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G A D I R

Gabriel Tortella
Los orígenes del siglo XXI
Un ensayo de historia social y económica
contemporánea
Como dice su autor, «el objetivo principal de este libro es sus-
citar el interés del lector por la historia contemporánea, sin com-
partimientos metodológicos ni distingos doctrinales». Éste es un
ensayo de historia contemporánea al mismo tiempo riguroso,
erudito por el conocimiento que desrila, y gentil con el lector, ya
que en él se encuentra una inusual capacidad de proporcionar, con
amenidad, «una visión de la Historia», un esquema interpretativo
que aporta sentido y perspectiva a hechos tan complejos como los
que se describen.

Como indica el subtítulo, el libro está recorrido por un afán de


explicar la Historia partiendo de la aportación de la historia eco-
nómica, si bien se trata de un ensayo interdisdiplinario. El autor
nos ofrece un esquema interpretativo de la historia de la Humani-
dad en los últimos 250 añoa que enfatiza el análisis económico y
social, pero que nunca olvida lo político, y siempre tiene en cuen-
ta la influencia recíproca de unos factores sobre otros.

El lector encontrará aquí una explicación cabal del porqué y


del cómo ha tenido lugar el espectacular desarrollo que ha obser-
vado la Humanidad en los últimos dos siglos y medio, un salto
cuantitativo y cualitativo inusitado. Un desarrollo económico,
social y político sobre el que se ofrecen una interpretación global
y respuestas siempre pertinentes a las preguntas que suscita. El
libro concluye ofreciendo una perspectiva, e interesantes sugeren-
cias, sobre Ico retes que afronta la Humanidad en los albores del
siglo X X i, en que «tras dos siglos de desarrollo sin precedentes, se
encuentra ante un desafío también sin precedentes»: la necesidad
acuciante de alcanzar un desarrollo económico y político para el
Tercer Mundo sin ejercer una piesión insoportable sobre los
recursos.
Los orígenes del siglo X X I
Un ensayo de historia social y
económica contemporánea
© Gabí íel Tortilla

Primera edición: diciembre 2005


Segunda edición: febrero 2006

Derechos exclusivos de edición en castellano reservados para todo el mundo:

© 2005 Gadir Editorial, S.L.


jazmín, 22 - 28033 Madrid
www.gadireditorial.com

© de la ilustración de cubierta: August Macke, Catedral de F-nbv.rgo, Suiza, 1 9 1 4

Diseño: Gadir Editorial


Maquetación: M C F TEXTOS, S.A.

Impreso en España - Printed in Spaln


ISBN: 8 4 - 9 3 4 4 3 9 - 6 - 4
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electrónico o de otra índole, sin la autorización previa del editor.
Los orígenes del siglo XXI
Un ensayo de historia social y
económica contemporánea

BIBLIOTECA
Dr. HUMANIDADES
u.v.

G A D I R
ÍNDICE

INTRODUCCIÓN IX

I. EL T R I U N F O DE E U R O P A 1
UN PROLONGADO ASCENSO 3
EL LIDERAZGO INGLÉS 18

II. LA I R E V O L U C I Ó N M U N D I A L 33
L A REVOLUCIÓN ATLÁNTICA 33
LA REVOLUCIÓN NORTEAMERICANA 41
LA REVOLUCIÓN EUROPEA 46
L A REVOLUCIÓN IBEROAMERICANA 60
CONCLUSIÓN 67

III. LA R E V O L U C I Ó N INDUSTRIAL 71
LA REVOLUCIÓN DEL ALGODÓN 72
CIENCIA Y TÉCNICA 77
LA MÁQUINA DE VAPOR 80
LA SIDERURGIA 82
LA INDUSTRIA QUÍMICA 84
CONCLUSIÓN 86

IV. UN SIGLO DE O R D E N Y PROGRESO 89


L A REVOLUCIÓN AGRARIA 91
LA SEGURIDAD JURÍDICA 95
PROGRESO TÉCNICO Y DESARROLLO 100
COMERCIO Y LIBRECAMBIO 113
EL PATRÓN ORO 115
EL SISTEMA BANCARIO Y FINANCIERO 119

V. DIVISIÓN DEL T R A B A J O Y L U C H A DE
CLASES 127
CRECIMIENTO ECONÓMICO Y CAMBIO SOCIAL 127
LAS CONDICIONES DE VIDA 135
LA LUCHA DE CLASES 137

V
ÍNDICE

VI. LA BELLE ÉPOQUE 147


SEGUIDORES Y DESCOLGADOS 147
BIENESTAR Y NIVEL DE VIDA 184
LA CRISIS FINISECULAR 187
NACIONALISMO E IMPERIALISMO 193
AVANCES DE LA DEMOCRACIA : 198
CONCLUSIÓN 200

VIL LA II REVOLUCIÓN MUNDIAL 203


EL ORDEN LIBERAL-BURGUÉS 203
EL ORDEN SOCIALDEMÓCRATA 207
EL MUNDO DE HOY 212
CIENCIA Y TÉCNICA EN EL SIGLO XX 215

VIII. GUERRA Y DEMOCRACIA 233


LA I GUERRA MUNDIAL 233
LA REVOLUCIÓN COMUNISTA 241
LA REVOLUCIÓN DEMOCRÁTICA 255
CONCLUSIÓN , 274

IX. DEPRESIÓN Y TOTALITARISMO 275


LA VUELTA AL PATRÓN ORO 275
EL FIN DE LA INFLACIÓN 279
Los PROBLEMAS DE LA VUELTA AL PATXÓN ORO
EN EUROPA OCCIDENTAL Y AMÉRICA LATINA .... 284
LA QUIEBRA DEL PATRÓN ORO 292
LA G R A N DEPRESIÓN 296
L A LUCHA CONTRA LA DEPRESIÓN 308
EL TRIUNFO DEL TOTALITARISMO 325
LA II GUERRA MUNDIAL 355

X. UN NUEVO ORDEN SOCIALDEMÓCRATA.. 365


RECONSTRUCCIÓN 365
SOPA DE LETRAS 366
EL MILAGRO KEYNESIANO 380
CONCLUSIÓN 391

VI
ÍNDICE

XI. EL M U N D O COMUNISTA 393


LA ERA DE STALIN 393
Los PLANES QUINQUENALES 400
LAS «DEMOCRACIAS POPULARES» 412
LA ERA DEL ESTANCAMIENTO 417
LA PAPELERA DE LA HISTORIA 424

XII. LA EMERGENCIA DEL TERCER MUNDO ... 4 3 5


EL SUBDESARROLLO Y SUS CAUSAS 435
EL ENTORNO NATURAL 437
LAS CONSECUENCIAS DEL COLONIALISMO 440
Los INICIOS DE LA DESCOLONIZACIÓN 444
INDEPENDENCIA 449
LA EXPLOSIÓN DEMOGRÁFICA 458
LA TENTACIÓN DIRIGISTA 463
D U R O APRENDIZAJE 468

XIII. UN CAPITALISMO RENOVADO 477


RENACE EL MODELO CLÁSICO 477
EL FIN DE BRETTON W O O D S 480
LA CRISIS DEL PETRÓLEO 483
EL TRIUNFO DE FRIEDMAN 486
LA UNIFICACIÓN MONETARIA DE EUROPA 495
M A Ñ A N A EL CAPITALISMO 498

XIV. ¿UN SOMBRÍO SIGLO XXI? 507


Los ÉXITOS 507
LAS CAUSAS 513
LAS ETAPAS 518
Los PROBLEMAS 522

BIBLIOGRAFÍA 533

ÍNDICE ONOMÁSTICO 549

VII
INTRODUCCIÓN

El objetivo principal de este libro es suscitar el interés


del lector por la historia contemporánea, sin compartimientos
metodológicos ni distingos doctrinales. La complejidad del
mundo y del tiempo en que vivimos es abrumadora y crecien-
te. El tender la mirada al pasado no m u y lejano, t o m a n d o
como punto de partida la última gran discontinuidad históri-
ca, constituida por las primeras revoluciones modernas (lo
que yo llamo la I Revolución Mundial) y p o r el inicio de la
Revolución Industrial; el investigar las consecuencias que es-
tos cambios radicales en las estructuras de las sociedades de
entonces tuvieron sobre la histeria y cómo ésta ha ido mol-
deando el acontecer hasta llegar al presente — u n m u n d o tan
enormemente diferente del del punto de partida—, me p a r e -
ce, entre otras cosas, un ejercicio formativo. Es mi opinión
firme que, sin comprender este proceso, no se puede entender
el mundo en que vivimos. Sin abarcar, siquiera sea de manera
apresurada, la historia de los dos siglos y medio que nos han
precedido no es posible comprender el presente p o r q u e la
complejidad es tal que, p o r manido que resulte decirlo, la* h o -
jas a menudo no dejan ver el bosque.
He dicho que pretendo hacer este ejercicio sin compar-
timientos metodológicos ni distingos doctrinales y sin embar-
go ya el subtítulo acota radicalmente el campo de estudio. El
lector debe ser comprensivo con las limitaciones del autor,
historiador económico de profesión. Sin embargo, la limita-
ción es relativa, ya que la profesión está elegida precisamente
porque el autor cree que la historia económica es un campo
intelectual que, como decía J o h n R. Hicks [(1969)], es p u n t o
de encuentro de varias ciencias sociales, p o r lo que se presta
muy bien al tipo de análisis adoptado en este libro. C o m o in-
dica el subtítulo, se parte del axioma, que creo evidente, de

IX
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

que la sociedad es un ente complejo que, al igual que los indi-


viduos que la componen, puede ser estudiado desde diversos
ángulos, p e r o del que ninguno de estos ángulos, p o r ser par-
ciales, nos puede dar una visión completa. Puede parecer fútil
o pretencioso estudiar la sociedad desde varios ángulos a la
v e z , y sin duda tiene algo de insatisfactorio, porque nunca se
puede abarcar todo; pero sí creo que persiguiendo las res-
puestas a través de las barreras convencionales de las discipli-
nas académicas se pueden descubrir nuevos paisajes y recorrer
caminos poco o nada transitados. En mi modesta opinión,
esto ocurre en este libro, al menos en algunas ocasiones.
Hacer ciencia es violentar la realidad, tanto en las hu-
manas (blandas) c o m o en las físicas (duras). Por las razones
que acabo de esbozar, creo que esto es especialmente así en
las humanas p o r varios motivos adicionales. U n o de ellos es
que el observador coincide parcial o totalmente con lo o b -
servado. O t r o es que el observador influye en lo observado
desde el momento en que las conclusiones del observador se
hacen públicas: es bien conocido de los economistas el papel
que desempeñan las expectativas en la predicción. O t r o es la
gran dificultad de experimentar. El experimento en ciencia
social o humana no es imposible, p e r o tiene un ámbito m u -
cho más restringido que en la ciencia física, aunque es bien
sabido que algunas ciencias de la naturaleza, como la geolo-
gía o la astronomía, tampoco se prestan a la experimenta-
ción. O t r o motivo p o r el que la ciencia humana violenta la
realidad es que las interacciones sociales son tan complejas
que el estudioso casi forzosamente tiene que introducir sim-
plificaciones que distorsionan. Es el caso de los tan traídos y
llevados modelos predictivos econométricos. La cantidad de
conexiones y retroalimentaciones entre unas variables socia-
les y otras es tan grande que los modelos rigurosos tienen
que estar grandemente simplificados; en consecuencia, pier-
den validez m u y p r o n t o . P o r eso el método histórico tiene
unas fuertes dosis de obra artística, porque la gran compleji-
dad y variabilidad de lo estudiado requiere de la inspiración

x
INTRODUCCIÓN

y de la intuición para dar con el m o d e l o o esquema teórico


aplicable a cada caso.
En cuanto al enfoque utilizado, este libro es fruto de mu-
chos años de lecturas y reflexiones, que han dado ya lugar a
varias publicaciones, algunas de las cuales siguen algunos as-
pectos del esquema aquí trazado. El lector advertirá ensegui-
da que hay unos cuantos pensadores que me han influido m u -
cho; yo me siento discípulo intelectual de muchos escritores;
se trata de autores que he leído con enorme interés, y una par-
te importante de c u y o pensamiento ha moldeado el mío; sus
obras me han ayudado a interpretar la realidad, a resolver
problemas y a plantearme otros nuevos. Quizá esto ocurra es-
pecialmente con Marx, a quien he estudiado (casi diría, con
quien he luchado) a lo largo de muchos años, tratando de
comparar su teoría económica con la de otros autores que p o -
dríamos llamar más «convencionales». D e b o quizá aclarar
que mi conclusión acerca del v a l o r de ía obra de Marx (y en
esto creo coincidir con algunos colegas míos que se han ocu-
pado de estos temas) es que su teoría económica está, c o m o
diría Schumpeter [(1965b), p. 2 9 ] , «muerta y enterrada», pero
que, a pesar de ello, su visión histórica sigue teniendo una
considerable validez. C o n ello quiero decir que sus hipótesis
sobre las etapas del • iccimiento económico y del cambio s o -
cial, su «materialismo histórico», su asignación de gran prota-
gonismo a ias clases socioeconómicas, siguen siendo m u y úti-
les para extraer significado de los hechos históricos. O t r o s
historiadores económicos tan prestigiosos c o m o Douglass
N o r t h , el citado J o h n Hicks, Walt W. Rostow, o el p r o p i o
Schumpeter se inspiraron en el esquema histórico marxiano
para desarrollar sus modelos. No sé si a lo que este libro p r o -
pone se le puede llamar modelo; yo lo dejaría en esquema in-
terpretativo.
O t r a gran figura de la economía contemporánea es K e y -
nes y c o m o gigante intelectual del siglo XX su significación
excede con mucho la del mero economista. K e y n e s era un
teórico de gran originalidad, p e r o no me parece que sea su

XI
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

teoría económica la m a y o r aportación que hizo; fue su senti-


do histórico de la economía, el advertir que lo que h o y llama-
mos el «paradigma clásico», que él debió aprender casi con las
primeras letras, tenía una validez limitada, lo que le convirtió
en un pensador excepcional y le permitió contribuir decisiva-
mente a encauzar la historia del m u n d o que le tocó vivir. De
él dijo Schumpeter [(1965b), p. 2 9 1 ] , que «no nos ha hecho
keynesianos, p e r o nos ha hecho mejores economistas»; yo
añadiría que nos ha h e c h o también mejores historiadores
económicos, p o r q u e nos ha ayudado a comprender mejor el
siglo XX.
Pero las deudas intelectuales son muchas más; mis «acree-
dores preferentes», como diría Ramón Carande, son m u y nu-
merosos. No puedo aquí citarlos todos. El lector podrá hacer-
se una idea consultando la bibliografía, pero, por desgracia, de
ella podrá decirse lo mismo que de aquel manicomio: «ni son
todos los que están, ni están todos los que son».
Es de t o d o punto necesario en un libro como éste hacer
referencia a la ciencia y la técnica como m o t o r e s de la econo-
mía y de la sociedad en su conjunto. Es un ejemplo más de lo
complejo que es tratar de modelizar la Historia: los econo-
mistas e historiadores económicos tendemos a tratar la técni-
ca c o m o un deus ex machina («variabl-.- independiente» en el
román paladino de los economistas) que explica todo lo de-
más, üin embargo, no hay dei ex machina fuera del teatro, y
mucho menos en la realidad social. Científicos y técnicos sa-
ben m u y bien que para ellos la principal variable explicativa
es la económica. Es un ejemplo más de la causalidad circular
típica de la ciencia social. Espero que en el libro se vea claro
que la interacción es continua y sobre todo que, una v e z el
avión social despegó y entró en la fase del crecimiento auto-
sostenido, ciencia, técnica y economía han venido retroali-
mentándose, o fertilizándose recíprocamente, a ritmos cre-
cientes. En t o d o caso, quizá algún lector observe que en los
epígrafes sobre ciencia y técnica no se hace referencia a las
ciencias sociales ni en particular a la economía. Yo creo, sin

XII
INTRODUCCIÓN

embargo, que el progreso de las ciencias sociales ha contribui-


do sustancialmente al bienestar de la Humanidad; pero me
parece tan evidente, esta premisa está tan presente en cada pá-
gina y las referencias a las ciencias sociales, y en particular a la
economía, son tan frecuentes en el libro, que he soslayado,
para evitar reiteraciones, dedicar un epígrafe separado a la
ciencia social.
Es opinión de quien esto escribe que el objetivo último
de la ciencia social (como el de toda ciencia) es predecir. Tam-
bién debe poder explicar, pero una explicación plena y válida
debe ofrecer elementos capaces de generar una predicción.
Por esto las conclusiones de un libro como éste deben tratar
de ofrecer algunas conjeturas sobre el futuro. Sin embargo,
como la ciencia social tiene mucho de arte, su capacidad de
predicción es m u y limitada, en comparación con las ciencias
físicas. Nunca tendremos los que estudiamos la sociedad la
capacidad de hacer anuncios comparables a los que los astró-
nomos hacen sobre los eclipses o incluso sobre las estrellas fu-
gaces. En una novela de Isaac Asimov, Foundation, un sabio
construye un modelo matemático de la sociedad que le permi-
te hacer predicciones exactas sobre cuestiones políticas con
validez de varios siglos. Es un magnífico ejemplo de lo que se
ha llamado «ciencia social ficción»; aunque m u y hermoso, es
ficticio. H o y toda la predicción que me resulta posible c o n -
siste en coincidir con el pesimismo de muchos otros autores
acerca del futuro relativamente inmediato. Después de narrar
el m a y o r éxito social que la Humanidad haya alcanzado en
toda su historia, uno no tiene más remedio que hacer referen-
cia a la conocida fábula del aprendiz de brujo o, quizá mejor,
a los mitos de Pandora y de Prometeo. Las conclusiones no
pueden, aunque poco definidas, dejar de ser ominosas.
A este respecto quisiera añadir un comentario sobre
Marx, un científico social que no se arredró ante las prediccio-
nes, algunas de las cuales resultaron admirablemente correc-
tas. C r e o que en los inicios del siglo XXI para lo único que nos
sirve el esquema histórico de Marx es para darnos cuenta de

XIII
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

que ha quedado obsoleto, como la teoría de los otros econo-


mistas clásicos, porque la división tripartita de los factores de
producción (tierra, trabajo y capital), que daba lugar a la divi-
sión tripartita de las clases sociales (nobles, proletarios y bur-
gueses), queda ya m u y desdibujada en las sociedades posin-
dustriales, donde el capital humano se está convirtiendo en el
factor de producción más importante. Por eso dentro de las
sociedades avanzadas el esquema marxiano ya no funciona y
la globalización no alcanza sólo a los negocios, sino también
a la política. Q u i z á sea ésa la razón de que el nacionalismo y
el etnicismo estén sustituyendo a las tradicionales divisiones
y enfrentamientos de clase en los países desarrollados.
La tensión y la lucha económica más intensas tienen lu-
gar h o y a nivel mundial o global, porque las desigualdades a
escaía internacional son en el siglo XXI mayores que en ningún
o t r o m o m e n t o de la Historia. Y ello no porque los pobres
sean más pobres, que no lo son. El problema radica en que los
pebres no progresan al ritmo p o r todos deseado porque el
crecimiento demográfico sin precedentes es el m a y o r freno al
desarrollo. Nunca en la Historia había habitado la Tierra un
número de personas remotamente comparable al que h o y vive
en ella. En el periodo estudiado en este libro (aproximada-
mente 1 7 5 0 - 2 0 0 5 ) la Humanidad se ha multiplicado p o r 8,4.
Y en las décadas recientes las tasas de crecimiento han aumen-
tado desmesuradamente, y en las zonas más pobres — n o t a -
blemente África— el aumento ha sido mucho mayor.
El desmesurado crecimiento poblacional produce una
corriente poderosa de emigración desde las zonas pobres a las
ricas. Pero esta riada migratoria puede ser, todo lo más, un pa-
liativo; nunca una solución. Y ello p o r dos razones. La prime-
ra, evidente, p o r q u e hay una enorme desproporción entre el
número de los pobres del Tercer M u n d o y el de los ricos del
Primero. Si todos los que quieren emigrar lo hicieran, los paí-
ses desarrollados se verían sumergidos p o r masas inasimila-
bles de inmigrantes que crearían un pavoroso problema de
desempleo y llevarían a la quiebra a los sistemas de seguridad

XIV
INTRODUCCIÓN

social. La segunda razón es, precisamente, que el factor de


producción más importante en el siglo XXI no es ni la tierra ni
el trabajo bruto, ni siquiera el capital físico. El factor h o y más
importante es el capital humano, que requiere un proceso cu-
mulativo de educación y de formación de instituciones ade-
cuadas. El crecimiento demográfico desbocado impide la for-
mación de capital humano; lo que el Tercer M u n d o ofrece,
p o r tanto, es un factor, el trabajo bruto, cuya demanda no
crece, más bien lo contrario, en un Primer M u n d o cada v e z
más tecnificado y robotizado, donde la productividad aumen-
ta y el desempleo es una amenaza constante. El espectro de la
superpoblación, no el del comunismo, es lo que recorre el
mundo en el presente siglo, y las profecías de Marx quedan
h o y pálidas ante las de Malthus, otro gran científico social qup
tampoco se arredró ante las predicciones.
La dificultad más grave es que son demasiado pocos los
que reconocen la importancia de este problema, que aumenta
las desigualdades y amenaza la integridad del planeta. M i e n -
tras esto no se afronte y el desequilibrio demográfico no iecl-
ba la solución adecuada, la doble amenaza de la tensión y la
violencia internacionales de un lado y de la agresión al equili-
brio ecológico de la frágil nave espacial que nos cobija —la
Tierra—, de o t r o , nos amenazará c o m o la espada de D a r a o -
cles; y quizá los más jóvenes entre nosotros, ojalá me equivo-
que, vean caer esa espada.
Sobre el contenido y el estilo del libro debo señalar que
está escrito como un ensayo (el subtítulo lo dice), tratando de
facilitar la lectura, sin cuadros ni gráficos, tan apreciados p o r
los economistas y que tanto repelen a muchos lectores. A u n -
que el texto está apoyado sobre una cantidad considerable de
evidencia y análisis cuantitativos, he preferido resumir verbal-
mente las principales conclusiones que extraigo de series y
curvas.
La persona a quien más tiene que agradecer este libro de
manera directa, aparte de a su autor, es a su editor, Javier San-
tillán; cuyos son la idea de la obra, la iniciativa y el ánimo en

xv
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

los momentos de desaliento del autor. Éste y el libro deben


mucho a su amistad y su generosidad, y creo que lo mismo les
ocurre a muchos lectores de la excelente colección que Gadir
está poniendo en el mercado. Mi deuda intelectual con Igna-
cio Sotelo es larga casi como la vida misma; las ideas que en el
libro se contienen las llevamos discutiendo desde nuestros
años universitarios. No se le puede hacer responsable solida-
rio de los errores, p o r q u e está en desacuerdo en muchas co-
sas. Clara Eugenia N ú ñ e z es, p o r mi fortuna, otra de mis
grandes interlocutores; su apoyo y, sobre todo, sus críticas
han sido fundamentales. C o n Luis García M o r e n o he discuti-
do muchas de las ideas aquí expuestas. Alfonso G o n z á l e z
H e r m o s o de Mendoza, Ignacio Lizasoaín Hernández y Juan
Ángel Martínez L ó p e z de Letona me ayudaron con sus p r o -
fundos conocimientos en momentos difíciles de mi investiga-
ción. Pedro Escudero Diez me ha prestado generosamente li-
bros de su biblioteca que eran difíciles de conseguir de otro
m o d o . A n a Valero, Alicia Escantilla y Aida Torres han hecho
un minucioso trabajo de edición. He aquí los más preferentes
de entre mis numerosos acreedores. A todos, gracias.

\ XVI
A la memoria de María Teresa Casares Sánchez,
Gabriel Tortella Oteo,
Gregorio Núñez Nogueral
y Rondo Cameron

a los que tanto debe este libro.


w

I
EL TRIUNFO DE EUROPA

Cario Cipolla [ 1 9 7 0 ] , u n o de los grandes historiadores


del siglo XX, decía que en la historia de la Humanidad había
habido dos grandes revoluciones: la Revolución Neolítica y la
K evolución Industrial. La Revolución Neolítica, iniciada en
Mesopotamia y en China a partir del año 8 0 0 0 a.C. (por su-
puesto, se trata de una fecha aproximada) podría también lla-
marse Revolución Agrícola. Hacia esos años aparecieron ios
primeros asentamientos humanos permanentes, lo cual indica
que esas sociedades primitivas abandonaron ei nomadismo,
caracterizado p o r una actividad económica centrada en la caza
y la recolección de frutos salvajes, y adoptaron la vida seden-
taria, caracterizada por la práctica de la agricultura y la gana-
dería. Naturalmente, esta «revolución» debió de producirse
de manera m u y gradual, ? lo largo de generaciones y p r o b a -
blemente de siglos: h transición del nomadismo al sedentaris-
m o no ocurrió en Mesopotamia ni en China de la noche a la
mañana; al contrario, la agricultura y la ganadería fueron m u y
gradualmente ocupando un número creciente de horas al día
(o de días al año) de los primitivos nómadas y el proceso t u v o
lugar a lo largo de muchos siglos e incluso podría decirse que
no se ha completado totalmente h o y día; vale la pena obser-
var que incluso en nuestras sociedades actuales, tan sedenta-
| rias y posmodernas, aún hay muchos que practican la
| la recolección, esta última en especial de setas, hierbas y algu-
j nos otros frutos silvestres.
I La Revolución Neolítica o Agraria fue extendiéndose
j lentamente, en China concéntricamente a partir de los valles
1 de los ríos A m a r i l l o y Yang-Tse. En Occidente irradió desde
| Oriente Medio en dirección Este-Oeste más bien que N o r t e -
| Sur; hacia el este se extendió p o r Persia y la India; en direc-

i
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

ción a Poniente, hacia el Levante mediterráneo (Siria, Fenicia,


Anatolia) y hacia el valle del Nilo. La difusión p o r la orilla
norte del Mediterráneo fue relativamente sencilla, ya que las
condiciones climáticas y edafológicas eran parecidas a las ori-
ginales mesopotámicas, de m o d o que los cultivos y las técni-
cas no habían de modificarse grandemente para adaptarse a
los nuevos suelos y climas, en tanto que p o r la orilla sur del
Mediterráneo (norte de África) la difusión de la agricultura se
vio obstaculizada p o r el desierto. Aparte de Egipto (cuya tie-
rra, c o m o dice H c r ó d o t o [(2002).. p. 1 9 1 ] , es «un regalo del
río» N i l o ) , p o r tanto, fueron las civilizaciones de la ribera
norte del Mediterráneo, en particular la griega y la romana, las
que tuvieron agriculturas florecientes y terminaron p o r domi-
nar la economía y la política en la Antigüedad.
Desde la caída del Imperio Romano hasta la Revolución
Industrial, la historia de la Humanidad conoció grandes cam-
bios y desplazamientos en la estructura del poder político,
pero algunos rasgos socioeconómicos permanecieron inmu-
tables durante esos doce siglos que precedieron a la Revolu-
ción Industrial. Por un lado, la agricultura se mantuvo como
el sector más importante y productivo dentro de las socieda-
des sedentarias del planeta, aunque en ciertas épocas y regio-
nes ia industria y el comercio adquirieron creciente relieve.
Esto fue así especialmente en Europa y en la Edad Moderna
(siglos X V l - x v i l ) . Por o t r o , los pueblos europeos, que ya ha-
bían ostentado el liderazgo tecnológico, económico y políti-
co (quizá compartido con China) en la Antigüedad, tras sufrir
un relativo eclipse en la A l t a Edad Media fueron emergiendo
lentamente como los más ricos — y consecuentemente los más
p o d e r o s o s — del m u n d o . En gran parte esta riqueza y poder
se debieron al sorprendente dinamismo tecnológico que estos
pueblos exhibieron desde la más remota Edad Media. Fruto
de esta superioridad económica y técnica fue la expansión
global de los países europeos a partir del siglo XV, con las ex-
ploraciones, descubrimientos y asentamientos en África,
América, Asia y Oceanía durante la Edad Moderna, dando lu-
I. EL TRIUNFO DE EUROPA

gar a lo que se ha llamado la Revolución Comercial de la Edad


Moderna.
A mediados del siglo x v m Europa constituía claramen-
te la región hegemónica del m u n d o . C i e r t o es que el conti-
nente no era entonces una entidad política de ningún tipo: se
trataba, simplemente, de una expresión geográfica. Europa
estaba dividida en un grupo numeroso de unidades políticas
independientes y varias se disputaban la hegemonía mundial.
Inglaterra, Holanda, Francia, España y Portugal, p o r orden
de importancia, podían atribuirse el título de potencias hege-
mónicas mundiales, dependiendo del criterio clasificatorio
que se adoptara. El criterio más sencillo sería el del imperio
colonial: todas estas naciones eran cabezas de extensos im-
perios coloniales, lo cual era fruto en gran parte de la expan-
sión y conquista que durante los siglos anteriores habían se-
guido a los descubrimientos geográficos que se iniciaron en
el siglo XV.
Por supuesto, el encabezar un imperio colonial es un sig-
no inequívoco de hegemonía. Se plantean, sin embargo, las si-
guientes cuestiones: ¿era ése el único indicio de dominio?, ¿no
habría otros criterios según los cuales las potencias europeas
se distinguieran de las de otras regiones del mundo? En efec-
to: aunque menos claros, había n a o s signes de superioridad
p o r parte de estas potencias o naciones. P o r ejemplo, aunque
la conquista colonial pudiera ser consecuencia directa del p o -
derío militar, ese mismo poder a su vez se derivaba de una cla-
ra superioridad técnica y económica, que tenía mucho que v e r
con la evolución de las instituciones sociales.

UN PROLONGADO ASCENSO

A algunos puede causarles cierta extrañeza que lo que es


una parte de la Tierra relativamente insignificante, una mera
península del gran continente eurasiático, haya tenido tanto
protagonismo. Tal asombro es común en la actualidad, cuan-

3
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

do s o n las naciones gigantes (Estados U n i d o s , Rusia, China)


las que alcanzan posiciones destacadas y preponderantes,
mientras que Europa era (y aún es) un conglomerado de na-
ciones medias y pequeñas. Y sin embargo existen razones de
mucho fuste que explican la hegemonía europea no sólo en
los siglos XVIII y XIX, sino a lo largo de la Historia y aún de la
Prehistoria.
En primer lugar, hay razones puramente físicas o geográ-
ficas, a las que ya Montesquieu dio gran importancia y en las
que vuelve a insistirse recientemente [Tortella (1994), Land.es
(1998), Diamond (1999)]: el continente eurasiático, del que Eu-
ropa es, como dijimos, un gran apéndice triangular, con el cabo
San Vicente como vértice occidental, tiene otras penínsulas
comparables, como la arábiga, el subcontinente indio o la gran
península siberiana. Pero ninguna de ellas reúne las condicio-
nes físicas de Europa, de clima templado, bañada por la co-
rriente cálida del golfo de México, de costas recortadas que
conforman una serie de mares menores (Báltico, del Norte,
Mediterráneo — q u e a su vez tienen mares menores propios,
como el Adriático, el Tirreno, el Egeo, el Negro, y golfos como
el de Botnia, el de Vizcaya o el de León—), penínsulas meno-
res e islas, estrechos, etcétera, que conforman un medio perfec-
to para la navegación y el comercio.
Pero no se trata solamente del relieve y la orografía; el
clima tiene una importancia crucial y en esto también consti-
tuye Europa una región (continente o subcontinente) privile-
giada. El clima tiene gran importancia porque es un factor de-
terminante de la agricultura, actividad ésta que ha sido la más
importante desde un punto de vista económico desde la
Prehistoria hasta, precisamente, los albores de la Edad C o n -
temporánea. También tiene importancia el clima p o r su in-
fluencia sobre la capacidad de trabajo humano, e incluso ani-
mal, y sobre la salubridad. Los extremos de temperatura
reducen la capacidad de trabajo: el excesivo calor agota y em-
bota, el excesivo frío reduce también la laboriosidad e incluso
limita la autonomía de movimiento. Los climas tropicales,

4
I. EL TRIUNFO DE EUROPA

como es sabido, favorecen la propagación de enfermedades


transmitidas p o r insectos, y otros vectores, afecciones c o m o
la malaria o la enfermedad del sueño. El clima europeo es p o r
lo general templado, favorecido p o r la cercanía del océano (al
oeste de Rusia ningún punto de Europa está a más de 5 0 0 km
del mar), que da estabilidad a la temperatura. A u n q u e h a y al-
gunas variaciones (el Mediterráneo constituye una z o n a cli-
mática bien diferenciada), el clima es húmedo, con lluvia
abundante y temperaturas moderadas. Si bien el clima se ex-
trema en el norte de la península escandinava y ia tundra rusa,
en general, las condiciones agrícolas resultantes en la gran lla-
nura europea son excelentes, con ríos abundantes y mares que
raramente llegan a helarse. Son condiciones casi perfectas para
el cultivo cereal y para su combinación con la ganadería. Las
condiciones en el Mediterráneo, con veranos secos e inviernos
frescos y algo lluviosos, son mejores para los cultivos arbus-
tivos y hortícolas, lo cual ha favorecido un activo comercio
entre el norte y el sur del continente.
Durante el milenio que separa la caída del Imperio R o -
mano de Occidente (476) y la del de Oriente (1453) en E u r o -
pa ocurrieron fenómenos de gran relevancia, sin precedentes,
que configuraron un nuevo tipo de sociedad que a la larga iba
a resultar mucho más dinámica y expansiva que lo que se
•había visto hasta entonces.
U n o de estos fenómenos es la difusión de la cultura de
sur a norte. Durante la Antigüedad romana la ribera medite-
rránea había sido la cuna y el escenario de la civilización,
mientras que el norte de Europa había sido el territorio de los
«pueblos bárbaros», nómadas iletrados que vivían en los esta-
dios prehistóricos que los pueblos meridionales habían aban-
donado milenios atrás. Podríamos resumir esta situación di-
ciendo que hasta la Edad Media la Revolución Neolítica no
llegó a la Europa del norte. En la Antigüedad el D a n u b i o y
el Rin marcaron las fronteras entre la «Europa civilizada» y la
«Europa bárbara», como siguen h o y marcando, aproximada-
mente, la frontera entre las lenguas latinas y las demás (germá-

5
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

nicas, eslavas, etcétera). Sin embargo, durante la Edad Media


el Rin y el Danubio dejaron de marcar fronteras económicas:
los pueblos del norte de Europa fueron adoptando los méto-
dos agrarios que habían predominado en el sur durante mile-
nios, abandonaron el nomadismo por el sedentarismo, se con-
virtieron al cristianismo romano y con la nueva religión sus
élites aprendieron también el alfabeto latino, al tiempo que el
latín se convertía en la lingua franca entre unos y otros pue-
blos. La extensión de la civilización latina de sur a norte se ex-
plica por la difusión de la práctica económica más importante:
la agricultura. La difusión de la agricultura en el norte de Eu-
ropa a su vez se debe a la introducción de una nueva herra-
mienta: el arado pesado. Este nuevo apero agrario era, como su
nombre indica, mucho más voluminoso y grávido que el tra-
dicional arado r o m a n o , y permitía el cultivo de las tierras del
norte, más espesas, húmedas y llenas de maleza que las del sur,
pero mucho más fértiles si se las cultiva adecuadamente. El
arado pesado, que quizá era y? conocido en tiempos del Impe-
rio R o m a n o de Occidente, pero que en todo caso estaba m u y
p o c o difundido, fue extendiéndose durante la Edad Media de
manera gradual. Esta lentitud se debió, entre otras razones, a
que era mucho más caro de manipular que el arado ligero, ya
que requería la tracción de al menos una yunta de bueyes y
preferiMemente dos o ¡.res. Precisamente por esa m a y o r cares-
tía, el arado pesado dio lugar a un nuevo tipo de asentamiento
y explotación agraria, el manar o manoir (en terminología in-
glesa o francesa), la aldea señorial cun cultivo en campos abier-
tos. Quizá la lengua española carezca de una traducción exac-
ta de la palabra manor (aunque el catalán mas o masía sea el
equivalente etimológico) porque este tipo de asentamiento y
explotación fue raro en la Europa del sur, ya que también lo
fue aquí el empleo del arado pesado. La explotación en cam-
pos abiertos típica de la Europa del norte implicaba que la al-
dea agraria (y no la unidad familiar) se convirtiera en la unidad
básica de explotación. En este sistema, los trabajos agrícolas se
hacían colectivamente sobre campos en los que cada familia

6
I. EL TRIUNFO DE EUROPA

era propietaria de una o varias parcelas. Esa titularidad sólo te-


nía importancia a la hora de distribuir la cosecha, ya que esos
campos objeto de multipropiedad se explotaban c o m o un
todo. La razón principal de la explotación colectiva en la tie-
rras donde predominaba el arado pesado era que, al ser éste un
instrumento costoso, excedía de las posibilidades de una sola
familia y debía por tanto ser objeto de uso colectivo.
La nueva técnica agrícola, en combinación con los suelos
ricos de la Europa del norte, permitió unos niveles de prospe-
ridad comparables o superiores a los del sur; no es sólo que
los rendimientos fueran iguales o mayores en el norte, es tam-
bién que la m a y o r abundancia de pastos en la húmeda región
septentrional permitía una integración mucho m a y o r entre la
agricultura y la ganadería, lo que, a su vez, no sólo aumenta-
ba la ingestión de proteínas de origen animal p o r la población
human?, sino que facilitaba la fertilización de las tierras p o r la
abundancia de abonos orgánicos.
Q u e esta Europa medieval era, aun en estos años de r e -
gresión económica, más rica que las zonas colindantes nos lo
indica el hecho de que, al igual que en la Antigüedad los p u e -
blos «bárbaros» saquearon las tierras del sur y trataron de
asentarse en ellas, una serie de pueblos periféricos (vikingos,
magiares) tuvieran idéntico comportamiento en el periodo al-
tomedieval (476-1000) con respecto a ese núcleo europeo, que
durante un tiempo constituyó el Imperio Carclingio. V i k i n -
gos y magiares, asentados en régimen seminómada en las
fronteras de la Europa nuclear cristiana, la sometieron a in-
cursiones y saqueos periódicos, invadiendo y asentándose en
muchos casos en tierras meridionales, como hicieron los v i -
kingos o normandos en el valle del Guadalquivir o en Sicilia.
Gradualmente tales depredaciones fueron remitiendo a medi-
da que unos y otros (vikingos y magiares) fueron adoptando
las técnicas agrarias europeas y adaptándolas a su e n t o r n o .
Estas adopciones y adaptaciones solían coincidir con un m a -
y o r sedentarismo, con la conversión al cristianismo y c o n la
adopción del alfabeto y el latín p o r las élites.
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

Los nuevos tipos de asentamiento y organización econó-


mica fueron acompañados de nuevas formas de organización
política. Al desmembramiento del Imperio Romano de Occi-
dente sucedieron varias unidades políticas (los «reinos bárba-
ros») donde convivieron dificultosamente las antiguas pobla-
ciones romanizadas con los pueblos invasores, que ostentaban
el poder civil y militar. De manera gradual ambos grupos y
sus respectivas instituciones fueron fusionándose: las institu-
ciones políticas de los antiguos pueblos germánicos se acopla-
ron a las del Bajo Imperio Romano en el crisol de las conflic-
tivas circunstancias de la época, dando lugar a lo que h o y
conocemos y simplificamos con el apelativo de «feudalismo».
De este m o d o , la Europa occidental se fragmentó de hecho en
innumerables organizaciones locales y regionales de índole
político-militar en que el poder estaba en manos de un «se-
ñor», que podía ser unipersonal (nobiliario) o colectivo (ecle-
siástico). Las grandes entidades políticas (reinos, imperios)
subsistieron en la Alta Edad Media más como conceptos teó-
ricos que c o m o realidades tangibles. El poder territorial efec-
tivo quedaba en las manos de estos «señores feudales», cuyos
dominios podían comprender unos pocos kilómetros cuadra-
dos o extensiones cuasi nacionales, c o m o en los casos de
Aquitania o Borgoña. En torno al año Í000, la Europa occi-
dental estaba dividida en miles de estos dispares «señoríos»,
nominalmente vasallos de un rey o emperador, pero de hecho
independientes. A lo largo de los cinco siglos que siguieron,
sin embargo, este fraccionamiento fue disminuyendo y en la
Galia, G r a n Bretaña e Iberia el proceso de aglutinamiento p o -
lítico terminó p o r dar lugar a la aparición de nuevos reinos in-
dependientes —Francia, Inglaterra, España y Portugal—, que
constituyen los gérmenes de esta nueva organización política
creada en Europa e imitada en el resto del mundo: el Estado-
Nación.
La fuerza que alcanzó el sistema feudal en la Alta Edad
Media se debió a la necesaria militarización de una sociedad
acosada p o r los cuatro costados. Si los magiares atacaban p o r

8
I. EL TRIUNFO DE EUROPA

el este, los vikingos lo hacían p o r el norte y el oeste, y los mu-


sulmanes, p o r el sur. El nivel de desorden interno era también
m u y fuerte, p o r el bandidaje y las luchas intestinas entre se-
ñoríos rivales. En estas condiciones, la militarización de la s o -
ciedad y su división en múltiples unidades autónomas bajo el
dominio de un «señor feudal» que garantizara una cierta p r o -
tección a cambio de contribuciones y exacciones (las «cargas
feudales») parece la solución más funcional. Pero había una
característica más en esta sociedad militar, donde los señores
estaban subordinados unos a otros («relación feudovasalláti-
ca») c o m o oficiales, jefes y generales lo están en el ejército
m o d e r n o : el arma fundamental en el ejército medieval era la
caballería. Por esto la unidad básica militar y social era el «ca-
ballero»: quien poseía un caballo y podía guerrear m o n t a d o
en él tenía un rango distinguido en el ejército y la sociedad
feudales.
La importancia de la caballería en la Edad Media, mucho
m a y o r que la que esta arma alcanzó en eras anteriores (las fa-
mosas legiones romanas, p o r ejemplo, eran de infantería), se
debió a otra innovación que se difundió por Europa occiden-
tal en los siglos vil y VIH: el estribo. Al parecer importados de
Persia a través del Imperio de Oriente, los estribos que, pen-
diendo de la silla, daban jinete sendos puntos de apoyo para
los pies, le permitían una estabilidad y una firmeza cuando ca-
balgaba mucho mayores que la sujeción p o r simple presión de
las rodillas como en épocas anteriores, cuando, en ausencia
de los estribos, los pies del jinete colgaban junto a los flancos de
la montura. Un jinete con estribos lograba mayor permanencia
en la silla, y podía hacer mucha más fuerza con una lanza, una
espada o una maza que sin tales apoyos. Esto daba al caballe-
ro una gran superioridad sobre el infante: no era ya sólo que
los jinetes fueran más veloces, es que podían descargar desde
la altura golpes terribles que un infante difícilmente podía re-
sistir, mientras que su situación sobre el caballo les hacía casi
invulnerables a los golpes enviados desde tierra. Aparecieron
así todos los pertrechos que acompañaban al caballero en la

9
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

batalla: adarga, escudo, y e l m o , armadura para sí y arnés para


su caballo, que convertían a jinete y montura en una temible
unidad de combate, m u y superior a la infantería y sólo neu-
tralizaba p o r otra unidad semejante. Dice la tradición que la
superioridad de la caballería francesa dio la victoria a Charles
Martel en la batalla de Poitiers (732) contra los ejércitos mu-
sulmanes provenientes de España.
La importancia militar del caballo (animal caro de man-
tener entonces y ahora) daba un realce especial a la posesión
de la tierra. Un gran señor no podía serlo si no poseía grandes
extensiones de tierra donde criar caballos: de ahí la enorme
importancia y prestigio social que se derivaba en la Edad M e -
dia de la posesión de tierras. De ahí también que los señores
dieran feudos de tierra a sus vasallos (nobles menores) exigién-
doles a cambio el juramento de fidelidad feudal, p o r el que se
comprometían a servir con un ejército en tiempo de guerra, un
ejército en el que la caballería iba a tener un papel primordial.
O t r o rasgo característico de la Europa preindustrial era
la escasez relativa de mano de obra. El Imperio R o m a n o se
había sustentado en la oferta ilimitada de mano de obra escla-
va que, junto con las tierras, constituyeron el más abundante
botín de las conquistas. El afán de lucro a través de nuevas
anexiones de tierras y esclavos constituyó el m o t o r de la
asombrosa expansión del Imperio; pero a la postre, éste se vio
constreñido p o r ümites naturales: ya hemos visto cómo el Rin
y el Danubio constituían barreras geográficas; en la orilla sur
del Mediterráneo, el desierto del Sahara era otra barrera, más
infranqueable aún. Para los romanos, p o r razones técnicas, la
colonización al norte del Danubio y en el desierto africano
era imposible. Por esta razón, la expansión del Imperio se de-
tiene a partir del siglo II: la conquista de la Dacia (la futura
Rumania) p o r Trajano, en la llanura danubiana, es la última
operación posible de este tipo. A partir de entonces, la oferta
de esclavos se agota paulatinamente (entre los miembros de
esta clase la mortalidad era m a y o r que la natalidad) y el siste-
ma, económico romano se ve afectado profundamente. C o m o

TO
I. EL TRIUNFO DE EUROPA

el de todo bien escaso, el precio de los esclavos empezó a su-


bir, y los terratenientes empezaron a darles mejor trato para
retenerlos: los descendientes de los antiguos esclavos fueron
convertidos en colonos (fueron asentados en parcelas), direc-
tos antecesores de los «siervos de la gleba» (adscripti glebae,
adscritos a la tierra) medievales, con estatus servil pero en p o -
sesión, p o r precaria que fuese, de un asentamiento familiar.
Pero no fue sólo el número de esclavos el que descendió en las
postrimerías del Imperio de Occidente: una serie de epide-
mias o pandemias diezmaron a la población en su conjunto,
de modo que el número total de habitantes en Europa descen-
dió ininterrumpidamente hasta mediados del siglo vil, en vís-
peras de la invasión musulmana. A partir de entonces la recu-
peración fue muy lenta.
En comparación con otras sociedades, la densidad de p o -
blación en Europa fue baja, y el crecimiento demográfico,
moderado. Esto fue así al menos desde la Edad Media hasta
nuestros días, aunque en la Edad Contemporánea en ciertos
núcleos urbanos y periurbanos europeos la densidad de p o -
blación haya sido alta. Si la población europea ha crecido con
relativa moderación se debe a un fenómeno demográfico que
es también característico y único de estas tierras: el llamado
«patrón matrimonial europeo», consistente en una alta tasa de
celibato y en una edad de matrimonio, en especial p o r lo que
se refiere a las mujeres, mucho más alta que en el resto del
mundo. C o m o señala el descubridor de tal «patrón» [Hajnal
(i%5)]¡ éste se observa sobre todo en los países al oeste de
una línea imaginaria que uniera San Petersburgo y Trieste. En
los países al este de esa línea, el patrón europeo se daría en una
versión m u y mitigada: menor tasa de celibato y menor núme-
ro de solteras en edades adultas, aunque mayor que en el res-
to del mundo. Al menos desde la Edad Media, los europeos
han tenido una conducta matrimonial más racional que los
habitantes de otros continentes: han ajustado la edad de ma-
trimonio y el número de hijos a las circunstancias económi-
cas. En concreto, y esto es claramente observable, las mujeres

11
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

se han casado más jóvenes en tiempos de prosperidad y con


más edad en años de escasez.
Es bien sabido que, en las sociedades esclavistas, el in-
centivo para introducir innovaciones que ahorren trabajo es
débil. Se ha observado repetidamente que en las colectivida-
des de la Antigüedad, donde el talento inventivo no faltó, mu-
chas grandes innovaciones (como el tornillo de Arquímedes o
el molino de agua) lograron la categoría de curiosidades cien-
tíficas, pero no se emplearon masivamente. No fue así, en
cambio, en la Edad Media europea, donde no sólo se íúeieion
notables inventos, sino que se adoptaron o reinventaron mu-
chos procedentes de la Antigüedad o de otras latitudes, como,
en especial, China, India y el Islam. En la Europa medieval la
esclavitud no era desconocida, pero sí infrecuente, y los indi-
cios de escasez de mano de obra abundan; esta escasez se hizo
especialmente aguda y patente en el siglo x i v , c o m o conse-
cuencia de la despoblación que tuvo lugar a raíz de las epide-
mias que asolaron el continente desde mediados de ese siglo.
Hemos mencionado ya el arado pesado y el estribo, dos inno-
vaciones de la A l t a Edad Media (anteriores al año 1000) en
apariencia m u y simples pero que, c o m o hemos visto, molde-
aron la estructura económica y social de la Europa medieval,
dejando así su impronta en la historia posterior. Otras inno-
vaciones como la collera y la herradura, que permitieron em-
plear el caballo en tareas agrícolas y alargar su vida útil, o la
utilización sistemática de los molinos de agua y de viento, que
permitieron no sólo moler harina, s¡uo también batir lana,
m o v e r fuelles, martillos, forjas, etcétera, son otras de las mu-
chas innovaciones con las que 1?. Europa medieval logró au-
mentar la productividad del trabajo. Sin ánimo de exhaustivi-
dad, conviene señalar que las innovaciones medievales en
sectores tales c o m o la navegación, el arte militar (algunas ya
las hemos señalado más arriba), las industrias de consumo y
la economía social y financiera fueron realmente revoluciona-
rias y pusieron a Europa en el camino de la hegemonía del que
antes hablamos. Varias de estas innovaciones no se originaron

12
I. EL TRIUNFO DE EUROPA

en Europa, pero aquí fueron modificadas y adaptadas de


m o d o que lograron una aplicabilidad y repercusión mayores
que en su versión original. En materia militar, la innovación
más trascendental son las armas de fuego, derivadas de la p ó l -
vora, descubrimiento de origen chino, que llegó a Europa en
el siglo XIV y que los europeos m u y p r o n t o utilizaron en pis-
tolas, fusiles y cañones. Entre otros empleos, los cañones sir-
vieron para reforzar la seguridad y el valor ofensivo de las na-
ves con las que los europeos se lanzaron a surcar los océanos
en el siglo XV, y tuvieron un papel m u y destacado tanto en la
conquista de América p o r los españoles c o m o en el control
del océano índico por los portugueses en el siglo XVI. Las na-
ves sobre las que los europeos arribaron a las que para ellos
eran nuevas tierras también fueron el resultado de innovacio-
nes profundas. Q u i z á lo más decisivo fuera que durante la
Baja Edad Media ( 1 0 0 0 - 1 5 0 0 ) , gracias a la introducción de la
llamada vela latina (en realidad, árabe) triangular y otras m e -
joras en el diseño, los barcos europeos pudieron navegar lar-
gas singladuras sin utilizar los remos y sin requerir viento de
popa. Al poder prescindir de los remeros, el espacio de carga
era mucho m a y o r y una reducida tripulación necesitaba m e -
nos provisiones, lo cual permitía largos viajes sin arribar a
puerto. U n i d o al mejor conocimiento de la esfera celeste y a
la introducción de la brújula y otros instrumentos astronómi-
cos, como el astrolabio, todo esto permitió la navegación de
altura, es decir, perdiendo de vista la costa, algo que era esen-
cial para los viajes de exploración intercontinental. De t o d o
esto se desprende que la exploración y expansión global que
se inició en Europa al final de la Edad Media no fueron p r o -
ducto de la casualidad, sino de un largo proceso de acumula-
ción de técnicas y conocimientos.
Si las artes naval y militar permitieron la extensión del
área de operaciones europea, el acicate fue en gran parte eco-
nómico, aunque las consideraciones religiosas, políticas y es-
tratégicas también pesaran. La actividad comercial tenía una
larga tradición en Europa, especialmente en el ámbito medi-
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

terráneo, pero indudablemente se desarrolló en la Baja Edad


Media. De un lado, las innovaciones navales ya se vieron es-
poleadas p o r el crecimiento del comercio. De o t r o , con la me-
jora de las condiciones económicas que tuvo lugar durante el
periodo, la propensión a importar aumentó. Un número cre-
ciente de europeos demandaban productos de lujo c o m o la
seda, el algodón, la porcelana, la pimienta, la canela y el azú-
car, que en Europa no se producían (o se producían en m u y
pequeñas cantidades) y debían importarse de Asia. Europa
exportaba armas, tejidos de lana y lino, productos de cristal y
vidrio, etcétera, pero la demanda asiática de estos productos
era limitada. Lo que los mercados asiáticos demandaban pri-
mordialmente eran metales preciosos. En Europa abundaba
relativamente la plata, pero la demanda europea de este metal
era considerable con fines de orfebrería y, sobre todo, mone-
tarios: una gran parte de la circulación monetaria europea era
de plata. La exportación de este metal hacia Oriente, p o r tan-
to, creaba tensiones en los mercados europeos. C o n el o r o la
situación era aún más problemática, porque la producción eu-
ropea era claramente deficitaria: el o r o que circulaba en Euro-
pa era casi t o d o importado, sobre todo de África. En el co-
mercio europeo con África las principales importaciones eran
o r o , marfil, ébano y esclavos. El o r o era más raro que la pla-
ta, p o r tanto, y su exportación planteaba aún mayores proble-
mas, aunque, p o r su misma escasez, su utilización monetaria
era más limitada. La demanda de metales preciosos y de bie-
nes de lujo c o m o los antes mencionados era, p o r tanto, m u y
alta en Europa y ello explica la avidez con que los navegantes
europeos se lanzaron en su busca. Por otra parte, todos estos
bienes llegaban a Europa a través de intermediarios, casi siem-
pre musulmanes, tanto del norte de África c o m o de Oriente
Medio. La caída del Imperio Bizantino con la toma de C o n s -
tantinopla p o r los turcos completó el control musulmán del
comercio europeo con Asia y África. Esto explica la preocu-
pación de los portugueses por encontrar una vía marítima que
llegara al corazón de África para lograr allí comerciar directa-

14
I
I. EL TRIUNFO DE EUROPA

mente en busca de los preciados bienes africanos, y su ambi-


ción de circunnavegar el continente negro para llegar a Asia y
allí tratar directamente con los proveedores en busca de seda,
algodón y especias. Los motivos religiosos y políticos (con
frecuencia difíciles de distinguir, sobre t o d o en la era prein-
dustrial) operaban en el mismo sentido. La victoria turca en el
Oriente mediterráneo con la toma de Constantinopla (que
pasó a llamarse Estambul) en 1453, implicaba un cerco no
sólo comercial sino también político y religioso. Pa¿ cce natu
ral que los descubridores partieran en sus expediciones «en
busca de cristianos y de especias», como se cuenta q u e dijo
Vasco de Gama a su llegada a la India en 1 4 9 8 . Resulta eviden-
te que en el ánimo de descubridores y conquistadores el afán
de lucro y el deseo de gloria se unían al ansia de diseminar su
fe religiosa (Cristóbal C o l ó n se consideraba predestinado p o r
significar su nombre «Portador de Cristo») y de ensanchar el
poder y los dominios de su soberano. No sólo no había c o n -
tradicción entre estos objetivos, sino que, p o r el contrario,
eran todos parte de un mismo impulso.
Las consideraciones personales, las espirituales y las s o -
ciales eran facetas de una misma realidad y constituían un es-
tímulo a la expansión; en cambio, es seguro que el objetivo de
ensanchar I o iím«'«-es del conocimiento h u m a n o no formaba
c

parte drí unpulso explorador, al menos en un primer m o m e n -


to. Sin embargo, el desarrollo de la ciencia medieval h i z o p o -
sible la actividad descubridora; ya hemos visto algunos aspec-
tos técnicos. P o r añadidura, la cosmología renacentista se
benefició de la lectura de los filósofos griegos (en especial
Eratóstenes y Ptolomeo) y adquirió la convicción de q u e la
tierra era esférica, convicción sin la cual el viaje de C o l ó n hu-
biera carecido de sentido. Pero dos descubrimientos más de la
Baja Edad Media contribuyeron al desarrollo de la ciencia r e -
nacentista y posrenacentista que había de florecer en la R e v o -
lución Científica de la Edad Moderna ( 1 5 0 0 - 1 7 5 0 ) : el desarro-
llo de la industria del vidrio y el cristal, que hizo posible la
fabricación de lentes ópticas, y la invención de la imprenta. La

15
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

fabricación deí vidrio, ya practicada en la Antigüedad, obser-


vó notables perfeccionamientos en la Edad Media, en especial
la mejora de la claridad y transparencia del cristal, así como la
posibilidad de colorearlo y producirlo en cantidades conside-
rables, lo que fue abaratando el precio de este producto. Ha-
cia el siglo x n i aparecen las primeras lentes, que pronto se
aplican para la corrección de la visión y gradualmente se em-
plean para aumentar y ver a distancia. El primer telescopio
utilizado sistemáticamente con fines científicos se atribuye a
Galileo a principios del siglo x v i l . C o n él y con este instru-
mento nace la astronomía científica.
Pero quizá más decisiva fuera la imprenta para el de-
sarrollo de la ciencia. La imprenta es un dispositivo comple-
jo, que se compone de varios elementos, señaladamente los ti-
pos móviles y la tinta oleosa. Esta complejidad implica que,
con toda probabilidad, la imprenta de Johannes Gutenberg
fue la culminación de un largo proceso de invención que tuvo
como origen el sistema de impresión p o r medio de bloques de
madera de una sola pieza, innovación importada de China y
largamente utilizada en la Europa medieval para producir nai-
pes y difundir grabados. La aparición de la imprenta trajo
consigo una revolución en el sistema de comunicaciones y re-
percutió en numerosos ámbitos de la vida social, no cólo faci-
litó extraordinariamente !a difusión de datos e ideas científi-
cos, poniendo en comunicación las mejores mentes de la
época y dando lugar a una colaboración sin precedentes entre
investigadores tan alejados geográfica y temporalmente como
Copérnico, Tycho Brahe, Kepler, Galileo, Descartes o Newton,
sino que además contribuyó a popularizar las ideas de Lute-
ro y facilitó la consolidación de la reforma protestante, dan-
do lugar además a la fijación y consolidación de las lenguas
vernáculas, que en los países protestantes quedaron fijadas
con las traducciones de la Biblia a la lengua vulgar (Biblias de
L u t e r o y del rey Jacobo I) y en los católicos, con monumen-
tos literarios como La divina comedia de Dante Alighieri,
Don Quijote de Miguel de Cervantes, Los lusíadas de Luís de

16
I. EL TRIUNFO DE EUROPA

Camóes, o los Ensayos de Michel de Montaigne. Por supues-


to, los efectos científicos de la imprenta no se circunscribie-
ron a la astronomía y la cosmología, sino que contribuyeron
decisivamente al desarrollo y la difusión de otras disciplinas
como la geografía, la física, la matemática, la química, la his-
toria, la filosofía, el derecho, etcétera, y de técnicas, desde la
navegación a la metalurgia.
Curiosamente, un medio tan poderoso para extender el
saber umversalmente también contribuyó a la fragmentación
política de Europa, al extender el uso de las lenguas vernácu-
las a expensas del latín. El n ú m e r o de lectores aumentó, y sin
duda la alfabetización se vio estimulada p o r el abaratamiento
de los libros; pero de estos nuevos lectores sólo una minoría
conocía el latín, y a efectos tanto comerciales como de propa-
ganda (sobre todo religiosa), la impresión en lenguas vernácu-
las resultaba más provechosa. Vale la pena señalar que la frac-
tura religiosa en la Europa del siglo x v í entre protestantismo
y catolicismo siguió líneas lingüísticas: los países de lengua
germánica (inglés, alemán, danés y sueco) se decantaron hacia
el protestantismo; los de lengua latina (italiano, francés, espa-
ñol y portugués), p o r el catolicismo. Esto no es casual: la r e -
ligión romana se mantuvo en el área donde el Imperio dejó su
impronta más profunda, tanto lingüística como cultural y p o -
lítica; los que fueron «pueblos bárbaros» para Roma se rebe-
laron contra ella diez siglos más tarde de la caída oficial del
Imperio. Esta fragmentación de Europa tuvo sin duda aspec-
tos m u y negativos (contra ella reaccionaron los europeos del
siglo XX y emprendieron el largo proceso de unificación);
pero también los t u v o positivos, como se ha puesto con fre-
cuencia de relieve: la competencia entre naciones trajo consi-
go guerras, p e r o también progreso; en defensa de su religión
y sus instituciones, los estados nacionales a menudo favore-
cieron la ciencia y la cultura, aunque en otras ocasiones fuera
a la inversa. Por otra parte, la diversidad dulcificó las tiranías,
pues el exilio fue a menudo una mejor alternativa que el s o -
metimiento [Maddison, 2 0 0 4 ] .
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

A u n q u e de manera prolongada y tortuosa, esta compe-


tencia entre estados, culturas y religiones a la postre acabó por
favorecer una institución característicamente europea y que
constituye uno de los pilares de la democracia moderna: la se-
paración de la Iglesia y el Estado, principio c u y o fundamen-
to quizá se halle en la tan citada frase evangélica pronunciada
p o r Jesucristo: «Dad al César lo que es del César y a Dios lo
que es de Dios». Al cristianismo y a la competencia entre sus
dos grandes ramas, la protestante y la católica (la tercera rama,
la ortodoxa, ha competido menos en el .piano teológico) ^e
debe el desarrollo de esa rama de la filosofía que es la teología
(en la Edad Media se pensaba que la relación era la inversa:
Philosophia ancilla Theologiae), intento semirracional de
comprender el origen del Universo sin contradecir las Sagra-
das Escrituras, que contribuyó al desarrollo del pensamiento
inquisitivo y racional.

EL LIDERAZGO INGLÉS

Lo cierto es que, como muestra ya la riqueza de sus yaci-


mientos prehistóricos, Europa ha tenido casi siempre una p o -
sición m u y destacada en la historia humana desde los albores
de la Historia. En vísperas de la Revolución Industrial, este
continente era ya la región más desarrollada del globo, condi-
ción que se manifestaba en áreas diversas, como la económica,
la militar, la tecnológica, la política, etcétera. En realidad nada
tiene de sorprendente que la Revolución Industrial se iniciara
en Europa y, más concretamente, en un país que, aunque rela-
tivamente pequeño, tenía una serie de ventajas geográficas e
históricas que le habían permitido tomar la delantera política,
económica y socialmente en el siglo x v n : Inglaterra.
C o n una población de unos 5 millones de habitantes ha-
cia 1700, Inglaterra salía p o r entonces de u n o de los periodos
más turbulentos de su historia: la larga y compleja R e v o l u -
ción Inglesa que, iniciada en 1 6 4 0 , conoció una prolongada

T8
I. EL TRIUNFO DE EUROPA

guerra civil, un regicidio, una dictadura militar republicana,


una restauración monárquica y una segunda revolución, t o d o
ello en el espacio de medio siglo. Lo importante de la R e v o -
lución Inglesa, sin embargo, no fueron tanto sus dramáticos
episodios cuanto la huella imborrable que dejó en la sociedad
británica y, a la larga, en el marco institucional de todas las s o -
ciedades y países. Ello es así p o r q u e la revolución abolió la
monarquía absoluta, régimen político casi universal en la é p o -
ca y con una tradición milenaria, y la sustituyó p o r una m o -
narquía parlamentaria, lo cual constituyó un experimento de
organización política sin precedentes. Lo decisivo, sin embar-
go, fue que el experimento tuvo un gran éxito y fue, pese a las
encarnizadas resistencias, imitado, adaptado, reformado y
mejorado en siglos posteriores y en otras latitudes, sobre t o d o
a partir de las revoluciones Americana y Francesa a finales del
siglo xvill, que estaban inspiradas más o menos explícitamen-
te en el ejemplo inglés.
Si puede sorprender que la pequeña Europa se alzara con
la hegemonía militar, intelectual y política mundial desde la
Edad Media, quizá más pueda sorprender la primacía que
desde aproximadamente el mismo periodo alcanzó Inglaterra
(o Gran Bretaña) dentro de Europa. Si bien el tamaño de la
isla británica es considerable, su población era sólo una frac-
ción pequeña de la europea hacia 1700: unos 6 millones, de los
que 5 corresponderían a Inglaterra y Gales (ya entonces u n i -
das políticamente) y 1 a Escocia (que se integraría en 1 7 0 7 ) .
Tengamos en cuenta que p o r entonces la población de Espa-
ña era de unos 7 millones, la de Francia de u n o s 20 y la de lo
que luego sería Italia de unos 1 3 . La población total europea,
contando Rusia occidental, era de unos 1 1 5 millones. P e r o ,
como ahora veremos, aunque relativamente pequeña, la p o -
blación británica mostró un extraordinario dinamismo.
Desde un punto de vista físico, G r a n Bretaña contaba
con grandes ventajas. A u n q u e situadas m u y ai norte, las islas
Británicas gozan de un clima relativamente benigno gracias a
la corriente cálida del golfo de México, que trae a sus tierras

19
LOS ORÍGENES DEL S I G L O X X I

masas de aire templado y húmedo. Esto produce un intenso


régimen de lluvias y una insolación relativamente baja, que
proporciona una gran fertilidad a su suelo. Por otra parte,
G r a n Bretaña es un isla alargada de norte a sur, lo que conlle-
va una considerable variedad de clima, desde el relativamente
tibio de la mitad sur hasta el riguroso del extremo norte. El
sur, p o r añadidura, es m u y llano. Incluso las tres cordilleras
de la isla (los montes Cámbricos en Gales, los Perlinos al nor-
te de Inglaterra y los Grampianos al norte de Escocia) no son
m u y altas, p o r lo que los ríos, aunque cortos, son fácilmente
navegables e incluso el transporte p o r tierra no plantea dema-
siadas dificultades. La abundancia de vías fluviales se combi-
na con lo recortado de sus costas, que ofrecen numerosas
bahías, rías, y estuarios, para hacer de la isla un área excelen-
temente dotada para el transporte y la navegación. Todas es-
tas ventajas las reúne especialmente la llanura meridional in-
glesa, que desde m u y p r o n t o se articuló en torno al gran
puerto comercial de Londres y, en menor medida, al de Bris-
tol, en el oeste. Además, G r a n Bretaña esta situada en una en-
crucijada comercial que ha tenido importancia creciente des-
de la Edad Media. M u y cercana a los Países Bajos y al norte
de Francia, pero próxima también a la península Escandinava
y al mar Báltico, la isla tuvo pronto a Irlanda, a su oeste, como
colonia agraria y, más tarde, a América del N o r t e . La r o n d i
ción de insularidad tenía otras ventajas. A u n q u e invadida con
frecuencia en la Antigüedad y la Edad Media (por romanos,
germanos, vikingos y normandos), G r a n Bretaña ha repelido
todos los intentos desde 1066, c o m o los bien conocidos de
Felipe II, Napoleón y Hitler. Esto explica que durante su eta-
pa formativa Inglaterra no tuviera ejército permanente y con-
centrara su gasto militar en la Marina, c u y o v a l o r era tanto
económico y comercial como estratégico.
Si la mitad sur de Inglaterra tiene tan excelentes condi-
ciones agrícolas, como la llanura continental europea, el sub-
suelo británico es rico en minerales que tuvieron gran impor-
tancia en la industrialización, en especial hierro y carbón,

20
I. EL TRIUNFO DE EUROPA

pero también estaño, cobre, plomo y cinc, predominantemen-


te en las zonas montañosas de Gales y el norte de Inglaterra.
Su situación de encrucijada explica el crisol de razas y
culturas que ha sido Inglaterra, algo que se refleja en el sincre-
tismo del idioma inglés. AI igual que sus vecinos continenta-
les, Inglaterra emergió de la Edad Media c o m o una unidad
geográfica con vocación de unidad política. El triunfo de la
dinastía Tudor marcó el fin del feudalismo inglés y el comien-
zo de una extraordinaria aventura sociopolítica. Si los siglos
XVI y XVII fueron una «Edad de Hierro» en toda Europa [Ka-
men (1971)], en las islas Británicas ese hierro alcanzó altísimas
temperaturas y acabó fraguando un metal de temple extraor-
dinario.
Es bajo la dinastía Tudor, en el siglo x v í , cuando la socie-
dad inglesa se singulariza con respecto al resto de Europa, en
especial con respecto a la Europa católica; porque es el perio-
do en que, de manera gradual, convulsa, y cruenta, en Ingla-
terra se lleva a cabo la reforma protestante de tal manera que
entraña una revolución social de alcance insospechado. La
pieza central de esta «revolución social» fue la llamada disolu-
ción de los monasterios, llevada a cabo bajo el reinado de En-
rique VIII y promovida p o r su ministro Thomas C r o m w e l l .
L¿ disolución de los monasterios, consecuencia de la ruptura
de la monarquía inglesa con la Iglesia católica romana y del
establecimiento de una Iglesia nacional bajo la primacía del
monarca inglés, fue L primera «desamortización» conocida;
en esencia, consistió en el cierre de estas instituciones c o m o
consecuencia de la ruptura entre la corona inglesa y la Iglesia
de Roma. La abolición de las instituciones monásticas conlle-
vó el licénciamiento y expulsión de su personal y la apropia-
ción de sus bienes p o r la corona inglesa. Estos bienes pueden
dividirse a nuestros efectos en tres grupos: las joyas y obras
de arte, que pasaron a ser propiedad del monarca; los edifi-
cios, que sufrieron suerte varia, unos siendo sencillamente
abandonados o demolidos y otros empleados en usos civiles,
y por último, las tierras, extensiones m u y importantes de s u -
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

perficie cultivable, que pasaron también a ser propiedad de la


C o r o n a y que casi inmediatamente fueron alienadas, en su
m a y o r parte p o r venta, una fracción p o r simple donación. Es-
tas operaciones de privatización de la tierra son las que más
importancia tuvieron en la historia económica inglesa e inclu-
so en la historia sin adjetivos de ese país.
Esta reforma agraria que fue la disolución de los monas-
terios tuvo mucho en común con las desamortizaciones de la
Europa católica que se iniciaron a finales del siglo xvm si-
guiendo el ejemplo de la Revolución Francesa. Sus efectos
también fueron parecidos: dio lugar a una extraordinaria am-
pliación del mercado de tierras y de la eficiencia y racionali-
dad en la explotación de este fundamental recurso. Los nue-
vos propietarios constituyeron una nueva clase social de
prósperos propietarios rurales conocidos como la gentry (la-
bradores o hidalgos campesinos) que apoyó a la C o r o n a en la
prosecución de la reforma protestante y que se hizo ciccien-
temente próspera con el cultivo sistemático de sus tierras. La
economía inglesa conoció una fuerte expansión durante este
periodo merced a un aumento de la producción agrícola y de
las exportaciones de lana bruta primero y de tejidos de lana
después. El aumento del precio interno de la lana que estas ex-
portaciones conllevaron t u v o como consecuencia que los
nuevos propietarios se comporta: *n racionalmente y dedica-
ran a pastos p i o p o r c i o r e s crecientes de sus tierras. El éxito de
los nuevos agricultores estimuló o t r o movimiento también
original inglés: las enclosures, cercamientos o c o n c e n u aciones
parcelarias que significaron el paso de la agricultura de cam-
pos abiertos o colectiva a una agricultura de campos cerrados
y explotación privada. Los cercamientos exigieron una redis-
tribución de la propiedad para crear cotos redondos cerrados
donde antes había habido una fragmentación minifundista.
Esta concentración parcelaria se desarrolló de manera parale-
la a la desamortización de las tierras monásticas y, aunque ini-
ciado en el siglo xví, el proceso continuó hasta el XIX. A m b o s
movimientos (concentración y desamortización), paralela-

22
I. EL TRIUNFO DE EUROPA

mente, aumentaron el grado de comercialización y adminis-


tración racional de las explotaciones agrícolas. La agricultura
inglesa pasó a producir crecientemente para el mercado y a es-
tar guiada p o r los precios relativos. Esto conllevó un fuerte
desarrollo de la ganadería, no sólo la ovina con fines de ex-
portación, como hemos visto, sino también la bovina y porci-
na para la producción de carne.
El consumo creciente de las ciudades ofreció un atractivo
mercado para esta nueva agricultura. C o m o escribió A d a m
Smith, «[el] gran comercio de toda sociedad civilizada es el que
llevan a cabo los habitantes de la ciudad con los del campo».
Londres, que a comienzos de la Edad Moderna era una capital
de segunda fila, era en 1 7 0 0 la m a y o r ciudad de Europa y un
mercado de primordial importancia para la agricultura y la in-
dustria inglesas. A su vez, el crecimiento de Londres se debió
a una combinación de circunstancias. Por una. parte, la pobla-
ción inglesa aumentó en la Edad Moderna a un ritmo mucho
mayor que la de los demás países europeos. Comparada con
España, p o r ejemplo, si hacia 1500 la población británica venía
a ser la mitad de la española, hacia 1800 era aproximadamente
igual. D e n t r o de la población de Europa occidental, excluida
Rusia, la población británica pasó de representar el 7% en
1500 a representar el 1 6 % en 1820, lo cual implica, por supues-
to, que su ritmo de crecimiento demográfico fuera más del d o -
ble que el europeo medio. Pero esta población creciente no
permaneció en la agricultura, sino que confluyó crecientemen-
te hacia las ciudades en general y hacia Londres en particular.
Mientras la población en la agricultura se mantuvo aproxima-
damente constante durante la Edad Moderna, la población ur-
bana inglesa creció, de tal m o d o que, a finales del siglo x v í n ,
Inglaterra era el país más urbanizado del mundo.
Pero a la progresiva urbanización de Inglaterra contribu-
yeron otros factores m u y importantes, c o m o el desarrollo de
la industria y los servicios. Ya hemos visto que Inglaterra reú-
ne condiciones excepcionales para la navegación; los ingleses
hicieron uso pleno de estas condiciones. Es m u y posible que

23
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

incluso en la Prehistoria navegantes ingleses comerciaran con


puertos mediterráneos; es bien sabido que en la Edad Media
los ingleses lo hacían y que la combinación de comercio y pi-
ratería (por otra parte nada infrecuente en el mundo, incluso
en nuestros días) fue practicada p o r los marinos británicos
con éxito creciente. Los progresos de la navegación en la Baja
Edad Media e inicios de la Edad Moderna fueron plenamente
asimilados p o r los constructores y armadores británicos, de
m o d o que desde finales del siglo XVI los ingleses podían repe-
tir con fuerza la letra de su himno que proclama que «mien-
tras Britania domine las olas, los británicos nunca serán escla-
v o s » . La victoria sobre la armada española en 1 5 8 8 confirmó
la superioridad marítima inglesa, que no se perdió hasta el si-
glo XX. Esta hegemonía sobre los mares tuvo, como vimos,
importantes consecuencias económicas.
Si 'a iniciativa en la exploración de nuevos mundos la tu-
vieron los países ibéricos, las otras potencias europeas, en es-
pecial Inglaterra, Francia y Holanda, siguieron su estela con
éxito creciente. En el siglo XVII, Holanda e Inglaterra sobre
t o d o extendieron sus imperios hasta hacerlos comparables en
extensión a los de España y Portugal, y a través de unas efica-
ces políticas mercantilistas y comerciales (es decir, mezclando
el intervencionismo con el liberalismo comercial de una ma-
nera más sutil y eficaz que, característicamente, España) in-
crementaron y diversificaron su comercio. Londres y A m s -
terdam se convirtieron en activos centros del comercio
mundial, y consecuentemente desarrollaron una compleja red
de instituciones financieras m u y superiores a las de cualquier
otra ciudad del mundo: el Banco de Amsterdam y el de Ingla-
terra, las bolsas de valores, las empresas de seguros; estable-
cieron también técnicas nuevas (billetes de banco, descuento
de letras, giro) y atrajeron a personal cada v e z más especiali-
zado. La rivalidad entre Inglaterra y Holanda en el campo co-
mercial, marítimo y militar domina la historia del siglo XVII,
junto con la decadencia de las potencias ibéricas y mediterrá-
neas, y el mantenimiento de Francia en un segundo plano. Sin

24
I. EL TRIUNFO DE EUROPA

duda fue el m a y o r tamaño del país, y por tanto el m a y o r peso


de su economía, lo que terminó por causar el triunfo de Ingla-
terra en el siglo XVIII. M u y p r o n t o el nivel de vida inglés d e -
mandó nuevos productos, cuya importación fue posible gra-
cias a la expansión geográfica: té, tabaco, especias, cacao,
tejidos de algodón, porcelana (que en Inglaterra aún h o y r e -
cibe el nombre de «china») y vino son todos ejemplos de p r o -
ductos exóticos que los ingleses consumían en cantidades cre-
cientes y que dieron lugar a un comercio internacional en
expansión. A ellos habría que añadir materias primas, como
productos tintóreos, minerales y madera. Inglaterra pagaba
estas importaciones con productos agrarios (queso, cuero, ce-
reales), mineros (en especial estaño), metalúrgicos (armas) y,
sobre todo, textiles (paños en especial). A estos productos ha-
bría que añadir, p o r supuesto, los metales preciosos, sobre
todo plata, que servían, entre otras cosas, para equilibrar la
balanza comercial: ésta debió de ser generalmente favorable,
por cuanto Inglaterra recibió considerables influjos de plata
procedente del Imperio Español en A m é r i c a y, más tarde, de
oro procedente del Brasil portugués.
El rápido crecimiento de la población y ia prosperidad
derivada de la m a y o r productividad agrícola y del desarro-
llo del comercio mejoraron el nivel de vida y i icvaion la de-
manda de bienes industriales, no sólo ropa y bienes de consu-
mo, sino también instrumentos agrícolas, barcos e instrumen-
tos de navegación, c o m o hemos visto, materiales para la
construcción y bienes de equipo para las industrias de consu-
mo, como ciertos productos químicos, colorantes, aprestos,
etcétera. Estas demandas hicieron que se desarrollaran dos in-
dustrias básicas para las que Inglaterra estaba m u y bien dota-
da: la minería y la metalurgia. La abundancia de carbón mine-
ral encontró una gran demanda para fines industriales y
domésticos. La siderurgia cobró gran importancia p o r la de-
manda de hierro en la construcción naval, la industria de arma-
mento, la construcción civil y la agricultura. En la-obtención
de hierro se generalizó el alto horno al carbón vegetal, ya que

25
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

las impurezas de la hulla vetaban su empleo en la fundición;


tal era la magnitud de la siderurgia inglesa en la Edad M o d e r -
na que su demanda de carbón vegetal amenazó con deforestar
el país; la isla en un principio era m u y rica en bosques, pero
ha visto su masa arbórea seriamente disminuida p o r este p r o -
blema, al que se añaden las roturaciones, consecuencia de una
pujante agricultura.
La evolución económica corrió pareja a una inusitada
evolución social y política. No hay duda de que la reforma
protestante fue especialmente turbulenta en Inglaterra. Los
intentos autoritarios p o r parte de la corona inglesa p o r man-
tener el monopolio de la Iglesia nacional (anglicana), m u y pa-
recida a la católica aunque independiente de Roma y subordi-
nada a la Corona, fracasaron. La rebelión contra el Fapado y
la libre interpretación de las Sagradas Escrituras, junto con la
movilidad y prosperidad de la sociedad inglesa, dieron lugar
a una pí oliferación de sectas cristianas cuyas creencias repre-
sentaban convicciones no sólo religiosas sino también políti-
cas. Estos protestantes radicales que no aceptaron la Iglesia
anglicana p o r considerarla demasiado parecida a la católica
romana, recibieron el nombre genérico y peyorativo de puri-
tanos, que terminó p o r perdurar. D e n t r o de los puritanos
aparecieron iglesias o grupos como los anabaptistas, los me-
todistas o los cuáqueros, cuyo credo contenía fuertes dosis de
ciítica social y profundo reformismo, casi u incluso, revolu-
cionario. El fermento religiosu-político de la Inglaterra del si-
glo XVII tuvo pálidos reflejos en el continente, pero en ningún
otro país dio lugar a una revolución de la importancia y la en-
vergadura de la Revolución Inglesa.
O t r a consecuencia fundamental de la reforma protestan-
te en Inglaterra fue el fortalecimiento de la institución parla-
mentaria. C u a n d o en la cuarta década del siglo x v i , Enrique
VIII llevó a cabo la ruptura con el Papado, la tensión que esto
originó en la sociedad inglesa fue enorme. Basta con recordar
a m o d o de ejemplo que en la pugna subsiguiente fue conde-
nado a muerte y ejecutado Tomás M o r o , que había sido can-

26
I. EL TRIUNFO DE EUROPA

ciller (equivalente a primer ministro) y amigo del monarca.


