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EL CONTRATO SOCIAL

Un contrato es un pacto que puede establecerse por escrito u


oralmente. Social, por su parte, es aquello vinculado a la sociedad:
una comunidad de individuos con intereses en común.

La idea de contrato social se utiliza en el ámbito del derecho,


la sociología y las ciencias políticas para referirse al acuerdo que
tiene lugar en el seno de un grupo de individuos. El concepto supone
que la totalidad de los miembros está a favor de lo convenido,
aceptando someterse a las normas comunes y reconociendo la
existencia de una autoridad que regula el orden.

Esta teoría del contrato social es utilizada para explicar el origen


del Estado. Los seres humanos, con la intención de convivir en
sociedad, establecen de manera implícita un contrato social que les
brinda determinados derechos, pero que a cambio les exige dejar de
lado la libertad que tendrían si vivieran en un estado natural ya que
deben someterse a las leyes. Las cláusulas del contrato social, de este
modo, establecen los derechos y las obligaciones de los ciudadanos,
siendo el Estado la institución que las personas acuerdan crear para
garantizar el cumplimiento del pacto en cuestión.

Los hombres, en definitiva, delegan el uso de la fuerza en el Estado,


que tiene la potestad de ejercer legítimamente la violencia para que
el contrato social sea respetado. Es importante tener en cuenta que
los términos del contrato social no son naturales y, por lo tanto,
pueden ser modificados de acuerdo a la voluntad de los individuos.

Las características del contrato social pueden cambiar por varias


razones, y la más común de todas es la propia evolución de la vida
en sociedad, de las ideas acerca de la justicia y la libertad, que
generan un impacto imposible de resistir en la historia del ser
humano. Los hitos de nuestra existencia como especie marcan un
antes y un después que modifica para siempre este contrato tácito e
implícito, agregando, quitando o enmendando cláusulas para que
reflejen la imagen más reciente que tenemos de nosotros mismos.

Acerca de este tema ya debatían los filósofos griegos, y por eso


contamos con algunos documentos que nos pueden ayudar a
estudiarlo en profundidad. Por ejemplo, tenemos la obra de Platón
titulada La República, la cual reúne una serie de ideas que él
consideraba fundamentales para su filosofía. En pocas palabras, es
un diálogo entre Sócrates y diversas personas, entre las cuales se
encuentran algunos de sus discípulos y familiares.

Una de estas personas es Glaucón de Atenas, hermano del propio


Platón, quien también se volcó por la filosofía. Según él, la justicia es
un pacto que nace de seres racionales egoístas. Por otro lado, el
filósofo Epicuro de Samos reflexiona acerca de la política y asegura
que la ley natural no existe, y que el concepto de justicia nació
cuando el ser humano comenzó a tener consciencia del bien común.

Según Epicuro, nuestros antepasados vivían sumergidos en la


violencia y no tenían conocimiento del bien común, hasta que surgió
el contrato social: a partir de entonces, dejaron de hacerse daño
entre ellos y comenzaron a transitar un camino común, gracias a lo
cual nuestra especie ha podido y puede evolucionar. Su visión de la
realidad previa a este pacto ha sido debatida en muchas ocasiones.

Uno de los principales teóricos del contrato social es Jean-Jacques


Rousseau, quien de hecho escribió una obra conocida como “El
contrato social” en el siglo XVIII. Para Rousseau, el ser
humano acepta renunciar a su estado natural de forma voluntaria
para someterse a las normas de la sociedad, con el objetivo de
obtener los beneficios propios que surgen del intercambio social. Ese
consentimiento voluntario se concreta mediante el contrato social.

Si bien la búsqueda de Rouseaau era encontrar las condiciones de


existencia legítimas de toda sociedad, notamos que no habido
mucho cambio en dicha búsqueda, cambios de escenarios y de
fechas habrán pero la transparencia y legitimidad de las personas
que tienen poder sobre una sociedad no es un acto de presencia en
las sociedades de hoy en día, con lo que respecta a la función que
debe ejercer el pacto social junto a un cuerpo diplomático que se
centre en la voluntad general, para la tranquilidad de los ciudadanos
junto a los intereses que tienen en común.

