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Martyn Lloyd-Jones

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“Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el
camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque
estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los
que la hallan.” —Mateo 7:13–14

No hay acusación más frecuente y común contra la forma de vida cristiana


que la acusación de la estrechez. Es una acusación que también hace
constantemente contra el creyente cristiano individual aquel tipo de hombre
que, con el deseo de mostrar su propia amplitud de miras, se describe como
un hombre de mundo. ¡Es tan abierto que únicamente las dimensiones del
mundo pueden darnos una impresión precisa de la amplitud de sus ideas! ¡Él
es un hombre de mundo en contraste con este hombre de mente estrecha y
limitada que se denomina a sí mismo cristiano! En ocasiones creo que
también es cierto que no hay acusación más temida por el cristiano medio
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que esta acusación de ser estrecho. Para algunos cristianos en la actualidad,
más o menos carece de valor lo que digan de ellos los hombres mientras no
los describan como estrechos. Por supuesto, hay un sentido en que esta
reacción es sana y positiva. Lejos esté de nosotros el ser verdaderamente
estrechos en el sentido en que eran estrechos los fariseos o en que era
estrecho el judaísmo. Lejos esté de nosotros reducir este glorioso evangelio
de la libertad a una mera serie de prohibiciones y restricciones. Pero ese no
es nuestro peligro en absoluto. Nuestro peligro es que, en nuestro temor a
ser estrechos, saltemos al extremo opuesto y nos volvamos indeterminados.

A veces creo que una sencilla y famosa historia de las fábulas de Esopo tiene
bastante que decir al cristiano moderno. Me refiero a la famosa historia de
la rana y el buey. Un día, dice, una pequeña rana en un prado levantó la
cabeza y observó a un buey a su lado. Miró al buey y comenzó a admirarle, y
deseó ser tan fuerte y grande como el buey. «Soy tan pequeña e
insignificante —dijo—. Qué maravilloso debe de ser tener la anchura y
amplitud de ese buey». Y la historia narra cómo la rana empezó a imitar al
buey y empezó a expandirse, a hacerse cada vez más grande, más amplia, y
finalmente alcanzó un punto en que explotó y dejó de existir. Ahora bien,
eso, a menos que me esté equivocando, es lo que le ha venido ocurriendo a
la llamada fe de muchos cristianos en los últimos 50 años. En su deseo de
volverse amplia y ancha, la pequeña fe cristiana que tuviera el hombre ha
dejado de existir hace tiempo. No estoy muy seguro de cuál es la explicación
exacta del fenómeno, pero creo que debemos reconocer que ha habido una
tendencia en la Iglesia, particularmente en este siglo, a tener gran respeto y
consideración por el hombre de conocimiento científico. Este se ha
convertido en la autoridad última en todas estas cuestiones. La Iglesia ha
llegado muy lejos a fin de complacerle; ha estado dispuesta a no recalcar
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demasiado ciertas doctrinas de su credo y a borrar ciertas porciones de la
Biblia, y al hacerlo se ha alejado mucho del ejemplo que dio su Señor y
Maestro. Nunca veo a Jesucristo cambiando su evangelio a fin de que se
ajuste a las personas. Más bien le veo cambiando a las personas a fin de que
se ajusten al evangelio. Podemos tener la certeza absoluta de que no habrá
avivamiento verdadero alguno en este país, a pesar de lo que pueda estar
ocurriendo a nuestro alrededor, hasta que volvamos al patrón real.
Este es mi cometido:

Siervos de Dios, proclamad al Maestro,


Difundid su maravilloso nombre por toda la tierra.

Les guste o no a los hombres, nuestra misión es predicar la verdad que fue
entregada a los santos una vez para siempre. Existe un peligro muy real de
desarrollar una especie de complejo de inferioridad por temor a ser
estrechos de ideas que, en última instancia, ocasione el naufragio de nuestra
fe. Pero todo esto es un apéndice.

