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1, 2001
caballo que se encabrita para siempre hacia la región celeste. Sin embargo, la
representación corpórea de Bolõ´var en los últimos meses de su deterioro es un
signo irónicamente dinámico y vital, que en la novela reaparece de distintas
formas sorprendentes. Julio Ortega (1992: 168–9) subraya el contraste entre la
energõ´a que surge del cuerpo enfermo de Bolõ´var y la inmovilidad de la gura
estática en su pedestal: “Las biografõ´as, implica la novela, nos dan un Bolõ´var
glorioso pero pasado, con una vida condenad a al mármol y la iconografõ´a; en
cambio, este Bolõ´var muriente, cuyo cuerpo disminuõ´do [sic] y estragado vemos
consumirse, está más vivo en su misma muerte.” Vemos un trazo de esta
vitalidad en la reacción lacónica del general ante el episodio vergonzante en
Mompox, cuando el o cial le pide su pasaporte: “Sólo entonces vio al ánima
en pena que surgió de debajo del toldo, y vio su mano exhausta, pero cargada
de una autoridad inexorable, que ordenó a sus soldados bajar sus armas. Luego
dijo al o cial con una voz tenue: ‘Aunque usted no me crea, capitán, no tengo
pasaporte’ ” (Garcõ´a Márquez 1990: 110).
El cuerpo que se consume es también el signo que nivela la relación desigual
entre el Libertador quijotesco y la gura sanchopancesca de José Palacios, su
abnegado sirviente. La voz narrativa presenta las ebres y los sudores re-
pentinos, los ´õ ntimos malestares intestinale s y las crisis de tos, todo desde el
punto de vista ´õ ntimo de Palacios: “Cuando volvió a la alcoba encontró al
general a merced del delirio. Le oyó decir frases descosidas que cabõ´an en una
sola: ‘Nadie entendió nada’. El cuerpo ardõ´a en la hoguera de la calentura, y
soltaba unas ventosidades pedregosas” (Garcõ´a Márquez 1990: 18). Cuando
Bolõ´var se permite el lujo de devorar las guayabas, una tras otra, el diálogo entre
dueño y esclavo aparece en la voz del nosotros colectivo: “ ‘¡Nos vamos a
morir!’ le dijo. El general lo remedó de buen humor: ‘No más de lo que ya
estamos’ ” (Garcõ´a Márquez 1990: 118). La reciprocidad ´õ ntima entre el uno de
Bolõ´var y el otro del esclavo, cuyas “necesidades personales formaban parte de
las necesidades privadas del general”, culmina en el último diálogo entre ellos,
cuando Bolõ´var, moribundo, se ve obligad o a arreglar los asuntos nancieros de
su sirviente: “ ‘Es lo justo’, concluyó el general. José Palacios replicó de un tajo:
‘Lo justo es morirnos juntos’ ” (Garcõ´a Márquez 1990: 267). Es un recurso que
nos sorprend e como lectores porque nos da una visión más ´õ ntima de Bolõ´var,
convencionalmente lejano en su pedestal, pero que ahora ve su ser re ejado en
la otredad de su humilde sirviente.
A pesar de los detalles explõ´citos del cuerpo como presencia, el texto nos
plantea una incógnita: ¿cuál es la enfermedad de Bolõ´var? La voz colectiva del
pueblo, en el impersonal “se dijo”, añade otra capa al bricolage del mito: “Se
dijo que su mal era un tabardillo causado por los soles mercuriales del desierto.
Se dijo después que estaba agonizand o en Guayaquil, y más tarde en Quito, con
una ebre gástrica cuyo signo más alarmante era un desinterés en el mundo y
una calma absoluta del espõ´ritu” (Garcõ´a Márquez 1990: 24). Por una parte,
podemos suponer que estos discursos contradictorio s son el resultad o de los
esfuerzos de Bolõ´var, hombre escrupuloso en su aseo personal, por negar o pasar
por alto los signos degradantes de la tisis. Por otra parte, sin embargo, estos
mitos verbales son signi cantes inestables, que surgen del deseo popular de
buscar el signi cado, función del mito en general. La voz irónica del narrador
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SIMÓN BOLÍVAR EN EL GENERAL EN SU LABERINTO
nos hace cómplices, como lectores, en esta búsqueda, cuando se re ere repetida-
mente a los conocidos del Libertador, que lo han acogido con dignidad, pero que
luego se apresuran a quemar sus colchones y enterrar la vajilla usada para evitar
el contagio. El único indicio explõ´cito de que la enfermedad es la tuberculosis
nos lo proporciona la excitación de Bolõ´var al enterarse del asesinato de su
amigo el mariscal Sucre: “el general sufrió un vómito de sangre” (Garcõ´a
Márquez 1990: 192).
La presentación del cuerpo de Bolõ´var incluye diversos episodios en los cuales
el malestar es provocad o por acontecimientos inquietantes o humillantes.
