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Sistema limbico y la conducta

La primera vez que se habló del sistema límbico, aunque de una manera menos conceptualizada y
más primitiva de lo que lo conocemos ahora, fue porque Paul Broca nombró a una zona situada
cerca de la glándula pineal, es decir en el limbo o borde, la zona de “el gran lóbulo límbico”. De ahí
viene la lógica de su nombre, porque se sitúa en el limbo o borde de otras estructuras ya
conocidas en ese momento.

Pero el sistema límbico, tal y como lo conocemos actualmente, fue conceptualizado por el
fisiólogo MacLean en 1949. Amplió la conceptualización primaria de este sistema que inició Papez
en 1939, dándole su nombre actual. MacLean decidió la ampliación del número de estructuras que
lo componen porque consideraba que en nuestra evolución fue igual de importante el desarrollo
de la corteza cerebral que el desarrollo de nuestro cerebro emocional.

Principales estructuras que componen el sistema límbico

El sistema límbico está compuesto por multitud de estructuras cerebrales interconectadas entre sí.
Esto hace que sea complejo determinar con precisión qué estructuras lo forman y el trabajo
concreto de cada una de ellas. Aunque los estudios realizados sugieren que, con mayor apoyo
entre los científicos, las estructuras que componen el sistema límbico y sus funciones son las
siguientes:

Hipotálamo

Situado en la base del encéfalo, por debajo del tálamo. En concreto se encuentra a ambos lados de
la porción ventral del tercer ventrículo, o lo que es lo mismo, hacia el centro y de manera interna
en nuestro cerebro.

Es una estructura cerebral pequeña, pero compuesta por multitud de núcleos y fibras que resulta
esencial para garantizar nuestra supervivencia, pues se encarga de nuestro sistema nervioso
autónomo y nuestro sistema endocrino. Además organiza las conductas más importantes ligadas a
la supervivencia de la especie: lucha, alimentación, huida y reproducción.

Una de las estructuras del hipotálamo más importantes en el funcionamiento del sistema límbico
son los cuerpos mamilares. Los cuerpos mamilares son una profusión del fondo del encéfalo en el
extremo posterior del hipotálamo. Contienen varios núcleos hipotalámicos importantes y se
encargan de la recepción de los impulsos procedentes de la amígdala y del hipocampo, y el reenvío
de estos impulsos hacia el tálamo. Esto los convierte en una importante vía de recepción y
transmisión de la información.

Hipocampo
Es una estructura del prosencéfalo, situada en el lóbulo temporal, que tiene una forma
característica de “caballito de mar”. Es una de las regiones más ancestrales del encéfalo humano y
por ello es la principal estructura ligada al hipotálamo en la regulación de los procesos básicos de
nuestra supervivencia.

Es más, el hipocampo es tan importante que sin él no podríamos tener una identidad puesto que
es un área esencial para el buen funcionamiento de nuestra memoria. En concreto de la memoria
remota, que es la que nos proporciona el recuerdo de todo aquello que ha sucedido en el pasado,
y por tanto configura en parte nuestra personalidad moldeada en base a las experiencias. Además,
el hipocampo también es una estructura muy importante en los procesos de aprendizaje.

En cuanto al sistema límbico, el hipocampo es el principal encargado de la memoria emocional.


Esto quiere decir que cada acontecimiento que hemos vivido, sentido y experimentado es filtrado
por el hipocampo, que junto con el hipotálamo, hace que podamos recordar no solo las
experiencias, sino también lo que sentimos asociadas a ellas.

Amígdala

La amígdala o complejo amigdalino está situada en el ventrículo lateral del lóbulo temporal, en
concreto en el interior del lóbulo temporal rostral. Esto quiere decir que forma parte del llamado
cerebro profundo, ese donde priman las emociones básicas o el instinto de supervivencia. Está
compuesta por tres núcleos principales: núcleos basolaterales, núcleo central y núcleos
corticomediales.

Su principal función es la de integrar las emociones con los patrones de respuesta


correspondientes a nivel fisiológico y conductual. Sus conexiones no solo producen una reacción
emocional, sino que debido a su estrecha vinculación con el lóbulo frontal también permite la
inhibición de conductas, participando así en el conocido secuestro emocional o “Amygdala Hijack”.

Dentro del sistema límbico, no solo es la capitana de nuestras emociones, también, asociada al
hipocampo, genera los recuerdos emocionales. Pero esto no es todo, junto con el Hipotálamo
impregna de color emocional nuestros procesos básicos, asociando la ansiedad o emociones
negativas a la alimentación, el sueño o la conducta sexual.

Fórnix o Trígono

Es un haz o conjunto de axones en forma de arco que conecta el hipocampo con otras regiones
encefálicas. Destaca, para el funcionamiento del sistema límbico, su conexión con los cuerpos
mamilares y con el hipocampo. Así, este arco es el principal encargado de la transmisión de
información entre las principales estructuras del sistema límbico.