Porque mi texto no es un texto negativo, sino un texto muy positivo. Nos dice
que no solo no debemos temer que nos llamen estrechos, sino que de hecho,
si de verdad queremos ser cristianos dignos de ese nombre, debemos
esforzarnos por hacernos estrechos: ¡debemos entrar por la puerta estrecha
y andar por el camino angosto! Ahora bien, sin duda, esto es sorprendente y
asombroso. ¿No es extraordinario que, cuando nuestro Señor trató de
expresar su forma de vida, eligiera la misma palabra que más nos asusta; que
la palabra de la que más tendemos a asustarnos sea la mismísima palabra en
que él se regocija, la misma palabra sobre la que iza su bandera? Diría
también, a fin de animar y estimular a cualquier cristiano asustado que se
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encuentre aquí, que la próxima vez que uno de esos llamados hombres de
mundo te diga que eres estrecho, en lugar de intentar escabullirte,
simplemente quédate en tu sitio, mírale a la cara y di: «Por supuesto que soy
estrecho: y sería mucho mejor para ti, para tu mujer y tus hijos que también
te volvieras estrecho y dejaras de presumir de una apertura que no es sino
una máscara para la laxitud y el relajamiento». ¡No te molestaría tan a
menudo en el futuro!

¿Pero por qué habla nuestro Señor acerca de entrar por la puerta estrecha y
andar por el camino angosto? Cristo nunca dijo nada accidentalmente. Tenía
todas las letras del abecedario bajo su dominio y, sin embargo, eligió
deliberadamente estas palabras para describir su forma de vida. Habló de
este modo porque hay ciertos aspectos en que el evangelio de Cristo es
verdaderamente angosto. Me gustaría considerar contigo algunos de los
aspectos en que así es.

El primer aspecto en que observamos esta angostura es el siguiente: que el


evangelio se limita a una cuestión específica. El evangelio de Cristo se reduce
a una cuestión: el alma del hombre y su relación con Dios. En la Biblia hay
una gran dosis de historia —la historia de los hombres y de las naciones— y
de Geografía, y algunas personas encuentran en ella Geología y Biología. En
este libro se trata toda clase de asuntos y, sin embargo, no es una
enciclopedia. No es un libro que nos dé unos pocos conocimientos de muchas
cosas. Es un libro que nos da un gran conocimiento de una cosa. Es el manual
de la vida, el libro de bolsillo del alma. Es un manual que trata una cuestión:
la reconciliación del hombre con Dios. Si alguna vez hubo un libro de texto
especializado es este Libro. Esto también es cierto del Señor del Libro. Si
alguna vez hubo un especialista sobre la faz de la tierra, ese fue nuestro Señor
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Jesucristo. En un sentido predicó un solo sermón, y el tema de ese sermón
fue este: el alma del hombre y su relación con el Padre eterno. Utilizó todo
el conocimiento y la información que poseía a fin de ilustrar esta cuestión
importante y vital. Permítaseme dar algunos ejemplos.

Un día nuestro Señor se encontraba en la campiña con sus discípulos en pie


a su alrededor y observó a un granjero sembrando la tierra. Claramente,
nuestro Señor no estaba interesado únicamente en la agricultura, pero
conocía bastante de ella. Sin embargo, la visión del granjero no empujó a
nuestro Señor a dar un discurso acerca de la agricultura; pero al observar al
granjero vio una analogía para su sermón. «Mirad a ese hombre —dice
nuestro Señor—. Está sembrando la semilla en la tierra. Hay diferentes tipos
de tierra donde se siembra; y la tierra será juzgada por su respuesta a la
semilla que el granjero está sembrando en ella. Yo soy como el granjero:
estoy sembrando la semilla de la Palabra de Dios que lleva a la vida eterna.
Finalmente, los hombres serán juzgados por su reacción a esa semilla
sembrada en sus vidas».

