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Perfil Del Docente en Primera Infancia
Perfil Del Docente en Primera Infancia
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El modelo del profesional para la educación de la primera infancia
Concebido así, el problema del perfil o modelo del profesional para la atención y
educación de los niños en la primera infancia, se convierte en el centro, en el
punto de partida y la clave de cualquier proceso de elaboración curricular. Sin
embargo, en lo que respecta a lo que debe expresar el modelo, a su contenido, a
su concepción en general, han existido diferentes criterios.
Es natural que en una edad de tan especial significación para el desarrollo del ser
humano, y en el que los niños son tan vulnerables y sensibles a los agentes
externos que inciden sobre ellos, las particularidades de la personalidad de las
personas que los forman y educan cobran una importancia fundamental. El niño
de cero a seis años requiere de un adulto comprensivo y afectuoso, capaz de
identificarse con él y de proporcionarle de la manera más paciente y cuidadosa
todo aquello que ha de integrar su educación y la posibilidad de alcanzar el
máximo desarrollo de sus potencialidades.
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Esto ha conducido, en el mejor de los casos, a hacer condición indispensable para
trabajar con niños de esta edad y, por lo tanto, formar parte del perfil del
profesional, que el mismo posea las condiciones psicológicas de la personalidad
que lo hagan idóneo para la educación de estos niños. Así, algunos de los
instrumentos que se han creado para detectar en los estudiantes que aspiran a
ingresar en la carrera de formación de educadores de la primera infancia, tratan de
indagar primariamente en la presencia de estas particularidades psicológicas
específicas, como requisito básico para aprobar su ingreso al estudio de esta
profesión.
Es por ello que otros consideran que lo importante no son las condiciones
psicológicas y conductuales del sujeto, sino que lo significativo son el contenido
del plan de estudio y de los programas lo que constituye el modelo del profesional.
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el reflejo de la actividad que de alguna manera expresa las múltiples dimensiones
de su vida social como valiosa fuente del saber; las habilidades para organizar y
ejecutar el proceso educativo; para evaluar y autoevaluarse y someterse él mismo
a la evaluación externa, así como las capacidades y cualidades que le permitan
ser y sentirse el máximo responsable de la calidad de los servicios, del
aprendizaje de los educandos, del significado que para ellos tenga el aprender,
como lo tiene para él, el enseñar.
F. Díaz Barriga afirma que una de las etapas de la metodología del diseño
curricular consiste en la delimitación del perfil del egresado y agrega que en el
caso de un perfil profesional, además del saber, el saber hacer y el ser de este
futuro profesional, ha de definir una visión humanista, científica y social integrada
alrededor de los conocimientos, las habilidades, las destrezas, las actitudes, los
valores, etc., y que, por lo tanto, es importante incluir la delimitación de las áreas o
sectores donde el egresado realizará su actividad, los principales ámbitos de su
labor, así como las poblaciones y beneficiarios de su quehacer profesional.
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Muchos autores aseguran que el perfil del profesional de la educación constituye
un instrumento de trabajo de enorme significación para aquellos que han de
formar a estos profesionales, y que permite evaluar el desempeño de los
estudiantes y de los egresados, puesto que en el mismo, como modelo, están
planteadas las aspiraciones que se desean alcanzar en el profesional, lo cual
posibilita ir valorando el nivel de desarrollo por años de formación del futuro
profesional. Señalan a su vez que es un instrumento que sirve para comprobar
hasta qué punto los contenidos, las disciplinas y asignaturas, o los módulos están
alcanzando los objetivos propuestos.
los docentes, solo entonces se puede afirmar que el modelo es eficaz, que ha
tenido valor práctico, y que ha constituido una guía para posibilitar la
correspondencia entre la preparación que debe ofrecer el centro formador y la
actividad concreta que debe saber realizar el egresado al incorporarse a su vida
profesional.
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Estos objetivos generales han de comprender el sistema de cualidades del
individuo y de los conocimientos y, consecuentemente, del sistema de funciones y
habilidades propios de este profesional, elementos que resulta necesario
también tener en cuenta al determinar dichos objetivos generales. De este modo
queda conformado un sistema en el cual los procedimientos y los resultados se
autorregulan uno a otro y modifican de manera biunívoca..
Por otra parte, el sistema de funciones y habilidades, que constituyen los modos
de actuación del futuro profesional, se materializan en las tres áreas
fundamentales de formación: la académica, la investigativa y la práctico-laboral, y
mediante las cuales el egresado puede dar solución a los problemas profesionales
que se le presenten en su vida laboral, que se han derivado en última instancia de
los objetivos generales que se plantearon en su proceso de formación.
A su vez este perfil, que marca el quehacer del futuro profesional, ha de irse
construyendo a todo lo largo del plan de formación, desde las acciones más
simples hasta los últimos años que impliquen prácticamente este quehacer, pero
aún en condiciones de la formación.