Corteza límbica

La corteza límbica se localiza en el lóbulo temporal medial de nuestro cerebro. Muy relacionada
con la memoria, en concreto, con la consolidación y recuperación de memorias declarativas: tanto
episódicas como semánticas. Además, al igual que el Fórnix, es una vía de conexión de información
entre las diferentes estructuras cerebrales.

Transtorno disocial
El trastorno disocial consiste en un patrón de comportamiento repetitivo en el que se violan los
derechos fundamentales de los demás. Los niños con trastorno disocial son egoístas e insensibles a
los sentimientos de los otros y pueden acosar, causar daños a la propiedad, mentir o robar sin
sentirse culpables.

La conducta de los niños varía. Algunos niños se comportan mejor que otros. El trastorno disocial
se diagnostica sólo cuando los niños, de forma repetida y persistente, violan las reglas y los
derechos de los demás de manera inadecuada para su edad. Este trastorno suele comenzar al final
de la infancia o al principio de la adolescencia y es mucho más frecuente entre los varones que
entre las niñas.

La herencia genética y el entorno probablemente influyen en el desarrollo del trastorno disocial.


Los padres de los niños afectados a menudo sufren también algún trastorno de salud mental,
como abuso de sustancias, trastorno de déficit de atención/hiperactividad, trastorno del estado de
ánimo, esquizofrenia o trastorno de personalidad antisocial. Sin embargo, algunos niños afectados
pueden proceder de familias sanas que funcionan bien.

Síntomas
 Son egoístas.
 No se relacionan bien con los demás
 Carecen de un sentido de la culpabilidad apropiado.
 Son insensibles a los sentimientos y al bienestar del prójimo.
 Tienden a malinterpretar el comportamiento de las otras personas como una amenaza y
reaccionan de forma agresiva.
 Emprenden acciones intimidatorias, amenazas, peleas frecuentes.
 Pueden ser crueles con los animales.
 Pueden dañar bienes, especialmente provocando incendios.
 Mienten o roban.

El trastorno disocial afecta a niños y a niñas de manera diferente. Las niñas tienen menos
probabilidades de ser agresivas físicamente. En cambio, suelen fugarse, mentir, abusar de
sustancias y algunas veces prostituirse. Los niños tienden a meterse en peleas, robar o realizar
actos de vandalismo.

Es frecuente que violen gravemente las reglas, lo que incluye fugarse de casa y ausentarse
frecuentemente de la escuela. Estos niños son propensos al consumo y abuso de drogas y tienen
dificultades en la escuela. Es posible que tengan pensamientos suicidas y hay que considerarlos
seriamente.

Los niños con trastorno disocial pueden sufrir otros trastornos, como depresión, trastorno de
déficit de atención/hiperactividad o un trastorno de aprendizaje.

Cerca de dos tercios de los niños dejan atrás el comportamiento inadecuado al llegar a la edad
adulta. Cuanto más temprano aparece el trastorno disocial, más probabilidades hay de que
persista en la vida adulta. Si el comportamiento se mantiene durante la vida adulta a menudo
conduce a problemas legales, violación pertinaz de los derechos de los otros y, frecuentemente, al
diagnóstico de un trastorno de personalidad antisocial. Algunos de estos adultos desarrollan
trastornos del estado de ánimo, ansiedad u otros trastornos mentales.

Diagnóstico
Los médicos basan su diagnóstico de trastorno disocial en el comportamiento del niño. Los
síntomas y el comportamiento deben ser lo bastante problemáticos para afectar al
funcionamiento en las relaciones personales, el colegio o el trabajo.

El entorno social también se toma en consideración. Si la mala conducta se desarrolla como una
adaptación a un entorno estresante (como pueden ser áreas devastadas por la guerra o zonas de
conflictos civiles), no se considera un trastorno disocial.

Los médicos también tratan de identificar cualquier otro problema de salud mental o de
aprendizaje que puedan sufrir los niños.

Tratamiento

El tratamiento de trastorno disocial es muy difícil porque los niños y los adolescentes con
trastorno disocial raramente perciben que haya algo malo en su comportamiento. Por lo tanto,
regañarles e instarles a que se comporten mejor no ayuda y se debe evitar. Con frecuencia, el
tratamiento más efectivo para los niños o adolescentes gravemente perturbados consiste en
separarles del ambiente problemático y proporcionarles un ambiente muy estructurado, como en
un centro de reeducación o un reformatorio.

La psicoterapia puede mejorar la autoestima del niño y el autocontrol, lo que les permite controlar
mejor su comportamiento.

