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1. INTRODUCCIÓN.
1 1.1. DEMOCRACIAS OCCIDENTALES.
2 1.2. LAS NUEVAS DEMOCRACIAS.
3 1.3. LAS PECULIARIDADES DE ÁFRICA.
4 1.4. DE LA BIPOLARIDAD A LA UNIPOLARIDAD.
5 1.5. EL TERRORISMO INTERNACIONAL
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2. LOS CONFLICTOS ORIGINADOS POR LA DESMEMBRACIÓN DE
LA URSS.
3. LOS CONFLICTOS CON TRASFONDO RELIGIOSO: EL PESO DEL
ISLAM.
7 3.1. TENSIÓN EN CACHEMIRA Y EN PUNJAB
8 4.2. LA CRISIS ARGELINA.
9 4.4. LA GUERRA DEL GOLFO (1991).
4. LOS CONFLICTOS ÉTNICOS:
10 4.1. HUTUS–TUTSIS.
11 4.2. GUERRA EN SUDÁN.
5. LA CRISIS ÁRABE–ISRAELÍ.
6. EL PROBLEMA DE LOS NACIONALISMOS.
12 6.1. EL POLVORÍN DE LOS BALCANES.
7. BIBLIOGRAFÍA.
1– INTRODUCCIÓN.
Amnistía Internacional denuncia todos los años a aquellos Estados que no han respetado
los derechos humanos y allí aparecen casos referidos a dictaduras de partido único como la de
China, Cuba o Vietnam, repúblicas presidencialistas como Francia o Estados Unidos, las
nuevas repúblicas democráticas de Europa oriental (con una transición que en lo económico
ha sido tan brusca como se esperaba, pero en lo político no menos), Rusia (por su modelo
político autoritario), y regímenes diversos de países africanos, latinoamericanos o asiáticos:
escasísimos países escapan a la nómina de los así señalados.
Las democracia europeas presentan hoy dos formas ligeramente distintas: las monarquías
parlamentarias mantienen la figura del rey o reina como jefe simbólico del Estado, que
representa a estos países en los actos oficiales, y nominalmente suscribe las leyes de un país.
Por un compromiso adquirido históricamente con el pueblo, su papel es de plena neutralidad
política y legislativa (es el caso del Reino Unido, Holanda, Luxemburgo, Dinamarca, Suecia,
España); las repúblicas eligen un jefe del Estado, con poderes ejecutivos reales y directos
(limitados sólo por la concordancia y cohabitabilidad necesaria con el Parlamento), elegidos
democráticamente (Francia, Finlandia, Portugal, Grecia, Italia, Irlanda, Austria o Alemania).
En los 15 países de la U.E. se elige directamente a los miembros del Parlamento que pueden
componerse de una o dos cámaras (respectivamente, la Asamblea Nacional Francesa frente al
Senado y Congreso españoles o Cámara de los Lores y de los Comunes británicas)
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Otro modelo sería México. Una democracia casi monopartidista en la que sólo hay un
partido (PRI) que haya alcanzado el poder a lo largo de todo el siglo actual, solamente los
últimos presidentes han sido del partido conservador (PAN). Pero su estructura gubernativa
manifiesta los rasgos de autoritarismo y abusos del poder que han sido frecuentes en esta
"democracia autoritaria".
En Latinoamérica y algunos países asiáticos (Filipinas, Corea del Sur, Taiwán, Thailandia
o Birmania) Estados Unidos apoyó y colaboró con las dictaduras allí establecidas (como la de
Ferdinand Marcos en Filipinas hasta 1986) en el contexto de la guerra fría, pero en las dos
décadas finales del siglo XX impulsó la reformas democráticas que acabaron con las
diferentes dictaduras y dejó de apoyar a los gobiernos militares: así Brasil, Uruguay, Perú,
Bolivia, Guatemala y Honduras iniciaron sus procesos democráticos de carácter populista en
1985. En 1986 era derrocado el presidente Marcos de Filipinas y Jean–Claude Duvalier de
Haití. En 1987 el único país democrático de América Centra, Costa Rica, por medio de su
presidente Óscar Arias, logró que los dictadores de los restantes países centroamericanos
aprobaran y firmaron los llamados acuerdos de paz Esquipulas I, que iniciaban así el camino
para terminar con las respectivas guerras civiles, como paso previo a los procesos
democratizadores posteriores. Este mismo año, en que las débiles democracias sufren los
problemas de la deuda y la inflación galopante, en Chile la mayoría se pronuncia en contra de
la permanencia otros 7 años en el poder de Pinochet, continuando con su proceso democrático
iniciado en 1990.
El año 1989 supone, además de la caída del Muro de Berlín, la de las largas dictaduras de
Pinochet en Chile, Stroessen en Paraguay. 1990 supone la salida del poder en Nicaragua, por
las urnas, de los sandinistas encabezados por Daniel Ortega, a manos de Violeta Chamorro.