Al igual que M o r o , una parte importante de la población in-
glesa, quizá la mayoría, permaneció fiel a Roma en un primer
momento. Para justificar y legalizar sus radicales y arriesga-
das decisiones, Enrique VIII recurrió al Parlamento (una ins-
titución entonces no democrática, sino más bien aristocráti-
ca), que él y Thomas C r o m w e l l manejaron con extraordinaria
habilidad. Por añadidura, a la muerte del rey, los problemas
sucesorios fueron tan complejos que el Parlamento v o l v i ó a
tener un papel decisivo en la legitimación de sus sucesores,
tres de los cuales m u r i e r o n sin descendencia. La institución
parlamentaria c o b r ó en Inglaterra vigor y sentó una serie de
tradiciones que la convirtieron en una institución única en el
mundo. Fue esta serie de acontecimientos excepcionales en el
siglo XVI inglés, más que una tradición medieval, sin duda im-
portante, pero no m u y diferente de las de otros países conti-
nentales, como España o Francia, la que dio al Parlamento de
Inglaterra la fuerza extraordinaria que iba a demostrar en el si-
glo x v i l , ai rebelarse contra la autoridad real, derrotar al m o -
narca en una doble guerra civil ( 1 6 4 2 - 1 6 4 6 , 1 6 4 8 - 1 6 4 9 ) y con-
vertirse en la sede permanente del poder tras la Gloriosa
Revolución de 1 6 8 8 . H a y que tener en cuenta, sin embargo,
que, aunque los acontecimientos del siglo x v í le dieron ese ex-
traordinario protagonismo, el Parlamento inglés no hubiera
pedido evolucionar y robustecerse si la sociedad inglesa no hu-
biera evolucionado y se hubiera desarrollado como antes se ha
expuescc. El crecimiento económico trajo consigo el ascenso
de la gentry y de una clase media de comerciantes e industria-
les adscritos a la causa «puritana», convicción que predominó
entre los parlamentarios rebeldes y victoriosos, sin que ello
excluya que una parte de la nobleza tradicional se situara tam-
bién del lado del Parlamento.
El resultado de t o d o este largo periodo de turbulencia
que ocupó buena parte del siglo x v n fue que Inglaterra inicia-
ra el XVIII con una configuración social, política y económica
m u y diferente de la de sus vecinos continentales. El sistema

27 36576
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

político, sin ser en absoluto democrático, era mucho más r e -


presentativo que el de los demás países europeos (solamente
los Países Bajos y Suiza pudieran quizá compararse en mate-
ria de representatividad). La sede efectiva del poder residía en
el Parlamento, y en especial en la cámara baja, los C o m u n e s ,
la representante teórica del pueblo llano, frente a la cámara
alta, los Lores, representante, como su nombre indica, de la
nobleza. Las elecciones a una y otra cámara distaban mucho
de ser igualitarias o universales y de estar libres de irregulari-
dades, p e r o eran elecciones y se celebraban con regularidad,
práctica rarísima en el resto del mundo. La costumbre parla-
mentaria se fue robusteciendo y el sistema de partidos (los to-
ries y los whigs, conservadores y liberales, respectivamente)
quedó gradualmente establecido. Los gobiernos eran votados
p o r la cámara de los C o m u n e s , y a su voluntad, más que a la
voluntad del monarca, debían su existencia.
J u n t o a estas novísimas instituciones políticas, Inglaterra
conoció también innovaciones económicas, como el control
sistemático p o r el Parlamento dei presupuesto y la deuda pú-
blica, o la aparición de un sistema bancario vigoroso y relati-
vamente independiente. El sistema monetario estuvo contro-
lado crecientemente p o r el Banco de Inglaterra, fundado en
1694 c o m o baluarte fi del régimen recién salido de la
Gloriosa Revolución de Í688, y que fue adquiriendo paulati-
namente las atribuciones y los instrumentos de lo que h o y lla-
mamos un banco central. Entre las especialidades del sistema
monetario inglés durante el siglo x v m figuia la progresiva uti-
lización del billete de banco en las transacciones corrientes,
algo que no se generalizó en el continente hasta, al menos, un
siglo más tarde. Ya nos referimos antes a otra característica
única de la economía inglesa: los cercamientos o enclosures,
proceso que continuó y se aceleró durante esta centuria.
Es de señalar también que la inusitada vitalidad social y
económica de la Inglaterra de la época vino acompañada de
un impresionante florecimiento intelectual y científico. R e -
cordemos que el p r o p i o Tomás M o r o , autor de Utopía, fue

28
I. EL TRIUNFO DE EUROPA

uno de los grandes pensadores sociales de comienzos del si-


glo x v í y que un siglo más carde aparecerán genios de la talia
de Thomas Hobbes y J o h n Locke, señalados fundadores de
la ciencia social moderna; que entre los economistas ingleses
anteriores a A d a m Smith contamos con autores de la catego-
ría de William Petty, Thomas M u n y David Hume; y que la
ciencia inglesa brilló inigualada en esos mismos años, con fi-
guras de la talla de Edmund Halley, William Harvey e Isaac
Newton.
el siglo XVII, Inglaterra sostuvo una estrecha ri-
validad con Holanda (o los Países Bajos), que también llevó a
cabo una revolución política y social en muchos aspectos pa-
ralela a la inglesa. A m b o s países se disputaron el dominio de
los mares y extendieron sus imperios p o r América, África y
Asia. La Revolución Holandesa tuvo mucho que ver c o n la
religión, como la inglesa, pero en Holanda la revolución t o m ó
la forma de guerra de independencia contra la gran potencia
católica del momento, España. De m o d o similar a la de Ingla-
terra, la economía holandesa se desarrolló al tiempo que tenía
lugar la guerra y hay razones para pensar que a mediados del
siglo x v i l , tras lograr la independencia definitiva, la Repúbli-
ca de los Países Bajos era el país más rico del mundo en térmi-
nos de renta p o r habitante [De Vries y Van der Woude ( 1 9 9 7 ,
pp. 6 9 9 - 7 1 0 ] . Antes que Inglaterra, los Países Bajos habían in-
troducido una revolución en las técnicas agrícolas que había
hecho aumentar considerablemente ioc rendimientos y mejo-
rado notablemente el nivel de vida. La actividad comercial ri-
valizaba con la inglesa, y lo mismo ocurría con la industria
holandesa, principal pero no exclusivamente pañera. El creci-
miento económico había venido acompañado de un profun-
do cambio social que discurrió paralelamente a la guerra, se
alimentó de ella y a la vez la motivó. La república holandesa
resultó ser un sistema político relativamente descentralizado
aunque aristocrático, con la familia Orange desempeñando un
papel cuasi monárquico (el cargo de presidente de esta repú-
blica — stadhouder o estatúder— recayó casi siempre en

29
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

miembros de esa familia), pero sujeta a una cierta sanción


electiva.
U n o de los problemas clásicos de la historia económica
moderna es el de las causas de la decadencia de Holanda du-
rante el siglo X V I I I , periodo en que Inglaterra, en segundo pla-
no en el siglo X V I I , adquirió clara preponderancia, no sólo por
su inusitado crecimiento, sino también p o r el estancamiento
holandés. Se han ofrecido varias explicaciones. De una parte,
se aduce que Inglaterra era un país mucho mayor, tanto en ex-
tensión c o m o en población. La población holandesa creció
m u y rápidamente durante el siglo xví y ía primera mitad del
siglo X V I I , pasando, en cifras redondas, de 1 a 2 millones en
ese lapso, para casi estancarse durante el siglo y medio si-
guiente. El m a y o r tamaño de Inglaterra resultó a la larga de-
cisivo. Trajo consigo una m a y o r riqueza agrícola: Inglaterra
importó los nuevos métodos de la agricultura holandesa, pero
una m a y o r superficie de cultivo permitió que los rendimien-
tos decrecientes no se hicieran sentir. La ganadería inglesa era
gran productora de lana, una de las más importantes partidas
de exportación desde la Edad Media, grzín p a n e de ella a H o -
landa. A lo largo del siglo xvn, tras varios intentos fallidos,
Inglaterra consiguió abrir mercados externos a sus paños en
competencia directa con los paños holandeses. Una extensión
forestal mucho más amplia abarataba el coste de la construc-
ción naval (aunque la madera comenzó a ser objeto de impor-
taciones crecientes) y el m a y o r número de hombres peimitió
a la larga una flota mayor. A d e m á s , los recursos mineros in-
gleses eran incomparablemente mejores: en Inglaterra, sobre
codo, abundaban el hierro y el carbón de hulla, ambos de ex-
celente calidad. Holanda carecía de ambos; sólo poseía en
grandes cantidades turba, fuente calorífica inferior a la hulla y
apenas utilizable en metalurgia. La necesidad de importar ma-
dera, hierro y carbón aumentaba considerablemente los cos-
tes industriales en Holanda. Por otra parte, se ha puesto de re-
lieve que los salarios holandeses mostraron una gran rigidez
en el siglo xvm, mucho m a y o r que los ingleses, quizá porque


I. EL TRIUNFO DE EUROPA

las burocracias estatal y paraestatal holandesas (en especial la


gran Compañía de las Indias Orientales) siguieron una políti-
ca de altos salarios, posiblemente para atraer a los mejores tra-
bajadores, p o r razones políticas o simplemente ante una cier-
ta escasez de trabajo resultante del estancamiento de la
población. Lo indudable es que los salarios reales se mantu-
vieron a un alto nivel en Holanda durante la m a y o r parte del
siglo xvín (sólo descendieron al final) y eso encareció aún más
los costes industriales; la industria holandesa perdió competi-
tividad y mercados, y lo mismo ocurrió con su otrora flore-
ciente comercio. El declive económico y político de los Países
Bajos holandeses durante el siglo xvín es, como dijimos antes,
un clásico de la historia económica.
II
LA I REVOLUCIÓN MUNDIAL

LA REVOLUCIÓN ATLÁNTICA

U n o de los episodios más estudiados — y celebrados—


de la historiografía universal es la Revolución Francesa. Para
muchos fue un acontecimiento afortunado; para otros, una
gran desgracia. En todo caso, lo seguro es que no v i n o sola.
Los historiadores discuten no sólo sus méritos, sino también
hasta qué punto fue un hecho aislado y hasta cuál fue parte de
un fenómeno de escala mundial. Naturalmente, en historia,
en un sentido estricto, todos los fenómenos sen únicos e irre-
petibles. Revolución Francesa sólo ha habido una. Sin embar-
go, se da en t o r n o a ella una serie de episodios históricos que
tienen los suficientes rasgos comunes con ella y entre sí como
para que nos parezca admisible encuadrar un acontecimiento
tan único dentro de un cuadro más amplio y si no, rigurosa-
mente hablando, de escala mundial, sí al menos de escala
atlántica o relativa al Hemisferio Occidental. En concreto, la
Revolución Francesa viene cronológicamente enmarcada por
dos revoluciones americanas, la norteamericana que se inicia
en 1 7 7 6 y la hispanoamericana que se inicia en 1808. Pero es
que, además, la Revolución Francesa no ocurrió aisladamente
en Europa. Vino precedida de conatos revolucionarios en los
Países Hajos, en Suiza y en Polonia; en cuanto a los ecos que
despertó en Europa, especialmente en países vecinos y ocupa-
dos de manera más o menos total y larga, como España, Italia
o Prusia, además de los ya mencionados, es innegable. Los es-
pañoles sabemos que, junto a la bien conocida repulsión del
invasor francés, antes y después del D o s de M a y o , existe un
importante bando afrancesado, que fue, h a y que decirlo, más
notable p o r su calidad y origen de clase media e intelectual

33
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

que p o r su número. Movimientos afrancesados — o simpa-


tizantes con la Revolución— los hubo en todos los países
mencionados. Las reformas económicas y sociales de la Revo-
lución Francesa encontraron eco en muchos países de Europa
occidental antes incluso de que las conquistas revolucionarias
las impusieran. Pero es que además, como en España, los di-
rigentes de los movimientos antifranceses a menudo adopta-
ron medidas políticas reformadoras que se parecían más a las
introducidas p o r la Revolución Francesa que a las practicadas
p o r el Antiguo Régimen. Así, en España, las Cortes de Cádiz
proclamaron en 1 8 1 2 una constitución, lo que no tenía prece-
dentes en la historia de España, e instituyeron toda una bate-
ría de medidas, c o m o una reforma agraria y la proclamación
legal de principios —la abolición de la tortura judicial, la liber-
tad de expresión y de reunión, el babeas corpus, etcétera—,
que tenían que v e r más con las declaraciones francesa y esta-
dounidense de los Derechos del H o m b r e y con las constitu-
ciones proclamadas en esos países que con el derecho tradi-
cional español. En Prusia, ios ministros r l c i n r i c h - K a r l v o n
Stein y Karl August v o n Hardenberg promulgaron edictos de
emancipación de los campesinos y de reforma agraria (en
1808 y 1 8 1 1 respectivamente) que igualmente debían más a las
innovaciones <> ancesas que a la tradición prusiana..
P'no no es sólo que hubiera movimientos revoluciona-
rios en los dos continentes (América y Europa) durante las
cuatro décadas que van desde 1775 hasta 1 8 1 5 . Es que todos
estos movimientos compartieron ampliamente visiones y o b -
jetivos: podríamos decir que todos ellos tenían el propósito
de poner fin a lo que los franceses llamaron el Antiguo Régi-
men, caracterizado bien por el absolutismo en Europa, bien
por el despotismo colonial (o ambas cosas, absolutismo y co-
lonialismo) en América. A h o r a bien, y esto es algo realmente
nuevo, si los revolucionarios en ambos continentes tenían cla-
ro el régimen que pretendían derribar, igualmente claro tenían
qué era lo que querían instalar en su lugar: querían una socie-
dad y una economía más libres, y un sistema político más re-

34
II. LA I R E V O L U C I Ó N M U N D I A L

presentativo. Querían acabar con lo que ellos llamaron «feu-


dalismo» y, aunque la denominación no fuera rigurosa, la idea
era m u y sencilla. Se trataba de crear una sociedad en la que to-
dos los ciudadanos (antes subditos) fueran iguales ante la ley,
donde no hubiera más privilegios de nacimiento que los eco-
nómicos. Acerca de la igualdad económica había ambigüedad
entre los revolucionarios a un lado y o t r o del Atlántico; si
bien el respeto a la propiedad privada y a la libertad de testar,
es decir, de transmitir el patrimonio privado a los herederos,
íerminaron p o r imponerse, hubo, sobre t o d o en Francia, una
fuerte corriente de opinión (que la historia personifica en
Gracchus ÍJabeuf, pero que representaba una minoría nada
despreciable) partidaria del «comunismo», en este caso signi-
ficando la intervención del listado para lograr la igualdad eco-
nómica. En cuanto al «feudalismo», si bien es cierto que las
sociedades europea y americana del siglo x v í n o principios
del siglo XIX estaban muy lejos de la estructura del feudalis-
mo altomedieval (que los especialistas consideran el paradig-
ma), sí es cierto que conservaban muchos de sus rasgos, y des-
tacadamente una clara división estamental con su sistema de
privilegios y fueros personales y territoriales, que era lo que
más señaladamente y con m a y o r acuerdo querían abolir los
revolucionarios.
En realidad, ios revolucionarios de ambos lados del
Atlántico compartían un ideario común, que se nutría de las
doctrinas de los llamado.'; «filósofos» de la Ilustración, en par-
ticular Montesquieu y Rousseau en lengua francesa, L o c k e y
Hume en lengua inglesa. Lo que quiero resaltar aquí es que
este ideario estaba inspirado en otra revolución, la R e v o l u -
ción Inglesa del siglo x v n , que es el modelo que iban a imitar
las que tuvieron lugar un siglo más tarde. La Revolución
Inglesa es la primera gran revolución del mundo moderno, la
que muestra el camino que transita desde el Antiguo Régimen
absolutista hasta la sociedad moderna convencional y r e p r e -
sentativa. Por eso la Revolución Inglesa es estudiada p o r los
primeros científicos sociales dignos de este nombre (aunque

35
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

tengan algunos, contados, antecesores renacentistas). La R e -


volución Inglesa pone fin a la creencia de que el orden social
es tan inmutable como el orden natural y de que el derecho de
los reyes a gobernar c o m o monarcas absolutos es de origen
divino y, p o r tanto, indiscutible. La derrota del rey Carlos I,
su prisión, condena y muerte, el largo gobierno del Parlamen-
to y de un hombre de extracción modesta (pequeña noble/a
rural), Oliver Cromwell, como lord protector de las islas Bri-
tánicas, su rechazo de la corona que se le ofrecía, todo ello de-
mostraba que la sociedad era mucho más maleable de lo que
la teoría del origen divino permitía pensar. Los episodios pos-
teriores de la larga Revolución Inglesa no hicieron sino con-
firmar esta observación. La restauración de los Estuardo en la
persona de C a r l o s í í y el posterior segundo destronamiento
— i n c r u e n t o — de Jacobo II en 1688, con la instalación en el
trono de un rey de origen holandés (Guillermo III de O r a n -
ge) mediante unas estipulaciones pactadas de reconocimiento
de la potestad legislativa y ejecutiva del Parlamento, y, p o r
tanto, la aceptación p o r el nuevo monarca de su papel de rey
constitucional, el primero en la historia, crearon un tipo de
organización política hasta entonces inédito. La Revolución
Inglesa constituye la prueba irrebatible, para los espíritus más
avisados de la época, de que la organización social puede va-
riar con arreglo a la voluntad de sus componentes: la idea del
«contrato social» aparece ya en escritores coetáneos, como
Thomas Hobbes, y se hace célebre a mediados del siglo si
guíente con Jean-Jacques Rousseau.
C o m o casi todos los hechos sociales, sin embargo, la R e -
volución Inglesa tiene un antecedente: la Revolución Holan-
desa o de los Países Bajos, iniciada en 1 5 6 6 en contra del ab-
solutismo del Felipe II de España, que era su «señor natural»
p o r herencia, ya que los Países Bajos pertenecían a la familia
Habsburgo desde finales del siglo X V . Aunque en muchos as-
pectos la Revolución Holandesa es un antecedente de la In-
glesa y da lugar a «la primera sociedad moderna» (De Vries y
Van der W o u d e la han llamado «la primera economía moder-

36
II. L A I R E V O L U C I Ó N M U N D I A L

na» en su libro de 1997), difiere de ella en que la holandesa no


dio lugar a un modelo can estable y definido como la inglesa,
ni política ni económicamente. Sin embargo, como fenómeno
revolucionario de gran alcance, no cabe duda de la primacía y
de la importancia de la revolución que t u v o lugar en los Paí-
ses Bajos. Los neerlandeses se rebelaron en 1566 p o r tres ti-
pos de razones: religiosas, políticas, y económicas. Las tres se
derivaban de que los Países Bajos eran una sociedad más com-
pleja, rica y avanzada que la española y de que exigían un
m o d o de gobierno y una organización social muy diferentes
del absolutismo que Felipe II trataba de imponerles. En pri-
mer lugar, se trataba de lograr la tolerancia religiosa, de la co-
existencia del credo católico con los diversos credos p r o t e s -
tantes, entonces en expansión allí, y, p o r añadidura, con el
judaismo, frente al monolitismo católico que Felipe quería
mantener. En segundo lugar, se trataba de moderar las exac-
ciones impositivas que la corona española se proponía esta-
blecer sobre sus ricos subditos neerlandeses. Y, en tercer lu-
gar, se trataba de que se respetaran los complejos e intrincados
sistemas de gobierno de las provincias de la región, donde im-
peraba una esquema descentralizado de corte casi federal en
las relaciones entre las provincias, y un sistema representati-
vo oligárquico dentro d: ellas. Todo ello hacía que la toma de
decisiones políticas estuviera en los Países Bajos sujeta a una
serie de conuapesos y limitaciones que resultaban i n c o m -
prensibles e inadmisibles dentro del absolutismo teocrático
del rey de España. La rebelión contra España, p o r tanto, no
era una simple guerra de independencia, sino que entrañaba, ia
primera revolución triunfante contra el absolutismo en ia Eu-
ropa moderna.
El poderío y la originalidad social de los Países Bajos se
debían a lo avanzado de su economía, lo que a su vez estaba
relacionado con las características de su entorno geográfico.
Situados en el delta del Rin, los Países Bajos son, c o m o su
nombre indica, una extensión de tierras bajas y llanas, en oca-
siones p o r debajo del nivel del mar. El feudalismo nunca al-

37
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

canzó gran fuerza en la zona septentrional ya que, p o r sus


condiciones pantanosas, fue de asentamiento tardío y en régi-
men de frontera. La riqueza de la región tuvo su origen en el
comercio con el Báltico, Inglaterra y la península Ibérica, y en
el temprano desarrollo de la industria. Era, a finales de la
Edad Media, una zona extraordinariamente urbanizada y co-
mercializada en la Europa de la época. O t r a de las caracterís-
ticas geográficas de la zona ha dejado también su sello indele-
ble en la sociedad neerlandesa: las características del terreno
permiten, y casi exigen, que p o r medio de diques se desequen
tierras vecinas al mar, a menudo tierras semisumergidas en
agua salobre. En definitiva, p o r medio de complejas obras pú-
blicas (diques, polders) los holandeses han ido ganando tierra
al mar. Esto iba siendo necesario a medida que la población
crecía y los terrenos cultivables se hacían más escasos. A d e -
más, la escasez de tierra se acrecentaba porque la abundancia
de turba hacía que muchas parcelas se dedicaran a la explota-
ción de este tipo de combustible; pero la conversión de arable
en turberas aumentaba la escasez de tierras.
Todo esto tuvo considerables consecuencias económicas
y sociales. De un lado, como hemos visto, contribuyó a la in-
tensificación de ciclópeas obras públicas (la construcción de
diques ha sido una actividad incesante de los holandeses des-
de la Edad Media), lo cual desarrolló un espíritu de coopera-
ción y organización m u y acendrado, que contribuyó a unifi-
car a una serie de pueblos de diferentes orígenes y lenguajes.
Por otra parte, contribuyó también a moldear la economía
neerlandesa, estimulando la introducción de innovaciones
que dejaron una huella duradera no sólo en los Países Bajos,
sino en el m u n d o entero. De un lado, la agricultura holande-
sa adoptó una serie de técnicas nuevas que, p o r medio de
complejas rotaciones de cultivos y de la combinación de la ga-
nadería con la agricultura (alternando, p o r ejemplo, la siem-
bra de cereales de consumo humano con forrajes), lograba
rendimientos mucho más altos que los que se venían obte-
niendo tradicionalmente. Estas nuevas técnicas agrícolas fue-

38
II. L A I R E V O L U C I Ó N M U N D I A L

ron más tarde imitadas y perfeccionadas en Inglaterra y en los


países de la llanura europea septentrional, iniciándose así lo
que se ha dado en llamar la Revolución Agrícola europea, que
está en la base del crecimiento económico moderno y con-
temporáneo. De otro lado, la relativa escasez de suelo cultiva-
ble favoreció la introducción de actividades industriales (o
protoindustriales) en el campo holandés: hemos visto ya el
desarrollo de la industria de la turba. Este combustible se uti-
lizó domésticamente, en metalurgia y para la producción de
ladrillos; se desarrolló también la industria textil en el campo
y en ciudades como Leiden, Bruja?, Hondschoote, etcétera.
La industria alimentaria, especialmente la producción de que-
sos, la pesca y el salazón, y la producción de cerveza, también
tuvo un gran crecimiento. Muchos de estos productos se ex-
portaban, lo que facilitó el auge de otras actividades para las
que la geografía predisponía a este pa«'s: la navegación y el co-
mercio, j u n t o con la construcción naval.. Desde la Baja Edad
Media, los puertos holandeses (Brujas, Amberes, Amsterdam,
Rotterdam y otros menores) constituían el centro de un in-
tenso comercio que relacionaba las tierras del mar Báltico con
Inglaterra, Francia, España, Portugal e incluso, con frecuen-
cia cada v e z mayor, el Mediterráneo.
El desarrollo de estas actividades determinó la formación
de una sociedad relativamente poco estratificada. Los ricos
comerciantes e industriales se confundían en poder con la n o -
bleza terrateniente. Los gobiernos urbanos estaban en manos
de grupos burgueses y las zonas rurales más bien en las de la
nobleza, p e r o las relaciones entre unos y otros eran bastante
finidas. En general todas estas élites tenían actitudes y prefe-
rencias liberales en economía, en política y en materia religio-
sa. La incomprensión del monarca español, pese a su conoci-
miento dei país, hizo estallar una chispa que daría lugar a la
guerra de los Ochenta A ñ o s que, c o m o hemos visto, no sólo
trajo consigo la independencia de los Países Bajos sino una
verdadera revolución social en la naciente República de las
Provincias Unidas.

39
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

Sin embargo, esta revolución política no fue completa,


porque la nueva nación conservó muchos rasgos monárquicos
sin dejar de ser una república. Esta paradoja se debió ai m o d o
en que se llevó a cabo la independencia. Durante la larga gue-
rra contra España, el poder tenía que concentrarse casi inevi-
tablemente en las manos de un caudillo militar, papel que fue
desempeñado a la perfección p o r un noble, Guillermo de
Orange, que se convirtió de hecho en rey sin corona, adqui-
riendo el título de estatúder (de stadhoudcr, literalmente, te-
niente de alcalde) antes reservado a los gobernadores provin-
ciales. A partir de entonces la dinastía de Orange tuvo en
Holanda una primacía cuasi monárquica, y el partido orangis-
ta fue el más fuerte y cohesionado. Durante el glorioso siglo
X V I I los descendientes de Guillermo se disputaron el poder
con las oligarquías de las provincias, disputas que a menudo
fueron cruentas. Esta dualidad política entre la República y el
estatúder nunca llegó a resolverse y sin duda, junto con el re-
galo envenenado que para Holanda fue que el estatúder G u i -
llermo III de Orange alcanzara el trono dé Inglaterra en 1688,
contribuyó a la parálisis económica, política, social, incluso
demográfica, que se apoderó de Holanda en el siglo X V I I I .
Tras los traumas de la invasión y las guerras napoleóni-
cas, Holanda adoptó gradualmente, durante el siglo X I X , y a
imitación de lo que ocurría en Inglaterra, Francia y Bélgica, la
organización política de la monarquía constitucional.
La Revolución Inglesa, de la que hablamos en el capítu-
lo anterior, tuvo lugar casi en exacta sucesión con la holande-
sa, y dio lugar a un sistema de monarquía constitucional con
predominio parlamentario que, aunque evolucionó en los si-
glos que siguieron, conservó las características esenciales del
acuerdo logrado en 1688.
Estas dos revoluciones políticas, la holandesa incompleta
y la inglesa plenamente realizada, fueron el preludio y el m o -
delo de la G r a n Revolución Atlántica de finales del siglo X V I I I
y principios del X I X . Debemos destacar que tanto Holanda
como Inglaterra habían alcanzado, en el momento de desenca-

40
II. LA I REVOLUCIÓN MUNDIAL

denar sus revoluciones, un nivel de desarrollo económico y so-


cial m u y superior al de sus vecinos europeos. Parece claro que
en uno y otro país el absolutismo constituía un obstáculo a la
continuación del crecimiento p o r varias razones. En primer
lugar, p o r las exacciones arbitrarias que los monarcas absolu-
tistas pretendían imponer, lo que, entre otras cosas, constituía
un grave atentado a la seguridad jurídica, requisito indispensa-
ble del funcionamiento de los mercados y de ia inversión de
los empresarios. En segundo lugar, p o r q u e los intereses eco-
nómicos de la «burguesía» (agentes económicos capitalistas)
chocaban con los de los gobiernos absolutos, generalmente
poco duchos en política económica. En tercer lugar p o r q u e la
igualdad ante la ley y la independencia del poder judicial resul-
taban también ingredientes básicos de la seguridad jurídica. En
cuarto lugar, porque los gobiernos del Antiguo Régimen acos-
tumbraban a representar los intereses de la aristocracia terra-
teniente, que estaban a menudo en contradicción con los de las
clases urbanas. En quinto lugar, porque las formas de p r o p i e -
dad en la sociedad estamental, y en particular la propiedad de
la rierra, impedían el funcionamiento del mercado, frecuente-
mente limitando el acceso a la propiedad de ciertos grupos s o -
ciales; los ejemplos más claros y cuantitativamente más impor-
tantes de este problema eran la propiedad eclesiástica y la
nobiliaria, que constituían enormes bloques de bicneo raíces
parcial c totalmente ajeno» al tráfico mercantil. Y en sexto l u -
gar, porque algo parecido ocurría con el mercado de trabajo,
donde las estructuras estamental y gremial trababan también
muy considerablemente la movilidad económica y geográfica.
Además de las razones económicas que hemos visto, se daban
las políticas, en gran parte coincidentes.

LA REVOLUCIÓN NORTEAMERICANA

Si los Países Bajos hicieron su revolución mientras l u -


chaban contra España p o r su independencia, las trece colonias

4i
L O S ORÍGENES DEL S I G L O X X I

norteamericanas hicieron algo muy parecido luchando p o r


independizarse de Inglaterra. A h o r a bien, una pregunta inicial
se impone. La España de Felipe II, contra la que lucharon h o -
landeses y flamencos, era la personificación del absolutismo.
En cambio, la Inglaterra de finales del siglo x v i l l , si bien no
era ni mucho menos un país democrático, sí era el único país
del m u n d o donde los poderes del Rey estaban m u y limitados
y donde gobernaba un Parlamento que, de manera más o me-
nos fiel, representaba al conjunto del pueblo. ¿ P o r qué se re-
belaron los norteamericanos contra el único sistema represen-
tativo del mundo? J u n t o a esta duda sobre la razón política de
la rebelión, hay otra económica: ¿hubo motivos económicos
que movieron a los habitantes de las trece colonias a luchar
p o r su independencia? En efecto, aunque privados de los r e -
finamientos de las clases aristocráticas europeas, los nortea-
mericanos tenían, con casi total seguridad, un nivel de vida
medio superior incluso al de ios ingleses o los holandeses, que
eran los europeos más ricos. Además, la renta y la riqueza es-
taban en las colonias norteamericanas mejor repartidas que en
el Viejo Continente. P o r añadidura, los cálculos más solven-
tes estiman que la carga que imponía el mercantilismo inglés
no era insoportable para los norteamericanos (aproximada-
mente del 2 al 3% de la renta p o r habitante) [Thomas (1965);
McClelland y Zeckhauser (1983)]. Por si esto fuera poco, los
norteamericanos se beneficiaban de la protección que las fuer-
zas armadas británicas les brindaban, así como de los servicios
que la administración colonial ofrecía.
Tratemos de dar respuesta a estos interrogantes. En pri-
mer lugar, debemos recordar que los pueblos en general se re-
belan no cuando están en la miseria más absoluta, sino cuan-
do están en un proceso de crecimiento, y éste era sin duda el
caso de los norteamericanos a finales del siglo X V I I I . P o r otra
parte, si es cierto que Inglaterra (o Gran Bretaña, ya que des-
de 1 7 0 7 toda la isla constituía una unidad política) tenía la or-
ganización política más avanzada, también lo es que la inno-
v a d o r a estructura política alcanzada en 1688 había quedado

42
II. L A I R E V O L U C I Ó N M U N D I A L

petrificada y así permaneció, casi inmutable, hasta bien entra-


do el siglo X I X . El Parlamento inglés estaba abrumadoramen-
te en manos de las clases ricas, con predominio de los terrate-
nientes y sin representación de los colonos, y m o s t r ó m u y
poca comprensión hacia los problemas, no ya de los habitan-
tes de los territorios ultramarinos, sino de los otros grupos de
la propia sociedad inglesa (puritanos, católicos, campesinos,
obreros, etcétera) que de hecho quedaban excluidos de la r e -
presentación política. Consecuencia de esta incomprensión
fue la abundante emigración hacia las colonias de miembros
de estos grupos. Recíprocamente, los colonos norteamerica-
nos procedían en su mayoría de familias que habían abando-
nado Inglaterra por disconformidad con el régimen existente
y ello explica la frecuencia de actitudes críticas hacia las insti-
tuciones británicas en la colonias norteamericanas.
C o m o se ha puesto repetidamente de manifiesto, la vic-
toria de Inglaterra sobre Francia en la guerra de los Siete A ñ o s
(1756-1763) resultó realmente pírrica, en ei sentido de que sus
consecuencias se volvieron contra los vencedores. Al firmar-
se la Paz de París en 1763, una de las pérdidas que Francia
tuvo que aceptar fue la de Canadá. La presencia francesa dejó
de ser una amenaza para los colonos anglosajones, que con
ello dejaron de apreciar una de las ventajas que para ellos r e -
presentaba la tutela británica. P o r otra parte, la guerra había
tenido un gran coste, que el Parlamento británico estaba de-
cidido a que los colonos compartieran; en virtud de esta deci-
sión, Inglaterra promulgó una serie de leyes de corte mercan-
tilista, estableciendo aranceles sobre varios productos de
exportación e importación p o r las colonias. Fueron estas le-
yes arancelarias las que colmaron el vaso de la paciencia n o r -
teamericana. Las colonias no tenían representación en el Par-
lamento británico, que proclamó varias veces su prerrogativa
de legislar para ellas. Este derecho era negado p o r las colonias,
una de cuyas divisas fue la de no taxation without representa-
tion («no a los impuestos sin representación»). A u n q u e la
economía de las trece colonias era en su m a y o r parte agraria

43
L O S O R Í G E N E S DEL S I G L O X X I

(la tierra era m u y abundante), el comercio alcanzó gran im-


portancia en la costa atlántica durante el siglo x v í n , especial-
mente en Nueva Inglaterra y Virginia. Las exportaciones nor-
teamericanas eran principalmente de materias primas: tabaco,
arroz, añil, trigo, harina y productos forestales. La única ex-
portación considerable de carácter manufacturado eran los
pertrechos navales. Si bien la carga impositiva era relativa-
mente llevadera, c o m o vimos, la presión fiscal tendió a crecer
con el tiempo, y fue en las ciudades (en especial Boston y Fi-
íadelfia) donde más se hizo sentir y donde más cundió el sen-
timiento rebelde. Además de aumentar la presión fiscal, todo
el entramado de leyes mercantilistas (que tanto fustigó p o r
entonces A d a m Srnith) era un gran obstáculo para el desarro-
llo del comercio colonial y de la naciente industria. Por últi-
mo, existía un largo contencioso entre los colonos y la metró-
poli acerca de las tierras del valle del Mississippi, deshabitadas
excepto p o r la presencia de tribus nativas de vida nómada y de
unos pocos asentamientos de origen francés, español e inglés.
Los colonos querían apropiarse de esas tierras mientras que
Inglaterra consideraba que pertenecían a los nativos, lo cual
casi equivalía a decir que a la propia metrópoli. Además, ésta
quería que los colonos se asentaran en la costa para intensifi-
car el comercio con Inglaterra y j . r a reforzar su fortaleza mi-
r

litar frente a España, que ^ra la única otra potencia que que-
daba en Norteamérica. Los ingleses, además, pretendían
evitar roces con España, que pudieran darse si 'os colonos an-
glosajones se adentraban en el continente (nominalm^nte, las
tierras al oeste del Mississippi habían quedado en manus es-
pañolas tras la guerra de los Siete A ñ o s ) , involucrando así a
Inglaterra en un conflicto indeseado.
Había, p o r lo tanto, graves diferencias políticas y econó-
micas entre colonos y británicos. P o r otra parte, si Inglaterra
era la primera potencia mundial, las trece colonias habían cre-
cido de manera espectacular en la centuria precedente. Los
historiadores discuten acerca de la tasa de crecimiento de la
renta p o r habitante en las colonias [Mancall y Weiss (1999);

44
II. L A I R E V O L U C I Ó N M U N D I A L

Maddison (2001)], pero incluso aunque tuvieran razón los p e -


simistas y la tasa p o r habitante hubiera sido m u y baja, el cre-
cimiento seguiría siendo impresionante, porque la población
colonial vino a decuplicarse en la centuria que precedió a la
Guerra de Independencia, sin duda el crecimiento más rápido
en el m u n d o de la época. Teniendo en cuenta que se trataba
de una economía agraria de tipo extensivo (la tierra era tan
barata que, como dijo Thomas Jefferson: «Resulta más econó-
mico comprar un acre que abonar el que tienes»), el manteni-
miento de tan alto n i v í de vida con un crecimiento demográ-
fico tan rápido resultaba ya un éxito m u y notable. P o r otra
parte, que el nivel de vida era más alto lo prueba el que atra-
jera a tantos inmigrantes. Es cierto que muchos ingleses emi-
graban p o r inconformismo: pero no emigraban a la India o a
La Guayana, sino a Norteamérica, en busca de un mejor nivel
de vida. Puede parecer soiprcndente que con una situación
económica tan favorable los colonos se rebelaran; es natural,
sin embargo. Además de alcanzar desarrollo económico, las
colonias se habían desarrollado políticamente; las institucio-
nes políticas internas eran tanto o más representativas que las
inglesas: cada una de ellas estaba gobernada por una asamblea,
los ayuntamientos eran también representativos y sólo los go-
bernadores y la administración fiscal estaban en manos ingle-
sas. C o n tal nivel de desarrollo era natural que los colonos no
aceptaran el papel de ciudadanos de segunda en el Imperio In-
glés y se sintieran cada vez más incómodos bajo la tutela bri-
tánica. La ruptura, sin embargo, se debió más a la incompren-
sión e inflexibilidad inglesas que al deseo de independencia de
los norteamericanos: éstos se hubieran contentado con que
Inglaterra hubiera reconocido una cierta cosoberanía en ma-
teria fiscal y comercial. Pero en contra de la opinión de m u -
chos señalados británicos, c o m o A d a m Smith o William Pitt
padre, el Parlamento, el Gobierno y el R e y se negaron a acep-
tar una transacción. Cuando los colonos manifestaron sus de-
mandas, el propio r e y Jorge III afirmó: «La suerte está echa-
da. Las colonias deben someterse o triunfar» [Morison (1972),

45
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

vol. 1, p. 2 7 4 ] . Hay p o r tanto algunos paralelismos con el caso


holandés de dos siglos antes.
Mientras el modelo inglés servía a los filósofos de la Ilus-
tración c o m o el ejemplo que se debía imitar, su colonia más
avanzada se rebelaba contra el anquilosamiento del modelo.
Q u e tal anquilosamiento existía lo demuestra el que una frac-
ción minoritaria pero sustancial de la opinión pública inglesa
hiciera suya la causa norteamericana y considerara que la lu-
cha de los colonos era parte de la lucha del pueblo inglés por
aumentar la representatividad del Parlamento y ia democrati-
zación de la vida política.
Tras varios años de graves tensiones, las hostilidades en-
tre los colonos y las tropas inglesas se iniciaron en abril de
1 7 7 5 . Siguió un año largo de enfrentatmientos y negociacio-
nes infructuosas, que se concluyeron con la Declaración de
Independencia de Estados Unidos, proclamada p o r el C o n -
greso rebelde el 4 de julio de 1776. La guerra aún se prolonga-
ría varios años; ayudados por Francia y España, y p o r muchos
voluntarios revolucionarios europeos (en especial polacos),
los norteamericanos vencieron, y en 1783 se firmó la Paz de
París que puso fin al conflicto y significó, además del recono-
cimiento de la independencia de la ex colonia, un nuevo aco-
m o d o entre las potencias europeas (entre otras cosas, España
recuperó Menorca pero dio p o r perdida Gibraltar).

LA REVOLUCIÓN EUROPEA

Si la Revolución Norteamericana tuvo interesantes se-


mejanzas con la holandesa, la francesa tuvo numeíosos para-
lelos con la inglesa. A m b a s tuvieron su origen inmediato en
una crisis fiscal que obligó al monarca a convocar un Parla-
mento (los Estados Generales en Francia) como último recur-
so. En ambos casos el Parlamento planteó serias condiciones
políticas previas a la discusión de los impuestos. En ambos ca-
sos las disensiones entre la C o r t e y el Parlamento, y las ten-

46
II. L A I R E V O L U C I Ó N M U N D I A L

siones políticas resultantes, dieron lugar a una guerra que fue


civil en el caso inglés, insular (aunque la intervención de Es-
cocia puede considerarse que dio una cierta dimensión exte-
rior a la guerra inglesa), y exterior en el caso francés, lo cual
subraya el carácter internacional de la Revolución Francesa.
Y en ambos casos el rey, acusado de colaborar con el enemi-
go, fue condenado a muerte y ejecutado. En ambos casos tam-
bién, el relativo caos político que siguió a la muerte del sobe-
rano terminó p o r desembocar en una dictadura militar, la de
Oliver C r o m w e l l en Inglaterra, la de Napoleón Bonaparte en
Francia. Los intentos de ambos hombres fuertes de fundar
una dinastía fracasaron, y ambas dictaduras fueron seguidas
de una restauración que repuso en el t r o n o a la dinastía tradi-
cional, en la persona del hijo del r e y ejecutado en Inglaterra,
en la del hermano en Francia. A m b a s restauraciones trataron
sin éxito de volver al statu quó ante revolutione. Los intentos
reaccionarios de la monarquía restaurada (casualmente lleva-
dos a cabo p o r los hermanos, Jacobo II de Inglaterra y Carlos
X de Francia, de los monarcas restaurados) p r o v o c a r o n tales
tensiones, que desembocaron en sendas nuevas revoluciones,
mucho menos cruentas que las anteriores, que pusieron en el
trono a una nueva dinastía emparentada con la anterior, G u i -
llermo de Orange y María Estuardo en Inglaterra, Luis Feli-
pe de Orleans en Francia: en ambos casos los ü u e o s rr¡ «enar- v

cas aceptaron ei papel de soberano constitucional.


Quizá sorprenda el alargamiento de la Revolución Fran-
cesa hasta 1 8 3 0 que esta interpretación implica. En historia,
toda frontera cronológica es arbitraria. Convencionalmente
se considera que la Revolución Francesa concluye bien en
1799, bien en 1815. La cuestión es que la secuencia de hechos,
en los periodos 1 6 4 0 - 1 6 8 8 para Inglaterra y 1 7 8 9 - 1 8 3 0 para
Francia, presenta tales paralelismos que induce a pensar que
los acontecimientos en uno y otro país y época siguieron una
cierta concatenación lógica a pesar de las distancias c r o n o l ó -
gica y geográfica. En realidad, el paralelismo de los desarro-
llos revolucionarios ha sido observado p o r muchos autores;

47
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

quizá el intento más audaz de sistematización sea el de Crane


Brinton en su Anatomía de la revolución, donde compara y
establece paralelismos nada menos que entre las revoluciones
inglesa, francesa, norteamericana y rusa.
Desde el punto de vista económico e institucional hay
dos diferencias fundamentales entre el caso inglés y el francés,
cuestiones íntimamente relacionadas: las diferencias radican
en la religión y en la estructura de la propiedad agraria. La In-
glaterra del siglo XVII es un país mayoritariamente protestan-
te, con una Iglesia nacional oficial, la anglicana, p e r o con un
número considerable de otras iglesias y credos. La fragmen-
tación religiosa está íntimamente ligada con las divisiones p o -
líticas. Los partidarios del Parlamento acostumbran a ser pu-
ritanos o no conformistas, descontentos con el excesivo
conservadurismo no ya sólo de la Iglesia católica, sino tam-
bién de la anglicana; los partidarios del Rey, anglicanos o ca-
tólicos. P o r otra parte, como vimos, la ruptura con R o m a en
el siglo XVI tuvo profundas consecuencias políticas, económi-
cas y sociales en Inglaterra: reforzó el Parlamento, arrebató
las tierras a la Iglesia católica («disolución de los monaste-
rios») y llevó a cabo una profunda redistribución de la p r o -
piedad de esas tierras, contribuyendo así a la aparición de esa
nueva clase que muchos consideran una de las bases sociales
de la revolución: la gentry. Nada de esto había ocurrido en
Francia a la altuia de Í789. Las guerras de religión del siglo
XVI habían terminado con la victoria del bando católico, que
se había impuesto definitivamente con la revocación del Edic-
to de Nantes en 1 6 8 5 . Por consiguiente, la propiedad de la
Iglesia había sido respetada y la estructura de la propiedad de
la tierra había variado poco desde la Edad Media. Precisamen-
te terminar con este estado de cosas fue una de las primeras ta-
reas de la revolución en Francia, con el decreto promulgado
en la noche del 4 de agosto de 1 7 8 9 a instancias nada menos
que del aristocrático obispo de Autun, Charles de Talleyrand.
Sin embargo, hay varios paralelismos entre la Francia del si-
glo xvill y la Inglaterra del siglo XVII: la economía francesa

48
II. L A I R E V O L U C I Ó N M U N D I A L

había experimentado un considerable crecimiento, incluido


un notable desarrollo industrial, aunque sin gran progreso
técnico. También la población francesa había crecido en unos
5 millones durante los primeros ochenta años del siglo: con
más de 25 millones en vísperas de la revolución, Francia era el
país más poblado de Europa después de Rusia.
La agricultura francesa también se había desarrollado e
incluso había habido una cierta redistribución de la propiedad
merced a lo que los historiadores franceses han llamado «la
traición de la burguesía», es decir, la inversión en tierras p o r
parte de comerciantes e industriales. Pero el sector que más se
había desarrollado había sido el comercio, tanto interior
como exterior. El exterior, más fácilmente cuantificable, había
crecido en el siglo xvín más rápidamente que en Inglaterra.
Habían aumentado tanto las relaciones con otros países e u r o -
peos como el comercio intercontinental.
Esta evolución económica había entrañado cambios s o -
ciales notables: las ciudades habían crecido, especialmente los
puertos y París. En el campo, con el crecimiento económico,
las tensiones habían aumentado. El incremento de la p o b l a -
ción sin cambio técnico importante había producido tenden-
cias infíacionistas en los precios de los alimentos. En general,
los g'-mdfs terratenientes franceses (la nobleza y los otros
grandes propietarios) arrendaban sus tierras y trataban de v i -
vir de sus rentas. Al subir los precios, los propietarios presio-
naban para aumentar las rentas, feudales o contractuales. Las
rentas e impuestos feudales de origen medieval incluían la tai-
lie (el principal impuesto sobre la agricultura, que pagaban
casi exclusivamente los cultivadores) y otras exacciones en di-
nero y en especie (gabelas, diezmos, capitación, vingtiéme, et-
cétera). A u n q u e los campesinos no tenían ya un estatus servil,
sí estaban con frecuencia sujetos a rentas feudales, además de
los impuestos. Los propietarios a menudo expulsaban de las
tierras a campesinos y arrendatarios si estimaban que no paga-
ban lo que les correspondía. Esta presión señorial se fue acen-
tuando a lo largo del siglo y fue la causa de las revueltas del v e -

49
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

rano de 1 7 8 9 (la grande peur, el gran miedo), en que muchos


palacios y casas solariegas fueron asaltados e incendiados, v i o -
lencias y muertes cometidas, etcétera. La rigidez característica
de las curvas de oferta y demanda de productos agrícolas ha-
bían acentuado las tensiones en el campo. Una serie de buenas
cosechas en la década de 1770 hizo bajar los precios y arruinó
a numerosos agricultores, que se vieron expulsados de sus tie-
rras. En la década siguiente cambió el signo: una sucesión de
malas cosechas hizo aumentar los precios y produjo hambru-
nas. La cosecha de la temporada 1 7 8 8 - 1 7 8 9 fue particularmen-
te mala, causando problemas de carestía y desabastecimiento
en las ciudades, problemas agravados por las vacilaciones en
materia de política económica, con alternancias de libertad de
precios y precios de tasa, que estimularon el acaparamiento y
la incertidumbre [Aftalion (1987), cap. II].
A los problemas de la agricultura, se sumó la insuficien-
cia crónica del sistema fiscal francés. La característica de las
haciendas del A n t i g u o Régimen era la gran rigidez de ingre-
sos y el desigual reparto de la carga, ya que los más ricos (Igle-
sia y nobleza) pagaban proporcionalmente m u y poco. El dé-
ficit típicamente aparecía en tiempos de guerra, ya que las
partidas militares eran las mayores del presupuesto (pura-
mente teórico, ya que h. T íacicnda se llevaba de manera caóti-
ca, entre otras cosa.» porque no se distinguía entre la hacienda
privada del soberano y la Hacienda Pública). Francia, que
acostumbraba a arrastrar deudas y suspender pagos periódi-
camente, había incurrido en fuertes gastos ayudando a los re-
beldes norteamericanos y se había endeudado fuertemente
con banqueros nacionales y extranjeros (especialmente holan-
deses). Concluida la guerra, el Estado francés carecía de re-
cursos para cumplir sus compromisos y de medios para au-
mentar su recaudación, dada la rigidez del sistema impositivo
y la crisis agrícola, siendo la agricultura tradicionalmente la
gran fuente de ingresos públicos, por ser el m a y o r sector p r o -
ductivo y p o r estar la arcaica ordenación fiscal claramente ses-
gada hacia los rendimientos agrarios. U n a solución tradicio-

50
BIBLIOTECA
DF. HUMANIDADES
II. LA I REVOLUCIÓN MUNDIAL
u.v.
nal había sido el p u r o y simple repudio de las deudas p o r el
Estado; en ocasiones los reyes no se contentaban con defrau-
dar a los prestamistas: como dice Aftalion [(1996), p. 2 4 6 ] ,
hubo épocas en que los «acreedores [de la Hacienda francesa]
terminaban su vida en la hoguera». Pero a finales del siglo
XVIII esto ya no era posible, por dos razones. En primer lugar,
los acreedores eran ya demasiado poderosos y numerosos; en
segundo lugar, en la Europa de la Ilustración un tratamiento
brutal o despótico de ciudadanos ricos, numerosos y reparti-
dos internacionalmente, no parecía posible; máxime cuando
Luis X V I era un monarca benévolo y respetuoso con los prin-
cipios ilustrados.
Los varios responsables de Hacienda, que se sucedieron
rápidamente durante los ochenta, advirtieron que la única so-
lución radicaba en una reforma profunda del sistema imposi-
tivo que recaudara más y más equitativamente. A m b a s cosas
exigían una mucho m a y o r aportación de la Iglesia y de la n o -
bleza. Pero una reforma tan radical no se podía efectuar sin
convoca r los Estados Generales: nadie quería responsabilizar-
se de tamaña decisión, ya que se trataba nada menos que de
acabar con los privilegios inmemoriales de los estamentos más
poderosos. Los gobiernos y el r e y vacilaron mucho antes de
tan trascendental convocatoria e intentaron todos los expe-
dientes alternativos (como había hecho Carlos I de Inglaterra
siglo y medio antes); pero no había remedio: ana reforma de
tal calado requería la consulta con el cuerpo más representati-
vo de la nación. Las consecuencias de la convocatoria son bien
conocidas; sobre ellas se han escrito magníficos libros que es-
tán al alcance de cualquier lector. Pero hay algunas cuestiones
que conviene dejar claras: una de ellas es que el peso de la deu-
da francesa, comparada con la renta nacional, no era tan aplas-
tante. La deuda inglesa p o r habitante era mayor y la presión
fiscal también. Los ingleses pagaban más impuestos, de eso no
cabe la menor duda [Mathias y O'Brien (1976)]. Lo que ocu-
rre es que la Hacienda inglesa había surgido de la Revolución
en mucho mejor orden que la intratable e intratada deuda fran-

5i
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

cesa. Entre las graneles innovaciones institucionales de la Re-


v o l u c i ó n Inglesa está sin duda la introducción del orden y el
sistema en la Hacienda Pública, algo inevitablemente deriva-
do de un sistema parlamentario donde este cuerpo controlaba
precisamente la actividad fiscal del Estado.
O t r a cuestión que ha sido m u y debatida es la de las con-
secuencias económicas y sociales de la Revolución Francesa,
c o m o indicábamos al comienzo de este capítulo. Para algunos
fue un total desastre, para otros un episodio glorioso. Raro
sería que, habiéndose mantenido estas posturas durante largo
tiempo p o r estudiosos serios, no tuvieran algún fundamento
ambas, no tan incompatible como pudiera pensarse; la reali-
dad es que, si en el c o r t o y medio plazo la Revolución perju-
dicó m u y gravemente a la economía francesa, las reformas ra-
dicales que introdujo fueron a la larga m u y beneficiosas. Los
perjuicios a la economía se derivaron del desorden y las gue-
rras interiores (la Vendée) y exteriores. En particular, es muy
cítetelo c 1 caso de la financiación inflacionaria de la Hacienda
Pública. Lo cierto es que, paradójicamente, una revolución
que había nacido del deseo de resolver el problema fiscal cayó
en el desorden más extremo y terminó provocando "na infla-
ción galopante y una inseguridad jurídica m a y o r que la que
v i n o a remediar [Crouzet (1993)] .
C o m o sabemos, la Revolución adquirió caracteres radi-
cales y violentos en el verano de 1789, que exigieron grandes
reformas. Pero esos desórdenes contribuyeron a agravar el
prubiema fiscal, porque, rebeladas contra las exacciones del
Estado del A n t i g u o Régimen, las clases modestas dejaron de
pagar impuestos. A n t e la imposibilidad de recaudar, la Asam-
blea Constituyente (los Estados Generales se habían transfor-
mado en Asamblea un mes antes de la rebelión general) deci-
dió confiscar los bienes de la Iglesia y saldar la deuda pública
con el producto de su venta. A estos bienes se añadieron los
de la nobleza que había abandonado el país o había sido dete-
nida p o r actividades contrarrevolucionarias. Pese a la enorme
cuantía de estas tierras (observemos que con esta medida los

52
II. L A I R E V O L U C I Ó N M U N D I A L

franceses imitaban la disolución de los monasterios que los


ingleses habían acometido dos siglos y medio antes), la desor-
ganización, el fraude y el aumento del gasto militar que las
guerras significaron dieron lugar a que el déficit persistiera y
aumentase. C o m o la venta de las tierras confiscadas (llamadas
«bienes nacionales») tenía que llevarse a cabo gradualmente y
las necesidades fiscales eran perentorias, la Asamblea decretó
la emisión de unos títulos de deuda que serían admitidos en
pago de las ventas de los bienes nacionales. A estos títulos se
les dio el n o m b r e de assignats, p o r estar «asignados» a dicho
pago. El Estado francés utilizó los assignats para hacer sus d e -
sembolsos (sueldo de funcionarios, gastos militares, pago de
deuda, etcétera) y por lo tanto para cubrir su déficit; c o m o
éste era creciente p o r la caída de los ingresos p o r impuestos,
el volumen de assignats creció enormemente; se utilizaron
como papel moneda y p r o n t o causaron una fuerte inflación y
una baja correlativa en su cotización. En esta situación, las
ventas de tierras se hicieron a precios reales m u y bajos, lo cual
benefició a los compradores y perjudicó al vendedor, es decir,
al Estado. La inflación creciente, que llegó a hacerse galopan-
te, agudizó los problemas sociales y el descontento de los que
habían inicialmente apoyado a la Revolución.
El caos de los primeros años noventa desembocó en la
radicalización de la política, la ejecución del rey (enero de
1793), la creciente intervención del Estado en la economía,
con intentos de racionamiento, control de precios, barreras y
prohibiciones al comercio exterior, la represión y el «Terror».
Al tiempo, la corrupción se generalizó en las ventas de bienes
nacionales y en la vida cotidiana: la especulación y el acapara-
miento se extendieron; unos pagaron con su vida (el «Terror»
castigaba, entre otras cosas, los delitos económicos), otros se
enriquecieron. U n a minoría se benefició, pero el francés m e -
dio se empobreció en este clima de inflación, corrupción y te-
rror. Al cabo de año y medio, el gran «terrorista de Estado»,
Maximilien de Robespierre, cayó él también víctima de la gui-
llotina y el terror cedió. V i n o el periodo llamado Thermidor

53
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

(nombre correspondiente al mes de verano del calendario re-


volucionario en el que tuvo lugar la caída de Robespierre), ca-
racterizado p o r la vuelta a una cierta moderación y reflujo
político, aunque sin que los problemas económicos y de c o -
rrupción se solucionasen. Del Thermidor se fue pasando a
regímenes cada vez más autoritarios y conservadores que de-
sembocaron en el golpe de Estado que dio el p o d e r a N a p o -
león: el 18 Brumario (otro mes del calendario revolucionario,
más o menos correspondiente a noviembre) de 1799. Los as-
signáis habían sido retirados en 1 7 9 6 , volviéndose a la mone-
da metálica tradicional; poco a poco se fue abandonando el in-
tervencionismo de los tiempos del «Terror» y la economía fue
recuperándose lentamente: se calcula que hacia finales del si-
glo se alcanzaron los niveles de producción agrícola de 1788.
Todo esto es cierto: los efectos económicos inmediatos
de ia Revolución Francesa fueron catastróficos, p e r o ¿cuáles
fueron las consecuencias a largo plazo? A largo plazo la obra
de la Revolución Francesa fue la abolición de una serie de ins-
tituciones arcaicas que impedían el adecuado funcionamiento
de los mercados y, p o r lo tanto, el desarrollo de la economía.
P o r consiguiente, los efectos seculares de la Revolución Fran-
cesa, pese a tantos errores y sufrimientos, fueron beneficiosos
[Véase una síntesis magistral en los capítulos II y III de C a -
meron ( 1 9 6 1 ) ] . Quizá la más trascendental de esas aboliciones
es ia que ya hemos visto: ia supresión del feudalismo en su d o -
ble vertiente territorial y humana. De un lado, se suprimían
los vestigios feudales de propiedad de la tierra (señoríos juris-
diccionales, rentas y otras exacciones señoriales, mayorazgos,
amortizaciones, diezmos, etcétera); de o t r o , se abolían la ser-
vidumbre personal y los privilegios estamentales: se ponía en
práctica el principio de la igualdad ante la ley y ante la socie-
dad (hay que decir que, como en Estados Unidos, este princi-
pio tenía a los esclavos negros como excepción, aunque en
Francia esta salvedad fue objeto de intenso debate y vaivenes
legislativos). A m b a s medidas ampliaban extraordinariamente
el ámbito de dos mercados fundamentales en una economía:

54
II. L A I R E V O L U C I Ó N M U N D I A L

el mercado de tierra y el mercado de trabajo, los dos factores


de producción esenciales en una economía preindustrial. La
ampliación del mercado de tierras se vio aumentada p o r la
confiscación y posterior venta en parcelas de las propiedades
de la Iglesia y de buena parte de la nobleza. También contri-
b u y ó a la formación de un mercado libre de trabajo la llama-
da ley Le Chapelier (1791), que abolió los gremios y prohibió
las asociaciones de trabajadores y de empresarios.
Estas medidas se complementaron con la abolición de
aduanas y otras trabas interiores ai comercio, c o m o diferen-
tes tasas locales, etcétera. H a y que aclarar aquí que, asombro-
samente para un país tan centralista, la Francia del A n t i g u o
Régimen estaba dividida en una serie de diferentes espacios
económicos regionales separados p o r barreras arancelarias
m u y considerables. Esta supresión de barreras, esta unifica-
ción del espacio económico nacional, facilitó, c o m o puede su-
ponerse, el comercio interior de mercancías. También hay que
aclarar que lá política comercial exterior de la Francia revolu-
cionaria fue mucho menos liberal que la interior, es decir, fue
todo lo contrario, proteccionista e intervencionista. Esta con-
tradicción se debió a las circunstancias desesperadas de la gue-
rra, por un lado, y a las presiones de agricultores e industria-
les, p o r otro. Este proteccionismo comercial alcanzó su cénit
bajo Napoleón, con el famoso «bloqueo continental», la
prohibición absoluta de comerciar con Inglaterra y su I m p e -
rio. Por otro lado, se abolieron también las compañías m o n o -
polísticas, creadas especialmente para el comercio con las c o -
lonias, que constituían otra considerable barrera al libre
comercio.
Remató esta obra de liberalización y racionalización
económica interiores la introducción del sistema métrico d e -
cimal, cuya utilidad no es sólo científica sino también comer-
cial, por cuanto unificó el sistema de pesos y medidas, prime-
ro en Francia, luego en toda la Europa continental. Al igual
q u e la supresión de barreras, la unificación de pesos y medi-
das logró el allanamiento de obstáculos sutiles al comercio.
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

Los países anglosajones permanecieron fieles a sus unidades


de medida tradicionales, que procuraron uniformar dentro de
sus territorios; pero esto a la larga perjudicó su comercio in-
ternacional. U n a idea de la importancia de la caída de esta ba-
rrera nos la da el que la orgullosa Inglaterra adoptara el siste-
ma monetario decimal a finales del siglo XX (el dólar siempre
fue decimal) y de que ambos, Inglaterra y Estados Unidos,
aunque lentamente, hayan ido introduciendo el sistema mé-
trico universal para facilitar sus exportaciones.
De índole más administrativa que económica, pero de
enorme trascendencia institucional, fue la creación de las nue-
vas divisiones territoriales, los departamentos, división que en
España y otros países europeos fue imitada con la división pro-
vincial. Los nuevos departamentos, de tamaño homogéneo y
en número cercano al centenar, sustituyeron al confuso y abi-
garrado conjunto territorial del Antiguo Régimen, facilitando
la tarea administrativa y la proximidad de los administrados.
A u n q u e en muchos sentidos el régimen napoleónico re-
presentó una congelación de la Revolución, en otros llevó a su
conclusión el programa que las convulsiones de los años n o -
venta no permitieron rematar. La obra renovadora y consoli-
dadora del régimen napoleónico fue notable. Quizá su aspec-
to má? conocido sea la codificación de las leyes civiles, penales
y mercantiles, que creó las bases jurídicas del Estado contem-
poráneo. La codificación napoleónica, que, c o m o señala C a -
meron [(1^61), p. 2 9 ] , no tiene más precedente que la codifi-
cación de Justiniano en el S'glo V I , fue imitada en toda la
Europa continental y en la América ibérica; sus efectos eco-
nómicos fueron indudables en la medida en que favorecieron
la seguridad y la uniformidad jurídica. Varias instituciones ci-
viles y mercantiles han sido especialmente citadas y celebra-
das, c o m o la definición de la propiedad y su transmisión, la
delimitación de las formas y tipos de sociedades mercantiles,
la herencia igualitaria, la regulación de la quiebra, etcétera.
En el campo hacendístico y monetario, también hizo
historia el régimen napoleónico. De un lado, puso fin al caos

56
II. L A I R E V O L U C I Ó N M U N D I A L

monetario con la fundación del Banco de Francia en 1 8 0 0 y


con la instauración del/ra»co de plata en 1803 (el llamado
«franco germinal», p o r el mes — e n realidad abril— en que se
promulgó el edicto que lo fijaba y definía), unidad monetaria
que, aunque ya preconizada sin éxito en 1 7 9 5 , se identificó
con la nueva Francia y estuvo vigente hasta la introducción
del euro en 2002. De o t r o lado, en el campo hacendístico, el
régimen napoleónico reorganizó el sistema impositivo apo-
yándose fuertemente en los impuestos indirectos, p e r o l o -
grando, en tiempos de paz, equilibrar el presupuesto. A u n q u e
al abdicar Napoleón dejó una deuda y un caos financieros
considerables, su régimen había puesto las bases de una Ha-
cienda Pública moderna.
Queda por último mencionar el papel que la Revolución
y el imperio tuvieron en el desarrollo de la ciencia y la ense-
ñanza. Es cierto que ya antes de la Revolución existía en Fran-
cia una tradición de protección estatal a la investigación cien-
tífica, c o m o demuestra la existencia del Collége R o y a ! (más
tarde Collége de France), el Jardín Real (convertido en Museo
de Historia Natural p o r la Convención) desde mediados del
siglo xvín, y también que la Revolución siempre tendrá sobre
su conciencia la ejecución de A n t o i n e Laurent de Lavoisier,
un genio universal de la ciencia. Sin embargo. la creación de la
comisión que midió (con un ligero error) el meridiano terres-
tre y que produjo el sistema métrico decimal es, p o r contras-
te, una muestra del interés de los revolucionarios p o r la cien-
cia y sus aplicaciones prácticas. La creación de la Escuela de
Artes y Oficios, la Escuela Politécnica, la Escuela Normal Su-
perior, el instituto de Ciencias y Artes (más tarde Instituto de
Francia), etcétera, son pruebas sobradas del interés p o r la
ciencia y su renovación manifestado p o r los revolucionarios
y sus sucesores bajo el Imperio. C o m o veremos, la contribu-
ción francesa a las innovaciones y la ciencia de la Revolución
Industrial fueron m u y considerables.
<, > Se ha dicho repetidamente que la Revolución Francesa
fue en realidad una revolución europea, y la afirmación tiene

57
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

fundamento [Gottschalk (1957); Palmer (1970) (1972)]. En


primer lugar, Francia no fue el único país en que se daban si-
tuaciones o condiciones revolucionarias a finales del siglo
X V l l l : en los Países Bajos, en Suiza, en Polonia, se dieron cona-
tos revolucionarios que fueron finalmente aplastados por ar-
mas extranjeras, c o m o finalmente ocurrió con la de Francia.
La diferencia residió en que Francia era con mucho el país ma-
y o r de Europa occidental, p o r lo que una intervención extran-
jera tenía (como así ocurrió) mucho menores probabilidades
de éxito y requería, p o r tanto, mucho más tiempo para ser pre-
parada y para triunfar. En la penúltima década del siglo xvni
había en toda ¡Europa occidental conatos de revolución y rebe-
lión. Esto era natural, porque el desarrollo comercial y el cre-
cimiento de la población habían acentuado las contradicciones
entre las clases medias y urbanas y las instituciones tradiciona-
les, «feudales», que aún predominaban en la región. En los
Países Bajos del N o r t e (las Provincias Unidas), había una pug-
na sorda entre los partidarios del estatúder, que quería procla-
marse Rey, y los patriotas, demócratas admiradores de la Re-
volución Norteamericana; en los Países Bajos del Sur (la futura
Bélgica, en aquel momento dependiente del Imperio Austría-
co) la tensión era entre los estamentos locales y el emperador
José II, quien, como déspota ilustrado, quería reformar la ad-
ministración y abolir muchos vestigios medievales. En ambos
territorios, c o m o en Francia, la revolución comenzaba como
una pugna entre rey (o estatúder) y nobleza p o r defender o au-
mentar sus respectivos poderes, pero en ambos casos, los for-
cejeos dieron lugar a ia intervención de partidos democráticos
o liberales. En los dos casos, sin embargo, la intervención ex-
terior, austríaca e inglesa principalmente, sofocó las revueltas,
aunque el terreno quedó abonado para una reposición más tar-
de de los regímenes democráticos ayudados p o r los ejércitos
franceses revolucionarios. Algo parecido ocurría en Suiza, que
en esa misma época también experimentaba las tensiones entre
instituciones señoriales y rebeliones emancipadoras. En Suiza
las relaciones entre cantones eran desiguales: Berna era un can-

58
II. L A I R E V O L U C I Ó N M U N D I A L

ton gobernado p o r una rancia aristocracia y a su vez actuaba


como señor del cantón de Vaud, cuyos habitantes tenían esta-
tus servil. En Ginebra, en 1 7 8 1 , hubo una sublevación de las
clases bajas, carentes de derechos, que se rebelaron contra los
«patricios» y «representantes», quienes se repartían el poder
político y social. Al igual que en los Países Bajos, la rebelión
fue reprimida, esta vez con ayuda francesa, pero tras la revolu-
ción en el país galo, las tornas cambiaron. Lo mismo ocurrió
con la rebelión de Vaud contra Berna y otras revueltas sociales
en la Suiza de finales del siglo X V I I I . O t r o país donde hubo se-
rios conatos revolucionarios fue Polonia; la estructura política
polaca tenía la particularidad de ser una monarquía electiva, lo
que daba enorme poder a la gran nobleza, que era la que elegía
al R e y en su seno. En Polonia se unían los deseos de eman-
cipación del campesinado, las tensiones entre la nobleza, la
Corona y la ciase media liberal, con el miedo a las amenazas de
las grandes potencias que la rodeaban: Prusia, Rusia y Austria.
En 1791, con ayuda de los liberales, un grupo de aristócratas e
intelectuales que se llamaban a sí mismos «jacobinos», el r e y
Estanislao III proclamó la monarquía hereditaria y promulgó
una constitución inspirada en la francesa de ese mismo año.
C o n el pretexto de que aquello había sido un golpe jacobino,
Catalina de Rusia ordenó invadir Polonia y obligó a derogar la
constitución. Contn» la invasión rusa se levantaron patriotas y
liberales en 1 7 9 4 dirigidos p o r Tadeusz Kosziu&ko, héroe de
la Guerra de Independencia de Estados Unidos; la rebelión fue
aplastada p o r rusos, prusianos y austríacos, que desmembra-
ron el país y lo hicieron desaparecer. Más tarde, con N a p o l e -
ón, Polonia reviviría p o r unos años como G r a n Ducado de
Varsovia, pero con la Paz de Viena se consagró una nueva des-
membración del país, que no volvería a existir hasta la I G u e -
rra Mundial.
No fue p o r tanto en Francia donde primero saltó la chis-
pa de la Revolución Europea. Lo que ocurrió es que Francia,
siendo con mucho el m a y o r Estado de Europa occidental, era
más\ difícil de controlar p o r las potencias conservadoras una

59
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

vez desencadenada allí la Revolución. En realidad, lo que es-


tas potencias lograron en los Países Bajos, en Suiza o en P o -
lonia en materia de meses, en Francia les costó unos veinticin-
co años, una generación. Pero la prueba de que el fenómeno
revolucionario no fue exclusivamente francés radica en que,
tras la creación de una serie de estados satélites en la m a y o r
parte de Europa, primero por la República Francesa, después
p o r el Imperio, tras la derrota de Napoleón, el intento en el
Congreso de Viena de 1 8 1 5 de volver al statu quo ante revo-
littione resultó, a la larga, un sonado fracaso. Ni en Francia ni
en ningún o t r o país d o n d e se había aplicado el programa re-
volucionario francés (España, Portugal, Países Bajos —tanto
Bélgica c o m o Holanda—, Suiza, Prusia e Italia) volvieron las
cosas al estado anterior de m o d o permanente. El programa
político y económico revolucionario se fue abriendo paso
gradualmente durante el siglo XIX, de manera cruenta o pací-
fica, de m o d o que hacia 1850 el mapa de Europa estaba com-
puesto p o r países donde se había impuesto el gobierno parla-
mentario, se había abolido la propiedad feudal y se vislumbraba
el Estado de Derecho.

LA REVOLUCIÓN IBEROAMERICANA

Las revoluciones hispanoamericanas fueron menos es-


pontáneas que la norteamericana o la franco-europea: en al
menos dos aspectos fueron reflejos o consecuencias de las que
las precedieron. En primer lugar, las noticias de lo que había
sucedido en las antiguas trece colonias británicas primero y en
Francia después despertaron ecos y deseos de imitación entre
los criollos suramericanos; en segundo lugar, los avatares de
las guerras provocadas p o r las revoluciones europeas crearon
las condiciones propicias para que los deseos de emancipación
se pusieran en práctica. Pero de no haberse derrumbado la
monarquía española en 1808 es dudoso que la independencia
hispanoamericana hubiera tenido lugar cuando y como lo

6o
II. L A I R E V O L U C I Ó N M U N D I A L

hizo, porque, aunque el nacionalismo y los anhelos de eman-


cipación sin duda existían en Iberoamérica, el desarrollo eco-
nómico y social de esos países era demasiado incipiente. «En
la América española [...] la crisis de independencia es el desen-
lace de una degradación del poder español» [Halperin (2000),
p. 83]. A u n q u e los intereses de los americanos eran a menudo
divergentes de los de la metrópoli, a su v e z los grupos socia-
les y económicos americanos estaban tan divididos que pare-
ce m u y improbable que si no hubiera tenido lugar el derrum-
be del sistema político de la metrópoli los americanos
hubieran encontrado la unidad de propósito y el empuje eco-
nómico y humano suficientes para derrotar a las fuerzas ar-
madas realistas. En ausencia de ios traumas europeos es más
verosímil que la independencia de la América hispánica hu-
biera tenido lugar de manera gradual y más o menos pactada,
como ocurrió en Brasil.
Es de señalar, con todo, que la independencia de la A m é -
rica española culminó un siglo de crecimiento. Tras la depre-
sión del siglo xvil, el siglo X V I I I es de recuperación en los te-
rrenos demográfico y económico. También es un periodo de
reformismo p o r parte de la monarquía española, que recupe-
ra buena parte del control administrativo y económico que
había perdido en el siglo anterior. A h o r a bien, el crecimiento
no hizo sino agudizar las contradicciones de intereses entre
las sociedades de uno y otro lado del Atlántico.
La contradicción principal de intereses en la América es-
pañola entre las colonias y la metrópoli era la que oponía a los
criollos (blancos nacidos en América y pertenecientes a la cla-
se media o alta) y los peninsulares. España mantenía un férreo
control sobre el comercio exterior americano. Durante los si-
glos X V I y xvil todo el comercio americano estuvo controla-
do desde la Casa de Contratación de Sevilla. El monopolio se-
villano se relajó parcial y gradualmente durante el siglo X V I I I ;
el número de puertos españoles autorizados a comerciar con
las Indias, y de puertos americanos autorizados a comerciar
con la península Ibérica se amplió; las prohibiciones y las tra-

61
LOS ORÍGENES DEL S I G L O X X I
1
bas y cargas sobre el comercio disminuyeron y se amino-
raron. Pero España seguía siendo la única fuente y destino
del comercio ultramarino. Las exportaciones surarnericanas
(típicamente metales preciosos y materias primas) eran reex-
portadas al resto del m u n d o desde España, en tanto que las
importaciones surarnericanas (sobre todo bienes industriales)
provenían en su m a y o r parte de Europa y eran reexportadas
desde puertos españoles. Este monopolio proporcionaba pin-
gües beneficios a los comerciantes peninsulares y correlativa-
mente implicaba precios más bajos en las exportaciones y más
altos en las importaciones de los que hubieran predominado
en caso de haber habido libertad comercial. Esto era percibi-
do p o r los criollos, que hubieran querido mejores precios y a
la v e z tener ellos acceso a los beneficios comerciales. C o m o
dice Halperin Donghi [(2000), p. 7 8 ] , las colonias sentían «el
peso de una metrópoli que entendía reservarse m u y altos lu-
cros p o r un papel que se resolvía en la intermediación con la
nueva Europa industrial». El otro gran agravio que sufrían ios
criollos era el de estar gobernados p o r peninsulares y ser p o r
tanto tratados c o m o subordinados o tutelados p o r la m e t r ó -
poli: era raro el caso en que los cargos importantes y de desig-
nio real en las Indias fueran desempeñados p o r nativos, ni si-
quiera de primera generación.
El dominio español tenía ciertas contrapartidas positi-
vas, sin embargo, las más importante, de las cuales eran el
mantenimiento del orden y el funcionamiento de la adminis-
tración, p o r í Cgida, despótica y corrupta que fuera. En gran
parte de la América española (y lo mismo ocurría en Brasil,
d o n d e la situación descrita se daba paralelamente) había una
gran desigualdad social y económica; los criollos eran una mi-
noría privilegiada en una sociedad fuertemente estratificada
sobre bases raciales y económicas. Desde Nueva España (Mé-
xico) hasta Río de la Plata (Argentina), la población de origen
indígena superaba ampliamente a la criolla, con un c o m p o -
nente añadido de origen africano y grupos m u y numerosos de
las llamadas castas: mestizos (mezcla de indio y blanco), mu-

62
II. L A I R E V O L U C I Ó N M U N D I A L

latos o pardos (de negro y blanco) y zambos (de indio y n e -


gro). Las barreras de color eran poderosas, pero no infran-
queables. Las económicas eran más insalvables; incluso los
negros lograban obtener cartas o certificados de blanqueo si
podían pagarlos. Las desigualdades económicas y raciales
eran origen de una considerable tensión social y aquí el papel
de la administración española era crucial. El miedo a una r e -
volución de los pobres e inferiores era un temor constante
que mantenía fieles a la corona española a la gran m a y o r í a de
los criollos, incluso a muchos de aquellos que criticaban el ab-
solutismo y la corrupción del sistema peninsular.
No tiene nada de casual, p o r tanto, que la lucha p o r la
independencia se iniciara en la colonia donde la presencia de
indígenas y castas era menos conspicua, y donde los intereses
comerciales habían adquirido recientemente gran i m p o r t a n -
cia: el Virreinato del Río de la Plata, y en especial su capital, el
puerto de Buenos Aires. A u n así, las causas que precipitaron
el movimiento de independencia fueron ajenas a la A m é r i c a
española y tuvieron su origen en Europa y, más precisamen-
te, en el mundo noratlántico. Estas causas no son otras que las
originadas en las revoluciones Norteamericana y Francesa
que acabamos de ver. Si la intervención francesa en la Revolu-
ción Norteamericana causó en el país galo una seria crisis fis-
cal, otro tanto ocurrió en España, que intervino en N o r t e a -
mérica al lado de Francia y con idéntico propósito: debilitar a
Inglaterra. La guerra interrumpió los flujos comerciales entre
España y las Indias, y p o r consiguiente la importación espa-
ñola de metales preciosos. La crisis fiscal española c o n t r i b u -
yó a un serio desarreglo monetario en la península Ibérica,
con la emisión de los famosos vales reales, que fueron algo
m u y parecido a los assignats que unos años más tarde emiti-
rían los revolucionarios franceses, y de los que también h e -
mos hablado. Los vales reales eran títulos de deuda pública
que se pusieron en circulación para que funcionaran c o m o di-
nero. El escaso éxito de este propósito m o v i ó al gobierno
poco después a fundar el Banco Nacional de San C a r l o s con

63
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

el objeto de que ayudara al Estado a soportar el peso de la


deuda. El Banco de San Carlos terminó acumulando vales re-
ales en sus arcas sin que el Estado español lograra librarse del
espectro de la bancarrota. Para evitarla, el Estado aumentó la
presión fiscal e hizo esfuerzos por obtener ingresos adiciona-
les de la Iglesia y la nobleza. Esta presión fiscal se hizo notar
también en la América española, que ya se había visto afecta-
da p o r las interrupciones del comercio, primero durante la
G u e r r a de Independencia norteamericana y más tarde con la
guerra de España, y Francia contra Inglaterra que se inició en
1 7 9 6 [Manchal (1999)]. Todos estos trastornos afectaron a co-
merciantes y exportadores americanos, cuya desafección ha-
cia España, lógicamente, aumentó. El frágil equilibrio social
en que se basaba el Imperio Español se tambaleó ai verse afec-
tadas sus bases económicas. La derrota de la flota hispano-
francesa en Trafalgar confirmó la hegemonía marítima de In-
glaterra, que se convirtió, junto con Estados Unidos, en casi
el único abastecedor de las colonias españolas: era el tan temi-
do comercio directo entre las colonias y el resto del mundo
(temido p o r los monopolistas peninsulares), en contravención
de la legislación española. Las ventajas que para los coloniales
tenía el comercio directo eran evidentes, aunque sólo fuera
p o r los mejores precios de importación y de exportación. El
c o m p r o b a r prácticamente las ventajas del comercio directo
era un incentivo más para sacudirse e! yugo colonial español.
Los ecos de la guerra se hicieron sentir violentamente en
Río de la Plata, con dos invasiones inglesas en 1 8 0 6 y 1 8 0 7
contra las que la metrópoli nada pudo hacer. La organización
de la resistencia antiinglesa dotó a Buenos Aires de un gobier-
no autónomo de hecho. Para proclamar la independencia sólo
faltaba un pequeño impulso: ese impulso vino dado p o r el
derrumbamiento de la monarquía española ante la invasión
napoleónica en 1 8 0 8 . Éste fue el decisivo acontecimiento de
origen europeo que p r o v o c ó la secesión de la América hispá-
nica: las colonias se quedaron sin metrópoli colonial de la que
depender. Q u e aún costara dieciocho años de guerra el lograr

64
II. L A I R E V O L U C I Ó N M U N D I A L

la total independencia de la Hispanoamérica continental nos


da una medida del enorme equilibrio de fuerzas existente. No
se trata de entrar aquí en la narrativa de las largas campañas
militares que llevaron a la batalla final de Ayacucho en Perú
(1824), el último reducto español en el continente surameri-
cano. Sí se trata de señalar que en esta larga guerra surameti-
cana los criollos llevaron la iniciativa de la rebelión antiespa-
ñola mientras que el papel de las castas fue más ambiguo.
Basta con observar que todos los caudillos de la independen-
cia americana fueron criollos: José San Martín, Simón Bolívar,
Bernardo O'Higgins, José Artigas, A n t o n i o José Sucre, Fran-
cisco Santander, p o r n o m b r a r sólo a los más conocidos. El pa-
pel de las castas, en cambio, fue a menudo en a p o y o de los
realistas, ya que la Revolución Hispanoamericana tiene mu-
cho de guerra civil. AI romperse el equilibrio del Imperio, los
bandos se tornaron: los criollos se volvieron contra España,
su antigua valedora, y frecuentemente los grupos inferiores se
volvieron contra los criollos. A s í ocurrió sobre t o d o en Vene-
zuela, en que los temibles llaneras (ganaderos y cazadores de
origen mestizo, mulato y zambo) primero al mando de José
Boves y luego al de José Páez, derrotaron a Bolívar, bajo B o -
ves en defensa de España, bajo Páez en favor de la indepen-
dencia de Venezuela contra el p r o y e c t o bolivariano de G r a n
Nueva Granada (Colombia, Venezuela, Ecuador).
Heñios venido hablando de América del Sur. La inde-
pendencia de Nueva España sigue derroteros diferentes (in-
dependientes, valga la redundancia, de lo que ocurría en el
continente meridional). En Nueva España el movimiento in-
dependentista tuvo contados apoyos de los criollos y pionco
adquirió el carácter de verdadera revolución. Encabezado p o r
dos humildes sacerdotes, Miguel Hidalgo y José María M o r e -
los, tuvo c o m o base a los más pobres, los indígenas, y c o m o
programa, la revolución social, con reforma agraria, igualdad
de todos sin distinciones económicas ni raciales, expulsión o
exterminio de los españoles, etcétera. La violencia y desorden
del movimiento de Hidalgo y Morelos, más su programa ver-

65
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

(laderamente revolucionario e igualitario, despertaron la hos-


tilidad de los criollos mexicanos, que se aliaron con la admi-
nistración virreinal para derrotar a ambos cabecillas. Sofoca-
da ia revolución social en 1 8 1 5 , Nueva España se reintegró
pacíficamente en el Imperio Español bajo la paternal sobera-
nía de Fernando V I L No fue p o r tanto contra la tiranía con-
tra lo que México proclamó su independencia, sino al contra-
rio. C u a n d o a principios de 1 8 2 0 el ejército expedicionario
español, que aguardaba en Cádiz su embarque para América,
precisamente para combatir a los insurgentes de Bolívar y San
Martín, se pronunció con éxito p o r el régimen constitucional,
los criollos mexicanos desconfiaron. Sus recelos se confirma-
r o n ante las medidas que llegaban de España: restauración de
la Constitución de 1 8 1 2 , desamortización de las tierras de la
Iglesia, elecciones, igualdad de los ciudadanos ante la ley, et-
cétera. A n t e el liberalismo importado de España, los criollos
mexicanos optaron p o r la independencia, capitaneados por el
general Agustín de Iturbide, u n o de los que más ferozmente
habían luchado contra Hidalgo y Morelos. C o m o señaló el
historiador y político mexicano Lucas Alamán, la indepen-
dencia «vino a hacerse p o r los mismos que hasta entonces ha-
bían estado impidiéndola» [citado en Lynch ( 1 9 7 6 ) , 357]. De
Iturbide fue proclamado emperador de México, hecho que da
idea del carácter conservador de su movimiento. Su régimen
no d u r ó mucho, como efímeros, fueron casi todos los gobier-
nos revolucionarios en la América española.
El caso mexicano tipifica un rasgo fundamental de las re
voluciones hispanoamericanas: fueron hechas p o r los criollos
en su beneficio, como siguiendo la máxima que en Elgatopar-
do, la novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, se aplica a la
revolución garibaldina: «Cambiar t o d o para que todo siga
igual». C o m o en el caso de Estados U n i d o s , el problema ra-
cial se ignoró y, p o r lo tanto, la arcaica estructura social here-
dada de la época colonial pervivió intacta. Es interesante p o -
ner también de manifiesto que, al tiempo que las colonias
americanas luchaban contra la metrópoli, ésta a su vez lucha-

66
II. LA I REVOLUCIÓN MUNDIAL

ba su propia guerra de Independencia contra la invasión fran-


cesa, de características parecidas a las que en América se libra-
ban contra ella. Las consecuencias fueron también parecidas.
La guerra contra Napoleón en España cambió muy pocas c o -
sas, c o m o ocurrió en América. La estructura social y econó-
mica española era igualmente arcaica y las esperanzas de los
reformadores y revolucionarios se vieron frustradas. En Es-
paña fue restaurado el absolutismo en 1 8 1 4 y comenzó una
lucha ardua e intermitente p o r el triunfo de las ideas liberales;
los revolucionarios se convirtieron en escépticos y conserva-
dores, pero la semilla liberal fructificó, aunque ocasionalmen-
te y con dificultad. C o n una economía y sociedad m u y atra-
sadas, las formas parlamentarias dieron paso a menudo a
regímenes caudillistas. Las constituciones se sucedían, los sis-
temas políticos también, pero la economía y la sociedad cam-
biaron m u y poco durante el siglo XIX. Esto es tan cierto y
aplicable a España y Portugal como lo es a las nuevas repúbli-
cas americanas. C o m o señaia Lynch [(1976), p. 3 8 6 ] , «La in-
dependencia política era sólo el principio. América Latina se-
guía esperando [...]». Tanto en la Iberia europea c o m o en la
americana, la revolución fue importada y sus efectos fueron
muy incompletos, a diferencia de lo que ocurrió en las z o -
nas más septentrionales, donde la revolución tuvo efectos
mucho más profundos y duraderos.

