, papá. Yo era el que les
interesaba.
INGENIERO.- Ojalá lo supiera. Así podría cuidarme a tiempo y no estaría en ésta situación.
SERGIO.- A nosotros nos amarraron en los pinzanes y a ellas en el pirul. ¿Sabes cuál pirul?
INGENIERO.- ya todo pasó. Si te sientes mal y has empezado a recordar otra vez eso, puedes volver
a la clínica para que te den otro tratamiento. O podemos conseguir un médico que venga a verte
acá.
SERGIO.- gritaban, lloraban, se quejaban, pero no como personas. Parecía que las estaban
matando. "Ayúdennos, por su mamacita santa", gritaban. Yo cerraba los ojos, pero las seguía
viendo con sus vestido rotos, con la cara ensangrentada, defendiéndose a mordidas. El tiempo se
hizo largo, muy largo, papá. Cuando acabaron con ellas, empezaron a golpearnos ya quitarnos la
ropa. ¿Por qué no les diste el dinero?
INGENIERO.- Te digo que se los di. Se los dejamos en el Mirador, tal como lo pidieron.
INGENIERO.- Esa gente está loca. ¿Me entiendes? Después de agarrar el dinero siguen haciendo
sus atrocidades. Son delincuentes. La policia me prometió que en donde los agarraran, ahí mismo
los iban a matar. También les pagué a los policías.
SERGIO.- Pero no pagaste el rescate, ¿Verdad? (Pausa) ¿has estado en los arenales que están junto
al arroyo? ¿Has visto los pinzanes y el pirul?
Los tres observan el ave, primero con repulsión y luego con lástima. Silvia se dirige con ella hacia
los cuartos de servicio. Regresa con una toalla en las manos, secándose. La coloca en el piso, se
sienta sobre ella y toma la baraja. Juega. Sergio y el Ingeniero beben. Llega la Señora de la Playa.
Trae el cabello y la ropa mojados, como si se hubiera metido al mar.
SILVIA.- Sécate con mi toalla. (Se le acerca y empieza a secarle el cabello. De pronto se sorprende)
¿Qué tienes en la oreja y en el cuello?
por el sol.
SILVIA.- No son quemaduras.
SENORA.- Deben ser ronchas, con tanto mosco que hay por aca.
SENORA.- Los uso porque me gustan. Con ellos me veo mas delgada
y jóven.
SEÑORA.- Siempre has sido muy exagerada. Nos vemos mañana. Que pasen buenas noches.
SILVIA.- Estás cubierta, mamá, completamente. ¿Por eso usas ese maquillaje y esas medias?
SEÑORA.- Es una simple avitaminosis. ¿Sabes? Cuando no tomo vitaminas a tiempo, me pongo así.
.
SEÑORA.- Yo sería la primera en preocuparme si fuera otra cosa. 5caría un médico en México o me
iría a Estados Unidos. iQue horror si yo tuviera una cosa como la que estás pensando! Cuando e
con tu padre por primera vez a Tierra Caliente, me llevó a conocer a los arperos ya las bailadoras.
Los músicos tocaban balonas y dos mujeres bailaban solas sobre las tarimas, agarrando ¡ enormes
faldas. Alrededor de ellas, varios hombres les daban vueltas subidos en los caballos y los hacían
bailar frente a ellas. A me pareció una costumbre chistosa. Hasta que tu padre me explicó que
ellos tenían la quiricua y que por eso bailaban de lejos y a caballo. Eso es un mal de Tierra Caliente.
y yo soy, afortunadamente, de una región muy fría. (Pausa) La quiricua. ¡Qué horror! Me voy a mi
cuarto a cambiarme. Tienes razón, puedo resfriarme.
SERGIO.~ Te acompaño.
Señora y Sergio suben las escaleras. Silvia se sirve una copa y 5irve al Ingeniero. El Ingeniero está
sentado. Silvia se sienta a sus pies y recarga su cabeza en sus piernas.
INGENIERO.- En Guadalajara.