En 1994 se consolida la democracia en El Salvador y Haití.
Frente a los clanes y jefes tradicionales, los nuevos gobernantes pasaron del
pluripartidismo al partido único, apoyados por parte del ejército y de una elite enriquecida.
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Algunos regímenes, como el de L. Senghor en Senegal, Kaunda en Zambia o Nyerere en
Tanzania, han intentado lo que se denominó el socialismo africano, con una política más
basada en el respeto al ser humano; pero han resultado regímenes efímeros.
En la década de los 90, Estados Unidos ha impulsado en África cambios similares a los
producidos en Europa oriental, prometiendo ayuda a cambio de democratizar el país. En
Sudáfrica, por primera vez existió un presidente negro, Nelson Mandela, en un país
gobernado por la minoría blanca desde su independencia.
La consideración del terrorismo como un fenómeno global y, por tanto, una amenaza para
el “status quo” internacional ha venido de la mano de la organización islámica Al Qaeda. Sus
ataques a intereses occidentales, especialmente norteamericanos, se iniciaron ya en los años
noventa del pasado siglo y culminaron en los atentados de las Torres Gemelas de 2001, de
Madrid y de Londres, además de multitud de atentados en otros países islámicos.
Sus amenazas globales a Occidente –difundidas por unos medios muy eficaces- y la
utilización de métodos terroristas le han otorgado el papel de enemigo público del bloque
occidental. La diferencia con etapas anteriores es que este enemigo ya no es un estado ni tiene
una localización fácilmente identificable; es un enemigo casi invisible que está cambiando el
sentido tradicional de la guerra.
Por eso hoy nos cuesta tanto entender la dramática situación que vive Rusia; y a los
habitantes de este nuevo aprendiz de capitalista, les sorprende sobremanera los brutales
efectos sociales de la llegada de este hasta ahora anhelado "paraíso" de la sociedad de
consumo. Tal vez sea hora de efectuar un balance, siquiera tan provisional y prudente como lo
exige nuestra cercanía con los hechos.
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En el nivel tecnológico, el excesivo control de la investigación se traduce en que haya
campos en los que existan enormes lagunas: ordenadores personales, electrodomésticos o
superconductores. Porque el Estado soviético orientó sus prioridades antes a la defensa del
comunismo como sistema que a subvenir a las necesidades cotidianas de su población. No
hablamos sólo de armas, sino principalmente de ideología: era prioritario incrementar
siempre un poco más la cantidad de toneladas de acero, la industria pesada, no importa si es a
costa de que en los hospitales se sigan empleando jeringuillas no desechables con agujas diez
veces más gruesas que las de los países occidentales.
La impaciencia ante los cambios afecta a tres grupos. Si los comunistas ortodoxos ven
peligrar sus privilegios (aferrándose a esa tabla de salvación que es el control de la KGB
desde 1990), los demócratas radicales, con Yeltsin a la cabeza, creen que la reforma va
demasiado lenta, mientras a los nacionalistas de las tres repúblicas bálticas, Lituania, Letonia,
Estonia, poco les importa lo que suceda en el resto de la U.R.S.S. con tal de obtener su
independencia.
Gorbachov emprenderá las reformas sin apoyo suficiente dentro del partido, optando por
una transición a un ritmo lento. En 1991 convoca elecciones, un nuevo Tratado de la Unión
que acepta la independencia de las repúblicas bálticas. Los otros dos contendientes habrán de
jugar todavía sus bazas. Probablemente el mayor error de Gorbachov fue permitir que se
celebrasen elecciones en las repúblicas antes que en la URSS, porque ese factor otorgó a sus
rivales un aval democrático que él no poseía.
La tercera fuerza opositora, de la mano de Yeltsin –que había ganado las elecciones en
Rusia-, entrará en juego apostando nada más acceder al poder por una liberalización total de
la economía, ejecutada de forma demasiado brusca; frente a la esperada sociedad del
bienestar, Rusia asiste atónita a la creación de más de treinta millones de parados, una
inflación del 500% en 1991 (se liberalizan los precios antes de que haya suficientes productos
en las tiendas). Se argüirá que es el efecto de una falsa integración económica, de una
artificial protección del empleo no rentable por parte del anterior Estado soviético como parte
de su aparato propagandístico ("ningún trabajador sin empleo"). No sólo el coste social ha
sido demasiado oneroso, sino que hay elementos de juicio suficientes como para poder decir
que buena parte del futuro de Rusia se ha hipotecado por tan irresponsable transición,
realizada, por otro lado, con una política zarista, de amenazas a los parlamentarios,
concentración del poder político y empleo cotidiano de medidas "excepcionales". Lo que
parece fuera de toda duda es la creación de una nueva clase de oligarcas, muchos de ellos
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vinculados al antiguo aparato soviético y beneficiados por los procesos opacos de
privatizaciones, que se han constituido en la nueva clase dominante en Rusia.