CONCLUSIÓN

Un rasgo esencial de estas revoluciones atlánticas es que,


aunque cronológicamente coincidieron con el inicio de la R e -
volución Industrial, tuvieron poco que ver con ella. C o m o se
sahe, la expresión «Revolución Industrial» nació por contras-
te con la «Revolución Francesa». Auguste Blanqui escribió
que «mientras Francia tenía su revolución política, en Ingla-
terra tuvo lugar la Revolución Industrial». El hecho es que los
países donde t u v o lugar esta «revolución burguesa» estaban

6 7
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

poco industrializados; la prueba es sencilla: el único país don-


de la industria empezaba a tener verdadera importancia en el
tránsito del siglo xvm al siglo X I X era Inglaterra, y este país
también había tenido su revolución, p e r o en el siglo X V I I . En
el siglo X V I I I Inglaterra fue, como se sabe, la gran enemiga de
la revolución en el Viejo Continente y en el N u e v o .
Esta «revolución burguesa» que se inicia en Holanda
e Inglaterra en los siglos X V I y X V I I respectivamente, y que se
generaliza a ambos lados del Atlántico entre 1 7 7 5 y 1 8 1 5 ,
es una revolución de comerciantes y ciudadanos (no en vano
generaliza la expresión francesa de citoyens para los habitan-
tes de los nuevos Estados) contra las imposiciones de un ab-
solutismo que es la expresión política de los sistemas agrarios
tradicionales, basados en la hegemonía de la aristocracia terra-
teniente y en el sistema político de la monarquía absoluta. Es
un hecho que todas estas revoluciones se inician en las ciuda-
des, los grandes centros del comercio: Boston y Filadelfia, Pa-
rís y Burdeos, Buenos Aires y Caracas, c o m o en el siglo X V I I
habían sido A m b e r e s , Amsterdam y Londres los focos de las
rebeliones. Estas revoluciones no son democráticas, sino libe-
rales: aspiran a crear estados regidos p o r la ley, estados donde
la soberanía resida en un Parlamento elegido no democrática-
mente, sino p o r un censo de ciudadanos, ordinariamente los
que pagan un nivel mínimo de impuestos, Parlamento que
promulga las leyes y de cuyo seno se forma el Gobierno o p o -
der ejecutivo (salvo en los sistemas presidencialistas, como el
de Estados U n i d o s , donde el presidente es, c o m o el Parla-
mento, elegido directamente y es, p o r tanto, cosoberano y
bastante independiente del poder legislativo). El caso es que
en estos nuevos estados nacidos de la primera gran revolución
se espera del Estado que respete al máximo posible el funcio-
namiento autónomo de los mercados.
Al tiempo que los filósofos políticos elaboraban la teoría
del Estado parlamentario, los filósofos morales o economis-
tas elaboraban la teoría económica del liberalismo, lo que la
escuela francesa fisiocrática llamó el laissez-faire. Ambas teo-

68
II. LA I REVOLUCIÓN MUNDIAL

rías, la política y la económica, se desarrollaron durante el si-


glo XVIII, y sus principios figuraron en el ideario de los r e v o -
lucionarios. Pero mientras la nueva teoría política se aplicó de
manera casi instantánea al triunfar la revolución, la nueva
doctrina del liberalismo económico topó con grandes resis-
tencias y sólo fue imponiéndose en el siglo XIX de una mane-
ra gradual.
Es cierto que las clases que apoyaron la revolución polí-
tica m u y frecuentemente apoyaban también la económica: ca-
racterísticamente, los comerciantes, profesionales y artesanos.
Sin embargo, quedaban grupos poderosos opuestos al libre-
cambio. A u n q u e desapareciera la monarquía absoluta, los
grandes propietarios de tierras, incluida, p o r supuesto, la n o -
bleza tradicional, no perdieron el poder. En los nuevos parla-
mentos, comenzando por el inglés y continuando por el fran-
cés, siguen estando despropoicionad amenté representados los
nobles, gracias al sistema electoral censitario. Precisamente
uno de los grandes campos de la batalla política en el siglo XTX
será el del sistema de representación parlamentaria: de manera
gradual, a veces de m o d o pacífico, otras p o r medio de nuevas
revoluciones de alcance europeo ( 1 8 3 0 , 1 8 4 8 ) o de alcance
más local, se va ampliando el censo electoral y la representa-
tividad de los parlamentos, esto es, se van dando pasos hacia
la democracia, es decir, el sufragio universal. Este giadual au-
mento de la representatividad de los parlamentos tiene claras
consecuencias económica». La ampliación del sufragio trae
consigo una disminución de la representación de los aristó-
cratas y terratenientes y un correspondiente aumento de los
diputados de distritos urbanos, es decir, representantes de los
comerciantes, profesionales y artesanos y, crecientemente, in-
dustriales, a medida que se industrializan los países. Estos
parlamentos gradualmente renovados van siendo más procli-
ves al librecambio y al liberalismo económico en general,
como es lógico, p o r su nueva composición. Y, c o m o conse-
cuencia, tienden a derogar los aranceles proteccionistas y la
leyes intervencionistas en economía. Es m u y señalada en este

6 9
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

sentido la abolición de las leyes proteccionistas a la agricultu-


ra inglesa (las corn laws o «Leyes de Cereales») en 1 8 4 6 , o la
abolición de las «Leyes de Pobres», que más tarde veremos
con m a y o r detalle.

70
III
LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

La expresión «Revolución Industrial» ha hecho fortuna y


h o y es empleada corrientemente no sólo entre historiadores
económicos, sino entre estudiosos de cualquier disciplina e in-
cluso entre el público general. Sin embargo, no deja de tener
sus detractores, entre ellos un historiador de la talla de R o n d o
Cameron, que acostumbraba a sostener que lo que ocurrió en
Inglaterra de mediados del siglo xvín a mediados del siglo XIX
ni fue una revolución, ni fue (exclusivamente) industrial. En
efecto, lo que llamamos la Revolución Industrial inglesa fue
más bien la aceleración de un proceso que se había iniciado si-
glos antes. C o m o ya escribiera Alfred Marshall como cita li-
minar en la portada de sus Principios de economía: Natura non
facit saltum (la Naturaleza no da saltos), lo que en ciencia so-
cial equivaldría a decir que en la sociedad no hay revoluciones,
sino evolución. Ya en la Baja Edad Media europea ( 1 0 0 0 -
1500), como hemos visto, se inicia un movimiento de progre-
so técnico, de diselución de los nexos feudales, y de extensión
de la economía de mercado, hasta el extremo de que se ha lle-
gado a escribir sobre una «revolución industrial del siglo XIII»
[Carus-Wiison (1966)]. También hemos visto que durante la
Edad Moderna, antes del siglo XVÍÍI, las economías inglesa y
holandesa experimentaron un fuerte crecimiento acompañado
de un considerable progreso técnico (también se ha escrito so-
bre una «revolución industrial del siglo XVII» [Nef (1962), cap.
I y passim]). Por lo tanto, el crecimiento económico de los si-
glos XVIII y xix no parece sino una simple continuación de una
secuencia que llevaba mucho tiempo en marcha. Sin embargo,
esta continuación conllevó una aceleración de tal magnitud
que en ciertos campos, especialmente el de la tecnología, sí
puede hablarse de revolución.

7i
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

C u a n d o se menciona la Revolución Industrial, inmedia-


tamente acuden a la mente una serie de inventos memorables
que tuvieron lugar en Inglaterra, en tres áreas principalmen-
te: la industria textil, el sector energético y la siderurgia. Pero
h a y otros sectores, en particular el químico, el de los trans-
portes, el de otras industrias de consumo, como la alimenta-
ria o la cerámica, la construcción, la agricultura, las finanzas,
d o n d e los cambios también fueron rápidos y notables. Hay
que dejar claro igualmente que, si adoptamos el panorama
sectorial amplio, las innovaciones o los inventos dejan de ser
exclusivamente británicos, y el continente europeo pasa a te-
ner un papel, secundario p e r o importante, en la Revolución
Industrial, convirtiéndose ésta en un fenómeno europeo y no
exclusivamente británico; aunque sea G r a n Bretaña la gran
protagonista del drama de la Revolución Industrial, hay un
n ú m e r o de personajes secundarios de origen continental y de
un relieve no despreciable.
Las dos invenciones más espectaculares, sin embargo,
son exclusivamente británicas: las máquinas de hilar y tejer al-
godón y la máquina de vapor, y ambas aparecieron casi simul-
táneamente, en la séptima década del siglo XVIII. C o m e n c e -
mos p o r el algodón.

LA REVOLUCIÓN DEL ALGODÓN

Tradicionalmente, esta fibra (y las demás textiles) se hi-


laba a mano: a partir de un copo de filamentos de algodón la-
vados y preparados, éstos iban siendo torcidos y ahilados por
dedos casi siempre femeninos, componiendo así una hebra;
una v e z el hilo terminado, se colocaba en los bastidores de un
telar (urdimbre) que, con simples movimientos alternantes,
normalmente accionados p o r pedales y manos masculinas,
permitía el entrecruzamiento de la trama, movida p o r la lan-
zadera, una especie de bobina que pasaba de un lado al otro
de la urdimbre a medida que los bastidores se abrían y cerra-

72
III. LA R E V O L U C I Ó N INDUSTRIAL

han. Pues bien, las máquinas que se desarrollaron durante el


siglo x v í n permitieron sustituir los dedos que tiraban y t o r -
cían por rodillos y husos giratorios, e hicieron posible acoplar
hiladoras y telares a máquinas de vapor o ruedas hidráulicas,
de m o d o que la productividad de los tejedores aumentara ex-
traordinariamente.
La primera máquina de hilar (spinning jenny o «Juanita
hilandera» — s e advierte el carácter popular de estas primeras
máquinas p o r los remoquetes con que fueron bautizadas—),
inventada p o r James Hargreaves en 1767, había de moverse a
mano p o r medio de una manivela. Su virtud residía en que
una sola persona podía manejar una máquina de varias doce-
nas de husos, multiplicando así la productividad del trabaja-
dor. Dos años más tarde Richard A r k w r i g h t patentaba su ar-
mazón hidráulico (water frame), así llamado porque podía
acoplarse a una rueda movida por agua, lo que aumentaba
mucho más la productividad, ya que varias de estas máquinas
hiladoras podían trabajar solas bajo la supervisión de un solo
operario. D i e z años más tarde (1779), Samuel C r o m p t o n pa-
tentaba una máquina que unía las mejores características de la
jenny y de la water frame (por ser un híbrido, que se le dio
comúnmente el nombre de muía), con la ventaja de que podía
conectarse a una máquina de vapor. La productividad de una
hilandera o de un tejedor se multiplicaba así p o r cien o más.
Las máquinas se fueron perfeccionando y en 1825 Richard
Roberts patentaba la «seifactina» (self-acting machine), c o m o
su nombre indica m u y automatizada, construida enteramente
de metal. La productividad volvió a multiplicarse y el sistema
fabril desplazaba totalmente al artesano textil.
Entretanto, la tejeduría también se mecanizó. Hacia 1 7 3 3
John K a y introdujo la llamada lanzadera volante (flying shut-
tle), que se movía automáticamente de un lado a otro de la u r -
dimbre, lo cual permitía tejer con más rapidez y exigía menos
concentración al tejedor. En 1785 Edmund Cartwright paten-
taba un telar automático, también acoplable a una fuente de
energía inanimada. La introducción del telar automático fue

73
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

más lenta que la de las máquinas de hilar, p o r q u e la máquina


de C a r t w r i g h t era más frágil y expuesta a frecuentes averías.
Gradualmente fue siendo perfeccionada hasta ser enteramen-
te operativa a partir del final de las guerras napoleónicas
( 1 8 1 5 ) . D o s inventores franceses, Jacques de Vaucanson y J o -
seph-Marie Jacquard, introdujeron perfeccionamientos en los
telares, permitiendo hacer tareas semejantes al bordado y al
estampado en colores. El telar de Jacquard es realmente nota-
ble p o r q u e a principios del siglo X I X este inventor introdujo
el sistema de fichas períoradas (que más tarde adoptaron las
máquinas de calcular y los ordenadores) para gobernar los pa-
trones y filigranas que trazaba el tejido.
Éstos son los principales hitos de la revolución en la in-
dustria textil algodonera; esta brevísima descripción no hace
justicia a muchos otros inventores y procesos intermedios
del progreso. La consecuencia principal de esta revolución
técnica fue el e n o r m e abaratamiento de las prendas de ropa,
sobre t o d o las de consumo ordinario. Las prendas de al-
godón (camisas, ropa interior, sábanas) pasaron de ser un lujo
a ser artículos de uso corriente y popular. Esto h?. sido lo ca-
racterístico, la nota fundamental de esta transformación eco-
nómica que conocemos c o m o R e v o l u c i ó n Industrial. G r a -
dualmente se han ido convirtiendo en artículos comunes y
corrientes, al alcance todas las fortunas, bienes cuya posesión
era originalmente inimaginable para todos excepto una m u y
selecta minoría, c o m o los relojes, la iluminación a gas, a pe-
t r ó l e o y más tarde eléctrica, el automóvil, el teléfono, la ra-
dio, el gramófono, el automóvil, el o r d e n a d o r y un larguísi-
m o etcétera. C o m o veremos, sin embargo, esta revolución
industrial t u v o su contrapartida de trabajo y sufrimiento,
más debida a la inexperiencia e incomprensión del sistema
político y social que a una perfidia intrínseca del sistema ca-
pitalista.
U n a pregunta viene inmediatamente a las mientes: ¿por
qué la industria que se mecanizó y revolucionó fue el algodón
cuando la planta del algodón no puede cultivarse en Inglate-

74
III. LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

rra, mientras que la industria que tenía tradición y materia


prima nativa en Inglaterra, que era la lanera, fue a remolque?
En efecto, t o d o el algodón que se hilaba y tejía en Inglaterra
se importaba en rama de la India, Egipto, Malta o Estados
Unidos, en tanto que la lana se exportaba en grandes cantida-
des desde la Edad Media y la industria pañera se había desa-
rrollado m u y considerablemente desde el siglo XVII y se había
convertido en el principal sector exportador. La respuesta es
compleja, pero podemos separar claramente las causas físicas
de las sociales. Las causas físicas no son complejas: el algodón,
de fibra más lacia, se presta más fácilmente al hilado mecáni-
co, frente a la m a y o r resistencia que o p o n e la lana, más riza-
da. Pero ésta no es la razón más importante: al fin y al cabo,
también la lana acabó p o r ser hilada y tejida mecánicamente.
Lo que podríamos llamar «la paradoja del algodón» se expli-
ca por sí misma. U n o de los factores que favorecieron su me-
canización fue precisamente que era una industria pequeña y
nueva, pero en crecimiento vertiginoso.
Durante el siglo XVII la expansión comercial inglesa p r o -
pició la importación de tejidos de algodón de la India, los cá-
lices o indianas, que tenían una gran demanda p o r ser suaves,
frescos y lavables. Desde la Edad Media el algodón era en
toda Europa un tejido exótico, caro, de íuic. La opulencia in-
glesa en el siglo xvil hizo que cada v r z más personas compra-
ran los preciados calicós, que empezaron a amenazar los mer-
cados de la industria lanera, tanto en Inglaterra c o m o en el
exterior. Las exportaciones de paños ingleses se estanca i o n .
Los fabricantes laneros lograron que el gobierno inglés p r o -
mulgara una serie de leyes a finales del siglo xvil y principios
del XVlll prohibiendo la importación de tejidos de algodón
(no de algodón en rama), leyes que tuvieron éxito parcial [Da-
vis (1966); O'Brien, Griffiths y H u n t ( 1 9 9 1 ) ] . A n t e esta res-
tricción de la oferta, los precios de los tejidos de algodón su-
bieron y esto estimuló a algunos fabricantes laneros, los más
dinámicos y arriesgados, a importar algodón en rama y p r o -
ducir ellos mismos las indianas y calicós. El éxito fue inmedia-

75
LOS ORÍGENES DEL S I G L O X X I

to: la demanda estaba allí, no había que más que producir y


vender; el mercado lo absorbía todo. P o r otra parte, también
los obreros del algodón eran los más arrojados y dispuestos a
trabajar intensamente; era una industria nueva y estaba poco
sujeta a las restricciones de ios gremios. Los estímulos a la in-
novación, a aumentar la productividad, eran m u y grandes: los
propios trabajadores frecuentemente hilaban y tejían p o r
cuenta propia y tenían interés en incrementar su productivi-
dad. El propio Hargreaves era tejedor y carpintero: fabricó las
primeras jennies él mismo. Y debe decirse que antes que él
otros artesanos y carpinteros habían diseñado otras máquinas
hiladoras, aunque con menor fortuna. A mediados del siglo
X V í l l , en la industria textil algodonera inglesa, la innovación
estaba en el ambiente.
Esta historia tiene una gran trascendencia económi-
ca, porque muestra cómo a veces los tiros proteccionistas sa-
len p o r la culata de quienes los disparan. Y demuestra tam-
bién que en economía la dinámica es m u y diferente de la es-
tática, y que es este dinamismo de la economía lo que la hace
impredecible. Nadie sabía a principios del xvill que las res-
tricciones a la importación de indianas iba a producir la ex-
plosión de productividad que tuvo lugar en la industria algo-
donera inglesa. Resultó que ese dinamismo social que tenía la
sociedad inglesa y del que antes hemos hablado encerraba
una capacidad de innovación que ofreció soluciones técnicas
totalmente inesperadas al estrangulamiento producido p o r el
proteccionismo. C o m o bien observaría Schumpeter siglo y
medio más tarde, la clave del crecimiento económico residía
en la innovación. A h o r a bien, h a y que advertir que esto no
significa que todos los estrangulamientos v a y a n a producir
automáticamente una oleada de innovaciones. La Historia
está llena de ejemplos en que la imposición de aranceles o
prohibiciones sobre un p r o d u c t o importado no ha tenido
más efecto que una subida de precios, sin innovación alguna.
P o r desgracia, éste es el caso de la industria textil española en
el siglo X I X .

76
III. LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

CIENCIA Y TÉCNICA

Esto suscita la siguiente gran pregunta: ¿qué tenía la s o -


ciedad inglesa que le daba esa creatividad tecnológica? La res-
puesta también es compleja, y m u y discutida. Hemos visto
que durante los dos siglos anteriores la sociedad inglesa había
desplegado un dinamismo extraordinario. Previamente a las
grandes innovaciones tecnológicas, Inglaterra había d e m o s -
trado una notabilísima creatividad política: antes de inventar
la hiladora mecánica y la máquina de vapor, Inglaterra había
inventado la monarquía constitucional y el sistema parlamen-
tario. El sentido común nos dice que tiene que haber algún
nexo entre ambos tipos de creatividad. P o r una parte, h a y
algo evidente: la sociedad inglesa en el siglo XVIH era más libre
que ninguna otra en el mundo. Tras las guerras, persecuciones
y crueldades del siglo XVH, que hicieron proclamar a Thomas
Hobbes, en Leviatán, que «el hombre es un l o b o para el h o m -
bre», una amplia tolerancia se había impuesto en Inglaterra,
que se convirtió en refugio de toda clase de disidentes, en es-
pecial protestantes y judíos. La tolerancia no era total, p o r
supuesto: los católicos, p o r ejemplo, han estado privados de
derechos políticos en Inglaterra hasta el siglo XX; era, simple-
mente, mucho m a y o r que en el resto del m u n d o . Igualmente
había en Inglaterra mayor libertad económica: el Estado in-
terfería menos en la economía. De nuevo hay que advertir que
el librecambio no triunfó allí plenamente hasta después de la
Revolución Industrial, es decir, a mediados del siglo XIX.
Pero, con todo, el mercantilismo inglés, vigorosamente de-
nunciado p o r A d a m Smith, era mucho más matizado que
el de sus vecinos europeos, con la excepción de Holanda.
Igualmente, la fuerza de los gremios estaba considerablemen-
te debilitada, en especial, c o m o hemos visto, en los sectores
nuevos.
Pero, ¿basta con una libertad económica relativa y con
una relativa opulencia de los consumidores para garanti-
zar una oleada de innovación tecnológica? Evidentemente no.

77
f
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

La discusión es encarnizada. Durante unas décadas casi pare-


cía prevalecer la opinión afirmativa: era la teoría que hacía hin-
capié en el papel de la demanda. Simplificando un poco, esta
teoría nos venía a decir que las innovaciones se producen casi
automáticamente cuando se dan los incentivos económicos
para ellas. En la Inglaterra del siglo x v m se daban esos incen-
tivos por el desarrollo del comercio exterior, p o r el crecimien-
to de la población y p o r la creciente riqueza: el flujo de inno-
vaciones se p r o d u j o casi inevitablemente. H a y que admitir que
alguna evidencia parece apoyar esta tesis, c o m o el hecho de
que las innovaciones en el textil se produjeran más o menos al-
ternativamente en el tejido y en el hilado, como si el aumento
de productividad en un proceso estimularada innovación en el
o t r o . Sin embargo, hay que repetir que las escaseces y los es-
trangulamientos se han producido m u y frecuentemente en la
Historia y hasta la Inglaterra del siglo X V I I I no encontraron
esta asombrosa respuesta tecnológica. Alguna explicación, por
tanto, tendremos que buscar del lado He la oferta.
La respuesta inmediata ha sido que la sociedad británica
no sólo era más libre y desarrollada, sino que tenía un ríivel
científico y cultural más alto. Pero surgen nuevas objeciones:
de un lado, se discute hasta qué punto t u v o la ciencia un pa-
pel destacado en la oU ae innovaciones del siglo xvill: ningu-
no de los :n"ení"ores textiles podía ni remotamente ser consi-
derado científico, ni tampoco ninguno de los innovadores
siderúrgicos. El propio James Watt, de quien ahora hablare-
mos, era en sus comienzos un sabio práctico (constructor de
instrumentos científicos) más que un investigador de alto ni-
vel. Pero esto es cierto sólo a medias: Watt en su madurez se
dedicó intensamente a la investigación científica. Sólo en la
industria química fueron verdaderos científicos los innovado-
res, y en este campo los sabios continentales (como Lavoisier,
Scheeje o Berthollet) tuvieron tanta o más relevancia que los
inglesas (como Priestley, Roebuck o Cavendish). En realidad,
afirma M o k y r (1994), los grandes descubrimientos científi-
cos, especialmente en el área química, se hicieron en la Euro-

78
III. LA R E V O L U C I Ó N INDUSTRIAL

pa continental; lo que los ingleses hicieron fue encontrar apli-


caciones prácticas a principios desarrollados en otros países y
perfeccionar procesos. La cuestión es debatible, porque p u e -
den aducirse numerosos ejemplos y contraejemplos.
En cuanto a la cultura general de la población, tampoco
hay acuerdo. \Médir la cultura es m u y difícil. Se ha acudido a
indicadores de educación, como las tasas de alfabetización, de
escolarización, la calidad de las universidades, etcétera. Ingla-
terra, país protestante con un nivel de alfabetización m u y su-
perior ai de los países católicos,lestaba sin embargo menos al-
fabetizado que los países nórdicos, en especial Suecia, que no
experimentaron la Revolución Industrial hasta un siglo o siglo
y medio más tarde. Se ha puesto de manifiesto, no obstante,
que los niveles de alfabetización ingleses se veían deprimidos
por el gran número de inmigrantes no cualificados, especial-
mente irlandeses. Pero también es cierto que el Estado inglés,
muy en consonancia con su actitud poco intervencionista, dejó
la educación en manos privadas hasta finales del siglo X I X , y
que es en Alemania y Francia donde la decidida intervención
del Estado en la economía p r o m o v i ó la educación y, sobre
todo, la enseñanza superior y la investigación. Se tiende a pen-
sar que, al igual que las primeras etapas de la industrialización
no precisaron de grandes acumulaciones de capital, tampoco
precisaron de grandes dosis de investigación científica. Fue ya
un siglo más tarde, a finales del siglo X I X , con la llamada II Re-
volución Industrial, cuando la ciencia organizada e institucio-
nalizada fue decisiva, y en ese punto Inglaterra empezó a la-
mentar su relativo descuido en esas materias, descuido que
más tarde, ya en el siglo X X , se esforzó p o r remediar.
C o n todo, como señalaba R o s t o w en un.memorable ar-
tículo [(1973), pp. 5 6 2 - 5 6 3 ] , «la falta de nexos simples y d e -
mostrables entre los nuevos descubrimientos de la ciencia y
las invenciones concretas del siglo x v í n no reduce en absolu-
to, sin embargo, la importancia de la Revolución Científica en
la ecuación que finalmente produjo la Revolución Industrial».
En efecto, resulta excesivamente reduccionista y simplista

79
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

pretender que los grandes pioneros científicos del siglo xvm


tuvieran que ser también los grandes inventores. C o m o vere-
mos, p o r otra parte, la máquina de vapor sí tiene una filiación
científica m u y clara. Y además, como señala Rostow, la Revo-
lución Científica de la Edad Moderna tuvo que cambiar la
actitud general de los hombres inteligentes aunque no fueran
científicos, «infundiéndoles confianza en que podía encon-
trarse un orden en la naturaleza y en que su conocimiento era
la clave p?r3 resolver los problemas».

LA MÁQUINA DE VAPOR

Q u i z á el invento que por sí mismo parece simbolizar la


tan mentada Revolución Industrial sea la máquina de vapor. "Y
aquí también ias cosas son un poco más complicadas de lo que
parecen a primera vista, porque el famosísimo inventor, James
Wact, no fue, estrictamente hablando, el originador de la pri-
mera máquina de esta naturaleza. En Inglaterra había numero-
sas máquinas de vapor en funcionamientos muchos años antes
de que W a t t naciera. A q u í de nuevo vemos a Inglaterra impor-
tando del continente los principios científicos de este gran des-
cubrimiento. En este caso, se trata de la presión atmosférica,
descubierta y demostrada por el prusiano O t t o von Guericke,
que llevó a otro hombre de ciencia, filósofo y matemático ade-
más, prusiano, Gottfried Wilhelm Leibniz, a proponer una
bomba basada en este principio. El diseño fue realizado por el
inventor franco-británico Denis Papin, y llevado a la práctica
en 1 6 9 8 p o r un militar inglés, Thomas Savery. La bomba de
Savery no tenía pistón y era algo m u y tosco, una especie de
«olla exprés» (cuyo inventor también fue Papin) que, al en-
friarse, succionaba agua. Se utilizó para achicar agua en las mi-
nas. A ñ o s más tarde, en 1 7 1 4 , otro militar inglés, Thomas
Newcomen, patentaba una nueva máquina muy superior: con-
sistía en un gran cilindro con un pistón, que subía al introdu-
cirse v a p o r en el cilindro y bajaba al enfriarse. El movimiento

8o
III. LA R E V O L U C I Ó N INDUSTRIAL

del pistón accionaba una bomba. La máquina de Newcomen,


por tanto, convertía ya el calor en movimiento mecánico, pero
era la presión atmosférica la que, al enfriarse el cilindro, que
seguía actuando como una olla exprés, movía el pistón. La má-
quina de Newcomen, con todo, era m u y lenta e ineficiente.
Sólo podía utilizarse para bombear agua en las minas, donde el
carbón era m u y barato; carecía de aplicación en la industria.
Fue Watt quien convirtió la máquina de vapor en un m o -
tor industrial, aunque no en un m o t o r de locomoción. En
1764 Watt estudió la máquina de N e w c o m e n y decidió mejo-
rarla. Se dio cuenta de que la m a y o r fuente de ineficiencia r e -
sidía en que había que calentar y enfriar sucesivamente el ci-
lindro, lo cual hacía que se perdiera mucha energía y que el
pistón o émbolo se moviera m u y lentamente. La gran modifi-
cación que introdujo Watt fue un condensador separado, es
decir, un segundo cilindro conectado al principal p o r dos vál-
vulas, una en la parte superior (por encima del pistón) y otra
en la inferior (por debajo del pistón). En el lado opuesto, otras
dos válvulas daban entrada al vapor, de m o d o que, cuando el
vapor entraba p o r encima del pistón, presionando hacia aba-
jo, se vaciaba de vapor p o r debajo, succionando ef vacío en la
misma dirección, y viceversa. Esto ahorraba mucha energía,
porque el cilindro principal nunca se ? n t n i b a , y el pistón se
movía mucho más deprisa, actuando sobre él a la vez, y de ma-
nera complementaria, el vacíu y la presión del vapor. Natural-
meiite, cuanto m a y o r fuera la presión del vapor, más rápida y
fuertemente se movería el pistón; y sería por tanto posible de-
sarrollar gran energía con cilindros de m e n o r tamaño. Pero
Watt desconfiaba de la alta presión porque temía que p r o v o -
cara accidentes. Sus máquinas siempre fueron enormes arma-
tostes, cada vez más eficientes y seguros. Las primeras se em-
plearon para bombear, p e r o p r o n t o se utilizaron en fábricas
para mover máquinas. Las economías de escala que causaba la
máquina de vapor fueron un gran estímulo para el desarrollo
del sistema fabril: una sola máquina de vapor podía mover de-
cenas de máquinas hiladoras o telares agrupados en un solo

81
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

edificio. Asociado con el metalúrgico Matthew Boulton, Watt


hizo una fortuna con su invento, pero nunca perdió su curio-
sidad científica: se interesó también por la industria química y
p o r otras cuestiones de ciencia aplicada o ingeniería industrial.
A u n q u e la máquina de vapor se fue extendiendo p o r la
Inglaterra de fines del siglo x v n i , su impacto pleno se hizo
sentir en el siglo XIX, en que se convirtió en el m o t o r univer-
sal. No sólo se fueron extendiendo sus aplicaciones fabriles,
sino que versiones posteriores muy mejoradas en cuanto a los
prototipos de Watt la convirtieron en un motor de propulsión
para vehículos de transporte. Para ello era necesario reducir
mucho su tamaño, lo cual a su vez requería m u y alta presión
en el cilindro. Mejoras en el diseño y en la metalurgia permi-
tieron llevar a cabo esta reducción de tamaño, de m o d o que en
las locomotoras a vapor, las primeras de las cuales aparecieron
a finales del siglo XVIII, en vida de Watt, la presión atmosféri-
ca apenas tenía ya una función en la generación de energía. El
ferrocarril es un invento m u y complejo, que une la máquina
de vapor de alta presión con los raíles, que se utilizaban en la
minas desde dos siglos antes, pero que también se perfeccio-
naron y adaptaron durante las décadas de ensayos que prece-
dieron al éxito del primer ferrocarril experimental de los her-
manos Stephenson (1825) y al primer trayecto comercial, de
Liverpool a Manchester, en 1830.
Paralelamente se había instalado la máquina de vapor en
naves de casco metálico, lo cual permitió la navegación a trac-
ción mecánica sobre todo en lagos y ríos, ya que hasta la in-
vención de la hélice a mediados del siglo x i x , la propulsión se
hacía p o r medio de ruedas de paletas, que el oleaje marino fre-
cuentemente dañaba.

LA SIDERURGIA

Ni la máquina de vapor, ni el ferrocarril, ni la navegación


a vapor, ni la construcción de maquinaria textil duradera, efi-

82
III. LA R E V O L U C I Ó N INDUSTRIAL
I

cíente y precisa, hubieran sido posibles sin una oferta sufi-


ciente de hierro en cantidad, calidad y precio adecuados. Y la
producción de hierro en masa no hubiera sido posible sin
ciertas innovaciones que se introdujeron durante el siglo
X V I I I . Estas innovaciones son el «coque» y el «pudelado», dos
palabras de origen netamente inglés.
El coque es un tipo de carbón artificial, resultado de la
calcinación de la hulla para la eliminación de residuos. Hasta
el siglo X V I I I , la m a y o r parte del hierro se había obtenido por
medio de hornos de carbón vegetal; éste se obtenía p o r calci-
nación de madera, generalmente de encina. Este proceso re-
ducía todas las impurezas, como la celulosa, y convertía la
madera en puro carbono. La mezcla de carbón así purificado
con mineral de hierro y su combustión en un h o r n o a altísi-
mas temperaturas producía hierro colado de calidad aceptable.
La temperatura y el carbono se combinan en este proceso de
reducción de las impurezas del mineral. Si el carbón contenía
una proporción excesiva de impurezas, el hierro colado resul-
tante era quebradizo; p o r esta razón la hulla no podía utilizar-
se en siderurgia. En t o d o caso, el hierro colado contiene una
alta cantidad de carbono ( 1 , 5 - 4 , 5 % ) , lo cual lo hace duro,
pero relativamente quebradizo. Para lograr un hierro más te-
n a z y elástico hay que afinarlo. El procedimiento tradicional
de afino era la forja, que martilleaba un tocho de hierro al rojo
hasta lograr bien acero ( 0 , 2 - 1 , 5 % de carbono), bien hierro
forjado, prácticamente p u r o . El hierro forjado es tenaz, pero
relativamente blando. Lo mejor es el acero, que no es sino una
variedad de hierro, d u r o y clástico, pero difícil de conseguir,
pues requiere no quedarse corlo de carbono ni pasarse. De tal
dificultad deriva su alto precio. U n o de los problemas de
estos métodos tradicionales era el alto consumo de carbón,
vegetal para la fundición, mineral para el recalentado en la
forja.
A finales del siglo xvil, los bosques en torno a los hornos
siderúrgicos habían desaparecido y el precio del carbón vege-
tal subía. La hulla era más barata, pero persistía el problema

83
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

de las impurezas. A principios del xvm, el empresario side-


rúrgico A b r a h a m D a r b y descubrió el procedimiento para pu-
rificar la hulla p o r calcinación. Más tarde, en 1 7 8 4 , H e n r y
C o r t y Peter Onions inventaron un proceso para afinar el hie-
rro recalentándolo y sometiéndolo a una serie de intervencio-
nes: removiéndolo en líquido como si fuera un puré (de ahí la
palabra inglesa puddling, encharcamiento, que se ha castella-
nizado en «pudelado»), martilleándolo y, finalmente, pasán-
dolo p o r unos rodillos de laminar. El p r o d u c t o final era un
hierro mucho más puro, a veces un acero de calidad mediana.
El proceso de pudelado utilizaba la máquina de v a p o r para
mover los diversos instrumentos: martillos, rodillos, etcétera.
El h o r n o al coque y el tren de pudelado constituyeron
una verdadera revolución al abaratar el precio del hierro, que
era el metal básico en la industria. Su demanda crecía con la
industrialización, para la fabricación de máquinas, de aperos
de labranza, de elementos de construcción, de armas y, más
adelante, de raíles, etcétera. La demanda de acero crecía espe-
cialmente, p o r q u e sus cualidades lo hacían m u y apreciado
para todos estos usos. Pero su precio seguía siendo alto; para
fabricar acero de calidad para maquinaria de precisión y resis-
tente, armamento, cuchillería, etcétera, el acero de pudelado
no servía, se utilizaban métodos artesanales, c o m o la forja
para las espadas y cuchillos, o el crisol para otros usos. El mé-
todo de crisol era parecido al pudelado: removía el arrabio
(hierro líquido), pero en pequeñas cantidades, para controlar
con precisión el progreso de la descarbonizacicn. El acero se-
guía siendo mucho más caro que eí hierro común.

LA INDUSTRIA QUÍMICA

Se discute el papel que la ciencia haya podido desempeñar


en la I Revolución Industrial y, como hemos visto, la evidencia
en varios sectores, especialmente en el textil, parece indicar un
protagonismo escaso. Sin embargo, en el sector químico la

84
III. LA R E V O L U C I Ó N INDUSTRIAL

ciencia tuvo un papel de primer orden desde el principio. Es a


finales del siglo X V I I I cuando se sientan las bases de la ciencia
química moderna y también cuando nace propiamente una in-
dustria química que es considerablemente tributaria de la cien-
cia: en muchos casos, científicos e industriales son las mismas
personas; más a menudo, colaboran estrechamente. Los gran-
des renovadores son sobre todo ingleses y franceses, pero tam-
bién alemanes: Robert Boyle en el siglo X V I I había ya echado
por tierra los mitos de la alquimia, que era una mezcla de em-
pirismo, charlatanismo y magia. A fines del siglo xvill, Joseph
priestley, Antoine Lavoisier y Cari W. Scheeíe (inglés, francés
y sueco) descubrieron el oxígeno y la composición del aire y del
agua. Lavoisier además enunció la famosa ley de conservación
de la materia y propuso (junto con Berthollet y otros) la n o -
menclatura de la química moderna; su guiilotinamiento en 1 7 9 4
es uno de los mayores crímenes de la Revolución Francesa.
La» más importantes innovaciones químicas en este p e -
riodo están relacionadas con la industria textil. Claude Bert-
hollet, que era colaborador de Lavoisier (y que, a pesar de ser
conde, se libró de la guillotina), descubrió el cloro y el m o d o
de obtenerlo y aplicarlo al suavizado y decolorado de las fi-
bras textiles. Berthollet constituye uno de los más claros
ejemplos de la conjunción de la ciencia y la industria. En r e -
lación con la química textil, primero se hicieron descubri-
mientos en decolorantes; más adelante, en colorantes. Hasta
finales del siglo x v í n ambos se obtenían p o r medios simples y
naturales: para decolorantes se empleaban la sosa, la potasa, el
alumbre y algunos ácidos lácticos o ureicos. Estos productos
bien se sacaban de las cenizas de ciertas plantas, como la ba-
rrilla, m u y abundante en el sur de España; bien se extraían de
la tierra, como la potasa y el alumbre; bien se obtenían p o r
simple fermentación de la leche (incluso la orina fermentada
llegaba a usarse como decolorante). Los colorantes igualmen-
te tenían origen orgánico, como la granza o rubia; el palo de
Brasil (maderas que desteñían rojo); el añil o índigo, de cuyas
hojas se obtiene un tinte azul; la cochinilla, insecto tropical

85
1
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

que, desecado y triturado se convierte en un p o l v o granate; el


azafrán, que da un amarillo u ocre, etcétera; o un origen mi-
neral, c o m o ciertas tierras colorantes. Pues bien, u n o de los
primeros logros industriales de la nueva química fue fabricar
este tipo de productos. La sosa y el cloro fueron los primeros;
si el cloro industrial se debió a un francés, como hemos visto,
la sosa industrial también, a Nicolás Leblanc, que en 1 7 8 7 pa-
tentó un procedimiento para obtenerla a partir de la sal co-
mún y del ácido sulfúrico; éste a su vez se producía industrial-
mente desde que J o h n Roebuck, inglés con sólida educación
científica, descubriera el método de las cámaras de plomo
en 1746. La suerte de estos padres de la química industrial fue
desigual, c o m o hemos visto en los casos de Lavoisier y Bert-
hollet. También lo fue en los casos de Roebuck, que prosperó
e incluso financió a Watt en sus comienzos, y de Leblanc, a
quien la Revolución Francesa arruinó y que terminó suicidán-
dose en 1 8 0 6 . Su método, sin embargo, fue un gran éxito,
aunque en 1861 fue superado p o r el de Ernest Solvay, quími-
co belga, que obtenía ia sosa a partir del amoniaco.

CONCLUSIÓN

En este capítulo nos hemos ceñido a los grandes inventos


del siglo X V í I I y comienzos del XIX, las innovaciones épicas que
constituyen ei núcleo de lo que se conoce como Revolución In-
dustrial. H u b o sin embargo otra serie de innovaciones (ya he-
mos hablado de las financieras en el capítulo anterior) que tie-
nen lugar en Inglaterra en ese periodo y que forman parte del
cambio trascendental del que estamos hablando.
Quizá la más importante de esas innovaciones sea la rela-
tiva al transporte. Inglaterra experimentó una revolución del
transporte antes de la invención del ferrocarril. Esta revolu-
ción tuvo lugar en la construcción de carreteras, pero también,
y sobre todo, en el desarrollo de una tupida red de canales: la
era de la Revolución Industrial en Inglaterra es también la de

86
III. L A R E V O L U C I Ó N I N D U S T R I A L

la «manía de los canales» (canal manía), como la llamaron los


contemporáneos. Ya hemos hablado de las excelentes condi-
ciones que tiene la Inglaterra central p o r la abundancia de ríos
y lo llano del territorio. Estas condiciones fueron aprovecha-
das por los empresarios de la época para unir unos ríos y otros
mediante canales que permitieran el transporte barato de mer-
cancías voluminosas y pesadas (carbón, minerales, grano) p o r
medio de gabarras arrastradas p o r animales de tiro. El primer
canal fue inaugurado en 1760; unía Manchester con una mina
de carbón cercana perteneciente al duque de Bridgewater, res-
ponsable de la inciativa. El éxito de este canal dio lugar a la
manía antes referida. Un siglo más tarde Inglaterra tenía unos
seis mil quinientos kilómetros de canales navegables p o r gaba-
rras y barcazas, que unían todas sus principales ciudades: Lon-
dres, Birmingham (en el centro de Inglaterra), Bristol, M a n -
chester, Leeds, Liverpool, etcétera, facilitando y abaratando
extraordinariamente el tráfico de mercancías. Para el transpor-
te de pasajeros se desarrolló una red de carreteras acudiendo a
las innovaciones de una serie de ingenieros de caminos, curio-
samente de origen escocés, entre los que destacaron J o h n
MacAdam (que dio origen a la palabra castellana macadán,
que significa pavimento de piedra apisonada), J o h n Metcalf y
Thomas Telford, quienes planearon firmes artificiales que per-
mitían el transporte de pasajeros en coche de caballos mucho
más cómodo y rápido de lo acostumbrado. Estas nuevas carre-
teras (turnpikes) eran de peaje y eran explotadas p o r las empre-
sas constructoras igual que las modernas autopistas.
Además de la revolución del transporte (que se comple-
tó con la construcción y mejora de puertos, diseño de diligen-
cia y sistema de postas, etcétera) hubo un sinnúmero de otras
innovaciones, en la producción de alimentos, en la construc-
ción, en la agricultura, que dan apoyo a la teoría del «desarro-
llo equilibrado». No fueron solamente unos sectores p u n t e -
ros; fue la sociedad inglesa en su conjunto la que llevó a cabo
la Revolución Industrial. En los siguientes capítulos estudia-
remos sus consecuencias.

87
IV
UN SIGLO DE O R D E N Y PROGRESO

La R e v o l u c i ó n A t l á n t i c a y la R e v o l u c i ó n Industrial
fueron seguidas de un siglo de p r o g r e s o e c o n ó m i c o y social
c o m o la H i s t o r i a no había nunca c o n o c i d o . El crecimiento
e c o n ó m i c o del siglo X I X fue algo sin p r e c e d e n t e s , q u e i m -
p r e s i o n ó p r o f u n d a m e n t e a aquellos c o n t e m p o r á n e o s q u e
tenían el suficiente conocimiento del pasado c o m o para ha-
cer comparaciones con épocas anteriores. Esto les o c u r r í a a
Karl M a r x y Friedrich Engels, los grandes críticos del siste-
ma capitalista, que, sin embargo, tenían para él estas b r i l l a n -
tes palabras de admiración en El manifiesto comunista
[(1974), p p . 7 7 - 7 8 ] :

En el siglo corto que lleva de existencia, [el capitalismo] ha


creado energías productivas mucho más grandiosas y colosales que
todas las pasadas generaciones juntas. Basta pensar en el sojuzga-
miento de las fuerzas naturales por la mano del hombre, en la ma-
quinaria, en la aplicación de la química a la industria y a la agricul-
tura, en la n?- .^gac ón de vapor, en los ferrocarriles, en el telégrafo
;

eléctrico, en la roturación de continentes enteros, en los ríos abier-


tos a ¡a navegación, en los nuevos pueblos que brotaron de la tierra
como por ensalmo... ¿Quién, en los pasados siglos, pudo sospechar
siquiera que en el regazo de ia sociedad fecundada por el trabajo del
hombre yaciesen soterradas tantas y taies energías y elementos de
producción?
Hemos visto que los medios de producción y de transporte so-
bre los cuales se desarrolló [el capitalismo] brotaron en el seno de la
sociedad feudal. Cuando estos medios de transporte y de producción
alcanzaron una determinada fase en su desarrollo, resultó que las con-
diciones en que la sociedad feudal producía y comerciaba, la organi-
zación feudal de la agricultura y la manufactura, en una palabra, el ré-
gimen feudal de la propiedad, no correspondían ya al estado
progresivo de las fuerzas productivas. Obstruían la producción en
vez de fomentarla. Era menester hacerlas saltar, y saltaron.

8 9
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

Vino a ocupar su puesto la libre concurrencia, con la constitu-


ción política y social a ella adecuada, en la que se revelaba ya la hege-
monía económica y política de la clase burguesa.

Estas palabras se escribieron en 1848 y resultan ser una


de las mejores descripciones breves contemporáneas que te-
nemos del desarrollo del capitalismo en la primera mitad del
siglo X I X (he sustituido la palabra «burguesía» por «capitalis-
m o » ) . Su análisis también resulta en muchos aspectos acerta-
do, por cuanto advierte que era necesario «hacer saltar el ré-
gimen feudal de propiedad» para que siguieran progresando
«las fuerzas productivas». No queda claro, sin embargo, por
qué era «el régimen feudal de propiedad» un obstáculo al de-
sarrollo capitalista. En realidad, de manera más o menos ex-
plícita en El manifiesto, y de manera totalmente (e incluso
excesivamente) explícita en El capital, sí se hace un esfuerzo
de explicación, aunque el análisis marxista es en este caso
equivocado. No se trata de hacer aquí una crítica a la econo-
mía marxista, pero sí podemos señalar esquemáticamente que
para Marx el paso del feudalismo al capitalismo permitió ex-
pulsar a los campesinos de la tierra y explotar a los trabajado-
res industriales asalariados de manera mucho más efectiva y
completa que con el sistema feudal También constituía una
conclusión esencial del sistema marxisia que la tendencia ine-
xorable del capitalismo era hacia la separación de la sociedad
«en dos grandes campos enemigos, en dos clases antagónicas:
la burguesía y el proletariado» [Marx y Engels (1974), p. 73].
El corolario de todo esto era que la burguesía explotaría al
proletariado hasta que éste se rebelara y llevara a cabo la «re-
volución proletaria».
En realidad, las cosas no ocurrieron exactamente así,
aunque hay que reconocer la enorme penetración y el sor-
prendente acierto de muchos aspectos de este análisis. Es cier-
to que el fin de la propiedad feudal dio alas al desarrollo capi-
talista y es cierto que, sobre todo en el periodo que Marx
tomaba en consideración, la primera mitad del siglo X I X , los

90
IV. UN SIGLO DE ORDEN Y PROGRESO

trabajadores industríales fueron explotados despiadadamen-


te. Pero hay que añadir que Marx y Engels tenían una percep-
ción extraordinaria para ver los aspectos predatorios del capi-
talismo y un punto ciego en su retina intelectual para apreciar
sus posibilidades redistributivas. Lo cierto es que, aunque
muy lentamente, y sacrificando las condiciones de vida de dos
generaciones, el capitalismo no sólo p r o d u j o un crecimiento
económico que prolongó y superó cuanto Marx y Engels ha-
bían visto y ensalzado en la primera mitad del siglo XIX, sino
que — n o podía ser de otra manera— a la larga mejoró los ni-
veles de vida incluso de ias clases trabajadoras más humildes.
Veamos ahora cómo y por qué la eliminación del sistema
feudal r e m o v i ó las trabas que obstaculizaban el crecimiento
económico.

LA REVOLUCIÓN AGRARIA

Vimos ya que en la Inglaterra del los siglos XVI y XVII la


abolición de la propiedad eclesiástica y la extensión de los cer-
camientos favoreció un fuerte desarrollo de la agricultura y la
aparición de nuevos grupos sociales. A l g o parecido ocurrió
en Europa tras la reforma agraria que se inició con la Revolu-
ción Francesa y que se llevó a cabo en las décadas que siguie-
ron, tanto en los territorios ocupados por las tropas francesas
republicanas y napoleónicas (Bélgica, Holanda, norte de Ita-
lia) c o m o en territorios libres de dicha ocupación pero que,
por una serie de razones, decidieron imitar la reforma agraria
francesa como, característicamente, Prusia, como ya vimos
antes, con las leyes agrarias de Stein y Hardenberg. España se
encuentra en ambos casos: al cambio de la propiedad agraria
de m o d o parecido a como se llevó a cabo en Francia (aunque
sin revolución) se le llamaba en España desde mediados del si-
glo XVlll desamortización, e intentos tímidos y locales de de-
samortización habían tenido lugar ya bajo Carlos III ( 1 7 5 6 -
1788) y Carlos IV ( 1 7 8 8 - 1 8 0 8 ) [Herr (1958) y (1989), parte I].
L O S O R Í G E N E S D E L S I G L O XXI

señalar también que el aumento de la productividad y los


rendimientos agrarios m u y a menudo se debe a mejoras muy
poco espectaculares, tales como la construcción de acequias
o caminos, el cultivo de especies de plantas mejor adaptadas
a las condiciones del terreno, las rotaciones de cosechas que
permiten disminuir el barbecho y aumentar el número de
animales, el m a y o r empleo de fertilizantes orgánicos, etcéte-
ra. Estas mejoras acostumbran a ser de difusión lenta, pero de
aplicación en explotaciones administradas racionalmente por
empresarios agrícolas con mentalidad comercial. La intro-
ducción de fertilizantes artificiales tuvo lugar ya en la segun-
da mitad del siglo X I X y se debió casi enteramente a la labor
científica de un alemán formado en Francia, Justus von Lie-
big, u n o de ios fundadores de la química moderna. En 1840
Von Liebig publicó un tratado demostrando que las plantas
tomaban del suelo una serie de nutrientes químicos como el
fósforo, el nitrógeno y el potasio. De ahí sz deducía que és-
tos eran los componentes que los fertilizantes naturales apor-
taban al suelo agrícola y eme igualmente podrían emplearse
como fertilizantes otros elementos que contuvieran esos nu-
trientes en forma asimilable. A.sí comenzó a utilizarse fertili-
zantes minerales, como los fosfáticos, los potásicos y los ni-
trosos, entre los que están el famoso caliche chileno o el
nitrato de cal noruego. Más adelante empezaron a emplearse
también subproductos industriales, como las escorias Tho-
mas, que resultaban de la defosforación dei acero p e el p r o -
cedimiento Thomas-Gilchrist. También apareció una indus-
tria química dedicada total o parcialmente a la producción de
fertilizantes artificiales.
La otra innovación espectacular fue la mejora de la ma-
quinaria agrícola. A q u í también la variedad fue m u y grande.
Ya en el siglo X V I I I en Inglaterra se comenzaron a fabricar ara-
dos totalmente metálicos, más eficaces y duraderos que los
tradicionales de madera con aditamentos de metal o piedra. A
lo largo del siglo X I X , sobre todo en Inglaterra y Estados Uni-
dos, se fue desarrollando maquinaria agrícola de considerable

94
IV. UN SIGLO DE ORDEN Y PROGRESO

complejidad, como los arados múltiples, las cosechadoras, las


sembradoras, las trilladoras, etcétera. Arados, cosechadoras y
sembradoras durante todo el siglo XIX iban tiradas p o r caba-
llos; sin embargo, desde mediados de siglo se fueron genera-
lizando las trilladoras a vapor, ya que estas máquinas, al ser fi-
jas, podían acoplarse a una máquina de vapor. Las primeras de
estas trilladoras utilizaron viejas locomotoras como genera-
dores de energía. Ya en el tránsito hacia el siglo XX tuvo lugar
otra oleada de innovaciones que volvieron a revolucionar la
agricultura: la aplicación del m o t o r de explosión a la maqui-
naria agrícola (tractores, cosechadoras, etcétera), la aparición
de la petroquímica, con nuevos fertilizantes artificiales, y el
procedimiento Haber-Bosch para fijar el nitrógeno del aire,
que abarató m u y considerablemente los fertilizantes nitroge-
nados, los más necesarios para el cultivo de cereales.

LA SEGURIDAD JURÍDICA

Las consecuencias de la abolición del feudalismo nos han


llevado m u y lejos en materia de agricultura. La conexión en-
tre una cosa y otra está m u y clara. La conexión entre la r e v o -
lución institucional atlántica y el desarrollo de la industria y
los servicios puede parecer menos evidente. En primer lugar,
muchos pensarán —muchos lo piensan aún h o y — que, sin la
intervención del Estado, la industria y el comercio no se de-
sarrollan, porque siempre hay competidores que los aplastan.
C o m o vimos antes (cap. II), aunque en principio la libertad
constituye un marco más favorable al desarrollo económico
que la intervención, los elementos dinámicos hacen imposible
asegurar que esto va a ocurrir siempre. Son m u y numerosos
los casos en que la intervención del Estado ha estimulado la
innovación tecnológica y p o r lo tanto ha sido causa de creci-
miento económico: habíamos visto el ejemplo m u y importan-
te de la industria algodonera inglesa. Los descubrimientos re-
lacionados con el arte militar y originados en la investigación

95
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

estatal con fines bélicos son p o r desgracia demasiado frecuen-


tes para que los p o d a m o s ignorar, desde la p ó l v o r a hasta la
energía atómica, pasando p o r el radar, el sonar, los motores de
propulsión a c h o r r o , los helicópteros, etcétera. Esto nos lle-
varía a una discusión sobre las mejores políticas económicas
para el desarrollo económico, que aquí estaría fuera de lugar.
Lo que trato ahora de elucidar es p o r qué la nueva estructura
política y jurídica surgida de la Revolución Atlántica era más
favorable al desarrollo económico que el A n t i g u o Régimen.
Podría pensarse que éste, con su estabilidad y rigidez, fuera
mas favorable que un sistema aparentemente más inestable y
cambiante, como era el parlamentario. Frente a una monar-
quía absoluta, con principios y métodos establecidos secular-
mente, un sistema parlamentario en que el poder es más difu-
so, los gobiernos más cambiantes, las sedes decisorias menos
predecibles, parecería que, en principio al menos, introduci-
ría una incertidumbre que pudiera desanimar o disuadir al in-
versor. En la monarquía absoluta, p o r el contrario, u n o sabía
a quién había de dirigirse a pedir favor o clemencia y sabía
también que, si había voluntad, ni la ley ni p o d e r alguno p o -
nían cortapisas a la soberanía real. Las cortapisas y los contra-
pesos (cbecks and balances en el lenguaje de los anglosajones,
que fueron quienes inventaron la idea) hacían que fuera mu-
cho más difícil saber quién tenía el poder de otorgar el favor,
o la clemencia.
Sin duda algo h a y de cierto en esta observación. Para
quien tenía acceso al poder, la seguridad que tal situación pro-
porcionaba podía servir de garantía para las inversiones y em-
presas más atrevidas. Al fin y al cabo, fue el favor real el que
permitió a Cristóbal C o l ó n embarcarse en una de las aventu-
ras más arriesgadas de todos los tiempos, y lo mismo puede
decirse de Bartolomeu Dias, el explorador de África y descu-
bridor de Brasil. Lo malo de esto radica en que eran contados
quienes lograban ese favor y disfrutaban de ese acceso. El
p r o p i o C o l ó n tardó años en encontrar el patrocinio real que
necesitaba, y de no haberlo conseguido es m u y dudoso que hu-

96
IV. UN SIGLO DE O R D E N Y PROGRESO

biera cruzado el Atlántico. En realidad, la seguridad que p r o -


porcionaba la estabilidad de la monarquía absoluta era, ade-
más de m u y restringida, ifusoria. Precisamente una de las
razones que empujaron a los revolucionarios ingleses y fran-
ceses a rebelarse fue la búsqueda de la seguridad jurídica, que
la monarquía absoluta no garantizaba en m o d o alguno. A l
contrario, la misma palabra «absoluta» indica que el poder no
estaba sujeto a la ley: ser soberano era p o d e r ser arbitrario.
Cierto es que los «déspotas ilustrados» trataron de hacer ol-
vidar que tenían un poder o m n í m o d o adhiriéndose de mane-
ra más o menos explícita a la consigna de que actuaban para
bien de sus subditos. El que la doctrina del despotismo ilus-
trado apareciera precisamente en el siglo x v i l l indica hasta
qué punto estaba entonces en el ambiente la crítica al absolu-
tismo. Sin embargo, el problema radicaba en la inseguridad
jurídica básica. Si el R e y era absoluto, podía hacer con la ha-
cienda y la persona de sus subditos lo que le viniera en gana
( « A l R e y la hacienda y la vida se ha de dar», decía Calderón)
y, cuando lo necesitaba, lo hacía. Los límites a la «ilustración»
con que gobernaban los príncipes del siglo X V I I I ios marcaban
ellos mismos, y a menudo los traspasaron, c o m o hizo Catali-
na de Rusia, a quien la Revolución Francesa convirtió de em-
peratriz ilustrada en absolutista feroz. Eran las detenciones
arbitrarias (las lettres de cachet por las que el rey francés apre-
saba o ejecutaba sin dar cuenta a nadie) y las exacciones ina-
pelables contra lo que se l e v a n t á r o n l o s holandeses, los ingle-
ses, los americanos y los franceses. Los españoles no se
rebelaron con éxito contra la arbitrariedad de los Habsburgo
(aunque catalanes y portugueses lo hicieron en el siglo X V I I ,
sólo los portugueses lograron la independencia, sin por eso
llevar a cabo una verdadera revolución); sin embargo, las que-
jas y las críticas fueron frecuentes. H a y sólidas razones para
pensar que las confiscaciones dictadas p o r Felipe II y las quie-
bras de moneda practicadas p o r sus sucesores arruinaron la
economía española en el siglo X V I I [Tbrtelia y C o m í n (2001)]
y contribuyeron a las rebeliones catalana y portuguesa. Tam-

97
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

bien Francia se v i o claramente perjudicada durante los siglos


X V I I y X V I I I p o r las continuas bancarrotas del Estado, que mi-
naron la confianza en la C o r o n a y en el sistema bancario, y
que a la postre dieron lugar al inicio de reformas y a la explo-
sión popular de 1789. Incluso con el despotismo ilustrado, el
Antiguo Régimen era un sistema arbitrario e imprevisible.
La inseguridad del sistema parlamentario era mucho me-
nor, p o r q u e estaba basado en el imperio de la ley, mucho
menos arbitrario e inestable que la voluntad de una sola per-
sona. La ley enuncia claramente los límites a los que queda so-
metida la conducta de los agentes, tanto gobernantes como
gobernados y, aunque puede ser modificada, esta modifica-
ción exige tiempo, porque debe ajustarse a un procedimiento
también establecido p o r la ley. La irretroaclividad de las leyes
es, junto con la publicidad, una pieza m u y importante de este
sistema de certidumbres y transparencias. La aplicación de la
ley, p o r su parte, está sometida a las decisiones de ios jueces,
que son, teóricamente (y es triste tener que añadir este adver-
bio), independientes de los demás poderes y, también teórica-
mente, competentes y conocedores de la ley y la materia j u z -
gada. T o d o ello permite que las decisiones de los agentes
económicos puedan ajustarse a un marco estable, previsible y
transparente. Dicho de manera vulear, el juego de la economía
se ajusta a regias bien definidas y quien quiere jugar conoce de
antemano esas regias y las acepta tácitamente. Un segmento
esencial en este sistema de certidumbres legales es el derecho
de propiedad. El juego económico reposa sobre la definición
del derecho de propiedad. Las principales decisiones econó-
micas consisten en transmisiones temporales o definitivas de
derechos de propiedad (préstamos y compraventas); si este
derecho es inseguro o indefinido, los agentes se retraerán a la
hora de contratar, como ocurre hoy en España con la propie-
dad inmueble. A n t e la actitud desfavorable hacia los propie-
tarios de inmuebles que en España manifiestan tanto la ley
c o m o los jueces, que con frecuencia no sancionan el incum-
plimiento de contrato p o r parte de los arrendatarios o que im-
IV. U N S I G L O D E O R D E N Y P R O G R E S O

ponen limitaciones a la libre fijación de precios, los propieta-


rios retraen su oferta, con el resultado de que existe un parque
de viviendas sin utilizar y p o r tanto se encarece el precio de
estos bienes, tanto en alquiler como en compraventa. Lo mis-
mo ocurre en el mercado del crédito: si las leyes o el poder j u -
dicial favorecen a una de las partes, se introducirá una grave
distorsión: si se favorece a los prestamistas, se retraerá la de-
manda; si a los prestatarios, la oferta. En ambos casos, el de la
vivienda y el del crédito, el sesgo legal o judicial introduce una
indefinición dei derecho de propiedad que afectará gravemen-
te a la distribución de ios recursos. O c u r r e lo mismo con
cualquier otra indefinición en cuanto a la propiedad que afec-
te a la disposición que de ella puedan hacer los propietarios.
Los efectos de esta indefinición afectan a la inversión, porqtie
jsl inversor-propietario pone en juego y en riesgo un bien de
su propiedad con la esperanza de obtejjner un beneficio. Si la
indefinición o la falta de protección (viene a ser lo mismo) son
graves, el propietario preferirá seguir siéndolo sin incurrir en
albures que estime excesivos (así, no invertirá en un inmueble,
en una fábrica, etcétera, p o r parecerle que el riesgo es excesi-
vo). P o r todas estas razones, el derecho de propiedad es una
pieza legal e institucional fundamental para p r o m o v e r el d e -
sarrollo económico.
Obsérvese, sin embargo, que estos principios no están
reñidos con las políticas redistributivas que puedan ponerse
en práctica a través de la política fiscal, mientras éstas se lle-
ven a cabo con la debida legalidad, p o r un lado, y con la debi-
da prudencia, por otro. Es innecesario insistir en la importan-
cia de las formas en la promulgación de lias leyes. En cuanto a
la prudencia, son bien conocidos varios casos en que leyes r e -
distributivas estimadas confiscatorias o amenazadoras p o r los
propietarios, tanto nacionales c o m o extranjeros, han tenido
también el efecto de deprimir la inversión. Más adelante (cap.
IX) veremos, p o r ejemplo, que en la Francia de 1 9 2 5 - 1 9 2 6 el
intento de promulgar un impuesto sobre el patrimonio p r o -
vocó exportación de capitales, caída de la cotización del fran-

99
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

co y, en último término, el fracaso del gobierno del «Cártel de


las izquierdas» de Édouard Herriot.
P o r último, tampoco es necesario insistir en la importan-
cia que tiene la forma más alta de propiedad, la de la propia
persona. La garantía de la libertad y la integridad física, asegu-
radas p o r la legislación y su aplicación p o r tribunales y poli-
cía, son más esenciales aún para el funcionamiento de una eco-
nomía que el de la propiedad sobre las cosas. Quizá no esté de
más recordar que, ya en la Edad Media, los mejores mercados
y ferias tenían fueros especiales que garantizaban la integridad
física de los participantes, precisamente porque sin seguridad
personal no cabe el funcionamiento de los mercados.
O t r a consecuencia de la Revolución Atlántica fue la
igualdad de los ciudadanos ante la ley. Se terminaron las dis-
criminaciones por razón de nacimiento: la diferencia entre n o -
bles y plebeyos, entre católicos, protestantes y judíos, desapa-
reció en el sistema político. H a y que reconocer que estas
barreras estamentales o religiosas no cayeron de la noche a la
mañana, sino que persistieron en el ámbito privado (e incluso
parcialmente en el legal, sobre todo en la traciicionaiista Ingla-
terra, donde los católicos no pudieron participar en la vida p o -
lítica hasta bien entrado el siglo XIX y continuaron topándose
con otras barreras hasta mucho más tarde) y, de hecho, se fue-
ron difuminando lentamente. Pero ello implica que la movili-
dad social aumentó y que los obstáculos al talento y al trabajo
fueron menores en el siglo XLX de lo que lo habían sido antes
de la Revolución. La igualdad fue un paso importante hacia la
meritocracia y hacia la distribución racional del recurso más
importante que posee una economía: el trabajo humano.

PROGRESO TÉCNICO Y DESARROLLO

La remoción de los obstáculos feudales trajo consigo un


siglo de gran crecimiento, una expansión económica sin pre-
cedentes. La manifestación más simple de esto radica en el

100
IV. UN S I G L O DE O R D E N Y PROGRESO

crecimiento demográfico. Según Maddison [(2001), p. 241], la


población europea, que durante el primer milenio de la era
cristiana apenas había crecido, manteniéndose en t o r n o a los
25 millones, pasó a tener unos 81 millones en vísperas del pri-
mer periodo de gran desarrollo (1700), lo cual implica una
tasa media de crecimiento anual del 0,17%; para 1820 la p o -
blación de Europa occidental alcanzó los 133 millones, lo cual
indica que durante esos 120 años la tasa media de crecimien-
to fue del 0,42%. En 1913 la cifra era de 261 millones: la tasa
de crecimiento de la población, p o r tanto, fue, durante ese
primer gran siglo de desarrollo europeo, del 0,73%. A gran-
des rasgos, imprecisamente, el crecimiento de la población
nos da una medida del crecimiento económico. D o n d e el año
1000 apenas 25 millones vivían m u y precariamente y morían,
como media, a una edad no m u y superior a los 20, en 1913 un
número más de 10 veces m a y o r de habitantes disfrutaba de ni-
veles de vida mucho más altos y de esperanzas de vida mucho
más largas, algo más del doble. Ésta es la consecuencia tangi-
ble del crecimiento económico: más vidas, más largas, más ri-
cas, más dignas.
La renta total europea entre 1820 y 1913 pasó de unos
164 miles de millones de unidades const-ames a unos 906, lo
cual implica quintuplicarse, o creceí a una tasa media del
1,86%. La renta por habitante (una medida simple pero eficaz
de bienestar) se multiplicó p o r 2,8; su crecimiento medio
anual fue, por u n t o , del 1,2%. Esta tasa h o y no nos impresio-
na gran cosa, pero históricamente era un récord: durante el si-
glo x v í n , cuando el crecimiento ya fue mucho más alto que en
los anteriores, la tasa fue del 0,15. De m o d o que este primer
impulso de industrialización fue algo nunca visto anterior-
mente. La población europea occidental se dobló y su nivel de
vida casi se triplicó. Claro que Estados Unidos hizo algo aún
más impresionante, porque la población entre 1820 y 1913 se
decuplicó y la renta p o r habitante se multiplicó p o r 4,2, lo
cual implica una tasa media de crecimiento del 1,56; la ejecu-
toria norteamericana cobra aún m a y o r relieve si tenemos en

ioi
L O S ORÍGENES DEL SIGLO X X I

cuenta que su población creció cinco veces más rápidamente


que la europea [Maddison (2001), pp. 261 y 2 6 4 ] . En realidad,
ambas economías sólo tenían dos cosas en común: que eran
capitalistas y que crecían a gran velocidad. La gran diferencia
estribaba en que Estados Unidos aumentó su superficie a lo
largo de estos años (vino a doblar su área legal entre 1 8 1 0 y
1 9 1 3 , aunque de hecho la expansión geográfica fue mayor,
porque en 1 8 1 0 más de la mitad de su territorio estaba prácti-
camente vacío: acababa de comprar el gigantesco y escasa-
mente poblado valle del Mississippi), mientras que Europa
occidental m a n t u v o el mismo perímetro exterior. El creci-
miento estadounidense fue extensivo (lo que los estadouni-
denses han llamado «economía de frontera», el movimiento
hacia tierras vacías), el europeo, intensivo; en Europa el factor
de producción que escaseaba era la tierra; en Estados Unidos,
el trabajo. Pero en ambas economías la nota dominante fue el
desarrollo tecnológico. M u y posiblemente en Estados Unidos
las innovaciones tendían más a ahorrar trabajo y en Europa a
ahorrar tierra. Sin duda, debido a sus escaseces relativas, la re-
lación entre los precios de u n o y otro factor era diferente en
cada continente: eso explica la fuerte emigración que desde
mediados de siglo tiene lugar del Viejo al N u e v o Continente.
Y no cabe duda, p o r ejemplo, de que el uso de fertilizant?" era
mucho más intenso en Europa que en Estados Unidos (recor-
demos el dicho de Thomas Jeíferson, presidente estadouni-
dense y propietario agricultor: era más barato comprar una
finca que abonarla), mientras que el empleo de maquinaria
agrícola lo era más en Estados Unidos. Es lo que la teoría hu-
biera predicho.
Si la remoción de obstáculos institucionales liberó el to-
rrente del desarrollo económico, los fenómenos que lo impul-
saron fueron, de un lado, la continuación del progreso tecno-
lógico que se había iniciado en el siglo X V I I I y, de otro, una
fuerte redistribución de los factores productivos, en concre-
to, del factor trabajo. En términos simples, esta redistribución
consistió en una serie de corrientes migratorias también iné-

102
IV. UN SIGLO DE O R D E N Y PROGRESO

ditas hasta entonces p o r su volumen y su duración. Esencial-


mente, la población abandonó el campo y la agricultura, y
emigró hacia las ciudades a trabajar en la industria y los servi-
cios. Pero esto es una simplificación grosera, porque en mu-
chos casos los agricultores abandonaron zonas agrícolas de-
primidas para instalarse en zonas agrícolas prósperas; éste fue,
típica aunque no exclusivamente, el caso de la emigración
transatlántica. Muchos campesinos europeos, cuya producti-
vidad e ingresos eran m u y bajos p o r escasez de tierra, emigra-
ron al N u e v o Continente, d o n d e encontraron tierras abun-
dantes, fértiles y casi regaladas. La emigración masiva de
Europa hacia América, y dentro de Europa, comenzó lenta-
mente desde el fin de las guerras napoleónicas y la abolición
del feudalismo en el campo. Sin embargo, el impulso más
fuerte vino a raíz de la gran depresión agraria de mediados de
siglo, iniciada hacia 1 8 4 6 , y que dio lugar a las revoluciones
de 1 8 4 8 . La oleada migratoria transatlántica procedió en
Europa de norte a sur. Hasta finales de siglo la gran mayoría
de los emigrantes procedieron de la Europa del norte: Ingla-
terra e Irlanda, Alemania, países escandinavos. En las últimas
décadas del siglo X I X y a principios del siglo XX fueron los pa-
íses del sur (Portugal, España, Italia, Grecia) y del este (Rusia,
Imperio Austro-Húngaro, península Balcánica) los que toma-
ron el relevo. Las migraciones interiores tuvieron tanta o ma-
y o r importancia que las internacionales, y sus ritmos fueron
parecidos, aunque p o r su propia naturaleza llamaron menos
la atención y dejaron menor rastro estadístico. La interpreta-
ción económica de estas migraciones masivas es m u y sencilla.
Estos seres humanos se movían en busca de mejores salarios
y condiciones de vida. No lo hacían p o r q u e la economía en
sus zonas de origen estuviera deprimida (aunque sin duda la
crisis de mediados de siglo fue un p o d e r o s o empujón) sino
porque el aumento de población y la mejora de la productivi-
dad limitaba sus ingresos: al ser escasa la tierra y no el traba-
jo, los ingresos de los terratenientes (la renta de la tierra) au-
mentaban más que los salarios. Este efecto expulsión era lo

103
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

que les movía a dar el paso traumático de abandonar su tierra


de origen. El efecto atracción residía en el conocimiento de
que había mejores salarios y nivel de vida en otras zonas del
m u n d o , y de que existían los medios de transporte que les
permitían llegar a ellos de manera segura y relativamente rá-
pida. P o r eso son aquí cruciales las mejoras del transporte que
tuvieron lugar en este mismo periodo. Desde el punto de vis-
ta fríamente económico, detrás de estos miles y millones de
casos individuales lo que h a y es una redistribución eficiente
del factor trabajo, desde áreas y sectores de baja productivi-
dad a áreas y sectores de alta productividad, con la consi-
guiente contribución al desarrollo económico. Este mecanis-
mo elemental migratorio en busca de mejores salarios y
condiciones es, p o r tanto, una de las bases del crecimiento
económico y también de igualación del bienestar entre zonas
densamente pobladas y zonas poco habitadas.
El desarrollo tecnológico en el siglo X I X siguió las pautas
marcadas p o r las grandes innovaciones de siglo anterior. Los
tres grandes sectores de innovación (textil, energía y metalur-
gia) continuaron progresando y profundizando su técnica
con mejoras más o menos espectaculares. A ellos hay que aña-
dir dos grandes áreas de innovación: la industria química y la
electricidad. Q u i z á la industria textil se-*, el sector donde los
progresos hayan sido más gradúa'es. las máquinas de hilar y
tejer se fueron perfeccionando, utilizando cada vez más el
hierro y otros metales, y ganando en duración y precisión. En
esto el gran adelanto está en la «selfactina» de Richard R o -
berts. También p o r esta época se generalizan los telares auto-
máticos de metal. A m b o s tipos de máquinas estaban ya per-
fectamente acoplados a la máquina de vapor.
Si en el siglo x v i l l la máquina de v a p o r se aplicó sucesi-
vamente a la minería y a la generación de energía industrial,
en el X I X la gran novedad fue su aplicación al transporte. Ya
vimos c ó m o esto requería la alta presión y cómo, en contra
del criterio de Watt, la máquina de vapor de alta presión se fue
imponiendo. Ya a finales del siglo xvín y comienzos del X I X ,

104
IV. UN S I G L O DE O R D E N Y PROGRESO

Richard Trevithick había experimentado con locomotoras


mineras. También se experimentó con locomotoras fijas que
remolcaban vagones p o r medio de un cable. Esta solución
era inaplicable a largos recorridos. P o r fin en 1825 G e o r g e
Stephenson, ingeniero de familia m u y humilde, p r o b ó con
éxito su pequeña locomotora llamada The Rocket (El C o h e -
te). H a y que decir aquí que el ferrocarril es de origen entera-
mente minero, porque si la máquina de vapor se inventó para
funcionar en las minas y las primeras locomotoras también,
los raíles, que son la otra mitad del invento, se concibieron
para facilitar el movimiento de las vagonetas del mineral, que
sin ellos se hundían en las rodadas. Tras el éxito de The Roc-
ket, comenzaron a construirse tendidos ferroviarios y a sur-
gir compañías. El primer tren comercial de pasajeros, entre
Manchester y Liverpool, se inauguró en 1830. A partir de en-
tonces, primero Inglaterra, luego los países cercanos de E u r o -
pa occidental (Bélgica, Francia, Alemania), fueron formando
sus redes ferroviarias. El ferrocarril se convirtió en el s í m b o -
lo del progreso decimonónico: se originó en el país líder y se
fue extendiendo p o r sus inmediatos seguidores en materia de
desarrollo. En estos países p r o n t o se f o r m ó una masa crítica
de empresarios, ingenieros y especialistas que adquirieron la
capacidad de extender las redes ferroviarias p o r todo el m u n -
do. Siguieron los países del sur de Europa, Estados Unidos, el
este de Europa, América del Sur y, más tarde, Asia y África.
El papel del tren excedió con mucho el estrictamente
económico de transporte de pasajeros y mercancías a precios
Y velocidades hasta entonces inusitados. Su importancia ins-
titucional y política fue tanto o más relevante. El coste y la en-
vergadura de las empresas ferroviarias excedía con mucho de
la escala de las unidades productivas ordinarias. Las obras ci-
clópeas que requería exigían nuevas formas de organización
empresarial. Las compañías ferroviarias necesitaban la forma
de.sociedad anónima, la única capaz de reunir los enormes ca-
pitales requeridos. Las acciones de estas compañías se n e g o -
ciaban en Bolsa y precisaban de servicios bancarios de m u y

105
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

diversa índole (préstamos, flotaciones bolsísticas). Por lo tan-


to, el tendido de líneas ferroviarias fue decisivo en el desarro-
llo de las instituciones financieras del capitalismo moderno:
bancos, bolsas, sociedades anónimas, a lo que ha de sumarse
nuevas técnicas de gestión empresarial, exigidas p o r el desu-
sado tamaño y complejidad de las compañías [Chandler
(1977), pp. 2 1 - 2 4 ; (1990), pp. 5 3 - 5 8 ] . A ello hay que añadir lo
que desde Hirschman [(1958), p. 1 0 0 passim] se conoce como
«conexiones hacia atrás» (backward linkages): igual que estos
nuevos gigantes provocaron el surgimiento de un nuevo tipo
de empresarios y de técnicos, hicieron aparecer también nue-
vas industrias o estimularon algunas preexistentes que se de-
sarrollaron para servirles, en especial la siderúrgica y metalúr-
gica para construir los raíles y la maquinaria, pero también la
maderera para las traviesas, la constructora para los edificios
auxiliares, la de las comunicaciones para facilitar las activida-
des de control, la carbonera para p r o p o r c i o n a r ei combusti-
ble, etcétera. Pero hay mucho más. Los ferrocarriles tuvieron
efectos políticos importantísimos; de un lado, ya hemos visto
que facilitaron las migraciones nacionales e internacionales;
de o t r o , contribuyeron a unificar mercados y espacios, tanto
económicos c o m o políticos. Hasta tal extremo es esto cierto
que puede decirse que dos naciones europeas deben en
gran parte su existencia al ferrocarril: Bélgica y Alemania
[ C a m e r o n (1961),' cap. X I ; Fremdling ( 1 9 7 7 ) ] ; en Bélgica la
construcción del ferrocarril unificó el país y proporcionó
la prosperidad necesaria para superar las indecisiones tras la
independencia en 1830; en Alemania los ferrocarriles también
tuvieron una función parecida de unificación del espacio, jun-
to con la U n i ó n Aduanera Alemana (Zollverein), y constitu-
y e r o n el estímulo a la industria y la banca alemanas en las
décadas que precedieron a la unificación. También desempe-
ñaron un gran papel, en el nacimiento de Italia y en la expan-
sión de Estados Unidos, el funcionamiento de la «economía
de frontera» que hemos visto. La colonización de África se
hizo también en gran parte gracias al ferrocarril.