INGENIERO.~ Creo que fue en un baile. Luego la invité otro día al le y ella aceptó, poniéndome
como condición que primero
fuéramos a misa. Yo acepté y después seguimos viéndonos. Como acostumbraba en esa época, yo
parado en la calle de su casa y 3 tras las rejas de su ventana. Hasta que conocí al general y me
'invitó a trabajar en la carretera de la costa que iba a pasar por aquí. Tuve que venirme y nos
casamos. Fue una boda muy apresurada.
SILVIA.- Todo eso no es cierto. Se dónde la conociste y por qué se vinieron para acá.
INGENIERO.- Fue como te conté. Si tú sabes otra cosa, es que sabes más que yo.
SILVIA.- Una noche, en una fiesta en México, me preguntaron si te conocía, cuando dije que era de
Tierra Caliente. Les dije que no y empezaron a hablar de ti. Contaron cómo conociste a mi mamá y
por qué te viniste a trabajar a Tierra Caliente. INGENIERO.- ¿y tú les creíste?
SILVIA.- Primero me dio mucho coraje. Creí que mentían. Después comprendí muchas cosas, y
luego me dio risa, mucha risa. La verdad es que no imagino a mi mamá. ¿Cómo le hiciste para
transformarla? Se te pasó la mano. Ahora es tan fina, tan educada, con aires de princesa .
SILVIA.- No la juzgo. Simplemente no me explico cómo pudo cambiar tanto. Quien la viera...
INGENIERO.- lo que te hayan contado, no es cierto. Tengo muchos enemigos. Inventan cosas para
desprestigiarme.
SILVIA.- Ya estoy grandecita, papá. ¿Para qué ocultar las cosas?
INGENIERO.- Yo no oculto nada. Mi vida ha sido limpia. No tengo nada de qué avergonzarme.
(Pausa. Silvia mira fijamente el techo, cerca de un rincón)
SILVIA.- Mira.
(El Ingeniero observa el sitio indicado. Del techo caen hilos de polvo y pequeños trozos de
escombro. )
INGENIERO.- Esas vigas están podridas. Hay que decirle a Matías que arregle eso.
SILVIA.- Sí. Hay que decirle. (Pausa) Me gustaría estar en un burdel, pero no de visita.
SILVIA.- Me gustarñia trabajar en él una noche o una semana. Quizá un mes. Debe ser interesante.
¿Cuántas gentes la visitan a una por noche Me gustaría conocer el burdel de Guadalajara. ¿Existe
todavía?
SILVIA.- ¿Tenía un foco rojo? ¿Dónde estaban los cuartos? ¿Quién regenteaba? ¿Era sucio? ¿había
música? ¿Cuánto cobraban? fuiste varias veces? ¿Cuánto pagaste por sacarla? Porque se paga,
verdad?
SILVIA.- ¿Jugar?
INGENIERO.- Son falsedades, calumnias o como quieras llamarle. ganas con inventar esas cosas?
SILVIA.- Ahora resulta que todo es producto de mi imaginación y de mis malos deseos.
INGENIERO.- Eso es. Nunca has querido a tu madre. Ella es una buena mujer .
SILVIA.- Una buena mujer. Los he visto desde niña. Se cómo eres tú y cómo es ella. No soy una
visita.
SILVIA.- Me contaron que mi mamá estaba enamorada del general. Tú se la vendiste a cambio de
favores. Que después ella se enamoró de él y por eso tú la odiaste.
INGENIERO.- Eso es una infamia. Una amistad tan limpia. El respetaba mucho a tu madre.
SILVIA.- ¿Ya ti?
MATIAS.- ¿De veras? ¿Se van a quedar aquí toda la noche? y mañana, cuando amanezca, ¿estarán
ahí sentados como ahora?
(Don Matías sale al estacionamiento. Pausa larga. Se escuchan ladridos de perros. La Señora y
Sergio bajan las escaleras. La Señora se ha cambiado el vestido.)
TERESA.- Estaba todo Michoacán, más la gente que vino de México, más los colados de aquí, más...
TERESA.- andaban todos los diputados y las Miss de Michoacán. Hasta el obispo andaba en el ajo.
Me tropecé con las Gálvez y ni me quisieron saludar. Me vieron como apestada.
TERESA.- La verdad es que era muy difícil acercarse al gobernador . Todo mundo quería hablar con
él. INGENIERO.- ¿le hablaste o no?