El contexto histórico en el que gira El contrato Social se dirige a un


periodo conflictivo y revolucionario que sufrió Francia en la segunda
mitad del siglo XVIII, ya que se encontraba con una economía en
expansión, que tenia una estructura social conflictiva y un estado
monárquico en crisis, entonces como consecuencia Francia se
hallaba con gran necesidad de establecer un nuevo régimen político
y a su vez social.

Una de las problemáticas que son parte del contexto histórico en el


que esta basada la obra era la existencia de una oposición
generalizada contra las reglas económicas y sociales que favorecían
a los estamentos privilegiados, es por ello que Rousseau sugiere que
cada persona ponga en común su persona junto con todo su poder
bajo la suprema dirección de la voluntad general, recibiendo
también a cada miembro como parte indivisible del todo.

Según la ideología de Rousseau con respecto a los problemas que


sufren las sociedades, presenta el dilema de la libertad del hombre.
Para Rousseau el hombre nace en un estado de naturaleza libre, y
que en el momento en que nace la sociedad esta pasa a ser la
principal causa de la perdida de la libertad y del derecho natural que
se le es otorgado al hombre según las leyes de la madre naturaleza.
¿Se podrán preguntar porque la sociedad no nos hace libre?

Dice Rousseau que una sociedad no da libertad debido a la existencia


de la división del trabajo y de la propiedad privada, que provocan el
dominio del hombre por el hombre. Bien se puede comparar esta
situación con las narraciones del Génesis (la Biblia) donde Adán y Eva
son los dueños del paraíso con la libertad que les otorga Dios sobre
una naturaleza limpia de la que pueden disfrutar libre y
cómodamente sin ningún obstáculo ni problema alguno ya que no
hay presencia de pecado.

Pero en el momento en que Adán y Eva comen del árbol prohibido


es donde surge el pecado, donde aquella libertad de la que se
regocijaban se pierde y se convierten en esclavos de ellos mismos.
Ya que para poder tener acceso a las comodidades de la naturaleza
tendrían que trabajar fuertemente y luchar contra todo el pecado
que hay en la tierra.

Sin embargo Dios por todo el amor que siente por el hombre siempre
intercede por el y le crea una libertad de elección entre el bien y el
mal. Es mas, el amor de Dios es tan grande que envió a Jesús para
salvar al hombre del pecado. Todo esto es a cambio de que el
hombre aprenda a convivir en paz, en otros términos el estar libre
de pecado le ayuda a su propia conservación.

Volviendo a nuestro tema se puede decir que si nos encontramos


indudablemente como componentes de una sociedad no solo le
tenemos que ver el lado oscuro sino tratar de encontrar una solución
a tal caso, que mediante la filosofía se puede encontrar una solución,
si bien en la Biblia podrían ser términos metafísicos en la realidad se
hallan términos razonables, e ahí donde Rousseau dice que una
opción o mejor dicho la única opción que tiene el hombre para ser
feliz a pesar de ser arrancado del estado de naturaleza, es que este
se disuelva por completo con amor y pasión en el ser comunitario
claro poniendo su libertad individual al servicio del todo al que
pertenece.

De estas ideas en donde Rousseau crea el concepto de Contrato


Social, que lo define como una guía, como el perfecto instructor del
buen actuar ante la sociedad y el pueblo, la manera de conocer
nuestros deberes, derechos y obligaciones y que, sobre todo, la
mayoría debe estar de acuerdo para llegar a soluciones en común.

Al realizar el contrato social trae como consecuencia al hombre la


pérdida de la libertad natural y del derecho ilimitado a todo lo que
intenta y que pueda alcanzar; pero no solamente se dan pérdidas
sino también ganancias, como es la libertad civil y la propiedad de
todo lo que posee. Rousseau al decir libertad civil se refiere a aquella
libertad que se encontrara limitada por la voluntad general.

La voluntad general representa una acción única respecto a una


comunidad, por ello se dice que la comunidad tiene un bien colectivo
que no es lo mismo que los intereses privados de sus integrantes. En
cierto sentido, vive su propia vida, realiza su propio destino y sufre
su propia suerte. Para Rousseau es en la comunidad donde los
hombres obtienen la libertad civil, que es un derecho moral y no
meramente la libertad natural.

Para entrar más a fondo de la función que ejerce el pacto social sobre
una determinada comunidad, me dirigiré hacer mención de aquellos
elementos que debe poseer el pacto social según Rousseau.

