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Me llegó a interesar tanto mi juego y fue tal mi ansia por anticipar

avances y descensos, en todas las acciones activas, que me compré un

pequeño cuaderno. Anoté en él mis observaciones. No se trataba de un

registro de transacciones imaginarias como el que mucha gente lleva

únicamente para ganar o perder millones de dólares sin calentarse la

cabeza y sin tener que ir al asilo de los pobres. Se trataba, más bien, de

una especie de registro de mis aciertos y errores y, junto a la determinación

de posibles movimientos, estaba muy interesado en verificar si

había observado correctamente; en otras palabras, si estaba en lo cierto.

Digamos que después de estudiar cada una de las fluctuaciones del

día, en una acción activa, yo llegaba a la conclusión de que se estaba


Recuerdos de un operador de acciones

comportando como ya lo había hecho antes de romper ocho o diez

puntos. Bien, yo anotaba la acción y el precio del lunes y, recordando

las actuaciones pasadas, escribiría lo que debería hacer el martes y el

miércoles. Más tarde, lo comprobaba con transcripciones reales de la

cinta.

Así es como me interesé por primera vez por el mensaje de la cinta.

Las fluctuaciones las asocié en mi mente, desde el primer momento, con

movimientos hacia arriba y hacia abajo. Por supuesto que las fluctuaciones

siempre tienen una explicación, pero la cinta no se preocupa de su por qué.

No se mete en explicaciones. No le pregunté a la cinta por qué, cuando

tenía catorce años y tampoco se le pregunto hoy día, a mis cuarenta. La

razón de que una acción haga lo que hace hoy puede que no se conozca hasta

que no pasen dos o tres días, o incluso semanas o meses. ¿Pero, qué

importancia tiene eso? Su preocupación por la cinta concierne al hoy, no

al mañana. La razón puede esperar. Debes actuar inmediatamente o

quedarte al margen. Una y otra vez, veo que esto sucede. Recuerdas que

la Hollow Tube bajó tres puntos el otro día mientras que el resto del

mercado se recuperó bruscamente. El lunes siguiente ves que los directores

bajaron el dividendo. Ésa fue la razón. Sabían lo que iban a hacer

y, aunque ellos mismos no vendieron la acción, al menos no la compraron.

No hubo venta de interior; no hubo razón alguna por la cual no

debiera romper.

Llevé mi pequeño cuaderno de apuntes durante, quizá, seis meses.

En vez de irme a casa cuando acababa mi trabajo, me dedicaba a anotar

las cifras que quería y estudiaba los cambios, buscando siempre las repeticiones

y paralelismos de comportamiento. Aprendiendo a leer la

cinta, aunque no fuese consciente de ello en su momento.


Un día, uno de los chicos de la oficina, que era mayor que yo, se

acercó a mí mientras comía y me preguntó, si tenía algo de dinero.

"¿Por qué quieres saberlo?" Dije.

"Bueno," dijo él, "me ha llegado un soplo sobre la Burlington. Voy a

jugarlo si encuentro a alguien que vaya conmigo."

"¿Qué quieres decir con jugarlo?" pregunté. Para mí los únicos que

jugaban, o podían jugar, con pronósticos eran los clientes. Viejos

chismes con montones de pasta. Cuesta cientos, e incluso miles, de

dólares meterse en ese juego. Era como poseer coche de caballos y tener

un cochero que llevara sombrero de seda.

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