TERESA.- Pues sí, Ingeniero. Logré hablarle. Me reconocí luego: "Quihubo, Teresa, qué dice La
Loma". "Nada" le contesté; “Ahí me quedé solita, silbando como dice la canción". Soltó una
carcajada, me tomó del brazo y me dijo: "No se me ha olvidado Ia cena de mariscos que nos
preparó. Jamás en mi vida he visto ostiones tan grandes." ¿Todavía se acuerda?", le pregunté,
“Han pasado mil años". "Ni tantos", contestó. "Sólo una diputación, una senaduría y una
gubernatura", y soltó una carcajada. Entonces yo pensé, éste es el momento y le solté la sopa. "El
Ingeniero quiere verlo". "¿Cómo está?", me preguntó. "Ya se imaginará", le respondí. "Qué pena",
dijo, "Qué pena que yo no pueda hacer nada". Esto es un asunto federal, son órdenes de México y
a mí no me toca más que obedecer, usted sabe". Le di la carta y me dijo: 'La voy a leer con muchos
gusto, pero dígale que no le prometo nada. Sólo amistad, que tendrá a pesar de todo" y en eso
llegó el gentío y me lo arrebató.
TERESA.- ¿Qué te crees que yo iba como simple paloma mensajera, nomás a llevar la carta? Si
todos bebían, yo no iba a estar mirándolos, nomás. Tenía que disimular y quedarme ahí, a ver si
podía hacer algo. De repente, se desapareció con su gente, al mismo tiempo que la Miss. Se han
de haber ido a seguirla a otro lado.
INGENIERO.- Claro que sí. ¿No escuchaste? Me ratificó su amistad. Prometió leer la carta. Las
cosas van bien, ¿No crees,Silvia?
INGENIERO.- No sean así, tan derrotistas. Parece que soy yo el joven y ustedes los viejos. Hay que
seguir adelante. Todo va bien. ¿No se dan cuenta? Este el principio. Muy bien, Teresa. Muy bien.
No salió como esperábamos, pero tampoco es el acabóse. Hay esperanza. ¿No ven? Hay muchas
esperanzas.
TERESA.- Déjenme terminar de contarles. Me dijeron que la carretera va a pasar por en medio del
hotel. Que en estos días sale el decreto de expropiación. Que ya hay una órden de aprehensión
contra usted y que de un momento a otro le van a echar el guante, en cuanto llegue el exhorto.
Mucha gente me preguntó que dónde estaba escondido. A unos les dije que en México, a otros
que en Estados Unidos ya otros que fueran a chingar a su madre. ¿Estuve bien?
SEÑORA.- ¡Qué falta de respeto! Jugar con esas tosas. Tú la acostumbraste a tratarte así. Tú le
diste alas.
TERESA.- (Hace una cruz con los dedos y la besa) Por ésta. Que me caiga un rayo, si no. ¿Por qué
iba a inventarlo? SERGIO.- Por chingar. Por eso. Por echar la sal.
SILVIA.- Ya cállate.
INGENIERO,- Matías aseará los cuartos. (A la Señora) Tú te encargarás del restaurant y la cocina.
Teresa se hará cargo del mantenimiento y de atender las mesas y la alberca; Silvia llevará la
contabilidad, las compras y las relaciones públicas. Y Sergio será el administrador de esto. Yo le
enseñaré. Esto volverá a ser un hotel familiar, de los que había antes y de los que todavía hay en
Europa. Habrá una atención personal a los huéspedes, eso que se ha perdido en todos los hoteles.
Los primeros años serán difíciles, pero después veremos si contratamos más personal, indios de
por acá o mujeres de las rancherías, que nos ayuden en los trabajos más pesados. Después, si nos
va bien hasta podemos poner una cadena de . hoteles semejantes por toda la costa.
(Se hace un silencio denso. La madre aplaude frenéticamente. Luego sus aplausos se vuelven
pausados y lentos, hasta convertirse en patéticas palmadas. Vuelve el silencio. Pausa.)
SILVIA: No te burles.
SEÑORA: Claro que me doy cuenta. Pero yo no pienso quedarme a trabajar aquí, ni Sergio
tampoco.