La igualdad es un elemento visible en el seno del contrato social, los


participantes en el contrato deberán conferir todos sus derechos
para evitar así disputas entre los intereses individuales y los de la
comunidad .y para que pueda haber esta igualdad entre los
habitantes de una comunidad se crea un cuerpo político.

De un modo general, el cuerpo político propiamente dicho puede ser


considerado bajo tres aspectos, por lo que se refiere al tipo ideal que
describe el contrato social según Rousseau, no podrían separarse: el
es el soberano y ellos son sus ciudadanos.

Si hablamos mas del cuerpo político, vale la pena mencionar, que


conforma el nombre pasivo de Estado, cuando es pasivo y soberano,
y cuando este se torna activo se refleja en poder, ahora si queremos
compararlo con sus componentes, al estar agrupados
colectivamente se le conoce como pueblo, en particular por cada
miembro se compone de ciudadanos quienes participarían de la
autoridad soberana, esto cambia si se le busca otro enfoque cuando
el Estado les somete a sus leyes, entonces ellos son súbditos. Hay
que tener muy en cuenta estos elementos esenciales para que este
contrato no pierda su objetivo que es la libertad y la voluntad
general.

Como parte esencial del contrato se encuentra el concepto


de soberanía, soberano se entenderá por voluntad general, la cual
es intransferible (no se delega, el gobierno no es sino un ejecutor de
la ley que procede de la voluntad general, y puede ser siempre
substituido), es indivisible (no hay división de poderes).

Rousseau establece de este modo, la soberanía popular y la libertad


individual. Porque, al hacer contrato con la comunidad, cada
individuo está realizando también un contrato con sí mismo, en
tanto que al obedecer a la "voluntad general", está siguiendo su
propia voluntad.

Al estar hablando de soberanía también entran otros conceptos


políticos que se observan en la obra como es la representación. ¿Qué
se entiende por representación?

Bueno este termino es utilizado en el contrato social cuando


Rousseau aboga por una democracia activa, donde el ciudadano
elige a su gobierno y permanentemente se reúne a vigilar la marcha
de la cosa pública, opuesta a aquella democracia representativa,
donde el ciudadano elige y se retira a la esfera privada, para dejar
actuar al gobierno. Esta es la esencia donde encontramos lo más
perdurable del criterio que tiene Rousseau de democracia.

Talvez muchas personas se preguntan que inspiro a Rousseau a


escribir la obra, pero creo que la respuesta es algo evidente, ya que
en el siglo en que vivió Rousseau era una etapa de constante cambio
sobre todo en la manera de pensar del hombre, y el era un hombre
que luchaba en contra de una actitud, en contra de una manera de
vivir y en contra de una visión de la vida y del hombre que
consideraba como una maldición que había en su tiempo.

Además de ello Rousseau, según su biografía a los 38 años ya sabía


lo que sería su vocación por el resto de la vida, que más que una
vocación la sintió él como una especie de destino que era la eterna
lucha contra el sistema de cosas imperante en la sociedad de su
época.

El Contrato Social además de haber sido la gran fuente de inspiración


tanto de la Revolución francesa, como de la comuna de París y de los
movimientos comunistas del siglo XIX, también este pensamiento
político escrito por Rousseau ha tenido grandes repercusiones sobre
la teoría político-social. Repercusiones que de inmediato se hicieron
sentir y otras que sólo con el paso del tiempo se fueron
manifestando.

Debe quedar claro también que durante los siglos XIX y XX,
dondequiera que hubiera necesidad de enaltecer la solidaridad
social y la vida colectiva, allí aparecía el pensamiento de Rousseau
bajo uno u otro disfraz.

Para concluir con el análisis de la obra escrita por Rousseau, a


opinión personal el pensamiento de Rousseau expuesto al mundo a
través de sus libros te muestra un ideal de igualdad entre los
hombres, de profunda solidaridad con compromiso mutuo, de
conductas resultantes, no de morales o normas exteriores y
convencionales, sino del más puro ser del hombre, que sólo podrá
abreviarse cuando surja, de dentro de nosotros, el hombre natural.
Y por supuesto el contrato social es una eminencia de libro ya que
en su contenido no solo se recalcan los principios de igualdad y
fraternidad proclamados en la Revolución Francesa, sino también la
importancia de la soberanía popular, representada a través de los 3
poderes de gobierno: legislativo, ejecutivo, y judicial.