Si el paso brusco a una economía de mercado ha conllevado la pobreza del 35% de los
habitantes, no es menos alarmante el paralelo resurgir del fundamentalismo islámico, el
creciente apoyo a los políticos antisistema como el imperialista Zhirinovski o el comunista
ortodoxo Rustkói, la tendencia centrífuga de muchas regiones rusas (¿será Rusia la "Turquía"
del XX, desgajándose impotentemente?) o el alarmante incremento del alcoholismo entre la
población (según algunas estadísticas más de diez millones de adictos): en definitiva,
productos de una peligrosa inercia en que la ruptura del espejismo capitalista ha postrado a
buena parte de la población.
La ruptura de la URSS desencadenó una serie de conflictos tanto en sus fronteras internas
como en las externas. En sus fronteras internas, los procesos más graves ocurrieron en las
repúblicas bálticas, que se desgajaron rápidamente del control soviético y lograron, con
relativa tranquilidad, su independencia sin el concurso de la violencia, y en la región
caucásica donde sí se entró en un largo proceso de conflictividad en una doble perspectiva:
De todos estos conflictos el más duradero y sangriento ha sido el de Chechenia, aún hoy
no totalmente cerrado. La razón última de estos conflictos es doble:
En la India, los sijs del Punjab y los musulmanes de Cachemira son los movimientos
nacionalistas más activos en un país que tiene más de mil lenguas, 15 de ellas
"constitucionales" y 125 de sus 1000 millones de habitantes de 2001 son musulmanes, en
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minoría frente a los hinduistas. El movimiento separatista Punjab fue el responsable del
asesinato de la primera ministra Indira Ghandi en 1984, y desde entonces el terrorismo y los
grupos guerrilleros no han dejado de actuar. El terrorismo sij nació tras el ataque del ejército
indio contra el Templo de Oro de Amristar, y su objetivo es crear una Estado llamado
Khalismán que sea confesional e independiente de la India.
Casi cinco años de guerra civil larvada entre un gobierno relativamente prooccidental y
un nutrido grupo islámico radical, han provocado ya cerca de 50.000 muertos, muchos no
reconocidos oficialmente. Como, oficialmente, tampoco hay guerra, sino "terrorismo". La
convocatoria de elecciones en 1991 parecía una solución al conflicto social de un país que se
debatía entre la democratización y la tradición, una vez superada su sangrienta guerra de
independencia. Sin embargo, el triunfo integrista no fue reconocido por la autoridades, que
aplicaron una ley muy restrictiva frente a la publicidad integrista, encarcelaron a varios de sus
líderes, y restringieron los movimientos de la población, imponiendo un larvado estado de
guerra permanente que no ha hecho sino azuzar el conflicto.
Preocupada la comunidad internacional (no sólo por motivos humanitarios: los intereses
económicos en la región son elevados, debido a la aportación de hidrocarburos del país a la
Unión Europea –básicamente gas natural–, que puede verse amenazada), entre finales de
1997 y principios de 1998 propuso una mediación internacional en el conflicto, aspecto al que
el gobierno argelino se niega en rotundo: pues, oficialmente, como decimos, en Argelia no
hay guerra, sino delincuencia.
Pero independientemente del problema argelino intrínseco, el caso del FIS ha planteado
ya un dilema sobre el propio concepto de democracia que parecía superado desde la victoria
electoral de Hitler: ¿qué hacer cuando, democráticamente, vence en las urnas un partido que
amenaza con acabar con la propia democracia?; ¿es "democrático" –como en el caso
argelino– prohibirlo?.
Bajo liderazgo y presión del Estados Unidos de George Bush, la condena fue unánime. El
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Consejo de Seguridad de la ONU, por una vez de acuerdo, acordó el ejemplo de la fuerza si
Irak no se retiraba de Kuwait antes del 15 de enero de 1991. Por primera y única vez Estados
Unidos y la URSS actuaban como aliados contra Irak y defensores de Kuwait. La ONU
procedió a un embargo comercial que aún perdura en parte, financiero y militar, decretando
un bloqueo naval en el Golfo, en el que también participaron navíos de la armada española, si
bien con presencia simbólica: el peso de las operaciones recae en Estados Unidos.