En otra ocasión en el campo, nuestro Señor vio los distintos árboles en un


huerto. Está bastante claro que nuestro Señor tenía grandes conocimientos
de horticultura, pero no fue eso lo que le llevó a dar un discurso acerca de
esa cuestión. «Mirad esos árboles —dice nuestro Señor—. Pueden dar buen
fruto o malo. Finalmente serán juzgados por la clase de fruto que den». Y
dirigiéndose a sus discípulos, dijo: «Sois exactamente igual que esos árboles.
Por vuestras vidas y vuestras obras daréis buenos o malos frutos. Prestad
atención». En otra ocasión, nuestro Señor estaba en el campo y observó los
lirios y los pájaros volando: «Si Dios se preocupa por los lirios del campo y los
viste, y alimenta a los pájaros que vuelan, ¡cuánto más se preocupará por
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vosotros!», dijo Cristo. Podría seguir mostrándote los discursos de nuestro
Señor y verías cómo constantemente utilizaba las cosas que le rodeaban para
ilustrar este gran tema: el alma del hombre y su relación con Dios.

Hoy en día oímos bastante acerca del evangelio sencillo. El secreto de la


sencillez del evangelio es este. Jesús de Nazaret, siendo el Hijo de Dios y
viviendo en perfecta relación y comunión con su Padre, lo conocía todo.
Sabía lo que era importante y lo que carecía de valor: pasaba por alto lo
segundo y se entregaba única y completamente a las cosas importantes de
la vida. Desechaba lo irrelevante y se entregaba completamente y solo a lo
pertinente y a lo que importaba en última instancia. El secreto de la sencillez
del evangelio descansa en el hecho de que echaba todo a un lado excepto la
cuestión de la necesidad del alma. Eso, claramente, contradice totalmente
todas nuestras ideas y nuestros conceptos modernos. Hoy en día tendemos
a juzgar la grandeza del hombre no por su sencillez, sino por su complejidad.
Sin embargo, ahí estaba el mismísimo Hijo de Dios y hasta los niños obtenían
algo de él, los vulgares pescadores le seguían, «gran multitud del pueblo le
oía de buena gana» (Marcos 12:37). ¿Por qué? Porque siempre hablaba de
algo que entendían. Tú, mi querido amigo, bien puedes estar versado en
muchas de las artes y ciencias. Puede que seas un experto en política o una
eminencia en bastantes cuestiones. Pero me gustaría plantearte una
pregunta muy sencilla: ¿Sabes cómo vivir? «¿Qué aprovechará al hombre si
ganare todo el mundo —de conocimientos así como de riqueza— y perdiere
su alma?» (Mateo 16:26). «Entrad por la puerta estrecha». Vuelve al
principio. La cuestión importante y vital es la del alma.

Pero la angostura del evangelio no acaba ahí: ese es meramente el principio.


Descubrimos que el evangelio estrecha aun eso. Los antiguos filósofos
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griegos estaban muy interesados en el alma como concepto, como idea, y
hablaban y debatían mucho con respecto al alma. Pero nuestro Señor no
estaba interesado en el alma como lo estaban los filósofos griegos. Nuestro
Señor estaba interesado en el alma individual. Alguien dice: «No me gusta
ese evangelio, es demasiado personal». Es profundamente cierto que el
evangelio es personal, y eso disgusta a ciertas personas. Hallamos una
analogía perfecta de la naturaleza personal del evangelio en el capítulo 4 del
evangelio según S. Juan en la historia del encuentro de nuestro Señor con la
mujer samaritana en un pozo. Nuestro Señor estaba muy cansado esa tarde,
demasiado cansado para acompañar a los discípulos a comprar comida a la
ciudad, y descansó junto a la boca de un pozo. Una mujer fue a sacar agua y
de inmediato se produjo un debate religioso. ¿Pertenecía ese pozo
realmente a los judíos o a los samaritanos? ¿Y dónde debía adorarse
exactamente? Aquella mujer parecía muy astuta: ciertamente era una
experta en el arte de las respuestas ingeniosas. ¡Estaban enzarzados en este
debate religioso cuando de pronto nuestro Señor se vuelve personal! Se
dirige a la mujer y dice: «Ve, llama a tu marido», mostrando así que lo conocía
todo acerca del tipo de vida que vivía. Es como si hubiera dicho: «Querida
mujer, siendo lo que eres no tienes derecho a hablar acerca de la adoración
y de Dios. Ni siquiera eres capaz de organizar tu propia vida, no tienes
derecho a expresar tus opiniones sobre estas cuestiones eternas. Comienza
por ti misma primero. Ve, llama a tu marido. Cuando pongas en orden tu
propia vida, entonces estarás acreditada para hablar».