Entonces en resumen el contrato social propuesto por Rousseau, es


un contrato invisible que el hombre debe firmar para poder vivir en
sociedad, sacrificando sus libertades y respetando la de las demás
personas.

Con los alumnos de la materia “Public Choice” consideramos nada


menos que la teoría que justifica la existencia del estado como
resultado de un Contrato Social, teoría por todos conocida y,
además, fundamento básico de autores centrales en esta escuela,
como James Buchanan. Vemos para ello el artículo de Anthony de
Jasay, “La antinomia del contractualismo”, donde analiza las nuevas
justificaciones de esta teoría, basadas ahora en Teoría de los Juegos
o de la decisión. Buchanan respetaba mucho a de Jasay, pero éste no
ahorra críticas con la teoría. Algunos párrafos y conclusiones:

“¿Puede ser razonable querer que exista el estado? ¿O querer que


no exista? Cada generación se ha preguntado, de manera siempre
renovada y a menudo con cierto apasionamiento, por qué las
sociedades necesitan el estado y, si lo necesitan, qué tipo de estado
se ajusta a sus requerimientos. Tal vez es extraño que haya sido así,
si se considera que las sociedades y los estados viven en gran manera
como hermanos siameses, o por lo menos así los percibimos. Al
respecto, es revelador el modo como usamos las dos palabras: una
sociedad no podría ser plenamente madura y completa, ni merecería
el nombre de sociedad, si no tuviera un estado propio.
Probablemente es válido inferir que si, pese a todo, seguimos
cuestionando la necesidad de la relación entre ambos y buscando
justificaciones para ella, esto se debe a la incomodidad que sentimos
ante dos de sus atributos que parecen ser antagónicos. Uno de ellos
es el hecho de que nos obliga, a veces con mucha severidad, a hacer
aquello que no haríamos por nuestra propia voluntad y a
abstenernos de lo que sí haríamos gustosamente. Y no lo hace hasta
un límite moral netamente demarcado, sino que no toma en cuenta
la mayoría de nuestras posibles elecciones. Sobre todo, se queda con
la mayor parte de los recursos que el individuo posee por haberlos
ganado y los usa para fines que no son los que éste habría escogido
por sí mismo; y lo hace así porque de otro modo la comunidad no
estaría dispuesta a gastar su dinero de esa manera. El otro es que
todo esto parece ser, aunque no sea demasiado claro el porqué,
legítimo: el estado gravita sobre nosotros con nuestro
consentimiento y no deberíamos desear, razonablemente, que fuese
de otro modo.

Una y otra vez, las sucesivas versiones del contrato social han tratado
de conciliar los términos de esta oposición, cuya aceptación en el
caso del individuo equivale a una actitud masoquista y en lo que
respecta a la coexistencia dentro del grupo es un dilema. Con todo,
la incomodidad persiste y se renuevan permanentemente las
explicaciones y justificaciones acerca del estado en formas cada vez
más sofisticadas y elegantes; últimamente, la teoría del juego y de la
decisión ha arrojado cierta luz sobre el tema.”

LA LEGITIMACIÓN PRAGMÁTICA DE LA PAZ PERPETUA EN


ROUSSEAU

En su Projet de paix perpétuelle Rousseau se da a la tarea de


presentar las ideas del abad de Saint-Pierre, toda vez que considera
de gran valía el ideal de paz perpetua que este último delineó en su
célebre libro intitulado Projet pour rendre la paix perpétuelle en
Europe. Sin embargo, Rousseau no se limita a exponer las ideas de
su antecesor. Existen muchos puntos en los que no está de acuerdo
con él, y no tiene reparo alguno en mostrar su divergencia respecto
a los mismos. Por ende, el texto de Rousseau no debe considerarse
como una repetición o un mero resumen del proyecto del abad de
Saint-Pierre, a pesar de que Rousseau mismo describe en la
introducción de su escrito su labor de una forma más modesta. En el
texto de Rousseau encontramos más bien un enfoque nuevo que
ciertamente se basa en elementos anteriores, pero que identifica los
puntos débiles de los mismos y los corrige, y que asimismo le permite
presentar nuevos desarrollos sobre esta temática.