106
IV. UN S I G L O DE O R D E N Y P R O G R E S O

La otra gran aplicación del v a p o r al transporte fue en la


navegación. En principio, la aplicación del vapor a la navega-
ción era más sencilla que al transporte terrestre, pues el ma-
y o r tamaño de los barcos permitía acomodar m e j o r el gran
volumen de las máquinas. P o r eso no tiene nada de raro que
los primeros ensayos de navegación a v a p o r se r e m o n t e n en
Francia a 1775 y que el famoso barco de hierro de R o b e r t Ful-
ton navegase p o r el río H u d s o n en 1 8 0 7 . Sin embargo, los
problemas de ingeniería del sistema de propulsión retrasaron
la navegación transoceánica, que era el ámbito en que la nave-
gación a vapor estaba llamada a tener mayores efectos. Los
primeros vapores se propulsaban p o r medio de ruedas de pa-
letas laterales, mecanismo que resultaba demasiado e n g o r r o -
so y frágil para la navegación p o r mar, donde el oleaje dañaba
el sistema. Además, los barcos no podían dar cabida a la gran
cantidad de carbón que necesitaban para las largas singladuras
marítimas. Por eso hasta mediados del siglo XIX la navegación
a vapor se vio limitada a aguas interiores. Fue el descubri-
miento de la hélice marina y la máquina de vapor compuesta
(que aumentaba la eficiencia y p o r tanto reducía la cantidad
de carbón consumida) lo que hizo posible p o r fin la navega-
ción marítima a vapor. El pleno impacto de estas i n n o v a c i o -
nes se sintió ya en la segunda mitad del siglo: los flujos tran-
satlánticos y transmediterráneos de pasajeros y mercancías
permitieron una integración económica internacional sin p r e -
cedentes. Ya hemos hablado de los flujos migratorios; los flu-
jos de mercancías tuvieron una importancia comparable; en
especial la baja del precio de los alimentos a partir de 1 8 7 5
aproximadamente, gracias a las importaciones provenientes
de América y Rusia, c o n t r i b u y ó , de un lado, a la mejora del
nivel de vida, en especial en las ciudades, y, de o t r o , a incre-
mentar la emigración de campesinos ante la competencia que
los productos ultramarinos hacían a la agricultura europea.
La desaparición de la navegación comercial a vela no fue,
sin embargo, instantánea: sobre todo en los trayectos largos,
interoceánicos, los veleros compitieron largo tiempo c o n los

107
LOS ORÍGENES DEL S I G L O X X I

barcos de vapor, que, aun con hélice, tenían serias servidum-


bres tecnológicas. En efecto, el considerable v o l u m e n que
ocupaba la maquinaria, más el que se necesitaba para almace-
nar el carbón, limitaban seriamente el espacio para el trans-
porte de carga, problema que los veleros no tenían. P o r aña-
didura, en los largos trayectos ni siquiera el carbón que la
bodega podía almacenar bastaba, y se requerían puertos de
aprovisionamiento, lo cual era otra seria limitación a la auto-
nomía y la velocidad, limitación de la que la vela estaba exen-
ta. Para competir con los barcos de vapor a mediados del si-
glo X I X se desarrolló un tipo de velero, el clipper, de gran
velamen y esbelto diseño, m u y v e l o z y de fácil manejo p o r
una exigua tripulación. Los clippers no tenían sala de máqui-
nas ni almacenes de carbón. Prácticamente toda su bodega
podía dedicarse a la carga. Su autonomía era m u y grande. In-
vención estadounidense, compitieron largamente con el vapor
en la navegación transoceánica, típicamente en el transporte
de té, especias, licores y armas ligeras entre Asia, Europa y
América. La máquina de vapor compuesta, más compacta y
económica en el uso de combustible y, últimamente, el motor
de explosión, dieron el triunfo final al barco de hélice y casco
metálico sobre el velero ya m u y a finales del siglo x i x .
En el capítulo III vimos que, pese a los adelantos side-
rúrgicos del siglo X V I I I , el acero de calidad aún debía ser p r o -
ducido po<" métodos artesanaíes y era, p o r tanto, caro. Su uso
estaba reservado para objetos y máquinas de alto valor. Sin
embargo, el desarrollo del ferrocarril y de la navegación a va-
por, amén de todas las nuevas máquinas que iban apareciendo
en el mercado, lo demandaban por sus cualidades superiores.
Por fin, en 1 8 5 6 , el británico H e n r y Bessemer, inventor poli-
facético, tras descubrir que inyectando aire caliente en el arra-
bio se reducía el carbono, patentó su convertidor, un enorme
recipiente basculante provisto de unas válvulas en su base p o r
las que se inyectaba aire caliente; a m a y o r tiempo de inyec-
ción, m a y o r era el grado de reducción. La gran virtud del con-
vertidor era que con él podían producirse grandes partidas de

108
IV. UN SIGLO DE O R D E N Y PROGRESO

acero en pocos minutos a partir del arrabio. Fue el primer sis-


tema para producir acero en masa; el precio del metal se redu-
jo considerablemente y comenzó a utilizarse, entre otros mu-
chos empleos, para construir raíles mucho mas duraderos que
los de hierro. Poco después aparecieron perfeccionamientos y
variantes: el método Thomas-Gilchrist consistía en forrar el
convertidor con piedra caliza para que absorbiera el fósforo,
abundante en muchos minerales ferrosos y que el aire calien-
te no eliminaba. La presencia de fósforo, como el propio Bes-
semer c o m p r o b ó con sorpresa y disgusto, reducía la elastici-
dad del acero hasta hacerlo inservible. Más tarde el método de
horno abierto de Siemens y Martin ofrecía un proceso alter-
nativo, que producía, más lentamente que el de Bessemer, ace-
ro de mejor calidad. El abaratamiento del acero constituyó el
núcleo de lo que se ha llamado la II Revolución Industrial,
una oleada de innovaciones que tuvieron lugar durante la se-
gunda mitad del siglo x i x , c o m o ahora veremos. El acero ba-
rato permitió construir máquinas de mejor calidad y dura-
ción; en compensación, también permitió producir mejores
armas. Pero además t u v o una enorme influencia en la c o n s -
trucción: las ciudades modernas no hubieran sido posibles sin
las estructuras de acero que permiten, sobre todo, erigir edi-
ficios altos, puentes de varios modelos, tranvías, ferrocarriles
de cercanías, etcétera. La Torre Eiffel (1889) es quizá el m o -
numento más temprano, visible y conocido de las posibilida-
des constructivas del acero. O t r o descubrimiento, menos lla-
mativo pero no menos decisivo en este terreno, fue el cemento
Portland, inventado térra en 1 8 2 4 , que luego d i o l u -
gar a distintos tipos de hormigón en sus diversas modalidades
(armado, pretensado, etcétera). El hormigón es el c o m p l e -
mento del acero para la construcción de edificios m o d e r n o s
de formas y tamaños totalmente inconcebibles hasta finales
del siglo x i x .
O t r o s grandes descubrimientos de este periodo pueden
atribuirse a la proteica industria química. Ya hemos v i s t o la
revolución química de los fertilizantes en la agricultura. V i -

109
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

mos también en el capítulo III que la industria textil fue la


primera en beneficiarse de la revolución química de finales del
siglo X V I I I , en especial de una serie de decolorantes y suavi-
zantes artificiales. Los colorantes artificiales aparecen más
tarde, en Inglaterra, aunque el primer descubrimiento se deba
a un alemán, August Wilhelm v o n Hofmann que, de visita en
la isla Británica y experimentando con benceno, subproducto
de la destilación de la hulla para producir gas, descubrió la
anilina, tinte azul (le dio ese n o m b r e precisamente p o r la pa-
labra castellana añil). Su discípulo William Perkin patentó la
anilina malva en 1 8 5 6 e hizo una fortuna vendiéndola a la in-
dustria textil. A partir de entonces químicos ingleses, alema-
nes y franceses se lanzaron a experimentar y descubrir tintes
sintéticos, y esta rama de la química fue una de las más bene-
ficiosas. Los colorantes artificiales p r o n t o se convirtieron en
una de las especialidades alemanas.
O t r a contribución de la industria química a la textil fue
la invención de las fibras artificiales. En 1 8 8 8 Hilaire Berni-
gaud, conde de Chardonnet, patentaba la primera de éstas, el
r a y ó n o seda artificial, resultado de producir nitrato de celu-
losa y tamizarlo a través de orificios m u y finos. A la inven-
ción de C h a r d o n n e t siguió una pléyade de otros productos
tales c o m o la viscosa, los acetatos y, ya en el siglo X X , el nai-
lon, el tergal, etcétera.
También aparecieron otros productos sólidos artificia-
les, c o m o ei caucho vulcanizado, que, inventado p o r Charles
Goodyear, permitió el uso industrial de esta resina y en espe-
cial su utilización para ruedas de automóviles. Aparecieron
también los plásticos, siendo el primero el celuloide, en 1869;
ya en el siglo XX ( 1 9 0 7 ) , Leo Baekeland inventó la baquelita.
Más adelante llegaron los plásticos derivados del carbón y del
petróleo (polímeros, polivinilos, polietiíenos, etcétera).
En cierto modo, como hemos visto, los colorantes apare-
cieron como consecuencia de la destilación del carbón para
producir gas combustible. Este descubrimiento se debe en ori-
gen a Phiüppe Lebon, ingeniero francés que descubrió la ma-

no
IV. UN SIGLO DE O R D E N Y P R O G R E S O

ñera de obtener gas calcinando y destilando madera y carbón.


Lebon murió en 1804, pero sus experiencias fueron renovadas
en Inglaterra p o r William M u r d o c k , empleado de Boulton y
Watt. Al cabo de poco tiempo, a partir del fin de las guerras
napoleónicas, había ya varias compañías que se disputaban la
iluminación de distintos barrios londinenses. París inaugura-
ba la iluminación pública a gas pocos años después (1819). Sin
embargo, para la iluminación de interiores, el gas presentaba
ciertos inconvenientes: suponía un cierto peligro y producía
algo de h u m o y hollín. Para esto era preferible el petróleo de
iluminación o lampante, que era producto de ia destilación de
crudos que se obtenían en ciertos yacimientos o charcas. El
petróleo lampante ardía con menor peligro y o l o r en lámparas
especiales, los famosos quinqués. La moderna industria petro-
lífera nació cuando, en 1 8 5 9 , en Pennsylvania, Estados U n i -
dos, el «coronel» Edwin Drake perforó un p o z o para obtener
petróleo subterráneo. Desde entonces hasta la invención de
los motores de gasolina, unas tres décadas más tarde, el petró-
leo tuvo como uso principal la iluminación de interiores,
mientras el gas de hulla se utilizaba para la iluminación exte-
rior [Tortella, Ballestero y Díaz Fernández (2003), pp. 2 1 - 2 5 ] .
La fabricación de explosivos es otra de las grandes apli-
caciones de la industria química en el siglo X I X . Cuando se ha-
bla de explosivos se piensa en sus empleos militares; sin em-
bargo, en el siglo X I X la creciente demanda de explosivos tenía
un componente civil m u y importante: el desarrollo de la mi-
nería y las obras públicas había dado lugar a una fuerte de-
manda de explosivos que tradicionalmente había satisfecho la
pólvora, el explosivo universal y polifacético desde la Baja
Edad Media. A mediados del siglo x i x un químico italiano,
Ascanio Sobrero, descubría la nitroglicerina, líquido oleoso
con gran poder de deflagración. En 1 8 5 6 Alfred Nobel, quí-
mico sueco largamente relacionado con temas de explosivos,
y con intereses familiares en Rusia, patentaba la dinamita, que
no es más que nitroglicerina empapada en una arena especial
(diatomácea, de origen orgánico), lo que la convierte en un
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

cuerpo sólido y p o r tanto de manejo menos azaroso que en


forma líquida. La deflagración de la dinamita se provoca por
medio de un detonador. La dinamita es más potente que la
p ó l v o r a y más segura en su empleo. Las empresas de Nobel
p r o n t o formaron una de las primeras multinacionales de la
Historia, con fábricas en Escocia, Alemania, Francia, Suiza,
Italia, España y en la propia Suecia. Nobel continuó investi-
gando y patentó nuevos tipos de explosivos, civiles (gomas) y
militares (cordita). El químico sueco amasó una gran fortuna
con los explosivos. Su familia hizo lo propio con eí petróleo
ruso del mar Caspio. Cercana su muerte, sin herederos direc-
tos y deseoso de evitar ser recordado únicamente como fabri-
cante de productos letales, Nobel instituyó su famoso pre-
mio, que inicialmente fue para la labor p o r la paz, más tarde
para la literatura, las ciencias y otras disciplinas beneficiosas
para la Humanidad.
El desarrollo de la industria eléctrica es un caso clásico
de la técnica siguiendo a la ciencia. Los descubrimientos de
H u m p h r y Davy, Michael Faraday, Hans Christian Oersted y
otros en el primer tercio del siglo XIX demostraron la posibi-
lidad de utilizar la electricidad en la industria. Sin embargo,
t u v o que pasar casi medio siglo para que estas innovaciones
pudieran ponerse en práctica y se descubrieran métodos eco-
nómicos de generar y conducir el fluido. Entretanto, la elec-
tricidad encontró o t r o tipo de aplicación, la comunicación,
con el descubrimiento del telégrafo eléctrico p o r Samuel
Morse y otros. A mediados de siglo la gran hazaña tecnológi-
ca en este campo fue el tendido de cables telegráficos transat-
lánticos. El telégrafo arrumbó ios semáforos de brazos, inven-
tados p o r el francés Claude Chappe, cuya manipulación
fraudulenta tanto sirvió a la venganza del conde de Monte-
cristo. Los descubrimientos de Werner v o n Siemens, Zénobe
Gramme, Thomas Edison, George Westinghouse y otros per-
mitieron resolver los problemas de generación y transmisión
de la energía eléctrica y su uso tanto para la iluminación como
para la impulsión fabril.

112
IV. UN SIGLO DE ORDEN Y PROGRESO

Pero quizá el invento que más poderosamente ha m o l -


deado el mundo actual y que mejor simboliza esta II R e v o l u -
ción Industrial de la segunda mitad del siglo XIX sea el a u t o -
móvil, cuyo elemento esencial es el m o t o r de explosión. La
máquina de vapor, como hemos visto, era demasiado v o l u m i -
nosa para el transporte individual. El m o t o r de explosión per-
mitía generar una gran cantidad de energía en un espacio
mucho más reducido (un cilindro de unos decilitros de capa-
cidad), con lo que el m o t o r y los pasajeros cabían en un ca-
rruaje similar a una berlina, tartana o coche de caballos. Si el
ferrocarril fue la conjunción de la máquina de vapor y el raíl,
el automóvil resultó de la combinación del m o t o r de e x p l o -
sión y el neumático de caucho vulcanizado. El automóvil fue
un invento principalmente alemán que t u v o su primer desa-
rrollo industrial en Francia. Fueron los germanos Nikolaus
Otto, Gottlieb Daimler y Karl Benz quienes desarrollaron el
motor de explosión tanto de gas c o m o de gasolina, y el t a m -
bién teutón Rudolf Diesel quien desarrolló una variante de
este motor en que la explosión del combustible se lograba p o r
compresión en lugar de por chispa eléctrica, c o m o era el caso
de los motores de gas y de gasolina. Fueron los franceses Enti-
le Levassor, Rene Panhard, A r m a n d Peugeot y Louis Renault
los primeros en fabricar y comercializar esta nueva máquina
y medio de transporte.

COMERCIO Y LIBRECAMBIO

El enorme crecimiento de la capacidad productiva y el


gran incremento de la movilidad de los factores de p r o d u c -
ción gracias a los progresos en el transporte trajeron consigo
un gran aumento del intercambio, es decir, del comercio, tan-
to local y regional como internacional. Al hacerse más c o m -
pleja la producción, los factores utilizados eran más n u m e r o -
sos y variados: las máquinas eran más diversas y complicadas,
y muchas habían de producirse en latitudes lejanas; lo mismo
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

ocurría con las materias primas e intermedias utilizadas: mu-


chas habían de importarse. El caso clásico es el del algodón,
planta semitropical, la importación de cuya fibra fue la base
de la gran industria decimonónica; pero lo mismo ocurrió con
minerales como el cobre, el cinc, la plata, el o r o , el petróleo,
etcétera, o vegetales como el té, el cacao, el café o el azúcar de
caña. Pero incluso aquellos productos que Europa producía
tradicionaimente, como la lana o el trigo, p r o n t o fueron obje-
to de importación, porque la apertura de nuevas tierras y los
progresos del transporte permitieron que los países nuevos de
América y Oceanía los produjeran y exportaran con ventaja.
La escuela clásica de la economía inglesa, fundada por
A d a m Smith y cuyos más destacados seguidores fueron Da-
vid Ricardo y J o h n Stuart Mili, había demostrado que, con
todas las cualificaciones que se quiera, de las cuales Smith en
particular era h»en consciente, la libertad económica era más
útil al bienestar y al desarrollo que el intervencionismo siste-
mático. Los industriales y comerciantes ingleses (Adam Smith
llamó a la Inglaterra del siglo x v í n , no sin ironía, «una nación
de tenderos») estaban en su mayoría de acuerdo con los eco-
nomistas clásicos y organizaron asociaciones librecambistas
(la más importante, la Liga de Manchester, basada p o r tanto
en la ciudad que era el centro de la industria textil) que, tras
decenios de lucha, fueron logrando sus objetivos. La aboli-
ción de las «Leyes de Cereales», último reducto del protec-
cionismo agrario británico, en i 8 4 6 , marcó el comienzo de la
era del librecambio, porque el ejemplo del bienestar británico
convenció a muchos de la conveniencia de seguir sus enseñan-
zas. Es de señalar que a quienes más benefició la abolición del
proteccionismo agrario fue a los estratos más bajos de la so-
ciedad, ya que el precio de los alimentos descendió y los p o -
bres son quienes m a y o r proporción de sus ingresos dedican a
la comida. Inglaterra, por añadidura, siguió una política acti-
va de proselitismo internacional. El famoso pacto C o b d e n -
Chevalier, entre G r a n Bretaña y Francia (Richard C o b d e n era
el paladín del librecambio en el Parlamento inglés; Michel

114
IV. UN SIGLO DE O R D E N Y P R O G R E S O

Chevalier, ministro de Napoleón III, era un liberal saintsimo-


niano —seguidor del socialista utópico francés Cíaude Henri
de Rouvroy, conde de Saint-Simon, profeta del industrialismo
que hizo escuela en su país—) marcó el inicio de la coopera-
ción y la rebaja arancelaria internacional. El movimiento du-
raría dos decenios, ya que la bajada de los precios agrícolas a
finales del siglo alcanzaría tales dimensiones que la m a y o r
parte de los países europeos reaccionaría elevando sus arance-
les, en especial en lo referente a alimentos. C o n todo, sin em-
bargo, si bien no puede hablarse de librecambio p u r o , las ba-
rreras comerciales se mantuvieron en general moderadas en
las décadas que precedieron a la I Guerra Mundial, sobre t o d o
si las comparamos con las que habían regido hasta mediados
del siglo X I X . Ello fue gracias en gran parte al sistema de tra-
tados comerciales que se desarrolló como paliativo a la subi-
da de barreras arancelarias. La moderación general en este
campo duró hasta la G r a n Guerra.

EL PATRÓN ORO

Al tiempo que el comercio internacional aumentaba es-


timulado p o r la creciente especialización nacional y regional,
per una productividad cada vez m a y o r y p o r la mesura en las
barreras comerciales, los pagos entre naciones se vieron faci-
litados p o r la extensión del patrón o r o . También esta innova-
ción institucional fue preconizada p o r Inglaterra. A u n q u e la
Übra esterlina sea p o r definición una moneda de plata, el h e -
cho es que en 1 8 1 9 quedó oficialmente definida en términos
de oro. Las razones que llevaron al gobierno inglés a t o m a r
esta decisión son bien conocidas: la abundancia relativa de
oro brasileño en el siglo X V I I I hizo que, de hecho, en Inglate-
rra, el gran socio comercial de Portugal, la metrópoli de B r a -
sil, predominase ese metal y que el Banco de Inglaterra acaba-
se p o r utilizarlo como base para respaldar su circulación de
billetes. Durante la primera mitad del siglo X I X se consolidó

ii5
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

en G r a n Bretaña el sistema monetario conocido c o m o «pa-


trón o r o » . En realidad, la moneda circulante en Inglaterra
desde mediados dei siglo x v m no era el o r o , sino los billetes
de banco y la moneda fraccionaria. Pero el sistema se llamaba
«patrón o r o » porque los billetes de banco eran convertibles
en o r o a petición del portador. A su vez, las cuentas bancarias
y la moneda fraccionaria podían convertirse en billetes. Éstos,
por lo tanto, representaban una determinada cantidad de oro;
circulaban en su lugar p o r razones de simple comodidad. El
o r o , que también tenía valor monetario juntamente con la
plata en casi todo el resto de Europa y A m é r i c a (bimetalis-
mo), servía p o r consiguiente como moneda de pagos interna-
cionales. El Imperio Alemán, fundado en 1 8 7 1 , decidió adop-
tar también el patrón o r o , es decir, determinó que su nueva
moneda, el marco, fuera definido y convertible en o r o en el
también recién fundado Banco Imperial A l e m á n (Reichs-
bank). A partir de este momento, incluso los países bimetalis-
tas fueron adoptando el o r o como moneda única, es decir, de-
finiendo sus monedas en o r o y haciéndolas convertibles
únicamente en ese metal. Ello implicaba, reiterémoslo, la exis-
tencia de una moneda internacional, el o r o , aunque las unida-
des monetarias de cada país (la libra, el franco, el marco, la
lira, etcétera) fueran diferentes. Ello era así p o r q u e cualquier
ciudadano de un país podía convertir billetes de banco (que se
fueron generalizando en el continente europeo durante p\ si-
glo xix) en o r o y pagar con este o r o cualquier mercancía im-
portada.
La adopción del patrón o r o p o r el nuevo Imperio A l e -
mán p r o v o c ó un vuelco en favor de este metal; Holanda y la
U n i ó n Escandinava siguieron el ejemplo germano; gradual-
mente los países de la U n i ó n Monetaria Latina, fundada en
1865 p o r Francia, Suiza, Italia y Bélgica (a la que más tarde se
adhirieron Grecia, Rumania y algunos otros) para defender el
bimetalismo, dejó en su gran mayoría de acuñar plata y se in-
c o r p o r ó de hecho al patrón o r o en los años que siguieron.
Q u i z á la excepción más importante en Europa sea España,

116
IV. UN S I G L O DE O R D E N Y P R O G R E S O

que en 1883 abandonó el bimetalismo para adoptar un patrón


plata [Tortella (2000), cap. VI y ( 2 0 0 1 ) ] . O t r o s países que se
mantuvieron en el patrón plata fueron China y la India. H a -
cia 1875, p o r tanto, puede decirse que, con la excepción de Es-
paña, Europa había adoptado el o r o c o m o moneda. Estados
Unidos lo adoptó de hecho hacia las mismas fechas. Rusia y
Japón lo hicieron en 1 8 9 7 y 1 8 9 8 respectivamente. Incluso
México, el m a y o r p r o d u c t o r de plata del m u n d o , adoptó el
patrón o r o en 1905 [Tortella (2000), pp. 1 3 1 - 1 3 5 ] .
Si varios países practican el p a t r ó n - o r o , sus monedas
son convertibles entre sí con tipos de cambio fijos, al ser
todas convertibles en o r o . Existen unos pequeños márgenes
de variación entre los tipos de cambio de cada una de estas
monedas (ios llamados gold points) debidos a los costes de
transporte de o r o de un país a o t r o , p e r o esto no afecta gran-
demente ai sistema. En el siglo x v í n , el filósofo David H u m e
había mostrado que, si se le dejaba funcionar libremente, el
patrón o r o proporcionaba un sistema automático de equili-
brio comercial internacional, impidiendo que ios países con
déficit comercial se quedaran sin o r o (la gran pesadilla de los
mercantilistas, la escuela partidaria de la intervención del Es-
tado en la economía). Esto era así p o r q u e el país con déficit
debería exportar o r o , lo cual reduciría las reservas de su ban-
co central, que disminuiría el v o l u m e n de billetes en circula-
ción, con lo que la oferta monetaria se contraería, los precios
bajarían, la competitividad del país aumentaría y el déficit co-
mercial tendería a disminuir. El país con superávit acumularía
oro, sus precios subirían al aumentar el dinero en circulación
y perdería competitividad.
H o y sabemos que las cosas no ocurrieron nunca exacta-
mente como postulaba el teorema de Hume, entre otras cosas
porque el ajuste a través de la deflación tenía dos i n c o n v e -
nientes: era costoso socialmente y era lento. Era costoso s o -
cialmente porque el ajuste deflacionario, con sus consecuen-
cias de bajadas de precios y salarios, quiebras y desempleo era
duro y, además, presentaba problemas de equidad y de efi-

ii7
LOS ORÍGENES DEL S I G L O X X I

ciencia, ya que las bajadas no eran simétricas (u homogéneas)


y a menudo afectaban más a sectores débiles y no necesaria-
mente relacionados con el comercio exterior. P o r esa misma
razón, era lento, porque, p o r mucho que bajaran los precios
de los productos de consumo interno, mientras el correctivo
no llegara a los sectores exportadores, toda la tensión social y
el desempleo no servían para nada. Por mucho que se depri-
miera la economía, si ia bajada de precios no alcanzaba sufi-
cientemente al sector exportador, el déficit comercial persisti-
ría. Por esta razón, los países periféricos, como España. Italia
y Argentina, no adoptaron el patrón o r o o lo abandonaron en
momentos de dificultades. Los países que lo practicaron ple-
namente fueron descubriendo gradualmente el arte de la p o -
lítica monetaria y el oficio del banco central, recurriendo de
este m o d o a expedientes que aceleraran los ajustes y aminora-
ran sus costes sociales. Así, en casos de abundancia de o r o , se
seguía una política de «esterilización», que consistía en emitir
billetes por debajo del máximo permitido por el encaje de oro,
para así evitar alzas excesivas de precios. Y en momentos de
pérdida de o r o , se trataba de aminorar las fluctuaciones su-
biendo el tipo de interés, obteniendo préstamos o incluso pre-
sionando a los exportadores de o r o para que moderaran su ac-
tividad (poniendo dificultades a la conversión, c o m o hacía ei
Banco de Francia, o incluso apelando al patriotismo, como
lucía el Reichsbank).
C o n t o d o , los investigadores, con sus recientes descubri-
mientos acerca de las excepciones al mecanismo de Hume,
quizá las han exagerado un tauco. Debe reconocerse que en
los cuarenta años que precedieron al estallido de la G r a n Gue-
rra el p a t r ó n o r o funcionó como de él hubiera esperado la
economía clásica. Aparte de la favorable evidencia empírica,
que ahora comentaremos, la realidad es que el sistema sólo fue
interrumpido p o r imperativos militares y que, en cuanto se
restableció la paz, nadie dudó de la conveniencia de restaurar
un mecanismo que había funcionado perfectamente durante
tanto tiempo.

118
IV. UN SIGLO DE ORDEN Y PROGRESO

En total, las consecuencias del sistema áureo fueron más


que satisfactorias. Se trataba de un mecanismo m u y eficaz de
integración y de interpenetración comercial, que permitió una
notable estabilidad de precios, incluso una leve deflación en
las últimas décadas del siglo XIX, y una suave inflación en ios
comienzos del siglo XX. Favoreció también el desarrollo del
comercio internacional y, p o r tanto, la especialización de los
países en un sistema de división del trabajo que aumentaba la
productividad. Permitió al mismo tiempo la incorporación al
comercio mundial de los países de la periferia, aunque con los
problemas de ajuste que hemos mencionado. A pesar de estos
problemas, los países periféricos, como España, Portugal, Ita-
lia o Argentina, trataron p o r todos los medios de mantenerse
en el patrón oro y, cuando no lo lograron, es decir, cuando tu-
vieron que renunciar a la plena convertibilidad, trataron al
menos de conservar la paridad oro de sus monedas y, p o r tan-
to, que sus niveles de precios no se apartaran de la tendencia
mundial. Ello lo hacían no sólo p o r razones de prestigio na-
cional, sino también porque eran conscientes de que el m a n -
tenimiento de "n sistema de tipos de cambio fijos favorecía el
comercio y, por ende, las exportaciones y la importación de
capital. En conjunto, p o r tanto, la contribución del p a t r ó n
oro al desarrollo económico fue m u y positiva y no hay duda
de que su quiebra fue u n o de los grandes reveses económicos
de la Era Contemporánea.

EL SISTEMA BANCARIO Y FINANCIERO

Otra innovación institucional ligada al desarrollo m o n e -


tario fue la relativa al sistema bancario. Además de crear dine-
ro y p r o v e e r de este extraordinario instrumento comercial a
la sociedad, los bancos llevan a cabo una función de interme-
diación entre ahorradores e inversores. Exactamente igual que
una economía familiar, una sociedad cuando invierte tiene
que recurrir al ahorro o al crédito.* Los bancos (aquí incluí-
'1

LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

mos todas las sociedades de crédito, es decir, también cajas de


ahorro, cooperativas, mutuas, etcétera) son uno de los instru-
mentos que conectan a ahorradores e inversores. Los ahorra-
dores depositan su dinero en el banco bien por razones de se-
guridad, bien p o r deseo de recibir un interés, bien p o r ambos
motivos. Los bancos a su v e z prestan ese dinero a quienes lo
demandan, típicamente comerciantes, industriales y organis-
mos públicos. El otro instrumento institucional que conecta
ahorradores e inversores es el mercado de capitales (Bolsas),
donde los ahorradores adquieren títulos que son reconoci-
mientos de deuda emitidos p o r los inversores (generalmente
empresas). C o m o esta compra implica un compromiso de de-
volución p o r parte del emisor del título, en realidad es un
préstamo.
Hasta la Revolución Industrial, el sistema bancario ser-
vía básicamente a dos tipos de actividades: el comercio y la
política. Ya durante el gran desarrollo comercial en la Anti-
güedad, primero con Grecia y después con Roma, el sistema
bancario y el monetario se habían desarrollado con estos fi-
nes. Los banqueros medievales habían aparecido en las ferias,
c o m o cambistas y prestamistas de los comerciantes, pero
p r o n t o surgió otro v o r a z demandante de crédito: el Estado,
que necesitaba financiar sus actividades dianas, de un lado, y
sus necesidades urgentes, de otro. Tanto las actividades de los
comerciantes como el funcionamiento de los estados requerí-
an crédito a corto plazo (no más de tres meses), pero las nece-
sidades urgentes del Estado exigían enormes préstamos y fre-
cuentemente a largo plazo. Estas necesidades urgentes eran
las bélicas; la financiación de las guerras, como hemos visto en
el caso español, inglés y francés, llegó a arruinar a banqueros
y estadistas.
C o n la Revolución Inglesa nació un nuevo tipo de ban-
co: el banco oficial, que acabaría p o r convertirse en banco
central. El Banco de Inglaterra fue fundado en 1694 para ha-
cer préstamos al gobierno inglés, a cambio de lo cual adquiría
el monopolio de emisión de billetes en Londres y alrededores.

I20

i
IV. UN SIGLO DE O R D E N Y P R O G R E S O

Así, aunaba el crédito al Estado con el crédito a comerciantes;


el nuevo Estado inglés se caracterizó p o r llevar a cabo sus ta-
reas financieras con mucho m a y o r responsabilidad de lo que
era tradicional en gobiernos del A n t i g u o Régimen: la deuda
pública inglesa fue pagada con puntualidad y el Banco de I n -
glaterra se convirtió en un valioso auxiliar en su administra-
ción. Paralelamente se desarrolló en Londres la Bolsa (Stock
Exchange), donde se cotizaban los títulos de deuda ingleses,
especialmente los famosos «consolidados» (consols). Durante
el siglo xvill, todo el sistema crediticio inglés se fue haciendo
más eficiente y complejo, con una notable especialización de
las diferentes instituciones. Bancos locales (country banks),
bancos comerciales (mercbant banks), casas especializadas en
descuento de letras (discoimt houses), etcétera, formaban una
red crediticia en c u y o centro estaba el Banco de Inglaterra,
que poco a poco fue asumiendo el papel de responsable de la
liquidez del sistema c o m o prestamista de los grandes bancos
comerciales, que eran el segundo círculo del sistema, y de r e -
gulador de la oferta monetaria, además de actuar como ban-
quero del Estado. Curiosamente, en Escocia apareció, casi si-
multáneamente, un sistema bancario distinto, m u y libre y
autorregulado.
En el continente las cosas no podían ser c o m o en Ingla-
terra precisamente poique, como ya puso de relieve m u y agu-
damente Gcrsohenkron, al intentar imitar al país líder, ya se
hacían las cosas de manera diferente, ya que Inglaterra no ha-
bía imitado a nadie. Pero no cabe duda cié que los bancos cen
trales de los demás países europeos estaban más o menos
conscientemente inspirados en el Banco de Inglaterra y que el
principio de un sistema bancario gobernado p o r un banco
central semioficial terminó por imponerse.
C o n la industrialización apareció un nuevo tipo de d e -
mandantes de crédito, los industriales y las grandes compañí-
as de obras públicas, en especial las de transportes (carreteras,
canales, ferrocarriles). Los industriales necesitaban crédito no
sólo para las operaciones corrientes (pago de salarios, compra
LOS ORÍGENES DEL S I G L O XXI

de materias primas) sino también para las de instalación (edi-


ficios, maquinaria). Tales necesidades se hicieron más exigen-
tes en los países del continente que en Inglaterra. Este país,
como iniciador de la Revolución Industrial, fue acumulando
gradualmente el capital necesario: las primeras fábricas fueron
relativamente pequeñas; las primeras máquinas, simples y de
madera, no resultaban demasiado caras. Los industriales in-
gleses se bastaron para autofinanciarse y recurrieron princi-
palmente a créditos comerciales. En los países seguidores
(Bélgica, Suiza, Francia, Alemania), las cosas fueron distintas.
El crecimiento gradual era aquí imposible: no se podía empe-
zar con empresas pequeñas y técnicas anticuadas; para concu-
rrir con la industria inglesa había que competir en precios y
calidad: se necesitaban fábricas grandes y modernas, y eso re-
quería fuertes préstamos a largo plazo. Lo mismo ocurría con
los ferrocarriles, por supuesto. Los ferrocarriles ingleses co-
menzaron como compañías locales, financiados también l o -
calmente, cuyas acciones y obligaciones se fueron abriendo
paso gradualmente en los mercados londinenses; en el conti-
nente, es le modelo tampoco era posible: los ferrocarriles se
construyeron como consecuencia de la voluntad estatal, gene-
ralmente según un plan previamente trazado a escala nacional
y tratando de cumplir ciertos plazos. Todo esto excluía la p o -
sibilidad de financiación gradualista a la inglesa.
Por todas estas razones, en los países continentales apa-
reció una banca deliberadamente destinada a la financiación
de la industria y las obras públicas, frecuentemente con apo-
yo estatal. El primer caso fue el de Bélgica con la Société
Genérale, banco fundado p o r el rey de Holanda en 1822,
cuando Bélgica era una provincia holandesa y el soberano
buscaba el a p o y o de sus nuevos subditos creando un banco
oficial que promoviese el desarrollo. Tras la independencia de
Bélgica, la Société Genérale continuó en su papel de banco de
desarrollo, invirtiendo en obras públicas e industria pesada.
El ejemplo de la Société Genérale fue imitado en otros países
y en la propia Bélgica, donde en 1835 fue fundada la Banque

122
IV. UN SIGLO DE O R D E N Y P R O G R E S O

de Belgique, con fines y organización m u y parecidos, aunque


distinta orientación política (los nuevos banqueros eran libe-
rales que acusaban a la Société Genérale de ser conservadora
y proholandesa). El caso es que en la Francia de la primera
mitad del siglo XIX también hubo una serie de proyectos de
bancos que financiaran la industria, alguno de los cuales,
como la Caisse Genérale pour le Commerce et l'Industrie, de
Jacques Laffitte, tuvieron una brillante ejecutoria. El más fa-
moso de estos experimentos bancarios franceses fue el Crédit
Mobilier, fundado en 1852 con apoyo estatal por los herma-
nos Émile e Isaac Péreire, judíos bordeleses de origen portu-
gués. Fue el primer banco de negocios que se organizó como
sociedad anónima. Su principal campo de inversión fueron los
ferrocarriles, pero promovió otras empresas de transportes,
otros bancos, seguros, minas, inmobiliarias, etcétera. Sus ne-
gocios en bienes raíces acabaron hundiéndolo en 1867. La im-
portancia del Crédit Mobilier reside, en primer lugar, en la
originalidad y el alcance de la idea. Este nuevo tipo de banco
fue imitado en muchos países europeos y en Estados Unidos:
en muchos casos fueron los mismos Péreire y sus asociados
quienes establecieron réplicas en países extranjeros. Así, en
España, el Crédito Mobiliario Español fue fundado en 1856
con fines y estructura muy parecidos al de su modelo francés,
bancos similares se establecieron en Alemania y en Italia,
dándose el caso de que algunos de estos bancos filiales tuvie-
ron una vida mucho más larga que la matriz, como ocurrió en
España. En segundo lugar, el Crédit Mobilier nació en parte
de una rivalidad bancaria y personal: la de los Péreire y\ los
Rothschild, dos familias judías de diverso origen (como su
apellido sugiere, los Rothschild provenían de Alemania). Sin
bien los Péreire fueron banqueros y emprendedores de gran
relieve, la historia de los Rothschild es asombrosa, porque es-
tos cinco hermanos nacidos en Francfort construyeron una
red bancaria a escala europea con establecimientos en Lon-
dres, París, Francfort, Viena y Roma. En España tuvieron una
sucursal dirigida por su asociado y paisano Daniel Weiswei-
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

11er cuya importancia en la historia económica del siglo X I X


español fue m u y grande. Lo mismo puede decirse de la pode-
rosa red Rothschild a escala europea.
Tras la quiebra del Crédit Mobilier apareció una nueva
contribución original a la historia bancaria: el banco univer-
sal. En Francia fueron apareciendo una serie de bancos (Cré-
dit Industriel et Comrnercial, Crédit Lyonnais, Société Gené-
rale, esta última, homónima de la belga) que combinaron con
prudencia el crédito industrial con el comercial. Esta combi-
nación requiere cautela, porque los préstamos a la industria
acostumbran a ser a largo plazo y, por tanto, poco líquidos.
Los bancos acostumbran a pagar a sus depositantes a la vista,
de m o d o que en momentos de apuro los activos poco líquidos
pueden ser causa de suspensión de pagos: esto le ocurrió al
C r é d i t Mobilier. Sólo separando muy bien los pasivos (deu-
das) a corto plazo y a largo pueden los bancos combinar am-
bos tipos de crédito sin excesivo riesgo. Esto aprendieron a
hacer los nuevos bancos universales en Francia y en Alemania
(y más tarde en España). Alemania es el ejemplo de un país
que se desarrolla económicamente antes de existir como enti-
dad política. También es el caso de un país donde la industria
pesada o de capital tuvo más importancia que la ligera o de
consumo ya en sus primólas etapas de crecimiento, lo cual im-
plica que las necesidades iniciales de capital fueran mayores.
Bajo la influencia francesa, los bancos alemanes comenzaron
a combinar actividades comerciales (préstamos a corto plazo)
con actividades industriales (promoción de empresas, ven-
diendo acciones y obligaciones en Bolsa y entre sus redes de
clientes, créditos a medio y largo plazo). El prototipo de ban-
co universal alemán fue el Deutsche Bank, fundado en 1870
p o r un grupo de banqueros y políticos liberales berlineses,
pero hubo otros como el Banco de Darmstadt, el Diskonto-
gesellschaft y el de Dresde (conocidos como los bancos «D»),
el C o m m e r z b a n k y el Schaafhausen. Se ha discutido mucho
acerca del papel de los bancos universales en la industrializa-
ción alemana. Por un lado, es cierto que nó sólo financiaron,

124
IV. UN S I G L O DE O R D E N Y P R O G R E S O

sino que asesoraron e incluso en ocasiones dirigieron sectores


industriales clave como la siderurgia, la minería, la química o
la electricidad. Por o t r o , se alega que estos bancos a la larga
perjudicaron a la economía alemana, facilitando las activida-
des monopolísticas. C o m o ocurre a menudo en ciencia social,
la razón está dividida.
En los demás países europeos fueron también aparecien-
do sistemas bancarios a medida que el desarrollo económico
los iba demandando. En Austria-Hungría, Italia, España y
anecia los sistemas bancarios tenían más en común con el ale-
mán que con ei inglés, que mantuvo m a y o r separación entre
crédito comerciai y crédito industrial. Ello se atribuye gene-
ralmente a la relativa escasez de capital tanto físico c o m o hu-
mano y al relativo subdesarrolio del mercado de capitales.
[Sobre ei papel de la banca en el desarrollo económico, véan-
se las obras clásicas de Schumpeter ( 1 9 6 1 ) , Gerschenkron
(1965) y Camercn ( 1 % 7 ) , ( W 2 ) y (1974)].
Otra institución financiera de gran importancia históri-
ca es la Bolsa de Valores. La Bolsa también desempeña un
papel de intermediación, pero es un mercado abierto, en l u -
gar de una empresa. Mientras los bancos son empresas m u l -
tiproducto que ofrecen servicios de muy diverso tipo ( h o y en
día hasta venden televisores), la Bolsa es un p u r o mercado en
que se compran y venden títulos de deuda, tanto pública
como privada. Es decir, se compran y venden obligaciones
del Estado y otras formas de deuda pública (bonos del Teso-
ro, deuda del Estado, etcétera) y acciones y obligaciones de
empresas privadas. Por supuesto, hay títulos semipúblicos,
como los de las empresas participadas p o r el Estado en p r o -
porciones variables, entes paraestatales, etcétera. La Bolsa,
por tanto, es el mercado de capital p o r excelencia. C a r a c t e -
rísticamente, los emisores de estos títulos toman dinero a
préstamo y los compradores son los prestamistas, que espe-
ran obtener una remuneración p o r sus préstamos en f o r m a
de intereses en el caso de las obligaciones, y de dividendos y
aumento de la cotización en el de las acciones. En muchos ca-
1
L O S ORÍGENES DEL S I G L O X X I

sos los p r o p i o s bancos actúan en Bolsa: eso depende de las


regulaciones de cada país.
Inútil es decir que para que una Bolsa tenga importancia
los oferentes de capital (los ahorradores) deben ser numerosos;
es decir, el país debe tener un alto nivel de prosperidad para te-
ner un número alto de ahorradores sustanciales. No nos sor-
prenderá p o r todo esto que las primeras Bolsas de Valores im-
portantes hayan sido las de Amsterdam (siglo xvil) y Londres
(siglo xvín), y, poco después, la de París, también en el siglo
X V I I I , que adquirió su ieglameniación, bastante rígida, en tiem-
pos de la Revolución Francesa. Las Bolsas comenzaron nego-
ciando sobre t o d o títulos de deuda púbüca y acciones de las
grandes compañías comerciales. La deuda consolidada inglesa
fue quizá el título más negociado del mundo en el siglo xvín.
En el xix fueron abriéndose otras Bolsas, como la de Nueva
York, la de Milán, la de Madrid, la de Berlín, la de Viena, etcé-
tera. Las Bolsas de Londres y de París, y en mucho menor me-
dida la de Berlín, tuvieron una fuerte proyección internacional
en el siglo X I X : elio quiere decir que en ellas se negociaban tí-
tulos extranjeros, tanto deuda pública como acciones y obliga-
ciones privadas. Estas operaciones de Bolsa con títulos extran-
jeros eran el vehículo más común de exportación de capital.
A medida que las economías se fueron haciendo más
complejas, los títulos privados fueron adquiriendo mayor
protagonismo: ya hemos hablado del papel que las compañías
de ferrocarriles y de otras obras públicas tuvieron en el desa
rroUo de los mercados de capitales. Más adelante fueron las
grandes sociedades anónimas mineras, químicas, metalúrgi-
cas, mecánicas, eléctricas, etcétera, las que acudieron a la Bol-
sa en busca de capital. M u y a menudo el recurso a la Bolsa se
hacía a través de la banca: una empresa encargaba a un banco
(o un sindicato de bancos) que actuara como agente de venta
de sus acciones; el banco generalmente aseguraba un precio y
un v o l u m e n de venta, y cobraba p o r ello una comisión. Ésta
es la operación típica de « p r o m o c i ó n y aseguramiento», ca-
racterística de los bancos universales.

126
V
DIVISIÓN DEL T R A B A J O Y L U C H A DE CLASES

CRECIMIENTO ECONÓMICO Y CAMBIO SOCIAL

El gran crecimiento económico del siglo XIX tenía que


traer consigo cambios sociales de gran envergadura; en efec-
to, así fue. De un lado, el gran aum.en.to.de la producción.d.e
bienes y servicios de t o d o tipo permitió un alza sostenida del
nivel dé vida en unas poblaciones c u y o número creció a un
ritmo sin precedentes, c o m o hemos visto. Esto es natural: si
[¿"producción de alimentos y la de vestimenta, el ritmo de la
construcción y los servicios de transporte crecieron como
nunca lo habían hecho, la mayoría de la población, que era la
consumidora de esos bienes y servicios, tuvo que mejorar su
nivel de vida: tuvo que comer mejor, aumentar la cantidad y
Calidad de su vestuario, acceder a más y mejor vivienda, acre-
centar su movilidad, C t C é f " 6 J T í i l . i . G i l efecto, así ocurrió, aun-
que, como veremos, a un ritmo más lento de lo que muchos
hubieran querido. A esa relativa ler-Htud contribuyó sin duda
el gran aumento de la población, porque, para que esa mejora
de nivel de vida se produjera, la producción de bienes y servi-
cios no sólo debía crecer, sino que debía hacerlo ?. un ritmo
superior al del aumento de población.
Por o t r o lado, el crecimiento económico exigió una
enorme redistribución geográfica y ocupacionaí de la pobla-
ción, es decir, un gran cambio en su estructura. Algunos as-
pectos de estos cambios los hemos visto ya en capítulos ante-
riores. El éxodo del campo a la ciudad y de unos continentes
a otros, en especial la emigración de europeos hacia América
y, en menor pero respetable medida, hacia Australia y Nueva
Zelanda, constituyó también un fenómeno sin precedentes
por sus dimensiones. U n a cierta emigración europea hacia

127
LOS ORÍGENES DEL S I G L O X X I

América había tenido lugar desde el siglo x v i ; pero se trataba


de un movimiento de apenas unos centenares de personas
anualmente. El ritmo se aceleró algo durante el siglo x v í n ,
pero cuando el movimiento se convirtió en un torrente que
arrastraba a más de medio millón de personas anualmente fue
en el siglo x i x , especialmente en su segunda mitad. Durante el
siglo XVIII y la primera mitad del XIX, hubo también una im-
portante corriente de emigración involuntaria desde África,
tanto hacia América como hacia el Oriente Medio y Asia.
Estas migraciones y este crecimiento demográfico cam-
biaron para siempre la estructura de las poblaciones, tanto en
los países europeos, como en África y en los continentes ame-
ricano y oceánico. En estos últimos, los países receptores, la
población de origen europeo aumentó considerablemente y,
en menor medida, también lo hizo la de origen africano. Esto
p r o d u j o fuertes incrementos de población y un movimiento
hacia el o e s t e y el interior del continente americano, y movi-
mientos de naturaleza semejante en Oceanía. Es lo que en la
historia de Estados Unidos se conoce como la «economía de
frontera», la organización social y económica basada en el
movimiento de colonización de territorios semivacíos. Una
consecuencia de esta entrada en explotación de tierras vírge-
nes, en conjunción con las mejoras de transporte transoceá-
nico, fue un aumento de la exportación de materias primas y
productos agrícolas desde ios N u e v o s Continentes ai Viejo,
con el consiguiente abaratamiento de los alimentos y de lo?
demás productos importados, pero con una correlativa «gran
depresión agraria» en Europa, donde la baja de los precios
arruinó a muchos agricultores durante el último cuarto del si-
glo XIX. Esto constituyó un proceso autoalimentado. Muchos
de estos campesinos arruinados se vieron obligados a aban-
donar la agricultura y emigrar hacia las ciudades o hacia los
países nuevos. Al cabo de varias décadas, el éxodo campesino
había alterado definitivamente las sociedades tanto recepto-
ras c o m o emisoras. H a y que reiterar, sin embargo, que esta
crisis agraria benefició sobre t o d o a los habitantes modestos

128
V. DIVISIÓN DEL TRABAJO Y LUCHA DE CLASES

de las grandes ciudades, que pudieron adquirir alimentos más


baratos.
En África en el siglo XVIII, la exportación de esclavos y
las guerras intestinas que el tráfico de esclavos causó tuvieron
como consecuencia una cierta despoblación y profundos
cambios en las estructuras sociales y políticas. En efecto, si
África había sido tradicionalmente un continente exportador
de esclavos, o r o y marfil, tras el descubrimiento de A m é r i -
ca, la demanda de esclavos excedió con mucho la de las otras
mercancías. H a y que aclarar que en África el tráfico de escla-
vos se practicaba desde tiempo inmemorial y había dado lugar
a la aparición de estados belicosos especializados en la captu-
ra, venta y exportación de este tipo de mano de obra. C o n el
descubrimiento de América, y sobre todo con el desarrollo de
las plantaciones en zonas tropicales y semitropicales, la d e -
manda de esclavos provenientes de zonas de esas mismas lati-
tudes aumentó grandemente. Algunos puertos en el golfo de
Guinea (Elmina, Calabar) se convirtieron en puntos d o n d e
ios negreros europeos adquirían de los reyezuelos locales es-
clavos que se transbordarían para venderlos en América. Pero
el sistema de plantación también se desarrolló en islas del océ-
ano índico y un tráfico m u y parecido surcó sus aguas desde
puertos como Mo.abasa, Mogadiscio y otros, y también des-
de Madagascar. Los efectos de este comercio fueron perjudi-
ciales en conjunto (pero no para los reyezuelos cazadores de
esclavos y para sus tribus) para la economía africana, q u e se
convirtió en exportadora casi exclusiva He mano de obra e im-
portadora de prácticamente todo lo demás, especialmente
productos industriales y armas. Éstas sirvieron para fortalecer
avíos reyezuelos a costa de sus hmítrofes. Enriquecidos por la
trata, estos gobernantes, mejor armados, ensancharon sus d o -
minios a expensas de sus vecinos, a quienes sometían y escla-
vizaban.
ÜÍ En el siglo XIX las cosas cambiaron lentamente. C o n la
prohibición del comercio de esclavos a principios del siglo, la
Sangría exportadora de seres humanos disminuyó gradual-

129
L O S ORÍGENES DEL S I G L O X X I

mente. A ello correspondió un renovado interés por las mer-


cancías africanas, tanto porque plantaciones similares a las
americanas podían también darse en suelo africano como por-
que el subsuelo de este continente fue revelándose rico en dia-
mantes, metales preciosos y otros codiciados productos mi-
nerales. Comenzó entonces el periodo de la colonización
directa de África por las potencias europeas. Las débiles orga-
nizaciones políticas africanas (débiles en relación con las po-
tencias colonizadoras) fueron siendo sometidas a la tutela y el
protectorado de Inglaterra, Francia, Alemania, Italia, Bélgica,
Portugal y España, situación que vino a durar unos setenta
años, desde el Congreso de Berlín de 1885, en que el reparto
de África fue objeto de una conferencia que lo legalizó, hasta
que hacia 1955 se iniciara un rápido proceso de descoloniza-
ción que dejó al continente en una situación no mucho mejor
que la que predominaba en vísperas del Congreso berlinés, .f
En Europa, entretanto, la proporción de agricultores
disminuyó dentro de la población total. En esto también lle-
vó la delantera Inglaterra, donde ya antes de 1850 la población
empleada en la industria superaba ampliamente a la empleada
en la agricultura y actividades relacionadas (pesca y explota-
ción forestal). Los demás países, europeos o no europeos, que
fueron siguiendo la senda de la industrialización, experimen-
taron, aunque con considerable retraso, una evolución pare-
cida: la población agrícola fue disminuyendo, primero en tér-
minos relativos (crecía, pero menos que la población total),
luego en términos absolutos. En correspondencia, la pobla-
ción urbana (es decir, la dedicada al comercio y a la industria)
aumentó, en términos relativos y absolutos. Este cambio de
estructura tuvo a su vez importantes consecuencias. De nue-
vo aquí Inglaterra mostró un camino pero, al ser la gran pre-
cursora, su experiencia fue irrepetible.
\l\ éxodo de población hacia las grandes ciudades provo-
có graves problemas sociales. En primer lugar, las ciudades no
t'Nialian preparadas para recibir el aluvión de nuevos habitan-
ICN. Londres tenía más de un millón en 1800 y pasó a tener 2,7

130
V. DIVISIÓN DEL T R A B A J O Y L U C H A DE CLASES

millones en 1850: era la mayor ciudad del mundo. Otras ciu-


dades inglesas, menores, crecieron más en proporción: Bir-
mingham pasó de 74.000 a 233.000, lo cual implica que se
multiplicó por algo más de 3. Manchester, la ciudad del algo-
dón, pasó de 90.000 a 303.000, se multiplicó por 3,4. Sheffield,
la ciudad del acero, pasó de 31.000 a 135.000, lo cual implica
que se multiplicó por 4,35. Era imposible, con las técnicas de
entonces, acomodar a los nuevos habitantes en circunstancias
mínimamente adecuadas. Las condiciones de vivienda que es-
peraban a los recién llegados eran terribles. El hacinamiento
fue la norma en las primeras décadas del siglo X I X . Por otra
parte, aunque en ciertos aspectos las condiciones de vida en
las ciudades fueran mejores que en el campo (salarios, trans-
porte, vida social y cultural, etcétera), ya que si no, no hubie-
ran emigrado, había otro elemento terriblemente negativo en
la vida de los trabajadores urbanos: la inseguridad. Cierto es
que también la vida del agricultor tradicional tenía grandes
riesgos, dependientes en gran parte del clima (en la Edad Me-
dia y gran parte de la Moderna la otra gran fuente de insegu-
ridad campesina era la guerra, el bandidaje y el pillaje): el pe-
drisco o la sequía podían matar de hambre a los agricultores
pobres, Pero esta fatalidad meteorológica no la achacaba el
agricultor sino a la voluntad divina, y acrecentaba su fe reli-
giosa, que le servía de consuelo en los trances difíciles. Era
inútil rebelarse contra esta voluntad superior, que el campesi-
no aceptaba estoicamente; sin embargo, cuando pensaba que
había una responsabilidad humana, el agricultor no siempre
hacía gala de tal estoicismo: la historia de las rebeliones cam-
pesinas y los saqueos de graneros señoriales son una constan-
te en la historia de las sociedades agrarias.
En las nuevas ciudades industriales, la inseguridad pro-
venía más bien de los altibajos del mercado. Si el clima sufre
ciclos de aproximadamente nueve o diez años debidos a las
fluctuaciones solares, la actividad industrial también crece de
manera cíclica como resultado de las oscilaciones en las pers-
pectivas empresariales, que a su vez son consecuencia de la

131
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

mente. A ello correspondió un renovado interés por las mer-


cancías africanas, tanto porque plantaciones similares a las
americanas podían también darse en suelo africano como por-
que el subsuelo de este continente fue revelándose rico en dia-
mantes, metales preciosos y otros codiciados productos mi-
nerales. C o m e n z ó entonces el periodo de la colonización
directa de África por las potencias europeas. Las débiles orga-
nizaciones políticas africanas (débiles en relación con las po-
tencias colonizadoras) fueron siendo sometidas a la tutela y el
protectorado de Inglaterra, Francia, Alemania, Italia, Bélgica,
Portugal y España, situación que v i n o a durar unos setenta
años, desde el Congreso de Berlín de 1885, en que el reparto
de África fue objeto de una conferencia que lo legalizó, hasta
que hacia 1 9 5 5 se iniciara un rápido proceso de descoloniza-
ción que dejó al continente en una situación no mucho mejor
que la que predominaba en vísperas del Congreso berlinés.
En Europa, entretanto, la p r o p o r c i ó n de agricultores
disminuyó dentro de la población total. En esto también lle-
vó la delantera Inglaterra, donde ya antes de 1850 la población
empleada en la industria superaba ampliamente a la empleada
en la agricultura y actividades relacionadas (pesca y explota-
ción forestal). Los demás países, europeos o no europeos, que
fueron siguiendo la senda de la industrialización, experimen-
taron, aunque con considerable retraso, una evolución pare-
cida: la población agrícola fue disminuyendo, primero en tér-
minos relativos (crecía, p e r o menos que la población total),
luego en términos absolutos. En correspondencia, la pobla-
ción urbana (es decir, la dedicada al comercio y a la industria)
aumentó, en términos relativos y absolutos. Este cambio de
estructura t u v o a su vez importantes consecuencias. De nue-
vo aquí Inglaterra mostró un camino pero, al ser la gran pre-
cursora, su experiencia fue irrepetible.
El éxodo de población hacia las grandes ciudades provo-
có graves problemas sociales. En primer lugar, las ciudades no
estaban preparadas para recibir el aluvión de nuevos habitan-
tes. Londres tenía más de un millón en 1800 y pasó a tener 2,7

130
V. DIVISIÓN DEL TRABAJO Y LUCHA DE CLASES

millones en 1 8 5 0 : era la m a y o r ciudad del mundo. Otras ciu-


dades inglesas, menores, crecieron más en p r o p o r c i ó n : Bir-
mingham pasó de 74.000 a 2 3 3 . 0 0 0 , lo cual implica que se
multiplicó p o r algo más de 3. Manchester, la ciudad del algo-
dón, pasó de 90.000 a 303.000, se multiplicó p o r 3,4. Sheffield,
la ciudad del acero, pasó de 3 1 . 0 0 0 a 135.000, lo cual implica
que se multiplicó p o r 4,35. Era imposible, con las técnicas de
entonces, acomodar a los nuevos habitantes en circunstancias
mínimamente adecuadas. Las condiciones de vivienda que es-
peraban a los recién llegados eran terribles. El hacinamiento
fue la norma en las primeras décadas del siglo X I X . Por otra
parte, aunque en ciertos aspectos las condiciones de vida en
las ciudades fueran mejores que en el campo (salarios, trans-
porte, vida social y cultural, etcétera), ya que si no, no hubie-
ran emigrado, había otro elemento terriblemente negativo en
la vida de los trabajadores urbanos: la inseguridad. C i e r t o es
que también la vida del agricultor tradicional tenía grandes
riesgos, dependientes en gran parte del clima (en la Edad M e -
dia y gran parte c e la Moderna la otra gran fuente de insegu-
ridad campesina era la guerra, el bandidaje y el pillaje): el pe-
drisco o la sequía podían matar de hambre a los agricultores
pobres. Pero esta fatalidad meteorológica no la achacaba el
agricultor sino a la voluntad divina, y acrecentaba su fe reli-
giosa, que le servía de consuelo en los trances difíciles. Era
inútil rebelarse contra esta voluntad superior, que el campesi-
no aceptaba estoicamente; sin embargo, cuando pensaba que
había una responsabilidad humana, el agricultor no siempre
hacía gala de tal estoicismo: la historia de las rebeliones cam-
pesinas y los saqueos de graneros señoriales son una constan-
te en la historia de las sociedades agrarias.
En las nuevas ciudades industriales, la inseguridad p r o -
venía más bien de los altibajos del mercado. Si el clima sufre
ciclos de aproximadamente nueve o diez años debidos a las
fluctuaciones solares, la actividad industrial también crece de
manera cíclica como resultado de las oscilaciones en las pers-
pectivas empresariales, que a su v e z son consecuencia de la
L O S ORÍGENES DEL S I G L O X X I

psicología de masas: en tiempos de prosperidad, el optimismo


se contagia y se tiende a la sobreinversión; cuando a conse-
cuencia de ésta los beneficios descienden, el pesimismo se
abre paso y se tiende a la desinversión. En ocasiones, los fac-
tores meteorológicos u otros exógenos al sistema (guerras, ca-
tástrofes) agravan, precipitan o magnifican las crisis y las fluc-
tuaciones. La consecuencia de todo esto es que el crecimiento,
en lugar de proceder de una manera gradual o lineal, procede
en una serie de altibajos, con tendencia generalmente crecien-
te, p e r o con interrupciones periódicas. La experiencia histó-
rica es elocuente: en el siglo x i x se dio una serie de crisis eco-
nómicas a intervalos aproximadamente decenales a partir de
las guerras napoleónicas; las más graves fueron las de 1 8 4 5 -
1 8 4 8 , 1 8 6 6 - 1 8 6 8 , 1 8 7 3 - 1 8 7 5 , 1 8 8 3 - 1 8 8 6 y 1 8 9 3 - 1 8 9 5 . En el
siglo XX también hubo serias crisis, aunque las guerras mun-
diales y la política anticíclica de inspiración keynesiana elimi-
naron la periodicidad casi ineAorable de siglo anterior; con
todo, la experiencia de la cuarta década, la G r a n Depresión de
1 9 2 9 - 1 9 4 0 , constituye el ejemplo más contundente de crisis
económica en el m u n d o contemporáneo. Hablaremos de ella
más adelante.
La consecuencia de todo esto es que los trabajadores ur-
banos se encontraron a la merced de los ciclos económicos.
De poco les servía al trabajador fabril o a la obrera textil saber
que a la larga, en cuestión de unos años, el nivel de vida iba a
mejorar, si de m o m e n t o se encontraban despedidos o con
el sueldo m u y reducido a consecuencia de una depresión en el
negocio. Además, no es probable que ellos conocieran las
perspectivas a largo plazo: m u y poca gente es capaz de perci-
bir las tendencias históricas. Y, a diferencia del campesino, el
trabajador industrial no podía recurrir a matar la oveja o el
cerdo ni echar mano de la semilla en espera de tiempos mejo-
res. Lo mismo ocurría con las enfermedades o la vejez. En el
campo, una enfermedad podía no tener consecuencias dema-
siado graves, ya que la agricultura y la ganadería permiten una
considerable latitud de tiempo, es decir, toleran interrupcio-

132
V. DIVISIÓN DEL T R A B A J O Y L U C H A DE CLASES

nes de trabajo bastante largas. Por otra parte, la esposa y los


hijos podían suplir el trabajo del padre. U n o de los incentivos
a tener descendencia entre los campesinos era asegurarse unos
brazos que trabajaran la tierra en la vejez o invalidez de los
progenitores. Este amortiguador familiar no funcionaba tan
fácilmente entre los trabajadores urbanos. En primer lugar, la
ausencia en el trabajo p o r enfermedad normalmente provoca-
ba el despido; en segundo lugar, si los hijos tenían un empleo
asalariado y su propia familia, mal podrían ayudar a sus pa-
dres en la enfermedad o en la vejez. Además, dados los p r o -
blemas de vivienda y la naturaleza de la vida urbana, los nexos
intergeneracionales se debilitaban: a diferencia de lo que ocu-
rría en el campo, la experiencia rural de los padres en la prime-
ra generación no tenía ninguna relevancia en el medio urbano,
lo cual aumentaba la distancia entre generaciones. Más adelan-
te, el cambio social rápido también afectaba negativamente al
valor de la experiencia paterna. La independencia de los hijos
era p o r todo esto m a y o r y ello aumentaba el aislamiento y
desvalimiento de las parejas urbanas.
i Las fluctuaciones cíclicas se veían agravadas p o r el cam-
bio tecnológico, el principal de cuyos efectos era sustituir el
trabajo humano p o r el de la máquina y así abaratar el salario
y destinar a muchos trabaj?d>#ics «1 desempleo. Por supuesto,
a largo plazo el aumento de la productividad que el progreso
técnico permitía era beneficioso para la sociedad en su c o n -
junto, y a la larga el empleo aumentó espectacularmente: la
población inglesa, p o r ejemplo, pasó de 8,9 a 32,5 millones de
1801 a 1 9 0 1 sin que la tasa secular de desempleo aumentase.
Pero a corto plazo y en determinados sectores el paro se ha-
cía sentir sin remedio y provocaba pavorosas tragedias. El
caso mejor conocido y documentado quizá sea el de los teje-,
dores manuales ingleses en el segundo cuarto del siglo X I X ,
cuando el telar mecánico de Richard Roberts dejó a muchos
de ellos sin empleo. Parecido efecto t u v o la selfactina, tam-
bién de Roberts, la hiladora totalmente automática. C o n t r a
estas máquinas, telar automático y selfactina, se alzó la furia

133
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

destructora de los ludditas, trabajadores amotinados que des-


truían máquinas p o r considerarlas la causa del paro y los ba-
jos salarios.
Esta situación angustiosa de los trabajadores ingleses du-
rante la Revolución Industrial ha dado lugar a un debate acer-
ca de si ésta fue perjudicial o beneficiosa para las clases traba-
jadoras en Inglaterra (el bienestar de las clases trabajadoras en
otros procesos de industrialización ha recibido mucho menor
atención). C o n la perspectiva actual, el debate puede parecer
absurdo. No cabe duda de que la industrialización, la moder-
nización de las economías en los países avanzados, ha propor-
cionado un nivel de vida mucho más satisfactorio a la inmen-
sa mayoría de la población que el que tenía en las sociedades
agrarias tradicionales. Sin embargo, la discusión, que ha dura-
do ya un siglo y medio, sigue aún viva en los círculos de espe-
cialistas. Antes de entrar en la cuestión sustantiva podemos
hacernos dos preguntas. Primera: ¿qué relevancia tiene esta
cuestión en el siglo XXI? Y segunda: ¿por qué se ha circunscri-
to casi exclusivamente a Inglaterra?
A la primera cuestión hay que responder que h o y el
problema se plantea casi exclusivamente en círculos académi-
cos; los pueblos han concluido hace ya mucho tiempo que la
industrialización y la modernización económica s o n los ca-
minos al bienestar y el único debate es c ó m o conseguirlas.
Sin embargo, la polémica entre especialistas ha sido apasio-
nada, entre o t r a s cosas p o r q u e quienes afirmaban que la in-
dustrialización perjudicó a los trabajadores eran casi unáni-
mes en condenar el capitalismo y la economía de mercado.
Hoy, de nuevo, desde la caída del m u r o de Berlín y del co-
munismo en Europa, esta cuestión está casi olvidada, pero
durante el siglo XX fue una parte importante del enfrenta-
miento entre los partidarios de la economía capitalista y los
de la comunista.
La respuesta a la segunda pregunta es que, como tantas
veces hemos dicho, el caso inglés, tan imitado, es único por
ser el primero. Por una serie de razones, en los países segui-

134
V. DIVISIÓN DEL TRABAJO Y LUCHA DE CLASES

dores, la industrialización no causó tantos trastornos. U n a de


estas razones es que del ejemplo inglés se aprendió; así, p o r
ejemplo, durante el siglo XIX las ciudades (las inglesas en pri-
mer lugar) se d o t a r o n de una serie de adelantos que mejora-
ron extraordinariamente el nivel de vida de sus habitantes.
Entre éstos se cuentan la pavimentación de las calles, el alum-
brado público (primero a gas, luego eléctrico), el alcantarilla-
do, el agua corriente, etcétera. Pues bien, todas estas mejoras
se fueron introduciendo en Inglaterra gradualmente durante
la Revolución Industrial, de m o d o que las primeras genera-
ciones de inmigrantes no tuvieron apenas acceso a ellas. En
los demás países, en cambio, estas mejoras se introdujeion
cuando ya pudieron beneficiar a las primeras oleadas de inmi-
grantes. Lo mismo cabe decir de mejoras higiénicas elementa-
les, como las vacunas, o de los avances del transporte, que
permitieren un mejor abastecimiento de las ciudades. Todo
ello explica que, pese a los indudables problemas de bienestar
que se plantearon a las clases trabajadoras en casi todos los
países durante la industrialización, las situaciones nunca fue-
ran tan dramáticas c o m o en la Inglaterra de ia primera mitad
del siglo XIX.

LAS CONDICIONES DE VIDA

Son numerosos los testimonios sobre los sufrimientos de


la clase obrera inglesa en ese periodo, pero ninguno alcanzó
u n t a resonancia como el de Friedrich Engels que, como em-
presario textil, conocía bien el medio industrial inglés y en
especial la ciudad de Manchester. Sobre la base de sus obser-
vaciones personales, sus conversaciones y recogida de testi-
monios, y sus lecturas, escribió un libro {La situación de la
clase obrera en Inglaterra), publicado en 1 8 4 2 , que era toda
una requisitoria contra el sistema fabril inglés. M a r x lo uti-
lizó, junto a sus propias investigaciones, c o m o prueba de
que. el sistema capitalista estaba basado en la explotación

135
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

de las clases obreras. Posteriormente otros historiadores


británicos no marxistas, como el matrimonio H a m m o n d y
A r n o l d Toynbee el m a y o r (autor de una de las primeras his-
torias de la Revolución Industrial inglesa), escribieron en el
mismo sentido. Puede decirse que a finales del siglo X I X era
casi un dogma historiográfico que la Revolución Industrial
causó un gran deterioro del nivel de vida del inglés medio y
sobre todo del trabajador manual. Esto fue puesto en duda ya
bien entrado el siglo XX por J c h n Clapham, el gran historia-
d o r económico de Cambridge; Clapham era discípulo de Ad-
fred Marshall, uno de los padres de la economía marginalisu
e interesado en los aspectos sociales de la economía. Clapham
hiz.o lo que a todo economista le parecería lógico: construyó
un índice de salarios y lo deflactó (dividió) p o r un índice de
precios, obteniendo así un índice de salarios reales. C o m o la
tendencia que mostraba tai índice era creciente, Clapham
consideró probado que el nivel de vida de los trabajadores in-
gleses había mejorado. Él creyó haber resuelto de este m o d o
la controversia en favor de la hipótesis optimista, pero no fue
así. La discusión derivó a la representatividad y fiabilidad de
los índices. El único avance claro en la discusión fue que a raíz
del trabajo de Clapham hubo unanimidad acerca de la mejora
de las condiciones de vida a partir de mediados del siglo X I X ,
y el interés se concentró entonces en la primera mitad del si-
glo y últimas décadas del X V I I I . A pesar de que subsisten va-
rias ineertidumbres, se puede afirmar que h o y hay acuerdo
sobre varios puntos: quizá lo más sólido es la admisión de que
las experiencias de difuntos grupos fueron dispares, de modo
que no se puede tratar a las clases trabajadoras inglesas como
un todo homogéneo. Otra certeza casi indiscutible es que, in-
cluso mejorando el nivel de consumo en términos absolutos,
la distribución de la renta empeoró durante el siglo xix, es de-
cir, los más ricos se enriquecieron, absoluta y relativamente,
más que los pobres; en otras palabras, aunque todos mejora-
ran, la distancia entre ricos y pobres aumentó. Se ha sosteni-
do que durante los primeros decenios del crecimiento econó-

136
V. DIVISIÓN DEL TRABAJO Y LUCHA DE CLASES

mico aumenta la desigualdad económica y que, con la m a d u -


rez social que corresponde a las economías avanzadas, la dis-
tribución de la renta mejora sustancialmente. La evidencia,
aunque fragmentaria, parece avalar esta tesis. Parece claro que
amplios sectores de las clases trabajadoras durante la primera
mitad del siglo XIX padecieron un deterioro de su alimenta-
ción, lo cual se refleja en una disminución de la estatura de los
soldados ingleses entre mediados del siglo xvín y mediados
del siglo XIX. También la estatura de los soldados de Estados
Unidos parece haber disminuido a mediados del siglo XIX y
haber permanecido estancada desde comienzos de siglo [ C o l l
y Komlos (1998)]. Estos resultados (bastante recientes) han
sorprendido a los especialistas, ya que la caída del nivel de
vida que reflejan parece m a y o r de lo que los datos económi-
cos hacían esperar.

LA LUCHA DE CLASES

Todo lo anterior explica que, aunque las tendencias a


muy largo plazo dieran razón a los optimistas, los contempo-
ráneos fueran pesimistas, y durante el siglo x i x tuviera lugar
una larga pugna entre los trabajadores y el orden constituid z,
una pugna que fundadamente se ha llamado «lucha de ciases».
C o m o es natural; el principal campo de batalla estuvo en In-
glaterra, el país donde la línea entre los trabajadores urbanos
y las fuerzas del orden establecido estuvo más claramente de-
limitada. Durante la primera mitad del siglo, la clase o b r e r a
inglesa luchó p o r organizarse y se encontró con la barrera
formada p o r las llamadas «Leyes de Asociaciones» (Combi-
nation Acts), aprobadas p o r el Parlamento en 1 7 9 9 y 1 8 0 0
bajo la influencia de la mentalidad liberal de los economistas
clásicos. Estas leyes prohibían las asociaciones que interfirie-
ran con el libre juego de la competencia en el mercado de tra-
bajo: excluían, p o r tanto, a sindicatos y agrupaciones p a t r o -
nales. Los intentos de organización fueron severamente repri-

137
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

midos, c o m o ocurrió con la llamada «matanza de Peterloo»


(the Peterloo Massacre, juego de palabras combinando Peter
y Waterloo), en que la policía atacó salvajemente a una multi-
tud que escuchaba a un o r a d o r radical en el C a m p o de San
Pedro, en Manchester. La matanza, que tuvo lugar en 1 8 1 9 ,
fue seguida de unas leyes severamente represivas, claramente
dirigidas contra los grupos obreros y revolucionarios.
La actitud intransigente de las autoridades inglesas fue
poco a poco cediendo bajo el influjo de una serie de pensado-
res y políticos que hicieron ver a la sociedad que las protestas,
aunque a veces desmedidas, tenían justificación. Quizá el más
famoso de estos reformadores fuera Robert O w e n , en reali-
dad un empresario hecho a sí mismo, de extraordinario éxito,
que tomó partido por los trabajadores, trató de organizar fá-
bricas de tipo cooperativo, emigró a Estados Unidos para es-
tablecer su utopía laboral y, de vuelta en Tnglaterra, intentó
crear un gran movimiento sindical. Ninguna de las obras de
este gales le sobrevivió, pero su influencia y su fe en la educa-
ción como la gran emancipadora sí lo hicieron. O t r o gran re-
formador fue el aristócrata y político lord Shaftesbury (o lord
Ashley, que ambos títulos tenía), quien utilizó su influencia
en ei Parlamento para iograr que se aprobaran dos leyes his-
tóricas: la Ley de Fábricas de 1833 y la Ley de las Diez Horas
de 1 8 4 7 . La primera de estas leyes trataba de proteger en es-
pecial a las mujeres y los niños que trabajaban en las fábricas;
la segunda — q u e él inspiró, aunque no era diputado cuando
se a p r o b ó — , como su n o m b r e indica, establecía una jornada
laboral que h o y nos parecería m u y excesiva, pero que enton-
ces, cuando la jornada era aún más larga, se encontró con la
oposición de empresarios y economistas. Un aspecto muy
importante de ia L e y de Fábricas residió en que preveía la
creación de un cuerpo de inspectores que la hiciera cumplir y
que redactara una serie de informes a los que políticos y escri-
tores tuvieron acceso (buen uso de ellos hicieron Marx y En-
gels), y que también contribuyeron a crear un movimiento de
opinión favorable a los trabajadores. O t r o conocido refor-

138
V. DIVISIÓN DEL T R A B A J O Y L U C H A DE CLASES

mista fue el filósofo y economista J o h n Stuart Mili, cuya de-


dicación intelectual no le impedía ser activista de diversas cau-
sas, como el socialismo o el feminismo. La autoridad de Stuart
Mili como filósofo y economista dio peso a sus escritos en fa-
v o r de la igualdad y en apoyo de los derechos de la clase o b r e -
ra. Sus influyentes Principios de economía política [(1900), II,
pp. 4 3 8 - 4 3 9 ] , cuya primera edición es de 1 8 4 8 , contenían una
defensa del sindicalismo y de la huelga c o m o «instrumentos
necesarios del mercado libre, los medios indispensables para
permitir a los vendedores de trabajo el defender sus intereses
en un sistema de competencia». Implícitamente Mili estaba
afirmando que los empleadores tenían más fuerza de negocia-
ción que cada trabajador individual y que la negociación c o -
lectiva permitía restablecer el equilibrio. Gracias a esta nego-
ciación colectiva, continuaba Mili, los trabajadores podrían
participar de los «beneficios [crecientes] que se derivaban de
su trabajo», lo cual permitiría «una mejora radical en las rela-
ciones políticas y económicas entre el trabajo y el capital». De
manera también implícita, Mili estaba así ligando las mejoras
de salarios a las alzas en la productividad. P o r su moderación
y su racionalismo, Mili es precursor del movimiento laboris-
ta inglés.
El gran partido o movimiento obrero i evolucionan o de
lá Inglaterra decimonónica fue el llamado «chartismo». Se lla-
maba así p o r q u e su programa, redactado en 1 8 3 9 p o r dos lí-
deres reformistas, Wiiliam L o v e t t y Francis Place, recibió la
denominación de Carta del Pueblo (The People's Charter).
francis Place se había distinguido p o r su campaña contra las
Leyes de Asociaciones, que fueron derogadas en 1824. Inteli-
gentemente, el chartismo era más un movimiento de reforma
electoral que otra cosa: perseguía el sufragio universal mascu-
lino y otra serie de reformas políticas y electorales destinadas
^permitir que hubiera representación obrera en el Parlamen-
t o , suponiendo que la reforma legislativa era el mejor medio
de emancipación de las clases trabajadoras. Sin embargo, las
peticiones chartistas fueron desoídas y el movimiento se fue

139
L O S O R Í G E N E S DEL S I G L O X X I

radicalizando bajo la dirección de un irlandés llamado Fear-


gus O ' C o n n o r . Tras una década de agitación social y tensión
política que alcanzó su paroxismo en 1 8 4 8 , el chartismo fue
perdiendo fuerza, en gran parte gracias a la indudable mejora
de las condiciones de vida que tuvo lugar a partir de esas fe-
chas. A pesar de eso, el chartismo puede ser considerado
como el más directo precursor del laborismo, que hizo suyo
su programa de reforma política que, a la postre, terminó por
imponerse.
En esos años (1849) se instalaba en Londres el joven es-
tudioso y revolucionario alemán Karl Marx, nacido en Tréve-
ris y doctorado en Jena: tenía treinta y un años e iba a pasar
en esa ciudad el resto de su vida, trabajando en la biblioteca
del Museo Británico y escribiendo y publicando sus obras
más importantes. Sin embargo, Marx, el gran profeta y teóri-
co del socialismo, escribió la m a y o r y más importante parte su
obra en alemán (una pequeña parte en francés y piezas perio-
dísticas en inglés) y su influencia sobre el movimiento obrero
en su país de residencia fue relativamente pequeña. El movi-
miento obrero inglés fue más pragmático que la teoría marxis-
ta y a la larga el evolucionismo o gradualismo se impuso a la
doctrina revolucionaria.
La indefinición jurídica en que quedaron las agrupacio-
nes de trabajadores después de la abolición de las Leyes de
Asociaciones permitió que se fueran creando algunos sindica-
tos tras la desaparición del movimiento chartista, e incluso
que hubiera un Congreso Sindical británico en 1869. Ello con-
tribuyó sin duda a la promulgación de la Ley Sindical de 187L
que de hecho legalizaba los sindicatos, lo cual permitió no
sólo que crecieran, sino que comenzaran a organizarse con fi-
nes políticos. En 1 8 8 1 aparecía un pequeño partido de inspi-
ración marxista, la Federación Socialdemócrata de H e n r y M.
Hyndman; pero en 1 8 8 4 un grupo de intelectuales, entre los
que destacaban el periodista y dramaturgo G e o r g e Bernard
Shaw y el economista y sociólogo Sidney Webb (quien poco
más tarde conocería a Beatrice Potter y formaría con ella un

140
V. DIVISIÓN DEL T R A B A J O Y L U C H A DE CLASES

matrimonio incansablemente dedicado a la ciencia social y a la


política), fundó la Sociedad Fabiana, dedicada a propagar las
ideas del socialismo reformista en Inglaterra (el n o m b r e de la
sociedad se inspiraba en el del general r o m a n o Fabio Cuncta-
tor, que combatió y venció a Aníbal en Italia sin presentarle
batalla); y en 1894 se fundó el Partido Laborista Independien-
te, de Keir Hardie. Estos tres grupos, junto con el Congreso
Sindical (Trades Unions Congress), formaron un C o m i t é de
Representación Parlamentaria en 1 9 0 0 , que en ! 9 0 6 pasaría a
llamarse Partido Laborista (Labour Party). Siguiendo la inspi-
ración chartista, el movimiento o b r e r o sindical inglés basaba
una parte importante de su estrategia en lograr representación
en el Parlamento, convencido de que de esa manera podía lo-
grar sus fines sin necesidad de una revolución violenta. El Par-
tido Laborista, era, p o r tanto, en gran parte una emanación de
los sindicatos británicos.
En el continente, la tradición revolucionaria romántica
tuvo más fuerza. El recuerdo de la R.evolucióu Francesa ofre-
cía un modelo para quienes se consideraban seguidores de
Robespierre o de Babeuf. Un discípulo y compañero de éste,
el italiano Filippo Buonarroti, se libró de la guillotina y se
convirtió en el gran profeta y espíritu encarnado de la R e v o -
lución. Sus seguidores en Francia y en Italia tuvieron gran in-
fluencia en el desarrollo de la izquierda insurreccional en esos
países. Por otra parte, el menor desarrollo industrial en el
continente durante el siglo X I X restaba fuerza y posibilidades
al movimiento sindical y al gradualismo, y prestaba m a y o r
atractivo a la teoría de la insurrección, que más tarde Lenin
llevaría a sus últimas consecuencias y a la ejecución total de
sus objetivos en Rusia, como veremos.
Por t o d o esto los movimientos de izquierda en estos
países tenían más de secta que de partido o movimiento de
masas. En Francia había una serie de líderes revolucionarios
como Louis Auguste Blanqui (discípulo directo de Buonarro-
ti) o Pierre Joseph Proudhon, el gran intelectual de anarquis-
mo y rival de Marx, de doctrinas radicales p e r o de poco cala-

141
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

do en las masas; más adelante el marxismo aumentó su influen-


cia en Francia por medio de Paul Lafargüe, y e r n o de Marx, y
de Jules Guesde. Pero en Francia el socialismo iba p o r un lado
y el sindicalismo p o r o t r o , y éste tenía mucho más eco popu-
lar. En 1 8 9 5 se fundó en Limoges lo que iba a ser el más im-
portante sindicato francés, la Confederación General del
Trabajo ( C G T ) . Los grupúsculos socialistas, más fuertes en
dogma que en afiliados, seguían tres líneas diferentes: la
marxista de Guesde, la posibilista de Paul Brousse y la inde-
pendiente, más parecida a la línea fabiana inglesa, inclinada a
luchar p o r la representación parlamentaria; en esta tendencia
figuraban Alexandre Millerand, Rene Viviani, Aristide Briand
y, algo más tarde, Jean Jaurés. Todas estas ramas se unificaron
finalmente en 1 9 0 4 en un renovado Partido Socialista que se
dio el sonoro nombre de Sección Francesa de la Internacional
O b r e r a (SFIO), apelativo que conservó hasta finges del siglo
X X . Pero el dualismo revolución-evolución pervivió en el so-
cialismo francés al menos hasta que, tras la I Guerra Mundial,
se p r o d u j o la escisión comunista. La colaboración de los so-
cialistas con los gobiernos «burgueses» y la introducción de
legislación social protectora de los trabajadores eran vistas
p o r las direcciones de sindicatos y partidos de izquierda más
que con recelo, con abierta hostilidad, como una traición en-
caminada a debilitar el espíritu combativo de las masas. Mille-
rand, que desempeñó la cartera de Comercio en el gabinete
radical de Waldeck-Rousseau y dictó una serie de medidas fa-
vorables a los trabajado!es, fue severamente censurado (y a la
larga expulsado) por sus correligionarios del Partido Socialista.
Era natural que Alemania fuera el país en que Marx tuvie-
ra más influencia, aunque viviera al otro lado del Canal de la
Mancha. El filósofo de Tréveris tuvo dos poderosos emisarios
en su país de origen: su amigo y colaborador de toda la vida,
Friedrich Engels, cuyos negocios textiles le hacían viajar fre-
cuentemente de Inglaterra a Alemania; y Ferdinand Lassalle,
un brillante político socialista, fundador en 1863 de la Unión
General de Trabajadores Alemanes. Pero Lassalle (quien no

142
V. DIVISIÓN DEL TRABAJO Y L U C H A DE CLASES

era propiamente marxista, pues concebía el sufragio universal


como el arma principal de los trabajadores y estaba dispuesto
a pactar con Bismarck si era necesario) murió en duelo en
1864; sin embargo, varios seguidores de Matx, entre quienes
destacaban Wilhelm Liebknecht y August Bebel, fundaron el
Partido Socialdemócrata Alemán en 1 8 6 9 y, en 1875, el Parti-
do Socialista Alemán (SPD), fusionando su propio grupo con
el de los herederos de Lassalle. El m o m e n t o era o p o r t u n o ,
porque la industrialización de Alemania avanzaba en aquellos
momentos a pasos agigantados. Entonces fueron las ciudades
alemanas las que crecían rápidamente: Berlín pasó de 4 1 9 . 0 0 0
habitantes en 1850 a casi 2 millones en 1900 (se multiplicó p o r
4,5); Dusseldorf se multiplicó casi p o r ocho, pasando de tener
27.000 habitantes en 1850 a 2 1 4 . 0 0 0 en 1900. D o r t m u n d , un
pueblecito de unos once mil habitantes en 1 8 5 0 , se multiplicó
casi por trece, pasando a tener 142.000 en 1900. Tendencias pa-
recidas mostraban ciudades como Francfort, Duisburg, M u -
nich, Nuremberg, Stuttgart o Wuppertal. Dada la rapidez de la
industrialización alemana en la segunda mitad del siglo X I X es
natura! la precocidad de sus organizaciones obreras y su peso
en la vida nacional. Es bien sabido que, pese a que el sistema
electoral alemán estaba ponderado de manera que moderaba el
peso del v o t o obrero; la sólida organización del Partido Socia-
lista le permitía obtener millones de votos y una creciente r e -
presentación parlamentaria. A pesar de la hostilidad que el s o -
cialismo inspiraba al canciller O t t o v o n Bismarck, forjador de
la unidad alemana y arbitro de la política germana hasta 1 8 9 0
(o quizá precisamente por esa hostilidad), su gobierno institu-
yó a partir de 1883 una serie de medidas sociales (seguros de
accedentes, de enfermedad y pensiones de vejez) que a juicio
de. muchos convirtieron Alemania en el país donde se inició el
Estado de Bienestar.
,í?U Todo esto contribuyó a que en la última década del siglo
X I X se produjera una grave escisión en el S P D : u n o de sus más
destacados directivos, Eduard Bernstein, que había sido di-
rector de la revista del partido y había pasado dos decenios de

143
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

exilio en Zurich y Londres, escribió una serie de artículos, y


luego, en 1899, un libro, m u y en la línea de los f abianos ingle-
ses, con quienes, dicho sea de paso, había estado en frecuente
contacto en Londres. Para Bernstein, la revolución era inne-
cesaria porque el sistema capitalista tenía la suficiente flexi-
bilidad para permitir la mejora del nivel de vida de la clase
trabajadora y bastaba con que ésta consiguiera suficiente re-
presentación parlamentaria para que su programa se realizase
plenamente. Tanto el caso inglés como el alemán parecían dar
la razón a Bernstein, peí o sus tesis fuemn fieramente rebati-
das p o r los demás dirigentes del partido, en particular por
Karl Kautsky. Desde Siberia y desde el exilio, Lenin apoyó a
Kautsky y fulminó a Bernstein. C o n todo, éste no fue expul-
sado del partido, aunque sí apartado de la dirección. Cuando
después de la G r a n Guerra la línea socialdemócrata se impu-
so en ei partido (aunque éste no abandonó la retórica de la re-
volución marxista hasta después de la II G u e r r a Mundial),
Bernstein pudo decir con satisfacción que sus tesis habían
triunfado.
En otros países menos industrializados los movimientos
obreros tuvieron caracteres de secta más que de partido de
masas hasta bien entrado el siglo X X . En Italia, España y Ru-
sia el movimiento masivo de izquierdas en el siglo X I X es el
anarquismo, con gran arraigo entre los campesinos sin tierra.
La indefinición teórica del anarquismo (pese a los escritos de
Mijail Bakunin, gran rival de Marx en la I Internacional) per-
mitía que en su seno coexistiesen el terrorismo puro (nihilis-
mo), el sindicalismo, el cooperativismo y el comunismo, que
los anarquistas cualificaban con el adjetivo de «libertario».
Frente a la exuberancia anarquista, el socialismo en estos paí-
ses tenía un t o n o austero y minoritario, de escuela filosófica
inspirada en un sabio alemán, el omnipresente Karl Marx. El
Partido Socialista O b r e r o Español (PSOE), fundado en 1879,
era un grupo de la élite proletaria donde predominaban los ti-
pógrafos y algún intelectual. Hasta después de la I Guerra
Mundial, tuvo poco relieve en la vida política. A l g o parecido

144
V. DIVISIÓN DEL T R A B A J O Y L U C H A DE CLASES

puede decirse del Partido Socialista Italiano, fundado en 1 8 9 2 .