Sí, el evangelio es personal. No podemos salvarnos por familias, no podemos


salvarnos como congregación. No podemos salvarnos colectivamente
porque todos estemos haciendo una cierta obra filantrópica. Nos salvamos
uno a uno. Es algo entre tú y Dios. ¿Has entrado por la puerta estrecha?
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¿Estás preparado para encontrarte con Dios cara a cara? ¿Estás preparado
para el Juicio? ¿Sabes en quién has creído? ¿Está tu alma en buena
disposición? ¿Tienes una convicción personal de pecado y un conocimiento
personal de Dios?

Pero la angostura del evangelio no acaba ni tan siquiera ahí. Se estrecha aún
más al insistir en que tiene algo que decir con respecto a nuestra conducta y
a nuestro comportamiento. No se contenta meramente con poner el alma
en contacto personal con Dios, sino que insiste en dictarnos el tipo de vida
que debemos vivir. Alguien dice: «Ese es precisamente el motivo por que he
abandonado hace tiempo la religión organizada y le he dado la espalda. Es
demasiado estrecha. Sostengo que estoy acreditado para vivir mi propia vida
a mi manera. No me estorbarán». Sí, el evangelio es muy estrecho, y es
estrecho con respecto a esta cuestión de la conducta y la ética en dos
aspectos principalmente: podemos denominarlos, si así lo preferimos, el
positivo y el negativo. Los mandatos negativos del evangelio con respecto a
la conducta nos resultan completamente familiares a todos: «No matarás».
«No robarás». «No cometerás adulterio». «No tomarás el nombre de tu Dios
en vano». «Absteneos de toda especie de mal». Si hay algo sospechoso, es
erróneo, no debemos hacerlo. El evangelio va tan lejos como para decir que,
aunque algo pueda ser perfectamente lícito para mí, si es piedra de tropiezo
para un hermano más débil no debo hacerlo por amor a él. «Por eso mismo,
no veo utilidad alguna en este evangelio: hace desdichada la vida. Hay que
ponerse un traje negro y caminar cabizbajo por la iglesia». ¿Pero te has dado
cuenta de que si cada hombre y mujer fuera tan estrecho como el evangelio
de Cristo quiere que seamos no haría falta un tribunal de divorcios ni una
Organización de las Naciones Unidas? ¿Por qué? El mundo sería un paraíso.
¡Sería perfecto como Dios mismo es perfecto! La angostura del evangelio —
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lo digo con reverencia— es la angostura que hay en Dios mismo. ¡Ojalá todos
nos volviéramos estrechos para poder pasar por la puerta estrecha! «Pocos
son los que la hallan», dice nuestro Señor. ¡Sí!, porque hace falta un hombre
excepcional para decir «no» a la tentación y contenerse y controlarse a sí
mismo. Hace falta un hombre excepcional para negarse a sí mismo a fin de
facilitar las cosas a los demás. ¡En el camino ancho hay una multitud!
«Muchos son los que entran por [su puerta]». No hace falta un hombre
excepcional para pecar. Cualquier necio puede pecar, y todos los necios
pecan. Pero el camino ancho lleva a la destrucción. Hay una angostura del
evangelio en sus mandamientos negativos.

