Dos hermanos cordobeses, Ernesto y Rómulo Boglietti, fueron los
primeros argentinos en jugar en el Viejo Mundo. Se iniciaron en Gimnasia de barrio General Paz y llegaron a la Juventus en 1909.
Un amarillento artículo publicado en 1917 fue la punta de un
descubrimiento que puso en jaque a los archivos históricos del fútbol argentino. Hace un par de años nadie dudaba que el rosarino Julio Libonatti, quien en 1925 se incorporó al Torino de Italia, había sido el primer jugador argentino en actuar en Europa. Sin embargo, en septiembre de 1999, con contundentes pruebas documentales publicadas en La Voz del Interior, pudo probarse que, en realidad, ese privilegio le correspondió varios años antes a dos hermanos cordobeses, vecinos de barrio General Paz. Ernesto y Rómulo Boglietti, los hijos mayores del matrimonio compuesto por dos inmigrantes italianos de fines del siglo pasado, integraron desde 1909 el poderoso equipo de Juventus de Turín, luego de haber defendido los colores de Gimnasia y Esgrima, un club que tenía su campo de deportes en donde hoy se levanta el Hospital Italiano. Más allá del relevante hecho deportivo en sí, la historia de la familia Boglietti, de la cual apenas queda un par de descendientes directo en el país, tuvo innumerables matices que merecen ser contados. De Novara a General Paz Don Ernesto, nacido en Novara, y María Borghi, en Turín, se radicaron en el país con la primera corriente inmigratoria que recibió Sudamérica en el último tramo del siglo 19. La “Ley de Colonias”, una iniciativa de Ramón Cárcano –por entonces Ministro de Gobierno de Gregorio Gavier-, había atraído a miles de extranjeros que se veían favorecidos por beneficios tributarios para trabajar la tierra. Eran años de inmigración espontánea y caudalosa, especialmente italiana, que dieron origen a poblaciones como San Francisco (fundada en 1886), Laboulaye (1886) y Marcos Juárez (1887). Pero si bien la inmensa mayoría de los “gringos” se radicaron en la campaña, algunos optaron por “hacer la América” en la ciudad. Los Boglietti se instalaron en calle Lima 821, de barrio General Paz -por entonces Pueblo General Paz-, y rápidamente generarían una fortuna con una pequeña empresa de servicios fúnebres. El 29 de mayo de 1894, el matrimonio tuvo su primer hijo, Ernesto Inocencio, y después llegarían cinco más: Rómulo (1895), Octavio (1896), Clotilde María (1899), Amalia Ernestina (1902) y Pedro (1906). Bolitas, rayuela y fútbol El inicio del nuevo siglo no presentaba muchas alternativas de diversión para los más chicos. Bolitas, rayuela, payana, rango, escondidas o fútbol eran los pasatiempos favoritos de aquellos que usaban pantalones cortos. A pocas cuadras del domicilio de los Boglietti, el Club Gimnasia y Esgrima tenía dos canchas de fútbol donde Ernesto, Rómulo y Octavio daban rienda suelta a su pasión por la redonda. Desde muy chicos se incorporaron a sus filas para disputar los campeonatos de la Liga Cordobesa. Por entonces, 1908, jugaban el torneo superior Gimnasia, Universitario, Athenas, Agronomía y Córdoba Athletic, mientras que Belgrano actuaba en Segunda con Alta Córdoba y Central Argentino. Talleres, Instituto y Racing ni siquiera se habían fundado. En esos precarios campos de deporte, donde comenzó a edificarse la historia del fútbol cordobés, Ernesto se destacó como centrodelantero, mientras que Rómulo era half (volante) derecho. Universitario, campeón de la temporada, sustentó su triunfo en un goleador cuyo nombre trascendería más allá del deporte: Amadeo Sabattini, gobernador de Córdoba entre 1936 y 1940. Regreso a Italia A finales de 1908, la familia vuelve a radicarse en Italia, más precisamente en Turín, dejando sus propiedades al cuidado de Manuel Filloy, hermano del prestigioso historiador Juan, quien a su vez era muy amigo del mayor de los hermanos Boglietti. Allí, Ernesto, Rómulo y Octavio continuaron su carrera futbolística en el FC Juventus, donde los dos primeros llegaron a integrar el equipo superior del club. En 1914, Ernesto y Rómulo fueron convocados como refuerzos para formar parte del plantel del otro equipo de la ciudad, el Torino, que realizó una gira por Sudamérica y llegó a presentarse en Buenos Aires. Pese a su espíritu aventurero, los hermanos rechazaron la invitación inducidos por su padre, quien les ordenó no descuidar sus estudios en una aventura que demandaba casi dos meses de viaje, puesto que cruzar el Atlántico significaba, al menos, disponer de dos semanas arriba de un barco. Primera Guerra