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EL ENTORNO SOCIOFAMILIAR Y EL DELITO

La Psicología, la sociología y la criminología han enfatizado en la relevancia de los factores psicosociales en la


génesis de la conducta delictiva, ya que éstos afectan de manera significativa al desarrollo de la persona,
estudiando el papel desarrollado por la familia, la escuela, el grupo de iguales y el trabajo/matrimonio.

ESTUDIOS SOBRE LA FAMILIA

La comparación de los entornos familiares de delincuentes y no delincuentes indica la presencia de


condiciones adversas con regularidad.

Hasta 1950, los estudios sobre la relación entre delincuencia y la familia del criminal estuvieron influidos por
la concepción psicoanalítica basada en la importancia de los primeros 5 años de vida.

Posteriormente, las investigaciones se dirigieron al estudio de la interacción padre-hijo, hasta etapa de la


adolescencia y periodos posteriores, basándose en las perspectivas del aprendizaje social y del control
social. Ello también significó un cambio de enfoque basándose del análisis de las necesidades emocionales
del niño a la transmisión de habilidades y recursos por parte de los miembros de la familia.

Los estudios sobre las técnicas familiares en el seno de las familias de delincuentes las describen como
duras, laxa, errática y con un desarrollo muy pobre de las habilidades sociales.

Otros estudios analizan las formas de interacción en función de dos dimensiones, el afecto entendido como
aceptación y calidez en las relaciones frente a rechazo y la hostilidad y el control, como demanda y
restricción frente e permisibilidad y la ausencia de demandas.

De la combinación de dichas dimensiones aparecen cuatro diferentes estilos de relación (Maccoby y Martin,
1983): el autoritativo, donde se produce una relación de aceptación y al mismo tiempo de demanda hacia el
niño, el autoritario, producido cuando existe un rechazo y al mismo tiempo se tiempo se producen una serie
de demandas, y finalmente el negligente, en el se conjugan factores de rechazo y de ausencia de demanda.

Otros estudios analizan las formas de interacción en función de dos dimensiones, el afecto entendido como
aceptación y calidez en las relaciones frente a rechazo y la hostilidad y el control, como demanda y
restricción frente e permisibilidad y la ausencia de demandas.

De la combinación de dichas dimensiones aparecen cuatro diferentes estilos de relación (Maccoby y Martin,
1983): el autoritativo, donde se produce una relación de aceptación y al mismo tiempo de demanda hacia el
niño, el autoritario, producido cuando existe un rechazo y al mismo tiempo se tiempo se producen una serie
de demandas, y finalmente el negligente, en el se conjugan factores de rechazo y de ausencia de demanda.

De los cuatro estilos relacionales señalados, la disciplina autoritativa es la que mejor promueve la capacidad
de autocontrol y de autoconfianza, por lo contario, el estilo autoritario posee un impacto negativo sobre el
niño y provoca un menor desarrollo moral, un nivel de agresión elevada y baja autoestima. Sin embargo,
una deciente socialización es la consecuencia del estilo indulgente y negligente.

El conflicto parental, al margen del estilo disciplinario, significa analizar las actitudes mutuas padre-hijo y su
valoración actitudinal.
Diversas investigaciones demuestran que los padres de delincuentes mostraban actitudes negativas hacia
sus hijos por encima de las familias de no delincuentes. Pero dejaban sin clarificar si las interacciones
negativas del padre o de la madre eran las más significativas.

Analizada la relación desde la perspectiva del delincuente, este también tiende a ofrecer una percepción
negativa de su familia. Estudios sobre el abuso infantil indican la existencia de tasas superiores de
negligencia y abuso emocional en familias de delincuentes frente a las de no delincuentes.

Se ha contrastado ampliamente que los delincuentes suelen proceder de familias rotas, donde se produce la
ausencia de uno o más padres naturales. Así en una encuesta realizada en el ámbito de la justicia juvenil en
Florida, durante 1972, se halló que el 28% de los delincuentes masculinos de raza blanca procedían de
familias compuestas por un solo progenitor, mientras que la tasa nacional descendía al 13%; así mismo en el
caso de hombres de raza negra se situaban en el 59% y 43% respectivamente.