En Rusia, los movimientos revolucionarios insurreccionales
se habían iniciado nada menos que en 1825 con el movimien-
to llamado «decembrista»; el espíritu sectario y conspirativo
de los revolucionarios rusos de mediados del siglo X I X está
magistralmente reflejado en la novela Los endemoniados de
Fiódor Dostoievski. Marx en sus últimos años se interesó p o r
Rusia, y los revolucionarios rusos se interesaron p o r Marx. Su
gran discípulo fue Plejánov, el introductor del marxismo en
Rusia y fundador del Partido Socialdemócrata Ruso en 1 8 9 8 .
Este partido pronto se escindió en dos alas: los mencheviques,
o minoritarios, y los bolcheviques, o mayoritarios. La d e n o -
minación es engañosa, porque los mencheviques eran más n u -
merosos; eran, además, los auténticamente socialdemócratas,
seguidores del marxismo y partidarios de aliarse con liberales
y demócratas en espera de que el desarrollo económico c o n -
virtiera la clase obrera en más fuerte y numerosa de lo que era
a principios del siglo X X . Los bolcheviques eran seguidores de
Lenin (sobrenombre de Vladímir Ilich Uliánov, abogado ruso
y miembro destacado de la izquierda revolucionaria) y perte-
necían a la escuela que hemos llamado insurreccional, parti-
daria de una revolución violenta llevada a cabo p o r un grupo
relativamente pequeño y conspirativo, preparado para la ac-
ción subversiva más que para la lucha sindical y reformista. A
partir de 1 9 1 2 las dos alas se escindieion tot.i! n e n i e . Los bol-
cheviques, '-orno veremos, aprovecharon la Revolución Rusa
de 1917, que inicialmente p r o d u j o el triunfo de demócratas y
mencheviques, para llevar a cabo una insurrección que íes dio
el poder durante más de siete décadas.

145
VI
LA BELLE ÉPOQUE

Las últimas décadas del siglo XIX y la primera del si-


glo XX, aproximadamente los cuarenta años anteriores al esta-
llido de la I Guerra Mundial, coincideníes con ese periodo de
innovaciones que hemos llamado la II Revolución Industrial,
merecieron el apelativo de época bella, entre otras razones,
porque durante ellas se hicieron claramente perceptibles los
beneficios del crecimiento económico que se había iniciado
una centuria antes. De un lado, ese crecimiento resultó conta-
gioso: una serie de países siguieron a Inglaterra p o r la senda
del desarrollo y algunos incluso la superaron en nivel de vida
o en productividad. P o r otra parte, los niveles de vida en In-
glaterra y en sus seguidores mejoraron perceptiblemente. La
expansión del desarrollo fue posible p o r la creciente integra-
ción de la economía internacional lo que, sin embargo, t u v o
como consecuencia una baja en los precios de las materias p r i -
mas, fenómeno que algunos han considerado una «gran d e -
presión». No obstante, esa baja de precios es u n o de los fac-
tores determinantes del aumento del nivel de vida y, p o r
tanto, de la belleza de esa época.

SEGUIDORES Y DESCOLGADOS

Se ha observado que el desarrollo económico internacio-


nal procedió en el siglo XIX a partir de su origen en Inglaterra
como una mancha de aceite que se fuera extendiendo en un
círculo cada vez m a y o r desde los países más cercanos a los
más alejados de ese origen; o que «la industria moderna» fue
como una planta que se originara p o r mutación, que «flore-
ciera en el clima hospitalario de Inglaterra» y cuyas semillas

147
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

hubieran volado a través del Canal de la Mancha y fueran


brotando «en países cada vez más alejados del plantel origina-
rio en G r a n Bretaña». [Cameron ( 1 9 6 1 ) , p. 5] En t o d o caso,
queda claro que el factor geográfico tiene un peso evidente en
la difusión de la Revolución Industrial. Hemos visto ya cómo
en muchos aspectos puede decirse que la modernización eco-
nómica, aunque originada en Inglaterra desde un punto de
vista estricto, fue un fenómeno europeo más que exclusiva-
mente británico. La manera en que se difundió lo corrobora.
Bélgica, m u y cercana a G r a n Bretaña, de la que está se-
parada por el Canal de la Mancha, tiene características físicas
m u y similares, y la siguió de cerca en el camino de la indus-
trialización; aunque su historia es m u y diferente, la proxi-
midad geográfica intensificó la influencia ingiesa. C o m o A l e -
mania (e Italia, aunque en mucho menor medida), Bélgica
comenzó a desarrollarse antes de ser una nación o unidad po-
lítica. Desgajada de Holanda durante la guerra hispano-holan-
desa (los Países Bajos católicos; la futura Bélgica, quedaron
bajo el dominio español), la separación se confirmó en el siglo
XVII, y fue anexada a Austria con el Tratado de Utrecht (1714).
Fue invadida y absorbida por Francia durante la Revolución
Francesa. El Tratado de Viena ( 1 8 1 5 ) la unió a Holanda que,
bajo Guillermo I, ->c constituyó en el Reino Unido de los Pai-
res Bsjcs (Holanda y 3élgica). C o n la Revolución de 1830, sin
embargo, los belgas se sublevaron contra el R e y y, después de
algunas hostilidades, Bélgica se proclamó independiente y
monarquía constitucional, instalando en el trono a un prínci-
pe de la familia real inglesa, Leopoldo de Sajonia-Coburgo.
C o m o país pequeño, Bélgica no podía modernizar su
economía más que compitiendo en el mercado internacional,
porque ni podía producir todo lo que necesitaba, ni el merca-
do nacional, con una población de poco más de 4 millones,
era lo suficientemente amplio para permitir que la industria
alcanzara escalas óptimas. Afortunadamente, emplazado en
una encrucijada económica, entre Francia, Alemania e Ingla-
terra, el país estaba m u y bien situado para abrirse al comercio.

148
VI. LA BELLE ÉPOQUE

En m a y o r grado que Inglaterra, Bélgica es m u y llano,


formado p o r dos valles que lo cruzan de suroeste a nordeste:
el del río Escalda (en neerlandés Scheldte, en francés Escaut)
al norte, flamenco; y el del Mosa (Maas, Meuse) al sur, valón.
Son dos excelentes vías de transporte, mejoradas por una red
de canales, pero el Mosa desemboca en el mar en Holanda y
el estuario del Escalda está también en Holanda, aunque par-
te de la orilla sur (Amberes) es belga. C o m o Inglaterra, Bélgi-
ca tenía abundantes recursos mineros: carbón, hierro y cinc,
ísocia! y étnicamente, Bélgica se caracteriza p o r su dualismo
político y lingüístico: dos idiomas, francés y neerlandés, d o s
etnias, valones y flamencos; el factor de unidad es el catolicis-
mo, aunque los liberales y los socialistas tienen una fuerte
tradición anticlerical. Tradicionalmente los valones (meridio-
nales) son francófonos, liberales y, en el siglo X I X , más desa-
rrollados. Los flamencos son católicos más asiduos y en el
siglo XX tomaron la delantera económica.
Bajo el dominio francés se abolió el feudalismo y se hizo
la reforma agraria desamortizadora. Durante el siglo xvm se
había desarrollado en Flandes, especialmente en Gante, una
industria textil linera y algodonera. El lino, especialmente, se
exportaba a España con destino a América. Esta industria
se mecanizó a continuación de la inglesa: Liévin Bauwens,
empresario textil importador, creó ia primera fábrica de. ma-
quinaria textil de hilar en Gante. La auexióit a Francia duran-
te el periodo revolucionario proporcionó un gran mercado,
protegido además de la competencia inglesa. Pero con la d e -
rrota de Napoleón, la industria textil belga se encontró en
muy mala situación, p o r la pérdida del mercado francés, la r e -
novada competencia inglesa y la independencia de Hispanoa-
mérica. El único remedio fue la mecanización del algodón, y
táás tarde del lino, pero con todos estos reveses la industria
textil perdió el liderazgo. Afortunadamente, en el siglo X V I I I
se había desarrollado también una industria minera de carbón
y los comienzos de la siderurgia y metalurgia, que p r o n t o se
pusieron al servicio de la industria fabricante de maquinaria

149
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

textil. O t r a industria fundada en esta época fue la del cristal,


con la famosa empresa Val Saint-Lambert, h o y mundialmen-
te conocida.
El estancamiento industrial fue u n o de los problemas
que trató de resolver Guillermo I con la creación, en 1822, de
la Société Genérale de Belgique (que se fundó c o m o «Socie-
dad General de los Países Bajos para el desarrollo del comer-
cio y de la industria»), banco de desarrollo con actividades
mixtas comerciales e industriales, el primero de su especie en
Europa. También era banco de emisión. La Sociécé Gériéraie
se fundó con muchos objetivos que cumplir, p o r q u e además
de ser banco comercial e industrial para el desarrollo tenía
como cometidos ser cajero del Estado y administrar la deuda
pública.
Ya desde el siglo xvín se había desarrollado en Bélgica la
minería del hierro y del carbón, se utilizaban máquinas
de N e w c o m e n (la primera en 1720) y había altos hornos al
coque. El carbón belga era m u y apto para la coquización, por
lo que se adoptó fácilmente la nueva técnica. El centro de la
industria siderúrgica era Charleroi, donde se introdujo el pri-
mer tren de pudelado en 1 8 1 2 , y donde Paul Huart-Chapel
inventó un tipo de h o r n o de reverbero para la fusión de cha-
en 1807. Lieja tuvo una evolución parecida.
t a r r a

\ pesar de los esfuerzos de Guillermo I, que además de


fundar ia Société Genérale dio subsidios a la industria textil, la
unión de Bélgica y Holanda no dio resultado, porque, pese a
los esplendores del siglo X V I I y al Imperio Holandés, este país
estaba estancado y su Parlamento no comprendía el dinamis-
mo del sur. Esto contribuye a explicar ia revolución belga de
1830, que logró la separación de Holanda y la independencia.
Pese al entusiasmo inicial y al a p o y o de Francia e Ingla-
terra, la independencia planteó graves problemas p o r q u e la
crisis de 1 8 3 0 se hizo sentir p o r toda Europa y ios mercados
exteriores, vitales para la industria belga, se redujeron. Bélgi-
ca intentó primero crear una unión aduanera con Francia,
pero Inglaterra lo impidió en 1 8 4 2 ; luego intentó unirse al

150
VI. LA BELLE ÉPOQUE

Zollverein (Unión Aduanera Alemana), pero Francia se negó.


La gran solución fue la construcción de la red ferroviaria, que
mató dos pájaros de un tiro: creó una fuerte demanda para la
industria pesada belga y dio a Bélgica las comunicaciones que
necesitaba para comerciar con sus poderosos vecinos.
Las condiciones para el transporte de Bélgica son exce-
lentes, al menos tan buenas como las inglesas. La red de cana-
les y ríos navegables en 1830 podía compararse con la inglesa.
La construcción de los ferrocarriles, sin embargo, fue una de-
cisión política: en esos años eran una gran innovación, p o r lo
que el Estado tuvo que acometer y financiar las obras de la
red principal p o r sí mismo. Además, se pensó que la red fe-
rroviaria iba a constituir el núcleo del nuevo país, y que si se
dejaba a la empresa privada podría ser comprada p o r holan-
deses, a quienes se veía como enemigos. El Estado también
emprendió la. organización y armamento del ejército, otro es-
tímulo para la industria pesada belga. Para estas inversiones,
sin embargo, se necesitaba financiación, lo que sin duda c o n -
tribuyó a salvar la Société Genérale, que era vista con descon-
fianza en círculos nacionalistas p o r ser obra del rey de Holan-
da. C o m o era necesaria para la financiación y administración
de la deuda pública, se la mantuvo sin embargo, aunque poco
después se fundó ia Banque de Belgique (1835) para hacer de
contrapunto. También contribuyeron ios Rothschild (James
desde París y Nathan desde Londres), que concedieron un
préstamo ai nuevo Estado, probablemente con la recomenda-
ción de sus respectivos gobiernos, lo que permitió al n u e v o
reino salir de apuros de momento.
Todos estos factores permitieron un nuevo empuje in-
dustrial tras la independencia: ia Société Genérale se convir-
tió en un banco casi puramente industrial (algo m u y nuevo)
porque, con la crisis, se quedó con gran cantidad de acciones
de compañías en mala situación, además de que p r o c u r ó que
las sociedades colectivas y familiares se fueran convirtiendo
en anónimas. El crecimiento industrial fue espectacular: en
1830 Bélgica tenía 354 máquinas de vapor; en 1 8 5 0 , 2.282 (de

151
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

las que 2 2 9 eran locomotoras y 13, máquinas de barco). La


producción y exportación de carbón creció mucho. La indus-
tria siderúrgica también, con la producción de raíles y maqui-
naria c o m o gran mercado. El más conocido de los empresa-
rios siderúrgicos belgas fue el inglés J o h n Cockerill, que
estableció altos hornos en Seraing y tenía una especie de mul-
tinacional siderúrgica. Según C a m e r o n [(1961), p. 3 5 1 , n. 71],
su fama es excesiva: su papel fue más de introductor de la téc-
nica inglesa que de empresario de éxito; era m u y hábil para
obtener subvenciones y hacerse pr O t r a industria
belga, aparte de la textil, ia siderúrgica y la del cristal, fue la de
cinc, con la Société Vieille Montagne, de Francois Dominique
Mosselman, productora y casi descubridora del cinc, metal
entonces casi desconocido al que Mosselman le iba encon-
trando usos industriales y domésticos. Pronto tuvo competi-
dores, c o m o la Nouvelle Montagne y la G r a n d e Montagne,
imitadores hasta en el nombre. C u a n d o se agotaron ios y a c i -
mientos belgas, la Vieille Montagne creó filiales en Alemania,
en Suecia y en otros países. En España se hizo cargo en 1855
de la Real C o m p a ñ í a Asturiana de Minas. En la segunda mi-
tad del siglo, Bélgica se especializó en industrias nuevas como
la química, la gasista, los tranvías y la industria eléctrica.
La agricultura belga, en cambio, no ha sido un sector
destacado. A u n q u e abundante en agua, la tierra tiende a ser
arenosa. El déficit en cereales es tradicional; la ganadería, ex-
cepto en ganado de tiro, tampoco ha destacado. Más interés
ha tenido la agricultura industrial: lino y remolacha. También
destaca la horticultura: endivias, achicoria y coles de Bruselas.
Q u i z á para compensar lo excesivamente calizo del suelo los
agricultores belgas emplearon desde siempre mucho abono,
orgánico primero, artificial después.
Rasgo notable de la economía belga a finales del siglo xix
fue la creación de la colonia del C o n g o . Se trató de una em-
presa del propio rey Leopoldo II, en gran parte porque el Par-
lamento belga se negó a asumir el coste y la responsabilidad
del p r o y e c t o . Leopoldo II siempre pensó que Bélgica debía

152
I
VI. LA BELLE ÉPOQUE

crear un imperio colonial y quedó m u y impresionado p o r las


exploraciones del estadounidense H e n r y M. Stanley en esa
zona. En 1878 se entrevistó con el explorador e inmediata-
mente se creó una sociedad de estudios que comenzó a colo-
nizar el valle del río C o n g o . En el C o n g r e s o de Berlín de
1885, se reconoció la existencia del Estado Libre del C o n g o ,
cuyo R e y era Leopoldo II. La exploración y explotación del
Congo fue sistemática y permitió un fuerte aumento del de-
sarrollo belga, p o r q u e constituyó una fuente inagotable de
materias primas: caucho, café, cacao, cobre, cobalto, diaman-
t e s , oro, etcétera. El trato brutal y la explotación de la pobla-
ción nativa dieron lugar a un escándalo, de m o d o que en 1908
Leopoldo II cedió el C o n g o a la nación belga, q u e lo adminis-
tró p o r medio d e l Parlamento. La relación económica no
cambió mucho, aunque sí se suavizó el tratamiento a ios nati-
vos. Tras la independencia de la República del C o n g o en 1960,
las cosas han ido mucho peor.
O t r o país pequeño de m u y temprana industrialización es
Suiza. El caso suizo parece un ejercicio de «más difícil toda-
vía», porque el país no tiene ni salida al mar, ni recursos mi-
nerales. Además, su relieve es extraordinariamente montaño-
so, lo cual hace que su superficie cultivable sea reducida y el
transporte difícil. Las únicas ventajas de Suiza son su situa-
ción de encrucijada comercial, entre Alemania, Francia, A u s -
tria e I t a l i a , sus abundantes recursos hídricos, la belleza de su
paisaje y el a l t o nivel educativo de sus ciudadanos. La educa-
ción tiene en la temprana industrialización suiza un papel
muy importante: Bergier [(1983), p. 177] pone de relieve que,
carente de materias primas, Suiza tenía necesidad de elaborar
las importadas y hacerlo con un gran v a l o r añadido, para lo
cual era fundamental una mano de obra capaz y educada. Las
ideas de Johann Heinrich Pestalozzi ( 1 7 6 4 - 1 8 2 7 ) sobre edu-
cación popular tuvieron gran eco durante la Revolución Fran-
cesa y se pusieron en práctica con mucho éxito en Suiza, de
modo que a comienzos del siglo X I X prácticamente toda la p o -
blación suiza estaba escolarizada y alfabetizada (en esto, sin

153
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

embargo, habían ido p o r delante los protestantes frente a los


católicos). Las escuelas superiores (Politécnico de Zurich,
1855; «Escuela especial» universitaria de Lausana, 1869) son
muy posteriores. Además del factor educativo, dos conocidos
principios económicos explican la temprana industrialización
suiza y el éxito con que se llevó a cabo: la ventaja comparati-
va y el coste de oportunidad.
Precisamente p o r sus condiciones agrícolas desfavora-
bles y la relativa densidad de su población (que le hizo expor-
tar soldados mercenarios en la Edad Moderna, el llamado
•^comercio de sangre», cuya única secuela actual es la Guardia
Suiza del Vaticano), Suiza renunció al proteccionismo y ex-
portaba textiles, además de soldados, para poder importar ali-
mentos. Esto hizo que el país, por ventaja comparativa, se es-
pecializara pronto en la industria. Cuando la mecanización de
la hilatura inglesa abarató el hilo, los fabricanres suizos lo im-
portaron y se concentraron en la tejeduría, aprovechando los
ríos para instalar ruedas hidráulicas. Para competir con Ingla-
terra, Suiza se especializó en tejidos de alta calidad, utilizan-
do telares de tipo Jacquard. Bajo el protectorado francés en el
periodo revolucionario, libres temporalmente de la compe-
tencia inglesa, los suizos aprovecharon para mecanizar su in-
dustria textil y para sentar las bases de una industria mecáni-
ca fabricante de maquinaria textil. Los textiles suizos se
exportaron con éxito durante todo el siglo X I X .
La mano de obra suiza, bien instruida, era altamente
productiva y relativamente barata, porque muchos trabajado-
res alternaban las tareas del campo en verano con la industria
doméstica en invierno; así los salarios eran bajos p o r q u e el
coste de oportunidad era bajo: para el campesino la alternati-
va al trabajo industrial era no hacer nada en los meses de in-
vierno; al mismo tiempo, como gente relativamente instruida,
su productividad era alta. Así se desarrolló la industria reloje-
ra en Ginebra, en las riberas del lago Leman, y especialmente
en la región del Jura: los campesinos producían distintas pie-
zas de un reloj, que los industriales ensamblaban. Fue algo pa-

154
VI. LA BELLE ÉPOQUE

recido a lo que había hecho Eli W h i t n e y con la producción de


fusiles en Estados Unidos. Los relojes suizos, simples, planos,
baratos, exactamente lo que se necesitaba en las ciudades d o n -
de el ritmo del trabajo exigía puntualidad, fueron desplazan-
do del mercado internacional a los ingleses, más lujosos, caros
y voluminosos.
O t r a característica de la historia económica de Suiza, y
en general de todos los países pequeños, es la búsqueda de ni-
chos, es decir, el abandono de toda pretensión de autosufi-
ciencia y la persecución de líneas productivas especializadas.
Es un aspecto más del principio de la ventaja comparativa o,
quizá mejor, de la conversión de la ventaja comparativa en
ventaja absoluta. Entre estas líneas de especialización es m u y
celebrada la relojera que hemos visto; otras son la alimentaria,
la turística y la bancaria. Puede parecer sorprendente que un
país con escasos recursos agrarios se especialice en la industria
alimentaria, pero Suiza se ha especializado en productos m u y
elaborados y de alta calidad. Probablemente el modelo fue la
tradicional industria quesera, que ofrecía un producto lácteo,
típico de ganadería de montaña, elaborado, duradero y trans-
portable. El desarrollo de la empresa Nestlé es paradigmático
en este sentido: Henri Nestlé, de origen alemán, fue un inven-
tor autodidacta gran admirador de Von Liebig, que había ya
desarrollado una sopa láctea concentrada. Nestlé produjo una
«harina lacteada» que tuvo gran éxito para la alimentación in-
fantil en un periodo (mediados del siglo x i x ) en que muchas
mujeres se incorporaban al trabaje y no tenían tiempo para
amamantar a sus hijos. Ei éxito de este producto llevó a la em-
presa a producir leche condensada (procedimiento original-
mente estadounidense) y, más tarde, chocolate [Pfiffner
(1991)]. La unión de la ciencia y la técnica es m u y típica de la
industria suiza. El chocolate con leche fue o t r o invento de
químicos suizos, así como las sopas concentradas (Maggi) o
las conservas vegetales (Hero, Lenzbourg).
Para la industria turística sí cuenta Suiza con grandes ven-
tajas naturales, que se resumen en la belleza de su paisaje. La
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

tradición hospitalaria suiza se remonta a la Edad Media, en que


los monasterios albergaban a mercaderes y peregrinos en las
montañas. Fue sobre todo con el aumento del nivel de vida y la
extensión de las redes ferroviarias como Suiza se encontró in-
vadida p o r un número creciente de turistas, inicialmente sobre
todo ingleses. Suiza respondió mejorando sus transportes y sus
hoteles (incluso inventó la tarjeta postal), y también creando las
primeras escuelas de hostelería. En cuanto a la famosa banca
suiza, su origen es ginebrino y hasta mediados del siglo X I X es-
taba especializada en transacciones internacionales. Los suizos
tienen una alta propensión al ahorro. Hasta después de la I Re-
volución Mundial, esos ahorros se exportaban. C o n el desarro-
llo industrial empezaron a aparecer bancos de negocios espe-
cializados en finanza industrial, al estilo del Crédit Mobilier
francés y los bancos universales alemanes. C o n la Revolución
de 1848, Suiza adoptó el modelo político confederal que hoy
tiene, lo cual trajo consigo la unificación de su espacio econó-
mico: abolición de aranceles interiores, política económica uni-
ficada, con un sistema impositivo de baja presión. A partir de
entonces puede hablarse de un sistema bancario suizo, con
grandes bancos como el Crédit Suisse (Zurich, 1856) y otros
varios en los años siguientes que, a través de un proceso de fu-
siones, acabaran dando lugar a la Unión de Bancos Suizos
(UBS) irn í 912, el Banco de Basilea, que se convertiría en la So-
ciedad de Banca Suiza, etcétera. La tradicional neutralidad sui-
za, el a p o y o estatal y la habilidad de los banqueros han hecho
de la banca suiza el clásico «refugio» de todo tipo de capitales
y han dado lugar a un próspero negocio.
Francia es la gran contrafigura de Inglaterra en el conti-
nente. C o m o ya vimos en el capítulo II, la Revolución Fran-
cesa es una réplica de la inglesa, y ambos países son las gran-
des potencias que se disputan la primacía en Europa durante
ese largo periodo revolucionario que encabalga el final del si-
glo x v í n y el comienzo del x i x . A u n q u e la economía inglesa
está en pleno despegue industrial, la francesa es de mucho ma-
y o r tamaño (la población francesa casi triplica a la inglesa en

rg6
VI. LA BELLE ÉPOQUE

ese periodo, a pesar de que esta última crece y se enriquece


mucho más deprisa), p o r lo que los pesos político y militar de
ambos países son comparables. Hemos visto también c ó m o
evolucionaron ambas economías durante el siglo x v í n y a c o -
mienzos del XIX: mientras Inglaterra despegaba, Francia se es-
tancaba, o incluso retrocedía, durante la Revolución. Sin em-
bargo, los regímenes revolucionarios y el napoleónico
llevaron a cabo reformas que a la larga resultaron m u y bene-
ficiosas para Francia. El crecimiento de la economía francesa
durante el siglo XIX fue vigoroso y continuo; ahora bien, a di-
ferencia del caso inglés, del belga, el suizo o el alemán, c o m o
veremos, el crecimiento de la economía francesa no fue explo-
sivo, ni siquiera uniformemente acelerado. La industrializa-
ción francesa fue pausada; se ha dicho que en Francia no hubo
verdadera R.evolución Industrial. En palabras de Beltran y
Griset [(1988), p. 11], «le take-off est introuvable en France»
(«el despegue no apaiece en Francia»), es decir, no observa-
mos la fuerte discontinuidad en las variables macroeconómi-
cas (renta, inversión) que encontramos en las otras economí-
as en crecimiento. C o n todo, el crecimiento francés desde la
Restauración ( 1 8 1 5 ) hasta la guerra Franco-Prusiana ( 1 8 7 0 )
fue robusto, para desacelerarse después.
Una medida m u y elocuente de lo gradual del desarrollo
francés es que ya entrado el siglo XX, en 1 9 0 1 , la población r u -
ral aún fuera m u y mayoritaria ( 5 9 % ) ; en Inglatena, en esa fe-
cha, la población activa en c! sector primario (predominante-
mente agrícola) era el 8,7%. La baja tasa de urbanización que
esto implica sugiere ya una cierta debilidad del desarrollo in-
dustrial francés. Ello no significa que no hubiera industriali-
zación; pero, aun a riesgo de ser reiterativo, quiero insistir en
lo gradual del proceso. La modernización de la siderurgia fue
pausada: la producción de acero no sobrepasó el millón de t o -
neladas (1,26 millones) hasta m u y a finales de siglo (media de
1895-1899); para esas fechas el Reino Unido producía 4,3 mi-
llones y Alemania, 5,1. Los propios métodos siderúrgicos v a -
riaron lentamente en Francia: hasta la segunda mitad del siglo

157
fe**-
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

la m a y o r parte del hierro se producía en hornos al carbón ve-


getal, en parte p o r q u e el carbón mineral francés era menos
abundante, y p o r tanto más caro, que en Inglaterra, Alemania
o Bélgica. Lo mismo ocurría en las industrias de consumo: la
industria textil algodonera, la más importante, localizada en el
norte, se mecanizó lentamente, y el tamaño de las empresas
fue mucho menor que el de las inglesas; el textil francés se de-
fendía tras un arancel protector, se aferraba a los métodos ar-
tesanales y se especializaba en productos de alta costura. Algo
parecido ocurrió en otras industrias, como la química, que vr
benefició de grandes genios como Lavoisier, Berthollet y Le-
blanc y que se desarrolló considerablemente, sobre todo
t o m o auxiliar de la textil, pero que fue claramente superada
p o r la alemana a finales de siglo. En consecuencia, en vísperas
de la I Guerra Mundial, la industria francesa se había moder-
nizado bastante, pero se había retrasado en relación con sus
competidoras británica y alemana. H a y que aclarar, sin em-
bargo, que en los primeros años del siglo XX Francia inició
una vigorosa recuperación económica.
Es interesante plantearse las causas de esta relativa pecu-
liaridad francesa. H a y un rasgo que inmediatamente salta a la
vista: la población creció m u y lentamente en el siglo XIX. Si
hacia 1 8 0 0 Francia, con 27 millones, era el país más poblado
de Europa (excluida Rusia), casi triplicando la población in-
glesa y superando a la alemana (cuyas cifras son m u y dudo-
sas), en vísperas de la I G u e r r a Mundial, con 40 millones,
Francia se veía claramente superada por Alemania (65) y Gran
Bretaña (41). La lentitud económica refleja la demográfica: el
lento crecimiento de los mercados, acentuado p o r la baja tasa
de urbanización, explica la parsimonia industrial. Los france-
ses, en el siglo XIX, apenas emigraron, ni a las ciudades, ni al
extranjero, ni a las colonias. Se trataría, p o r tanto, de explicar
la tardanza del crecimiento de la población francesa.
Se han aducido varias causas, relacionadas con la Revo-
lución. De un lado, se ha dicho, la reforma agraria que la Re-
volución llevó a cabo redistribuyó la propiedad de la tierra de

158
VI. LA BELLE ÉPOQUE

manera igualitaria y favoreció el predominio de la unidad de


tamaño medio y pequeño. Por otra parte, el Código Civil na-
poleónico estableció la igualdad de los herederos directos, es
decir, abolió las ventajas de la primogenitura, como p o r otra
parte hacen todas las legislaciones modernas. En tercer lugar,
el choque cultural de la Revolución estimuló actitudes racio-
nales ante la procreación, es decir, el control voluntario de la
natalidad. La combinación de estos tres factores p r o d u j o el
descenso en la natalidad, ya que los franceses preferían limi-
tar su progenie para que la propiedad no se dividiera y el ni-
vel de vida de las nuevas generaciones no descendiera. Los
campesinos y agricultores franceses, deseosos de mantener su
nivel de vida, tenían pocos hijos; éstos, a su vez, ante la pers-
pectiva de heredar el patrimonio paterno, permanecían en el
campo. Esto explicaría la baja tasa de urbanización y de emi-
gración, además del lento crecimiento demográfico. Las con-
secuencias sobre el desarrollo serían las que hemos visto.
También se han alegado razones de tipo geográfico para
explicar el relativo retraso francés: la calidad de su suelo, aun-
que m u y superior a la del de la cuenca mediterránea, sería m e -
nor que la del de Inglaterra [O'Brien y K e y d e r (1978)]. A u t o -
res como Clapham, C a m e r o n y Landes consideran determi-
nante la escasez relativa de carbón. C a m e r o n también ha esti-
mado relevante el papel del sistema bancario fraxieés: aunque
la banca francesa presentó rasgos m u y innovadores, en vista
de la falla de dinamismo de los mercados franceses, prefirió,
como la banca tradicional suiza, exportar capital a buscar em-
pleos en la economía nacional. Esto sin duda parece cierto al
menos para el periodo 1 8 5 9 - 1 8 7 7 , en que la inversión exterior
fue un 6 5 % de la inversión neta francesa. A finales de siglo, la
crisis agraria afectó a Francia con especial dureza p o r el peso
relativo que su agricultura aún tenía. La inversión exterior
C a y ó , pero l a inversión en s u conjunto se estancó [ L é v y - L e -
boyer y Bourguignon (1985), cap. III]. Volviendo a C a m e r o n
[(4967), caps. IV y IX], también la estructura de la banca fran-
c e s a parece tener una parte de responsabilidad p o r haber es-

159
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

tado altamente intervenida, centralizada y haber mostrado un


excesivo conservadurismo. Esto habría sido en gran parte
achacable al poder del Banco de Francia, fundado en 1800.
Si Francia ejerce el papel de contrafigura económica y
política de Inglaterra en el siglo X I X , el papel de Alemania es
el del tercero en discordia. A u n q u e país continental, A l e m a -
nia tiene rasgos físicos parecidos a los de Inglaterra. P o r su
clima es nórdico, sin esa mitad sur mediterránea de Francia;
sus ríos son caudalosos y se prestan al transporte; la calidad
de sus suelos agrícolas también es excelente y, como Inglate-
rra, tiene grandes reservas de carbón y las tuvo de hierro. Los
rasgos distintivos de Alemania son históricos y políticos. A l e -
mania no se constituye come nación moderna hasta 1 8 7 1 , fe-
cha para la cual su industrialización se encuentra ya en una
etapa bastante avanzada. C o m o hasta entonces se trata de un
conglomerado de varios pequeños y medianos estados, es di-
fícil hallar una fecha precisa que marque el inicio de su desa-
r r o l l o económico. El recurso más común de los historiadores
estriba en centrarse en Prusia, el estado alemán de m a y o r ta-
maño, bajo cuya iniciativa se llevó a cabo la unificación.
Los rasgos distintivos del desarrollo alemán son la im-
portancia de la educación y de otros factores de unificación
política y económica, como la Unión Aduanera Alemana
(Zollverein), la construcción de los ferrocarriles y la red de
transportes, la unificación monetaria, el gran peso de la indus-
tria de bienes de capital y la imporiancia de la banca. C o m o
compensación a la fragmentación, Alemania es quizá el pri-
mer caso clásico que muestra las ventajas del atraso relativo.
El país p u d o incorporar técnicas muy superiores a las de la
I Revolución Industrial; en muchos aspectos entró directa-
mente en la II Revolución Industrial.
Ya a finales del siglo xvni hay indicios de modernización
económica en lo que luego será Alemania y muestras inequí-
vocas de madurez intelectual y educativa, con sistemas de en-
señanza relativamente avanzados y un impresionante desplie-
gue cultural (filosofía, literatura, música, ciencia). Sin embargo,

160
VI. LA BELLE ÉPOQUE

se suele considerar que el crecimiento inequívoco es un fenó-


meno de la segunda mitad del siglo X I X ; el n ú m e r o total de
trabajadores en el sector secundario no superó al de los del
sector primario hasta bien entrado el siglo X X , aunque en v a -
lor añadido el secundario sobrepasó al primario hacia 1 8 9 0 .
C o n tantos pronunciamientos favorables, ¿por qué no se de-
sarrolló Alemania antes? La respuesta sin duda radica en la
fragmentación: en 1 7 8 9 lo que luego será Alemania se dividía
en 3 1 4 unidades políticas; en 1 8 1 5 eran ya solamente 39 uni-
dades y cuatro «ciudades libres» (Hamburgo, Bremcn, C o l o -
nia y Danzig). Esta gran fragmentación, que era también eco-
nómica, fue u n o de los grandes obstáculos al crecimiento
[Borchardt (1973)]. Se daba también una gran diversidad de
condiciones de unas zonas a otras: Prusia Oriental era un Es-
tado feudal, p o r ejemplo, mientras la Occidental estaba m u -
cho más comercializada. En general había un claro gradiente
este-oeste en materia de atraso económico.
La educación tuvo un importante papel en el desarrollo
económico alemán. La tradición protestante contribuyó ya al
progreso de la alfabetización en el siglo xvm, así como al de-
sarrollo de una notable cultura superior ya mencionada. En
Prusia, tras la derrota en Jcna frente a N a p o l e ó n en 1 8 0 6 , se
introdujeron profundas mejoras educativas, con el objetivo
de poder r cciutar una burocracia culta y eficiente: se introdu-
jeron las Volkschuiev, escuelas populares elementales, de asis-
tencia obligatoria. Se crearon también, en la enseñanza media,
las Mittelschulen, para la mayoría, y los Gymnasia, para la éli-
te. Se estableció también una excelente red de universidades
con clara vocación investigadora, inspirada* en las ideas de
Wilhelm v o n Humboldt, y las Hochschulen, escuelas (altas)
de ingeniería. Pero además se creó una red de escuelas rurales
para jóvenes campesinos, continuación de las escuelas p o p u -
lares: las Lándliche Fortbildungschulen (escuelas de extensión
rurales), a las que se añadían escuelas de invierno, para a p r o -
vechar la estación muerta, escuelas de especialización agronó-
mica, etcétera. Estas escuelas estaban ligadas a las cooperati-

161
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

vas rurales, que veremos más adelante. En el campo industrial


se crearon escuelas técnicas, como la Gewerbeschule de Ber-
lín y la Escuela Politécnica de Karlsruhe.
El periodo anterior a 1 8 7 1 se caracteriza p o r un rápido
crecimiento demográfico: la población alemana pasa de unos
25 millones en 1 8 1 6 a 41 en 1 8 7 1 . También hubo importantes
reformas p o r influencia francesa. En 1803 se promulgó un de-
creto secularizando la propiedad eclesiástica. En 1 8 0 7 en Pru-
sia se p r o m u l g ó el decreto de emancipación de Stein, p o r el
que se abolía la servidumbre y los campesinos podían adqui-
rir las tierras que cultivaban. Cuatro años más tarde, en 1 8 1 1 ,
Hardenberg p r o m u l g ó un nuevo decreto clarificando y esta-
bleciendo las condiciones de adquisición de la tierra p o r los
campesinos emancipados. Los decretos dieron propiedad ple-
na de la tierra a muchos campesinos, pero también aumenta-
r o n los latifundios de la nobleza (los junkers). A corto plazo,
sin embargo, el efecto de los decretos fue poco visible, porque
la m a y o r parte de los campesinos permaneció en la tierra. Fue
la crisis de 1 8 4 8 la que desencadenó ei movimiento de emigra-
ción y abandono de los asentamientos tradicionales.
La agricultura alemana se modernizó considerablemente
en el siglo X I X . La producción agrícola total se multiplicó por
3,5 entre 1 8 1 5 y 1 9 1 4 , mientívis que la población se incremen-
tó p o r un factor de 2,5. El crecimiento por habitante por tan-
to fue de cerca del 1 % anual. Pero, como en el caso inglés, el
aumento del c o n s u m o hizo que Alemania se convirtiera en
importador de cereales a partir de 1860. Ei aumento en el v o -
lumen p r o d u c i d o se debió tanto a una m a y o r productividad
cuanto a un incremento en la cantidad del factor tierra, con-
secuencia de las reformas agrarias, que trajeron consigo un
aumento de las roturaciones a costa de pastos y bosques. El
aumento en la productividad se debió a la difusión de mejo-
res técnicas (mixed farming, cultivos más productivos —pa-
tata, remolacha—, mejores fertilizantes y rotaciones —se di-
funde la obra de Justus v o n Liebig— y disminución del
barbecho), más que a la mecanización, que no comienza sino

162
VI. LA BELLE ÉPOQUE

a partir de 1870. La gran expansión t u v o lugar sobre t o d o en


tubérculos y plantas industriales: patata, remolacha, lino. La
agricultura alemana se benefició de la extensión de la educa-
ción y el crédito rurales. Ya hemos hablado de la educación
rural. Las organizaciones de crédito rurales tuvieron una gran
difusión, tanto las cajas creadas p o r Hermann Schultze-De-
litzsch c o m o las cooperativas de crédito de Friedrich Reiffei-
sen. El Estado prusiano también había creado bancos especia-
lizados en crédito rural.
La industria no tuvo tanta protección estatal como se ha
dicho. Se v i o beneficiada p o r la disolución de los gremios bajo
la dominación francesa en Prusia y otros estados occidentales.
Hasta mediados de siglo, el desarrollo fabril fue lento: p r e d o -
minaban los talleres artesanales y el régimen de verlag system
(industria doméstica), especialmente en el hilado de algodón,
con escasa tradición, que se mecanizó con jennies y muías (so-
bre todo en Renania, Sajonia y Baviera), a expensas de la in-
dustria linera, de gran tradición (hacia 1 7 8 0 el 3 0 % del consu-
mo de textiles era lino). También tenía gran tradición la lana
(que hacia la misma fecha se consumía casi tanto como el lino,
el 2 7 % ) , de la que Alemania fue gran exportador (lana sajo-
na), aunque acabó convirtiéndose en importador a mediados
de siglo. C o n todo, la industria textil y las de consumo en
general tuvieron relativamente poca importancia, excepte
como iniciadoras de la industrialización e introductoras de
métodos e instituciones organizativas modernos. La gran es-
pecialidad industrial alemana, la industria pesada (en especial
siderurgia, mecánica y química), se desarrolló a gran escala
después de la unificación.
¡t$<. O t r o factor de gran importancia en Alemania fue el
Zollverein, la U n i ó n Aduanera Alemana que precedió a la
u^iión política (este modelo alemán se ha vuelto a intentar a
gscala europea con el Mercado C o m ú n a finales del siglo XX)
;j$ique contribuyó al desarrollo industrial con una política de
protección moderada. El tratado del Zollverein se firmó el 1
g e n e r o de 1834. Su origen estuvo en el arancel prusiano de

163
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

1818 (arancel Maassen, nombre del ministro que lo aprobó)


cuyo objetivo era proporcionar recursos a la empobrecida
Hacienda prusiana; era, por tanto, un arancel fiscal y, como
tal, de tarifas moderadas. Recaía también sobre las mercancías
en tránsito hacia los estados enclave dentro de Prusia, por lo
que fue llamado «cachiporra económico-política», ya que
obligó a estos estados y a otros limítrofes a incluirse en el área
arancelaria a cambio de una fracción de los ingresos propor-
cional a la población. Un estado relativamente importante,
Hesse-Darmstadt, se sumó en 1828. Poco después se sumaron
Baviera, Badén-Württemberg y Hesse-Kassel; en 1833 se
constituyó formalmente la Unión. Para estos nuevos estados
el principal atractivo de la Unión era su alta recaudación y por
tanto los ingresos presupuestarios que proporcionaba. Des-
pués de constituirse la Unión se siguieron sumando estados.
Austria intentó unirse, pero terminó siendo rechazada y de-
rrotada militarmente (1866).
El otro gran factor de unificación fue ia extensión e in-
tegración de la red de transportes. Tanto en la Unión Adua-
nera Alemana como en la construcción de los ferrocarriles, a
los intereses económicos se sumaron las ideas nacionalistas,
cuyo principal representante, Friedrich List, fue también un
gran defensor del proteccionismo. El primer ferrocarril ale-
mán, ei Nuremberg-Fürth, nació en fecha temprana, 1835. La
red se construyó con gran rapidez y el trazado cruzaba las
fronteras de los distintos estados; la construcción se llevó a
cabo por iniciativa privada en una gran parte. Al igual que en
Bélgica, las obras del ferrocarril estimularon la industria me-
talúrgica y contribuyeron a vertebrar e! territorio de la futu-
ra Alemania. Después de la unificación la red de ferrocarriles
fue gradualmente nacionalizada, de modo que en vísperas de
la I Guerra Mundial una gran parte era pública. La Repúbli-
ca de Weimar nacionalizó totalmente los ferrocarriles en
1919. Paralelamente a la construcción de los ferrocarriles,
se emprendió un programa de construcción de carreteras y
canales.

164
VI. LA BELLE ÉPOQUE

C o n la Unión Aduanera Alemana y la integración eco-


nómica (una de cuyas más claras manifestaciones fue la con-
vergencia de precios) vino gradualmente la monetaria, en gran
parte porque para calcular los pagos p o r ingresos aduaneros a
los estados era necesaria una unidad monetaria común. P r o n -
to predominaron dos monedas, el gulden al norte y el tálero
al sur. Tras la unificación, el nuevo Imperio Alemán adoptó el
patrón oro y una nueva moneda, el marco. Al tiempo, el Ban-
co de Prusia se convertía en Banco Imperial (Reichsbank),
L O P la misión de ejercer las funciones de banco central, que
incluían el controlar la circulación monetaria.
A partir de 1 8 7 1 , con la unificación y la creciente c o m -
petencia extranjera, la agricultura se mecanizó y m o d e r n i z ó
para aumentar la productividad: segadoras, recolectoras, tri-
lladoras, etcétera. En realidad, con la unificación se cosecha-
ron las ventajas de lo que se había v e n i d o preparando en las
décadas anteriores. Lo característico de la economía alema-
na durante el II Reich es el crecimiento industrial. En esta
industria en expansión son destacables los siguientes rasgos:
1) Predominio de ia industria pesada: siderurgia, metalurgia,
química, eléctrica, mecánica (dentro de ésta, destacadamen-
te, la construcción ferroviaria, la de maquinaria, la a u t o m ó -
vil y la naval). La industria pesada se v i o favorecida p o r la
abundancia de carbón y de hierro en la cuenca del Ruhr y, en
menor medida, ¿n Silesia, y también p o r la anexión de Alsa-
cia-Lorena como consecuencia de la guerra Franco-Prusia-
na, ya que Lorena tenía excelentes yacimientos de hierro. 2)
Importancia de las grandes unidades industriales. La i n t e -
gración vertical fue característica de la industria siderúrgica,
dominada p o r grandes conglomerados c o m o K r u p p , T h y s -
s/én, Hoesch, De Wendel (franco-alemana), etcétera. P e r o
también se dio el gigantismo en otras industrias, c o m o la
química: I. G. Farben, Rheinische Dynamitfabrik, B a y e r i s -
éhe Anilin, etcétera; la eléctrica: A E G (Allgemeine Elek-
Üizitáts-Gesellschaft), Siemens, etcétera. 3) Estructuras res-
trictivas de la competencia: cárteles, oligopolios, trusts,

165
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

concentraciones verticales. La legislación y la política eco-


nómica no sólo no persiguieron estos acuerdos, sino que los
favorecieron, c o m o asimismo hizo la banca. 5) Fuerte inter-
conexión banca-industria. La banca alemana t u v o un papel
relevante en la financiación de la industria, quizá más que en
los otros países que acabamos de ver. Ya antes de la unifica-
ción apareció una serie de grandes bancos en forma de socie-
dad anónima, c o m o el de Darmstadt, el Discontogesellschaft
de Berlín y o t r o s . En 1 8 7 0 se fundó el Deutsche Bank, que
fue seguido de varios otros de gran importancia y tamaño.
Estos bancos llamados «universales» practicaban tanto el
crédito comercial (descuentos) c o m o la p r o m o c i ó n de em-
presas, en cuyos consejos de administración colocaban a sus
representantes (véase supra, cap. IV, p. 1 2 6 ) . 6) El Estado
alemán, presa de una ideología nacionalista, apoyaba estas
prácticas e incluso las favorecía con una creciente protección
arancelaria. Alemania adoptó el proteccionismo con el
"arancel Bismarck» de 1879.
Se discuten los efectos de esta estructura industrial, que
es característica de la economía alemana. De una parte se se-
ñala que la restricción de la competencia que conllevó debió
de perjudicar a los consumidores y desincentivar el creci-
miento de la productividad e incluso de la producción. De
otra, sin embargo, se apunta que la industria alemana se
hizo tremendamente productiva, que crecieron m u y rápida-
mente sus exportaciones y que su nivel técnico también au-
mentó. A m b a s posturas pueden armonizarse considerando
que en un periodo inicial esta aglomeración industrial pudo
ser beneficiosa en economías de escala, inversión, innovación,
etcétera, aunque más adelante toda esta estructura oligopolís-
tica hubiera podido dar lugar a un cierto anquilosamiento. En
t o d o caso, al comenzar el siglo XX Alemania se había conver-
tido en una gran potencia económica, política y militar.
Los países escandinavos, vecinos de G r a n Bretaña en la
orilla opuesta del mar del Norte, también iniciaron su revolu-
ción industrial en la segunda mitad del siglo X I X , en especial

166
VI. LA BELLE ÉPOQUE

Suecia y Dinamarca. Noruega estuvo unida a Suecia hasta su


secesión en 1 9 0 5 , y Finlandia no inició su desarrollo hasta
bien entrado el siglo XX.
Suecia es un país de bastante extensión a escala europea:
450.000 k m , casi como España. Sin embargo, p o r lo inhóspi-
2

to del clima, la zona al norte del paralelo 61 (Norrland), que


ocupa más del 6 0 % de la superficie, está casi vacía y la pobla-
ción se concentra en el sur. En total, es un país de baja densi-
dad demográfica (en la actualidad unos 18 h/km ). Por lo tan-
2

to, aunque abundante en recursos, es un país pequeño en


términos de población (hoy unos 9 millones). Al igual que
otros países pequeños, como Bélgica o Suiza, Suecia no podía
pretender industrializarse sobre la base del mercado domésti-
co, p o r ío que p r o n t o adoptó una política librecambista que
le abriera el mercado internacional.
Tras la derrota en la guerra de los Treinta A ñ o s , Suecia,
que había sido una gran potencia en los siglos XVI y x v n , que-
dó empequeñecida y empobrecida en el siglo XVIII, con una
población de menos de 2 millones, en su abrumadora m a y o -
ría campesina, con Estocolmo c o m o única ciudad de alguna
importancia. A pesar de esto, el país contaba con recursos
abundantes: buenas condiciones agrícolas en el sur; adecuadas
condiciones de transporte terrestre (Eli Heckscher [(1968), p.
38] señala que la nieve es un buen medio de transporte sobre
esquís o trineos) y una costa m u y extensa (aunque el mar Bál-
tico se hiela durante largos periodos), enormes extensiones
forestales, abundante hierro de alta calidad en el Norrland y
también yacimientos de cobre.
¡Í . Contaba asimismo con buenos recursos institucionales:
debido a su estricto protestantismo, la alfabetización era obli-
gatoria (leer, no necesariamente escribir) desde el siglo XVII
[Nilsson y Pettersson (1990); Nilsson (2005)]. P o r otra parte,
el ¡sistema bancario sueco tenía también una larga tradición
gjjje se remonta a ese mismo siglo en que el Banco de Palm-
sjrueh, en 1 6 5 6 , había introducido los billetes de banco p o r
pjámera vez en Europa y quizá en el mundo. A u n q u e el ban-

167
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

co quebró, fue rescatado p o r el Estado, que lo convirtió en el


banco oficial sueco (Riksbank).
El crecimiento económico de Suecia en la segunda mitad
del siglo X I X y principios del XX es uno de los más rápidos y
espectaculares del mundo. Sin duda el crecimiento del comer-
cio exterior a remolque del mercado europeo fue el gran estí-
m u l o ; p e r o un estímulo que Suecia supo aprovechar, a dife-
rencia de otros países, c o m o España. El impulso inicial lo
dieron tres sectores exportadores productores de materias
primas: la agricultura, la madera y el hierro.
La agricultura siguió siendo el principal sector en térmi-
nos de empleo (ocupaba al 4 9 % d e la mano de obra en 1 9 1 3 ) ,
p e r o claramente decreciente en términos relativos (ya que ha-
bía empleado el 7 2 % en 1873). Tras varios decenios de bajos
aranceles, Suecia adoptó un moderado proteccionismo agrí-
cola en 1 8 8 8 . C o n todo, la evolución de los precios estimuló
una conversión gradual hacia la ganadería de carne y leche,
conversión más lenta que en Dinamarca a causa, sin duda, del
librecambismo danés. La vecindad de Inglaterra proporcionó
un excelente mercado para los cereales suecos (especialmente
la avena para los caballos, según Sandberg), sobre todo tras la
abolición de las «Leyes de Cereales». Las exportaciones agrí-
colas constituían el 2 0 % del total e x p o r T . d o en la década de
1 8 6 0 . En total, p o r t a n t o , fue el s e c : o r que se desarrolló antes
de la industrialización y que cumplió las funciones espera-
das de la Revolución Agraria. Fue perdiendo importancia gra-
dualmente.
Las exportaciones de madera, recurso abundante en
Suecia y o t r o s países nórdicos, crecieron tremendamente en
la segunda mitad del siglo X I X , estimuladas p o r la caída en
los precios de transporte, a su v e z debida a la generalización
de la navegación a v a p o r y a lo barato de los fletes de retor-
no p o r las considerables importaciones suecas. En 1 8 5 0 Sue-
cia exportaba 4 5 0 m de madera y, en 1 9 0 0 , 4.800 m , un cre-
3 3

cimiento m e d i o anual del 4 , 8 % . A partir de entonces las


exportaciones se nivelaron debido a dos razones principales:

168
VI. LA BELLE ÉPOQUE

el agotamiento de los recursos y la competencia de Finlan-


dia y Rusia.
Suecia tiene excepcionales reservas de hierro, que son co-
nocidas y explotadas desde la Edad Media. El yacimiento de la
zona central (Bergslagen), rico y no fosforoso, es explotado
tradicionalmente, y se exportó a Inglaterra para el procedi-
miento de obtención de acero de H e n r y Bessemer; pero el
transporte es más caro p o r estar lejos del mar. En el siglo X I X
se pusieron en producción los yacimientos del norte (Kiruna,
Gallivare, Malmberget, Grángesberg), m u y ricos aunque fos-
forosos, cuyo mineral se embarcaba por el puerto noruego de
Narvik. A finales de siglo Suecia fue el segundo exportador
europeo (seguramente mundial) después de España.
Lo característico de Suecia es que del crecimiento esti-
mulado p o r las exportaciones de materias primas se pasó rá-
pidamente a la industrialización basada a menudo en inven-
ciones propias. U n a de las primeras ramas industriales en
desarrollarse fue la de derivados de la madera: la producción
de pasta de papel se inició en 1 8 6 0 ; la primera fábrica de pas-
ta de papel química se erigió en Bergvik en 1872. El creci-
miento fue enorme, basado en especial en el desarrollo de la
prensa. La industria papelera experimentó también un fuerte
auge, junto con otra industria m u y característica de Suecia: la
fabricación de cerillas, también una invención propia de fina-
les del siglo X V I I I .
La siderurgia creció igualmente, aunque el volumen de
producción continuó siendo modesto. La industria tenía una
larga tradición artesanal de producción y exportación de lin-
gote producido al carbón vegetal. El desarrollo del sistema de
pudelado y sobre t o d o el procedimiento de Bessemer perju-
dicaron las exportaciones de la siderurgia sueca, porque al ser
procesos continuos exigían menos lingote; p e r o los suecos se
adaptaron y se especializaron en la producción de acero de
¿alia calidad, al tiempo que abastecían el creciente mercado na-
cional, que se expandió p o r el crecimiento económico en ge-
neral y p o r la construcción del ferrocarril en particular.

169
L O S ORÍGENES DEL S I G L O X X I

El crecimiento de la industria manufacturera sueca en


general queda de manifiesto en el hecho de que las materias
primas tradicionales (cereales, maderas, hierros y aceros)
constituyeran el 6 8 % de las exportaciones en el quinquenio
1 8 8 1 - 1 8 8 5 y sólo el 3 6 % en el trienio 1 9 1 1 - 1 9 1 3 , El desarro-
llo de una serie de industrias de consumo permitió sustituir
importaciones: la azucarera, la de la confección textil, la del
mueble, la cervecera... Estas industrias tenían como principal
mercado la creciente población urbana. El desarrollo más no-
table y original t u v o lugar en las industrias mecánicas: típica-
mente los orígenes de estas empresas eran pequeños talleres
destinados a la producción de máquinas relativamente senci-
llas, para la industria maderera, la agricultura y la máquina de
vapor. Pronto crecieron y se fueron especializando en la pro-
ducción de maquinaria más compleja, como las desnatadoras
(patente de Gustaf de Laval), que también se exportaron en
gran cantidad, y otros aparatos destinados a la industria le-
chera y alimentaria en general; la industria motriz, con espe-
cialidades c o m o la producción de turbinas, bombas y la gran
invención sueca, los rodamientos a bolas, en cuya producción
destaca la S K F ; la industria eléctrica, donde sobresalen la
A S E A en producción de maquinaria eléctrica y la Ericsson
(del inventor L. M. Eric«""jii). especializada en aparatos de te-
lefonía y telégrafo, también gran exportadora, y la de neveras
y otros productos eléctricos de consumo, con Electrolux en
lugar destacado. En química pesada posiblemente lo más no-
table sea la industria de los explosivos de Alfred Nobel, una
de las primeras multinacionales. Más adelante la excelencia
sueca en mecánica se mostraría también en la producción de
automóviles, con las fábricas de Volvo y Saab (productora
también y originalmente de motores de aviación).
Los ferrocarriles suecos se comenzaron a construir tar-
de, pero fueron, c o m o en tantos otros países, un estímulo al
crecimiento p o r sus conexiones hacia delante y hacia atrás. La
década de 1 8 7 0 fueron años de más rápida construcción: ése
es el m o m e n t o en que se sitúa generalmente el despegue sue-

170
VI. LA BELLE ÉPOQUE

co. Fue un gran estímulo para la siderurgia, la industria made-


rera y ía mecánica (aunque los raíles se importaron, casi todos
de Inglaterra). La densidad de la red, si bien no m u y grande
por unidad de superficie, lo era p o r habitante (recordemos
que la población sueca se apiña en el sur).
Este tremendo esfuerzo industrial se financió gracias al
ahorro nacional, estimulado p o r un sistema bancario original
y eficiente, y p o r capital extranjero, garantizado p o r el Esta-
do e intermediado también p o r la banca. Los ferrocarriles, en
particular, fueron financiados p o r capital extranjero con ga-
rantía estatal: el Estado además dio subvenciones. El sistema
bancario sueco se adaptó m u y bien a las necesidades del desa-
rrollo y sufrió varios cambios importantes. En 1 8 2 4 se p r o -
mulgó una ley que permitía la creación de bancos enskilda, fi-
gura original sueca, ya que son sociedades p o r acciones p e r o
con responsabilidad ilimitada El más destacado de éstos fue
el Stockholms Enskilda Bank (SEB), fundado en 1856. La si-
tuación cambió considerablemente con la Ley Bancaria de
1863, nue permitió la creación de bancos p o r acciones con
responsabilidad limitada. Los efectos fueron inmediatos: las
redes de sucursales se extendieron p o r t o d o el país, el v o l u -
men de depósitos creció mucho y el número y la variedad de
bancos también. Los dos tipos principales eran los enskilda,
que podían emitir billetes, y los bancos comerciales normales,
que no podían emitir, p e r o que, p o r tener responsabilidad
limitada, eran mayores. Los enskilda perdieron en 1904 el de-
recho de emisión, pero muchos de ellos mantuvieron su natu-
raleza. La banca sueca tuvo un papel importante en la canali-
zación y estímulo del ahorro, en la importación de capital y
en la p r o m o c i ó n de empresas industriales. A u n q u e la adqui-
sición de acciones industriales p o r la banca estaba prohibida,
los bancos recurrían a trucos legales para circunvenir esta
prohibición: p o r ejemplo, adquirían acciones c o m o garantía
de impagados, que luego conservaban largamente en sus car-
teras con el pretexto de que no las vendían para no perder. En
esta actividad y la de promoción industrial y de innovaciones
L O S ORÍGENES DEL S I G L O X X I

tuvo un papel destacado el ya citado Stockholms Enskilda


Bank, administrado p o r Marcus Wallenberg, el fundador de la
dinastía. O t r o s bancos importantes, como el Stockholms
Handelsbank y el Skandinaviska Banken, imitaron el ejemplo
del SEB.
Los bancos también tuvieron un papel destacado en la
importación de capital. En términos por habitante, Suecia fue,
a fines del siglo X I X , el m a y o r importador de capital en Euro-
pa: en la década de 1 8 8 0 la inversión extranjera constituía el
4 5 % de ia inversión bruta total. Los grandes inversores fue-
ron los ingleses, pero también los alemanes y franceses. Gran
Bretaña y Alemania eran los grandes mercados.
D i n a m a r c a , más pequeña y meridional, se especializó en
exportación agrícola y ganadera y practicó ei librecambismo
a pesar de la crisis finisecular. La industrialización danesa
t u v o lugar gradualmente, a remolque del desarrollo agrícola:
las primeras industrias fueron alimentarias y fabricantes de
maquinaria agrícola, especialmente centrifugadoras y desna-
tadoras. Tanto Dinamarca como Suecia conocieron un fuer-
te desarrollo de las cooperativas agrarias y de la educación
agraria.
D o s países no europeos había alcanzado altos niveles de
desarrollo a comienzos del siglo X X : Estados Unidos y Japón.
A m b o s se convertirían en grandes potencias tras la I Guerra
Mundial y ambos muestran entre sí fuertes contrastes en sus
dotaciones físicas: Estados Unidos p o r su abundancia, Japón
p o r su escasez.
Estados U n i d o s pasó en poco más de un siglo de un es-
tatus colonial a otro de gran potencia. En ese intervalo, la eco-
nomía estadounidense creció espectacularmente merced al
aumento enorme de los dos factores fundamentales: tierra y
trabajo. En efecto, en 1790, poco después de alcanzar la inde-
pendencia de Inglaterra (véase el cap. II), la población de
Estados U n i d o s era de 3,9 millones. En 1 9 1 0 era de 92,4 mi-
llones, es decir, 24 veces mayor. Esto implica una tasa me-
dia anual de crecimiento durante esos ciento veinte años del

172
VI. LA BELLE ÉPOQUE

2,67%, más de tres veces la tasa media anual de crecimiento


demográfico europeo en el siglo X I X . Este desarrollo p o b l a -
cional se debió a la conjunción de una alta tasa de natalidad,
una baja mortalidad infantil p o r el alto nivel de vida y un alto
ritmo de inmigración, en ese p e r i o d o casi exclusivamente de
origen europeo. El alza de la población se v i o complementa-
da p o r la expansión del territorio: en 1800 la superficie de Es-
tados Unidos era de 2,3 millones de k m : comprendía desde la
2

costa atlántica hasta el Mississippi, y la m a y o r parte, al oeste


de los Apalaches, estaba vacía. En 1 9 0 0 , la extensión había
crecido hasta los 9 millones de k m , en virtud de compras,
2

conquistas y anexiones (Luisiana, norte de México, Alaska y


Hawai).
A q u í encontramos la explicación al tremendo crecimien-
to de la renta y del nivel de vida de Estados U n i d o s durante
este periodo: hubo una conjunción de gran abundancia de re-
cursos (agrícolas, mineros, de transporte, etcétera) con favo-
rables condiciones institucionales y de capital humano. Las
iniciales trece colonias se encontraron con excelentes puertos
naturales: Boston, Nueva York, Filadelfia, Savannah y C h a r -
leston, y buen terreno de cultivo, abundantes bosques (caza,
madera, resinas). Los pobladores nativos («los indios») prac-
ticaban una economía m u y primitiva- un poco de agricultura
itinerante, pero predominantemente eran cazadores de bison-
tes y diestros jinetes; habían amaestrado caballos de origen es-
pañol venidos de México. Los inmigrantes de origen inglés,
por su parte, traían las costumbres e instituciones ue la Ingla-
terra de los siglos X V I I y X V I I I ; representación parlamentaria,
valores democráticos, tradiciones artesanales y mercantiles,
mucho énfasis en la educación.
En total, como ha observado K u z n e t s [(1971)], el creci-
miento de la renta p o r habitante en Estados U n i d o s para el
período 1 8 8 0 - 1 9 1 0 (aproximadamente) no difirió espectacu-
larmente del de los principales países europeos (Gran Breta-
ña, Alemania y Francia) y estuvo p o r debajo del de Suecia o
Japón. Lo realmente impresionante es el enorme desarrollo de

173
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

la economía en su conjunto, es decir, la renta total más que la


renta p o r habitante.
Los caracteres originales de la historia económica de Esta-
dos Unidos son los siguientes. En primer lugar, p o r razón del
crecimiento de territorio y población, se trata de una economía
de frontera, es decir, de una economía que cuenta con una ofer-
ta ilimitada de tierra para acomodar a su población. Durante
todo el siglo XIX la población norteamericana tuvo a su disposi-
ción enormes territorios virtualmente vacíos al oeste. Esto im-
plica que, con capital relativamente modesto, cualquier indivi-
duo o familia pudo instalarse en tierra virgen y convertirse en
agricultor o ganadero, lo cual a su vez implica que los salarios
fueran altos en las ciudades, porque para los trabajadores siem-
pre existía la alternativa de emigrar hacia el Oeste. En términos
económicos, la abundancia de tierra hace que el trabajo sea el re-
curso escaso y los salarios, por tanto, altos. A su vez, los altos
salarios estimularon la búsqueda de técnicas qtie aumentaran la
productividad, es decir, la capitalización y tecnificación de la
economía. La temprana mecanización de la agricultura, la intro-
ducción de innovaciones ahorradoras de trabajo en la industria,
la intensa actividad inventiva y el gran tamaño de las empresas
buscando economías de escala son.características de la sociedad
norteamericana en el siglo XIX que tuvieron como causa princi-
pal este crecimiento de frontera.
La facilidad de acceso a la tierra, su democratización, se
vio aumentada p o r 1? legislación y las instituciones. Ya en el
periodo colonial, en los territorios del norte, la legislación y
la costumbre facilitaban el acceso a la propiedad a precios
m u y bajos (a menudo gratuitos) y de manera m u y liberal. En
la situación fronteriza, cerca de tribus indias a menudo hosti-
les, el tener vecinos blancos resultaba altamente deseable. Los
veteranos de las guerras de independencia también recibieron
tierras gratuitamente. En las economías de plantación sureñas
las condiciones eran diferentes y predominaban los latifun-
dios y los vestigios feudales. Sin embargo, durante la Guerra
de Secesión, en 1862, el gobierno de Lincoln promulgó la Ho-

174
VI. LA BELLE ÉPOQUE

mesteadAct (Ley de Asentamientos), que concedía la propie-


dad de tierra vacante a quien la ocupara durante cinco años
(unas 70 ha para individtios, el doble para matrimonios). Esta
ley, que se aplicó en t o d o el territorio tras la guerra, fue un
factor decisivo en la democratización de la propiedad agraria
y marcó el triunfo de la economía de frontera. Se ha sosteni-
do con bastante fundamento que este sistema de asentamien-
to ha marcado el carácter estadounidense de independencia e
individualismo, pero también de capacidad de organización y
espíritu democrático. El cine de H o l l y w o o d popularizó estas
ideas con sus numerosos westerns.
Es también rasgo m u y p r o p i o de la historia estadouni-
dense una fuerte dualidad Norte-Sur, que se debe a factores
tanto geográficos como institucionales. D a d o el tamaño con-
tinental de Estados Unidos, es natural que a diferentes latitu-
des correspondan m u y diferentes climas y, p o r lo tanto, eco-
nomías. A d e m á s , sin duda en relación con este iactor, las
colonias sureñas tendieron a tener instituciones con residuos
feudales y a configurarse c o m o economías de p l a n t a c i ó n ,
mientras que las norteñas fueron preferidas p o r los puritanos
e inconformistas, de propensiones más democráticas. Acaba-
mos de ver que estas diferencias se reflejaron en los distintos
regímenes de acceso a la propiedad. El extremo de estos con-
trastes radica en otra de las instituciones más peculiares de la
historia de este país, que se considera a sí mismo cuna de
la democracia contemporánea: la esclavitud. Tras la indepen-
dencia y pese a lo manifestado en la Constitución, la mitad
meridional del país mantuvo el régimen esclavista. Esto t u v o
una gran uascendencia en la historia del país porque p r o v o -
có la Guerra de Secesión ( 1 8 6 1 - 1 8 6 5 ) y p o r q u e las últimas
secuelas raciales de la cuestión esclavista se hacen sentir aún a
los comienzos del siglo X X I . La G u e r r a de Secesión enfrentó
al Norte abolicionista y al Sur esclavista, p e r o no era ésta la
única cuestión que confrontó a ambos bandos: el Sur agrario
era librecambista y el N o r t e industrial era proteccionista; el
Norte, más dinámico, se expandía más rápidamente (recibía

175
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

más inmigrantes), con lo que entre los nuevos estados que se


iban creando a medida que se poblaba el Oeste eran más nu-
merosos los no esclavistas: sobre este tema también se enfren-
taron ambos bandos, ya que el Sur no quería verse en minoría
y quería paralizar la creación de nuevos estados; también los
oponía la cuestión de la propiedad agraria y varias otras. Por
eso el Sur intentó la secesión y se iniciaron las hostilidades. La
guerra fue terriblemente mortífera y a la postre ganó el Nor-
te, se abolió la esclavitud y en general se impuso la política
norteña; las diferencias entre ambos bandos y sus secuelas
persistieron largamente, como es sabido.
El tema de la esclavitud es uno de los más debatidos por
los historiadores estadounidenses, y donde la historía econó-
mica ha hecho contribuciones más originales. Se discutió du-
rante decenios si la esclavitud era una institución decadente
que hubiera terminado por desaparecer por sí misma, o si, por
el contrario, hubiera pervivido de no haber sido por la guerra.
Los historiadores económicos han mostrado que los precios
de los esclavos no caían en los años anteriores a la guerra y
que además la esclavitud se estaba extendiendo a la industria
y los servicios en la economía sureña, todo lo cual indica que
era rentable, da la razón a la segunda hipótesis y convierte la
Guerra de Secesión no en un episodio desgraciado, sino en un
hito fundamental de la historía estadounidense.
La economía sureña, antes y después de la guerra, estuvo
basada en la agricultura de plantación, y en especial en el algo-
dón, que se exportaba en gran parte a Inglaterra. Maíz, arroz,
tabaco y otros productos alimenticios eran también importan-
tes. La industrialización del Norte se aceleró tras la guerra: su
gran estímulo fue el mercado nacional, el más dinámico del
m u n d o con una población en expansión al ritmo que hemos
visto. Los estadounidenses estaban dispuestos a importar ca-
pital y técnicas europeas, como en siderurgia, ferrocarril, au-
tomóvil y minería, pero también a inventar ellos: el telégrafo
eléctrico, las máquinas de coser y de escribir, el teléfono, el fo-
nógrafo, la industria petrolífera, el avión, etcétera. Ingenios

176
VI. LA BELLE ÉPOQUE

como Benjamín Franklin, que inventó el pararrayos en el si-


glo XVIII, Eli Whitney, inventor de la desmotadora de algodón
(separaba mecánicamente la fibra de la almendra) y la produc-
ción de fusiles en serie, con piezas intercambiables, y Thomas
Edison, inventor de tantas cosas (véase el cap. VII), son perso-
najes populares, parte del mito americano. La industria esta-
dounidense se desarrolló en un amplio frente: las industrias de
consumo, como las alimentarias (cárnicas, azucarera, harine-
ra) y la textil tuvieron gran importancia. La industria de bie-
nes de consumo duradero se inició con la máquina de coser;
en el siglo XX, Estados Unidos fue siempre a la cabeza en la in-
vención y producción de electrodomésticos. La siderurgia, la
química pesada, la minería y la industria de maquinaria y ma-
terial de transporte fueron también m u y poderosas; Estados
Unidos fue además pionero en dos industrias que habían de
ser punteras en el futuro: la petrolífera y la eléctrica. Siendo un
país altamente mecanizado, era natural que en él tuvieran gran
relieve las industrias energéticas. La tendencia al gigantismo y
la cartelización fue característica de este periodo de fin de si-
glo tanto en Estados U n i d o s c o m o en Alemania; las reaccio-
nes fueron completamente diferentes: si en Alemania la acti-
tud del Estado fue complaciente, en Estados Unidos hubo un
movimiento popular «antitrust» que se plasmó en la aproba-
ción de la L e y Sherman (1890) contra los monopolios. El caso
más sonado fue la aplicación de la ley a la Standard Oil, que se
vio obligada a dividirse (Mobil, Socal, Esso, Sohio, etcétera).
Los factores institucionales y humanos tuvieron un pa-
pel destacado en el desarrollo estadounidense. Los geográfi-
cos o naturales también fueron de gran relevancia: los recur-
sos agrarios, minerales y de transporte de ese subcontinente
que es Estados Unidos son excepcionales. El enorme valle del
Mississippi, en el centro del país, es m u y fértil y constituye
una magnífica red fluvial que se extiende desde el golfo de
México hasta la cuenca de los Grandes Lagos. La riqueza mi-
neral de las montañas Rocosas, la abundancia de carbón de los
Apalaches y de hierro en los montes de Mesabi, en Minneso-

177
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

ta, son proverbiales. Las condiciones de Florida, Mississippi,


Luisiana y California para la agricultura semitropical y medi-
terránea completan el cuadro. También son notables las con-
diciones para el transporte: la red fluvial y lacustre permi-
te, con la adición de varios canales, navegar desde Nueva
Orleans hasta Nueva Y o r k pasando p o r Chicago sin trans-
bordos, algo realmente asombroso dadas las distancias. La
longitud de río Missouri, afluente del Mississippi, permite
también navegar desde Nueva Orleans hasta m u y cerca del
océano Pacífico. A ú n h o y sigue siendo importante esta red
fluvial para el transporte de mercancías pesadas y volumino-
sas, como el carbón y los minerales. Precisamente las enormes
posibilidades del este tipo de comunicación p o r agua han he-
cho que algunos historiadores estadounidenses como R o b e n
Fogel o A l b e r t Fishlow resten importancia al ferrocarril en el
aspecto del p u r o transporte. Alfred Chandler, sin embargo, ha
demostrado su contribución al desarrollo de las finanzas y Hel
sistema organizativo de la gran empresa.
A este respecto, la historia de Estados Unidos también
presenta particularidades: quizá ia más llamativa en el aspec-
to financiero sea que este país gigantesco se desarrollara
durante el siglo XIX sin el concurso de un banco central. El re-
celo popular estadounidense hacia los monopolios se ha ex-
tendido hacia los grandes bancos y ello quizá explique que los
dos primeros intentos de fundar un banco central estable en
el país fracasaran. El First Bank of the United States «Juré
veinte años ( 1 7 9 1 - 1 8 1 1 ) y el Second Bank of the United Sta-
tes, dieciséis ( 1 8 1 6 - 1 8 3 2 ) . En ambos casos fue la oposición de
los polítifos la que terminó con la existencia del banco cen-
tral. Desde entonces hasta 1 9 1 4 la economía estadounidense
funcionó con un sistema áefree banking (libertad bancaria),
con el Departamento del Tesoro haciendo algunas de las fun-
ciones de banco central. Sin embargo los problemas moneta-
rios y crediticios que este sistema de laissez-faire planteaba y
la creciente complejidad de las exigencias que el gran creci-
miento de la economía estadounidense requería terminaron

178
VI. LA BELLE ÉPOQUE

por hacer que los políticos se replantearan la cuestión y que


en 1 9 1 3 se aprobara la L e y de la Reserva Federal, que creaba
un sistema de bancos centrales regionales coordinados; en
definitiva, un banco central algo más complejo que los euro-
peos, pero en esencia m u y parecido. Esta novedad no resolvió
totalmente el problema bancario en Estados U n i d o s , porque
subsistió la desconfianza hacia las grandes unidades y la p r e -
ferencia p o r la banca local, lo cual favoreció, y favorece, la
proliferación de pequeños bancos que tienen serias dificulta-
des para hacer frente a las crisis. Ésta fue, como veremos, una
de las causas de inestabilidad que agravaron la gran crisis de
los años treinta.
A pesar de todos estos problemas, Estados Unidos se ha-
bía convertido en una gran potencia económica, política y mi-
litar en vísperas de la I Guerra Mundial, papel que no ha deja-
do de desempeñar (al contrario, lo ha asumido con autoridad
cada vez mayor) desde entonces.
Japón es el primer país asiático que se industrializó.
C o m o el resto de los líderes económicos, J a p ó n está situado
en la zona templada del planeta: se trata de un archipiélago
que tiene algunas semejanzas con las islas Británicas en su la-
titud y clima, y en su situación a una distancia relativamente
corta de un gran continente. La historia de Japón, sin embar-
go, tiene rasgos que subrayan la originalidad de este país.
Quizá el más peculiar sea ei hecho d? que, desde las gueiras
civiles de! siglo x v i , Japón logró un equilibrio político, uno de
cuyos puntos esenciales era el aislamiento casi total con res-
pecto al resto del mundo. O t r o punto esencial era la petrifica-
ción de las instituciones con el sistema dual de gobierno mi-
kado-shógun, es decir, con un emperador (mikado) sin poder
real y un rey-gobernador (shogun, cargo que recaía en la fami-
lia Tokugawa) que controlaba t o d o el sistema político. La es-
tructura social básica era m u y parecida al feudalismo o A n t i -
guo Régimen europeo: el poder local estaba en manos de unos
grandes señores (daimyó) cuya fidelidad al shógun estaba ase-
gurada p o r el mantenimiento de parientes m u y cercanos en la

179
LOS ORÍGENES DEL S I G L O X X I

C o r t e de Yedo, h o y Tokio: de hecho, eran rehenes. En reali-


dad, el gobierno del shógun, como el feudalismo europeo, te-
nía mucho de régimen militar (bakufu). La baja nobleza,
compuesta p o r los samurai (caballeros o hidalgos), era como
la oficialidad en los ejércitos de los daimyo y constituía la éli-
te militar. Los campesinos, la inmensa mayoría de la pobla-
ción, tenían un estatus comparable al de los siervos o campesi-
nos pobres europeos y estaban sujetos al pago de exacciones
de tipo feudal, a menudo exorbitantes. P o r supuesto, había
también comerciantes (chonin), banqueros y empresarios;
pero en el Japón de los Tokugawa la sociedad era notablemen-
te estática, con bajo crecimiento demográfico y gran rigidez
social. La economía era abrumadoramente agraria, aunque
hubiera artesanía e industrias, sobre t o d o de consumo: ali-
mentarias, textil algodonera y sedera, minería, construcción
naval y residencial (ambas usando casi exclusivamente made-
ra;. El desarrollo económico era lento, p e r o indudablemente
había tensiones de clase: especialmente algunos grupos de sa-
murai y comerciantes y otros grupos urbanos eran partidarios
de un cierto cambio. En el caso de Japón, sin embargo, el im-
pulso decisivo para el cambio vino de fuera.
En 1853 el comodoro Matthew C. Perry de la Marina de
Estados Unidos, al frente de una escuadra de barcos de gue-
rra, desembarcó en Yedo y emplazó al gobierno japonés a ne-
gociar un tratado que permitiera ciertas relaciones con el país
estadounidense: establecimiento de consulados, ayuda a náu-
fragos, etcétera. Lo cierto es que el hermetismo de un país tan
grande como Japón en una zona de creciente tráfico marítimo
venía planteando problemas, especialmente de desapariciones
en casos de naufragio, imposibilidad de refugio en puertos ja-
poneses en situaciones difíciles, etcétera. La propuesta de
P e r r y contenía una amenaza velada, y el gobierno japonés,
consciente de su inferioridad militar, se v i o obligado a acce-
der. Inmediatamente otras potencias (Inglaterra, Rusia, H o -
landa) exigieron lo mismo. Los nuevos cónsules empezaron a
reclamar relaciones comerciales. Todo esto planteó serios

180
VI. LA BELLE ÉPOQUE

problemas en la sociedad japonesa entre los partidarios de en-


frentarse a los extranjeros y los partidarios de adaptarse a los
nuevos tiempos. El prestigio del bakufu (gobierno del shogun)
se resintió mucho. Las exigencias de las potencias extranjeras,
más de una vez apoyadas p o r artillería, continuaron en los
años siguientes, y J a p ó n se v i o obligado repetidamente a ce-
der. Las tensiones y los descontentos internos se agudizaron.
Finalmente, en enero d e l 8 6 8 una revolución terminaba
con el bakufu y abolía el cargo de shogun. El mihado era «res-
taurado» en la persona del nuevo emperador, Meiji Tennó. Ja
pon emprendía así un camino de modernización social y eco-
nómica que llevaba consigo una apertura al exterior y sobre
todo a las grandes potencias occidentales, en especial Inglate-
rra, Estados Unidos y Alemania. Muchos de los revoluciona-
rios habían visitado países occidentales, y puede decirse que
sus principios eran "que t o d o cambie para que t o d o siga
igual» o «modernicemos J a p ó n para que no nos lo moderni-
cen los extranjeros». Ya que Japón no podía preservarse intac-
to, se trataba de adoptar los m o d o s y técnicas occidentales
para p o d e r tratar a esos mismos occidentales en condiciones
de igualdad y librarse de sus imposiciones. A la larga, el éxito
de esta política fue total (aunque la II G u e r r a Mundial signi-
ficara una catástrofe), como radical fue el cambio de r u m b o
iniciado en 1868.
En efecto, los gobiernos revolucionarios emprendieron
una serie de medidas de profunda reforma. El cambio políti-
co encaminó el Estado japonés hacia la monarquía constitu-
cional. El feudalismo fue abolido, c o m o lo fue el bakufu: los
daimyo dejaron de ser señores territoriales, los campesinos
dejaron de ser siervos, se decretó la libertad de movimiento y
la igualdad de los ciudadanos ante la ley. El nuevo gobierno,
por su parte, asumió un papel directivo en la economía, ac-
tuando como empresario en áreas como el ferrocarril, el
transporte marítimo, y en muchas ramas industriales, como
armamento, construcción naval, siderurgia, maquinaria, ce-
mento, textiles, vidrio, minería, química y otras. También asu-

181
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

mió el Estado, al igual que en muchos países occidentales, la


provisión de servicios públicos como correos, comunicacio-
nes, obras públicas, además, por supuesto, de la moderniza-
ción del Ejército y la Marina. La enseñanza y la educación
también fueron reformadas y democratizadas. La escolariza-
ción y la alfabetización aumentaron rápidamente, al tiempo
que se inculcaban los valores tradicionales de obediencia y
disciplina. La educación media y superior tendían al elitismo,
favorecían las enseñanzas técnicas y alcanzaron p r o n t o altos
niveles de competencia. El comercio exterior creció muy rá-
pidamente gracias al librecambismo que habían impuesto las
'potencias occidentales en 1866; Japón exportó productos pri-
marios c o m o carbón y cobre, té, arroz y, sobre todo, seda.
Importaba casi t o d o lo demás, desde textiles de algodón has-
ta equipo, maquinaria, técnicos y capital. Ello p r o d u j o un
considerable endeudamiento exterior.
El resultado inmediato de esta política fue un gran im-
pulso de industrialización y modernización, p e r o también de
inflación y endeudamiento. El intento de copiar el sistema
bancario de Estados U n i d o s favoreció el crecimiento del di-
n e r o en circulación y el aumento de los precios. El malestar
de la población se hizo sentir. En 1 8 7 7 hubo un conato de
guerra civil (h «rebelión de Satsuma») y en 1 8 8 1 se empren-
dió un programa de estabilización bajo la enérgica dirección
del príncipe Masayoshi Matsukata, ministro de Hacienda.
G r a n parte de las empresas del Estado fueron privatizadas y
se reformaron el sistema fiscal y el bancario. Se equilibró el
presupuesto y se redujo la deuda pública Se l a n d o un banco
central al estilo del de Inglaterra, el Banco del Japón, y una se-
rie de bancos oficiales especializados: hipotecario, agrícola,
del comercio exterior, industrial, caja postal de ahorros, etcé-
tera. La inflación se contuvo. Una consecuencia de la privati-
zación fue la formación de los llamados zaibatsu, grandes
conglomerados familiares y financiero-industriales que se be-
neficiaron de la venta de empresas estatales a precios de saldo
(algo parecido a lo que ocurrió en Rusia con la privatización

182
VI. LA BELLE ÉPOQUE

poscomunista); los más conocidos fueron Mitsubishi, Sumi-


tomo y Yasui. Estos zaibatsu tuvieron una gran peso en la p o -
lítica y la economía japonesas hasta que fueron formalmente
disueltos tras la II Guerra Mundial, aunque h o y algunos per-
viven con el nombre suavizado de keiretsu (zaibatsu tiene una
connotación algo siniestra, nnentras keiretsu significa simple-
mente organización).
El resultado de esta reforma fue una reanudación del
crecimiento y la industrialización, pero con menos desequili-
brios. Pese a su énfasis en el poder militar, el desarrollo japo-
nés tuvo rasgos ortodoxos: se desarrollaron p r i m e r o la agri-
cultura y las industrias de consumo. La agricultura p r o n t o
sintió la escasez de rierra (la población japonesa creció mucho
más que en la era Tokugawa) y utilizó métodos intensivos: se-
lección de semillas, uso masivo de fertilizantes. La pesca, tra-
dicional fuente de alimentos en Japón, aunque no se moder-
nizó hasta bien entrado el siglo X X , aumentó sus capturas a
mayor ritmo aún que la producción agrícola. La industria tex-
til también se desarrolló m u y rápidamente: la sedera se m o -
dernizó y empezó a exportar productos terminados en lugar
de serla bruta. La algodonera, con materia prima india, p r o n -
to fue la mayor exportadora.
En vísperas de la I Guerra Mundial Japón era ya la gran
potencia industrial, política y militar en Asia. Había derrota-
do a China en 1895 y a Rusia en 1905 en sendas guerras que
habían abierto la puerta para su expansión impenalista. A u n -
que su industrialización era todavía m u y incompleta (en 1 9 1 3
aún tenía un 6 0 % de la mano de obra en la agricultura), su
transformación en cuatro décadas había sido prodigiosa y ha-
bía demostrado que el imperialismo occidental podía ser com-
batido con sus mismas armas. Lo malo fue que el imperialis-
mo occidental fue sustituido por el imperialismo oriental.