Mundial El 28 de junio de 1914, un estudiante bosnio, Gavril Princip, asesinó en Sarajevo (hoy Bosnia y Herzegovina) al archiduque austríaco Francisco y su esposa. Dos meses después, 17 millones de soldados de ocho naciones y sus extensas colonias dan comienzo a la Primera Guerra Mundial. Italia, que formó una coalición con Rusia, Francia y Gran Bretaña, llamó a sus jóvenes para afrontar un conflicto que se extendería hasta 1918. Ernesto (20 años) y Rómulo (19) se presentaron como voluntarios, siendo el primero destinado a Macedonia como soldado automovilista, mientras que el segundo quedó a disposición como sargento aviador. Años más tarde seria convocado Octavio y también su hermana Clotilde, quien fue recluida en un asilo para colaborar en tareas logísticas. El final del conflicto los encontró a todos con vida y sin heridas de consideración. Dos bravos “ragazzi” El 7 de agosto de 1917, La Voz del Interior informó a sus lectores en su sección deportiva sobre la existencia de “Dos sportsmen cordobeses en la guerra europea”, tal el título que ilustró la nota escrita por Juan Filloy, quien por aquellos años colaboraba en la sección Deportes de ese diario. La trascripción textual del artículo, que fue la punta de esta investigación y que impuso un revisionismo a los archivos nacionales, es la siguiente: “Rómulo y Ernesto Boglietti son dos bravos ragazzi naturales de esta ciudad, que hace nueve años se ausentaron a Italia a proseguir sus estudios, dejando en la muchachada de General Paz la amargura de la ausencia y el cordial recuerdo de sus afectos y de sus brillantes aptitudes deportivas. “Consumados footballers, militaban antes de la hecatombe europea en el Club Juventus de Turín, en cuyo primer equipo sobresalieron tanto, que la Liga de dicha ciudad propuso incluirlos al team de Torino que visitó hace pocos años las principales ciudades sudamericanas en gira footballística. “Los Boglietti no vinieron por razones de estudio, pero prosiguieron actuando en campeonatos italianos y en múltiples ocasiones en internacionales contra cuadros suizos, austríacos y franceses. “Encendida la guerra, Rómulo y Ernesto presentáronse voluntarios al Ejército italiano, siendo el primero actualmente sargento aviador y el segundo soldado automovilista. De tal modo, pues, permanecen siempre vibrantes sus entusiasmos tan bien encaminados al deporte. “Ernesto, que es además un gran corredor pedestre, pues ostenta el Campeonato del Kilómetro de Venecia, estando en servicio en Macedonia, definió a favor del equipo italiano un pintoresco match contra un cuadro inglés de las fuerzas allá acampadas. “Es placentero y halaga nuestros espíritus de compatriotas, señalar los éxitos de estos muchachos pletóricos de fuerza y valor que hoy, apagados un tanto los estímulos de sus triunfos deportivos, están actuando afiebrados de patriotismo en el macabro sport de la guerra”. La carta que volvió del horror Sobre el final de la guerra, Juan Filloy le remitió una carta a Ernesto Boglietti al frente de guerra, adjuntándole el artículo que había escrito un año antes y que Ernesto conservó siempre. Los principales párrafos de la misiva dicen así: “Córdoba, 5 de abril de 1918. Noble Ernesto: No puedes imaginarte con que inefable placer he recibido tu última carta. Al tomarla dije: ‘¡Vive!’ y me consolé instantáneamente de una preocupación íntima, que ha sido fruto de nuestro recriminable silencio. Y es, Ernesto, porque el silencio en estos casos casi siempre es un anticipo de la muerte. Escribe, pues, con más continuidad para que lata siempre en mi corazón de amigo el afecto lozanable actual que siempre te he profesado. “Por mi parte, el silencio es más explicable: muchas veces trepido en escribirte por el cambio de tus direcciones, razonando para mis adentros si mis cartas llegarán a tus manos. De tal modo, cuanto más escribas, más te escribiré. “La guerra va bien encaminada para los aliados. Te lo digo sinceramente yo, que quizá tenga mejores oportunidades que tú para saberlo”. “También te envío un recorte del diario local La Voz del Interior, donde publiqué con unas cuantas palabras la foto que en oportunidad me remitieras. Creo que pasará fácilmente por la Censura por tratarse de un recorte viejo que no remití antes por estos mismos temores y por haber leído que interceptaba la Censura todo diario y revista. Es por este mismo motivo que siempre me he abstenido de enviarte periódicos y revistas argentinas que las hay de todas clases por el grandísimo