La relación antes descrita por la descrita por la ruptura de la familia no sólo la pérdida misma de un
progenitor resulta crítica, sino que como consecuencia de ella se produce otro conjunto de situaciones
traumáticas:

a) SITUACIÓN CONFLICTIVA: La ruptura familiar suele venir precedida o es el resultado de numerosas


discordias y enfrentamientos previos entre los progenitores, donde el menor juega un papel de observador
en las situaciones agresivas que se producen.

b) AUSENCIA DE SUPERVISIÓN: La no presencia de la madre en el hogar se relaciona directamente con una


ausencia de control sobre el niño y, en consecuencia, provoca una mayor susceptibilidad del grupo de
iguales para el desarrollo de conductas antisociales.

Los estudios demuestran que los delincuentes presentan con mayor frecuencia padres también delincuentes
frente a los no delincuentes. Diversas explicaciones se han dado para explicar este factor. En primer lugar,
para algunos autores la asociación anterior reflejaría la existencia de factores genéticos comunes, en
cambio para otros es consecuencia del modelo de conducta antisocial exhibido por los padres.

Otro correlato de la delincuencia claramente establecido es la pertenencia del sujeto a una familia
numerosa, compuesta por cuatro o más hijos. Entre las explicaciones más aceptadas aparecen las
dificultades para mantener la disciplina, la disminución en la atención parental recibida y la sugestión al
contagio de otros hermanos iniciados en la delincuencia.

La relación entre deprivación socioeconomica y delincuencia se halla bien establecida; según las teorías del
estrés y la subcultura se produce una adecuación a los estándares y valores atribuidos a la clase trabajadora,
entre ellos se incluyen el uso de la disciplina asertiva del poder, la utilización de un estilo restrictivo de
comunicación y una orientación hacia el presente más que hacia el futuro.

LA ESCUELA Y EL GRUPO DE IGUALES

La aparición de la delincuencia concede una gran importancia a estos dos factores, especialmente en la fase
infantil y juvenil. En un estudio realizado de Cambridge por Farrington (1972) se iniciaron seis escuelas de
primaria, que no mostraron diferencias significativas entre las tasas de delincuencia subsiguientes de sus
pupilos. En cambio, si se hallaron diferencias significativas al analizar las escuelas de niños problemáticos se
convirtieron en delincuentes, frente, al 3,5% de los menos problemáticos.
Farrington sostiene en sus conclusiones que las escuelas por sí mismas tienen un escaso efecto sobre la
delincuencia y considera, por el contrario, que son las características de los niños admitidos en dichas
escuelas, posiblemente reflejando criterios parentales, el elemento más relevante.

Otro campo de análisis ha demostrado que, si bien los procesos escolares pueden conducir a la
marginalidad de ciertos alumnos y en consecuencia facilitar la entrada en la delincuencia, en otros casos
inhibe dicha progresión.

Respecto al grupo de iguales, numerosos estudios han hallado que es uno de los predictores más
importantes de la delincuencia juvenil. Por ejemplo, en un estudio realizado en 1980 en las Salas de Justicia
de Maryland se comprobó cómo cerca de las 2/3 partes de los actos criminales cometidos por jóvenes
habían sido realizados en pequeños grupos compuestos por dos o tres sujetos.

Diversas explicaciones se han apuntado sobre esta evidencia. Las teorías subculturales sostienen que el
grupo de iguales del delincuente causa directamente la delincuencia. La teoría del “strain” considera que el
grupo facilita una orientación anti-escuela y produce a medio plazo una discrepancia entre las aspiraciones
escolares y el rechazo escolar, lo que causa como consecuencia una pérdida de autoestima. Finalmente, el
aprendizaje social defiende, frente a la teoría de la subcultura delincuencial, que el grupo de apoyo facilita la
adquisición, iniciación y mantenimiento de la conducta delictiva, a través del modelado y del refuerzo,
mediante la aprobación grupal.

TRABAJO Y MATRIMONIO

Los fracasos en la escuela secundaria conllevan una dificultad de acceso al mundo laboral y, en
consecuencia, a la perpetuación de la influencia criminogénica. Así la ausencia de trabajo y las necesidades
sociales creadas generan conjuntamente una presión económica que facilita la conducta de criminal.

Tradicionalmente, se han observado tasas de desempleo elevadas asociadas con una alta delincuencia, pero
su asociación a nivel científico no se halla claramente establecida. Lo mismo ocurre con la relación entre
conducta criminal y matrimonio, donde no está claro su papel como factor preventivo de la conducta
delictiva.

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