Rousseau se propone demostrar a sus lectores que la idea de una paz


perpetua no es un pensamiento quimérico. El filósofo ginebrino
señala que esta paz no puede lograrse sin una confederación que
una a todos los países europeos y que solucione todos los eventuales
conflictos entre sus integrantes a través de procedimientos jurídicos
justos. A este respecto, sin embargo, surge una pregunta clave: ¿Qué
motivaría a los países a incorporarse a tal confederación
(gouvernement confédérative)? Rousseau encuentra una primera
respuesta en la historia de Europa. Las raíces comunes que la mayor
parte de los países europeos tienen en el Imperio Romano son la
base a partir de la cual éstos pudieron desarrollarse. De acuerdo con
Rousseau, a pesar del ocaso del Imperio Romano persiste entre sus
antiguos miembros un sentimiento de solidaridad. Sus instituciones
jurídicas y sus leyes tienen su origen en la cultura romana y en su
herencia intelectual. Esto abre un importante espacio para el
entendimiento mutuo. Asimismo, Rousseau considera al
cristianismo como un factor importante de cohesión que contribuyó
a introducir valores morales comunes en Europa. En este sentido
afirma que "uno no puede negar que es sobre todo el cristianismo al
que [Europa] debe todavía hoy la especie de sociedad que se ha
perpetuado entre sus miembros

No cabe duda de que la propuesta del abad de Saint-Pierre implicaba


un proyecto cuyo carácter era todavía fuertemente religioso. Podría
suponerse a la luz de la cita anterior que Rousseau quería
simplemente permanecer dentro del programa original de su
antecesor. Sin embargo, una lectura más precisa muestra que
Rousseau en el fondo no le da tanta importancia a esos factores, y
que únicamente los menciona con el fin de hacer más verosímiles los
siguientes planteamientos que habrá de desarrollar. En los
siguientes pasos de su argumentación, la religión no juega en forma
alguna un papel de cara a la fundamentación y la conservación de la
paz perpetua. Nos parece, pues, que aquí puede observarse uno de
los primeros pasos pragmáticos de Rousseau, pues resulta claro que
sólo apela a la religión cristiana para hacer convincente la tesis de
que, por razones históricas y culturales, tendría sentido establecer
en Europa un orden político universal y duradero.7 Rousseau no
insiste de ninguna manera en que la religión sea un factor
determinante para la cohesión del orden político que habrá de
bosquejar más adelante.

Los siguientes argumentos de Rousseau van en la misma dirección.


El filósofo ginebrino enlista todas las causas que normalmente
provocan la enemistad entre los pueblos. Los factores principales
que causan esta funesta situación son: controversias, robos,
usurpaciones, insurrecciones, guerras y asesinatos. Ya en el Contrat
Socialhabía sostenido la siguiente tesis en relación a la guerra:

La guerra no es una relación de hombre a hombre, sino de Estado a


Estado, en la cual los individuos son enemigos accidentalmente, no
como hombres ni como ciudadanos, sino como soldados; no como
miembros de la patria, sino como sus defensores. Por último, un
Estado no puede tener por enemigo sino a otro Estado, y no a
hombres; pues no pueden fijarse verdaderas relaciones entre cosas
de diversa naturaleza.

A todas luces, esto parece ser un argumento dirigido contra la


posición de Hobbes. Rousseau piensa que la propiedad —un
concepto que sólo es comprensible dentro de la sociedad política—
y las relaciones derivadas de la propiedad son las verdaderas causas
de los conflictos bélicos entre los seres humanos. En una etapa
previa a la de la conformación de los cuerpos políticos es imposible
hablar de un estado de guerra, pues antes de entrar en sociedad los
hombres son independientes unos de otros, y las relaciones que
surgen en este contexto no pueden ser lo suficientemente duraderas
como para motivar una guerra de modo continuo, cosa que
precisamente Hobbes había afirmado. Podríamos estar tentados a
pensar que Rousseau quiere suprimir con este planteamiento la
propiedad privada, pero lo que en realidad se propone es otra cosa.
Lo único que pretende es distinguir el concepto de guerra de los
esfuerzos ambiciosos de los individuos que todavía están inmersos
en el estado de naturaleza. Las guerras requieren de una
determinada organización y recursos que guardan una estrecha
relación con una colectividad política y los recursos de la misma. En
sentido estricto, una guerra sólo puede ser desatada por los
gobernantes de un Estado. Y esta es en realidad la razón por la cual
la guerra nos parece algo irracional e inmoral. En principio, la tarea
de los gobernantes consiste en proteger los derechos de los
ciudadanos; pero lo que vemos en la realidad son casos frecuentes
en que los ciudadanos son utilizados a discreción por los políticos en
vistas de sus intereses privados. De esta forma, ya no son tratados
como ciudadanos —cosa que, en realidad, motivó en un principio la
fundación del Estado, ya que uno se convierte en ciudadano para
adquirir ciertos derechos— y se les considera como meros
instrumentos de guerra.