SEÑORA: ¿Te has vuelto loco? Tú no puedes vivir aquí, te vas a morir con el clima y con los
animales. No pensarás convertirte en lanchero o mesero.
SEÑORA: Me parece muy bien que quieras trabajar y ganar el dinero que yo no puedo darte. Pero
no aquí. Vente conmigo a Morelia. Allá podemos poner un negocio. Puedes abrir una tienda de
estéreos y cosas electrónicas, por ejemplo, a ti te gustan los coches, ¿Qué te parece una tienda
accesorios de lujo?
SILVIA: Me da mucho gusto que seas optimista. Me da mucho gusto que no te sientas derrotado.
Yo vine aquí para invitarte a que te vayas a México a pasar una temporada conmigo. Te mantengo
la invitación para cuando quieras ir, pero no podría vivir aquí, ahora. La niña es muy pequeña.
SILVIA: Entiéndeme, papá. Acabo de dar el enganche de un condominio y tengo que pagar las
mensualidades. Mi hija acaba de entrar al Jardín de Niños y en la empresa me acaban de hacer
gerente de una sucursal. De veras, papá. No puedo.
TERESA: este es su hotel y usted sabe lo que hace con él. Pero no era así como habíamos quedado.
Usted me dijo que yo seguiría administrando esto.
TERESA: Usted no me dijo que de administradora iba a pasar a ser sirvienta. No me cambie el
juego, Ingeniero. También me dijo que Silvia ya estaba de acuerdo en venirse y ahora resulta que
no.
INGENIERO: Yo te dije que seguramente ella estaría de acuerdo, pero si no puede hacerlo o no
quiere, eso no cambia los planes.
SERGIO: ¿De modo que pensabas cobrar? Deberías haber pagado por haberlo llevado a la ruina. Si
el hotel decayó fue por tu mala administración, ¿O no, papá?
INGENIERO: Bueno, Teresa cometió algunos errores, pero eso ya quedó en el pasado.
TERESA: Usted no puede decir eso. Durante años todas las ganancias se las envié puntualmente.
Ustedes vivieron de este hotel y se lo comieron entre todos. Ahí dentro están los papeles.
SILVIA: Se te reconoce, solo que ahora se trata de una nueva organización. Tiene que haber
cambios.
TERESA: Cambios para fregarme. Eso se llama ingratitud y yo sería una pendeja si aceptara. Sí, eso
he sido. Una pendeja y nada más. ¿Qué he sido para ustedes? ¿Un familiar? No. ¿Una empleada?
Tampoco, porque no me pagan. ¿Arrimada? Menos, porque me he ganado la comida. ¿Una
turista? Ni se diga, porque nadie me ha atendido. ¿Qué soy? Una pendeja. Eso, nada más.
SEÑORA: Todavía no empiezan a trabajar y ya están como perros y gatos. Pero en fin, allá ustedes.
Pienso irme mañana temprano. ¿Vienes un momento, hijo?
SILVIA: No puedo.
INGENIERO: Jamás te negué nada. Siempre te complací tus caprichos. Haz hecho de tu vida lo que
has querido. Te dejé que te fueras a México, a Estados Unidos, que abandonaras tu carrera, que
vivieras con quien quisieras. Ahora solo te pido tu ayuda. Piénsalo, por favor.
(Salen. Pausa larga. Silvia se acerca a Teresa, pero ésta la rehuye. Teresa se sienta en la escalera.
Silvia se le acerca)
SILVIA: Mi departamento es muy chico y apenas cabemos la niña y yo. Allí podrías llegar, claro,
mientras te consigues una casa de huéspedes o rentas un departamento.
TERESA: ¿No quieres que viva contigo? Puedo ayudarte con la niña. ¡Qué mejor que la cuide su
madrina!
SILVIA: Necesitas vivir sola, Teresa, para que hagas tu vida y tengas tus propias amistades, como
las has tenido aquí.
TERESA: No conozco a nadie allá. Yo necesito la seguridad de una compañía. He vivido acá,
desterrada, más de quince años. Me sentiré muy sola en una ciudad tan grande.
TERESA: No me importan otras amistades. Quiero estar cerca de ti, vivir contigo.