Sadam Hussein declaró que si Irak era invadido a su vez acataría Israel para defender al
pueblo palestino. Ambas agresiones se producen en enero de 1991 cuando misiles iraquíes
atacaron Israel y misiles de Estados Unidos a Irak. Israel, por petición expresa de Estados
Unidos, no respondió a los ataques para evitar la respuesta árabe. El 17 de enero de 1991, al
frente de otros 32 países, se inició por parte de Estados Unidos la Operación Tormenta del
Desierto, que tras 42 días supuso la derrota de Hussein, la devolución de territorios al emir de
Kuwait y la firma de la paz. Pero las consecuencias fueron heterogéneas: de Kuwait, bajo
acusación de colaborar con el dictador iraquí, son expulsados casi medio millón de
palestinos; Hussein procedió a perseguir al pueblo kurdo, provocando la emigración de 2
millones de personas a Turquía o Irán.
Estados Unidos vive una peculiar relación con Irak: sabe que necesita la existencia de un
país capaz de neutralizar por la fuerza el integrismo musulmán de la zona; incluso, sabe que
necesita un dictador; pero otro, pues Hussein se muestra capaz de desafiar las pretensiones
norteamericanas. Por otra parte, Kuwait continúa siendo el mismo país de antes de la invasión
iraquí: una vergonzosa dictadura en manos de unos jeques sin ningún tipo de escrúpulos, pese
a la petición de Estados Unidos de democratizar el país.
4.1. HUTUS–TUTSIS.
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En la zona de los Grandes Lagos coexistían a la fuerza desde la formación de los estados
nacionales coloniales dos tribus socialmente enfrentadas: los hutus, agricultores generalmente
marginados de los puestos de gobierno y predominio social, y los tutsis, que constituyen la
minoría dirigentes, una especie de nobleza, que controla la ganadería y los puestos del
ejército. Se encuentran dispersas en cuatro Estados: en la región de Kivu al este de Zaire, el
su de Uganda, Ruanda y Burundi. Los hutus y los tutsis han llegado a enfrentamientos cada
vez más duros y violentos: en 1963 los hutus de Ruanda mataron a 12.000 tutsis; en 1973 el
general hutu Habayarimana es llevado al poder, hasta que en 1994 es derribado el avión
donde viajaba junto al presidente de Burundi. La consecuencia de este doble asesinato fue
que entre los años 1993 y 1997 las muertes y persecuciones se han convertido en auténticas
masacres por ambos bandos y más de un millón de hutus y medio de tutsis han tenido que
emigrar de sus tierras en 1996. Francia y Zaire han apoyado tradicionalmente a los hutus,
mientras el ejército de Uganda ha apoyado a los tutsis de Ruanda y de Burundi, que reciben
ayuda indirecta también de Estados Unidos. El conflicto de Ruanda, una guerra civil que se
ha extendido a Zaire y ya es una auténtica guerra interna y externa en y entre los 4 países
citados, no ha podido ser parado por la ONU, cuya ayuda se limita a enviar alimentos y
medicinas a los enormes campos de refugiados, que no siempre llegan a su destino.
Se trata de otro enfrentamiento entre el norte árabe, rico, y el sur negro, pobre, que desea
separarse de Sudán. Un gobierno integrista islámico destruye desde 19889 sistemáticamente a
los pueblos de religión animista del sur de Sudán con todas sus armas: represión y restricción
de las libertades, tortura, terrorismo, encarcelamiento de los oponentes, bombardeos de la
población civil, etc. Es un gobierno intolerante frente a las reivindicaciones sociales del sur
pobre, pero también irrespetuoso desde el punto de vista de los derechos elementales, como la
elección de religión. Estados Unidos, a través de Uganda, ayuda a las guerrillas del sur de
Sudán, mientras el gobierno sudanés fomenta en Uganda rebeliones integristas contra el
gobierno. En la actualidad el conflicto se centra en la región de Darfour, donde se está
produciendo una verdadera masacre de la población civil.
5. LA CRISIS ÁRABE–ISRAELÍ.
El conflicto árabe–israelí es sin duda uno de los focos de tensión en la actualidad, en tanto
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constituye, además de un enfrentamiento entre dos colectivos humanos por un mismo
territorio, un reducto del colonialismo (la desigual lucha entre un colectivo desarrollado y
otro subdesarrollado), un conflicto internacional a gran escala (intereses árabes frente a Israel
y su principal –casi único– aliado, Estados Unidos) y un conflicto religioso.
Desde finales del siglo XIX el movimiento sionista (Sión es el nombre hebreo de
Jerusalén) postulaba un Estado para el pueblo judía, disperso en diversos países de Europa y
Estados Unidos (donde constituía un poderoso lobby de presión política). Animados por la
Declaración Balfour de 1917, en la que Gran Bretaña se comprometió a favorecer la creación
de un "hogar nacional judío en Palestina", creación a ritmo incesante el establecimiento de
judíos en este territorio, en el que vivían desde su conquista en el siglo VII los árabes.