Por desgracia, sostiene Rousseau, observamos que lo que prevalece


entre los europeos es una hostilidad constante. Pese al hecho de que
en teoría valoramos a la humanidad, vemos que nuestra conducta
está muy lejos de mostrar en la práctica respeto ante nuestros
congéneres. Si bien reconocemos la importancia de los principios de
la moral, no nos conducimos en conformidad con los mismos. Ha
habido intentos de cambiar esta situación, pero éstos
lamentablemente no han tenido éxito. En este contexto, Rousseau
articula una idea en la que se prefigura un motivo kantiano:
"Convenimos entonces que el estado de las relaciones entre los
poderes europeos es propiamente un estado de guerra, y que todos
los tratados parciales entre algunos de estos poderes son más bien
treguas pasajeras que paces verdaderas; [...]" (Rousseau, 2012a: 28).
Por ello, es menester crear una confederación de naciones que
realmente evite que se desaten las guerras. Pero ello no sucederá
por simple casualidad. Rousseau afirma que "el estado de violencia
jamás cambiaría únicamente por la naturaleza del asunto y sin
apoyarse en el arte político". El filósofo ginebrino subraya la
necesidad de superar tal situación intolerable, y muestra confianza
en que la ciencia política como herramienta pueda contribuir a
alcanzar este objetivo. No obstante, nos advierte que tal ideal no se
alcanzara mediante los métodos convencionales que se han
discutido y empleado hasta ahora.

Es precisamente en este contexto donde puede observarse el


acercamiento característico de Rousseau a esta problemática. Sin
desarrollar planteamientos morales a fin de hacer plausible la tesis
de que el comportamiento de los príncipes europeos debe ser de
otra naturaleza, Rousseau presenta argumentos de índole
estratégica y técnica, los cuales destacan el hecho de "que ningún
potentado en Europa es lo suficientemente superior a los otros para
convertirse jamás en el soberano" (Rousseau, 2012a: 33). Con varias
observaciones semejantes, Rousseau quiere hacer ver que sería un
gran error de los gobernantes luchar en pos del dominio sobre toda
Europa, pues aunque estos gobernantes se impusieran a las demás
naciones —lo cual constituiría de por sí una tarea casi imposible—,
sería de igual forma muy poco probable que pudieran mantener su
poder permanentemente sin agotar eventualmente los propios
recursos, lo cual sería motivo para los demás países de atacar el
poder dominante. Los príncipes que insisten en este objetivo
imposible "demuestran con ello más ambición que genio". A
continuación, Rousseau aduce otros argumentos para demostrar
que una alianza de dos o tres países tampoco bastaría para poder
ejercer el dominio sobre todos los demás países europeos. En vista
de este peligro, todas las otras naciones se unirían contra tal alianza.
E incluso su éxito sería causa de mayores conflictos:

Las intenciones de unos y otros son tan contrarias, y prevalece entre


ellos tal animadversión como para que siquiera pudiesen bosquejar
plan semejante. A ello se añade lo siguiente: Si llegasen a bosquejar
este plan y con éxito superasen los conquistadores aliados su mutua
discordia [...], no sería posible dividir las ventajas de tal forma que
todos quedasen conformes con sus partes; por ende, los menos
favorecidos se opondrían a las ventajas de dominio de los otros, y no
tardarían en separarse estos aliados.