incremento que ha tenido la prensa nacional. “Voy a cortar esta larga conversación que quizá te esté ya fastidiando, como creo lo habrá molestado al buen señor de la Censura que le haya tocado. A ti y a él mil perdones”. Rumbos diferentes Establecido el nuevo orden mundial, la familia se dividió. Rómulo, Clotilde y sus padres se radicaron nuevamente en Córdoba, mientras que sus hermanos siguieron en Italia. Ernesto continuó en “la Juve” por unos años más, pero cuando Europa volvió a encaminarse hacia otra conflagración retornó a Argentina con Octavio y Pedro. Ernestina, en cambio, se casó, tuvo tres hijos y no volvió nunca más. En Córdoba, el encargado de continuar la ligazón con el fútbol fue Octavio, quien en Juventus sólo había integrado sus divisiones menores. Se acercó al club General Paz Juniors, donde llegó a actuar en algunos partidos, y fue uno de los sostenes financieros de la institución. Su bienestar económico le permitió ceder a los albos unos terrenos en donde se levantaría su cancha y, además, pagó los pases de algunos jugadores, como el de Humberto Martínez, quien luego integraría una de las delanteras más recordadas del fútbol cordobés junto a Carlos Lacasia, Ricardo Zuliani, Alfredo Guerini y Francisco García. Dolce vita Fallecido Ernesto padre, la administración de las propiedades recayó en los hijos varones, quienes dilapidaron la fortuna en todo tipo de diversiones. Salvo Rómulo, que se casó y no tuvo hijos, los otros tres hermanos murieron solteros, por lo cual el apellido Boglietti se perdió. Clotilde, que hacía las veces de “madre" de sus propios hermanos, se casó con Santiago Falletti, un comerciante que le dio el único descendiente a la familia: Angel. Pablo Falletti (nacido en 1966), hijo de Angel y descendiente de aquel grupo familiar en Argentina, recuerda por voz de su padre que “eran tipos de mucha guita y viajaban a Italia cada dos por tres”. La vivencia de la guerra y el bienestar económico por el que atravesaban los marcaría a fuego. “Ellos nunca trabajaron -cuenta Falletti- y vivían de la renta de casas puestas a sus nombres. Cobraban el alquiler y se iban a timbiar, a un lupanar o al hipódromo. Volvían a comer, se ponían otro traje y a la noche se iban al cabaré a buscar minas. Pedro, el menor, era el peor de todos: cada tanto liquidaba alguna propiedad para seguir de joda. Murió hecho y sin un mango”. La historia oficial “El primer argentino que jugó en Italia fue julio Libonatti, se sabe. Defendió durante nueve años la camiseta del Torino (desde 1925-26 hasta 1933-34) con 239 partidos y 154 goles". El párrafo pertenece al suplemento Fútbol for Export, de la revista El Gráfico de 1992, pero puede pertenecer a cualquier publicación sobre la historia del fútbol argentino. La omisión de la existencia de los hermanos Boglietti, cuya nacionalidad argentina fue certificada por el oficial Héctor Alfredo Cedrón, en el Registro Civil de la ciudad de Córdoba, se repitió –y se repite– invariablemente. Las pruebas documentales conseguidas en el archivo de La Voz del Interior, sumado a los aportes de sus descendientes, no dejan margen para la polémica: Ernesto y Rómulo Boglietti, formados en las canchas del desaparecido Gimnasia y Esgrima de barrio General Paz, fueron los primeros argentinos en jugar en Italia. Ellos fueron los que abrieron el camino para una enorme cantidad de futbolistas que luego militarían en el prestigioso calcio italiano. Pero no fueron los Boglietti los únicos jugadores de esta provincia que actuaron allí. La lista fue incrementándose año a año hasta llegar a una docena. Un natural de Las Perdices, Carlos Garavelli, fue el segundo cordobés en llegar a la península. Fue en 1932, cuando se incorporó al Alessandria y después pasó por Casale (1938-39), Pavese (1939-40), Varese (1941-43) y Forli (1945-46). Después pasaron Roberto Allemandi (Oliva) en Roma (1933-37), Silvio Bonino (Leones) en Parma, Alessandria, Marzotto, Bari, Livorno y Palermo (1935-43), Angelo Rosso (Freyre) en Corniglianese Tigullia, Alessandria y Brescia (1936-49), Evaristo Barrera (Cruz del Eje) en Lazio, Nápoli, Ascoli, Cremonese y Mortara (1939-48), Juan Landolfi (Villa de Soto) en Lucehese, Ambrosiana, Padova, Carrarese, Viareggio y Avellino (1940-49), René Seghini (Oncativo) en Bologna (1956-57), Gustavo Dezotti (Monte Buey) en Lazio y Cremonese (1988-95), Víctor Sotomayor (Córdoba) en Verona (1989-91), Oscar Dertycia (Córdoba) en Fiorentina (1989-90) y Claudio López (Río Tercero) en Lazio (2000- 01).