Cuando Joaquõ´n Mosquera es elegido presidente de la República, el general
oculta la conmoción que siente hasta que “cayó fulminado por una crisis de tos”
(Garcõ´a Márquez 1990: 37). En cambio, cuando Mosquera renuncia a la
presidencia en favor de Urdaneta, el candidato apoyado por Bolõ´var, desaparecen
los sõ´ntomas de éste: “los dolores de cabeza y las ebres del atardecer rindieron
sus armas tan pronto como se recibió la noticia del golpe militar” (Garcõ´a
Márquez 1990: 204–5).
Sin embargo, Garcõ´a Márquez no cede a la tentación de buscar en los lazos
sicosomáticos el tópico fácil. Aunque desconcertantes, los ataques que sufre el
cuerpo a igido de Bolõ´var no se presentan siempre agravados por la coincidencia
con las crisis polõ´ticas y personales. Es el cuerpo con ebre, ardiendo “en la
hoguera de la calentura”, el que provoca la pérdida de la razón, y no viceversa:
“Era lo que él [Bolõ´var] llamaba ‘mis crisis de demencia’ […] y al dõ´a siguiente
se le veõ´a resurgir de sus cenizas con la razón intacta” (Garcõ´a Márquez 1990:
18). Y es el cuerpo maltrecho el que nalmente vence al ánimo recuperado de
Bolõ´var, cuando parece un “general en campaña” al salir de Cartagena rumbo a
Santa Marta para recobrar su salud y luego emprender la lucha contra el
separatismo: “se quejó de dolores en el bazo y en el hõ´gado, y José Palacios le
preparó una pócima del manual francés, pero los dolores se hicieron más
intensos y la ebre aumentó. Al amanecer estaba en tal estado de postración, que
lo llevaron sin sentido a la villa de Soledad” (Garcõ´a Márquez 1990: 214). La
complejidad del nuevo mito de Bolõ´var se debe en parte al juego cambiante y
ambiguo entre cuerpo y mente.
La aproximación candorosa, de un humor lacónico, a las debilidades del
cuerpo de Bolõ´var es otro toque que cuestiona la miti cación de la gura como
mártir por la causa y al mismo tiempo evita el patetismo. Las ´õ ntimas referencias
al cuerpo desin an el mito y a la vez le añaden otra capa, haciendo resaltar los
esfuerzos realizados y el daño sufrido por Bolõ´var en sus empresas militares:
“Tenõ´a las piernas cazcorvas de los jinetes viejos y el modo de andar de los que
duermen con las espuelas puestas, y se le habõ´a formado alrededor del sieso un
callo escabroso como una penca de barbero, que le mereció el apodo honorable
de Culo de Fierro […] Nadie desmintió nunca la leyenda de que dormõ´a
cabalgando” (Garcõ´a Márquez 1990: 51). El énfasis en el cuerpo estragado pero
siempre presente de Bolõ´var agrega otra capa de signi cación al mito tradicional
de un Bolõ´var trascendente. Los valores abstractos se concretan en este enfoque
somático, para sugerir el fervor continuo de Bolõ´var por un destino americano
que excede los lõ´mites de su cuerpo disminuido.
El segundo recurso de la nueva remiti cación consiste en presentar la novela
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JILL E. ALBADA JELGERSMA
Marõ´a Cristina Pons está de acuerdo con esta opinión: “estos efectos que señala
Menton, los cuales se apartan del canon de la novela histórica tradicional, están
ausentes en El general en su laberinto” (1994: 163). Sin embargo, Pons opta por
incluir la novela en la categorõ´a de la nueva novela histórica por su nueva
aproximación a la gura histórica de Bolõ´var (164).
Sin negar el valor del meticuloso estudio de Menton, es posible señalar una
contradicción entre las dos primeras caracterõ´sticas de lo que según él constituye
la nueva novela histórica. La primera caracterõ´stica admite la imposibilidad de
descubrir una verdad histórica, y esto convierte la segunda caracterõ´stica, la
distorsión intenciona l de esa verdad, en una especie de non sequitur. Menton
tiene razón al a rmar que Garcõ´a Márquez no recurre a los efectos del
anacronismo en la novela, pero las omisiones (o, mejor dicho, el recurso de la
elipsis) son patentes, como lo es la exageración lúdica. Respecto a la re-
miti cación de la gura de Bolõ´var, en una especie de epõ´logo a la novela
titulado “Gratitudes”, Garcõ´a Márquez con esa: “me fui hundiend o en las arenas
movedizas de una documentación torrencial, contradictoria y muchas veces
incierta” (1990: 272). Las contradicciones inevitables de las fuentes primarias y
secundarias de la historiografõ´a convencional, siempre subjetivas y ltradas por
la memoria, aumentan en el bricolage de las capas mõ´ticas que cubren la gura
histórica de Bolõ´var. La distorsión, sea intenciona l o no, resulta inevitable.
También es discutible que en El general en su laberinto no aparezcan otros
rasgos de la nueva novela histórica. Ya hemos notado lo carnavalesco en la
inversión de las jerarquõ´as en la relación entre Bolõ´var y su sirviente. También
advertimos notamos el toque de parodia quijotesca en las representaciones del
cuerpo débil de Bolõ´var, imbuidas de cierto humor negro. Esta parodia contrasta
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SIMÓN BOLÍVAR EN EL GENERAL EN SU LABERINTO
Referencias
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