Ben Gurión, presidente de la Conferencia Sionista, organizó una milicia judía o Haganah,
que, ayudada por grupos terroristas (Irgum), multiplicó los atentados contra los británicos y
contra los palestinos. El Reino Unido traspasó entonces la decisión sobre Palestina a la ONU,
que decidió en 1947 la partición del país en dos Estados, uno judío y otro árabe, y la
internacionalización de la ciudad de Jerusalén. Gran Bretaña anunció n su retirada y el
Consejo Nacional Judío proclamó la creación del Estado de Israel en 1948. Inmediatamente
los ejércitos árabes atacaron al nuevo estado, que, bien armado, sorprendió al mundo con una
fulgurante victoria militar, obteniendo más territorio del que la ONU le había asignado y
ocupando la parte occidental de Jerusalén.
La parte no ocupada por Israel (Cisjordania y Jerusalén Este) fue anexionada a Trasjordania
(actual Jordania) y Egipto se encargó de administrar la franja de Gaza. A partir de este
momento, el estado de guerra entre árabes e israelíes se hizo permanente y se agravó el
problema de los palestinos: por una parte, los que quedaron en territorio judío (unos 160.000)
constituyeron una minoría humillada; por otra parte, los que tuvieron que vivir bajo
administración jordana o egipcia (casi un millón) se negaron a integrase en estos Estados y
fueron concentrados en campos, bajo administración de la ONU.
En 1956 el presidente egipcio Nasser nacionalizó el canal de Suez, hasta entonces bajo
tutela anglo–francesa. Francia y Gran Bretaña reaccionaron violentamente, e Israel aprovechó
la ocasión para atacar a Egipto, aunque no logró consolidar nuevas conquistas territoriales
porque el presidente de los Estados Unidos, general Eisenhower, obligó a los israelíes a
retirarse a sus fronteras anteriores.
La tercera guerra tuvo lugar en 1967, y se conoce con el nombre de guerra de los seis
Días. El motivo inmediato fuer el cierre por Egipto a la marina israelí de los estrechos de
Tirán, que dan acceso al golfo de Akaba. En menos de una semana los israelíes derrotaron a
los árabes y ocuparon la península del Sinaí, toda Cisjordania, los Altos del Golán y la parte
orienta de Jerusalén. La ONU aprobó una resolución que prevé la evacuación de los
territorios así ocupados, pero Israel desoyó el dictamen.
La cuarta guerra árabe–israelí tuvo lugar en 1973: Guerra del Yom Kippur. Oriente Medio
vivía una guerra larvada. La muerte de Nasser en 1970, claramente alienado con la URSS,
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marcó un nuevo período, en el que su sucesor Anwar el Sadat buscó el acercamiento
negociado al conflicto árabe–judío. Pero el terrorismo palestino y la represión israelí
bloquean toda negociación. Para salir del punto muerto, Sadat ordenó un ataque por sorpresa
el 6 de octubre, fiesta judía del Yom Kippur o Expiación, obteniendo lento grandes ventajas
territoriales. Pero los israelíes, con ayuda de Estados Unidos, no sólo recuperan el terreno
perdido, sino alcanzan la margen occidental del canal de Suez. A raíz de esta guerra, primero
Kissinger y luego Carter presionaron sobre Egipto logrando que Sadat firmara con Israel los
Acuerdos de Camp David (1978), que prevén la restitución del Sinaí a Egipto y la creación
por etapas de una entidad política palestina.
Ya en 1964 se había creado en Jerusalén la OLP, presidida desde 1967 hasta la actualidad
por Yasser Arafat, y con sesgo terrorista contra Israel. Tras varios años de acciones de
comandos, la resistencia palestina llegó en 1987 a ser masiva en los territorios ocupados,
donde se desarrollaron huelgas, manifestaciones y revueltas. Esta lucha se conoce con el
nombre de Intifada.
Sin embargo, la solución al conflicto dista de estar cerca. El Estado israelí se debate entre
el desarrollo de un plan efectivo de paz y la protección de los intereses de los cientos de
colonos judíos asentados en territorio árabe. Por eso, se reserva el derecho de intervención
cuando lo considera preciso, lo que sitúa el proceso de paz al borde de la quiebra, por la
negativa palestina a este acto y a tolerar nuevos asentamientos judíos en zonas árabes.
La sustitución de Netanyahu por “el halcón” Ariel Sharon se ha visto traducida en 2001
por una nueva oleada de transgresiones a los acuerdos de paz vigentes, con la penetración del
ejercito israelí en zonas “A” o de exclusividad palestina, consintiéndose además nuevos
asentamientos judíos en territorios palestinos.
Siquiera una alusión a los conflictos nacionalistas, con distintos tintes de dramatismo, en
el resto del mundo. Bretones y corsos en Francia, lombardos en Italia, vascos en el sur de
Francia y España (junto con catalanes y gallegos), irlandeses católicos separatistas frente a la
mayoría protestante partidaria de permanecer adscrita a Gran Bretaña, flamencos y valones en
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Bélgica, son los más destacados nacionalismos históricos en el seno de los países europeos.