Hay dos aspectos de su razonamiento que merecen especial


atención. Por un lado, el tono general de su discurso despierta la
impresión de que Rousseau se dirige directamente a los
gobernantes, tratando de aconsejarlos en su ejercicio político. Sus
destinatarios son principalmente los hombres de poder y Rousseau
busca ocupar, por así decirlo, el lugar del consejero político,
desalentándolos a que se entreguen a sus más ambiciosos proyectos.
Así, presenta sus credenciales como un experto en asuntos políticos
y económicos: al mostrar que la guerra contradice directamente a
los intereses más fuertes de los monarcas, Rousseau los desalienta a
utilizar la guerra como un medio para alcanzar la prosperidad. O
dicho con sus propias palabras: "Como los más poderosos no tienen
ninguna razón de jugar ni los más débiles ninguna esperanza de
beneficio, es bueno para todos que renuncien a lo que desean para
asegurar lo que poseen. Por otro lado, llama la atención que
Rousseau no apoye estos planteamientos con argumentos morales.
Sólo las razones pragmáticas tienen un peso en su exposición para
motivar a los poderosos a que transiten hacia una alianza pacífica.

A la luz de lo anterior, podríamos pensar que Rousseau no es en el


fondo más que un mero pragmatista que no busca proporcionar
ninguna pauta moral para sostener el ideal de la paz perpetua. Esto
sería, sin embargo, un juicio precipitado. Rousseau sí procura hacer
patente la importancia moral de dicha alianza. Esto se muestra, por
ejemplo en su opinión de que la paz posee un valor intrínseco que es
tan obvio y evidente que no requiere ninguna justificación adicional
para las personas de buen y sano entendimiento. Sin embargo, es
posible formular otra clase de crítica a su postura: Rousseau abre una
brecha entre el ideal moral de la paz perpetua y los motivos
pragmáticos para instaurarlo. En vistas de sus afirmaciones parece
que no habría motivo alguno para pensar que los integrantes de esa
alianza o confederación pacíficas vayan a aceptar la cooperación por
razones auténticamente morales.
De ello se derivan consecuencias problemáticas. Rousseau comete
un error parecido a aquel que le atribuye a Hobbes. De la misma
manera que éste hace suposiciones equivocadas sobre la maldad del
hombre en su estado natural Rousseau presupone sin mayor
justificación que los gobernantes en la sociedad burguesa están
condicionados a actuar sólo de conformidad con sus intereses,
soslayando con ello su libre albedrío o al menos limitándolo de modo
importante. El siguiente pasaje evidencia este supuesto
fundamental:

[...] porque se debe insistir en que no hemos considerado a los


hombres tal como deberían ser, buenos, generosos, desinteresados
y amantes del bien público por mera filantropía; sino tal como son,
injustos, ávidos y dando preferencia a su interés sobre todo lo
demás. Lo único que se puede suponer de ellos es que tengan el
entendimiento suficiente para apreciar lo que les es conveniente y
que tengan suficiente coraje para alcanzar su propia felicidad. Es
evidente que ésta es ya una concepción sesgada sobre la condición
de los hombres como actores morales, contraria a la que en otros
escritos suyos llega a presentar. Pero el problema fundamental que
de aquí se desprende de cara a la discusión sobre la paz es otro:
Rousseau excluye con esta y otras afirmaciones semejantes la
posibilidad de que los gobiernos puedan plantearse recíprocamente
exigencias normativas. ¿Cómo se podría criticar la actitud de
diversos gobiernos que por otras razones estratégicas prefieren no
participar en este proyecto de paz? Esto repercutirá en el ataque al
cosmopolitismo que Rousseau sostiene en numerosos lugares de su
obra, así como en su defensa al nacionalismo (cfr. Rousseau, 1959:
913, 943) y al patriotismo. Quienes han fijado su atención en esto de
modo muy puntual son Rosenblatt y Neidleman.