Pero quiero mostrar su angostura en sus mandamientos positivos. Este, por


supuesto, es el gran tema del Sermón del Monte. Si de verdad quieres ver la
angostura del evangelio debes dirigirte al Sermón del Monte. Una de las
palabras favoritas de esta generación es la palabra «amor». Pero si de verdad
quieres ver la grandeza de la palabra amor debes delimitar su significado. No
sabes lo que es el amor verdaderamente hasta que amas a tus enemigos. La
gran tarea del cristiano es amar a las personas feas hasta que se vuelvan
hermosas. Otra palabra de moda hoy en día es «fraternidad». Creemos en
hacer el bien, en ayudar a los demás. Pero si de verdad quieres ver cuán
grande es esa palabra debes delimitar su significado. Debes bendecir a los
que te maldicen y orar por los que te utilizan con desprecio. La tarea que el
cristiano tiene ante sí es hacer «bien a los que os aborrecen» (Mateo 5:44).
Otra famosa palabra es «felicidad». Están aquellos que dicen: «Quiero
disfrutar, y la religión no sirve para nada. ¿Por qué voy a enterrarme vivo?».
Nuevamente estamos ante un término muy amplio, pero debes reducirlo y
precisar su significado si quieres descubrir su verdadera dimensión. No sabes
lo que es la felicidad hasta que te «[regocijas] en la tribulación», hasta que
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eres feliz en medio de la persecución. La tarea del cristiano es ser feliz aun
cuando se congregan las nubes y el sol deja de brillar y todo va mal.

Ahí, pues, vemos algo de la angostura esencial del evangelio. Es, en otras
palabras, la angostura del experto o, si lo preferimos, la angostura del nivel
mas alto que puede alcanzarse. Es conocido el dicho de que en la cima
siempre sobra sitio para el que es bueno. Cuanto más elevado sea el nivel
alcanzado, a menos personas hallaremos en él. Por ejemplo, hay muchos que
cantan extraordinariamente bien, pero hay muy pocos «Carusos»; hay
muchos que pueden tocar el violín de manera excelente, pero hay muy pocos
«Kreislers»; hay muchos que pintan asombrosamente bien, pero pocos
pertenecen a la Real Academia. Ese, en mi opinión, es el razonamiento que
hace nuestro Señor en este texto: «No os conforméis con vivir de cualquier
forma». Viene a decir: «No os conforméis con vivir al nivel normal de la vida.
Subid a la cima. Escalad el monte. Vivid la vida con grandeza, vivid como
expertos. Vivid como vivo yo, sí, alcanzad la cumbre. ‘Sed, pues, vosotros
perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto’» (Mateo
5:48).

Pero, en último lugar, para ver el punto más estrecho y angosto de todos,
debes plantearte el evangelio en el punto en que dice que la salvación solo
es posible en una Persona y a través de una Persona en particular, y
especialmente en su muerte. Hay un punto al que la mayoría tiende a objetar.
«Hasta ahora he estado completamente de acuerdo contigo —dice alguno—
; me gustaba la insistencia en el alma, en la decisión personal y en la conducta
y la ética. Pero cuando ahora me dices que solo puedo salvarme creyendo
que Cristo murió mi muerte, me resulta imposible seguirte. Ese concepto es
demasiado estrecho. No puedo entenderlo. Me parece casi inmoral. No
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puedo seguir acompañándote». ¿Qué tiene que decir el evangelio a
semejante hombre? No debate con él. Le desafía. Se dirige a él y le dice algo
parecido a esto: «Si puedes encontrar a Dios sin ir a través del Calvario, hazlo.
Si puedes encontrar la liberación del dominio de tu pecado sin el poder de la
cruz de Cristo, sigue adelante. Si puedes hallar paz y descanso para tu afligida
conciencia sin creer en la muerte del Hijo de Dios por ti y tus pecados,
continúa. Si puedes mentir en tu lecho de muerte y pensar en comparecer
ante Dios sin miedo y sin alarma, no tengo nada que decirte. Pero, si alguna
vez te sientes perdido, miserable y despreciable; si alguna vez sientes que
toda tu justicia no es sino trapo de inmundicia; si alguna vez te llena de terror
y alarma el pensar en Dios y su santa ley, si alguna vez te sientes
completamente impotente y desesperado, entonces vuélvete a él, al Cristo
de la cruz con sus brazos abiertos, que aún dice: ‘Mirad a mí, y sed salvos,
todos los términos de la tierra’ (Isaías 45:22). Ahí es donde se centra la
atención de toda la humanidad. Él es el representante de todo el género
humano. Murió por todos. Pero, más maravilloso es que, de acuerdo con
Pablo, también puedo decir: «En él habita corporalmente toda la plenitud de
la Deidad». ¡Completamente hombre y completamente Dios en una sola
Persona! ¡Dios-Hombre! En él, Dios y hombre están indisolublemente unidos,
y a través de él y en él se abre el camino del Infierno al Cielo, de la oscuridad
a la luz, de la desesperación a la esperanza.

