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Sin dar más explicaciones, la mujer dio la vuelta y Carlos recibió uno de los impactos más grandes
de su vida porque vio que la cara de la mujer era la de una calavera.
De la impresión, Carlos cayó pesadamente sobre el suelo mientras invocaba a todos los santos.
Logró levantarse y emprendió la carrera de regreso a casa.
Al llegar, el hombre encontró el refugio en su devota esposa Josefina. Entendió que la visión
fantasmagórica era el castigo por tantas infidelidades. Y desde entonces se dedicó santamente a
su hogar.
Lo que Carlos nunca se enteró es que su esposa estuvo detrás del “alma en pena”. ¿Qué había
sucedido? Después de muchas noches en vela, Josefina se armó de valor para castigar las
continuas infidelidades de su cónyuge.
Una vecina le aconsejó darle un buen susto. Para el efecto le prestó una careta de calavera y le
recomendó vestirse de negro.
Sin estar segura, pero motivada por su amiga, la señora decidió hacerlo.
Una noche oscura, se trajeó de negro, se puso la careta y se cubrió con un velo. Lo sucedido
después ustedes ya lo conocen.
La loca viuda fue el remedio para los caballeros que abandonaban el hogar por una conquista
galante. Los años pasaron y aún dicen que la loca viuda se aparece en las noches…
EL DUENDE DE SAN GERARDO
De reojo observó que se trataba de un hombre muy pequeñito, portaba un látigo en su mano, y
llevaba en su cabeza un sombrero muy grande.
Así lo hizo y al día siguiente, el hombrecillo no le pidió cigarrillos, sino que empezó a castigarle
con el látigo.
Esta aparición y otras similares hicieron entender que se trataba del Duende de San Gerardo.
EL HUIÑA HUILLI DE BOLÍVAR
Esta leyenda me la contaron en uno de mis viajes a Ecuador.
José era un tahúr. Es decir, un jugador de cartas experto a
quien además le fascinaba hacerles trampa a sus
contrincantes.
En lo que iba bajando por la colina, dejó caer el frasco de luciérnagas, dejándolo en completa
oscuridad. Luego halló al pequeño, lo cubrió con su capa y en ese momento la criatura dejó de
llorar.
Ya de regreso, José se dio cuenta que la parte de su cuerpo en donde se estaba recargando el
niño, empezó a calentarse de manera desmedida. De inmediato, trató de soltar al niño en el suelo,
más en ese momento sintió como una puntiaguda garra se le clavó en el abdomen.
– Eres una persona muy egoísta y la gente como tú merece la muerte. Replicó la horripilante
criatura.
El hombre nuevamente suplicó por su vida hasta que se desmayó del enorme pavor que sentía.
Al día siguiente, lo despertaron los rayos del sol de la mañana. En cuanto se levantó del suelo,
volvió a escuchar el llanto de aquel niño.
José supo que no se había tratado de ningún sueño, ni de alucinaciones causadas por las bebidas
alcohólicas. Prometió no volver a tomar y portarse bien por el resto de sus días.
LEYENDA DE MARIANGULA
Hay quienes consideran a la leyenda de
Mariangula como una historia de terror. Se trata
de una adolescente de 14 años, misma que tenía
una madre que se dedicaba a vender tripa asada
al carbón.
Por si esto fuera poco, el dinero que le habían dado para que comprara las vísceras también se lo
gastó. Lógicamente después de pasar un buen rato en compañía de sus camaradas y de
reflexionar acerca de lo que había hecho, la niña pensó que su mamá la iba a reprender
fuertemente.
La preocupación no la dejaba en paz y mientras caminaba a las afueras del cementerio municipal
de Quito, pensó en entrar al camposanto y sacarle las tripas uno de los muertos que los
sepultureros apenas acababan de enterrar.
Esperó a que oscurecieron a poco más y llevó a cabo su macabro plan. Después se las entregó
su madre y no hubo ningún tipo de reprimenda. De hecho, las tripas se vendieron mejor que otros
días.
Ya de noche en su casa Mariangula no dejaba de recordar lo que había hecho. De pronto, la niña
comenzó a escuchar que golpeaban fuertemente la puerta principal de su domicilio. Eso era algo
muy extraño, no sólo porque ya pasaba de las 12:00 de la noche, sino porque ninguno de los
demás integrantes de su familia, escuchó los golpes.