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papel importante como promotor de la cultura en su entorno, siendo a la vez, un
ejemplo de educador, formador de elevadas cualidades éticas y estéticas.
Dado que su objeto de trabajo son los niños de cero a seis-siete años, el
profesional ha de poseer un conocimiento pleno de las particularidades del
desarrollo de los niños que forma y educa, tanto desde el punto de vista de su
desarrollo fisiológico como psicológico, que le permita una comprensión cabal de
sus necesidades, sus intereses y de los requerimientos propios de estos, para
lograr un sano desarrollo de la personalidad.
Esto conlleva a su vez el que este educador de la primera infancia haya formado
habilidades para organizar, estructurar y orientar el proceso educativo, en todas
sus variantes, dirigido a la participación conjunta de él como educador y de los
niños, que constituyen el eje central de su accionar pedagógico.
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La atención a la diversidad significa que el educador de la primera infancia ha de
ser capaz de dar una respuesta educativa personalizada a los educandos, que
pueden ser muy diversos y pertenecientes a medios y procedencias culturales
distintas, y ser a su vez capaz de trazar las estrategias más adecuadas que le
permitan introducir oportunamente las transformaciones pedagógicas y de tipo
metodológico necesarias que lo conduzcan al éxito educativo, de acuerdo con las
capacidades y necesidades de cada uno de ellos.
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aprender y asumir su rol en la dirección del proceso educativo, educadores de
mente abierta dispuestos a un análisis constante de su quehacer para
perfeccionarlo cada día.
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cumple dos funciones: actúa como punto de partida en la elaboración del plan de
estudio y es contexto referencial del planeamiento y ejecución del proceso
docente, y en un plazo más mediato, conforma el patrón evaluativo de la calidad
de los resultados del graduado como profesional y como ciudadano.
En la formación del educador la determinación del perfil del profesional como parte
importante del diseño curricular es una etapa significativa dentro de este proceso,
por cuanto, a partir de él se determinan los demás componentes del diseño
curricular que permiten a la institución correspondiente, formar al profesional sobre
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sociedad. Desde este punto de vista el perfil del profesional es siempre una
demanda de la sociedad.
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Como ideal de hombre se destaca la proyección o modelo de ser humano al que la
sociedad y el sujeto aspiran a llegar en su vida futura. Es la materialización
preventiva de lo que puede llegar a ser. Las mejores tendencias de su desarrollo
se materializan en la imagen como modelo o ejemplo y se convierten en
estimulantes y reguladores de su desarrollo.
De ahí que la función social asignada a un educador esté en estrecha relación con
el patrón de conducta de este al desarrollar las actividades pedagógicas
relacionadas con el ejercicio de su profesión. Ella refleja su posición social en el
sistema de relaciones sociales, con todos sus derechos y deberes, su poder y su
responsabilidad en la educación del ciudadano.
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su aprendizaje, sus éxitos y sus fracasos docentes; estar al tanto de cómo se
produce su desarrollo físico e intelectual, porque estos procesos tienen clara
relación con lo primero. Uno de los principales errores que se cometen, en
general, dentro del marco de la institución educacional, cualquiera que sea el nivel
de que se trate, es el desconocimiento del niño en cuanto individuo, y para ello
hay que prepararlos con mucho cuidado.
Por ello, solo cuando ese perfil sea el de su actividad, con toda la multiplicidad que
la caracteriza, cuando sea un modelo generalizador, que contiene las exigencias
fundamentales y necesidades que la sociedad plantea a la actividad profesional
pedagógica, solo entonces se puede hablar de una formación actualizada de
profesionales de la primera infancia y que esté a la altura de las necesidades,
desafíos y retos del siglo XXI.
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y particularidades psicológicas, sus modos de acción en su camino a la conversión
en profesional, así como los conocimientos y habilidades indispensables que le
permitan al egresar poder enfrentar todas las necesidades, requerimientos y
perspectivas de su labor profesional, así como ser capaz de dar solución a las
problemáticas que se puedan presentar en el quehacer profesional cotidiano.
Por lo tanto, el perfil o modelo del profesional como reflejo de las exigencias que la
sociedad plantea al educador de la primera infancia preescolar ha de comprender
y contener siempre los siguientes lineamientos generales, y que constituyen un
resumen de todo lo previamente abordado y analizado en la formación de estos
profesionales:
Una amplia plataforma cultural general e integral y un alto nivel creativo, para
iniciar, con eficiencia y calidad, la formación estética de sus educandos en
particular, así como para desempeñar su papel de movilizador y promotor de
cultura en su entorno, siendo a la vez, ejemplo de educador, formador de elevadas
cualidades éticas y estéticas.
El conocimiento pleno de los niños con los que trabaja, que van desde su
desarrollo neurofisiológico, el físico-motor, el psicológico y la sana formación de su
personalidad, y de cómo se continúa este desarrollo en la etapa del escolar
primario, fundamentalmente en los primeros grados.