La mayor parte de los nacionalismos europeos, sin renunciar a sus ideales nacionalistas, se
han decantado por la integración en Europa. Pero una parte de los grupos nacionalistas
separatistas, como el IRA en Irlanda del Norte, ETA en Euskadi, Frente de Liberación Corso
en Córcega, proclaman con medios terroristas el derecho a la autodeterminación.
En Sri Lanka los atentados terroristas de los 10.000 tamiles independentistas (sobre una
población tamil de 3,6 millones, que habitan en el NE de la isla) han sido frecuentes en los
años noventa: en noviembre de 1993 los guerrilleros "Tigres de Liberación del Elam Tamjul"
causaron más de mil muertos en un ataque contra un complejo militar en el norte de la isla, y
asesinaron más tarde al presidente. Los enfrentamientos entre el ejército cingalés y la
guerrilla independentista tamil han sido frecuentes desde 1983, y sólo a partir de 1995 se
puede hablar de un cierto éxito militar del gobierno de Sri Lanka. Pero los guerrilleros siguen
su lucha desde el interior de la selva.
Toda solución al drama balcánico debería pasar por retomar el espíritu de convivencia
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religiosa pacífica que refrendara en su día la firma del Tratado de Westfalia de 1630 (que a su
vez cerraba un largo ciclo de enfrentamientos religioso–políticos europeos). En Europa se
hace imprescindible un nuevo diálogo ecuménico, que parcialmente ha sido promovido en
tiempos recientes por la jerarquía católica, olvidando todo intento de unidad religiosa.
En la base del conflicto balcánico puede pues detectarse un afán proxelitista por parte de
los patriarcas ortodoxos, que realizan una innegable presión sobre la población (puesta de
manifiesto en la reunión llevada a cabo pocas semanas antes de estallar la guerra yugoslava
en Estambul, incitando a sus fieles a no dejarse avasallar por Estados surgidos con raíz en
otras confesiones). Pero igualmente patente es el papel de una Iglesia católica en la ex–
Yugoslavia que, contando con la aquiescencia del Papa, también exhortaba a los fieles desde
los púlpitos para preservar un espacio propio para el catolicismo. Por su parte, los integristas
de Libia, Irán, Arabia Saudita y Turquía se entrometieron de forma palmaria en los asuntos
espirituales (en realidad políticos) de los líderes religiosos musulmanes bosnios, planteando
el conflicto como una cruzada. La influencia de Turquía va más allá de algo particular: existe
una peligrosa ambición, incluso territorial, de dicho país, cuyo presidente en más de una
ocasión aludió a una posible "nueva Turquía", que sin duda agruparía a países tan diversos
como los comprendidos entre Mongolia hasta el Adriático. Si bien es cierto que Turquía está
llamada a ser, desde un punto de vista de los intereses geoestratégicos globales, una especie
de "Estado–tapón" frente al integrismo, no lo es menos que su actitud constituye un punto de
desequilibrio para la región balcánica.
2– La sustitución del Estado comunista se ha llevado a cabo sin una transición pacífica hacia
un estatus democrático, como ha sucedido más o menos ejemplarmente en otros países ex–
satélites soviéticos. La anterior gravitación alrededor de una política centralista férrea, como
la que, directa o indirectamente, imponía la URSS, se ha traducido en una euforia
nacionalista, que se ha superpuesto a la consecución de un régimen capaz de garantizar el
respeto a las libertades fundamentales y derechos humanos. El parlamentarismo no ha sido en
estas condiciones posible.
Pero el problema es aún más complejo. Los primeros nacionalistas balcánicos tras la
Segunda Mundial son los propios comunistas: la legitimación única posible para estos
políticos autoritarios era el lenguaje nacionalista, único reducto de discurso de futuro que
pueden ofrecer al pueblo. Las diferencias de clase entre un conjunto indisimuladamente
privilegiado de personas adscritas a la cúpula comunista–aparato administrativo y el pueblo
era disimulado bajo el único discurso unificador posible: la unión, de tipo nacionalista, frente
a otras nacionalidades; la reivindicación de un estatus preferente en el confuso panorama
regional de los países balcánicos. El programa nacionalista inicial girada entorno de un
"nacional–comunismo alrededor del Comité Central del Partido Comunista".
En el fondo, durante este período concreto a Tito le conviene fomentar la disensión entre
la oposición ("divide y vencerás"), por lo que no duda en alentar las tendencias centrífugas
del país, que suponen una dispersión de las ambiciones de la oposición.