Posteriormente una macabra voz empezó a llenar la habitación de la chiquilla diciendo lo siguiente:
“Mariangula devuélveme las tripas que me robaste en el sepulcro”. La voz se fue haciendo cada
vez más fuerte e inclusive la muchacha pudo escuchar claramente como si alguien subiera por las
escaleras en dirección a su cuarto.
Asustadísima por aquellos lamentos fantasmales, a la niña lo único que se le ocurrió hacer fue
sacar unas tijeras que tenía en el cajón y abrirse el estómago para pagar su deuda.
– Está muy oscuro y tengo miedo. ¿Me acompañas Manuel a regar las plantas?
Antes de que se acercaran a la parte trasera de la casa, sitio en el que se encontraban las macetas
que debían regar, empezaron a huir una serie de voces que pronunciaban palabras en otro idioma,
de la misma forma que ocurre cuando la gente sale en una procesión.
Se ocultaron detrás de un árbol y pudieron ver que aquellos no eran seres humanos, sino criaturas
capaces de flotar por el aire. A ninguno de ellos se les pudo ver el rostro, pues lo tenían cubierto
con una capucha. Además, en una de sus manos portaban una vela larga apagada.
Luego de que pasaron los encapuchados, apareció una carroza guiada por un ente horripilante
que tenía en la cabeza un par de afilados cuernos y dientes iguales a los de un lobo.
Fue en ese preciso momento, cuando Carlos recordó una leyenda ecuatoriana que le contaba su
abuelo acerca de una “caja ronca“. La descripción que el anciano había hecho acerca de los seres
que custodiaban este mítico objeto, era exactamente igual a las criaturas que acababan de ver.
El terror que sintieron hizo que de inmediato perdieran el conocimiento. Posteriormente cuando
volvieron en sí, se percataron de que ahora ellos portaban también una vela larga de color blanco.
Sólo que no era de cera sino de hueso de difunto.
Las soltaron de inmediato y cada uno se fue para su domicilio. Desde ese momento, procuraron
jamás volver a salir de noche y mucho menos dudar de las historias y mitos que cuentan por las
regiones cercanas a la capital de Ecuador.
EL AGUALONGO
El 4 de febrero de 1797, un terremoto destruyó gran parte de la
zona central del Ecuador. Se cuenta que antes del desastre se
produjeron hechos misteriosos, como el que les contamos a
continuación.
Juan, uno de los vaqueros, se había criado desde muy pequeño en la hacienda. Recibió techo y
trabajo, pero así mismo, los maltratos del mayordomo y del dueño.
Una mañana que cumplía su labor, los toros desaparecieron misteriosamente. Juan se
desesperó porque sabía que el castigo sería terrible. Vagó horas y horas por el frío páramo, pero
no encontró a los toros.
Totalmente abatido, se sentó junto a una gran piedra negra y se echó a llorar imaginando los
latigazos que recibiría.
De pronto, en medio de la soledad más increíble del mundo, apareció un hombre muy alto y
blanco, que le habló con dulzura:
– Se me han perdido unos toros –respondió Juan- después de reponerse del susto.
– No te preocupes, yo me los llevé –dijo el hombre- vamos que te los voy a devolver.
Juan se puso de pie dispuesto a caminar, pero el hombre sonriendo tocó un lado de la piedra, y
ésta se retiró ante sus ojos.
Aquella roca realmente era la entrada a una gran cueva. Sin saber realmente cómo, Juan estuvo
de pronto en medio de una hermosa ciudad escondida dentro de la montaña.
El vaquero miró construcciones que brillaban como si estuvieran hechas de hielo. La gente era
alegre y disfrutaba de la lidia de toros.
El hombre alto le entregó los animales, le dio de comer frutas exquisitas, y como una forma de
compensación le regaló unas mazorcas de maíz.
De la misma forma extraña en la que había llegado, pronto estuvo en el páramo, con los toros y
las mazorcas.
Al llegar a la hacienda todos se burlaron de él por lo que consideraban una influencia del alcohol.
Decepcionado, pero a la vez tranquilo por haberse librado de la paliza, Juan fue a su casa y sacó
las mazorcas. Para su sorpresa eran de oro macizo.