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Las habilidades pedagógicas y técnicas para dirigir un proceso educativo complejo
con niños edades tempranas (0-6 años), que son muy diferentes en cada grupo
evolutivo, niños que dependen casi totalmente de los adultos y que viven una
etapa donde se produce un acelerado proceso de desarrollo físico y mental, en la
que ocurren momentos trascendentales y altamente significativos para dicho
desarrollo, y que además implican el poseer habilidades para organizar,
estructurar y orientar el proceso educativo, en la participación conjunta de él como
educador y de los niños.
La capacidad para comunicarse con los niños con afecto, de una manera
bondadosa e inteligente y propiciar en todo tipo de actividad, las relaciones
interpersonales positivas de ellos entre sí, así como para establecer las relaciones
necesarias con otros educadores, con la familia y con la comunidad a los efectos
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de unificar criterios educativos en la socialización de estos niños y lograr que todo
lo que los rodea influya positivamente en su formación y desarrollo.
Por otra parte, la experiencia internacional más actual manifiesta una tendencia a
la preparación superior para este nivel especializado de educación, aspecto que
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también se ha tenido en cuenta al elaborar esta concepción general del perfil del
profesional del educador de la primera infancia.
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de los modelos anteriores, incorpora los criterios en que se sustenta la política
educacional para la formación del personal pedagógico vigente para la sociedad
en cuestión y retoma, en nuevas condiciones, lo mejor de los fundamentos y
proyecciones acumulados en la formación de los educadores de la primera
infancia.
A partir de estos tres dominios del desempeño del sujeto en los contextos, tareas y
problemas que distinguen a la profesión específica, se puede valorar “cuanto”
profesional es una persona que realiza esta actividad.
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La profesionalidad se concibe generalmente como un producto final, como un
resultado a largo plazo al cual se accede luego de un largo proceso de formación y
maduración. Desde este punto de vista el tiempo que un estudiante pasa en su
formación durante la carrera se ha considerado siempre como un “tránsito” hacia
la profesionalidad: no se es profesional hasta que se concluye la carrera y se inicia
la vida laboral del egresado.
Esto hace que en los perfiles o modelos del profesional con este enfoque, no haya
la menor referencia a actividades o acciones que indiquen el desarrollo de dicha
profesionalidad, ni se concibe que esto se pueda concebir dentro del plan de
estudios.
Esto está dado porque se supone que la formación del profesional se da como un
proceso gradual, en el cual el estudiante se va apropiando o formando aquello que
lo distingue como profesional. De esta manera la profesionalidad se vincula a los
planes de formación, a las condiciones en que se pongan en práctica y al sistema
de relaciones predominantes en la institución formadora.
No obstante, en los últimos tiempos se mueve con fuerza una nueva posición que
considera que quien estudia para una profesión como profesional desde el
momento mismo del ingreso al centro formador, y que plantea que el estudiante se
siente como tal desde que comienza sus estudios.
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Esta concepción ha sido denominada como profesionalidad temprana, y se señala
como uno de los ejes a partir de los cuales ha de concebirse el nuevo perfil del
profesional.
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situación ética más centrada en la colaboración, y en el cual, incluso, el
tradicionalmente visto como profesor (ahora colega más experto) puede y debe
aprender de quien resulta progresivamente más y más semejante a él. El proceso
de enseñanza-aprendizaje es definido así como un caso de interformación o
formación mutua entre profesionales, que incluye no sólo la clásica relación
profesor-alumno, sino entre dos profesionales, aunque de diferente nivel.
Esto es mucho más legítimo es el caso del que se forma como educador, porque
el que estudia para educador se forma para una actividad (la enseñanza y el
aprendizaje) mediante esa misma actividad. Esto es excepcional y distingue a la
formación de maestros sobre la gran mayoría de las otras profesiones. En este
sentido A. Labarrere señala que el carácter autorremitido de la actividad es un
fuerte basamento para que el propio proceso formativo (y sus momentos
autoformativos) sean concebidos, analizados y diseñados como práctica
profesional, y no solo a los momentos en que el alumno se inserta en el centro
escolar u otros espacios de la práctica.
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Ello, por supuesto, modifica el perfil del profesional, que tienen que concebirse de
una manera distinta, que tiene que asumir, o añadir, otros principios básicos, como
son:
El nuevo perfil del profesional, más actual y científico, ha de comprender por tanto,
no solamente los objetivos y contenidos educativos e instructivos generales que
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forman el ideal del profesional que se quiere formar, sino, de igual manera, la
nueva concepción de la profesionalidad, para atemperarlo a los enfoques más
actuales y modernos.
CIBERGRAFÌA
El perfil del educador. Texto íntegro del informe. Recuperado de:
http://www.waece.org/forma_docente/informe/capitulo7.php
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