Se tratan otros trastornos que puedan presentarse. Algunos fármacos pueden tener cierta eficacia,
especialmente si el trastorno disocial coexiste con otros trastornos como el trastorno de déficit de
atención/hiperactividad o la depresión. El tratamiento de estos trastornos coexistentes ayuda a
disminuir los síntomas del trastorno disocial. El tratamiento más eficaz para los trastornos del
aprendizaje es la educación adaptada individualmente.
Antecedente
Estudio exploratorio del trastorno disocial en la población infantil
que asiste a terapia en el Instituto de la Comunicación Humana

Método y materiales

Estudio exploratorio, prospectivo y transversal.

Se estudió una muestra aleatoria de 129 sujetos que asistían a terapia en el Instituto de la
Comunicación Humana; se aplicó un cuestionario preliminar a sus padres. El cuestionario se realizó
sobre la base de 10 conductas que identifican el trastorno disocial de acuerdo con el DSM-IV.

1) Rabietas excepcionalmente frecuentes y graves para la edad y el desarrollo del niño.

2) Frecuentes discusiones con los adultos.

3) Desafíos graves y frecuentes a los requerimientos y órdenes de los adultos.

4) A menudo, hacer cosas para molestar a otras personas de forma aparentemente deliberada.

5) Con frecuencia, culpar a otros de sus faltas o de su mala conducta.

6) Ser quisquilloso y molestarse fácilmente con los demás.

7) A menudo, estar enfadado o resentido.

8) Tener carácter rencoroso y vengativo.


9) Mentir con frecuencia y romper promesas para obtener beneficios y favores o para eludir sus
obligaciones.

10) Iniciar con frecuencia peleas físicas.

Resultados

Se estudió una muestra aleatoria de 129 sujetos, 94 del sexo masculino (64.8%) y 35 mujeres
(35.2%). El rango de edad estuvo entre 4 y 11 años para ambos sexos. La mayoría de la población
se concentró en la edad de ocho años para ambos sexos, con 37 sujetos (25.5%), seguidos por los
de nueve años, con 24 sujetos (16.5%); con 7.4 + 1.96 (media + DE).

En cuanto a las 10 conductas que identifican el trastorno disocial, se encontró lo siguiente:

1) Rabietas excepcionalmente frecuentes y graves para la edad y el desarrollo del niño (41.3%
hombres y 58.6% mujeres).

2) Frecuentes discusiones con los adultos (62% hombres y 37.9 mujeres).

3) Desafíos graves y frecuentes a los requerimientos y órdenes de los adultos (56% hombres y 44%
mujeres).

4) A menudo, hacer cosas para molestar a otras personas de forma aparentemente deliberada
(33% hombres, 66% mujeres).

5) Con frecuencia, culpar a otros de sus faltas o de su mala conducta (33% hombres, 66% mujeres).

6) Ser quisquilloso y molestarse fácilmente con los demás (51% hombres y 49% mujeres).

7) A menudo, estar enfadado o resentido (40% hombres, 60% mujeres).

8) Tener carácter rencoroso y vengativo (21% hombres, 78% mujeres).

9) Mentir con frecuencia y romper promesas para obtener beneficios y favores o para eludir sus
obligaciones. Conducta de 50% en ambos sexos.

10) Iniciar con frecuencia peleas físicas (12% hombres, 58% mujeres).

Conclusión

Los resultados de este estudio permiten comprender la importancia del trastorno disocial como un
padecimiento que afecta en forma determinante el aprendizaje en los niños, así como las
implicaciones familiares, escolares y sociales. Estudios realizados en Colombia muestran una
relación entre (antecedentes de) violencia y la alta prevalencia de trastorno disocial y trastorno
antisocial de la personalidad, lo que refleja claramente la continuidad entre la violencia infantil y la
del adulto, en muchos casos con origen social previsible y por tanto sujeto a normas de
prevención.

Un programa de intervención en niños con trastorno disocial encontró que luego de aplicarlo
disminuyeron los indicadores de trastorno disocial en niños cuyos padres y madres aceptaron un
compromiso en el proceso de cambio; además, hubo progreso en las relaciones intrafamiliares.
Durante el desarrollo del programa se hallaron casos de hiperactividad con y sin problemas de
atención, así como mucha agresividad por parte de los infantes (principal queja de los profesores).
Se concluye que las familias de niños con trastorno disocial necesitan ayuda para comprender la
condición del menor y aprender a trabajar efectivamente con ellos; puedan recibir ayuda de
psiquiatras, psicólogos u otros profesionales en salud mental. Estos niños deben recibir servicios
congruentes con sus necesidades individuales. Es importante coordinar todos los servicios entre
hogar, escuela y comunidad terapéutica, manteniendo abiertas las vías de comunicación.

Referencias bibliográficas

Abril Alonso, Águeda del. (2005) Fundamentos biológicos de la conducta. Madrid: Sanz y Torres.

Carlson, N. (2014). Fisiología de la conducta. Madrid: Pearson.

Rosenweig, M.; Breedlove, S.; Watson, N. (2005) Psicobiología. Una introducción a la Neurociencia
Conductual, Cognitiva y Clínica. Barcelona: Ariel.

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