» * Ü-

Éstos fueron los principales seguidores de Inglaterra en


el sendero de la industrialización y el desarrollo económico.

183
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

Fueron acompañados p o r varios miembros del Imperio Bri-


tánico como Canadá, Australia y Nueva Zelanda que, por lo
relativamente pequeño de sus poblaciones y p o r su estatus de
colonias o dominions, atrajeron m e n o r atención y tuvieron
m e n o r peso en el concierto de naciones durante la época,
pero c u y o desarrollo económico y social tiene muchos para-
lelos con el de Estados Unidos. En Europa, las franjas meri-
dional y oriental (las más alejadas de Inglaterra) apenas ini-
ciaron sus procesos de modernización económica. Italia, que
alcanzó la unidad nacional en 1 8 6 1 , emprendió un camino
m u y lento hacia la madurez económica, que no se materiali-
zaría hasta la segunda mitad del siglo XX. A l g o parecido pue-
de decirse de España, Portugal y Grecia, esta última someti-
da a graves problemas bélicos tras la I G u e r r a Mundial
(enfrentamiento con Turquía) y durante y después de la se-
gunda. El Imperio A u s t r o - H ú n g a r o se caracterizó p o r un
desarrollo m u y desigual durante este periodo. Sus territorios
occidentales (las futuras Checoslovaquia, Austria y Flungría)
se modernizaron considerablemente, mientras que los balcá-
nicos se estancaron. O t r o país que creció notablemente du-
rante este periodo fue Argentina (y, en m e n o r medida, sus
vecinos Chile y U r u g u a y ) sobre la base de su integración en
el mercado internacional y el desarrollo de aquellos sectores
en que tenía ventaja competitiva: agricultura, ganadería y al-
gunas industrias de consumo.

BIENESTAR Y NIVEL DE VIDA

En el capítulo anterior vimos que hay una larga discu-


sión acerca de cómo evolucionó el nivel de vida de la clase
obrera inglesa durante la primera mitad del siglo XIX. Sobre el
comportamiento de esta variable en la segunda mitad de la
centuria la discusión terminó hace ya mucho tiempo, aunque
sin duda pocos contemporáneos fueron conscientes de su
progreso. La evidencia demográfica, sin embargo, es innega-

184
VI. L A BELLE ÉPOQUE

ble. La población de los países adelantados aumentó a gran


ritmo, como hemos visto, debido sobre todo al descenso de la
mortalidad. Es cierto que la población mundial en conjunto
experimentó un gran incremento; pero fue la de los países más
desarrollados, con la excepción de Francia, la que más creció.
Ese crecimiento se debió a una clara mejora del nivel de vida
para todos los grupos sociales. La mortalidad descendió p o r
una serie compleja de razones, algunas de las cuales ya hemos
visto. La disponibilidad de alimentos creció y, p o r tanto, la
cantidad y calidad de la dieta mejoraron. En general hubo más
variedad de oferta, y los precios de los alimentos cayeron sus-
tancialmente. Esto fue consecuencia del incremento de la p r o -
ductividad agrícola, de la mejora en los sistemas de transpor-
tes y del aumento de tierras cultivadas, sobre t o d o en los
países nuevos del continente americano, Australia y Nueva
Zelanda. En Estados Unidos, p o r ejemplo, se calcula que en
1820 lo producido p o r un agricultor alimentaba a cuatro per-
sonas; en 1 9 0 0 , a siete. Todas las estadísticas disponibles para
los países adelantados muestran un aumento en el consumo
de alimentos por persona.
También mejoraron las condiciones de vida en las gran-
des ciudades: alcantarillado, pavimentación, agua corriente,
alumbrado público (a gas, eléctrico), transporte público, es-
cuelas estaban a disposición de un número cada vez m a y o r de
ciudadanos. Es evidente que el nivel de vida en las ciudades
mejoró más que en el campo. Lo prueban la poderosa corrien-
te migratoria hacia las ciudades, la baja gradual relativa y ab-
soluta de la población agraria y la rasa creciente de urbaniza-
ción. En 1 9 1 0 había en Europa siete ciudades que superaban
el millón de habitantes, y eran, p o r orden de tamaño: Londres,
que tenía más de 7 millones, París, Berlín, Viena, San Peters-
burgo, Moscú y Estambul. Otras veinte superaban el medio
millón, entre las que estaban Madrid y Barcelona, En 1 8 5 0
sólo dos superaban el millón, Londres y París, y del resto nin-
guna llegaba al medio millón. En Estados Unidos en 1 9 1 0 ha-
bía dos ciudades de más de un millón, Nueva Y o r k y Chicago,

185
L O S ORÍGENES DEL S I G L O X X I

y dos de más de medio millón, Boston y Baltimore. En Japón


era Tokio la única ciudad que se acercaba a los 2 millones.
Las mejoras en las condiciones de vida se complementa-
ban con los progresos en la medicina. Las inoculaciones y pri-
meras vacunas, que se comenzaron a aplicar en el siglo x v m , se
generalizaron en los países desarrollados. En la segunda mitad
del siglo X I X R o b e r t K o c h y Louis Pasteur descubrieron la
existencia de bacilos y bacterias como vectores de las enferme-
dades infecciosas y desarrollaron remedios y vacunas para pre-
venirlas. Las campañas de vacunación infantil, junto con los
inicios de la práctica sistemática de medidas de higiene y de
asepsia en hospitales, redujeron grandemente la mortalidad in-
fantil y también, p o r supuesto, la adulta. A ello contribuyó la
mejora de la higiene en las grandes ciudades. Consecuencias
tangibles de estos factores, además del incremento de pobla-
ción, fueron el alargamiento de la vida y el aumento de las es-
taturas. Si la vida media del habitante de Europa era de treinta
y seis años en 1 8 2 0 , en 1 9 0 0 era de cuarenta y seis. En Suecia,
el Reino U n i d o , Holanda, Francia y Alemania ia esperanza de
vida estaba p o r encima de la media europea en 1 9 0 0 . En los
países menos desarrollados, como Italia, España, Portugal o
Rusia, se encontraba p o r debajo. También son indicadores del
m a y o r bienestar la estatura, el peso al nacer y otras medidas
antropométricas. Si bien las estaturas de los británicos y de al-
gunos otros, como estadounidense» y daneses, disminuyeron
o se estancaron en la primera mitad del siglo X I X , en la segun-
da mitad la estatura media masculina en ios países desarrolla-
dos creció uniformemente, superando en varios centímetros la
de mediados de siglo (conocemos mejor la estatura masculina
porque los datos más fiables y accesibles en el periodo son los
del servicio militar) [Coll y Komlos (1998)].
Las magnitudes macroeconómicas confirman todos es-
tos indicadores. La rentas en estos países, sus volúmenes de
producción de bienes y servicios, crecieron tanto en términos
absolutos como en términos p o r habitante. Si la renta media
p o r habitante de la Europa desarrollada era de 2 . 0 8 6 dólares

186
VI. LA BELLE ÉPOQUE

(unidades convencionales) en 1 8 7 0 , en 1 9 1 3 era de 3.688. En


el mismo intervalo, en Estados Unidos había pasado de 2.445
a 5.301. Esto fue posible porque la productividad también ha-
bía aumentado mucho. La renta en dólares p o r hora trabaja-
da había pasado en la Europa desarrollada de 1,61 a 3,12 y, en
Estados Unidos, de 2,25 a 5,12 entre 1870 y 1 9 1 3 . Esto signi-
fica que en Europa casi se había doblado y en Estados Unidos
se había más que doblado; también significa, p o r supuesto,
que la productividad estadounidense era mucho más alta que
la europea. Esto permitió que los habitantes de estos países
trabajaran menos horas: en Inglaterra, p o r ejemplo, se pasó de
2.984 a 2.624 horas trabajadas p o r persona y año. Para Fran-
cia las cifras comparables son 2.945 y 2.588, y para Estados
Unidos, 2.964 y 2.605 [Maddison (2001), pp. 3 0 - 3 1 , 347, 3 4 9 ,
351]. La consecuencia tangible que traslucen todas estas esta-
dísticas es que la vida de los europeos mejoró, según reflejan
los salarios reales (es decir, salarios divididos p o r precios). En
Inglaterra los salarios reales se doblaron (es decir, aumentaron
un 1 0 0 % ) entre 1 8 5 0 y 1 9 1 3 [Feinstein (1994)]; en Francia,
aumentaron un 7 0 % [ L e v y - I e b o y e r y Bourguignon, pp. 3 3 3 -
337]; los datos japoneses no son tan fiables, pero podemos
afirmar que crecieron un 3 0 % entre finales del siglo X I X y vís-
peras de la Gran Guerra [Lockwood (1968), p. 144]. En Esta-
dos Unidos aumentaron un 8 5 % entre 1860 y 1 9 1 3 . La m a y o r
subida parece haber tenido lugar en Suecia, donde aumenta-
ron en un 1 6 6 % en ese mismo lapso ( 1 8 6 0 - 1 9 1 3 ) [Phelps-
B r o w n (1973)]. En definitiva, la evidencia sobre una mejora
del nivel de vida en los países adelantados durante estos años
parece indudable e indiscutible, lo que confirmaría la «belle-
za» de aquella época. Pero no todos pensaban lo mismo.

LA CRISIS F I N I S E C U L A R

En julio de 1 8 7 0 Francia declaraba la guerra a Prusia,


como consecuencia de las tensiones generadas p o r la sucesión

187
L O S ORÍGENES DEL SIGLO XXI

a la corona española, vacante desde el destronamiento de Isa-


bel II p o r la Revolución de 1 8 6 8 ; comenzaba así la guerra
Franco-Prusiana. Mes y medio más tarde, Francia era derro-
tada en Sedán. En enero de 1 8 7 1 , Guillermo II, rey de Prusia,
era proclamado kaiser (emperador) de Alemania en el Palacio
de Versalles. Semanas más tarde, el pueblo de París proclama-
ba su independencia del gobierno provisional de Francia y
constituía una comuna revolucionaria, que en m a y o era de-
rrotada en un baño de sangre. Entretanto, Alemania imponía
a Francia el p?.gn de 5.000 millones de francos oro en con-
cepto de reparación de guerra y se anexionaba los departa-
mentos franceses de Alsacia-Lorena. Estos acontecimientos
tuvieron consecuencias profundas y duraderas. La Comuna
de París se convirtió en el modelo de Estado revolucionario
para los marxistas y, más tarde, para los bolcheviques rusos.
Francia soportaría amargamente estas humillaciones (derrota,
desmembramiento y proclamación del kaiser en Versalles) y
se desquitaría medio siglo más tarde. Las humillaciones y las
represalias franco-alemanas sembrarían de h o r r o r el siglo X X .
En un plano más prosaico, Alemania utilizaría el dinero de la
reparación francesa para fundar el Reichsbank (Banco Impe-
rial) y emitir una nueva moneda, el marco, convertible en oro.
La adopción del patrón o r o p o r Alemania consagraría este
sistema como el medio de pago de m a y o r aceptación interna-
cional. En vísperas de la I Guerra Mundial, el o r o era la mo-
neda umversalmente utilizada entre naciones.
A partir de 1 8 7 3 comenzó un largo periodo de baja de
precios internacionales que para muchos revestiría caracteres
de «gran depresión». Tal denominación es falaz, pero no pue-
de negarse que para muchos sectores y agentes económicos
esta prolongada baja de precios fue muy perjudicial. Si hablar
de «gran depresión» resulta impropio p o r las razones que ve-
remos, sí está justificado hablar de una crisis finisecular que
duró unos veinticinco años.
La más clara manifestación de la crisis es la caída de los
precios: es también casi la única. Así, por ejemplo, el índice de

188
VI. L A BELLE ÉPOQUE

precios al p o r m a y o r con base 1 0 0 en 1 8 7 3 era, tanto en el


Reino U n i d o c o m o en Alemania en 1 8 9 5 , de 60; en Francia y
en Estados Unidos, las bajas eran aún mayores: los índices
en 1895 eran, respectivamente, 51,4 y 53,5. [Los índices se han
calculado a partir de Mitchell ( 1 9 7 6 ) y de las United States
Historical Statistics. Puede verse un elocuente gráfico en F o -
reman-Peck (1983), p . 1 6 2 ] . En ltos demás países de los que te-
nemos datos las caídas fueron parecidas. Desde el final de las
guerras napoleónicas no se había registrado una caída de p r e -
cios comparable; pero, al fin y al cabo, las guerras habían cau-
sado inflación y las políticas deflacionistas de los gobiernos
restauradores p r o v o c a r o n una vuelta a los niveles de precios
anteriores. Sin embargo, a mediados del siglo x i x no se regis-
tra una serie de conflictos comparable a los de la I Revolución
Mundial. A q u í la caída parte de unos niveles de precios esta-
bles a mediados de siglo. No se trata p o r tanto ahora de una
vuelta a la estabilidad, p o r q u e se partía de niveles estables.
Además, la caída de precios v i n o puntuada p o r crisis más o
menos decenales: la de 1 8 7 3 - 1 8 7 6 , la de 1 8 8 4 - 1 8 8 6 y la de
1 8 9 4 - 1 8 9 6 (las fechas son aproximadas, porque varían algo de
unos países a otros).
Preguntémonos p r i m e r o p o r las consecuencias de esta
caída y de estas crisis. La consecuencia más importante fue un
profundo malestar social, especialmente entre los agriculto-
res, hasta el extremo de que se considera generalmente que se
trató de una crisis casi exclusivamente agrícola. C o m o v e r e -
mos, no fue así, p e r o lo cierto es que fueron sobre todo los
agricultores, a ambos lados del Atlántico, quienes pusieron el
grito en el cielo. En las praderas del Oeste Medio americano,
es decir, el norte del valle del Mississippi, en torno a los G r a n -
des Lagos, los agricultores organizaron movimientos de p r o -
testa a veces violentos y casi invariablemente radicales. Se for-
jó en aquellos medios la expresión «precios de paridad»,
porque los agricultores afirmaban que sus precios habían caí-
do mucho más que los de los productos industriales, y pedían
«paridad» entre unos y otros. El Congreso estadounidense,

189
LOS ORÍGENES DEL S I G L O X X I

espoleado p o r esta inquietud, n o m b r ó una comisión presidi-


da p o r el senador Nelson Aldrích que emprendió un estudio
exhaustivo de la evolución de los precios en Europa y A m é -
rica y que sirvió de fundamento para los programas de sub-
sidios a la agricultura. En Europa el malestar social se tradu-
jo en un refuerzo del movimiento proteccionista: se pedían
altos aranceles contra la importación de cereales baratos ex-
tranjeros.
En definitiva, la crisis finisecular se tradujo en una vuel-
ta al proteccionismo. Tras los años librecambistas que se inau-
guran con el tratado Cobden-Chevalier de 1860, el proteccio-
nismo v o l v i ó con el arancel alemán de 1879, conocido como
«arancel Bismarck». El viraje proteccionista alemán fue segui-
do p o r casi todos los países europeos: Austria (1882); Suiza,
que r o m p i ó su tradición librecambista en 1884; Italia (1887);
Suecia (1888); Francia (arancel Méline d e l 8 9 2 ) y España (aran-
cel Cánovas de 1892) son algunos ejemplos de países europeos
que adoptaron aranceles proteccionistas. Hay que señalar que
estas fechas son algo arbitrarias, ya que varios de estos países,
como España, Italia y Francia, habían ya aplicado medidas
restrictivas del comercio con anterioridad. Estados Unidos,
siempre proteccionista, había recrudecido sus aranceles ya
durante la Guerra de Secesión, y más con la victoria del Nor-
te. Japón, en cambio, p o r imposiciones de tratados, no pudo
elevar los aranceles hasta 1899. A estas subidas se sumaron las
llamadas «guerras de aranceles»; éstos fueron haciéndose más
complejos, estableciéndose más de una tarifa o columna, apli-
cables según el país con que se comerciara: se firmaban (o se
denunciaban) tratados estableciendo el tratamiento arancela-
rio que se iban a dar unas naciones a otras, se daban primas a
la exportación, etcétera. Estas guerras comerciales o arancela-
rias c o n t r i b u y e r o n al nacionalismo y a las rivalidades de la
época. En la Europa mediterránea la crisis se agudizó por la
plaga de la filoxera, que destruyó grandes extensiones de vi-
ñedo, causando la ruina de muchos agricultores y contribu-
y e n d o a sus protestas.

190
VI. LA BELLE ÉPOQUE

La crisis, p o r tanto, fue casi exclusivamente agraria. Las


primeras tarifas arancelarias que subieron fueron las de los
productos agrícolas; la rebeldía fue especialmente aguda entre
los agricultores. Y sin embargo los datos muestran que los
precios agrícolas no fueron lo únicos que cayeron, m u y al
contrario. Si en Alemania, p o r ejemplo, los precios del trigo
cayeron un 2 7 % entre 1 8 7 3 y 1 8 9 1 , los del acero lo hicieron
en un 3 3 % , los del lingote de hierro en un 61 % y los del p e -
tróleo refinado en un 5 9 % . En Inglaterra, que no elevó sus
aranceles, el precio del trigo descendió entre 1873 y 1 8 9 3 en
un 5 4 % ; p e r o el del hierro en lingotes sueco cayó casi igual
(un 5 1 % ) , y el del petróleo en un 8 0 % . En Estados U n i d o s
los índices de precios de los productos industriales cayeron
bastante más que los de los agrícolas. ¿ P o r qué no h u b o en-
tonces crisis industrial?
Para responder a esta pregunta debemos examinar las
causas de las caídas de precios y la verdadera naturaleza de la
crisis. En primer lugar, la crisis fue casi exclusivamente de p r e -
cios: las rentas nacionales no descendieron, al contrario. Los
datos que tenemos muestran crecimiento de los productos na-
cionales brutos por habitante en los principales países. Los es-
casos datos sobre desempleo no muestran tendencia creciente,
aunque sí fluctuación°r; I os salarios reales mejoraron, gracias
en gran parte a la baja en los precios. Por todas estas razones
no puede hablarse de «gran depresión», sino, a la inversa, de
gran expansión y mejora de los niveles de vida. En realidad,
éste es el periodo en que se hicieron sentir plenamente los be-
neficios de la Revolución Industrial, tanto de ia primera como
de la segunda: los avances en la técnica agrícola (mecanización,
abonos artificiales) permitieron un gran aumento en los rendi-
mientos y la productividad; las mejoras en los transportes y las
comunicaciones (ferrocarril, navegación transoceánica, telé-
grafo) abarataron las importaciones de los países nuevos o
abundantes en tierra, como los americanos y Rusia. Todo esto
explica la fuerte caída en los precios de los productos agríco-
las. A l g o parecido ocurre con los precios industriales: también

191
L O S ORÍGENES DEL S I G L O X X I

aquí las técnicas habían permitido enormes aumentos en la


productividad (maquinaria textil, revolución del acero, co-
lorantes sintéticos) y creciente competencia internacional al
descender los costes de transporte. En otras palabras, los au-
mentos de la producción de bienes fueron m u y grandes. La
demanda también se incrementó, pero a menor ritmo, porque
la población creció, pero al crecer la productividad, la produc-
ción total aumentó más que la población. El patrón o r o y la
desmonetización de la plata, p o r otra parte, limitaban el creci-
miento del dinero en circulación. La consecuencia de todo esto
fue que en los mercados los bienes aumentaran más que el di-
nero con que comprarlos y que, por ello, los precios bajaran.
A h o r a bien, en esta situación, los agricultores salían per-
diendo y los ciudadanos ganando. La explicación reside en la
conocida L e y de Engel, que nos dice (en términos m u y gene-
rales y simplificados) que la demanda de alimentos crece con
la renta, p e r o a menor ritmo, mientras que la demanda de
p r o d u c t o s industriales y de servicios crece más que la renta.
Q u i e r e ello decir que la baja en los precios de los alimentos
permitió que el pueblo comiera mejor, p e r o que, con sus ne-
cesidades alimentarias cubiertas, la gente dedicaba el resto de
sus ingresos a comprar vestidos, muebles, enseres, mejor vi-
vienda, a enviar a sus hijos a mejores «.elegios, a ir más a me-
nudo al médico, a viaiar, etcétera. La demanda de alimentos,
p o r tanto, crecía más despacio que la de los productos indus-
triales y, en muchos casos, los aumentos en el volumen ven-
dido no bastaban a compensar la bajada en los precios; en la
industria, p o r el contrario, el aumento del v o l u m e n deman-
dado compensaba con creces la baja de precios. Por eso, aun-
que bajaran más los precios industriales, la crisis fue del sec-
tor agrícola.
La tendencia de los precios se invirtió a partir de 1896
aproximadamente. Los descubrimientos de oro en el Transvaal,
junto con ciertos cambios institucionales que permitieron au-
mentar la cantidad de dinero en circulación con la misma base
de o r o , hicieron que la oferta monetaria aumentara con rela-

192

áL
VI. LA BELLE ÉPOQUE

tiva rapidez a partir de entonces. Por otra parte, es m u y p r o -


bable que el r e t o r n o al proteccionismo también influyera en
el alza de precios, al p o n e r un límite a las importaciones de
productos agrícolas.

NACIONALISMO E IMPERIALISMO

Las tensiones provocadas p o r la crisis finisecular exacer-


baron las tendencias al nacionalismo y su corolario, el impe-
rialismo. La competencia entre las nuevas naciones industria-
les, agravada p o r la baja de precios y las guerras arancelarias a
que dio lugar constituyeron un apropiado caldo de cultivo
para el nacionalismo. Éste había constituido un ingrediente
esencial en la I Revolución Mundial, al contraponerse el con-
cepto de Nación como conjunto de ciudadanos al de Reino (o
coloiña) como conjunto de subditos de un Monarca. Frente a
este nacionalismo que cabría calificar como igualitario o de-
mocrático aparece p r o n t o un nacionalismo que podríamos
llamar excluyeme o romántico, que tiene su origen en Italia y
Alemania, naciones irredentas hasta la segunda mitad del si-
glo XIX. Este nacionalismo apela a una idea trascendente de la
Nación, una nación existente más allá de los individuos que
la componen o pueden componerla, que se define también
por exclusión de los individuos que no pertenecen a ella, a esa
entidad metafísica definida p o r el idioma, la cultura, la raza o
«la unidad de destino en lo universal», como la definiera José
A n t o n i o Primo de Rivera. Este nacionalismo, que ha prolife-
rado desde el siglo XIX hasta nuestros días, ha conocido ver-
siones extremas c o m o el nazismo alemán y muchos fascismos,
como veremos.
C o m o en casi todos los movimientos sociales, en el na-
cionalismo hay un trasfondo económico; a menudo es un m e -
dio para evitar la competencia: los nacionalistas reclaman em-
pleos con exclusión de los no nacionales (o nacionalistas), los
empresarios reclaman protección arancelaria en nombre de la

193
L O S ORÍGENES DEL S I G L O X X I

«producción nacional» y utilizan el nacionalismo para recla-


mar solidaridad interclasista y así amortiguar las reivindica-
ciones de los trabajadores, etcétera. En la m a y o r parte de los
países europeos la justificación nacionalista del proteccionis-
mo estuvo a la orden del día durante este periodo, y lo mismo
ocurrió en Estados U n i d o s y Japón. El repudio de los llama-
dos «tratados desiguales», entre los que se contaba el de 1866,
que imponía bajos aranceles, fue una reivindicación constan-
te del estridente nacionalismo nipón, que en 1 8 9 9 logró su
abrogación y emprendió una política proteccionista. Fueron
las rivalidades nacionalistas entre los grandes países, en espe-
cial el deseo de Alemania de convertirse en hegemónica, fren-
te a Inglaterra al oeste y frente a Rusia al este, y entre los pe-
queños, c o m o las aspiraciones irredentistas de los países
balcánicos, las que desencadenaron la I Guerra Mundial.
O t r a consecuencia del nacionalismo de las glandes po-
tencias fue el imperialismo, fenómeno difícil de explicar en
términos económicos, p o r más que se haya intentado. La be-
lle époque no sólo coincide con la 11 Revolución Industrial,
sino también con la «era del imperialismo». Éste es el periodo
del reparto de África p o r las potencias europeas y de las peli-
grosas tensiones en Extremo Oriente y el Caribe (con la gue-
rra de Cuba y Filipinas entre Estados Unidos y España inclui-
da). En África, varios países europeos, Inglaterra, Francia,
Alemania, Bélgica, Italia, España y Portugal, crearon imperios
coloniales y además se esforzaron p o r extender su influencia
en todas la zonas donde la debilidad de los estados locales lo
permitía: Europa Oriental, Oriente Medio, Extremo Oriente
y América Latina. El imperialismo es difícil de explicar en tér-
minos económicos porque, contrariamente a lo que afirma-
ban tanto sus partidarios como sus enemigos, reportó más
costes que beneficios a las potencias imperialistas. Sin embar-
go, entre los pensadores de izquierdas, la teoría de que el im-
perialismo era «la etapa suprema del capitalismo» (Lenin di-
xit) t u v o mucho predicamento, y fue la gran adición de la
época al pensamiento marxista.

194
VI. LA BELLE ÉPOQUE

No obstante, el inventor original de ía explicación eco-


nómica del imperialismo fue un economista británico radi-
cal, pero no marxista, J o h n A t k i n s o n H o b s o n . Según H o b -
son la raíz económica del imperialismo estribaba en que el
capital lograba mayores rendimientos en los países subdesa-
rrollados que en los desarrollados, p o r q u e los salarios eran
allí más bajos y los recursos naturales más abundantes. P o r
eso eran los capitalistas quienes espoleaban a los gobiernos
de los países ricos a adquirir colonias donde ellos podían o b -
tener mayores beneficios para sus inversiones. La realidad
parecía dar la razón a H o b s o n , ya que, c o m o v e m o s , el i m -
pulso expansionista fue m u y fuerte en aquellos años. F r a n -
cia había conquistado Argelia en 1 8 3 0 y desde esa base llevó
a cabo la exploración y anexión del África ecuatorial occi-
dental. C o n ella compitió principalmente G r a n Bretaña que,
partiendo de la colonia de El C a b o , arrebatada a H o l a n d a
durante las guerras napoleónicas, y de Egipto, d o n d e esta-
bleció un p r o t e c t o r a d o no oficial desde 1 8 7 6 y oficial en
1882, fue haciendo una especie de tenaza norte-sur que p r o -
dujo un gigantesco i m p e r i o desde el Mediterráneo hasta el
Cabo de Buena Esperanza, al que se añadían Nigeria, C o s t a
de O r o (Ghana), Sierra Leona, Somalia y algunos territorios
más. Las posesiones de Francia en el África Occidental in-
cluían t o d o el Sahara y llegaban hasta el golío de Guinea / la
desembocadura del río C o n g o , además de Madagascar y co-
lonias menores. El C o n g o Belga ocupaba el enorme t e r r i t o -
rio constituido p o r el valle del C o n g o en plena África Ecua-
torial. Alemania buscó su p r o p i o imperio en África y
obtuvo Togo, Camerún, Tanganika y lo que h o y es Namibia.
Portugal, expandiéndose a partir de sus puertos en el océa-
no Atlántico y en el Indico, l o g r ó las extensas colonias de
Angola y M o z a m b i q u e , además de C a b o Verde y Guinea.
Italia conquistó Libia, Abisinia y Somalia, que se repartió
con Inglaterra. España o b t u v o reconocimiento de territorios
relativamente modestos: R í o de O r o (Sahara español), G u i -
nea española y la franja norte de Marruecos. A principios del

195
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

siglo XX los únicos países independientes en África eran Li-


beria y Abisinia.
En ningún o t r o continente fue la dominación europea
tan completa, p e r o p o r todo el mundo, incluso Europa, man-
tuvieron o establecieron las grandes potencias colonias e im-
perios. A d e m á s de la India, que comprendía lo que h o y son
Pakistán, India, Ceilán (Srí-Lanka), Birmania y Bangla Desh,
Inglaterra poseía Malasia, Australia, Nueva Zelanda, Hong
K o n g , A d e n , G u y a n a y otros territorios menores pero no
despreciables, c o m o Llanda o Gibraltar. Francia tenía Indo-
china, más archipiélagos oceánicos, la G u a y a n a francesa y
varias islas en el mar Caribe. Flolanda poseía lo que h o y es
Indonesia, y a Portugal le quedaban Macao, G o a y Timor
Oriental. España tenía Cuba, Puerto Rico, Filipinas, más las
islas Palaos y las Marianas en ei Pacífico. Todo esto lo perdió
tras la guerra Hispano-Norteamericana de 1898, que fue una
más de las contiendas nacionalistas e imperialistas del perio-
do: las varias de los Balcanes, la guerra A n g l o - B o e r y las gue-
rras de J a p ó n contra China y Rusia. J a p ó n sé incorporó ávi-
damente a la carrera imperialista, extendiendo sus dominios
p o r C o r e a y Manchuria.
Pero si e s t e frenesí expansionista parecía confirmar las
teorías de H o b s o n y Lenin, la realidad era distinta. Ni el
diagnóstico de la izquierda ni las esperanzas de los empresa-
rios y políticos que anticipaban grandes dividendos de la ex-
pansión colonial estaban fundados en bases firmes. En pri-
m e r lugar, no hacía falta control político para asegurar la
inversión de capital. Estados Unidos, la ex colonia británica,
se llevó la m a y o r parte de la inversión de su antigua metró-
poli, p o r encima de colonias en activo, c o m o la India o el
Á f r i c a británica, d o n d e la mano de obra, dicho sea de paso,
era mucho más barata. En segundo lugar, el capital no rendía
más en los nuevos territorios que en los países desarrollados,
salvo en sectores m u y concretos como la minería y algunas
plantaciones. La razón estaba en que, si bien la mano de obra
en los países industriales era más cara, también era más p r o -

196
VI. L A BELLE ÉPOQUE

ductiva, porque estaba mejor educada y p o r q u e en estos paí-


ses se disfrutaba de economías externas c o m o paz y orden
social, sistemas legales eficaces, redes, de transporte, grandes
mercados, servicios bancario, de seguros, etcétera. C o n t r a lo
que hubiera predicho H o b s o n , la m a y o r parte de la inversión
exterior de las metrópolis se dirigió a otras metrópolis o a Es-
tados Unidos. Los países periféricos lo eran también para los
capitalistas. La prueba de que el imperialismo no era «la eta-
pa suprema del capitalismo» es que los imperios coloniales
son h o y cosa del pasado y el capitalismo sigue funcionando
en el siglo x x i .
¿Cuál era entonces la razón del imperialismo? Las cau-
sas eran mucho más complejas de lo que pensaban los teóri-
cos posmarxistas. Sin duda había un acicate económico: algu-
nos capitalistas que invirtieron en minas o plantaciones se
enriquecieron y presionaron a sus gobiernos para que les ga-
rantizaran un marco político adecuado. O t r o s capitalistas, en
cambio, perdieron mucho dinero con el espejismo de las c o -
lonias. Había además en las metrópolis grupos y élites inte-
resados p o r razones no económicas en hacer carrera en las
colonias: militares, diplomáticos, políticos, misioneros se
apuntaban triunfos de uno u o t r o carácter en las colonias
[Schumpeter (1965a)]. En realidad; ¿o que parece haber detrás
del imperialismo del periodo es nacionalismo: las naciones
fuertes competían p o r mantener o conquistar un imperio p o r
razones de prestigio o de estrategia más que p o r motivos p u -
ramente económicos. Y es que, si bien los imperios no justifi-
caron económicamente el esfuerzo que costó conquistarlos y
mantenerlos, sí parece que cumplieron la función políticomi-
litar que se les encomendó durante las dos guerras mundiales.
En concreto, Gran Bretaña y Francia deben una parte impor-
tante de sus victorias a la colaboración de sus respectivos im-
perios [O'Brien y Prados (1998)]. Las rivalidades nacionalis-
tas e imperialistas se justificaban así en parte; pero lo cierto es
que contribuyeron poderosamente a destruir y acortar la b e -
lleza de esa tan añorada época.

197
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

AVANCES DE LA DEMOCRACIA

El crecimiento económico del siglo XIX, acompañado de


la expansión del proletariado industrial y del progreso de la
urbanización, trajo consigo un poderoso movimiento refor-
mista llevado a cabo por las organizaciones obreras. C o m o
hemos visto, sindicatos y partidos de izquierda presionaban
en un doble frente: de un lado empleaban un leguaje revolu-
cionario, bien marxista, bien de tipo milenarista anarquista;
por otro lado, su praxis era claramente reformista, presionan-
do en favor de un programa político, económico y social que,
en esencia, aceptaba el sistema capitalista mientras éste fuera
modificado de acuerdo con las exigencias de la izquierda. En
el plano económico y social, los partidos de izquierda pedían
una mejora de las condiciones de trabajo (acortamiento de la
jornada, garantías sanitarias y de seguridad, protección de
mujeres y menores, etcétera), la implantación de lo que h o y se
llama el Estado de Bienestar (seguros sociales, compensación
al desempleo) y el aumento y la redistribución de las cargas
fiscales (impuesto sobre la renta y sobre las transmisiones he-
reditarias), imprescindibles para extender el gasto presupues-
tario que el Estado de Bienestar conlleva. Adicionalmente, la
izquierda, en especial la europea, era en general favorable a las
medidas proteccionistas y de intervención esf-tal en favor de
la industria y la agricultura; y más desde que se inició la baja
de precios finisecular. La izquierda estadounidense era ade-
más opuesta a la disciplina del patrón oro.
En el plano político, la principal reivindicación del movi-
miento obrero era el sufragio universal, porque en él se veía el
medio de que los partidos representantes de las clases trabaja-
doras, marginados p o r los sistemas electorales censitarios, que
favorecían a los electores ricos, accedieran a los parlamentos y
pudieran, de este modo, promover la legislación reformista.
A u n q u e el progreso fue lento, es indudable que los es-
fuerzos de la izquierda fueron dando sus frutos, lo cual expli-
ca el éxito de la política reformista y el a p o y o que recibía de

198
VI. LA BELLE ÉPOQUE

los militantes de base, p o r más que fuera formalmente conde-


nada y derrotada por el revolucionarismo retórico de los diri-
gentes en los enfrentamientos doctrinales de los congresos de
partido. C o m o ya hemos visto, fue en la Alemania de Bis-
marck, el menos democrático entre los países avanzados, pero
en el que más fuerza tenía el movimiento socialista, d o n d e se
inició la política de protección social. Esto se continuó con el
Código de la Seguridad Social de 1 9 1 1 , que convirtió al obre-
ro alemán en el mejor protegido del m u n d o [Stolper ( 1 9 6 7 ) ,
pp. 4 3 - 5 1 ; Craig (1980), p p . 1 5 0 - 1 5 7 , 2 6 6 - 2 7 2 ; según Lindert
(2004), el mejor protegido era el danés]. Pero en Inglaterra
también se introdujeron medidas de protección social bajo la
égida del Partido Liberal, desde las leyes sobre el trabajo en las
fábricas, de mediados del siglo x i x , hasta la introducción de
pensiones de vejez y seguros sociales, en 1 9 0 6 y 1911 [Thom-
son (1978), pp. 1 9 7 - 2 0 2 ] . La situación en Francia era menos
flexible. La división continua del Partido Socialista y el peso
aún considerable de la población campesina fueron obstácu-
los insuperables para el avance de la legislación social en esta
época. Curiosamente, Francia es el primer país donde un s o -
cialista, Alexandre Millerand, desempeñó una cartera ministe-
rial antes de la G r a n Guerra, pero ello sólo sirvió para que su
partido le censurara severamente y terminara p o r expulsarle.
Pese a todo ello, el paso de Millerand p o r el Ministerio de C o -
mercio permitió que se llevaran a cabo las únicas reformas so-
ciales que tuvieron lugar en Francia en este periodo, en parti-
cular la creación de un cuerpo de inspectores de trabajo y la
reducción de la jornada laboral, primero a once y luego (1904)
a diez horas [Cobban (1965), pp. 6 8 - 6 9 ; W o h l (1966), cap. 1 ] .
Igualmente lenta fue la introducción de legislación social en
Italia, pero también aquí se establecieron progresivamente
medidas de aseguramiento social, especialmente en la época
del liberalismo, con Giovanni Giolitti (ley de creación del Ins-
tituto Nacional del Seguro Social de 1 9 1 2 ) [Zamagni ( 1 9 9 0 ) ,
pp. 2 3 5 - 2 4 5 ] . En casi todos los demás países europeos se in-
trodujeron medidas de este tipo en este periodo.

199
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

Los objetivos políticos también se fueron cumpliendo.


En Estados Unidos el sufragio universal masculino fue impo-
niéndose en muchos estados, pero se aplicó con serias restric-
ciones en los estados del Sur hasta la Guerra de Secesión (e in-
cluso después). El primer país europeo d o n d e se implantó el
sufragio universal masculino fue Francia, en 1 8 4 8 ; Suiza, lo
hizo en 1 8 7 4 . España fue de los primeros: en realidad, lo in-
trodujo antes que Suiza, ya que fue proclamado el sufragio
universal de los varones mayores de veinticinco años tras la
Revolución de 1 8 6 8 , aunque esta medida fuera derogada en
1 8 7 5 . Fue implantado definitivamente en 1 8 9 0 , si bien las
prácticas caciquiles lo desvirtuaron casi totalmente. Nueva
Zelanda había establecido el sufragio universal para ambos se-
xos en 1 8 9 3 , y Australia, en 1902. Noruega dio el v o t o a los
varones en 1 8 9 8 ; Suecia y el Imperio A u s t r o - H ú n g a r o , en
1907; Portugal, en 1 9 1 1 , tras la revolución del año anterior; e
Italia, bajo la egida de Giolitti, en 1 9 1 2 . En los grandes países
europeos se fue ampliando el censo electoral, p e r o el sufragio
universal no se implantó hasta después de la guerra. El verda-
dero sufragio universal, es decir, incluyendo también a las
mujeres, tuvo que esperar en casi todos los casos al periodo de
entreguerras.

CONCLUSIÓN

La bcíic apoque de finales del siglo X I X y principios del XX


constituye el primer ensayo pacifico de integración internacio-
nal. Desde el punto de vista económico, el ensayo se salda con
un gran éxito. La población, la producción y el bienestar expe-
rimentan mejoras sin precedentes gracias al desarrollo del co-
mercio y la innovación. Desde el punto de vista político, sin
embargo, el experimento es un fracaso. El fracaso político hay
que relacionarlo con el éxito económico. El desarrollo material
p r o d u j o el nacimiento y expansión de nuevos grupos sociales
(trabajadores urbanos en su mayor parte) que no encontraban ,

200
VI. L A BELLE ÉPOQUE

fácil acomodo en la estructura social heredada. La pugna entre


estos nuevos grupos y las clases establecidas acentuó las tensio-
nes en casi todas las naciones económicamente avanzadas y, de
manera concomitante, las tensiones internacionales, cuando
los políticos de estos países buscaban resolver las tensiones p o r
medio del proteccionismo, del nacionalismo y del imperialis-
mo. La situación internacional llegó así a un estado de violen-
cia tal que cualquier error podía ser la chispa que hiciera esta-
llar el polvorín. La chispa estalló en los Balcanes en el verano
de 1 9 1 4 , pero pudo haber saltado antes o después, en los Bal-
canes, en el Rin, en Marruecos o en alta mar. Los errores a los
que las tensiones sociales dieron lugar fueron m u y numerosos
y uno de ellos había de tener consecuencias dramáticas. El
mundo se adentró así en una época de profundo y d o l o r o s o
ajuste, que iba a marcar la historia del siglo X X .

20 r
VII
LA II R E V O L U C I Ó N M U N D I A L

La I G u e r r a Mundial representó una divisoria histórica


de gran significación. M a r c ó el final de la era que hemos v e -
nido estudiando en los capítulos precedentes y abrió las
puertas a una revolución social de trascendencia comparable
a la de la que se había iniciado a finales del siglo XVIII. En las
páginas que siguen trataremos de resumir la razón de esta im-
portancia. En síntesis, la guerra marca el paso dei orden libe-
ral-burgués que había nacido a principios del siglo x i x como
consecuencia de ia I R e v o l u c i ó n Mundial, c o m o v i m o s en el
capítulo II, al o r d e n socialdemócrata, un tipo de organiza-
ción social m u y diferente, c o m o ahora veremos, y que es el
orden social que sigue dominando el m u n d o a principios dei
siglo XXI.

EL ORDEN LIBERAL-BURGUÉS

El sistema liberal-burgués que hemos examinado en los


capítulos anteriores nació c o n la G r a n R e v o l u c i ó n A t l á n t i -
ca de finales del siglo XVIII y principios del XIX, que t e r m i -
nó con el sistema feudal-aristocrático, conocido desde Toc-
queville como el A n t i g u o Régimen. El A n t i g u o Régimen se
caracterizaba políticamente p o r q u e su sistema de g o b i e r n o
era la monarquía absoluta. E c o n ó m i c a m e n t e su principal
actividad era la agricultura. Este sistema venía evolucionan-
do desde la Edad Media, y fue abolido en H o l a n d a e Ingla-
terra durante el siglo XVII. Su a r r u m b a m i e n t o definitivo en
el mundo occidental no t u v o lugar hasta la llegada de las r e -
voluciones Americana y Francesa (lo que hemos llamado la
I Revolución Mundial), cuyas consecuencias políticas y eco-

203
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

nómicas r e v e r b e r a r o n p o r E u r o p a y A m é r i c a , c o m o ya vi-
mos. Esta I Revolución coincidió temporalmente con la Re-
v o l u c i ó n Industrial inglesa, p e r o en realidad t u v o p o c o que
v e r con ella. Esta I R e v o l u c i ó n no obedece al m o v i m i e n t o
industriaiizador, sino al comercial. C o m o vimos, los prime-
ros países que experimentaron este gran cambio, Holanda a
finales del siglo XVI y principios del XVII, Inglaterra en el si-
glo XVII, habían llevado a cabo un intenso p r o c e s o de co-
mercialización. En Holanda, p o r las razones q u e vimos, la
revolución política y social no se culminó y fue seguida p o r
un p e r i o d o de relativo estancamiento. En Inglaterra, p o r
contraste, la r e v o l u c i ó n social y política d e s e m b o c ó en el
p r i m e r p r o c e s o de industrialización sostenido que registra
la Historia. Pero el caso es que en Inglaterra la R e v o l u c i ó n
Industrial t u v o lugar después de la política. Lo m i s m o ocu-
rrió en el resto del m u n d o : la gran revolución de finales del
siglo x v i l l y principios del siglo XIX en Europa y América
fue llevada a cabo p o r las clases urbanas y comerciales, y fue
el n u e v o o r d e n q u e salió de ella el que p e r m i t i ó el proceso
de industrialización que tuvo lugar en Europa y Norteamé-
rica en el siglo x i x .
Es importante recordar, a este p r o p ó s i t o , que la I G r a n
R e v o l u c i ó n no p r o d u j o la derrota de la aristocracia, como
frecuentemente se ha dicho, sino su reparto del poder con ia
burguesía —éste es el redescubrimiento que hizo A m o Ma-
y e r en su libro sobre la persistencia del A n t i g u o Régimen
[Mayer ( 1 9 8 1 ) ] — . En la m a y o r parte de los regímenes repre-
sentativos que salieron de la I Revolución se celebraban elec-
ciones periódicamente para elegir a las Cortes o Parlamentos.
En los regímenes presidencialistas, c o m o en Estados Unidos,
se elegía también directamente al Presidente, principal cargo
ejecutivo. En los regímenes parlamentarios, predominantes
en Europa, el ejecutivo era elegido p o r el Parlamento. En
cualquier caso, el sufragio era restringido en la m a y o r parte
de los países donde regía, es decir, sólo votaba una parte de la
población. En el sistema censitario, el más común, sólo vota-

204
VII. L A I I R E V O L U C I Ó N M U N D I A L

ban los contribuyentes que pagaran p o r encima de una cierta


cantidad anual. También era invariable que las mujeres estu-
vieran excluidas del v o t o . O t r o s criterios de restricción de
v o t o eran los étnicos o raciales (exclusión de los esclavos en
Estados Unidos, o de los católicos en Inglaterra), o los cultu-
rales: era frecuente la exclusión de los analfabetos. Estos sis-
temas étnicos de exclusión se daban típicamente en varios es-
tados de Estados Unidos, sobre t o d o en el Sur. Existían otras
formas de discriminación, c o m o los votos de calidad (en In-
glaterra las universidades estaban especialmente representa-
das). La gran mayoría de la población — e n general ia más
pobre, la que más sufría con los ajustes cíclicos— quedaba al
margen de la representación política, en parte p o r los meca-
nismos censitarios y excluyentes, en parte p o r la p r o p i a
incultura y apatía. En consecuencia, los partidos que se alter-
naban en el poder, en general conservadores y liberales, r e -
presentaban, a grandes rasgos, a la aristocracia, a la burguesía
y a las clases medias, y no a los trabajadores manuales (indus-
triales o agrarios), quienes, dado ei nivel tecnológico i m p e -
rante, eran la mayoría (aunque mayoría decreciente a medida
que fue progresando la técnica).
Este sistema político, triunfante a mediados del siglo
X I X , fue siendo cuestionado p o r el aumento de fuerza que
iban adquiriendo los excluidos del v o t o . C o n la extensión del
sistema industrial, los mayores niveles educativos y las alzas,
paulatinas pero continuas, del nivel de vida, los grupos ex-
cluidos fueron cobrando conciencia de la discriminación de
que eran objeto y de que la participación en la lucha política
era un vehículo indispensable para su mejora material y m o -
ral. Un caso m u y claro fue el del v o t o femenino. Desde fina-
les del siglo X I X apareció, sobre t o d o en los países anglosajo-
nes, el llamado movimiento sufragista, por el que una
minoría activa de mujeres reclamó el derecho al v o t o . A u n -
que el v o t o femenino no se l o g r ó hasta después de la I G u e -
rra Mundial (salvo en Australia, Nueva Zelanda, Finlandia y
Noruega), no cabe duda de que la lucha de las sufragistas (su-

205
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

fragettes era el n o m b r e algo despectivo que se les dio en in-


glés) contribuyó a cuestionar el principio del sufragio limita-
d o . P o r su parte, el sufragio masculino fue ampliándose des-
de finales del siglo X I X , hasta alcanzarse el sufragio universal
masculino en algunos países en las décadas anteriores a la
I Guerra Mundial.
En el ámbito económico, durante el siglo X I X predomi-
nó el liberalismo al estilo inglés: se impuso el paradigma clá-
sico (Smith, Ricardo, Mili) hasta 1870, y el neoclásico (Men-
ger, Jevons, Walras, Marshall) a partir de entonces. Por lo u ue
respecta a la política económica, las prescripciones no cam-
biaron de un paradigma a otro: sus tres bases esenciales eran:
1) el librecambio; 2) el equilibrio presupuestario, y 3) el pa-
trón o r o .
Entre los resultados de esta política económica estaban
los ajustes cíclicos y la estabilidad de precios a largo plazo,
c o m o demuestran los numerosos índices que poseemos
(Sauerbeck, Silberling, Sarda). O t r o s resultados eran la esta-
bilidad política y el crecimiento económico a medida que se
producía el progreso técnico y su difusión, p e r o también una
distribución de las cargas del crecimiento que era claramente
desfavorable a los trabajadores manuales, sin representación
polítii <t.
Esto no quiere decir que ios trabajadores estuviesen su-
jetos a la famosa ley de bronce de los salarios. Lejos de eso, los
trabajadores manuales experimentaron una mejora clara del
nivel de vida desde mediado<: del siglo x i x . especialmente con
la expansión del librecambio y ia caída de los precios de los
alimentos que eso entrañó. Pero sí fiabía inseguridad laboral
y frecuentes crisis: 1 8 3 0 , 1 8 4 8 , 1 8 5 7 , 1 8 6 6 - 1 8 6 8 , 1 8 7 3 , 1884,
1 8 9 4 , 1 9 0 7 . En general los ajustes se hacían con bajas de pre-
cios y salarios, cierres de empresas y alza del desempleo. Es
la disciplina lógica de la economía de mercado (la «destruc-
ción creadora» de Schumpeter), pero una disciplina cuyas
consecuencias recaen sobre unos más fuertemente que sobre
otros.

206
VIL LA II REVOLUCIÓN MUNDIAL

EL ORDEN SOCIALDEMÓCRATA

La situación que acabamos de describir se quebró con la


I Guerra Mundial. Por ello el periodo de entreguerras fue un
tiempo de forcejeo entre quienes querían volver atrás (los que
añoraban la belle époque) y quienes se resistían sin saber exac-
tamente lo que querían, porque nadie entendía bien los perfi-
les de la sociedad futura, que no serían ni los del esquema
marxista y neomarxista ni, menos aún, los de los partidos fas-
cistas, pero tampoco los de la sociedad liberal. Quien más cla-
ramente previo el futuro fue J o h n Maynard Keynes. La gran-
deza de Keynes, más que en los detalles técnicos de su teoría
económica, que presenta serios problemas, está en haber sido
una de las pocas cabezas (quizá la única) que i n t u y ó y final-
mente comprendió lo que ocurría: que no se podía v o l v e r
atrás y que había que diseñar un sistema económico n u e v o
para adaptarse a las nuevas realidades políticas y sociales. Sus
contemporáneos tardaron en entenderlo. Los principios k e y -
nesianos se asumieron durante los años treinta no p o r convic-
ción, sino por la imposición de las circunstancias. Las princi-
pales propuestas de Keynes que se adoptaron fueron:
1. El abandono del patrón oro interno. Él había preconi-
zado este abandono y fue célebre su oposición a la reimplan-
tación del o r o en Inglaterra en 1 9 2 5 , medida que dio lugar a h
huelga general de 1 9 2 6 . Ésta fue una de ías grandes llamadas
de atención sobre la irreversibilidad de ia situación de posgue-
rra. La política preconizada p o r Keynes se impuso en los años
treinta e Inglaterra la inició en septiembre de 1 9 3 1 .
2. La creación de un sistema de pagos internacionales
que sustituyera al patrón oro. Esto t u v e lugar con la creación
del Fondo Monetario Internacional (FMI) en la Conferencia
de Bretton W o o d s de 1944. A l l í se puso en práctica la idea de
Keynes de un mecanismo de pagos internacionales no basado
en el automatismo del patrón o r o sino en la discrecionalidad
de las naciones participantes con arreglo a unas ciertas reglas.
Aunque, p o r desgracia, sus ideas no se siguieron exactamen-

207
L O S ORÍGENES DEL S I G L O X X I

te, el F M I se creó c o m o un sistema de pagos internacionales


del tipo preconizado por Keynes.
3. La utilización del déficit fiscal como arma de política
anticíclica. Este principio se impuso por la fuerza de los hechos
más que porque se hubiera asimilado la teoría keynesiana en
los años treinta, y pasó a ser política oficial con los gobiernos
laboristas en Inglaterra y con Kennedy en Estados Unidos. In-
cluso antes de la publicación completa del sistema keynesiano
en la Teoría general en 1936 [Keynes (1960)], el déficit como
arma anticíclica había formado parte del programa dei Partido
Social Demócrata sueco desde 1930 y algo parecido fueron las
políticas de Hjalmar Schacht en la Alemania nazi y de Koreki-
yo Takahashi en Japón durante los años treinta.
Los factores que rompieron la continuidad y que impi-
dieron, tras la I G u e r r a Mundial, la vuelta a la normalcy (fra-
se del presidente Warren Harding, en inglés incorrecto, pero
que quedó en el m u n d o anglosajón, para significar la norma-
lidad de preguerra) del mundo de ayer, de la belle époque, fue-
ron los siguientes:
A) La generalización del sufragio universal, y con ella la
irrupción de los partidos de izquierda (mayoritariamente so-
cialistas) en la escena política. El acceso de la izquierda a los
corredores del poder trajo consigo la implantación de un pro-
grama de reforma social que era incompatible con la vuelta al
sistema político económico «liberal-burgués».
B) La Revolución Rusa, que actuó como detonador de la
verdadera revolución proletaria, que tuvo lugar en Europa
durante las décadas siguientes. La amenaza bolchevique fue
utilizada p o r los partidos de izquierda europeos para presio-
nar con mucho m a y o r efectividad en favor de sus reivindica-
ciones. A p a r t e de alarmar a las clases y los partidos antes di-
rigentes, la Revolución Rusa aumentó la militancia y el apoyo
electoral a la izquierda, aunque también produjo, como vere-
mos, una polarización del v o t o .
C) El esfuerzo bélico. Éste fue tan grande que los go-
biernos tuvieron que hacer fuertes concesiones políticas a los

208
VIL L A I I R E V O L U C I Ó N M U N D I A L

partidos de izquierdas para ganarse el a p o y o de los trabajado-


res, que ya venían ganando terreno en los años anteriores a la
guerra. Es bien conocido lo que ocurrió en Alemania cuando
los socialistas votaron en a p o y o del gobierno y del presupues-
to de guerra en 1 9 1 4 : pasaron a formar parte de hecho de la
coalición gobernante. Cosas parecidas sucedieron en o t r o s
países beligerantes: recordemos el gabinete de concentración
de L l o y d George en Inglaterra en 1 9 1 6 , que reunía a conser-
vadores, liberales y laboristas.
D) El socialismo de guerra (Kriegsozialismus). El m o d e -
lo de economía liberal fue abandonado en todos los países be-
ligerantes, como era natural, y la planificación, aunque fuera
por corto tiempo, funcionó. Se crearon organismos de plani-
ficación y control que después de la guerra fue difícil desman-
telar, entre otras razones p o r q u e la población se había habi-
tuado a ellos.
E) El creciente papel económico de la mujer, también
como consecuencia de la economía de guerra, fue o t r o ele-
mento que preparó el terreno para el cambio político, en par-
te porque aceleró la llegada del sufragio femenino, y las m u -
jeres p r o n t o advirtieron las ventajas que para ellas ofrecía el
Estado de Bienestar.
En resumen, tras la I G u e r r a Mundial se inició en el
mundo occidental la Revolución Socialdemócnst-a, gi^cias a la
generalización del sufragio universal, que trajo consigo la
creciente participación en el p o d e r de los partidos de izquier-
da. Esta revolución socialdemócrata, como la revolución b u r -
guesa que se había llevado a cabo a partir de finales del siglo
xvín, fue imponiéndose gradualmente, primero en la Europa
occidental septentrional (en especial en los países que M a r x
había predicho, es decir, Inglaterra y Alemania, aunque a és-
tos habría que unir los escandinavos), y luego fue extendién-
dose gradualmente p o r el resto de Europa y Estados U n i d o s .
Esta revolución consistió, esencialmente, en introducir el Es-
tado de Bienestar tal c o m o lo conocemos hoy. En general, la
implantación del Estado de Bienestar ha estado correlaciona-

209
LOS ORÍGENES DEL S I G L O X X I

da con el desarrollo económico: democracia y Estado de Bie-


nestar son lujos sólo al alcance de las naciones desarrolladas.
El papel último de la Revolución Rusa en este proceso
fue el de contribuir a acelerarlo, pero también a dificultarlo.
C o n t r i b u y ó a acelerarlo porque, de un lado, infundió ánimos
a los socialdemócratas, haciéndoles sentir que la revolución
era posible. Además, por otro lado, a muchos elementos de
centro y de la derecha moderada les indujo a aceptar las refor-
mas socialdemócratas en evitación de algo peor. C o n t r i b u y ó
a dificultarlo porque endureció la resistencia a la reforma po-
lítica y social p o r parte de las clases conservadoras. La Revo-
lución Rusa acentuó, por tanto, la polarización política en los
países democráticos Eso fue m u y evidente con la aparición
del fascismo en Italia, pero también con los triunfos conser-
vadores tras la guerra en Estados Unidos y en Francia.
Pero la Revolución Rusa también fue una fuente de
gran confusión, p o r q u e muchos c r e y e r o n que la gran revo-
lución del siglo XX era la comunista, iniciada en Rusia, y ello
les impidió v e r que en realidad M a r x (el Marx más sereno y
racional, el M a r x en que se había inspirado Eduard Berns-
tein) había tenido razón, y que la revolución real tenía lugar
en la Europa adelantada, como él había predicho. La Revo-
lución Rusa fue una aberración. Fue una revolución de mo-
dernización (como la han tenido casi todos los países en su
vía al desarrollo desde Inglaterra, en el siglo X V I L hasta Irán,
en 1978) que se creyó revolución mundial y, además, se cre-
yó revolución comunista en unas condiciones que, según to-
das las prognosis, la hacían imposible. El v o l u n t a r i s m o de
Lenin y sus bolcheviques les obsesionó y obcecó hasta lle-
var a la R e v o l u c i ó n Rusa p o r unos derroteros totalmente
aberrantes, y muchos los siguieron o creyeron. El manteni-
miento en pie de un Estado que se proclamaba comunista,
p o r descaminado que fuera, fue prueba para muchos de que
la Rusia soviética era lo que decía ser, el futuro de la Huma-
nidad. En realidad fue un Estado militarizado que acabó fra-
casando porque su economía tosca e improductiva no podía

210
VII. L A I I R E V O L U C I Ó N M U N D I A L

soportar la máquina militar que sobre ella habían construi-


do los comunistas.
A n t e los programas de cambio que el triunfo de los gru-
pos socialdemócratas planteó en Europa Occidental, y ante el
papel revolucionario que estos grupos parecían llamados a de-
sempeñar con la inspiración más o menos directa de la U n i ó n
Soviética y la Internacional Comunista, las clases europeas
que tradicionalmente habían ostentado el poder tuvieron dos
tipos de reacción. En primer lugar, la oposición cerrada, cuyo
caso típico es el fascismo, que consiste en esencia en la idea de
luchar contra la amenaza comunista (para muchos de estos
grupos socialismo y comunismo eran la misma cosa) con sus
mismas armas, es decir dictadura, partido único, encuadra-
miento de las masas, ideología mesiánica, etcétera. P o r su-
puesto, el fascismo t u v o en Europa muchas variantes, tantas
como dictadores (o tantas como partidos, porque en algunos
países hubo más de un partido fascista): Mussolini, Hitler,
Primo de Rivera, Horthy, Salazar, Franco, Antonescu, Meta-
xás y un largo etcétera. Esta reacción se dio típicamente en so-
ciedades relativamente atrasadas, en que la democracia tenía
poco arraigo y las clases medias poca confianza en sí mismas;
la excepción es Alemania, un caso m u y especial.
El otro tipo de reacción ante la amenaza revolucionaria
fue la transacción. Ésta se dio en la Europa occidental septen-
trional, donde el sistema parlamentario tenía arraigo, la clase
media era fuerte y existía la conciencia de que «había sitio para
todos». Es el caso incluso de la Alemania de Weimar, cuya R e -
pública era un régimen transaccionaí con fuerte peso de los so-
cialistas, con la creación de un Ministerio de Trabajo (de los
primeros en el mundo), etcétera. Típicamente es el caso de
Gran Bretaña, Francia y Suecia. Es característico que en Ingla-
terra y Suecia el Partido Socialista (o Laborista) sustituyera al
Liberal como principal partido de izquierdas y que el turno se
estableciera desde entonces entre conservadores y socialistas.
A h o r a bien, para que fuera posible el acomodo del p r o -
grama socialdemócrata en el m u n d o desarrollado había q u e

211
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

llevar a cabo una serie de profundas modificaciones en el sis-


tema económico, la más importante de las cuales era el aban-
d o n o del patrón o r o . La incomprensión de la m a y o r parte de
los políticos, e incluso de los economistas, ante la nueva l ó -
gica económica p r o d u j o o t r o de los grandes fenómenos ca-
racterísticos del siglo XX: la G r a n Depresión de los años
treinta.
Afortunadamente, esta tendencia a la transacción fue la
que triunfó a la larga. En Europa la II Guerra Mundial fue en
gran parte una pugna entre estas dos tendencias, y la segunda
resultó victoriosa con la ayuda de Estados Unidos y la Unión
Soviética.

EL MUNDO DE HOY

Tras la II G u e r r a Mundial desaparecieron los principales


rasgos de la sociedad liberal-burguesa, que en los agónicos
años de entreguerras habían pugnado por subsistir. El sistema
político se hizo realmente democrático, en el sentido de que
prevaleció el sufragio universal sin distinción de sexo. La con-
secuencias de esto fue que todos los grandes grupos socioeco-
nómicos queda'Cn repiesentados en los órganos de gobierno
de ios pníses desarrollados. Esto es lo que Van der Wee
[(1987), cap. VII y p p . 2 6 5 - 2 6 6 ] ha descrito c o m o caracterís-
tico de las diversas variantes de la economía mixta: todas las
grandes decisiones económicas en el mundo desarrollado se
toman previa consulta tripartita con organismos representati-
v o s del gobierno, los empresarios y los trabajadores. Quizá
pueda alegarse que los estratos sociales más bajos estén infra-
rreperesentados, p e r o esto es una consecuencia inevitable de
una relativa apatía y falta de formación política. Es evidente,
sin embargo, que J o h n D u n l o p [(1978), p . l ] tenía toda la ra-
z ó n al afirmar que «el siglo XX será probablemente conocido
c o m o el siglo del trabajador o del empleado en las sociedades
democráticas avanzadas». Además, al terciarizarse progresi-
VIL L A I I R E V O L U C I Ó N M U N D I A L

vamente la sociedad, las diferencias de clase, antes tan p r o -


nunciadas, se han ido difuminando.
Otra consecuencia importante del ocaso de la era liberal-
burguesa y el o r t o de la era socialdemocrática es que el para-
digma económico ha pasado del clásico al keynesiano. Esto ha
implicado el abandono de los tres pilares básicos de la políti-
ca económica liberal: librecambio, equilibrio presupuestario
y patrón oro. El patrón o r o se fue para no volver; el equilibrio
presupuestario ha quedado reducido a la condición de ideal
deseable pero casi inalcanzable, aunque recientemente haya-
mos visto un cncomiable aumento en la disciplina presupues-
taria en la mayor parte de los países; y algo parecido ocurre
con el librecambio, al cual las naciones tratan de aproximarse
sin lograrlo. Para dar una idea de los problemas que h a y en el
establecimiento del librecambio basta con recordar que inclu-
so dentro de la U n i ó n Europea, con la abolición de las adua-
nas interiores y la implantación de la moneda única, aún se
está lejos de un mercado verdaderamente unificado.
Siguiendo con los paralelos con el siglo X L X , igual que la
I Revolución Mundial fue seguida de un largo periodo de r e -
lativa paz y crecimiento económico sin precedentes, la II R e -
volución Mundial fue también seguida de o t r o largo periodo
de paz relativa y crecimiento económico sin precedentes. A u n
con interrupciones y caídas, resulta innegable que el sistema
socialdemocrático ha producido las tasas de crecimiento más
altas registradas en la Historia. Además, esto ha tenido lugar
tanto en el mundo desarrollado como en el menos desarrolla-
do. Y, aunque en principio la II Revolución Mundial p r o d u j o
un considerable caos, la democracia ha resultado ser un siste-
ma social duradero y p r o d u c t o r de niveles de prosperidad
hasta ahora desconocidos. No es extraño que tenga tantos
partidarios en el mundo desarrollado.
También podemos preguntarnos p o r qué este ascenso a
la democracia en dos tiempos. El análisis causal que sigue es-
tará basado en la venerable división tripartita de los medios de
producción: tierra, capital y trabajo. Los propietarios de estas

213
"1

LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

tres clases de factores son nuestros viejos amigos, los vetera-


nos actores del drama histórico-económico: la nobleza, la
burguesía y el proletariado. En las sociedades del Antiguo
Régimen el factor de producción más importante era la tierra:
sus propietarios, los señores feudales, la nobleza, eran quienes
mandaban. La Revolución Industrial trajo consigo un cambio
radical en la organización económica: el capital disputó la su-
premacía a la tierra. P o r añadidura, el aumento de la produc-
tividad que la industrialización trajo consigo permitió que al-
canzase el poder un número m a y o r de individuos: ia nobleza
no fue expulsada del poder; sencillamente pasó a compartirlo
con la burguesía. A m b o s grupos dejaron de combatirse vio-
lentamente y se repartieron poder y prestigio, dirimiendo sus
diferencias en el terreno de la política pacífica, pugnando por
atraerse al proletariado en a p o y o de sus respectivas causas.
Éste, sin embargo, quedaba excluido del poder. La sociedad
no era lo suficientemente rica como para permitirse asumir el
programa de los trabajadores: semana de cuarenta horas, se-
guro de desempleo, seguridad social, aumentos regulares de
salarios, etcétera. Esto tenía que esperar hasta que, tras un si-
glo de crecimiento económico continuo y tras el pleno impac-
to de la llamada II Revolución Industrial, la sociedad pudiera
soporta* el coste de admitir a los trabajadores c o m o partíci-
pes plenos en la gobernación del Estado. La II Revolución In-
dustrial creó espacio económico para todos.
Para concluir, podemos afirmar que K e y n e s [(1963), p.
VII] tenía razón cuando dijo que sus nietos (nosotros) no ten-
drían problema económico.

[...] el Problema Económico, como podemos llamarlo en aras


de la brevedad, el problema de la escasez y la pobreza, y la lucha eco-
nómica entre clases y naciones, no es más que un líe espantoso, un lío
transitorio e innecesario. Porque el Mundo Occidental tiene ya los re-
cursos y la técnica, si somos capaces de crear la organización que haga
buen uso de ellos, que pueden reducir el Problema Económico, que
hoy absorbe nuestras energías materiales y morales, a una posición de
importancia secundaria.

2 14
i
VTI. LA II REVOLUCIÓN MUNDIAL

Esencialmente esto es cierto en los países desarrollados,


donde lo que h o y se ventila ya no es revolución o reacción,
todo o nada, admisión o exclusión económicas. A h o r a lo que
se discute son cuestiones relativamente menores: parcelas de
poder, niveles de vida relativos, equidad o eficiencia (siendo
ambas bastante altas). No es aquí donde se plantean los p r o -
blemas graves, sino en el Tercer M u n d o : África, Asia, zonas
de América. Pero en esas áreas del planeta el problema, p o r
más que se piense así, tampoco es estrictamente económico: es
demográfico. Estas cuestiones las veremos en el capítulo X I I .