El recuerdo de Juan Filloy
“¿Dónde consiguió esta carta?”, preguntaba incrédulo y emocionado Juan Filloy en septiembre de 1999, en ocasión de ser reporteado por La Voz del Interior. Recordando momentos de su juventud, cuando era compinche de Ernesto en el viejo Pueblo General Paz, la lucidez del escritor (fallecido el 15 de julio de 2000 a los 105 años), lo llevó a evocar circunstancias vividas en su niñez, allá por los albores del siglo 20. “¡Qué cosa curiosa!”, se asombraba, a la vez que con la rapidez de un estudiante de secundario sacaba la cuenta del tiempo transcurrido. “¡Una carta mía de hace 81 años¡”. Don Juan se puso sus lentes y se detuvo a leer la misiva que le envió a su amigo. “Lo que son las cosas. Esta carta estuvo en el frente de combate con Ernesto y volvió a mis manos casi un siglo después”, razonó. “Conocí a Ernesto desde los 4 años. Era muy tarambana y fue muy amigo mío. Le gustaba mucho el fútbol y después de esta carta, tuve contacto con él por muchos años. Después se cortó y no tuve mayores contactos con él hasta 1970, más o menos, cuando yo era magistrado judicial en Río Cuarto. Pero ya no era una amistad tan estrecha por el paso del tiempo. Recuerdo que en General Paz vivían casi todos los obreros del Ferrocarril Central Córdoba. Don Ernesto Boglietti –su padre– hizo fortunas comprando a bajo precio una cantidad inmensa de propiedades en barrio General Paz y era muy amigo de los Falletti, que tenían una fábrica de dulces muy buenos. Cuando se ausentaban a Italia, mi hermano Manuel les administraba las propiedades y les giraba el dinero”, recordaba. “Ellos jugaban –decía el escritor– en donde ahora está el Hospital Italiano. Nosotros le llamábamos “el Potrero de Don Misael” y allí se levantaba la cancha de Gimnasia y Esgrima. Ahí cerca vivía Rimoldi, un gran jugador de Estudiantes. Por ese entonces se jugaba por un cajón de cerveza, los jugadores no tenían precio y se competía por puro entusiasmo juvenil. No existían los premios valiosos de hoy. Después, cuando se fue a Turín, supe que había jugado en Juventus, porque Ernesto me lo contaba en sus cartas. Yo nunca jugué, era un patadura. Sólo actué como directivo del Club Atlético Talleres”. Sobre el final de la entrevista, Juan Filloy volvió a remarcar su asombro por la existencia de la carta que le enviara a Ernesto, pero se negó a recibir una copia de la misma. “¿Para qué? Es una hermosa carta, pero son recuerdos muy íntimos que me dan mucha nostalgia. Si usted publica la carta, hágalo como una curiosidad histórica del fútbol cordobés y podrá tener un artículo de evocación interesantísimo. Y yo la leeré con mucho gusto”.
Una anécdota célebre
En su libro “Esto Fui”, el escritor le dedicó a Ernesto Boglietti
un capítulo en el que lo pinta de cuerpo entero: “¿Puede hablarse de amistad entre los niños? Si se limita tal cohesión intelectual de afectos únicamente a los adultos ¿qué es entonces esa atracción, ese apego, esa solidaridad que vincula a ciertos chicos y prescinde tercamente de otros? Con Ernesto Boglietti, algunos meses mayor que yo, la afinidad que nos unía identificábase en su casa y en la mía como una tácita hermandad. La infancia busca relaciones que se coordinen en hechos y palabras. Es frecuente que el vínculo de compinchería no cuaje con otros chicos. Con Ernesto, audaz, pícaro, desenvuelto, ensamblaba perfectamente mi timidez. Incluso llegaba a juntarse en el juego diario de trampas, matufias y trapisondas propias de la edad. Fui, así, insustituible patiquino suyo en la farsa del enojo y del encuentro casual. Muchas veces la repetimos con clamoroso éxito de risas y puteadas. Consistía en esto. Munido de un palo de 40 a 50 centímetros, untado en una punta con excrementos humanos o los más fétidos de gallina, Ernesto, ya concertado conmigo, salía a dar vuelta a la manzana y yo en su busca en sentido contrario. La consigna era detenerse donde hubiese un núcleo de muchachos, jugando o no, y, al verme, salirme al cruce vociferando amenazas: -Así quería agarrarte, desgraciado y la puta madre que te parió. A ver, repetí lo que andas diciendo. Obvio, la increpación y el desafío implícito concentraba las ansias de todos de presenciar una pelea. Sin abdicar de mis fueros, entonces yo le retrucaba: -Claro que lo voy a repetir, que sos un cagón de mierda y si querés pelear dejá el palo primero. Ya armada la pantomima, no había muchacho que no quisiera tener el palo. Y ahí venía el chasco. Simulando entregarlo, Ernesto daba un tirón que dejaba en la mano del voluntario un montón inmundo de porquería. Los insultos y carcajadas corrían más que nosotros...”