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Comentario Explicativo de “Prosa Aceitada”

En 1908, se presenta el texto argumentativo “Prosa Aceitada” del filósofo y escritor


español, Miguel de Unamuno. Donde el autor, plantea una crítica a la generación modernista,
más preocupada de la rima entre los versos que del contenido del manuscrito.

Unamuno, escribe su artículo en primera persona y con un lenguaje cotidiano, como si


estableciera una conversación casual con su lector. Inicia con el famoso relato del Padre
Mortara, cuyo hombre era admirado por su devoción e inclinación al estudio de diversos
idiomas para perfeccionarse. Miguel de Unamuno, tuvo la oportunidad de escucharle y señala
que aquella ocasión fue tan desagradable como escuchar a los nuevos prosistas. Comenta que
aquellas palabras, aunque traducidas al idioma del lugar de turno, no eran más que la ordinaria
homilía eclesiástica de siempre. El autor hace analogías para desvirtuar la nueva modalidad de
los escritores de olvidar lo esencial por lo gramaticalmente hermoso. Tal como lo deja claro en
la siguiente frase: “esto que llaman estilo los estilistas. Por regla general, da sueño.” En uno de
sus párrafos hace mención de un prosista anónimo, al que desdeña por ser un exponente de lo
que condena. Es entonces, cuando inmediatamente se relaciona con su rival Rubén Darío,
personaje que ha sido blanco de las malas críticas de Unamuno. También, como contraparte y
buen ejemplo, trae a colación a Platón, Benvenuto y Sarmiento como arquetipos de escritores
que dan “sensación de vida” al escribir como hablan.

No obstante, Unamuno expresa que la prosa hablada amerita un buen lector, y de esos se han
perdido bastantes. Repasa el tema de la educación, que muchas veces encasilla el
pensamiento y no admite novedades. Con una anécdota personal, de un conocido, el autor da
fe de su demanda de escasez de buenos lectores. De esta forma, el autor coloca una analogía
entre la música y un mal lector. A veces, si una canción no tiene éxito tan rápido como se
espera, seguramente sea porque irrumpe en lo desconocido, y por experiencia lo ajeno no es
de fiar. Así, sucede con la prosa, donde se ha determinado un sistema que no permite avanzar
más alla de la frontera.

Como quien incurre en su propio pecado, Miguel de Unamuno admite por momentos caer en
la tentación de cuidar el estilo de sus palabras. Aclara que es inevitable pues en la lengua
hablada o escrita, se cuela la literatura. Unamuno cita a Coleridge, poeta, crítico y filósofo, que
explica lo difícil que es conservar la personalidad, cuando estamos impregnados de verbosidad.
Sin ánimos de caer en malinterpretaciones, el autor recalca que su problema no es con la
poesía ni las rimas, es sólo en aquellas que emiten una música sin letra. Unamuno, fiel a la
analogía relacionada con la música, declara que el pianista virtuoso se lanza entre difíciles
partituras pero no hay mérito en lo difícil si caminas siguiendo las huellas de otros. El filósofo,
escribe que el problema va más allá de la estética, se trata de conocimiento refrito. De esto,
culpa a los profesionales, que se olvidaron de innovar y se acostumbraron a la fama sin
esfuerzo. Unamuno, concluye, en que lo que hace falta son bárbaros como Rosseau, que no
tengan miedo de adentrarse en lo desconocido, capaces de dar una nueva dirección al
horizonte.

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