CIENCIA Y TÉCNICA EN EL SIGLO XX

La II Revolución Mundial requería un incremento m u y


sustancial en el gasto público. Los estados que han llevado a
cabo la profunda transformación que la II R e v o l u c i ó n exige
han doblado, o en algunos casos casi triplicado, el gasto p ú -
blico como proporción dentro de la renta nacional. Esto h u -
biera sido imposible en las sociedades de mediados del siglo
XIX, p o r no hablar de las del A n t i g u o Régimen. El incremen-
to del gasto estatal ha ido forzosamente a c o m p a ñ a d o de un
correspondiente aumento en la presión fiscal, la carga i m p o -
sitiva. Es decir, los ciudadanos de los países m o d e r n o ? s o -
portan una carga de impuestos mucho m a y o r que la que s o -
portaban sus padres, que era mucho m a y o r que la q u e
soportaban sus abuelos y así sucesivamente. Esto ha sido
posible p o r el enorme crecimiento económico: la riqueza de
los ciudadanos del siglo XXI les permite pagar al Estado un
4 0 % (o más) de sus ingresos y aun así alcanzar niveles de
consumo históricamente extraordinarios y además, m u y fre-
cuentemente, ahorrar. Este prodigioso crecimiento e c o n ó -
mico ha sido posible en gran parte p o r el desarrollo de la
ciencia y la técnica. Ya vimos en el capítulo IV c ó m o había
contribuido el progreso tecnológico al crecimiento e c o n ó -
mico del siglo XIX. En el siglo xx ambos han seguido estre-

215
L O S O R Í G E N E S D E L S I G L O XXI

chámente conectados y han conocido un desarrollo aún más


rápido.
Si hasta mediados (o, según algunos, finales) del siglo xix
p u d o dudarse de la interrelación entre progreso científico y
progreso técnico en algunas de las ramas importantes de la
economía, a partir de esos momentos la estrecha dependencia
de la técnica con respecto a la ciencia es indudable, aunque
haya de hacerse la salvedad de que con bastante frecuencia la
dependencia haya ido en sentido inverso, es decir, haciendo
avanzar la ciencia al tratar de explicar el desarrollo de ciertas
técnicas. Esta relación se remonta nada menos que a Pitágo-
ras, c u y o famoso teorema demostró rigurosamente una pro-
piedad de los triángulos rectángulos que por experiencia prác-
tica se conocía desde hacía siglos. A l g o parecido ocurrió
mucho más tarde con las vacunas, que se descubrieron en el
siglo x v í n , una centuria antes de que la microbiología expli-
cara la razón de su eficacia, o el caso que hemos visto (cap. IV)
de que la química orgánica de Justus v o n Liebig descubriera
p o r qué contribuían los fertilizantes, utilizados desde tiempo
inmemorial, a mejorar los rendimientos agrícolas.
No cabe duda de que la ciencia del siglo XX es una con-
tinuación de la del siglo x i x . Sin embargo, su enorme desarro-
llo le ha dado unas características claramente diferenciadas de
las del periodo anterior. Estas características son, de un lado,
su impersonalizacióm cauto la ciencia como la técnica han ido
siendo cada v e z más el producto de grandes equipos y labora-
torios, y menos de la inspiración del investigador o científico
individual. El genio que quizá encarna mejor esta transición
fue el estadounidense Thomas A. Edison, que personifica el
triunfo del inventor individual (además, autodidacta) pero
que a su vez creó el primer laboratorio de investigación in-
dustrial, el famoso estudio de Menlo Park. Edison, padre de
la industria eléctrica, de la electrónica y de la de reproducción
del sonido, era un telegrafista sordo que en su vida no había
ido más de tres meses a la escuela, que nunca estudió ni apren-
dió matemáticas y cuya excentricidad le llevó a declararse a la

216
VIL LA II R E V O L U C I Ó N M U N D I A L

que sería su segunda mujer p o r telégrafo M o r s e . Es difícil


imaginar un m a y o r triunfo del individualismo; sin embargo,
también innovó en materia de métodos de trabajo con su
equipo de colaboradores y su laboratorio industrial, d o n d e
desarrolló, entre otras cosas, el primer fonógrafo.
La segunda característica de la ciencia del siglo X X , ade-
más de su enorme complejidad, es su creciente interrelación,
como veremos: la química, la física, la mecánica, la a s t r o n o -
mía, la biología, la medicina se encuentran cada vez más c o -
nectadas e interdependientes, lo cual exige que se trabaje en
equipo, porque no hay ser humano capaz de abarcar los dis-
tintos campos de conocimiento que entran en juego y se c o m -
binan en cada línea de investigación. La ciencia cada v e z
requiere más trabajo en grupo, lo cual implica una labor adi-
cional de planeamiento y coordinación, y demanda p o r aña-
didura equipos más complejos y, p o r lo tanto, más costosos.
Todo ello p o n e la investigación científica cada vez menos al
alcance del trabajador individual.
C o m o consecuencia de lo anterior, ios estados tienen un
peso creciente en una actividad investigadora donde el genio
individual no ha desaparecido totalmente, pero tiene un papel
en declive. D e n t r o del interés estatal p o r la ciencia está, p o r
añadidura, la importancia siempre en aumento de ia investiga-
ción con fines militares, que también ha demostrado una es-
tre^hi coi relación con la puramente teórica; y es que la tradi-
cional separación entre ciencia básica y ciencia aplicada
también se ha ido difuminando.
Quizá las dos áreas científicas que han hecho contribu-
ciones más espectaculares en el siglo XX sean ia física y la b i o -
medicina. Sin embargo, c o m o hemos visto, es cada vez más
difícil y fútil establecer fronteras entre unas áreas y otras.
Posiblemente el científico individual del siglo XX que
más ha capturado la imaginación colectiva haya sido A l b e r t
Einstein, y él además es uno de los últimos grandes individua-
listas de la ciencia, alguien que apenas hizo experimentos ni
colaboró con grandes equipos de investigación. También es

217
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

primer satélite artificial, el famoso sputnik ruso, fue del año


1957) repercuten en algo tan aparentemente ajeno como el es-
pectáculo y ia cultura de masas. O t r o medio de difusión de la
música fue, naturalmente, el gramófono y el disco, derivados
del fonógrafo de Edison, pero reinventados y adaptados para
la reproducción musical poco después. También la reproduc-
ción del sonido fue beneficiándose de una serie de mejoras
hasta que, a finales del siglo x x , y gracias la invención del lá-
ser, apareció el llamado «disco compacto», en que la conver-
sión de la señal en música no se hace ya de manera analógica,
sino digital. Las múltiples utilizaciones del láser (que consist-e
en un haz de luz de propiedades magnéticas y que se utiliza en
campos tan diferentes como las comunicaciones a gran distan-
cia, las impresoras electrónicas, los discos, la decoración, et-
cétera) son un ejemplo más de las complejas interconexiones
de la ciencia y la técnica en nuestros días.
O t r o invento histórico es el ordenador, que tiene antece-
dentes en las máquinas mecánicas de calcular y en ios sistemas
de fichas perforadas cuyos orígenes se remontan al siglo X I X ,
pero cuya aparición haciendo uso de la electrónica tuvo lugar,
c o m o tantas otras innovaciones, durante la II G u e r r a M u n -
dial, en Inglaterra bajo la dirección de Alan Turing y en Esta-
dos U n i d o s bajo la de H o w a r d Aiken. Hasta el descubri-
miento de los transistores, el ordenador era una máquina
voluminosa y cara, sólo al alcance de grandes instituciones
(gobierno, bancos, universidades, empresas). El desarrollo de
los transistores, los circuitos integrados y, más tarde, los cbips
(escamas o escpnrlas) de silicio permitieron miniaturizar y
abaratar de tal manera los ordenadores que, a partir de los
años ochenta, se convirtieron en bienes de consumo durade-
ro y masivo, c o m o los teléfonos o los televisores. La combi-
nación del ordenador y el teléfono ha dado lugar a una nueva
revolución en las comunicaciones: el Internet, que también
fue desarrollado para usos militares, pero que ha terminado
siendo un medio de comunicación de masas (o quizá de gran-
des élites) y que es el instrumento de difusión de información
9T

VIL L A II R E V O L U C I Ó N M U N D I A L

¡M que más se ha desarrollado a finales del siglo XX y que más p o -


7 tencial de desarrollo conserva para el siglo x x i .
W: También han sido gigantescos los avances realizados en
üí el siglo XX en medicina y biología, con repercusiones m u y
' bonsiderabíes en la esperanza de vida. Los primeros sesenta
años del siglo XX han contemplado el predominio de la física:
no sólo eran sus avances los que atraían la atención del públi-
co y de la comunidad científica en su conjunto, sino que era
la ciencia que recibía más fondos, en particular estatales. A
partir de entonces han sido las ciencias biomédicas las que han
logrado atención y financiación; h o y en Estados Unidos, p o r
ejemplo, dos de cada tres dólares de a p o y o estatal a ia ciencia
están destinados a la biomedicina; la física, p o r contraste, se
lleva un modesto 9 % . Al igual que ocurrió con esta ciencia,
muchos de los avances de la biología no tenían utilidad inme-
diata. No ocurría lo mismo con los descubrimientos de K o c h
y Pasteur, que dieron lugar a la nueva ciencia de la microbio-
logía y permitieron el desarrollo no sólo de las vacunas sino,
más tarde, de medicinas específicas que atacaban a los micro-
organismos (bacilos, bacterias) responsables de las enferme-
dades. Se trata de las sulfamidas y, más tarde, de los antibióti-
cos, el primero de los cuales, la penicilina, fue descubierto p o r
el británico Alexander Fleming en 1 9 2 8 , y que fue seguido
por la estreptomicina, eficaz contra la tuberculosis, descubier-
ta en 1944 por el estadounidense Selman Waksman, y p o r m u -
chos o t r o s medicamentos. Varios espectaculares avances me
dicos se han realizado en tándem con la física: rayos X,
descubiertos p o r Wilhelm C o n r a d Roentgen a finales del si-
glo x i x y más recientemente, los métodos de resonancia mag-
nética, ecografía, tomografía y otros sistemas de diagnóstico
por imagen; se emplea cada vez más también el láser quirúrgi-
co. O t r o espectacular avance ha sido la sustitución de órga-
nos, bien p o r máquinas (ríñones, corazones, etcétera, artifi-
ciales), bien p o r trasplantes de órganos naturales de animales
o humanos. El primer trasplante de corazón se llevó a cabo en
1967 en África del Sur por Christiaan Barnard. Los avances en

227
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

la cirugía han sido posibles p o r los progresos en los métodos


de anestesia. En materia de alimentación se han hecho gran-
des progresos desde el descubrimiento de las vitaminas por el
estadounidense Casimir Funk en 1 9 1 2 ; y en psiquiatría se ha
recorrido también un largo camino desde el psicoanálisis del
austríaco Sigmund Freud a comienzos del siglo xx hasta los
psicofármacos [Martínez López de Letona (2005)].
A comienzos del siglo x x i estamos contemplando con
gran interés ios enormes avances de la genética con la corona-
ción del proyecto sobre el genoma humano, cuyos resultados
prácticos ya empiezan a hacerse palpables. Sus orígenes, sin
embargo, no podrían ser más filosóficos y heurísticos. Se re-
montan a las hipótesis de la formación de las especies por la
selección natural, cuyo más famoso exponente fue Charles
Darwin, pero que tuvo otros proponentes, en especial Alfred
Russel Wallace. Paradójicamente, la hipótesis de la selección
natural, muy combatida en medios religiosos, encontró apo-
yo en los experimentos del monje austríaco (checo) Gregor
Mendel, que en 1865 descubrió las leyes de la herencia bioló-
gica experimentando con plantas de guisante. Ya en el siglo X X ,
de una parte se teorizó con creciente precisión acerca de los
mecanismos de la herencia, y por otra los experimentos con
moscas permitieron ai estadounidense Thomas H. Morgan
comptübaí el funcionamiento de la herencia mendeliana en
animales (algo que los criadores de ganado ya habían practi-
cado desde tiempo inmemorial y que D a r w i n había incluido
en sus o b s e r v a c i ó n ^ en El origen de las especies). Quedaba
p o r descubrir nada menos que el mecanismo anatómico de di-
cha transmisión. A q u í volvieron a conjuntarse los avances de
la química con los de la física para estudiar la estructura de las
células, que permitieron observar la existencia de c r o m o s o -
mas en el núcleo de la célula y, más tarde, determinar que es-
taban compuestos por moléculas de ácido desoxirribonuclei-
co ( A D N ) , y que esas largas moléculas contenían los genes
que transmitían los llamados fenotipos (caracteres heredita-
rios) [Ordóñez, Navarro y Sánchez R o n (2005)].

228
VIL LA II R E V O L U C I Ó N M U N D I A L

El conocimiento de las moléculas y su composición re-


quería técnicas de observación m u y avanzadas, que fueron p o -
sibles gracias a los métodos de difracción de los rayos X de Max
von Laue y William Laurence Bragg, utilizados p o r una serie
de científicos (Linus Pauling, Max Ferdinand Perutz, Rosalind
Franklin) que fueron aproximando gradualmente la estructura
de las moléculas de A D N . Finalmente fueron un británico,
Francis Crick, y un estadounidense, James Watson, quienes
descubrieron la doble espiral que forma estas moléculas, cuya
estructura permite la recombinación p o r mitades y, por tanto,
la conjunción de los caracteres maternos y los paternos.
El siguiente paso ha sido el estudio detallado de cada u n o
de los genes que componen las dos cadenas helicoidales y que
constituyen el código (genoma) que determina las caracterís-
ticas físicas de cada individuo. Se ha estudiado el genoma hu-
mano y también el de otros animales, con descubrimientos a
veces sorprendentes que encuentran su reflejo en las páginas
de los periódicos y en otros medios de comunicación. A par-
tir de estos conocimientos ha nacido la nueva ciencia genómi-
ca, y su técnica aplicada, la llamada ingeniería genética, que
permite experimentos como la clonación de seres vivos, la
mutación genética artificial (uno de cuyos resultados son las
plantas transgénicas) y la interferencia en la composición ge-
nética con fines terapéuticos. Es interesante señalai que en
este terreno se ha dado una viva competencia, y también una
cierta colaboración, entre la comisión patrocinada p o r el Es-
tado estadounidense (dirigida p o r Francis Coilins) y una em-
presa privada, Celera (dirigida p o r Craig Venter), que ha em-
prendido esta investigación con gran éxito con fines en último
término comerciales. El paso de la teoría general basada en la
observación a simple vista (Darwin) hasta la explicación cor-
puscular de esa teoría es un ejemplo fascinante de desarrollo
científico.
Por último, es necesario mencionar la exploración espa-
cial, actividad que hasta ahora ha tenido escasa repercusión
económica directa, si exceptuamos los subproductos técnicos,

229
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

c o m o las comunicaciones p o r satélite. Prescindiendo de los


fascinantes antecedentes de la ciencia ficción, de Julio Verne a
Isaac Asimov, la carrera espacial entre Estados Unidos y la
U n i ó n Soviética comenzó cuando este último país lanzó con
éxito el primer satélite artificial (sputnik) en 1957. Probada la
posibilidad de poner un objeto en órbita, la U n i ó n Soviética
desarrolló un programa de vuelos cada vez más complejos,
enviando animales al espacio con fines experimentales. Los
estadounidenses iban claramente a la zaga, aunque pronto ini-
de satélites de comunicaciones, de eviden-
te utilidad comercial. En 1961 los rusos se adelantaron de nue-
vo enviando un hombre al espacio, Yuri Gagarin, en una nave
que orbitó la Tierra. El presidente John F. Kennedy recogió el
desafío y un mes después comprometió a Estados Unidos a
enviar a un astronauta a la Luna antes de terminar la década.
Se inició así el programa A p o l o (hubiera sido más apropiado
llamarlo Diana o Artemisa), que en el verano de 1969 logró su
objetivo: el primer hombre en pisar la Luna fue el astronauta
Neil Armstrong. Siguieron otros vuelos y otras exploraciones
humanas de la Luna, pero el interés decayó. En general resul-
ta claro que la exploración p o r robots es más barata y ofrece
casi las mismas ventajas. H a y que señalar que en los progra-
mas de exploración espacial ha habido víctimas humanas, tan-
to p o r el lado estadounidense como por el soviético. Los es-
tadounidenses se c o n c e n t r a i o n después en crear lanzaderas
espaciales (naves recuperables que pueden llevar y traer hu-
manos al espacio) y han colaborado crecientemente con sus
antiguos rivales en la construcción y explotación de cápsulas
espaciales, es decir, satélites habitables. La exploración de pla-
netas cada vez más alejados (Marte, Venus, Mercurio, Júpiter,
Saturno), de cometas e incluso del Sol, se ha ido llevando a
cabo de manera gradual, así como el lanzamiento de telesco-
pios espaciales, que permiten observar cuerpos distantes sin
las distorsiones de la atmósfera y el magnetismo terrestres.
En comparación con los avances en la física o en la bio-
medicina, las innovaciones en el campo de la a g r i c u l t u r a pa-

230
VIL L A 11 R E V O L U C I Ó N M U N D I A L

recen poco espectaculares. Sin embargo, el enorme crecimien-


to de la población en el siglo XX ha ido acompañado p o r un
crecimiento aún m a y o r de la producción de alimentos, de ma-
nera que en total puede afirmarse con seguridad que, c o m o
media, los más de 6.000 millones que habitan h o y el planeta es-
tán mejor alimentados que los 1.500 millones que lo habitaban
en 1900. Las cifras relativamente recientes apoyan esta afirma-
ción: la disponibilidad de calorías y de proteínas p o r habitan-
te ha aumentado en el último cuarto del siglo XX en un 18 y un
2 7 % respectivamente, siendo en ambas variables m a y o r el cre-
cimiento en los países menos desarrollados: un 23 y un 3 0 %
respectivamente [Naciones Unidas (1999)].
Estos buenos resultados se han logrado merced a la utili-
zación de técnicas no nuevas, pero sí más extensa y eficazmen-
te aplicadas: selección de semillas y de especies, empleo de fer-
tilizantes, mecanización del campo, mejoras en el uso del agua.
Excepto la mecanización gracias al m o t o r de explosión (trac-
tores y maquinaria agrícola), las demás técnicas citadas eran
conocidas en el siglo x i x , aunque de aplicación restringida. La
famosa «revolución verde» de los años sesenta, ligada al n o m -
bre del estadounidense afincado en México N o r m a n Borlaug,
y que sin duda tiene que v e r con esos aumentos de disponibi-
lidades alimentarias, consistió en el desarrollo de variedades de
cereales (especialmente arroz y trigo) adaptadas al clima y los
suelos semitropicales, ya, que las variedades de clima templado
daban rendimientos m u y bajos en otras latitudes. En la actua-
lidad, la gran revolución de la agricultura, aún en marcha y no
sabemos con qué resultado definitivo, es la de los transgéuicos,
plantas manipuladas genéticamente para obtener ciertos resul-
tados deseables: mayores rendimientos, adaptabilidad a suelos
áridos, resistencia a las plagas, etcétera.
En definitiva, la revolución científico-técnica es el com-
plemento necesario de la revolución democrática del siglo X X ,
porque sin el gran desarrollo económico la democracia no h u -
biera triunfado, y la economía no hubiera crecido c o m o lo
hizo sin el empuje del progreso técnico.

231
VIII
GUERRA Y DEMOCRACIA

LA I GUERRA MUNDIAL

La I Guerra Mundial aceleró el paso de la Historia: mar-


có un camino sin retorno, tanto en la Europa Occidental c o -
mo en el resto del mundo. En Occidente, la guerra trajo con-
sigo una aceleración del cambio político. En la Europa
Oriental, un cataclismo de grandes proporciones, cuyos ecos
y reverberaciones se iban a prolongar durante décadas, no
sólo en Europa, sino en t o d o el mundo. Lo que caracterizó
los años que siguieron fue el dñseo unánime de olvidar la con-
tienda, reorganizar el m u n d o y v o l v e r a la situación anterior,
al statu quo ante, a la añorada belle époque; pero esa restaura-
ción del pasado resultó ser un espejismo que los hombres y
las sociedades persiguieron sin lograr alcanzar. Sin embargo,
tratando de recomponer el pasado y sin que apenas nadie ad-
virtiera el alcance de lo que ocurría, la Europa Occidental lle-
vó a cabo una revolución casi pacífica que en muchos aspec-
tos prefiguró el mundo del futuro.
En ese intento de recomposición del pasado, los políti-
cos y estadistas de la época topaban una y otra vez con una re-
alidad que ellos no comprendían y que actuaba como una ba-
rrera invisible que derrotaba sus repetidos intentos de retorno
a l o anterior. Esta realidad, sin embargo, era algo m u y senci-
HOÍ en las sociedades occidentales se habían producido cam-
1

bios fundamentales e irreversibles. La sociedad de los años


veinte era m u y diferente de la de principios de siglo. Casi na-
die se dio cuenta de esto, salvo J o h n Maynard Keynes, que
desdé m u y p r o n t o barruntó lo que ocurría, aunque tardó más
de una década en poder expresar sus ideas de manera total-
mente coherente. Desde el final de la guerra, Keynes dedicó el

233
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

grueso de sus esfuerzos y de su obra a convencer a los políti-


cos, a los economistas y al público en general de que la eco-
nomía había cambiado, que los supuestos tradicionales no se
daban ya y que era necesario inventar un nueva teoría econó-
mica. Esto fue lo que hizo en 1 9 3 6 con el libro de economía
más importante del siglo X X , Teoría general de la ocupación,
el interés y el dinero.
La G r a n Guerra, por tanto, actuó c o m o catalizador y
acelerador de un proceso que encaminaba a Europa hacia la
democracia y que, como hemos visto, avanzaba a medida que
el crecimiento económico iba modificando la estructura so-
cial. A u n q u e el tema de los orígenes de la G r a n Guerra sea
muy debatido, siendo la Guerra del 14 («I G u e r r a Mundial»,
«Gran Guerra» y «Guerra del 14» serán utilizados como tér-
minos intercambiables) considerada p o r muchos el inicio de
una nueva etapa en la Historia universal y el comienzo real
del siglo X X , es conveniente tratar de dar una explicación de
sus causas, p o r esquemática y provisional que sea.
Ya los autores de la época atribuyeron la G r a n Guerra al
nacionalismo y al imperialismo, y en esto está de acuerdo la
mayoría de los historiadores actualmente. Se trata entonces de
identificar esos nacionalismo e imperialismo, porque todos
iu¿ conflictos de la época pueden atribuirse a causas parecidas.
Es difícil, sin embargo, creer que el nacionalismo serbio o el
de los otros países balcánicos, en pugna con el imperialismo
austríaco, pudiera desencadenar un conflicto de las propor-
ciones que alcanzó la G r a n Guerra. La llamada guerra de los
Balcanes, entre las nacionalidades emergentes y el Imperio
O t o m a n o , había tenido lugar dos años antes sin que el con-
flicto se extendiera. La Gran Guerra fue sin duda directamen-
te provocada p o r el atentado de un nacionalista proserbio en
Sarajevo, que asesinó al heredero de la corona austriaca, y es
cierto que ello fue un episodio más en la compleja escalada de
violencia que se estaba desarrollando en la zona de los Balca-
nes (violencia que resulta crónica y endémica en esa región de
Europa, c o m o p o r desgracia se demostró recientemente).

2 34
VIII. GUERRA Y DEMOCRACIA

Esto hace que en ocasiones los historiadores se pierdan en la


maraña de alianzas, maniobras diplomáticas, confrontaciones
y movilizaciones que precedieron al estallido del conflicto.
Leyendo ciertas narraciones se tiene la impresión de que en el
verano de 1 9 1 4 a una comedia de errores siguió una tragedia
de horrores. Y aunque sin duda h u b o errores, basta con un
momento de reflexión para darse cuenta de que, si no hubie-
ra habido un designio m u y firme de combatir p o r parte de
Alemania, la guerra hubiera p o d i d o ser evitada.
El conflicto se inició de la manera siguiente. Tras el asesi-
nato del archiduque Francisco Fernando p o r el bosnio G a -
vrilo Princip el 28 de junio de 1 9 1 4 en Sarajevo, Austria lanzó
un ultimátum a Serbia exigiendo la condena del atentado, ayu-
da para esclarecer la conspiración (el asesino fue detenido in-
mediatamente) y algunas otras reclamaciones más. Antes de
hacerlo, sin embargo, consultó con Alemania, que ofreció
todo su apoyo, en virtud del pacto de la Triple Alianza que te-
nía firmado con Austria e Italia. En este a p o y o incondicional,
Alemania dio ya muestras evidentes de su espíritu belicoso,
pues Austria no había sido agredida p o r Serbia y sin embargo
quería comenzar la guerra para establecer su dominio en los
Balcanes y amedrentar a las minorías eslavas del sur y el este
del Imperio. Para lograrlo Austria estaba dispuesta a abrir las
hostilidades si Serbia no aceptaba el humillante ultimátum
(algo que Serbia casi hizo). Italia, que también estaba en la Tri-
ple Alianza, se desentendió totalmente en los momentos ini-
ciales del conflicto, pese a hallarse geográficamente mucho
más cercana que Alemania. Evidentemente, ésta hubiera podi-
do desentenderse también. Por el contrario, al comenzar R u -
sia a movilizarse en favor de Serbia se hicieron evidentes los
propósitos agresivos de Alemania. Primero, preguntó a Ingla-
terra qué haría en caso de conflicto, lo cual revela que estaba
considerando todas las posibilidades. Inglaterra, dicho sea de
paso, no quiso comprometerse. Después Alemania declaró la
guerra a Rusia y, dando p o r supuesto que Francia, que perte-
necía a la Triple Entente, la otra gran alianza europea junto a

235
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

Rusia e Inglaterra, entraría en liza en defensa de su coaligada,


invadió Bélgica y Francia sin previa declaración de guerra en
cumplimiento del largamente madurado Plan Schlieffen, que
preveía una campaña en dos frentes [Tuchman (1994)].
Fue la entrada de Alemania en un conflicto que no le
afectaba directamente lo que convirtió un contencioso local
en una guerra mundial. Se ha dicho que Alemania cometió un
error m u y grave al garantizar a Austria su a p o y o cuando ésta
le consultó antes de lanzar su ultimátum a Serbia. Es dudoso
que se tratara de un error. Alemania llevaba años preparán-
dose para una guerra, construyendo una armada capaz de ri-
valizar con la inglesa, poniendo a punto su ejército y planifi-
cando sus campañas, planificación que culminaría en el
citado Plan Schlieffen. La prueba de sus intenciones está en
que, pese a haber entrado en la guerra, formalmente en cum-
plimiento de un compromiso diplomático de ayudar a A u s -
tria, p r o n t o se h i z o con el mando de las operaciones y llevó
en t o d o m o m e n t o la principal iniciativa. A d e m á s , Alemania
fue la responsable de que se generalizase el conflicto, al de-
clarar la guerra a Rusia e invadir Bélgica y Francia antes in-
cluso de declararles la guerra. Fue la invasión de Bélgica, país
neutral, lo que m o v i ó a la indecisa Inglaterra a intervenir en
el conflicto.
Podemos preguntarnos p o r qué quiso Alemania esta
guerra que a la postre perdió. La razón es sencilla: porque am-
bicionaba ser la potencia hegemónica en Europa, porque sus
clases gobernantes, con el kaiser a la cabeza, querían comba-
tir y estaban seguras de la victoria, y porque la historia recien-
te de Prusia y de Alemania marcaba el ejemplo a seguir. La
creación de la nación alemana y la consolidación del Imperio
bajo la férula prusiana se habían logrado p o r medio de una se-
rie de tres guerras que sirvieron para aumentar el poder y el
prestigio prusianos y alemanes, para ahogar las disensiones
internas y para dar cohesión a la nación emergente. Tras de-
rrotar a Dinamarca en 1864, a Austria en 1 8 6 6 y a Francia en
1 8 7 0 , Alemania había sido unificada como el II Imperio A l e -

236
VIII. GUERRA Y DEMOCRACIA

man y se había convertido en la segunda potencia de Europa.


En 1 9 1 4 el camino parecía claro: una cuarta victoria la conver-
tiría en la nación hegemónica de Europa y en una de las gran-
des potencias mundiales [Craig ( 1 9 8 0 ) , cap. IX; H o l b o r n
(1976), pp. 4 2 5 - 4 2 7 ; Mann (1969), pp. 2 9 5 - 2 9 9 ] ,
Décadas más tarde, tras lo que ocurrió en el periodo de
entreguerras, tras las elocuentes denuncias de Keynes sobre la
torpeza, e incluso la doblez, con que Alemania fue tratada en
Versalles, en ocasiones se olvida la responsabilidad de las cía
ses dirigentes y del pueblo alemán (ya que la guerra fue a p r o -
bada p o r práctica unanimidad en el Reichstag y gozó del evi-
dente a p o y o de la gran mayoría de la opinión pública en los
primeros meses) en la generalización, si no, estrictamente ha-
blando, en el comienzo, de la guerra. No se puede olvidar, p o r
supuesto, que la contienda en su inicio encontró apoyo p o p u -
lar en todos los beligerantes, ni que otros gobiernos, tanto los
aliados de Alemania como sus enemigos, cometieron serios
errores en el comienzo del enfrentamiento y contribuyeron a
la catástrofe. Pero es claro que, sin la voluntad alemana de ser
la potencia hegemónica, es m u y improbable que el conflicto
se hubiera generalizado.
La tan repetida afirmación de que la I G u e r r a Mundial
fue una guerra imperialista es algo que debe matizarse y p r e -
cisarse. Desde luego, no fue, al contrario de lo que Lenin afir-
mó en su libro sobre el imperialismo y de lo que se ha repeti-
do incansablemente incluso desde antes de conocerse el libro
de Lenin. la consecuencia inevitable de los choques de intere-
ses de los capitalistas, que trataban de repartirse el mundo a su
gusto. A lo largo del siglo X X , hemos p o d i d o comprobar que
los capitalistas pueden perfectamente repartirse el mundo sin
necesidad de guerras mundiales. Dicho de o t r o m o d o , no ha-
bía nada de económicamente inevitable en ella; la causación
económica fue m u y indirecta. Ya hemos visto que sin el na-
cionalismo, sin el militarismo y sin la fe en la victoria de las
clases dirigentes germanas, la guerra hubiera sido otro con-
flicto balcánico más y, m u y probablemente, no hubiera si-

237
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

quiera llegado a estallar. A u n q u e es cierto que nacionalismo e


imperialismo tenían alguna base económica, ésta era m u y di-
ferente de la postulada p o r H o b s o n y Lenin. Joseph Schum-
peter [(1965a)], economista austríaco que al fin y al cabo asis-
tió a la génesis de la guerra y la vivió de cerca, la consideraba
más una cuestión de castas guerreras que de intereses econó-
micos inmediatos. Y desde luego la guerra resultó al final de-
sastrosa para los grupos que más directamente la provocaron.
A m b o s contendientes calcularon que la guerra sería bre-
ve; pero, tras una serie de duros enfrentamientos y un punto
muerto en 1 9 1 5 , a finales de ese año y en 1 9 1 6 h u b o una serie
de cambios políticos de alcance. El primer acontecimiento de
gran trascendencia política, sin embargo, había tenido lugar
inmediatamente después de declararse la guerra en el verano
de 1 9 1 4 . Los partidos socialistas en los países beligerantes apo-
y a r o n a sus gobiernos, rompiendo así con la solidaridad in-
ternacionalista a la que se habían comprometido en varios
congresos internacionales. Especialmente importante fue la fa-
mosa declaración de los socialistas alemanes en favor de la
defensa de su país y en a p o y o de los planes del gobierno para
financiar la guerra el 4 de agosto de 1 9 1 4 , que provocó una es-
cisión en el p r o p i o partido (de Rosa Luxemburgo y otros iz-
quierdistas) y una fuerte condena p o r parte de la extrema
izquierda europea, en particular de Lenin, que publicó su fa-
mosa diatriba contra «el renegado Kautsky». Esta decisión de
los socialistas alemanes les proporcionó ventajas que pronto se
convertirían en permanentes, ya que gracias a ella adquirieron
una respetabilidad a los ojos del público y de los grupos go-
bernantes de la que antes habían carecido. Esto fue un paso
importante en su camino al poder. A u n q u e no entraron en el
gobierno, los socialistas pasaron a formar parte del apoyo par-
lamentario al gobierno alemán desde el comienzo de la guerra.
A l g o parecido ocurría en el bando opuesto. En un en-
cuentro entre socialistas alemanes y franceses en julio de
1 9 1 4 , para determinar una actitud común ante la inminencia
del estallido, p r o n t o se echó de ver que tanto unos como otros

238
VIII. GUERRA Y DEMOCRACIA

se inclinaban p o r apoyar lo que consideraban la defensa de su


país. El socialismo europeo se escindió siguiendo las fronte-
ras nacionales y, en sus respectivos países, los partidos políti-
cos establecidos, que en la paz se habían esforzado p o r ex-
cluirlos del poder, durante la guerra hicieron esfuerzos en el
sentido opuesto: en el de atraerlos al gobierno para qtie c o m -
partieran las decisiones difíciles e impopulares que t o d o es-
fuerzo bélico conlleva y para obtener así el a p o y o de los tra-
bajadores y soldados a quienes representaban. En Inglaterra,
el jcíc libela!, Herbert H. Asquith, amplió su gobierno en
1 9 1 5 , en el que entró, p o r primera vez en la historia inglesa,
un laborista, A r t h u r Henderson; a finales de 1 9 1 6 , L l o y d G e -
orge, tras reemplazar a Asquith al frente de los liberales, for-
mó un gobierno de concentración nacional en el que incluyó
a tres socialistas, con Henderson en el restringido y decisorio
gabinete de guerra; en Francia, Rene Viviani, ex socialista, in-
corporó a su gobierno, nada más comenzar las hostilidades, a
varios socialistas. Más tarde, Aristide Briand (otro ex socialis-
ta) formó un gobierno de coalición en octubre de 1 9 1 5 . En
1 9 1 7 Georges Clemencean, el viejo radical, accedió a la jefa-
tura de lo que se llamaría «el gobierno de la victoria». En A l e -
mania, en 1 9 1 7 , el kaiser, ante la presión socialista, anunció la
introducción del sufragio universal en Prusia, uno de los p u n -
tos programáticos de la izquierda. Los objetivos políticos de
los partidos de izquierda se fueron cumpliendo acelerada-
mente a medida que se desarrollaban las hostilidades.
La guerra también cambió la actitud general hacia la in-
tervención en la economía, que el dogma liberal condenaba. El
esfuerzo bélico entrañó un abandono de los principios básicos
del liberalismo económico, es decir, el patrón o r o y el laissez-
faire. Se adoptó un sistema u otro de intervencionismo y pla-
nificación económicos (en Alemania lo llamaron Kriegsozia-
Usmus, socialismo de guerra) y se suspendió la convertibilidad
de los billetes de banco. Por bien que funcione el mercado en
épocas normales, en tiempos de guerra se recurre a la inter-
vención estatal, porque las asignaciones que han de hacerse no

239
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

pueden estar dictadas p o r las preferencias de los consumido-


res, que prefieren los bienes de consumo al armamento (la
mantequilla a los cañones), ni se puede esperar a que los me-
canismos de mercado surtan su efecto, ya que a veces operan
m u y lentamente, ni se pueden seguir las reglas de tiempos de
paz en la política monetaria. El esfuerzo bélico a menudo se
financia con mecanismos heterodoxos, que serían inadmisi-
bles en tiempos normales, como empréstitos forzosos, presu-
puestos especiales, creación de dinero, etcétera. El aumento de
la oferta monetaria y las escaseces y tensiones económicas
provocadas p o r la guerra causaron fuertes alzas de precios en
todos los países beligerantes. A u n q u e la inflación fuera impo-
pular, el papel creciente de los sindicatos y los partidos socia-
listas en el esfuerzo bélico hizo que éstos fueran vistos con
simpatía por la gran parte de la población, en ambos bandos.
También cambió la actitud hacia el trabajo de la mujer:
ellas sustituyeron en fábricas y oficinas a los hombres que ha-
bían marchado al combate, demostrando su capacidad y hacien-
do que los movimientos de reivindicación femenina ganaran
legitimidad a los ojos del público. La frecuente alianza del
movimiento feminista con los partidos de izquierda sin duda
contribuyó a aumentar la respetabilidad del feminismo a me-
dida que la ganaban los socialistas. U n a de las más importan-
tes victorias políticas de las feministas fue el sufragio. Las mu-
jeres lo lograron primero en Nueva Zelanda (1893) y Australia
(1902); los primeros países europeos donde lo obtuvieron
fueron Finlandia (1906) y Noruega ( 1 9 1 3 ) . Tras la Guerra
Mundial se estableció ya en muchos países, como Canadá y
G r a n Bretaña ( Í 9 i 8 ) , Alemania, Austria, Polonia y Checoslo-
vaquia ( 1 9 1 9 ) , Estados Unidos y Hungría (1920), etcétera. En
la U n i ó n Soviética se decretó el sufragio femenino en 1 9 1 7 ,
p e r o les sirvió a ellas lo mismo que a los hombres: de nada. En
Inglaterra las mujeres no podían votar hasta los treinta años,
mientras la edad masculina era veintiuno; las edades requeri-
das no se igualaron hasta 1 9 2 8 . En España el v o t o femenino
fue un logro de la República: las españolas votaron p o r prime-

240
VIII. GUERRA Y DEMOCRACIA

ra vez en 1933. Las francesas y las italianas no v o t a r o n hasta


1944 y 1945, respectivamente. Los efectos de estos cambios se
hicieron sentir en el periodo de entreguerras.

LA REVOLUCIÓN COMUNISTA

La más trascendente de las consecuencias de la G r a n


Guerra fue la Revolución Rusa. Q u e ésta fue consecuencia di-
recta de la Guerra del 14 es algo que parece fuera de toda
duda. Pese a la cercanía de la Revolución de 1 9 0 5 y a su tradi-
ción de violencia y de milenarismo, Rusia parecía demasiado
atrasada y campesina para que en ella tuviera lugar una r e v o -
lución socialista. El propio Lenin afirmó en 1 9 1 7 , pocas sema-
nas antes de la caída del zar, que no esperaba ver la R e v o l u -
ción Rusa durante su vida. Era una previsión lógica. Lenin era
un marxista convencido, que había aprendido el alemán para
poder leer al profeta del proletariado en su p r o p i o idioma, ya
que consideraba El capital como el alfa y la omega de las cien-
cias sociales. Según Marx, el socialismo advendría con una r e -
volución del proletariado o p r i m i d o contra un puñado de
capitalistas monopolistas. Esta concentración del capital en
unas pocas manos sólo podría tener lugar en las economías
plenamente avanzadas. A d e m á s de ser necesaria esa polariza-
ción entre proletariado y grandes capitalistas para que la r e -
volución pudiera tener lugar, era conveniente para que alcan-
zara el éxito que así fuera, p o r q u e sólo en las sociedades m u y
desarrolladas tendría el proletariado la madurez bastante
(educación, experiencia, conocimientos técnicos) para admi-
nistrar adecuadamente la compleja maquinaria del Estado.
Rusia, donde la mayoría de la población eran campesi-
nos analfabetos (aunque hubiera notables núcleos industria-
les en Moscú, San Petersburgo, Bakú y algunas otras ciuda-
des), estaba p o r tanto aún a decenios de alcanzar la madurez
suficiente para pensar en la probabilidad de una revolución.
Cierto es que, como Lenin se esforzó en demostrar en su li-

241
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

b r o El desarrollo del capitalismo en Rusia, el crecimiento eco-


nómico de ese país fue fulgurante durante los años que siguie-
ron a la Revolución de 1905, merced sobre todo a las reformas
agrarias de Piotr A. Stolypin en 1906 y a que la industrializa-
ción había comenzado ya antes gracias a la política de Serguei
Y. Witte a finales del siglo X I X . Pero el camino que quedaba
p o r recorrer hasta alcanzar la madurez económica era largo;
en vísperas de la guerra el 8 5 % de la población rusa seguía
siendo campesina. Lenin lo sabía y por eso no esperaba llegar
a ver la revolución.
A pesar de ello, no permaneció con los brazos cruzados.
Al contrario, adaptando los postulados marxistas a la realidad
rusa, organizó, como hemos visto, el Partido Bolchevique,
dedicado a la acción revolucionaria, mezclando propaganda y
acción directa. A u n q u e su nombre quiere decir «mayorita-
rio», el Partido Bolchevique era en realidad la minoritaria ex-
trema izquierda del grande pero amorfo Partido Socialdemó-
crata Ruso. La facción mayorítaria del Partido pasó a llamarse
«menchevique», es decir, minoritaria. Después de ser expulsa-
do de muchos países, Lenin se refugió en Suiza, país no beli-
gerante. Desde Zurich enviaba consignas y artículos a toda
Europa, especialmente a su Rusia nativa, donde su pequeño
grupo revolucionario trabajaba clandestinamente repartiendo
propaganda y asaltando bancos para recaudar fondos. Las
tácticas bolcheviques fueron más tarde un ejemplo a seguir
p o r grupúscuios extremistas de todo signo. Desde mviy pron-
to se impuso entre los leninistas la disciplina de célula debido
tanto a las exigencias de la lucha contra la policía zarista,
como a las ancestrales tendencias autoritarias del socialismo
marxista. Marx siempre insistió, con esa capacidad suya para
acuñar frases rotundas de significado impreciso, en la dicta-
dura del proletariado, que Lenin, identificó con la «dictadura
del Partido Bolchevique», que se había arrogado la represen-
tación de esa clase social pese a que sólo una minoría de sus
no m u y nutridos componentes pertenecía a ella. De hecho,
era el Politburó el que imponía la línea dentro del Partido, y

242
áL
VIII. GUERRA Y DEMOCRACIA

en ese b u r ó la palabra de Lenin, aunque discutida, acostum-


braba a ser la última.
C u a n d o comenzó la Gran Guerra, los rusos avanzaron e
invadieron Alemania Oriental. Alemania se veía obligada a
combatir en dos frentes, el ruso y el francés, pero eso ya esta-
ba previsto en el Plan Schlieffen. El ejército ruso era m u y n u -
meroso, aunque mal equipado y mediocremente dirigido, y su
primer avance rompió las líneas alemanas. Sin embargo, los
alemanes se rehicieron y, bajo el mando capaz de Paul v o n
Hindenburg y Erich v o n Ludendorf, derrotaron a los rusos
en la batalla de Tannenberg, en la Prusia Oriental. Los eslavos
retrocedieron y trataron de mantener el frente, evitando que
el enemigo llegase a Petrogrado (nombre que se acababa de dar
a San Petersburgo p o r considerar las autoridades rusas que lo
de «Petersburgo» sonaba demasiado teutónico). A partir de
entonces la guerra en el frente oriental se estabilizó, sin ex-
cluir avances y retiradas en la enormidad del territorio ruso.
C o m o los alemanes también combatían en Francia, en los
Balcanes e incluso en el Oriente Medio (apoyando al Imperio
Otomano), no podían aspirar seriamente a derrotar e invadir
Rusia p o r lo relativamente limitado de sus recursos humanos.
Pero la «guerra de desgaste» afectó seriamente a Rusia.
Su nivel de vida era m u y bajo, y el esfuerzo bélico resultaba
muy duro, agravado p o r la mala administración, tanto civil
como militar, y por la propaganda de los numerosos partidos
de izquierda y de centro. M u c h o s de estos partidos estaban
subvencionados po»- los alemanes, que también apoyaban a
partidos nacionalistas, como el ucraniano. A todo esto se aña-
día la creciente impopularidad de la familia real rusa, que a la
inepcia política del zar, quien había ordenado personalmente
ametrallar a los manifestantes desarmados en San Petersbur-
go durante la Revolución de 1 9 0 5 y que no entendía otra for-
ma de gobierno que el despotismo, unía la altanería de la
zarina, que se combinaba extrañamente con el servilismo ab-
yecto de esta señora ante un charlatán místico, Grigori Y.
Rasputin, cuya magnética personalidad, groseros modales,

243
L O S ORÍGENES DEL S I G L O X X I

bárbaras costumbres y proezas sexuales la tenían fascinada y


convencida de que tenía poderes sobrenaturales capaces de
curar al zarévich (príncipe heredero), gravemente enfermo de
hemofilia. Tras una serie de huelgas en Moscú y Petrogrado,
a las que se añadían frecuentes motines y deserciones en el
ejército, el zar se vio obligado a abdicar en marzo (febrero en
el calendario ruso) de 1 9 1 7 . A la autocracia zarista sucedió un
régimen pretendidamente democrático, caracterizado sobre
t o d o p o r el desorden y la impotencia del gobierno para con-
trolar la creciente anarquía. Pronto alcanzó el poder Alexandr
F. Kerensky, socialista revolucionario moderado (valga la
contradicción) que implantó un régimen de corte liberal y de-
mocrático. El gran problema de los gobiernos salidos de la
Revolución de Febrero, sin embargo, era la guerra: una de las
causas inmediatas de insurrección había sido el antibelicismo;
acabar la guerra era el punto más popular del programa revo-
lucionario. Sin embargo, esto no era fácil. En la situación ca-
ótica en que se encontraba el ejército ruso, paz era sinónimo
de rendición y eso era m u y duro de aceptar para un gober-
nante. Kerensky, p o r tanto, concentró sus esfuerzos en re-
c o m p o n e r el ejército y continuar la campaña, ya que, de ne-
gociarse la paz con los alemanes, era mejor hacerlo desde una
situación de fuerza.
Para Alemania la Revolución Rusa de Febrero fue como
algo caído del cielo, porque acentuaba la descomposición del
enemigo y hacía presagiar la paz. P o r lo tanto, cuando K e -
rensky, en lugar de rendirse, intentó reanudar el combate, el
alto mando teutón decidió que había que acabar con él. Por
ello accedió a las peticiones de los revolucionarios exiliados
rusos, de que se les permitiera cruzar territorio alemán para
alcanzar su país. A s í se organizó el famoso tren sellado des-
de Zurich hasta Petrogrado, en el que viajó un selecto rami-
llete de subversivos, el más famoso de los cuales era sin duda
Lenin. El reactivo surtió efecto. Los esfuerzos de Kerensky
p o r estabilizar el frente exasperaron a soldados y campesinos
(a quienes se les obligaba a ceder sus cosechas a precios de

244
VIII. GUERRA Y DEMOCRACIA

tasa), la inflación afectaba a la población en general y, en m e -


dio de un caos creciente, los bolcheviques, dirigidos magis-
tralmente p o r Lenin y Trotski, se hicieron con el poder. A
principios de noviembre (octubre para los rusos), los bolche-
viques, que empezaron a llamarse a sí mismos comunistas,
asaltaron p o r la fuerza el Palacio de Invierno (sede del go-
bierno) y en un hábil golpe de Estado se hicieron con el p o -
der; p o r las buenas o p o r las malas se mantendrían en él p o r
tres cuartos de siglo.
Los primeros años fueron los más difíciles. El Partido
Bolchevique tenía poca representación entre el pueblo ruso,
por ser una minoría de revolucionarios profesionales, m u y ca-
paces, sí, pero con pocas raíces en el país. La única manera que
tenían de mantenerse en el poder era llevando a cabo una polí-
tica que satisficiera a una fracción mayontaria de la población,
es decir, a los campesinos y a los soldados, grupos que en gran
parte se solapaban. De ahí ia astuta doble iniciativa de Lenin:
de una parte, proclamó la llamada smichka, es decir, la unidad
de los obreros y los campesinos; de otra, prometió la paz.
La smichka implicaba el principio de «la tierra para quien
la trabaja»: era la reforma agraria «burguesa», que no abolía la
propiedad, sino que la distribuía entre los pequeños agricul-
tores. Esto era lo que ansiaban los campesinos rusos desde
tiempo inmemorial. La reforma de Stolypin había abolido los
nexos feudales y comunales, pero no había efectuado una r e -
distribución de la iierra. La smichka dio lugar a una situación
caótica en el campo, pero brindó a los bolcheviques un a p o y o
campesino que duró varios años.
La paz fue, como es natural, una especie de rendición.
Un gobierno que tiene como uno de los puntos básicos de su
programa la renuncia a la guerra posee m u y pocas bazas para
negociar con el enemigo. H a y que señalar, sin embargo, que
en esto Lenin sí era coherente con la postura que había man-
tenido siempre. El había proclamado constantemente que los
socialistas debían p r o m o v e r «la guerra civil contra la guerra
imperialista». Eso es lo que él hizo tan p r o n t o llegó a Rusia:

245
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

guerreó contra el gobierno para lograr el fin de la participa-


ción de Rusia en la «guerra imperialista». Así, los bolchevi-
ques negociaron el Tratado de Brest-Litovsk en la primavera
de 1 9 1 8 , p o r el que cedían grandes territorios (entre ellos,
prácticamente toda la costa báltica, incluyendo Estonia, Leto-
nia y Lituania) a los alemanes.
P e r o si Lenin fue coherente con sus ideas sobre la gue-
rra, no p u d o serlo con sus principios marxistas, porque las
cosas salieron en Rusia de manera m u y diferente a como ha-
bía predicho Marx. Según ia leoría de Marx, la revolución so-
cialista no podía llevarse a cabo en Rusia p o r ser un país de-
masiado atrasado: la revolución socialista debía tener lugar
en un país industrial. Marx siempre pensó que Inglaterra era
la m e j o r candidata a ser cuna de la revolución socialista por
ser el primer país industrial, aunque el pactismo de la clase
obrera inglesa y el gradualismo de sus dirigentes le hacían
desconfiar. Plenamente imbuidos de ia teoría marxista, los
bolcheviques esperaban en 1 9 1 4 que los obreros alemanes,
ingleses y franceses se levantarían contra sus gobiernos, que
les lanzaban a la muerte para defender intereses imperialistas.
De ahí su desesperación al ver que no sólo no hacían tal cosa,
sino que iban al f r e n t e cantando himnos patrióticos a matar-
se unos a otros. Al cabo de varios años de carnicería, sin em-
bargo, el entusiasmo bélico había pasado y en 1 9 1 7 los bol-
cheviques v o l v i e r o n a pensar que los obreros occidentales
harían al final de la contienda lo que debían haber hecho al
principio, lo que los rusos habían puesto en práctica con su
revolución: rebelarse y luchar contra los gobiernos capita-
lista». P o r lo tanto, según los bolcheviques, la Revolución
Europea era inminente. Rusia habría sido la chispa y el ejem-
plo, p e r o el centro de la revolución había de estar en la Euro-
pa Occidental, sin la cual la culminación de la revolución so-
cialista en Rusia era imposible. P o r eso, cuando en Alemania
empezaron a estallar motines y rebeliones en el o t o ñ o de
1 9 1 8 , a p o c o de haber impuesto los alemanes a los rusos la
dura p a z de Brest-Litovsk, los bolcheviques creyeron que

246
VIII. GUERRA Y DEMOCRACIA

por fin empezaba la verdadera R e v o l u c i ó n Europea y quizá


Mundial.
r Sin embargo, la revolución tal c o m o la esperaban Lenin
f Trotski nunca llegó en Occidente. El dilema para los b o l -
cheviques era terrible: si la revolución socialista en un país
atrasado no era posible, y en los países adelantados, donde de-
bía tener lugar, no ocurría, ¿qué hacían los bolcheviques en el
poder? Los mencheviques les reprochaban estar traicionando
sus propios principios al no abandonar el poder, pasar a la
oposición, permitir el desarrollo capitalista en Rusia e ir for-
mando a las masas en espera de la ocasión de hacer la verda-
dera revolución socialista cuando las «fuerzas productivas»
(expresión favorita de los economistas marxistas) estuvieran
plenamente desarrolladas.
Indudablemente, era difícil justificar un gobierno comu-
nista en un país donde apenas había comunistas. Pero los
acontecimientos se precipitaron de tal manera que nadie tuvo
tiempo en Rusia para la madura reflexión, p o r q u e ya desde
antes de la firma de la paz de Brest-Litovsk varios generales
zaristas se habían levantado contra el gobierno bolchevique.
Siguió una terrible guerra civil que terminó a finales de 1 9 2 0
con el país aún m u c h o más destruido y diezmado de lo que
había estado al comienzo. Si problemátic:. ere. la revolución
socialista en 1 9 1 8 , mucho más lo era en 1 9 2 1 . Pero los bolche-
viques seguían en el poder tras ia guerra civil, más aferrados a
él que nunca.
Es lícito preguntarse: si era tan minoritario, ¿cómo se ex-
plica que el gobierno comunista fuera capaz de ganar la gue-
rra civil y salir de ella fortalecido? H a y tres respuestas fun-
damentales: de un lado, la extraordinaria capacidad, unida a
una voluntad implacable, del p u ñ a d o de bolcheviques que
constituían el gobierno; de otro, el a p o y o campesino a los co-
munistas, no porque compartieran sus doctrinas, sino porque
les habían dado acceso a la propiedad de la tierra y habían
puesto fin a la guerra contra Alemania; los campesinos no lu-
chaban p o r el comunismo, sino, m u y al contrario, p o r conser-

247
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

var en paz la propiedad de sus tierras recién adquiridas; y, por


último, el sentimiento antizarista de la mayoría de la pobla-
ción, que identificaba, no sin razón, a los «blancos» (quienes
combatían a los «rojos») con el odiado régimen autocrático
zarista.
El realidad los comunistas o bolcheviques salieron forta-
lecidos de la guerra civil, no sólo p o r q u e destruyeron a sus
enemigos sino porque reforzaron su control en su propio
bando. F o r j a r o n un ejército tan autoritario c o m o el zarista
pero totalmente fiel al Partido; y en la retaguardia atenazaron
su dominio sobre la población, para lo que la guerra resultó
una justificación inigualable. Precisamente p o r q u e eran una
minoría, los bolcheviques renunciaron desde m u y pronto a
mantener siquiera fuese una fachada de democracia. Puesto
que ellos solos representaban al proletariado y éste era la cla-
se redentora, cualquier cesión de poder era una traición a la
misión histórica del Partido. Este razonamiento mesiánico,
p e r o ampliamente aceptado, justificó el gobierno de una
minoría tiranizando a la mayoría en n o m b r e de esa misma
mayoría.
Los comunistas rusos, dijeran lo que dijeran, tuvieren
siempre un gran recelo hacia la democracia, y ya en los prime-
ros meses de la Revolución, cuando vieron que las elección rs
no daban resultados a su gusto, la abandonaron para siempre
en favor de la «dictadura Hel proletariado» y del ^centralismo
democrático», es decir, la dictadura de una pequeña camarilla
que se renovaba por cooptación. Ya la manera de llegar al po-
der — u n golpe de Estado— privaba al régimen bolchevique
de legitimidad, democrática o revolucionaría. Los bolchevi-
ques habían estado siempre en minoría, tanto en la Duma
como en los soviets, los consejos populares que se constituían
en Rusia en momentos de revolución (nosotros les llamaría-
mos «juntas revolucionarias») y que, según Lenin, que espe-
raba controlarlos mejor que a la D u m a , eran «mil veces más
democráticos» que ésta. Sin duda lo eran desde su p u n t o de
vista, porque siendo las elecciones a los soviets menos forma-

248
VIII. GUERRA Y DEMOCRACIA

lizadas, era más fácil manejarlas. Así, cuando se reunió la


Asamblea Constituyente en diciembre de 1 9 1 7 , recién elegida
con la misión de elaborar una nueva constitución, como tam-
poco aquí tenían mayoría, los bolcheviques la disolvieron con
el pintoresco argumento de que «los guardias estaban cansa-
dos» (es decir, formalmente fue la guardia policial del edificio
la que disolvió la Asamblea Constituyente) y nunca más per-
mitieron que se convocara. El gobierno bolchevique, legiti-
mado a su manera p o r unas elecciones a los soviets cada v e z
más amañadas, continuó en el poder. La guerra le brindó la
oportunidad de instaurar un Estado policía con el pretexto de
eliminar a los «agentes imperialistas», «saboteadores» y demás
indeseables: la Cheka, luego la N K V D , se encargó de encar-
celar, e incluso ejecutar sin proceso, a cuantos consideraran
enemigos del pueblo. A q u í fue donde Lenin y su banda de
bolcheviques se equivocaron de medio a medio y tomaron el
camino errado, el camino antidemocrático, que resultó ser
una vía muerta, un callejón sin salida que conducía a la dicta-
dura y a ia tiranía. Se equivocaron a la larga, p o r supuesto,
pues a la corta dieron con el medio de aferrarse al poder; pero
históricamente se engañaron y engañaron a millones de per-
sonas que no supieron ver que la verdadera revolución del si-
glo XX no era la Revolución Comunista, sino la revolución
democrática.
P o r lo tanto, la dictadura del Partido Comunista se fra-
gua en los primeros meses y se consolida en los primeros años
tras la Revolución en Rusia. Se da el caso interesante de que
gran parte de los rasgos que los bolcheviques habían r e p r o -
chado al régimen "burgués» los adoptaron ellos tras apode-
rarse del Estado: militarismo, burocratismo, policía política,
autoritarismo, etcétera. P r o n t o se dieron cuenta Lenin y los
suyos de que el Estado y la economía tienen su propia lógica.
C o m o ya había predicho Marx, en un país subdesarrollado la
escasez de técnicos era aguda: el autoritarismo en la fábrica
había de imponerse para que la producción no siguiera cayen-
do; en el Ejército, si se quería ganar la guerra, no podían ele-

249
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

girse los oficiales y adoptarse las decisiones de m o d o asam-


bleario, como los bolcheviques habían exigido en el ejército
zarista; al contrario, la disciplina había de ser estricta y las ór-
denes superiores, obedecidas; en la Administración Pública, si
no se quería que la anarquía fuera completa, había que respe-
tar la jerarquía y observar los canales establecidos. En muchos
casos, incluso en la policía, hubo que recurrir a los antiguos
agentes del Estado zarista.
Por otra parte, si el proletariado, es decir, los obreros in-
dustriales, era una minoría en la Rusia prerrevclucicn«uia,
tras la guerra civil era prácticamente inexistente porque, in-
tegrado en el Ejército R o j o , gran parte de sus componentes
desapareció en la contienda. Si p o c o representativo era el go-
bierno bolchevique en 1 9 1 7 , mucho menos lo era en 1 9 2 1 .
P e r o en esta última fecha su dominación del aparato estatal
era m u c h o más fuerte, como vencedor en la guerra y prácti-
camente habiendo organizado una dictadura militar. Los
últimos resquicios de oposición fueron barridos tras ser
aplastada la rebelión de ios marinos de Kronstadt. La legen-
daria guarnición revolucionaria de Kronstadt, que pocos
años antes había defendido Petrogrado contra los ataques del
general zarista Kornílov, se sublevó en febrero de 1 9 2 1 , tres
mescj después del fin de la guerra civil, contra la dictadura
comunista, responsabilizándola del bajo nivel de vida de los
campesinos. Tras sofocar el levantamiento sin piedad, el go-
bierno comunista aprovechó para incrementar los efectivos y
controles policiales, prohibir los partidos políticos y aumen-
tar el «centralismo democrático» en el Partido Comunista, es
decir, concentrar aún más el poder en el Politburó y abolir las
facciones dentro del partido.
Al terminar la guerra, la economía rusa estaba en una si-
tuación desesperada. Las destrucciones físicas fueron enormes
y aún más las pérdidas humanas. En esta situación, Lenin hizo
lo lógico: tras la revuelta de Kronstadt y la represión implaca-
ble de que fueron objeto los marinos, el gobierno proclamó la
vuelta al capitalismo, lo que Lenin llamó capitalismo de Esta-
VIH. GUERRA Y DEMOCRACIA

do en la industria y capitalismo p u r o en la agricultura. Fue la


famosa Nueva Política Económica, ia NEP. Se trataba de capi-
talismo de Estado en la industria porque todas las grandes em-
presas, que habían sido nacionalizadas durante la guerra, per-
manecieron así, dirigidas p o r administradores-funcionarios,
que en muchos casos eran los antiguos gerentes o propietarios.
Por supuesto, durante el «comunismo de guerra» el capitalis-
mo de Estado se había impuesto con rigidez y disciplina estric-
tas. En otras palabras, de control obrero no h u b o absoluta-
mente nada. La acción sindical fue duramente reprimida en
aras de maximizar la producción para el esfuerzo de guerra. A
partir de entonces, la maquinaria sindical en la U n i ó n Soviéti-
ca estuvo al servicio del Estado y del Partido, fue de hecho
como un departamento ministerial. Éste fue el momento en
que, en 1 9 1 8 , ante las críticas en el propio Partido Comunista
a esta política de disciplina de la clase obrera, Lenin escribió su
Cunociuo aríi culo sobre «El izquierdismo, enfermedad infan-
til del comunismo». En cuanto a la agricultura, durante la con-
tienda había estado sometida al llamado «comunismo de gue-
rra», que en la práctica era un sistema de requisiciones del
producto p o r parte del Estado o del Ejército, política inevita-
ble dada la situación extrema de desabastecimiento, pero que
provocó la hostilidad y a veces la violencia p o r parte de los
campesinos. C o n la N E P cesaron las requisiciones más arbi-
trarías, aunque subsistieron en forma de impuesto en especie.
Sin embargo, el gobierno comunista permitió la venta de p r o -
ductos agrarios en el mercado libre. Dada la situación de
escasez, hambruna e inflación imperante, esto fue una magní-
fica solución para los campesinos, que pudieron rehacerse de
los padecimientos de la guerra.
Parte importante de la N E P fue la reforma monetaria,
que se llevó a cabo también dentro de las líneas más clásicas
de la economía «burguesa». La guerra, como es frecuente, ha-
bía dado lugar a una hiperinflación de características similares
a las que se produjeron p o r esta época en Europa central,
agravada en el caso de Rusia p o r la extrema pobreza y el caos

251
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

general. En esta situación, como también es habitual en estos


casos, se recurría m u y corrientemente al trueque y al empleo
de instrumentos monetarios reales (oro, plata, ganado, trigo,
moneda extranjera); tan desesperado era el panorama que el
p r o p i o Lenin pensó en recurrir a la circulación de moneda de
o r o . A esto no se llegó, pero sí a la introducción de una espe-
cie de patrón o r o , porque se empezaron a emitir, desde 1922,
unos rublos teóricamente convertibles en oro (los llamados
chervonets), que durante 1925 sustituyeron totalmente a los
viejos luulos, ya prácticamente sin valor, y con los que habían
coexistido durante dos años. La reforma funcionó y se logró
la estabilidad de precios gracias también a una medida que,
años más tarde, hubiera recomendado el F o n d o Monetario
Internacional: el equilibrio presupuestario, merced a ia mode-
ración en los gastos y el aumento en los impuestos.
Al m o r i r Lenin a comienzos de 1924 dejaba una econo-
mía en vías de recuperación por medio de los instrumentos
clásicos del capitalismo: el mercado de productos agrarios, la
estabilidad de precios, un sistema impositivo eficaz. Existía
una oficina de planificación, eso es cierto, pero la planifica-
ción anterior a 1928 era más del tipo que se practicaría en Eu-
ropa en los años sesenta, que del tipo que Stalin implantaría
unos años más tarde. Se practicaba con la NEP una planifica-
ción flexible, basada en una sólida oficina de estadística y en
métodos matemáticos de programación lineal que también
acabarían triunfando en Occidente, introducidos p o r un jo-
ven economista que aprendió planificación en este «Gosplan
preestaliniano» y se exilió en 1 9 2 5 : se trataba de Wassily
Leontief, el inventor del sistema input-output.
C u a t r o años más tarde, con Stalin en el control del Par-
tido y del gobierno, la política económica soviética volvió a
dar o t r o giro al implantarse los Planes Quinquenales. Si du-
rante diez años los campesinos fueron la base social en que se
asentó el sistema soviético, a partir de entonces, sintiéndose el
Partido consolidado en el poder y considerando la economía
más o menos repuesta (se alcanzaban p o r entonces los niveles

252

m
VIII. GUERRA Y DEMOCRACIA

productivos de 1913), el gobierno se volvió contra los campe-


sinos, aboliendo la propiedad privada en la agricultura y crean-
do las famosas «granjas colectivas», que constituyeron uno de
los fracasos económicos más sonados del siglo X X , pero que a
Stalin y al gobierno de la época les permitieron acelerar la in-
dustrialización en Rusia exprimiendo a la agricultura y for-
zando la inversión en industria pesada.
O t r o legado de Lenin a la U n i ó n Soviética y al m u n d o
fue la III Internacional. El desencanto de la extrema izquier-
da con los partidos socialdemócratas a raíz de su colaboración
en la G r a n G u e r r a hizo que desde m u y p r o n t o pensaran L e -
nin y los suyos en crear una III Internacional (la I, la de Marx,
duró sólo unos pocos años; la II, fundada en 1 8 8 9 por Engels,
es la Internacional Socialdemócrata). La ocasión de fundar la
Internacional Comunista llegó en 1 9 1 9 ; la Comintern, la III
Internacional, agrupó a los recién nacidos partidos comunis-
tas, generalmente alas izquierdas escindidas de los partidos
socialistas. C o n sede en Moscú, fue un instrumento clave en
la política exterior de la U n i ó n Soviética, ya que el peso rela-
tivo del Partido Comunista Ruso, con el gobierno de la
Unión Soviética detrás, era infinitamente m a y o r que el de t o -
dos los demás partidos juntos, partidos que en muchas oca-
siones dependían económicamente del ruso: era el famoso
«oro de Moscú», que financiaba y controlaba esta red inter-
nacional de partidos no!¡ticos.
P o r cuanto hemos visto, el legado de Lenin al m u n d o
tuvo una enorme importancia y una fuerte repercusión, p e r o
fue m u y diferente de lo que él mismo, y cualquier marxista
mínimamente formado, hubiera esperado en 1 9 1 7 . Contraria-
mente a la teoría de Marx, la revolución «socialista» no t u v e
lugar en un país adelantado, sino en u n o atrasado. La revolu-
ción apocalíptica que Marx había previsto nunca llegó, a p e -
sar de los esfuerzos y las esperanzas de los comunistas rusos
en la primera posguerra mundial. En realidad, la experiencia
del siglo XX muestra que quien tuvo razón fue el tan denosta-
do Eduard Bernstein, no Lenin. El capitalismo tenía flexibili-

253
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

dad bastante para acomodar a la clase obrera en su empuje p o r


acceder a los centros de p o d e r y al nivel de vida de las clases
medias. De ahí la naturaleza reformista —cuerdamente refor-
mista— de los partidos socialistas, que confiaban más en lo-
grar sus fines p o r medios pacíficos que en lograrlos jugándo-
lo todo a la sola carta revolucionaria. Y de ahí el carácter
gradual de la verdadera revolución del siglo X X : la revolución
socialdemócrata.
No han faltado las revoluciones violentas en el siglo X X ;
p e r o todas han sido de características similares a la rusa: han
tenido lugar en países atrasados, especialmente en países que
se hallaban en algún punto de la transición del atraso a la mo-
dernidad, generalmente en las primeras etapas de esa transi-
ción. Y en general han tenido más base campesina que obre-
ra. A s í fueron los casos de M é x i c o , de China, de Bolivia, de
Irán, de Vietnam o de Cuba,
Lo que, desde luego, Lenin y la Revolución Rusa no le-
garon al m u n d o fue una r e v o l u c i ó n proletaria. Ya hemos
visto que el proletariado era m u y p e q u e ñ o en Rusia en i 9 1 7 ,
y todavía quedó más reducido tras la terrible guerra civil. A
t o d o s los efectos, la R e v o l u c i ó n Rusa fue una revolución
campesina, y fue ésta la clase en que se a p o y ó el Partido C o -
munista para consolidarse en el poder. U n a ver. üilí, bien
asegurado, el Partido C o m u n i s t a , c o n v e r t i d o ya en una bu-
rocracia poderosísima, se volvió contra sus antiguos aliados,
l o s campesinos, y los aniquiló con la colectivización y los
Planes Quinquenales. Para entonces la clase en el p o d e r en
Rusia no era el proletariado, totalmente sometido al Partido
y al Estado. El proletariado era, además, hijo del Partido y
no al contrario; esto era así p o r q u e había nacido con los Pla-
nes Quinquenales, con la industrialización, y no antes: n u n -
ca t u v o independencia, ni creó sus sindicatos u organizacio-
nes. L o s embriones de estas organizaciones, instrumentos
de una clase en sí embrionaria, perecieron ahogados p o r
el P a r t i d o B o l c h e v i q u e - C o m u n i s t a durante la guerra civil.
C o m o señaló muchos años más tarde el pensador comunis-

254
VIII. GUERRA Y DEMOCRACIA

ta rnontenegrino M i l o v a n Djilas, con la Revolución Bolche-


viqu ^°
e n a c
nueva clase dominante, l a burocracia comu-
u n a

nista, q e se perpetuaba en el p o d e r p o r cooptación y se


u

mantenía en él mediante un Estado policía, esgrimiendo la


retórica de la «dictadura del proletariado» que en realidad
r a I «dictadura de la burocracia»: la base de la dictadura
e
a

l partido.
d e

Otra cosa que legó Lenin al m u n d o fue la nueva técnica


del g P ^ Estado. Lenin demostró que una pequeña banda
O J e e

¿ revolucionarios, aprovechando una situación propicia,


e

podía capturar el gobierno y mantenerse en el poder p o r mé-


todos audaces y despiadados. Legó también lo que se ha lla-
mado el «totalitarismo», el encuadramiento de una parte
a p o r t a n t e de la población en un partido que utilice una ide-
0 j c d a simple o simplificada, unos símbolos sencillos, unas
0

i g n a s atractivas, asequibles e incansablemente icpetidas:


c o r l S

¿ l «todo el poder para los soviets» de Lenin a la «nación p r o -


e

letaria contra la plutocracia» de Mussolini, a la «Lebensraum»


de Hhd » ^ * P i a , pan y justicia^ de José A n t o n i o Primo de
er a a t r

Rivera, al «Patria o muerte, venceremos» de Fidel Castro, no


k y más que m u y cortos pasos.
a

y, p o r último, el más importante legado de Lenin fue una


gran mentira: la creencia en que la Lhiión Soviética era una
•República socialista, q u e la Revolución Rusa fue la primera
r e v o l u c i ó n proletaria y que la revolución proletaria; que ani-
quilaría a las otras clases, era inminente en el resto del mun-
¿o Estas falsas percepciones fueron determinantes en el pe-
r i o d o de entreguerras y durante el largo periodo de Guerra
Fría, * ^ Guerra Mundial.
t r a ; > a

L A REVOLUCIÓN DEMOCRÁTICA

Tjna visión superficial de la historia de Alemania en el si-


g l o XX ^ identifica militarismo, l a autocracia, l a dicta-
a c o n e i

dura y ^ - Esta visión, más que superficial, es parcial;


e r a C l S r n o

255
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

Alemania fue todas esas cosas, pero también fue la principal


iniciadora de la revolución democrática que se extendió p o r
Europa y p o r el mundo en esa misma centuria.
Ya durante la guerra, como vimos, el Estado alemán se vio
obligado a hacer concesiones a las fuerzas democráticas. Se da,
además, la paradoja de que, inmediatamente después del gran
triunfo que para Alemania fue el Tratado de Brest-Litovsk, su
esfuerzo bélico comenzó a zozobrar. Ello se debió, p o r una
parte, a que las imposiciones del tratado eran tan duras que
hubo levantamientos y desórdenes en el frente oriental, j_>or lo
que Alemania tuvo que mantener gran parte de sus tropas en
esa zona. Por otra parte, la capacidad económica y logística de
Alemania estaba a punto del agotamiento después de cuatro
años de guerra. Por si todo ello fuera poco, el triunfo comunis-
ta en Rusia encontró un eco entre los famélicos proletarios y
soldados alemanes, a quienes parecían cada vez más atractivas
las llamadas comunistas al pacifismo y más odiosas las aspira-
ciones expansionistas de los militares y políticos conservado-
res. Los desórdenes se generalizaron en el ejército y varias ciu-
dades alemanas en el otoño de 1 9 1 8 ; la abdicación del kaiser en
noviembre representó la culminación del desprestigio de los
círculos monárquicos, militaristas e imperialistas alemanes. La
República fue proclamada inmediatamente después y los socia-
listas quedaron arbitros de la situación: uno de sus líderes, Frie-
drich Ebert, asumió el puesto de canciller (primer ministro) el
9 de noviembre. Se continuaba así en Alemania la tendencia ini-
ciada con la guerra: los socialistas habían pasado de ser consi-
derados unos subversivos antes del conflicto a ser un partido de
gobierno al cese de Ls hostilidades. Lo mismo ocurriría en las
naciones vencedoras: una de las características políticas de la
Europa de entreguerras fue la entrada de los socialistas en las
esferas de poder, que antes les habían estado vedadas. En A l e -
mania, en realidad, el vuelco fue m a y o r que en casi todo el res-
to de Europa, porque los socialistas se convirtieron aquí en el
partido clave de la nueva República, cosa que se confirmó en las
primeras elecciones (enero de 1919).

256
VIII. GUERRA Y DEMOCRACIA

La reforma política se llevó a cabo con esas elecciones,


las primeras democráticas en la historia de Alemania (y en la
de Prusia): el gobierno provisional de Ebert decretó, entre
otras cosas, el sufragio universal de ambos sexos sin ningún
tipo de corrección o ponderación; se creó, también p o r decre-
to, un Ministerio de Trabajo y el seguro de desempleo. Los
socialistas habían logrado, gracias a la guerra y a la revolución
de octubre y noviembre, gran parte de los objetivos p o r los
que venían luchando desde hacía dos generaciones.
El armisticio con los aliados se firmó casi a la vez que se
introducían las reformas revolucionarias. Fue algo trabajoso
de lograr; la posición alemana t u v o también paralelos con la
rusa en Brest-Litovsk nueve meses antes. Alemania, incapaz
de combatir, tenía poca capacidad negociadora: de un pluma-
zo perdió en el este más de lo que había ganado en Brest-Li-
tovsk y, en el oeste, t o d o el territorio en la margen izquierda
del Rin, aunque a la larga en esta franja occidental sólo perdió
Alsacia-Lorena y algunos otros territorios menores.
Alemania no llegó a ser invadida p o r los aliados y su ca-
pital físico apenas se v i o afectado. Sin embargo el esfuerzo bé-
lico dejó a su economía en situación crítica. La guerra había
sido financiada con deuda pública, en parte colocada en el
banco central a cambio de papel moneda. La suspensión de ía
convertibilidad o r o del marco había permitido un gran au-
mento de la circulación monetaria, que, unido a las escaseces,
provocó fuertes alzas de precios y empobreció a grandes sec-
tores de la población. A u n q u e la inflación se m o d e r ó en los
años siguientes a la guerra, la situación se complicó extraordi-
nariamente p o r el problema de las reparaciones fijadas p o r los
aliados en el tratado de paz que siguió al armisticio y que más
adelante veremos.
Tras el armisticio de 1 9 1 8 , los países que habían interve-
nido en la G r a n Guerra se reunieron en París para firmar
lo que esperaban iba a ser una paz duradera. P o r desgracia, la
paz que firmaron resultó efímera y conflictiva. No faltaron
voces denunciando los errores cometidos en París. Pero la di-

257
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

námica de los acontecimientos tenía una lógica propia que


ningún razonamiento podía contrarrestar. A esto sin duda se
refería K e y n e s cuando describía sus advertencias como «los
graznidos de una Casandra que no logró influir en los acon-
tecimientos». Y es que si puede considerarse que la Gran
Guerra estuvo causada p o r una serie de malentendidos, su fi-
nal también tiene mucho de comedia de errores. La palabras
de Keynes [(1963), pp. 3-4] son expresivas:

Mcvido por una engañosa demencia y un desconsiderado ego-


ísmo, el puebio alemán destruyó los fundamentos sobre los que viví-
amos y construíamos. Pero los representantes de los pueblos francés
y británico están a punto de completar la ruina que Alemania empe-
zó, por medio de una paz que, si se lle>'a a efecto, atacará aún más, en
lugar de reparar, la organización compleja y delicada, ya debilitada y
destrozada por la guerra, que los pueblos de Europa necesitan para
trabajar y vivir.

El Tratado de Paz de París tuvo una serie de subtratados:


Saint-Germain con Austria, Trianon con Hungría, Sévres con
el Imperio Otomano, Neuilly con Bulgaria, Versalles con Ale-
mania. Los términos fueron muy duros para Alemania. Para
empezar, la elección del Palacio de Versalles para presentar a
Alemania las condiciones de paz no era en absoluto casual.
Fue en Versalles, en el mismo salón de los espejos en que se fir-
mó el tratado, donde cuarenta y siete años antes, tras derrotar
a Francia, se había proclamado el nuevo Imperio Alemán y se
habían dictado unas durísimas condiciones de paz al humilla-
do rival, con una fuerte indemnización en metálico al vence-
d o r y la cesión de Alsacia-Lorena. Evidentemente, Georges
Clemenceau, el anciano primer ministro francés, a quien lla-
maban El Tigre p o r su implacable energía, estaba decidido a
que Francia se cobrara una doble factura: el desquite larga-
mente debido de la guerra Franco-Prusiana, y las cuentas de la
G r a n Guerra. El premier inglés, Lloyd George, había ganado
la llamada «elección kaki» prometiendo a los electores que
Alemania pagaría la factura de la guerra. Las otras dos delega-

258
VIII. GUERRA Y DEMOCRACIA

ciernes, la estadounidense y la italiana, no se opusieron a la ac-


titud vengativa de sus aliados. De m o d o que los reunidos en
París no tardaron en ponerse de acuerdo en que Alemania,
siendo la gran responsable de la guerra, debía pagar unas enor-
mes reparaciones. La comisión creada al efecto actuó en virtud
de las instrucciones que le daban los gobiernos y, p o r lo tanto,
estableció unas cifras fuera de toda proporción: unos 33.000
millones de dólares, cuatro veces por encima de lo que los eco-
nomistas creían posible.
La capacidad de pagar de un país es algo extraordinaria-
mente elástico. Estrictamente hablando, Alemania hubiera
podido pagar más de lo que se le exigía; se ha dicho incluso
que, proporcionalmente, la reparación que Alemania había
exigido y obtenido de Francia en 1 8 7 1 era mayor; p e r o los
aliados olvidaban que, en las circunstancias del momento, las
cifras que se exigían a Alemania eran excesivas. En primer
lugar, Alemania estaba económicamente postrada tras el es-
fuerzo bélico, y su capacidad productiva m u y dañada p o r la
guerra, la inflación, las confiscaciones y las amputaciones te-
rritoriales impuestas p o r los propios aliados; en segundo lu-
gar, para efectuar los pagos que se le exigían, Alemania nece-
sitaba alcanzar una serie de superávits en su balanza de pagos,
normalmente en su hilanza comercial, para poder transferir el
excedente a su- acreedores. Sin embargo, el problema para l o -
grar ese superávit en la balanza comercial y de servicios radi-
caba, de un lado, en que la capacidad productiva de Alemania
estaba m u y dañada; y de otro, en que los abados elevaban sus
barreras arancelarias para evitar precisamente la competencia
alemana. A la postre, la parte de la deuda que Alemania pagó
provino de préstamos, lo cual no hizo sino agravar el proble-
ma de la inestabilidad financiera internacional. En tercer lu-
gar, Alemania acababa de estrenar una democracia en con-
diciones m u y especiales. Imponer nuevas penalidades a la
población, después de las sufridas en la guerra y los desórde-
nes que siguieron, para pagar unas reparaciones que la m a y o -
ría de la población alemana consideraba excesivas e injustas

259
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

hubiera sido el suicidio político de cualquier gobierno, y un


arma inmejorable para los extremistas de derecha y de iz-
quierda.
La respuesta inmediata de Alemania a las reparaciones
exigidas en Versalles fue la protesta, la morosidad en los pa-
gos y el recurso al impuesto inflacionario (es decir, financiar
el déficit presupuestario recurriendo a la emisión de billetes
p o r el Reichsbank) para ir haciendo frente a los problemas.
Alemania había financiado la m a y o r parte de los gastos de la
guerra recurriendo a la deuda pública, pero la tendencia infla-
cionista se v i o reprimida p o r los controles de precios. Al aca-
bar la guerra y relajarse los controles, los precios siguieron su-
biendo, pero no de manera explosiva. Probablemente, de no
haber sido p o r la inestabilidad política y la cuestión de las re-
paraciones, Alemania hubiera conseguido estabilizar el mar-
co poco después de la guerra, como muchos esperaban. Pero
ante las dificultades políticas se recurrió de nuevo a la crea-
ción de dinero fiduciario para financiar el déficit presupues-
tario (el gobierno temía aumentar los impuestos p o r la im-
popularidad que ello le acarrearía) y para pagar las deudas
internacionales. Ello hizo que la inflación se agudizara en
1 9 2 1 y 1 9 2 2 , de m o d o que, en el verano de este último año,
Alemania pidió oficialmente una moratoria en el saldo de su
deuda internacional. En respuesta, ei gobierno francés, secun-
dado p o r el belga, decidió invadir la cuenca del Ruhr, rica y
cercana, para incautarse directamente de su producción y re-
sarcirse con ella de lo que se le debía. La respuesta alemana
fue la resistencia pasiva: los trabajadores del Ruhr dejaron de
producir para no recompensar la invasión, pero lo hicieron
con la complicidad del gobierno alemán, que siguió pagando
sus sueldos. El déficit presupuestario se multiplicó y el go-
bierno siguió financiándolo inflacionariamente: los precios al-
canzaron cifras astronómicas y el marco, ya m u y devaluado,
se vino abajo completamente.
La hiperinflación alemana de 1923 alcanzó tales magni-
tudes que se encuentra en todos los libros de texto y ha sido

260
VIII. GUERRA Y DEMOCRACIA

{estudiada c o m o fenómeno único p o r infinidad de economis-


tas e historiadores. Basten unas pocas cifras: el índice de pre-
cios se multiplicó p o r 2 7 0 millones entre enero y noviembre
de 1923; durante el año anterior se había multiplicado p o r 76,
lo que tampoco es ninguna tontería, p o r q u e implica una infla-
ción anual del 7 . 6 0 0 % . En 1 9 1 4 , 4,2 marcos equivalían a un
dólar; a mediados de 1 9 2 2 , para comprar un dólar hacían fal-
ta 500 marcos: se había p o r tanto devaluado la moneda alema-
na con respecto a la estadounidense en esos ocho años en cer-
ca de un 1 2 . 0 0 0 % . Pues bien, en noviembre de 1923, un dólar
valía 4,2 billones de marcos. El sistema monetario había deja-
do de funcionar en Alemania. Fue precisamente en noviembre
de 1923 cuando tuvo lugar la estabilización de la moneda ale-
mana de la que más tarde hablaremos. También fue entonces
cuando Hitler trató de hacerse con el poder p o r medio del
putsch de la cervecería en Munich.
C o n todo, sin embargo, la revolución democrática p r o -
siguió en Alemania. C o n los socialistas llevando la v o z can-
tante, la organización socioeconómica alemana se vio profun-
damente transformada durante este periodo. Ya hemos visto
que se creó un Ministerio de Trabajo y se estableció el seguro
de desempleo en 1 9 1 8 . Tras las elecciones Friedrich Ebert, so-
cialista, se convirtió en el primer presidente de la República
Alemana y los primeros cancilleres tras las elecciones (Schei-
demann, Bauer) fueron del mismo partido. Los gobiernos so-
cialistas llevaron a cabo una completa lenovación de las insti-
tuciones socioeconómicas. La intervención del Estado creció:
ei gobierno federal adquirió las líneas ferroviarias de los Lán-
der, con lo cual prácticamente la totalidad de la red ferroviaria
quedó en manos del Estado central; se llevó a cabo un amplio
programa de construcción de viviendas sociales; se fundaron
bancos públicos para financiar los programas estatales; los
servicios municipales quedaron prácticamente monopoliza-
dos y se aumentaron las prestaciones de la seguridad social.
Los sindicatos adquirieron un peso sin precedentes en el mer-
cado de trabajo y en la empresa: fueron legalmente reconoci-
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

d o s como representantes de los trabajadores en las negocia-


ciones salariales y pasaron a tener representación en los con-
sejos directivos de las empresas. En m u y poco tiempo, por
tanto, los trabajadores alemanes, ya protegidos p o r la legisla-
ción paternalista del II Imperio, lograron una hegemonía y
una capacidad de decisión hasta entonces igualadas en pocos
países. El gasto social en Alemania creció hasta niveles hasta
entonces desconocidos, pese a ser Alemania el país notorio
p o r su programa de seguridad social desde 1883. A s í el gasto
público, que antes de la guerra estaba en torno al 1 5 % de la
renta nacional, se situaba en 1929, en vísperas de la Gran De-
presión, en más del 3 3 % . La mitad de este gasto público esta-
ba destinado a servicios sociales (seguro de desempleo, salud,
pensiones, enseñanza, etcétera). A n t e s de la guerra era poco
más de la cuarta parte. Se esbozaban así los perfiles del Esta-
do de Bienestar, cuyo crecimiento en estos años fue en A l e -
mania más rápido que en ningún otro país [Stolper (1967), pp.
6 8 - 6 9 , 1 0 0 - 1 0 9 ; Craig (1980), cap. X I ; Flora (1983); L i n d e n
(1992 y 1994)].
En otros países occidentales el cambio fue del mismo
signo aunque de menor intensidad que en Alemania. En In-
glaterra, la llamada «elección kaki» tras la guerra dio una
aplastante victoria a los liberales de Lloyd George; sin embar-
go, los laboristas fueron ganando terreno a lo largo de este pe-
r i o d o , lo cual es un claro símbolo de la transformación que
estaba teniendo lugar en la sociedad inglesa. C o m o conse-
cuencia de la extensión del sufragio, la polarización política
fue más clara: los electores tenían dos alternativas: la socialis-
ta (es decir, radicalmente reformista) y la conservadora. Antes
de la G r a n Guerra, cuando sólo votaban los hombres de clase
alta y media, los partidos dominantes (conservador y liberal)
aceptaban el sistema parlamentario liberal en su integridad y
sólo diferían en cuanto a medidas de política coyuntural o ex-
terior. A n t e la nueva disyuntiva que se planteó en los años
veinte, los empresarios se pasaron en masa a los conservado-
res, y los trabajadores (que empezaban a votar ahora) y gran

262
VIH. GUERRA Y DEMOCRACIA

parte de la clase media, a los laboristas. La reducción del peso


de los liberales en la escena política refleja el hecho de que el
liberalismo económico fuera desapareciendo de la política in-
glesa; los conservadores eran p o r tradición mucho más inter-
vencionistas. Nada tiene de raro, y sí m u c h o de simbólico,
que en 1 9 3 1 se aboliera el patrón o r o y que en 1 9 3 2 se adop-
tara un arancel proteccionista. El final del laissez-faire, que
Keynes había anunciado unos años antes, se consumaba en
Inglaterra.
En este país el vuelco democrático fue mucho más lento
e incompleto que en Alemania, p e r o también fue indudable.
Durante la guerra, los liberales habían tomado ya algunas me-
didas de inspiración socialista, c o m o la creación del Ministe-
rio de Trabajo en 1 9 1 7 y la implantación del sufragio univer-
sal en 1 9 1 8 (las mujeres votaban a partir de los treinta años de
edad, los hombres a partir de los veintiuno, p e r o en 1 9 2 8 se
igualó la edad de votar para ambos sexos a los veintiuno). El
intento de v o l v e r a la situación de 1 9 1 3 , tan lógico en la nos-
tálgica Inglaterra, no p u d o llevarse a cabo, pese a las repetidas
declaraciones de intenciones. Las «conquistas sociales» eran
irreversibles. En 1 9 1 9 se crearon los ministerios de Salud y de
Pensiones, lo cual instalaba claramente la seguridad social en
la agenda del gobierno británico. El seguro de desempleo se
amplió m u y considerablemente 3 partir de 1V20, para hacer
frente a una tasa de paro m u y alta, que se situó en t o r n o al
1 0 % durante este periodo. Para quienes no tenían derecho al
subsidio de paro, operaba la tradicional L e y de Pobres, que
consistía en ayudas ofrecidas a los indigentes p o r las adminis-
traciones locales. Al igual que en Alemania, se crearon comi-
tés obreros en las empresas y se emprendió un programa de
viviendas subvencionadas. En total, el sueldo real (descontan-
do la inflación) de los trabajadores aumentó moderadamente
durante el periodo. A q u í también crecieron el gasto público y
los servicios sociales, aunque menos que en Alemania. Antes
de la guerra, el gasto público estaba, c o m o en el país teutón,
en torno al 1 5 % de la renta nacional; en 1 9 2 9 alcanzó el 2 8 % .

