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“La verdad tiene estructura de ficción”, dice Lacan. Pienso que esto es
particularmente cierto en esta película. Es una ficción que nos revela en su
estructura, la verdad del amor y de las parejas en la vida contemporánea.
Los primeros personajes son entonces “Alice” (Natalie Portman) y Dan (Jude Law)
en medio de una calle. Entre comillas Alice, porque vimos que ese no era su
nombre “verdadero”, es un nombre que toma de un muerto, inscrito en una tumba,
al vuelo, cuando después Dan le pregunta su nombre. Ya esto tiene su
importancia, pues de entrada es el cuestionamiento sobre el nombre propio. ¿Qué
importancia tiene el nombre propio en la contemporaneidad a la hora de
presentarnos en una situación como esa? La situación es un flirteo en el que el
primer objeto que se pone en escena es la mirada.
Esto dice que las condiciones de “amor” se subordinan a las condiciones de goce
en la contemporaneidad, según nos enseña Alice, lo que plantea una relación
líquida, precisamente donde lo sólido se desvanece, las condiciones simbólicas,
morales, etcétera de la elección de objeto. En ese sentido comienza la mordacidad
del autor al enfrentarnos con un estilo de relación donde lo sólido de nuestras
costumbres se escapa como el agua entre los dedos. Allí ya no importa lo sólido
sobre lo que quisimos construir nuestras relaciones hasta ahora: “[…] lazo tierno
de respeto y fidelidad […] la monogamia, los celos, la fantasía de posesión y
propiedad privada, como en las sociedades más conservadoras”1.
Cuando Dan enfoca su mirada en esta bella mujer, la vuelve un objeto que causa
su deseo, es atrapado, como Dante ante el pestañeo de Beatriz, quiere poseer
ese objeto, tenerlo, tener el falo como significación del deseo, mientras Alice por
su parte, encarna ese objeto, es el falo que se pasea por las calles londinenses.
Allí se cifra un rasgo de la sexuación masculina y femenina. Mientras Dan, en ese
momento hombre sexuado de modo masculino, corre tras el falo para poseerlo,
con todo lo que la posesión ha significado en la lucha social de los sexos, de
dominio, de tenencia, de pertenencia, Alice se le escapa, no se deja atrapar en un
nombre propio, no es fiel, se desliza, no necesariamente quiere ser poseída,
tenida, fijada, va de paso, viene huyendo de eso y se va huyendo de lo mismo. “va
de Nueva York a Londres para escapar del fracaso amoroso con un hombre
desconocido, y luego, de Londres a Nueva York para escapar del fracaso con
Dan”2. Para Dan es el significante fálico, ella puede encarnarlo, pues es
ambicionada por la mirada de muchos hombres que la miran de manera glotona.
Pero no es para ser poseída que aparece. Nos da muy poca historia, aparece sin
futuro, cuando le preguntan si su trabajo de mesera es temporal, dice que no, se
sitúa toda en un presente. Solo en un instante dice su verdadero nombre, “Janes
Jones”, cuando Larry, el dermatólogo la acorrala en el night club. Pero en ese
contexto ya su nombre no dice nada, es igual a cualquier otro. Alice no presenta
ninguna división cuando dice a Dan que trabaja como bailarina nudista.
Alice entonces encarna una verdad, siempre somos extraños en los encuentros y
aún en la convivencia, lo que pasa es que para apaciguar a los hombres las
mujeres adoptan astutamente el semblante de lo conocido, sino sería el horror,
sería lo real, porque no es la fantasía don juanesca, en verdad lo desconocido, lo
extraño, lo siniestro es que convivimos con un punto de horror que desconocemos
en el otro, en la otra, digamos. Es lo que Freud llama Unheimlich, lo conocido que
súbitamente se torna no familiar y amenazante. Ya se ha trabajado en por
ejemplo, “durmiendo con el enemigo” o en “resplandor”, cuando emerge la locura
de la pareja con quien se había convivido de un modo más o menos cuerdo. Y
pongo eso del lado femenino aunque en las películas citadas es encarnado por
personajes masculinos, porque Lacan coloca esa locura del lado femenino, “las
mujeres son locas”, pero no todas psicóticas, y para equilibrar, “los hombres son
brutos”. Y esa brutalidad masculina también la encontramos en Closer.
En el ingenuo de Dan, es un romántico, sufre por Alice, pero también cuando Ana,
la fotógrafa, va a acostarse chantajeada por su ex-marido Larry, el dermatólogo,
para concederle el divorcio, ella lo hace para quedar libre y vivir el amor con Dan y
él no entiende eso, es bruto, no sabe que una mujer por amor hace concesiones
inimaginables, como volverse la puta de su ex –marido a cambio de su libertad,
pero Dan no soporta la afrenta narcisista, fálica, del otro hombre, de Larry, quien
además lo humilla contándole pormenores de su relación con Alice en el night
club. Dan deja a Ana por esa afrenta. Es como si cuando es libre ya dejara de
cumplir su condición, al modo de “el tercero perjudicado” que nombra Freud en
“una condición de elección de objeto en el hombre”.