Con este tesoro, el vaquero se compró una hacienda propia y se alejó para siempre del lugar
donde le habían maltratado tanto.
Desde entonces, los campesinos y los turistas tratan desesperadamente de buscar la entrada a
la ciudad del Chimborazo.
LEYENDA DE LA LAGUNA DE COLTA
De acuerdo a la leyenda una señora llegó con un niño y una paila
y se sentó a descansar en el valle, luego del largo viaje que
emprendió desde Cuenca. Empezó a caer una torrencial lluvia,
que hizo que la paila se llenara hasta el tope, pero cuando quiso
continuar con su viaje, la paila estaba tan llena que no la pudo
levantar ni mover, entonces pidió ayuda a un indígena de
Masipamba llamado Manuel Bueno, pero estaba aparentemente
tan pesada, que él tampoco logró alzarla. Al ver que anochecía,
Manuel le brindó posada en su casa, pero durante la madrugada, la dama desapareció. A la
mañana siguiente el indígena llevó su burro al lugar donde quedó la paila para arrastrarla, pero
seguía tan pesada que se lo impidió. Poco después la paila brillante como el oro se transformó en
el lago. Ante estos acontecimientos, el cura del sitio aseguró que la mujer era la Virgen María y
ofició una misa en una de las Iglesias más antiguas del Ecuador, la Iglesia de Balbanera. Se dice
que, desde aquel momento, a la medianoche, sale una luz resplandeciente proveniente de la
laguna para luego formar el famoso remolino en medio de la misma. Así mismo los moradores
manifiestan la sobriedad y el respeto que se le debe tener, ya que la ven como sagrada y
misteriosa.
LA BOA Y EL TIGRE. (ORIENTE)
Por el camino que lleva a Misahuallí, a 6 Km. de Puerto Napo, en la
comunidad de Latas vivía una familia indígena dedicada a lavar oro
en las orillas del río Napo. Un día la madre lavaba ropa de la familia,
mientras la hija más pequeña jugaba tranquilamente en la playa: tan
concentrada estaba la señora en su duro trabajo, que no se percató
que la niña se acercaba peligrosamente al agua, justo en el lugar
donde el río era más profundo. Una súbita corazonada la obligó a
levantar su cabeza, pero ya era demasiado tarde; la niña era
arrastrada por la fuerte correntada y sólo su cabecita aparecía por momentos en las crestas de las
agitadas aguas.
¡La mujer transida de dolor y desesperación, hincando sus rodillas en la arena implora a gritos ...
yaya Dios! .... yaya Dios! ¡Te lo suplico salva a mi guagua, y Oh! sorpresa, la tierna niña retorna
en la boca de una inmensa boa de casi 14 metros de largo, que la deposita sana y salva en la
mismísima playa; la mujer abrazando a la niña llora y sonríe agradecida. Desde aquel día la
enorme boa se convirtió en un miembro más de la familia, a tal punto que cuando el matrimonio
salía al trabajo cotidiano, el gigantesco reptil se encargaba del cuidado de los niños.
Pero un tormentoso día, cuando los padres fueron a la selva en busca de guatusas para la cena,
la boa no llegó a vigilar a los niños como solía hacerlo todos los días. Este descuido fue
aprovechado por un inmenso y hambriento tigre, que se hizo presente con intenciones malignas.
¡Los muchachos desesperados gritaron a todo pulmón “! yacuman Amarul! (boa del agua), el
gigantesco reptil al oír las voces de los niños salió del río y deslizándose velozmente entró a la
casa; se colocó junto a la puerta, para recibir al tigre que trataba de entrar sigilosamente en el
hogar de sus amigos; la lucha que se desató fue a muerte; la boa se enroscó en el cuerpo de
felino, pese a las dentelladas del sanguinario animal; los anillos constrictores del reptil se cerraron
con fuerza, mientras el tigre la mordía justo en la parte de la cabeza, al final se escuchó un crujido
de huesos rotos y ambos animales quedaron muertos en la entrada de la casa.
Cuando regresaron los padres de los chicos, recogieron con dolor los restos de su boa amiga y
ceremoniosamente la velaron durante dos días, para luego enterrarla con todos los honores y ritos
que se acostumbraban utilizar para con los seres queridos.
Villancico Ven a cantar