Rousseau parte del supuesto de que los poderes que quieren oprimir
o conquistar a otros países se esforzarán en todo momento por
extender sus dominios de poder. Sin embargo, también sería posible
creer que existieran poderes o gobiernos más "moderados" que
busquen conquistar, p.ej., no toda Europa sino solamente una cierta
parte de ella, a fin de beneficiarse de los recursos de una
determinada área vecina. Hay otras actitudes estratégicas posibles,
diferentes de aquella que Rousseau concibe. El hecho de que la
racionalidad estratégica pueda efectuarse de modos distintos abre
las puertas a diversos escenarios de colonización y explotación que,
con los criterios presentados por Rousseau, no podrían ser
criticables. En realidad, como hemos dicho, no habría punto de
partida posible para realizar una crítica semejante. El cálculo
estratégico de beneficio sería la única motivación que define las
intenciones tanto de los integrantes de la alianza como las de sus
enemigos. Sin otro tipo de normas que nos permitieran juzgar las
acciones de los actores políticos, no nos quedaría otra opción más
que reconocer que ellos, con base en su propio cálculo de beneficios,
persiguen simplemente otros objetivos que son incompatibles con
los nuestros. Tendríamos que aceptar como un hecho irresoluble la
heterogeneidad de la racionalidad estratégica y la
inconmensurabilidad de sus objetivos, incluso si ello diese pie a una
incesante hostilidad.

Esta carencia de normatividad se muestra también en las medidas


que según Rousseau deberían tomarse para conservar la alianza de
paz. Se revelan las limitaciones internas del proyecto rousseauniano
cuando éste analiza cómo debe darse la instauración del mismo
frente a los países no europeos. En un momento de su análisis, el
filósofo ginebrino llega a considerar la posibilidad de que otros
países, después del establecimiento de esta confederación de paz,
decidan atacar Europa. Hay a su juicio dos escenarios posibles. Por
un lado, los enemigos podrían temer que Europa entera conforme
una alianza bélica para resistir ese ataque. Por otro lado, Europa
podría contar con un cuerpo militar que estuviese siempre listo para
atacar a los enemigos. Los jóvenes tendrían la obligación de formarse
en dicho cuerpo militar y de dominar el arte de la guerra para
salvaguardar la paz continental. Rousseau no tiene ningún
resquemor en admitir que esta segunda posibilidad sería una medida
pertinente a poner en práctica. Por lo tanto, aboga por reclutar
tropas y crear una institución militar europea que salvaguarde la paz.

Hay, pues, un motivo evidente para salvaguardar el espíritu militar y


los talentos correspondientes a fin de educar a las tropas y
familiarizarlas con los escenarios de guerra; los ejércitos de la
confederación serían la escuela de Europa; uno iría a la frontera a
dominar este arte. De esta manera, en el seno de Europa se
disfrutaría de la paz, y podrían combinarse las ventajas de ambos
estados.

Rousseau no parece percatarse de los peligros que su sugerencia


implica. No parece advertir que este cuerpo militar constituiría
también un peligro para los países de Europa, pues los responsables
del mismo podrían decidirse en cualquier momento a emplear
perniciosamente sus tropas, desatando una guerra civil europea.
Además, podría alegarse que los jóvenes que hayan experimentado
este adiestramiento no se integrarían bien a la sociedad pacífica que
han abandonado por un tiempo considerable, poniendo en peligro la
existencia de la confederación misma. Pero con estas objeciones se
deja de lado lo más importante: el proyecto de Rousseau parece
apoyarse en la tesis de que la guerra tiene que librarse contra
enemigos externos para conservar la paz al interior de Europa, y
resulta evidente que el precio a pagar por la misma sería demasiado
alto. El supuesto de que sólo es razonable establecer contratos con
ciertos actores y promover relaciones de cooperación con los
mismos hace que todo el proyecto se haga moralmente dudoso
desde su formulación misma, pues inclusive si este se llevase a cabo
seguirá existiendo una posibilidad latente de ejercer el poder de
forma discrecional y de usar violencia contra otros seres humanos.

CONCLUCION

No se puede hablar del contrato social sin mencionar a Rousseau y


sus obras, las cuales nos dan una amplia y muy duradera lección
sobre como revería de ser formado un estado, y tras este se
desprenden varios factores que afectan de manera directa o
indirecta a la sociedad y a sus individuos como la desigualdad.

Las necesidades de progreso del hombre lo han obligado a formar


sociedades que han ido avanzando con el paso del tiempo, al
principio existió el hombre en estado natural, lo que le impedía
comprender la necesidad de establecer éstas sociedades, fue sólo
con el transcurso de los siglos que el hombre comenzó a establecer
nuevas condiciones de vida para su sociedad, para poder convivir, lo
que lo llevó a establecer condiciones mínimas de convivencia, las
cuales por sí solas no funcionaban. Por tal motivo nace el contrato
social.

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