Alice, desde mi perspectiva es el personaje femenino que más nos enseña de las
relaciones en la contemporaneidad, del amor líquido. Esto no deja de tener sus
reveses, volver a huir, sentirse de nuevo sola, cuando Ana le hace una fotografía
ella llora, aunque quien patentiza mejor la soledad actual de las mujeres en las
relaciones es Ana. Cuando Larry le pregunta a Alice en la inauguración de la
exposición de fotografías de Ana, que le parece ella dice patéticamente: “Son un
montón de extraños tristes fotografiados hermosamente, es gente triste y sola, y la
foto hace que el mundo se vea hermoso y apacigua, pero es una gran mentira y a
la gente le fascina la mentira”.
Es otra dimensión del amor líquido, cada quien se avanza hacia el otro, desde su
propio imaginario, con su propio fantasma, en la estructura de engaño del amor,
del encuentro, de la coincidencia de goces, de imágenes, pero se reduce para el
otro a un objeto, e incluso a un instrumento del goce del otro. Es lo que está
velado a la mirada, la belleza de Alice, la belleza de las fotografías, la belleza de
las imágenes por internet, la belleza de los actores, pero hay un momento en que
ese velo cae y se revela lo real, el desencuentro entre los sexos, que todos en la
película viven y delante de la pantalla, todos vivimos, no hay proporción sexual, no
hay armonía, no hay el acoplamiento justo entre lo cóncavo y lo convexo entre los
sexos, “no hay relación, rapport sexual”, dice Lacan. En el fondo somos usados
por los otros y los usamos como objetos autoeróticos, es la verdad que la película
nos revela, cuando d3sgarra los velos, cuando el amor líquido nos revela la verdad
de nuestras relaciones, que aún tratamos de sostener con los semblantes que
podemos. Y en ese movimiento somos objetos de consumo, como la nudista,
como la prepago de internet, pero también en el comercio sexual que nuestros
actuales semblantes velan.
Pablo Assef lo dice así: “[…] entre el ojo de la fotógrafa (ver) y la danza de la
stripper (hacerse ver), la película nos muestra la dialéctica que mantiene a los
sujetos alejados de un verdadero encuentro con el otro, pero cuando la imagen ya
3
Jorge Pablo Assef, “Closer y el cine que nos habla”, en: Enlaces, # 12, Revista del
Departamento de estudios psicoanalíticos sobre Familia – Enlaces- CICBA, Buenos
Aires, ICBA, Julio,2007, pp. 105-107.
no puede sostener más el velo y la belleza se desgarra, cuando se descubre el
lugar que cada uno tenía en esa trama (y es aquí que aparece la otra vertiente del
film), vemos que cada uno toma al otro como un objeto para velar la verdad, no
queda más que el goce del idiota: sujetos que se masturban con extraños.
Entonces lo que queda al descubierto es que el otro era sólo un objeto de
consumo”4.
Entre el ver y ser visto hay un tiempo escópico que se escapa el verse, cuando
Alice le cuenta a Dan que es nudista este se sorprende, ella le dice “mira tus
ojitos” y él responde que no puede verse. Allí hay algo sartreano, sólo puede tener
un ser para sí a partir del ser para otros, que no es el ser en sí, en su
fenomenología de la mirada, de su ser y la nada, o en su pieza huis clos, Al que
Lacan responde con su texto sobre la certidumbre anticipada, termina por pensar
que en tanto estamos obligados a mirarnos en el relato que nos refleja en el
discurso de los otros estamos en el infierno, pues el infierno son los otros. En la
película se extrema esta situación, los otros no te reflejan, ni siquiera en la
fotografía, hay una imposibilidad de verse, solo se puede ver al otro y ser visto,
hay un punto forcluído allí, en la contemporaneidad. Es otro punto que enseña la
película, por más introspección en cada personaje no logra verse, únicamente
encuentra su soledad sin imagen.
4
Ibíd.
5
Ibíd
Adictos al goce, al propio goce, es comparar las relaciones actuales de pareja a la
relación del toxicómano con el objeto droga, es decir, en el rompimiento del sujeto
de su matrimonio con el falo.
En ese sentido es que Dan es un romántico, aún cree en el matrimonio con el falo,
realizable con Alice o con Ana, pero termina decepcionado, engañado, humillado.
Y termina en cierto modo en la ética del soltero casado con su propio pene. Solo
huidizo de la confrontación con la mujer, cuando Ana se ha jugado todo por él y él
la abandona. Ella, “para no estar sola2 vuelve como el perro a su amo Larry.