Cuando se celebren las primeras elecciones libres, entre 1989 y 1990, serán los partidos
nacionalistas (que la gente identifica con la oposición) los principales beneficiarios de esta
nueva situación. Ya durante las campañas electorales, sumamente belicosas, se adopta un
discurso claramente clericalista, en el que ideas religiosas y aspiraciones nacionales se unen a
ciertas reivindicaciones difusamente sociales (en buena medida demagógicas). En Eslovenia,
Croacia y Macedonia, los partidos triunfantes son lo que han mantenido un programa
separatista más explícito.
3– El papel de las potencias occidentales. A la altura de 1989 la caída del comunismo fue una
sorpresa total. Poco o nada preludiaba que la llegada al poder de M. Gorbachov en 1985, e
incluso la profunda crisis económica y social originada en el conjunto del mundo socialista
tendría la dimensión tan radical que condujo a la transición hacia regímenes no comunista.
Por eso, EE.U., Alemania y otros países con intereses indirectos (y, por acción u omisión, el
conjunto de Europa occidental) no vio en principio con malos ojos el que se produjera en la
zona balcánica una exacerbación de las tendencias nacionalistas, como una forma de
asegurarse el no retorno a un régimen comunista sólidamente implantado. Es preciso tener en
cuenta que las condiciones, el "precio" de ese apoyo internacional o simpatía, en forma de la
feroz guerra posterior, no eran previsibles a la altura de 1990.
Pero no es menos cierto que el papel desempeñado por Alemania contribuyó no poco al
enfrentamiento bélico. Existe, a nivel global del orden internacional, un peligro evidente con
el surgimiento de una Alemania nueva, fuerte y militarizada (pese a la renuncia en 1990 a
contar con las armas atómicas de la antigua RDA). Los cancilleres alemanes, y especialmente
Helmut Kolh, apoyaron el desarrollo de los movimientos nacionalistas centrífugos. Junto con
otros países como Bulgaria, aspiran a tener un creciente papel en el área balcánica, actuando
tanto en los asuntos propios de la Comunidad de Estados Independientes (en su momento)
como de Rusia, atribuyéndose un protagonismo desmedido en los asuntos balcánicos. La
creación de las Fuerzas de Intervención Urgente de la Unión Europea, ha sido tomada por
algunos politólogos de izquierda como la instrumentalización militar de Europa en beneficio
de sus aspiraciones expansionistas (no al nivel de una expansión territorial, sino de sus
aspiraciones de que todos los países centroeuropeos "graviten" a su alrededor) Incluso hay
quien se pregunta hasta qué punto son conscientes Francia, España o Inglaterra de esta nueva
política alemana agresiva.
Italia y Bulgaria también tienen sus aspiraciones, más o menos disimuladas, sobre estos
territorios irredentos. Italia, en la Segunda Guerra Mundial, ya había ocupado la rica costa
dálmata (en la actualidad atractivo destino turístico) y la península de Istria, donde por otra
parte viven muchos italianos. También pretende Italia una intervención global sobre la zona
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por los intereses relacionados con Albania: la desestabilización del conjunto del área puede
suponer un peligro para el país, como se puso de manifiesto cuando el fraude bancario y la
protesta subsiguiente reportó a Italia a miles de albaneses que intentaban residir en el país.
Por su parte, los intereses búlgaros en Serbia y Macedonia parten del hecho de la presencia de
importantes minorías en dichas regiones. Durante el período anterior a la guerra, también se
difundió por Bulgaria la idea de la posibilidad de incorporación de Macedonia.
4– Variación ideológica entre los comunistas serbios y montenegrinos. Viendo el cariz que
tomaban los acontecimientos, y que resultaba imposible navegar contra corriente, también los
comunistas serbios y montenegrinos, que constituyen en el conjunto del país la elite
privilegiada, optó por cambiar sus iniciales recelos ante el nacionalismo emergente por un
discurso más próximo al nacionalismo localista, y aprueban la creación de un gobierno
nacionalista.
Este discurso tiene a primar los estados étnico–religiosamente puros, como de hecho son
los que han surgidos de Yugoslavia. Son estados, lo que se quieren imponer, de una sola etnia,
lo que conlleva a episodios racistas: si durante el dominio de Hitler se produce la depuración
de serbios en Croacia entre 1941 y 1945, auspiciada por los nazis, hoy se repite al revés el
fratricidio: desde el inicio de la contienda, se volvió a vivir la experiencia de los campos de
concentración.
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Es imposible construir un Estado, una sociedad civil, sobre la base de una pretendida
"pureza". Pero esta premisa, válida de modo general, es aún más patente en el caso de la
antigua Yugoslavia, donde la mezcla entre etnias, religiones y territorios es abrupta. Así, por
ejemplo, la minoría serbia en Croacia vio amenazada en estas circunstancias su situación, por
lo que procedió a la creación de células autonómicas independentistas, que pretendían crear
estados serbios dentro de Croacia, especialmente en las regiones fronterizas entre Croacia y
Serbia.