SILVIA: Cállate.
(Pausa larga)
TERESA: Soy tonta. Si fuera inteligente, no les hubiera servido como perro todos estos años, sin
nada a cambio. ¿Qué tengo ahora?
SILVIA: No veas las cosas así. A todos nos ha ido mal. Es más, déjame pensarlo, ¿Sí? Luego te
escribo. A lo mejor después, cuando tenga una casa o un departamento más grande...
SILVIA: ¿A dónde vas? (La mira alejarse. Luego se sienta en la mecedora y se mueve suavemente)
ESCENA 4
Está amaneciendo. En la mesa del vestíbulo juegan cartas el Ingeniero, Sergio y Silvia. Juegan en
silencio. El ruído del mar aumenta. Se escuchan las olas que se estrellan en las rocas cercanas en la
playa. Don Matías llega corriendo de la playa.
MATIAS: Cando brincó a la lancha le grité que no tenía remos ni motor, pero no me oyó.
SERGIO: Ya volverá.
MATIAS: El mar está picado. Hay mucho viento y las olas están muy altas.
SERGIO: Tú.
INGENIERO: Ya cállate y lárgate. Vete a buscar madera y clavos y empieza a arreglar esto.
ESCENA 5
Media tarde. Silvia mira hacia la carretera. Sergio y el Ingeniero siguen jugando y bebiendo.
SILVIA: Están cortando los arboles del pantano y hay hombres tomando medidas en La Loma.
SERGIO: va a pasar por en medio de esta mesa. Yo quedaré del lado del mar y tú del lado del
pantano.
SERGIO: Las cápsulas son tabletas. Las tabletas se hacen polvo. El polvo se metió en un tubo. El
tubo tiene una salida. Tan pequeña como el ojo de una...(Ríe)
SILVIA: Sí.
SILVIA: No.
INGENIERO: Entonces son te metas en lo que no te importa (A Sergio) Te cambio la pistola por la
jeringa.
(Entra la Señora)
SERGIO: ¿No ves qué bien se la pasa uno aquí? El mar, las gaviotas, la brisa...Aquí puede uno
dormir tranquilo de día y de noche.
SERGIO: (Intenta seguirla. Camina con dificultad) Vas a ver que sí. (Vuelve a la mesa)
SILVIA: Ya me aburrí.
(Sale. Sergio y el Ingeniero se sientan uno frente al otro. El Ingeniero sirve licor en los vasos.)
INGENIERO: Salud, hijo.
SERGIO: Salud, papá. Por tu pronto regreso a la política. Ahí te necesitan (Beben. Sergio baraja las
cartas)
(Juegan)
ESCENA 6
Es media noche. Se ven dos grandes maletas en el piso. Aparece Don Matías con el retrato del
General y lo cuelga en un pilar. El retrato se ve destruído y queda mal colocado. Sale y entra con
varios trozos de madera y con una caja de herramientas; saca de esta un martillo y varios clavos.
Empieza a reparar la escalera de madera que conduce al restauran. Se escuchan los golpes secos
del martillo que golpea la madera. La Señora baja las escaleras.
MATIAS: No quiere salir de su cuarto. Vaya usted y dígale que me devuelva mi jeringa. Me la
compró Teresa.
(Don Matías sube las escaleras en busca del Ingeniero. Pausa larga. Entra Silvia del
estacionamiento se encuentra con Don Matías, que baja la escalera)
SILVIA: Despiértalo.
MATIAS: Ya le hablé. Y no se quiere mover. (Silvia sube las escaleras. Don Matías sigue con su
trabajo. Silvia baja con una expresión grave en el rostro)
MATIAS: ¿Ya se van? (La sigue) ¿Cuándo van a volver? (Silvia sale apresuradamente. Don Matías la
ve partir desde la escalinata) ¡Que les vaya bien!
Don Matías regresa a su labor y sigue reparando la escalera del restauran. Habla solo, pero no se
escucha lo que dice. Se escucha el ruido monótono y acompasado del martillo que golpea la
madera. Del exterior llegan los sonidos de aves marinas y de animales propios del trópico. El mar
se oye a lo lejos. Las olas se estrellan suavemente en la playa.
TELÓN