Permítaseme mostrar, como conclusión, con qué perfección puede ilustrarse


este texto, y todo lo que he intentado decir al respecto, a partir de la historia
de la vida terrenal y el peregrinaje de nuestro Señor. Considera su nacimiento
y la humillación que implicó. Intenta pensar en la estrechez y angostura de
Belén, cuando el Verbo se hizo carne y la eternidad entró en el tiempo:
«estrecha es la puerta». Luego piensa en él en el desierto, al comienzo de su
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ministerio terrenal, tentado durante cuarenta días y cuarenta noches.
Observa luego a los escribas y fariseos, saduceos y herodianos, extendiendo
su red sobre él y cerrándola poco a poco: «estrecha es la puerta, y angosto
el camino». Mírale luego en el huerto de Getsemaní: el mismísimo Hijo de
Dios, en quien y por quien todas las cosas han sido creadas, confinado a un
huerto rodeado por soldados. Y luego, a las pocas horas, lo vemos en un
tribunal policial, con un soldado a cada lado. En el huerto al menos podía
caminar hacia delante y hacia atrás por la senda; ahora no se le permite
moverse: «estrecha es la puerta, y angosto el camino». Pero no ha terminado
aún; mírale crucificado en el madero, el Hijo de Dios, el Creador del mundo
clavado ahí, sin posibilidad de mover pies ni manos. Muere. Bajan su cuerpo
y lo introducen en el sepulcro. Asómate al sepulcro: ¿Puedes ver alguna luz
allí? ¿No parece como si las paredes se vinieran abajo y se derrumbaran?
«Estrecha es la puerta, y angosto el camino». Lleva a la muerte, al sepulcro,
a la oscuridad, a la desolación absoluta.

Y allí tendríamos que acabar si creyéramos lo que tan a menudo pasa como
evangelio hoy en día. Pero —bendito sea el nombre de Dios— el evangelio
continúa. Significa Belén, significa el desierto y la tentación, significa
enemigos y persecución, significa Getsemaní, el juicio, la cruz, la muerte, sí,
y el sepulcro. PERO, en la mañana del tercer día, ¡observa la resurrección!
¡Sueltos los dolores de la muerte, resucita triunfante del sepulcro! ¡La
oscuridad da paso al amanecer y a la luz del día interminable! «Estrecha es la
puerta, y angosto el camino»; PERO «lleva a la vida».

Si aceptas el evangelio y te sometes a él, significará un nuevo nacimiento para


ti; significará juicio y tentación, significará persecución, significará crucifixión
y muerte del «viejo hombre» que hay en ti. PERO conducirá a una nueva vida
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que es verdaderamente vida, vida abundante; sí, la mismísima vida de Dios
mismo.

«Entrad por la puerta estrecha». ¡Venid al camino angosto!

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