Es importante advertir que buena parte de las informaciones recibidas en Occidente han
sido parcialmente manipuladas a favor de los croatas (sin negar las responsabilidades en
crímenes de guerra terribles de buena parte de los serbios), en parte por ser este colectivo de
mayoría católica. Por su parte, los serbios se encontraban mal organizados, especialmente en
cuanto a las relaciones con el exterior, sin una red de televisión internacional ni prensa en
idiomas extranjeros, lo que contribuirá a su mala imagen en el resto de Europa.
En Bosnia los tres partidos musulmanes se presentaron unidos a las elecciones de 1990,
resultando vencedores. De esta forma, la situación yugoslava en 1991 era explosiva,
sobreviviendo sólo tres órganos federales: la Presidencia, el Gobierno y el Ejército, de los que
los dos primeros se mostraban impotentes. En cambio, los serbios, que eran sólo el 36% de la
población, eran mayoría (60%) entre los mandos del ejército, y entre los altos mandos existía
un núcleo de antiguos combatientes comunistas, que consideraban que el ejército debía ser el
guardián del estado socialista.
Otro problema era quién ostentaría la presidencia federal. Según Tito, sería rotatoria entre
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las distintas repúblicas, por lo que en 1991 correspondía a un croata. Milosevic, líder serbio, y
los nacionalistas serbios en general, lo aceptaban esta idea, bloqueando su aceptación:
Yugoslavia se quedaba sin jefe de estado ni presidente. Así, el ejército encontraba
justificación para actuar por su cuenta o bajo las órdenes de Slabodan Milosevic.
Nadie imaginaba que el poderosísimo ejército yugoslavo podría verse acosado por unos
combatientes poco organizados. Pero, tras impedir el aterrizaje de aviones militares, y desoír
las consignan lanzadas por aire por parte del ejército, los eslovenos se prepararon para la
resistencia.
Inicialmente se acordó formalizar un acuerdo de paz, según el cual las tropas retornarían a
sus cuarteles se nombraría al croata Mesic presidente federal, y Croacia y Eslovenia admitían
retrasar su independencia.
Pero el alto el fuego no fue respetado, y el general del Estado Mayor yugoslavo apareció
en televisión para anunciar que el Ejército se consideraba en guerra con Eslovenia.
Al tiempo, los serbios se hacen con la presidencia federal, que recae en el montenegrino
Kotic, aliado de Milosevic. En octubre bombardean el palacio presidencial de Zagreb,
mientras los croatas, sin armas, endurecen el asalto al cuartel Tito de Zagreb para
conseguirlas. Dubrovnik es bombardeada y atacada, pese a ser una ciudad desarmada y poco
belicosa.
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Desde julio a diciembre de 1991, la comunidad internacional sólo realizó apelaciones a la
"buena voluntad" para poner fin a los combates. Sólo en septiembre de 1991 la ONU aprobó
un embargo de armas. A principios de enero de 1992, sin una misión clara, comenzaron a
desembarcar en la zona soldados de la ONU.
Tras el fracaso mediador de los países europeos, OTAN y del propio Yeltsein (Agosto de
1995), la solución provisional se dio en diciembre de 1995 gracia a la decidida intervención
activa (bombardeos y tropas) de la OTAN. Bill Clinton impuso a los tres líderes enfrentados
aceptar el inicio de negociaciones, y formó la firma en Dayton de una paz que parecía difícil,
dado lo irreconciliable de la posturas de Croacia, Bosnia y Serbia. Clinton encargó a la
empresa Silicon Grafics un programa informático generador de realidad virtual de todos los
lugares en liza, y así se pudo acordar el reparto entre serbios, bosnios y croatas: Serbia
domina un corredor que se adentra en la antigua Croacia y Bosnia, con ciudades como Doboj
y Banja Luka unidas por un estrecho pasillo con el resto de Serbia. Si embargo, la paz aún no
está consolidada, y prueba de ello es el que el presidente de la nueva Yugoslavia (Serbia y
Montenegro), Milosevic, se negó a reconocer el triunfo de la posición en las elecciones de
1996. Sólo posteriormente Karadic llegó al poder: pero desafiando a la comunidad
internacional, que pretende juzgar como criminal de guerra a Milosevic, se niega a entregarlo.
7. BIBLIOGRAFÍA.
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Barcelona, 1995.
NIVEAU, M.: Historia de los hechos económicos contemporáneos. Barcelona, Ariel, 1983.
CASSASSAS, Jordi: La construcción del presente. El mundo desde 1848 hasta nuestros días.
Barcelona, Ariel. 2005.
RAMONET, Ignacio: Guerras del siglo XXI. Nuevos miedos, nuevas amenazas. Barcelona,
Mondadori.
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