263
L O S O R Í G E N E S DEL S I G L O X X I

En el mismo periodo el gasto social pasó del 28 al 4 0 % del


gasto público total [Flora (1983); Lindert (1992 y 1994)].
El elemento más simbólico de la vuelta a la situación de
preguerra era el patrón oro, y aquí Inglaterra se encontraba en
un dilema: ¿a qué nivel fijar la convertibilidad de la libra? Los
precios habían subido durante la guerra; si Inglaterra adopta-
ba la paridad de preguerra en 1913, esto produciría una sobre-
valuación de la moneda británica, lo cual podría causar dificul-
tades de balanza de pagos. Si se adoptaba una paridad menor,
este planteaba problemas morales y de prestigio, especialmen-
te agudos en Inglaterra, por su glorioso pasado económico, fi-
nanciero y monetario. La decisión que se tomó en 1925 fue la
de volver a la paridad de preguerra, lo cual constituyó una de-
terminación honesta y valiente, pero planteó enormes dificul-
tades políticas, sociales y, a la postre, económicas.
De los países avanzados Francia era aquel en que la pre-
sión del movimiento obrero había logrado menos avances en
materia de política social. Esto se debía a dos factores políti-
cos complementarios y relacionados. En primer lugar, la
izquierda francesa estaba m u y dividida. En segundo lugar,
imperaban en ella un dogmatismo y una intransigencia ex-
traordinarios. Es característica en este aspecto la repulsa con
la que el Partido Socialista reaccionó ante la actitud posibilis-
ta o gradualista de dos de sus más distinguidos políticos, A l e -
xandre Millerand y Aristide Briand. C u a n d o Millerand se
incorporó como ministro de Comercio al gobierno de centro-
izquierda de Waldeck-Rousseau e introdujo la jornada de
ocho horas en ciertas profesiones, trató de establecer procedi-
mientos de arbitraje en las huelgas y tomó otras medidas en
favor de los trabajadores, p r o v o c ó una escisión en su partido
entre quienes le apoyaban y quienes le acusaban de «ministe-
rialismo» [Winock (2003), p. 2 6 5 - 2 6 8 ] . Pese al indudable p r o -
ceso de industrialización que tuvo lugar durante el siglo X I X ,
Francia era, a principios del x x , mayoritariamente rural; el
a p o y o al Partido Socialista era relativamente minoritario, a
pesar de que en Francia regía el sufragio universal masculino

264
VIII. GUERRA Y DEMOCRACIA

ininterrumpidamente desde los tiempos de la C o m u n a (1871).


Con todo, se habían ido acumulando leyes y reglamentos r e -
gulando las condiciones de trabajo y protegiendo a mujeres y
niños con limitaciones de horas y exclusión de trabajos m u y
duros, hasta el punto de que en 1 9 0 6 se creó un Ministerio de
Trabajo y poco después se refundió la reglamentación laboral
en un Código del Trabajo.
En Francia la Revolución Rusa tuvo el eco que cabría es-
perar: una parte considerable de la izquierda se pronunció
prosoviética; p r o n t o vendría la escisión del Partido Socialista,
del que se segregó una ala izquierda para fundar el Partido
Comunista [Wohl (1966), cap. V ] . P o r parte de los partidos
«burgueses», la reacción fue de profunda alarma y recelo. Por
eso las elecciones tras la guerra dieron en Francia una victoria
aplastante a la derecha, el llamado Bloque Nacional; al Parla-
mento que salió de estas elecciones se le llamó la «cámara azul
celeste» (bleu horizon) por su solidez conservadora. Sin em-
bargo en 1 9 2 4 cambiaron las tornas con la victoria del llama-
do Cártel de la Izquierda; p e r o d u r ó p o c o en el gobierno.
Hasta la Gran Depresión no llegaron claramente los socialis-
tas al poder en Francia. Por añadidura, aunque los sindicatos
y el Partido Socialista presionaban en favor de las medidas re-
f o r m i s t a , ia "vtrema izquierda, es decir, el Partido y el Sindi-
cato comunista?, estaba en contra de ellas, p o r considerarlas
antirr evolucionarías.
En estas condiciones, la legislación social se desarrolló
lentamente en Francia. En gr?n parte como consecuencia de
las concesiones que se habían hecho a los sindicatos durante
la guerra, en 1 9 1 9 se reconoció a éstos ia capacidad de nego-
ciar con las empresas, y se hizo oficial la semana de 48 horas.
El sistema de seguridad social tuvo que crearse más p o r razo-
nes externas que p o r presión de partidos y sindicatos: la recu-
peración de Alsacia-Lorena, que habían estado anexionadas a
Alemania desde 1 8 7 1 , dio lugar a una situación paradójica,
porque estas provincias habían venido disfrutando del siste-
ma de seguridad social alemán, mucho más completo que el

265
LOS ORÍGENES DEL S I G L O X X I

casi inexistente francés. Para evitar la disparidad se introdujo


en 1 9 2 1 un p r o y e c t o de ley de seguridad social que, sin em-
bargo, tardó siete años en ser aprobado. La Ley de Seguridad
Social francesa de 1 9 2 8 , con todo, fue m u y completa (incluía
seguro médico y pensiones de invalidez y vejez), aunque ex-
cluía el subsidio de desempleo. Los comunistas se manifesta-
r o n contra la ley cuando entró en vigor, lo cual es un buen in-
dicio del maximalismo y la inflexibilidad de la izquierda
francesa. Es de señalar que en Francia no hubo subsidio de
desempleo hasta después de la II Guerra Mundial. Una razón
fue sin duda que el paro no adquirió en el país proporciones
comparables a las de Inglaterra o Alemania; otra fue la oposi-
ción de amplios sectores de la izquierda, que consideraban
este subsidio inductor de la apatía laboral. Sin embargo, el sis-
tema de seguridad social francés incluía desde antiguo subsi-
dios familiares, compensaciones p o r bajos ingresos especial-
mente aplicables a las familias numerosas. En todo caso, tanto
el gasto público francés como las transferencias sociales alcan-
zaron niveles que eran modestes en comparación con los ale-
manes y los británicos. Así, el gasto público en Francia era del
1 2 % de la renta nacional antes de la guerra, y del 2 5 % en
1 9 2 9 , mientras que el gasto social, el 1 1 , 5 % del gasto público
antes de la guerra, no pasaba del 2 4 , 1 % en 1929. C o n la llega-
da del Freni-e Popular ai poder en 1 9 3 6 , el primer gobierno
con ciara preponderancia socialista en la historia de Francia,
la legislación laboral dio un salto cuantitativo, pese a las críti-
cas que recibió el gobierno de Léon Blum y de lo relativamen-
te breve de su ejecutoria. Los A c u e r d o s de Matignon cutre
organizaciones obreras y patronales, convocados y supervisa-
dos p o r el gobierno, establecieron dos semanas de vacaciones
pagadas para todos los trabajadores, la semana de 40 horas y
una subida de sueldos. Casi simultáneamente se p r o m u l g ó la
L e y de Negociación Colectiva, que consagraba la mediación
del Estado en las negociaciones laborales entre obreros y pa-
t r o n o s . Más que las medidas en sí, con ser importantes, lo
fundamental aquí fue que los Acuerdos de Matignon y la Ley

266
VIII. GUERRA Y DEMOCRACIA

de Negociación consagraban y establecían el principio de la


negociación tripartita (Estado, obreros, patronos), con lo
que se consolidaba el acceso de la clase obrera al poder tam-
bién en Francia. Estas reformas se reflejaron en las cifras: el
gasto social pasó al 3 3 % del gasto público en 1 9 3 6 . La p r o -
porción bajó después (al igual que en Alemania y G r a n Bre-
taña) p o r el aumento de los gastos militares. La introducción
del patrón o r o en Francia a una paridad más realista que la
británica, más un programa de construcción de viviendas no
muy diferente de los que se crearon en Alemania e Inglaterra,
contribuyeron a una relativa prosperidad francesa durante
este periodo [Cobban (1965), pp. 1 0 7 - 1 5 7 ; K e m p (1989), pp.
726-751].
Suecia, país que se mantuvo neutral en la guerra, tuvo
una evolución social y política parecida a la de Inglaterra en
los años veinte. La rápida industrialización que había tenido
lugar desde mediados del siglo X I X favoreció el desarrollo del
Partido Socialdemócrata (fundado en 1889) y su lucha p o r la
mejora de las condiciones de trabajo y, sobre t o d o , p o r el es-
tablecimiento del sufragio universal, contra el que se pronun-
ciaban conservadores y agrarios. El Partido Socialdemócrata
encontró frecuentemente el a p o y o del Partido Liberal en su
lucha p o r la ampliación del sufragio, pero en Suecia la pugna
política se complicaba p o r el papel de los agrarios, que gene-
ralmente se aliaban con los conservadoies c u favor del protec-
cionismo. C o m o en Inglaterra, los dos grandes partidos tra-
dicionales eran el Conservador y el Liberal. C o m o en Francia,
la considerable importancia de la agricultura era un contrape-
so a las presiones reformistas de los trabajadores industriales.
El sufragio se fue ampliando hasta que, en 1 9 1 8 , en par-
te en vista de la victoria de los aliados en la G u e r r a Mundial,
y en parte ante la amenaza de huelga general y de revolución
o guerra civil, se aprobó el sufragio universal con igualdad de
ambos sexos. A partir de entonces comenzó a consolidarse la
preponderancia de los socialistas, que formaron su primer,
aunque efímero, gobierno en 1920. En los años veinte, los so-

267
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

cialistas suecos alternaron en el poder con conservadores y li-


berales, de m o d o que no pudieron llevar a cabo su famosa p o -
lítica socialdemócrata de seguridad social, Estado de Bienes-
tar y concertación en el mercado de trabajo hasta más tarde.
En 1932, tras abandonar Suecia el patrón oro en 1 9 3 1 , una se-
mana después que Inglaterra, los socialistas ganaron las elec-
ciones y, con a p o y o de los agrarios, formaron un gobierno de
coalición que puso en marcha una profunda reforma en el
sentido socialdemócrata. En t o d o caso, el gasto público sue-
co, que h o y es de ios mas altos del mundo, superando con
creces el 5 0 % , en el periodo de entreguerras se mantuvo m o -
derado, siempre por debajo del 2 0 % ; dentro del gasto total, el
social aumentó gradualmente, hasta alcanzar un 3 0 % en 1^36
[Koblik ( 1 9 7 5 ) , caps. 7 - 1 0 ; J o r b e r g y Krantz (1989); Flora
(1983)].
C o n matices y diferencias, la m a y o r parte de los países
de Europa Occidental siguieron una ruta parecida a ia de A l e -
mania, Inglaterra, Francia y Suecia en este periodo en lo rela-
tivo a realineación de las fuerzas políticas y sociales. Tanto en
los países que habían sido beligerantes como en los que no, las
organizaciones obreras accedieron a parcelas cada vez más
amplias de poder, p o r medio de un aumento de la representa-
ción parlamentaria de los partidos socialistas (gracias casi
siempre a la introducción del sufragio universal) y de un re-
conocimiento de los sindicatos como los representantes legí-
timos de los trabajadores en el mercado laboral. Esta reor-
denación de fuerzas políticas se reflejó en un avance muy
perceptible de la legislación social y laboral. En países euro-
peos democráticos, como Holanda, Noruega o Dinamarca, el
gasto social creció m u y rápidamente. Este último país se com-
para con Alemania en gasto social e incluso la supera a partir
de 1 9 3 0 . En Bélgica, el gasto social aumentó con moderación
y en la Italia fascista se mantuvo por debajo del 1 5 % de gasto
público salvo en contados años en que apenas superó esa cifra
[Flora (1983)]. En Australia y Nueva Zelanda también se ex-
pandió fuertemente el gasto social en este periodo. [Linden

268
VIII. GUERRA Y DEMOCRACIA

(1992 y 1994)]. D e n t r o de los países con escaso gasto social


recogidos p o r L i n d e n , España es de los que tenía mayor nivel
relativo en 1 9 3 0 . El ejemplo de lo que ocurría en los países
más adelantados y el temor a una revolución inspirada en la
rusa sirvieron de acicate para que muchos gobiernos recono-
cieran a las fuerzas emergentes y actuaran en consecuencia.
La revolución democrática en Europa Oriental fue m u -
cho más caótica. Se da la paradoja de que la «guerra imperia-
lista» pusiera fin a cuatro de los imperios que en ella tomaron
parte. El Imperio Ruso se convirtió en la U R S S ; el Imperio
Alemán pasó a ser la República Alemana; p e r o los casos más
espectaculares de desmembramiento y desaparición fueron
los del Imperio A u s t r o - H ú n g a r o y el Imperio O t o m a n o .
A m b o s se fueron desmoronando durante la guerra y, al aca-
bar ésta, prácticamente habían desaparecido. De manera más
r> menos espontánea, Checoslovaquia, Hungría y Yugoslavia
proclamaron su independencia; el último emperador Habs-
burgo abdicó y Austria también proclamó su independencia
como República Austríaca. Todo esto ocurría simultánea-
mente con la rendición de Alemania, la abdicación del kaiser
y la firma del armisticio, es decir, en el último trimestre de
1918.
El entusiasmo en los nuevos es tados nacionales p r o n t o
dio paso a la decepción. La fragmentación política dio lugar a
la fragmentación económica, porque una característica econó-
mica básica del nacionalismo es el proteccionismo. Los mer-
cados se redujeron, y m u y frecuentemente productores y
consumidores quedaron en lados opuestos de las fronteras; el
caos resultante acentuó el empobrecimiento y las privaciones
causadas p o r la guerra. A n t e esta situación, los nuevos esta-
dos, con sistemas fiscales defectuosos o inexistentes, y bancos
centrales y monedas recién estrenados, recurrieron a la infla-
ción para hacer frente a las dificultades. A ello se añadían dos
agravantes: p o r un lado, el Tratado de Trianón había privado
a Hungría de más de la mitad de su territorio a favor de otras
nuevas naciones y, en particular, de Rumania. Esto dio lugar a

269
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

la ruptura de hostilidades entre las dos naciones, y contribu-


yó a la revolución comunista de Béla K u n en Hungría. Por
o t r o lado, en París se impuso el principio de las reparaciones,
que cayeron más pesadamente sobre Alemania, pero que tam-
bién se exigieron de Austria, Hungría y Checoslovaquia.
Exigir reparaciones inmediatas a las postradas economías cen-
troeuropeas era absurdo e ilusorio, porque lo que esas eco-
nomías necesitaban desesperadamente eran préstamos, no
exacciones. Afortunadamente, gracias a varios créditos norte-
americanos, los países centroeuropeos y orientales llevaron a
cabo una serie de estabilizaciones monetarias más o menos
exitosas en torno a 1925. Fue a partir de entonces cuando co-
menzaron para Europa, tanto Occidental como Oriental, los
felices (pero breves) años veinte. En varios de los países here-
deros del Imperio A u s t r o - H ú n g a r o , especialmente en A u s -
tria, se sentaron también las bases de incipientes estados de
bienestar.
La liquidación del Imperio O t o m a n o fue aún más con-
flictiva, porque el Tratado de Sévres preveía su total desmem-
branu* mto, dejando sólo un pequeño territorio donde impe-
raría nominalmente el Sultán en régimen de protectorado.
Anatolia o Asia Menor, la zona habitada p o r los turcos, sería
dividida entre las potencias vencedoras, con especial conside-
ración de Grecia, que convertiría en provincia la zona occi-
dental, donde había una fuerte colonia helena. Ei Sultán, im-
potente y corrupto, había lirmado el tratado y la partición
comenzó. Sin embargo, estos planes se vinieron abajo ante la
resistencia militar de un grupo de oficiales turcos al mando
del general Mustafá Kemal, héroe de la guerra. C o m o las p o -
tencias occidentales no se sentían inclinadas a emprender nue-
vas movilizaciones, se encomendó la reducción de Kemal al
ejército griego, que veía con placer la tarea de invadir al anti-
guo opresor. Sin embargo, el improvisado ejército nacionalis-
ta turco derrotó a los griegos, los expulsó de Anatolia, depu-
so al sultán, estableció la República y exigió una revisión del
Tratado de Sévres, que logró. A s í nació la moderna Turquía,

270
VIII. GUERRA Y DEMOCRACIA

que conservó su provincia europea (Tracia), incluida Estam-


bul (la antigua Constantinopla), y la integridad de la penínsu-
la de Anatolia. La revolución turca adquirió gran significa-
ción internacional p o r una serie de razones. En primer lugar,
fue la primera revolución violenta triunfante después de la
rusa; sin embargo, a pesar de su laicismo y de un cierto demo-
cratismo, la revolución turca no tenía nada de comunista. En
segundo lugar, a pesar de su apariencia democrática, el régi-
men kemalista fue quizá la primera dictadura militar del siglo
XX, aunque fuera una dictadura militar sui generis, ya que K e -
mal hizo repetidos intentos p o r dar m a y o r p o d e r al Parla-
mento. En tercer lugar, aunque la nueva República turca fue-
ra decididamente laica, tuvo un eco enorme entre los países y
colonias musulmanas; en t o d o caso, el ejemplo de Turquía
contribuyó a despertar o reforzar las aspiraciones nacionalis-
tas en los países asiáticos y africanos.
... El ritmo del cambio en Estados U n i d o s fue diferente.
Allí las transformaciones sociales e institucionales que tuvie-
ron lugar en los países europeos en los años veinte se aplaza-
ron hasta los treinta. En Estados U n i d o s el Partido Socialista
era testimonial, y el m a y o r sindicato (la American Federation
of Labor, A F L ) , claramente antisocialista. Varios factores ha-
cen que la situación estadounidense sea m u y diferente de la
europea. En primer lugar, la clase obrera americana tenía un
fuerte componente de inmigrantes cuyas diferencias étnicas y
culturales hacían difícil la unidad de acción propia de un sin-
dicato. P o r otra parte, se trata de un país m u y extenso, con lo
que era más difícil organizar a escala nacional. En tercer lugar,
predominaba en Estados U n i d o s una mentalidad individua-
lista y optimista, u n o de cuyos principios era que el trabaja-
dor honesto y capaz podía alcanzar las cimas de la pirámide
social o, al menos, tenía asegurado un nivel de vida más que
digno. Esta idea formaba y forma parte del mítico «sueño
americano». En cuarto lugar, los salarios y el nivel de vida
general en Estados Unidos eran mucho más altos que en
Europa. Este diferencial era el que movía a los trabajadores

271
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

europeos a cruzar el Atlántico; era natural que estos inmi-


grantes, que encontraban un nivel de vida más alto y una ma-
y o r movilidad social en su país de adopción, aceptaran el mito
del «sueño americano» y se abstuvieran de formar asociacio-
nes de tipo socialista o radical. En quinto lugar, las ideas bási-
cas del «sueño americano» estaban profundamente arraigadas
en la sociedad, de m o d o que el gobierno en general, los jue-
ces, y la policía en particular, estaban dispuestos a reprimir
duramente las huelgas y las protestas, represión que contaba
con el a p o y o de la opinión pública.
Por todas estas razones, en Estados Unidos, donde regía
el sufragio universal masculino (si bien con fuertes limitacio-
nes, especialmente raciales, en el Sur) desde la fundación del
país, los votantes estaban volcados hacia los partidos tradicio-
nales (demócratas y republicanos) que, por otra parte, tenían
una proverbial latitud ideológica que podía dar cabida a una
mentalidad laborista reformista. En estas condiciones, el Parti-
do Socialista Americano (PSA), fundado en 1901 con la inten-
ción r]p. reproducir a sus homónimos europeos, fue siempre
muy minoritario. Durante la Guerra Mundial, mientras el PSA
se opuso a la guerra (Estados Unidos entró del lado de los alia-
dos en abril de 1917), la A F L apoyó al gobierno (como hicie-
ron los sindicatos en casi todos los países beligerantes), aunque
de poco le sirvió en ía posguerra, porque si la reacción antibol-
chevique produjo un reflujo hacia la derecha en Inglaterra y
Francia, el fenómeno palidece ante la histeria que se produjo en
Estados Unidos, conocida p o r los historiadores como el «mie-
do a los rojos» (red scare) de 1919. Los peores excesos de la ex-
trema derecha conservadora tuvieron lugar en Estados Unidos
entonces. Desde linchamientos de supuestos extremistas, hasta
la deportación de inmigrantes extranjeros pretendidamente
subversivos a Finlandia en la llamada «arca soviética»; el exce-
so más conocido fue la condena a muerte de los anarquistas ita-
lianos Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti p o r un delito que
m u y probablemente no habían cometido. A u n q u e la histeria
colectiva fue cediendo más tarde, el ambiente de los veinte fue
VIII. GUERRA Y DEMOCRACIA

muy poco propicio para una reforma semejante a la que estaba


teniendo lugar en Europa por entonces. La afiliación sindical
declinó durante el periodo [Hawley (1979), caps. 2-3; Morison
(1972), 2 1 4 - 2 2 2 ; Laslett (1989), pp. 520-548].
Al desprestigio de la izquierda c o n t r i b u y ó la prosperi-
dad de los «felices años veinte» (the happy twenties) estadou-
nidenses. Después de la crisis posbélica de 1 9 1 9 - 1 9 2 0 , la eco-
nomía creció notablemente. La sociedad disfrutó durante esos
años de la ola de innovaciones que había tenido lugar a finales
del siglo X I X y principios del x x , pero c u y o impacto pleno
tuvo lugar tras la Gran Guerra: el automóvil y el petróleo, la
electricidad, el teléfono, la aplicación del m o t o r de explosión
a la agricultura, la radio, los comienzos de la aviación comer-
cial, los nuevos métodos para producir acero barato y de ca-
lidad, lo que se conoce como la II Revolución Industrial, t u v o
su máximo impacto en este periodo. Contrastando con la
postrada Europa, la sociedad estadounidense se veía a sí mis-
ma como el modelo a seguir. La consecuencia fue un estanca-
miento en el gasto social estadounidense [Lindert ( 1 9 9 2 y
1994)].
En total, el periodo de entreguerras contempló el inicio
de un proceso socioeconómico que ha sido característico del
siglo X X : el aumento del gasto público en general y del gasto
social (pensiones, seguro de desempleo, salud, educación y vi-
vienda social) en concreto. Para una muestra de 17 países
(doce europeos occidentales más Estados Unidos, Canadá, Ja-
pón, Australia y Nueva Zelanda) recogida p o r Tanzi y Schuk-
necht, si el gasto público hacia 1 8 7 0 estaba en torno al 1 1 %
del PIB, en 1 9 1 3 estaba en el 1 3 % y en 1937 en el 2 3 % . El au-
mento había sido de diez puntos porcentuales en 24 años. P o r
supuesto, tras la II Guerra Mundial, el crecimiento sería m u -
cho mayor, hasta alcanzar un 4 6 % , exactamente el doble que
en 1937, en 1996. C o n gran diferencia, el m a y o r componente
de este crecimiento ha sido «el aumento de gasto social para
la expansión de las actividades del Estado de Bienestar» [Tan-
zi y Schuknecht (2000), p. 30]. La democratización de las s o -

273
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

ciedades donde esta expansión tuvo lugar primero y de mane-


ra más intensa es la mejor explicación del fenómeno [véase
una discusión del tema en Lindert (2004), cap. 7].

CONCLUSIÓN

Hemos visto en este capítulo las dos grandes revolucio-


nes del siglo X X , la comunista y la socialdemocrática, surgidas
ambas, aunque de manera muy diversa, del trauma que repre-
sentó la 1 Guerra Mundial. I a primera ocurrió en un solo país
y estuvo llena de drama, de truculencia, de mesianismo y de
violencia. Los ojos del mundo la contemplaron y la estudia-
ron con fascinación y con horror, pero siempre con atención
vivísima. La segunda revolución, por el contrario, ocurrió en
varios países y siguió caminos diversos pero invariablemente
democráticos. Si p r o d u j o violencia fue ocasional e incidental.
M u y pocos de los contemporáneos se dieron cuenta del alcan-
ce y la profundidad de la revolución que vivían, porque pa-
recía el desarrollo normal de las sociedades a las que perte-
necían. Para bien o para mal, la revolución parecía ser el
m o n o p o l i o de ios bolcheviques; no resultó así. A la postre, la
revolución profunda, duradera, era la de los socialdemócratas.
Bernstein tuvo razón y fue Lenin quien terminó en la papele-
ra de la Historia.

274
I X

DEPRESIÓN Y TOTALITARISMO
f.i:

LA VUELTA AL PATRÓN ORO

I;» . Cuando, después de la G r a n Guerra, se planteaba en Eu-


ropa el problema de restaurar el sistema monetario, las difi-
cultades fueron considerables. En la base de todas ellas estaba
el hecho de que la inflación bélica hubiera disminuido el p o -
der adquisitivo de las monedas y, además, que esta disminu-
ción hubiera sido diferente en unos países y otros, p o r lo cual
los tipos de cambio no eran los mismos que antes. Volver al
sistema exactamente en las mismas condiciones que en la pre-
guerra implicaba un esfuerzo deflacionario que se estimaba
políticamente m u y costoso; sin embargo, c o m o la inflación
no había afectado a todos los países igualmente, algunos,
como Inglaterra, pensaban que la vuelta a la paridad (la rela-
ción oro-libra esterlina) de preguerra era posible; otros, en
cambio, la veían virtuaimente imposible.
Para los estadistas de la época eran evidentes las v i r t u -
des del patrón o r o que, como sistema de pagos internaciona-
les, había p e r m i t i d o la. gran prosperidad de la belle apoque.
La cuestión era que la adopción de paridades distintas de las
de preguerra implicaba devaluaciones, y también significaba
reconocer la inflexibilidad de precios y salarios a la baja.
Hoy, después de las inflaciones de la segunda mitad del siglo
x x , el deseo de recuperar las paridades de preguerra (de la
primera preguerra) puede parecer un p r u r i t o puntilloso y
absurdo. En la situación de entonces no lo era tanto. El sis-
tema había funcionado tan bien con unos tipos de cambio fi-
jos y determinados que trastocar aunque sólo fuera una par-
te del complicado mecanismo parecía peligroso; y así, en
efecto, resultó.

275
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

Para muchos el cambio de paridades era no sólo peligro-


so, sino inmoral, porque los europeos se habían acostumbrado
a vivir con una seguridad inmutable basada en el sagrado valor
del oro y la moneda. Ofrecer a los europeos de la posguerra
menos oro por sus billetes era considerado una especie de esta-
fa por parte de los poderes públicos, una frustración del deseo
profundo de los ciudadanos de recuperar el valor pleno de sus
ahorros. Si el sistema del patrón oro había funcionado tan bien,
se pensaba, era por su inmutabilidad, de la que se derivaba su
credibilidad. Si se modificaban las paridades de preguerra,
¿quién aseguraba a ahorradores e inversores que no volverían a
modificarse, que no se convertiría lo inmutable en mutable? El
público había aceptado los billetes de banco porque sabía que
eran convertibles a voluntad en una determinada cantidad de
oro: si esa equivalencia se modificaba hoy, podría modificarse
también en el futuro; lógicamente, el público desconfiaría de
ios billetes y preferiría atesorar oro. Estos temores sin duda re-
sultaron exagerados, porque el público se había ya acostumbra-
do a los billetes inconvertibles. Pero las ventajas de la inmuta-
bilidad del valor del dinero parecían evidentes.
O t r o aspecto del problema, donde también se aunaban
las cuestiones de moralidad y de riesgo, era el de la competen-
cia desleal. Si unos países restablecían la convertibilidad por
debajo de la paridad de preguerra, serían más competitivos in-
ternacionalmente que los que la restablecieran a la antigua pa-
ridad, y ello entrañaría un doble sacrificio para estos últimos,
que deberían rebajar aún más sus precios y salarios para p o -
der competir con los que habían rebajado sus monedas. La
justeza de este temor se vio confirmada p o r los problemas que
tuvo Inglaterra a partir de 1925.
Tratando de encontrar solución a estas cuestiones se con-
vocó una serie de conferencias monetarias durante la posgue-
rra. La Conferencia de G e n o v a en 1922 se ha citado siempre
como la que consagró el patrón de cambios oro. Un país prac-
tica el patrón de cambios o r o cuando admite c o m o base mo-
netaria (es decir, como activo justificativo de la emisión de pa-

276
IX. D E P R E S I Ó N Y T O T A L I T A R I S M O

peí moneda) no sólo el o r o , sino las divisas convertibles en


oro. Fue común durante la belle apoque que ciertos países tra-
taran la libra esterlina como o r o en el cómputo de la base m o -
netaria sobre la que emitían billetes sus bancos emisores. Al
fin y al cabo, ¿qué más daba tener libras en la caja del banco
(emisor o tener o r o ? El admitir las libras como base monetaria
simplemente evitaba el engorro de tener que enviarlas para su
conversión a Inglaterra y efectuar el transporte del o r o desde
Inglaterra al país en cuestión.
» O t r a variedad de patrón o r o también m u y empleada, en
el periodo de entreguerras fue el llamado «patrón lingotes
oro»; según este sistema, la convertibilidad o r o de los billetes
del banco central se mantenía, pero sólo para cantidades m u y
grandes (lingotes), es decir, solamente para unos pocos opera-
dores. De esta manera se evitaba que el público, en momencos
de pánico se agolpara ante el banco central para transformar
sus billetes en o r o . Técnicamente, los billetes eran converti-
bles en oro, pero el metal no se acuñaba ni circulaba.
Fue la delegación inglesa la que influyó en G e n o v a para
que se utilizasen estas versiones del patrón o r o . Se perseguía
con ello resolver el problema de que la inflación y el esperado
crecimiento del comercio internacional provocaran un au-
mento de la demanda de dinero mientras que la producción
de oro no tenía por qué hacerlo correlativamente. La escasez de
Jinero podía p r o d u c i r una depresión, que ya. se había hecho
sentir al acabar la guerra. Esto era lo que preocupaba a K e y -
nes (que fonnaba parte de ia delegación británica en Genova),
que años más tarde escribiría en su Teoría general [(1960), pp.
2 3 0 - 2 3 1 ] que si el o r o se pudiera cultivar c o m o una planta o
fabricar c o m o un automóvil, las depresiones serían menores
o desaparecerían. Se pensaba que el patrón de cambios o r o re-
solvería este problema, porque, a nivel internacional, multi-
plicaría la cantidad de dinero que podría crearse con un enca-
je determinado de o r o .
En efecto, suponiendo que en todos los países se admi-
tiera una regla de emisión p o r la cual los bancos emisores es-

277
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

tuvieran autorizados a emitir billetes de papel p o r el doble del


encaje o r o , si el Banco de Inglaterra tenía un millón de libras
de o r o , podría emitir hasta 2 millones de libras en billetes. Y
si el Banco de Portugal, p o r ejemplo, tenía medio millón de li-
bras de o r o , podría emitir billetes hasta un millón. Ahora
bien, si Portugal tenía superávit con Inglaterra y acumulaba,
supongamos, otro medio millón de libras en papel moneda,
practicando el patrón de cambios oro, podría emitir 2 millo-
nes en total, con lo cual, sobre un total de o r o de un millón y
medio (uno en Inglaterra, medio en Portugal), se emitían 4
millones (dos en cada país), es decir 2,7 veces el stock de oro
en lugar de 2 (aunque de estos 4 millones, medio quedaba en
las cajas del Banco de Portugal como base monetaria, con lo
cual la multiplicación de dinero circulante era p o r un factor
de 2,3). Si a su vez, Brasil tenía superávit con Portugal y tam-
bién practicaba el patrón de cambios oro, y consideraba el es-
cudo moneda convertible, podría aumentarse el factor multi-
plicativo. Si el Raneo del Brasil tenía 0,25 millones de oro y
acumulaba 0,25 millones en escudos, podría emitir hasta 1 mi-
llón en billetes. Si con el patrón oro tradicional la emisión to-
tal de esos tres países hubiera sido de 3,5 millones, con el pa-
trón de cambios o r o era de 5 o, más exactamente, de 4,25, si
d e ^ o n u m o s las libras y los escudos que quedaban como en-
caje en los Bancos de Portugal y Brasil, respectivamente.
A h o r a la proporción billetes-oro en el conjunto de los tres
países sería de 2,43. Es decir, cuantos más países entraran en
el juego, m a y o r sería ei poder multiplicativo del patrón de
cambios oro.
Sin embargo, la resolución de un problema conducía a
otro; el peligro del patrón de cambios o r o radicaba en que la
transmisión internacional de una crisis podría hacerse de ma-
nera más rápida, fulminante y peligrosa que con el patrón oro
a secas. Veamos cómo: supongamos que la caída del precio del
café causara una crisis de confianza en Brasil; los cuentaco-
rrentistas brasileños acudirían a los bancos a convertir sus
cruzeiros en o r o . Pero el Banco del Brasil no tenía o r o , sino

278
IX. DEPRESIÓN Y TOTALITARISMO

escudos; enviaría p o r tanto a toda velocidad sus escudos a


Portugal a que el Banco de Portugal los convirtiese en o r o . El
Banco de Portugal, a su vez, exigiría la conversión de sus li-
bras en o r o en el Banco de Inglaterra para poder pagar en o r o
al Banco del Brasil. Esto forzaría al Banco de Inglaterra a res-
tringir drásticamente su circulación de billetes, lo cual p r o v o -
caría una depresión en Inglaterra. Pero lo mismo habría ocu-
rrido en Portugal, que habría visto reducido su encaje p o r
tener que enviar o r o a Brasil. De este m o d o , la depresión de
Brasil afectaría a Inglaterra, pasando p o r Portugal, y tendría
grandes probabilidades de transmitirse al resto del mundo,
por la baja en las demandas brasileña, portuguesa e inglesa.
Esto es, m u y simplificadamente, lo que ocurrió durante la
Gran Depresión.

EL FIN DE LA INFLACIÓN

En t o d o caso, durante el decenio que siguió al fin de la


Gran Guerra, tras unas inflaciones galopantes en los países de
Europa Oriental, una serie de estabilizaciones, facilitadas en
su m a y o r parte p o r préstamos estadounidenses, permitieron
volver a la normalidad monetaria y a la restauración del pa-
trón o r o en esos países. El caso paradigmático fue el alemán:
como vimos en el capítulo anterior, la inflación alemana llegó
a alcanzar unas dimensiones históricas. A n t e la situación de-
sesperada de alza de precios galopante y depreciación abismal
del marco que se dio en el verano de 1923, las autoridades lle-
varon a cabo un plan de estabilización y cambio drástico de
política económica. En primer lugar, se trataba de terminar
con la táctica de resistencia pasiva frente a la ocupación fran-
co-belga, p o r lo que se llegó a un acuerdo con las potencias
ocupantes para que éstas pudieran llevar a cabo sus objetivos
(es decir, el cobro de reparaciones en especie) de manera or-
denada, al tiempo que se comenzaba a negociar lo que sería el
«Plan Dawes», que trataría de aligerar el peso de las repara-

279
1
L O S O R Í G E N E S DEL S I G L O X X I

ciones. Al tiempo hubo un cambio de gobierno: Wilhelm


C u n o , que había llegado a personificar la política de resisten-
cia pasiva, fue sustituido por Gustav Stresemann, que se iden-
tificó con el plan de estabilización. La clave de este programa,
que se puso en marcha en el otoño de 1923, fue la creación del
llamado Rentenbank, gracias a un empréstito interior. El nue-
vo banco lanzó un nuevo marco, el rentenmark, en teoría res-
paldado p o r el patrimonio físico de la nación, aunque de he-
cho basado en una equivalencia fija en o r o (equivalencia
idéntica a la del marco de preguerra), que poco más tarde que-
dó garantizada por unos empréstitos exteriores. A u n q u e el
presupuesto siguió en déficit, éste no se financió inflaciona-
riamente a partir de entonces. Los viejos marcos fueron reti-
rados de la circulación y el público acogió los nuevos muy fa-
vorablemente. El plan había sido un gran éxito y, a principios
de 1 9 2 4 , se estableció la convertibilidad o r o de los renten-
mark, rebautizados reichsmark.
Entretanto, se había convocado una conferencia para es-
tudiar el enojoso problema de las reparaciones, que produjo
un plan elaborado p e í una comisión presidida p o r el político
y militar estadounidense Charles Dawes. Ei Plan Dawes con-
sistía en mantener la cifra total de deuda, pero alargando el
plazo de pago, disminuyendo por tanto las anualidades y em-
pezando p o r pagos menores en la esperanza de que la recupe-
ración de la economía aiemana permitiera mavores pagos en
el futuro. El Plan Dawes fue aceptado uor todos, y gracias a
él el nuevo marco mantuvo su estabilidad y las tropas franco-
belgas acabaron p o r abandonar el Ruhr en 1925. No faltaron
sin embargo voces que señalaran lo precario del nuevo equi-
librio, p o r estar basado esencialmente en el flujo de los prés-
tamos norteamericanos.
La inflación alemana, aparte de constituir un caso insóli-
to por sus dimensiones, tuvo muy serias y duraderas conse-
cuencias, que dejaron graves secuelas en la memoria colectiva,
no sólo de Alemania, sino del mundo entero. En primer lugar,
tuvo inmediatas repercusiones sobre el aparato productivo y

280
i
IX. DEPRESIÓN Y TOTALITARISMO

también efectos redistributivos. Si bien en un principio se dijo


que la inflación permitió a Alemania capear la crisis de p o s -
guerra con relativa facilidad y que estimuló la actividad y la
inversión, la realidad es que tuvo efectos desastrosos sobre el
volumen de producción (la renta real cayó fuertemente, de
modo que la recuperación de los niveles de preguerra no se
logró hasta 1926) y distorsionó fuertemente la distribución de
recursos, ya que una parte importante de las inversiones lle-
vadas a cabo en la posguerra hubo de amortizarse acelerada-
mente tras la estabilización. P o r tanto puede decirse que, en
conjunto, la inflación empobreció a ia nación alemana. En
cuanto a los efectos redistributivos, éstos fueron, al parecer,
algo diferentes de lo que siempre se pensó. La impresión que
ha predominado tradicionalmente era que los asalariados ha-
bían sido los más perjudicados p o r la inflación, juntamente
con los rentistas y los acreedores en general. Sin embargo, la
evidencia presentada p o r Holtfrerich [(1986)] muestra que los
sueldos reales de empleados y trabajadores de cuello blanco
sufrieron más durante la inflación que los salarios de los tra-
bajadores manuales en la industria, la construcción y los ser-
vicios, y que incluso, en el caso de la construcción, los salarios
reales aumentaron. En total, p o r tanto, fueron los salarios
normalmente m.áo bajos los que menos cayeron, de modo que
la distribución de la renta mejoró. Esta mejora de la distribu-
ción, sin embargo, apenas fue advertida por los beneficiarios,
pero sí fue sentida en sus carnes p o r los perjudicados. Ello
contribuiría a explicar la desafección de las clases medias y al-
tas a la República de Weimar, y lo tibio del a p o y o de la clase
obrera, actitudes que tanto se notaron en especial a partir de
1929 y que tanto contribuyeron a la victoria nazi.
Por otra parte, el recuerdo de la inflación dejó una hue
Ha indeleble en la memoria colectiva alemana y un miedo a la
política de dinero fácil que aún h o y está presente y se mani-
festó, p o r ejemplo, a finales de los años 1990 en la desconfian-
za de los alemanes hacia el euro y en su apoyo largamente sos-
tenido a la política del «marco fuerte». Este miedo a la inflación

281
LOS O R Í G E N E S DEL S I G L O X X I

explica la pasividad de los medios financieros alemanes ante la


deflación de 1 9 3 0 - 1 9 3 3 . Lo mismo puede decirse de los otros
países importantes, como Estados Unidos, Inglaterra o Fran-
cia, cuyas autoridades monetarias no se atrevieron a seguir
políticas anticíclicas en los primeros momentos de la Gran
Depresión y que, cuando lo hicieron, las aplicaron de manera
tímida e insuficiente. En una palabra, la memoria de la infla-
ción alemana contribuyó a agravar el impacto de la depresión
mundial ocho años más tarde.
Los casos de o t r o s países de Europa Oriental fueron
algo parecidos, aunque los precios y la depreciación de la
moneda no alcanzaron las dimensiones astronómicas de
Alemania. En los estados que habían sido integrantes del
Imperio A u s t r o - H ú n g a r o , las antiguas coronas — l a mone-
da que había representado un v a l o r inmutable para Stefan
Zweig [ ( 1 9 8 3 ) , pp. 1 - 2 ] y sus coetáneos— se habían depre-
ciado durante la guerra de m o d o y p o r causas parecidos al
caso alemán. En estos países hubo un factor que complicó
las cosas, que fue la fragmentación del Imperio; esto agravó
los problemas económicos y obligó a financiar con déficit a
los nuevos estados y administraciones. Checoslovaquia, sin
embargo, atajó rápidamente el problema de la inflación
equilibrando el presupuesto, de tal manera que fue ei único
país que no t u v o que crear una rmeva moneda y p u d o esta-
bilizar la vieja corona austríaca (ahora checa, claro) a la pa-
ridad de preguerra. Austria, en cambio, con una deprecia-
ción del 1 . 4 0 0 . 0 0 0 % , logró estabilizar ia c o r o n a a esta
paridad en 1 9 2 2 e incluso mejorar un poco el cambio; pero
en 1 9 2 5 , para evitar seguir utilizando una moneda tan depre-
ciada, lanzó una nueva, el chelín, convertible en o r o . En
Hungría, d o n d e la inflación bélica no había sido demasiado
fuerte, los acontecimientos posteriores (revolución de Béla
K u n , invasión rumana) la aceleraron, de m o d o que terminó
p o r alcanzar p r o p o r c i o n e s parecidas a la austríaca. La esta-
bilización se llevó a cabo en 1924, con un préstamo de la S o -
ciedad de Naciones y la creación de una nueva moneda, el

282
IX. DEPRESIÓN Y TOTALITARISMO

pengo. El Banco de Hungría se fundó en 1 9 2 4 (abrió sus


puertas en enero de 1925), para garantizar la convertibilidad
o r o del pengo. En Polonia se tardó aún más en lograr la es-
tabilización; c o m o país nuevo, no tenía moneda propia y en
ella circulaba una colección abigarrada de monedas de las
potencias que hasta entonces se habían repartido el país:
marcos, coronas, rublos. En 1 9 2 0 se creó el marco polaco,
pero la inestabilidad económica y presupuestaria hizo que se
depreciara m u y rápidamente. La inflación de posguerra fue
aguda en Polonia, c o m o en los países vecinos y por causas
similares. En 1 9 2 4 se intentó una estabilización monetaria
con la introducción de una nueva moneda, el zloty (que sig-
nifica d o r a d o ) , pero al año siguiente esta nueva divisa c o -
menzó también a depreciarse. El gobierno polaco pidió ayu-
da a Estados U n i d o s , que envió al Dr. E d w i n Kemmerer, el
mago monetario «trotamundos». Bajo su dirección se refor-
mó el sistema bancario polaco, se reforzó la posición del
Banco Nacional de Polonia con un préstamo estadouniden-
se, en 1 9 2 6 se estabilizó el z l o t y y, en 1 9 2 8 , se estableció su
convertibilidad en o r o . Rumania, pese a ser país vencedor y
haber aumentado grandemente su territorio y población,
también sufrió inflación de posguerra. En este caso se atri-
buyen los déficits presupuestarios al aumento de gastos que
entrañó precisamente la expansión territorial, lo cual sugie-
re que en Europa Oriental causas opuestas pueden producir
idénticos efectos: tanto el aumento c o m o la reducción terri-
torial p r o d u c e n déficit. La estabilización del leu fue dificul-
tosa y no se llevó a cabo hasta 1 9 2 7 .
En Rusia la inflación fue comparable a la alemana (los
datos son menos precisos), acelerada en este caso p o r la feroz
guerra civil. La estabilización se llevó a cabo en 1925 con m é -
todos m u y parecido» a los empleados en Alemania, con un
nuevo r u b l o (el chervonets) comparable al nuevo marco (el
rentenmark) y también teóricamente convertible en oro; en
Rusia, p o r supuesto, no había patrón o r o interno, pero los co-
munistas sí practicaron el patrón o r o internacional.

283
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

LOS PROBLEMAS DE LA VUELTA AL PATRÓN ORO EN EUROPA


OCCIDENTAL Y AMÉRICA LATINA

En general, las inflaciones en los países de Europa Occi-


dental fueron, aunque fuertes, menos virulentas que en la mi-
tad Oriental. En algunos de ellos, como Holanda y los países
escandinavos, o como la propia Inglaterra, las alzas de precios
fueron relativamente moderadas y la vuelta a las paridades de
preguerra no parecía algo utópico o arriesgado, aunque requi-
riera una fuerte medida de deflación.
El patrón oro era el elemento más simbólico de la situa-
ción de preguerra y del glorioso pasado de la economía britá-
nica, y aquí Inglaterra se encontraba en un dilema. El nivel de
precios había subido durante la guerra; aunque después bajó,
estaba a mediados de los años veinte aún m u y p o r encima de
los niveles de 1913; si Inglaterra adoptaba la paridad de pre-
guerra, es decir, que la libra tuviera el mismo valor en oro que
en 1913, ello podría implicar una sobrevaluación de la mone-
da británica, lo cual encarecería los productos británicos con
respecto a los de otros países; la consecuencia sería una ten-
dencia a importar productos extranjeros baratos y grandes di-
ficultades para exportar los sobrevaluados productos ingleses.
Ello traería consigo un déficit persistente de balanza de pagos,
a menos que funcionase el mecanismo de Hume y los precios
y los salarios ingleses bajaran para hacerse competitivos. Ésta
fue la opción p o r la que decidió apostar el gobierno conserva-
d o r inglés en J 925 con W i n s t o n Churchill en el Exchequer
;

(Ministerio de Hacienda). La convertibilidad de la libra se ha-


bía suspendido en 1915 p o r diez años, de modo que la deci-
sión de v o l v e r a ella, y en qué términos, había de tomarse en
1925.
Las consecuencias fueron las de esperar. Keynes escribió
inmediatamente una serie de artículos atacando la decisión,
con el título de Las consecuencias económicas de Mr. Churchill
[Keynes (1963), pp. 244-270] y previendo lo que había de
ocurrir. Entretanto, la fuerte resistencia de los trabajadores a

284
IX. D E P R E S I Ó N Y T O T A L I T A R I S M O

aceptar reducciones en los salarios y de los empresarios a ba-


jar los precios fue haciéndose sentir. Precios y salarios descen-
dieron, pero la tensión social en Inglaterra en los últimos años
veinte fue m u y grande y el nivel de paro m u y alto. En 1 9 2 6
hubo una huelga general, que sólo d u r ó nueve días, pero que
dejó una secuela de resentimiento y malestar, persistiendo
además una larguísima huelga en las minas de carbón. Pese al
fracaso de la huelga general, los salarios reales no bajaron lo
bastante como para aliviar el déficit de la balanza de pagos. El
paro siguió aumentando y el gobierno se vio obligado a am-
pliar el subsidio de desempleo en 1 9 2 7 . La economía británi-
ca llegó a 1929, el inicio de la G r a n Depresión, en una situa-
ción m u y endeble: para pagar a los parados y la seguridad ^
social el gobierno tuvo que endeudarse; la balanza de pagos
seguía en déficit; y al venirse abajo ia Bolsa de Nueva York y "*
dejar de estar disponibles los créditos estadounidenses, el
apuro del gobierno británico parecía insoluble. ,x!
El problema más grave a mediados de los veinte, sin em- *«UI

bargo, parecía ser el de Francia y Bélgica, porque habían sido *¡l


los más seriamente afectados p o r la guerra en Europa Occi-
dental. Las destrucciones físicas habían sido m u y grandes y
ambos contaban con las reparaciones para emprender la re- ai§
construcción. Ello explica que estos dos países llevaran una «e.
política presupuestaria m u y desequilibrada en la posguerra; f*",
ambos consideraban que no podían gravar fuertemente a sus
ciudadanos para reparar lo destruido, puesto que los venci-
dos iban a pagar los costes. Y explica también su frustración
ante las peticiones de aplazamiento p o r parte de Alemania y
su desesperada acción al invadir el R u h r a comienzos de
1923. Q u i z á la única ventaja de la insensata invasión fuera
llevar el convencimiento a los electorados de los respectivos
países de que de Alemania se iba a sacar p o c o a corto plazo,
y de que los problemas de la posguerra los tenían que resol-
ver ellos p o r sí mismos. A s í fue que, después de algunos in-
tentos fallidos, en 1926, gracias a la firmeza del ministro del
Tesoro, el banquero Émile Francqui, Bélgica restauró el pa-

285
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

trón o r o , aunque a una paridad m u y inferior (casi siete veces)


a la de preguerra.
En el caso de Francia el hombre decisivo fue Raymond
Poincaré, abogado y político con una larga carrera en la A d -
ministración. C u a n d o Poincaré llegó al poder en 1 9 2 6 había
sido ya primer ministro varias veces y presidente de la Repú-
blica. Había sido precisamente él quien había mandado las
tropas francesas al Ruhr, de m o d o que no todo fueron acier-
tos en su carrera. Sin embargo, su actuación en el último gabi-
nete que presidió ( 1 9 2 6 - 1 9 2 9 ) fue un éxito completo. Los pro-
blemas del franco francés eran m u y parecidos a los del franco
belga, y p o r idénticas razones. Pero la opinión y la clase polí-
tica francesas tardaron más que las belgas en aceptar las duras
realidades y decidirse a tomar las medidas necesarias para es-
tabilizar. Tras el fracaso de la invasión del Ruhr, Poincaré di-
mitió, la derecha perdió las elecciones y entró a gobernar el
llamado Cártel de las Izquierdas, con participación socialista
y presidencia del radical Édouard Herriot, cuya política eco-
nómica se saldó con un rotundo fracaso y una nueva caída del
franco. El fracaso se debió a las indecisiones del gobierno, que
quería a la vez equilibrar el presupuesto y llevar a cabo una re-
volución fiscal; los ministros de Finanzas se sucedían, los in-
versores desconfiaban, los franceses de posibles exportaron
capital y el franco se desfondó. Q u e el problema era más de
gestión que de estructura lo demuestra el hecho de que, cuan-
do en 1926 la propia Cámara de izquierdas, harta de vacilacio-
nes, devolvió el poder a Poincaré, el franco mejoró su cotiza-
ción antes incluso de que el gobierno comenzara a adoptar
medidas. Poincaré equilibró el presupuesto con una sencilla
reforma fiscal basada en los impuestos indirectos (en lugar del
impuesto sobre el patrimonio que había intentado imponer
sin éxito el Cártel de las Izquierdas) y creó una Caja de C o m -
pensación de la Deuda, que se nutrió con parte de los nuevos
ingresos. Esto dio tal confianza a los agentes financieros que
el franco ganó cotización en los mercados. Después de año y
medio con el franco fijo en 25 por dólar, el gobierno y ei Ban-

286
IX. DEPRESIÓN Y TOTALITARISMO

co de Francia decretaron la convertibilidad o r o en 1928 a


25,52 francos el dólar, lo cual infravaluaba el franco y hacía las
exportaciones francesas muy competitivas.
Gracias a la infravalu ación del franco, el país galo tuvo
una envidiable situación de balanza de pagos, que le permitió
ir acumulando o r o en grandes cantidades e irse desprendiendo
de sus divisas, en particular de las libras. C o n ello no le hacía
ningún favor a Inglaterra; p o r el contrario, agravaba la difícil
situación en que se encontraba ésta desde que adoptó el patrón
oro en 1925 con una equivalencia que sobrevaluaba
El caso italiano presenta un contraste interesante con el
de Francia y Bélgica por un lado y con el de Inglaterra p o r
otro, un contraste que muestra la interrelación entre la políti-
ca y el patrón monetario. Lo que tiene de interesante el caso
italiano es, en primer lugar, que, c o m o en Francia, la nueva
convertibilidad se llevó a cabo a una paridad m u y inferior a la
de 1914; pero en segundo lugar, y esto lo tiene de común con
el caso inglés, que, pese a todo, la convertibilidad se estable-
ció a una tasa que revaiuaba la lira m u y p o r encima de su p o -
der adquisitivo. Esta combinación constituye, junto a la tea - 4

tralidad y fanfarria militarista con que se llevó a cabo la política


cambiaría, comercial y monetaria requerida para la estabiliza-
ción, un '-asgo característico de la política económica del fas-
cismo italiano.
C o m o en ei caso de las otras potencias vencedoras, Italia
no había llevado a cabo ningún ajuste posbélico y la lira se fue
depreciando antes y después de la llegada de Mussolini al p o -
der. Durante la primera mitad de 1926 la caída de la lira pare-
cía imparable, sobrepasando el nivel de 150 liras p o r libra bri-
tánica. En este punto Mussolini decidió que el prestigio de su
régimen dependía de la cotización de la moneda y, en el vera-
no de ese año, dio un famoso discurso en la ciudad de Pesaro
donde anunció que Italia iba a defender la cotización de la lira
«hasta su último aliento y hasta la última gota de sangre».
[Toniolo (1980), pp. 109]. A esta defensa de la moneda la lla-
mó «la batalla de la lira» y anunció como objetivo la «cuota

287
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

90», es decir, la cotización de 90 liras p o r libra: una revalua-


ción de la moneda de aproximadamente un 4 0 % , nada menos.
Recordemos que un año antes Inglaterra había establecido la
convertibilidad de la libra a una equivalencia que los más pe-
simistas (Keynes) afirmaban significar una sobrevaluación del
1 0 % , y que ello había dado lugar a los problemas socioeconó-
micos que conocemos. Se trataba, por tanto, en el caso italia-
no, de un objetivo que requería una «deflación salvaje», como
la llamaron los contemporáneos. Muchos pensaron que aque-
llo era una insensatez más del excéntrico dictador italiano. No
contaban con que un régimen autoritario podía imponer al
mercado una disciplina que los sistemas democráticos ya no
podían lograr.
En efecto, no es ya que en Italia se empleara una política
monetaria restrictiva y se lograra el equilibrio presupuestario,
provocando una considerable depresión económica. Es que el
gobierno fascista emprendió además una campaña para depri-
mir precios y salarios c o m o pocas veces se ha registrado en la
Historia, una campaña que, pese a lo insólito, se saldó con
éxito. Se c o m e n z ó p o r revocar el privilegio de emisión a los
bancos de Ñapóles y de Sicilia, que desde la unificación lo ha-
bían conservado. La emisión de billetes por estas entidades no
tenía una gran importancia cuantitativa ni podía poner en pe-
ligro la política monetaria mussoiniiana, pero se trataba de
demostrar la onmipotencin dei dictador y de dar una impre-
sión de militarización de la política.
Para compensar a las empresas de la revaluación de la
lira, el gobierno impuso drásticos recortes salariales tanto en
la industria c o m o en la agricultura, rebajas en los arrenda-
mientos urbanos y rústicos y una caída de los precios de con-
sumo, amenazando en caso contrario a los «comerciantes ra-
paces y deshonestos» con terribles consecuencias. El lenguaje
era típico de los regímenes fascistas. El sistema y la retórica
eran militares. El mecanismo deflacionario del teorema de
H u m e se imponía así no p o r la flexibilidad del mercado, sino
p o r la inflexibilidad de la voluntad de un dictador que estaba

288
IX. DEPRESIÓN Y TOTALITARISMO

dispuesto a emplear la coerción del Estado para que «todas las


fuerzas de la economía se adecúen a esta cuota» (palabras de
Mussolini en el Parlamento italiano en 1927). El ministro de
Hacienda quería estabilizar la lira al tipo de 120, pero Musso-
lini no se dejó convencer: se trataba de demostrar quién man-
daba en Italia. A finales de 1 9 2 7 se estableció la convertibili-
dad o r o de la lira a la paridad de 92,46 liras p o r libra. El
dictador fascista había logrado un objetivo que año y medio
antes parecía inalcanzable. El coste en términos de bienestar
fue inmenso: fuerte ascenso del paro, caída de la renta nacio-
nal. Pero Mussolini hizo alarde de su poder en el país y au-
mentó su prestigio en el extranjero. Se demostraba así que un
gobierno capaz de imponer su voluntad a sindicatos y organi-
zaciones patronales sí podía establecer la disciplina más es-
tricta como requería el funcionamiento del patrón oro.
Otros dictadores no fueron tan afortunados. España
nunca llegó a adoptar el patrón o r o . Pasó en 1883 de un siste-
ma bimetálico al monometalismo plata de facto, que pronto se
convirtió, también de facto, en un patrón fiduciario. Los polí-
ticos españoles hubieran querido adoptar el patrón oro, p e r o
nunca se sintieron lo suficientemente fuertes para ello y el
Banco de España no lo aconsejaba. Se temía que la convertibi-
lidad o r o conllevara una sangría en las reservas del Banco de
España. O bien no se conocía el mecanismo automático des-
crito por Hume, no se creía en él o no se quería aeeplai su dis-
ciplina. Sin embargo, la política monetaria española restringió
bastante severamente la expansión de la oferta monetaria, de
manera que los precios en España no se desviaron mucho de la
tendencia internacional a finales del siglo XIX y principios del
XX. Tampoco se descartó nunca la posibilidad de adoptar el pa-
trón oro. El momento de hacerlo llegó en los años veinte. La
Gran Guerra había dejado un fuerte encaje de o r o en el Banco
de España, como consecuencia de las grandes exportaciones a
los países combatientes. Los problemas políticos de la posgue-
rra impidieron prestar atención a la cuestión de la convertibi-
lidad, pero a finales del periodo, con José Calvo Sotelo como

289
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

ministro de Hacienda de la Dictadura de Primo de Rivera, las


circunstancias parecían ser las adecuadas. El encaje del Banco
de España seguía siendo holgado, la estabilidad política pare-
cía asegurada y, en el exterior, la mayoría de ios países estaba
volviendo al patrón o r o . El ejemplo de Mussolini parece haber
hecho mella en España, y C a l v o Sotelo decidió también esta-
bilizar la peseta como paso previo a la implantación del patrón
o r o . La peseta se apreció considerablemente en 1 9 2 6 y 1927,
p o r un fuerte influjo de capitales empujados por la prosperi-
dad reinante y el fuerte crecimiento de la economía española.
C a l v o Sotelo consideró esta apreciación indicador d=l éxito
económico de la Dictadura, y así lo manifestó repetidamente.
Lo malo es que C a l v o Sotelo siguió políticas contradic-
torias sin advertirlo. Al tiempo que poma su prestigio al albur
de la cotización de la peseta, decidía nacionalizar la industria
del petróleo y crear un m o n o p o l i o de distribución en 1927,
precisamente el m o m e n t o en que mejor parecían evolucionar
los cambios de nuestra divisa. A h o r a bien, esta decisión exigía
expropiar las compañías privadas que habían venido operan-
do en la Península, expulsándolas del mercado español. Las
compañías, entre las que se contaban nada menos que la Stan-
dard Oil y la R o y a l Dutch-Shcll, no acogieron favorablemen-
te la idea. Nada tiene de extrañar, p o r tanto, que cuando fue-
r o n expropiadas, lanzaran al mercado las pesetas con que se
pagaron las compensaciones y denunciaran el clima de hosti-
lidad al capital extranjero y la propensión a la expropiación
arbitraria imperantes en la España dictatorial. C o m o conse-
cuencia, ia cotización de la peseta cambió de tendencia y em-
pezó a descender de manera irremediable. De nada sirvió que
se crease un organismo, el C o m i t é Interventor de los Cam-
bios, para sostener la cotización, porque a los factores propios
españoles se unía ya el comienzo de la retirada de capitales es-
tadounidenses del mercado europeo.
Pero el gobierno dudaba. El Banco de España estaba en
contra de la defensa de la peseta, porque temía que costara
una sangría de o r o . C a l v o Sotelo pidió dos consejos diferen-

290
IX. DEPRESIÓN Y TOTALITARISMO

tes y o b t u v o dos recomendaciones diferentes. La C o m i s i ó n


del Patrón O r o , integrada p o r expertos españoles y presidida
p o r A n t o n i o Flores de Lemus, catedrático de la Universidad
de Madrid, recomendó en junio de 1 9 2 9 lograr el equilibrio
presupuestario antes de adoptar el patrón o r o ; pocos meses
después, el profesor Charles Rist, de la Universidad de París,
recomendaba adoptar el p a t r ó n o r o inmediatamente. Pero
entretanto la indecisión del gobierno había permitido que la
cotización de la peseta siguiera bajando en los mercados in-
ternacionales; el prestigio del régimen dictatorial se vio tan
afectado p o r esta pérdida de credibilidad en un terreno que él
mismo había escogido como contraste de su política, que éste
fue u n o los factores que más c o n t r i b u y e r o n a su caída, que
tuvo lugar a principios de 1 9 3 0 . D o s años más tarde, en n o -
viembre de 1 9 3 1 , instaurado ya el régimen republicano, se dio
una nueva ley que aún preveía, en una de sus disposiciones, la
adopción del patrón o r o . Nunca se llegó a aplicar, p o r su-
puesto.
Hacia 1 9 3 0 prácticamente toda Europa y toda América
habían adoptado el patrón o r o , y también lo habían hecho
importantes países asiáticos u oceánicos c o m o Australia,
Nueva Zelanda, Filipinas, India y Japón, y los africanos inde-
pendientes más importantes, c o m o Egipto y la U n i ó n Suda-
fricana. Países destacados fuera d«»í patrón o r o (excluyendo
colonias, claro) eran España, China, Turquía y, p o r supuesto,
la Unión Soviética.
Los países americanos lo habían adoptado p r o n t o y con
relativa facilidad, tras volver Estados U n i d o s a la convertibi-
lidad oro poco después de acabar la guerra, en 1 9 1 9 . Los paí-
ses más estrechamente ligados a Estados U n i d o s (Cuba,
Nicaragua, Panamá y Filipinas) lo hicieron simultáneamente
en 1 9 1 9 . Otros tardaron más en lograrlo, pero la adopción del
patrón p o r Inglaterra, que fue seguida p o r casi todos los paí-
ses de la C o m m o n w e a l t h , animó a Argentina, Chile, Brasil,
México, Canadá y a la m a y o r parte de los países latinoameri-
canos que aún no lo habían hecho, a adoptar el patrón oro ha-
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

cía 1 9 2 6 - 1 9 2 7 . Algunos de ellos, como México, Chile, Ecua-


dor y Colombia, crearon nuevos bancos centrales e implanta-
ron reformas inspiradas en las recomendaciones del profesor
Kemmerer. O t r o s países, como Brasil, acudieron asimismo a
expertos internacionales. Hemos visto que en Europa tam-
bién invitaron a asesores internos y externos España y Polo-
nia; esta última, contó además con el consejo del propio Kem-
merer.

LA QUIEBRA DEL PATRÓN ORO

No se había aún rematado este complicado edificio áu-


reo cuando, en expresión de Condliffe y Eichengreen, apare-
cieron las primeras «grietas en la fachada». Éstas vinieron
causadas, naturalmente, p o r el inicio de la G r a n Depresión,
cuyos orígenes y consecuencias se analizan más adelante. Las
grietas se convirtieron en un primer y gran boquete el 21 de
septiembre de 1 9 3 1 , cuando Inglaterra decidió suspender la
convertibilidad o r o de la libra. Recordemos que Portugal aca-
baba de proclamar, el 9 de junio de 1 9 3 1 , la convertibilidad
o r o de su moneda y que España estaba en aquellos momentos
planeando adoptarla por primera vez en su historia.
El abandono del patrón o r o por Inglaterra fue una deci-
sión histórica, aunque el gobierno en aquel m o m e n t o anun-
ciara la medida como temporal. En realidad, otros países lo
habían hecho algo antes: Argentina, en diciembre de 1929;
Alemania, desde junio de 1 9 3 1 , había suspendido el patrón
o r o subrepticiamente al introducir controles de créditos y
cambios, aunque en realidad nunca lo abolió formalmente, ni
siquiera en el periodo nazi. Sin embargo, la medida inglesa
tuvo trascendencia histérica y alcance mundial porque Ingla-
terra era aún una primera potencia económica y se la conside-
raba la patria del patrón oro. Para Inglaterra la decisión fue
m u y difícil de tomar, y puede decirse que fue una medida in
extremis y pretendidamente provisional.

292
IX. DEPRESIÓN Y TOTALITARISMO

La sobrevaluación de la libra había implicado un calva-


rio para la economía británica desde 1925. La pérdida de o r o
obligaba al Banco de Inglaterra a subir los tipos de interés y
restringir el crédito. Ésta era la reacción que H u m e hubiera
recomendado, pero el filósofo escocés no había contado con
los laboristas y los sindicatos.
El encarecimiento del crédito y la escasa competitividad
internacional causaban paro, lo cual exigía un aumento del gas-
to público para pagar los subsidios de desemplep. Ello, añadi-
do a la menor recaudación p o r la crisis, provocaba un défi'it
presupuestario que, aunque no era m u y alto, unido al bajo ni-
vel de reservas en el Banco de Inglaterra, debilitaba la confian-
za de los financieros y agentes internacionales eiji la libra. A d e -
más, había un problema comercial. El déficit dé la balanza de
pagos se había venido aminorando o había venido desapare-
ciendo desde el siglo x r x gracias a la llamada «balanza de invi-
sibles», la exportación de servicios: típicamente seguros y fle-
tes, pero también servicios bancarios, legales, etcétera. Esta
partida, sin embargo, fue disminuyendo lentamente desde m e -
diados de los años veinte y cayó fuertemente con la Gran D e -
presión. El problema se agravaba, p o r supuesto, porque Ingla-
terra, durante la mencionada década, había podido contar con
el apoyo de los préstamos estadounidenses, pero esto ya no era
tan fácil al comienzo de los años treinta. P o r añadidura, el g o -
bierno inglés, que desde mediados de 1929 era laborista, presi-
dido por Ramsay MacDonald y apoyado p o r los liberales de
Lloyd George. estaba m u y dividido en cuanto a las medidas a
tomar. A u n q u e casi iodos estaban de acuerdo con el ministro
de Hacienda Philip Snowden en la necesidad de equilibrar el
presupuesto, los ministros laboristas se inclinaban p o r aumen-
tar los impuestos, mientras que los liberales preferían reducir
gastos, especialmente el subsidio de desempleo, en lo cual se
veían apoyados por los conservadores y los medios financieros.
En primavera-verano de 1931 el pánico se iba extendien-
do de una capital a otra, favorecido p o r el mecanismo del p a -
trón de cambios o r o . Tras la crisis de Viena vino la de Berlín

293
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

(véase más adelante, pp. 3 0 5 - 3 0 8 ) : se extendió la fundada con-


vicción de que Alemania no pagaría puntualmente las repara-
ciones ni los préstamos que había contraído. Esto afectaba al
crédito del Banco de Inglaterra, porque se pensaba que, dado
lo escaso de su margen de maniobra, la morosidad alemana
iba a afectar a su solvencia y a la convertibilidad de la libra. En
agosto esta moneda cayó fuertemente en el mercado interna-
cional, y las disensiones del gabinete quedaron aún más de
manifiesto, sobre todo cuando dos informes técnicos solicita-
dos, el informe M a y y el informe MacMillan, ofrecieron solu-
ciones contradictorias. Nadie pensaba en suspender la con-
vertibilidad de la libra, pero esto era lo único en que había
acuerdo. Prevaleció para MacDonald y Snowden el criterio de
los círculos financieros, que eran los más alarmados p o r la
caída de la libra: había que subir los impuestos, pero también
reducir los sueldos de los funcionarios públicos y el subsidio
de desempleo. La mitad de los ministros laboristas dimitieron
ante tal perspectiva. La crisis de gobierno requirió medidas
desesperadas y se acudió a la fórmula de un gabinete de con-
centración nacional (teóricamente integrado p o r laboristas, li-
berales y conservadores), presidido p o r el p r o p i o M a c D o -
nald. Pero los laboristas consideraron esto una traición de
MacDonald, le expulsaron AK\ partido y pasaron a la oposi-
ción, de m o d o que el r o b i e r n o de concentración nacional fue
de hecho conservador-liberal con un presidente y dos minis-
tros ex laboristas. El objetivo del nuevo gabinete era defender
la libra tomando las medidas fiscales previstas; gracias a ello
logró nuevos préstamos estadounidenses. Pero las disensiones
seguían: el descontento popular se puso de manifiesto en una
rebelión pasiva de la guarnición de marinos de la base de í n -
vergordon, en Escocia. Esto fue la gota que hizo derramarse
el vaso de la desconfianza internacional. La libra cayó en pi-
cado a mediados de septiembre y, el día 2 1 , el gobierno dio un
decreto suspendiendo el patrón o r o . La cotización de la libra
cayó un 2 0 % de m o d o inmediato. Era el principio del fin de
este sistema de pagos internacionales.

294
IX. DEPRESIÓN Y TOTALITARISMO

El abandono del patrón o r o p o r parte de Inglaterra trajo


consigo el de la m a y o r parte de los países de la C o m m o n w e -
alth, como Canadá, Nueva Zelanda, India, más Egipto, Portu-
gal, Grecia, Japón, Colombia, Uruguay, México y los países es-
candinavos (Dinamarca, Noruega, Suecia y Finlandia). C o m o
hemos visto, otros países lo habían abandonado ya. Quedaban,
sin embargo, dos importantes bloques monetarios que man-
tenían la convertibilidad oro: la zona del dólar, aunque m u y
mermada, pues gran parte de los países americanos ya habían
abandonado la convertibilidad, y el bloque del franco, casi
coincidente con la antigua U n i ó n Monetaria Latina, y que se
llamó, p o r unos años, ei «bloque del oro», porque fueron los
últimos en abandonarlo: Francia, Bélgica, Suiza, Holanda e
Italia, a los que se añadía Polonia.
Estados Unidos abandonó la convertibilidad o r o del d ó -
lar en la primavera de 1933 (veas.? pág. 302), y le siguieron va-
rios países latinoamericanos. El bloque del o r o resistió heroi-
camente, pero fue una empresa inútil. A partir de septiembre
de 1931 las reservas de estos países comenzaron a bajar. Bél-
gica era el país con mayores dificultades, porque fue el más
perjudicado p o r la devaluación de la libra, p o r dos razones.
La primera, que su economía estaba m u y ligada a la inglesa; la
segunda, que el Banco Nacional de Bélgica había acumulado
una cantidad elevada de libras y tuvo una pérdida considera-
ble al quedar éstas devaluadas. Esto minó la confianza en ei
Banco y, p o r ende, en el franco belga. P o r otra parte, siendo
Bélgica un país m u y dependiente del mercado internacional,
y sobre todo del inglés, sus exportaciones cayeron. El gobier-
no recurrió a la deflación, pero la contracción de la actividad
que la caída de la exportaciones y la deflación entrañaron p u -
sieron al sistema bancario belga en una situación difícil y se
produjeron suspensiones de pagos y peticiones desesperadas
de ayuda al Banco Nacional y al gobierno. La necesidad de
ayudar a la banca y los crecientes gastos destinados al seguro
de desempleo provocaban un déficit presupuestario que p o -
nía más en entredicho la estabilidad de la moneda. Las reser-

295
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

vas cayeron fuertemente a finales de 1934 y comienzos de


1935. P o r fin, el gobierno belga devaluó el franco y suspendió
la convertibilidad en m a r z o de 1 9 3 5 . Era el principio del fin
para el «bloque del o r o » .
El problema era parecido en Francia. A u n q u e la econo-
mía francesa fue de las menos afectadas p o r la G r a n Depre-
sión, el aumento del paro se hacía sentir y las fuerzas políticas
se polarizaban entre unas izquierdas y unas derechas cada vez
más intransigentes. Por fin las elecciones de abril de 1936 die-
ron un claro triunfo a ia izquierda, aglutinada en el Frente Po-
pular, que reunía a socialistas, radicales y comunistas y que
estaba bastante dividido a pasar de la victoria. Sin embargo, el
gobierno frentepopulista de Léon Rlum no tenía más remedio
que introducir las tan esperadas reformas sociales por las que
la izquierda venía clamando desde el fin de la G u e r r a M u n -
dial. Se firmaron así en junio los ya mencionados Acuerdos de
Matignon, que preveían, entre otras cosas, un aumento de
sueldos y salarios del 1 2 % , una semana de 40 horas, una quin-
cena de vacaciones pagadas, más una serie de reconocimien-
tos p o r parte de los empresarios de derechos de trabajadores
y sindicatos, m a y o r control p o r el Estado del Banco de Fran-
cia, etcétera. Fue una revolución social en el país galo, y un
gran triunfo de Léon Blum. Pero cuando llegó el momento de
pagar todas estas mejoras, se advirtió que el déficit fiscal iba a
aumentar m u y sustancialmente y se optó p o r romper los gri-
lletes d o r a d o s . En octubre Francia devaluó el franco y sus-
pendió la convertibilidad o r o . Se impuso el «sálvese quien
pueda» monetario. El patrón o r o había dejado de existir.

LA G R A N DEPRESIÓN

La G r a n Depresión de los años treinta se inició en Esta-


dos Unidos en 1 9 2 9 [Galbraith (1961), p. 2]. No puede decir-
se que el cambio de tendencia que se manifestó ese año fuera
una sorpresa. En gran parte, fue un cambio que muchos con-

296
IX. DEPRESIÓN Y TOTALITARISMO

sideraron saludable, y que la autoridad monetaria estadouni-


dense había estado tratando de producir en los meses, incluso
años, anteriores, por el deseo de cortar un proceso que consi-
deraba excesivamente especulativo. Lo que fue una sorpresa
para todos fue la magnitud y violencia de la caída, así como la
conversión de lo que ellos consideraban que debía ser un ajus-
te temporal en la m a y o r depresión que hubiera jamás experi-
mentado la economía estadounidense, y que hubieran sufrido
la m a y o r parte de las economías europeas y latinoamericanas.
La producción industrial estadounidense dejó de crecer
febrilmente en la primavera de 1929, pero nadie dio importan-
cia a ese dato entonces. Lo que sí captó la atención general fue
el hecho de que en septiembre, a la vuelta de las vacaciones, la
Bolsa de Nueva York dejara de subir como había venido ha-
ciendo hasta entonces. Pero tampoco esta interrupción causó
gran alarma. Los temores de los escasos pesimistas se extendie-
ron cuando a finales de octubre, tras mes y medio de vacilacio-
nes, la Bolsa de Nueva Y o r k se derrumbó. Vinieron los h o y fa-
mosos «jueves negro» (24 octubre) y «martes negro» (29
octubre) con descensos enormes que causaron pánico, ruinas,
suicidios y motines callejeros. A partir de finales de octubre
era claro que la Bolsa estadounidense estaba en caída libre.
El pánico y la desesperación cundieron: igual que la Bol-
sa había sido el emblema del optimismo estadounidense en los
años veinte, en ios treinta se convirtió en el símbolo del pesi-
mismo. Todos los indicadores empezaron a caer, excepto los
que ya lo habían hecho antes, que simplemente continuaron
el desplome. La ola de suspensiones y quiebras pasó de las
empresas bursátiles a los bancos, y de allí a la economía en ge-
neral. Los precios cayeron, los inventarios subieron, muchas
firmas cerraron y el desempleo aumentó, desde el 3% en 1 9 2 9
hasta el 2 5 % en 1933. En una economía sin subsidio de d e -
sempleo, tales cifras eran trágicas. La producción industrial
descendió en un 3 8 % en esos mismos cuatro años. La renta
nacional estadounidense en su conjunto cayó en parecidas
proporciones en el mismo periodo: un 3 2 % .

297
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

La explicación de la crisis debe enfocar dos cuestiones


separadamente, que son, primero, la crisis en Estados Unidos,
y después, su transmisión internacional. ¿Por qué fue tan p r o -
funda la crisis en Estados U n i d o s ? C o n todas las precaucio-
nes necesarias, podemos afirmar que los dos grandes respon-
sables de la Gran Depresión en Estados Unidos fueron, de un
lado, el patrón o r o y, de otro, la rigidez salarial.
M u c h o s economistas han centrado su atención en los
factores monetarios para explicar la profundidad de la crisis.
En primer lugar, la Reserva Federal (FED) siguió una orien-
tación conscientemente deflacionista en los años 1928 y 1929,
hasta que la seriedad de la crisis le hizo invertir el signo de esta
política. Pero incluso cuando puso en marcha una tendencia
reactivadora, afirman Friedman y Schwartz [ ( 1 9 7 1 ) , cap. 7],
sus acciones fueron insuficientes y tardías. Esta versión ha
sido m u y discutida. P o r un lado, Barry Eichengreen arguye
que la política de la F E D no fue tan absurda o inepta como
afirman Friedman y Schwartz, sino que estuvo determinada
p o r un factor al que estos autores no conceden la suficiente
importancia: su c o m p r o m i s o de mantener el p a t r ó n o r o .
Eichengreen suscribe, hasta en el título de su libro (Golden
Fetters, «grilletes dorados», expresión que ya había utilizado
Keynes), la tesis keynesiana de que el patrón o r o había a»j >
vado las dimensiones de la crisis.
Según Eichengreen, la F E D uo actuó con la ü r m e z a an-
' i d e p r c i v a que hubiera sido deseable p o r dos razones: una,
p o r q u e era opinión general de su consejo que no había que
dar excesivas facilidades de crédito, ya que la crisis había sido
producto de la especulación y de la imprevisión de unos cuan-
tos, y una política excesivamente expansiva podría hacer que
estos malos gerentes se salvaran, continuaran gestionando de
manera incompetente y terminaran p o r p r o v o c a r una crisis
aún m a y o r un poco más tarde. Esto es lo que este autor llama
la tesis «liquidacionista» [Eichengreen ( 1 9 9 2 ) , pp. 2 5 1 - 2 5 3 ] .
La otra r a z ó n de las dudas de la FED era su temor a que una
política excesivamente alegre (una baja de los tipos de interés,

298
IX. DEPRESIÓN Y TOTALITARISMO

por ejemplo) pudiera provocar una salida de o r o que pusiera


en peligro la convertibilidad del dólar [Atack y Passeli (1994),
p. 6 1 6 ] . Según estos autores, p o r tanto, la debilidad de la ac-
ción de la FED contra la crisis no sería simplemente un error
humano, c o m o afirman Friedman y Schwartz, sino una con-
secuencia del sistema del patrón o r o .
Otros autores dudan de que los factores monetarios fue-
ran decisivos; de haberlo sido, afirma Temin, los tipos de in-
terés hubieran debido subir, al contrario de lo que en realidad
hicieron. Es decir, si la restricción de fondos prcstables hubie-
ra sido la causa de la depresión, el tipo de interés hubiera de-
bido subir en lugar de bajar, c o m o ocurrió en Estados U n i -
dos. El hecho de que los tipos bajaran m u y sustancialmente
durante la depresión [Homer y Sylla (1996), pp. 3 4 7 - 3 6 5 ] in-
dica que la demanda de crédito disminuyó mucho en Estados
Unidos en ese periodo. En lugar de la política monetaria,
Temin subraya un factor que a él le parece mucho más impor-
tante, si no en el desencadenamiento de la crisis, sí en su p r o -
fundidad y duración: la rigidez de los salarios estadouniden-
ses [Temin (1990), ( 1 9 9 1 ) y (1993)]. Según la teoría económica
convencional, en las depresiones los precios y los salarios se
reducen de m o d o que los productos correspondientes (bie-
nes, servicios, y trabajo) resulten más atractivos p o r más ba-
ratos y aumente su demanda. Según esta lógica, cuanto más
desciendan los salarios menos aumentará el paro. Pues bien,
aunque los precios cayeron en Estados Unidos en un 2 5 % en-
tre 1 9 2 9 y 1 9 3 3 , los salarios en general lo hicieron en menor
proporción, de m o d o que los salarios reales incluso aumenta-
ron moderad5¡líente en esos años, mientras que el desempleo
creció desmesuradamente [Condliffe ( 1 9 3 2 ) , p. 1 1 7 y cap.
VIII]. A partir de 1933, con la entrada en funcionamiento del
programa antidepresivo de los demócratas y del presidente
Roosevelt, el N e w Deal, los salarios reales aumentaron nota-
blemente, en tanto que la tasa de desempleo sólo descendía
muy moderadamente. Peter Temin [(1990)] ha contrastado la
situación en Estados U n i d o s con la de la Alemania coetánea

299
L O S ORÍGENES DEL S I G L O X X I

(la Alemania nazi), donde los salarios reales no sólo no au-


mentaron sino que, de hecho, descendieron, mientras que la
tasa de desempleo se reducía drásticamente. Para Temin este
contraste explica que en Alemania desapareciese rápidamente
el desempleo mientras en Estados Unidos éste continuase
hasta 1940.
La inflexibilidad a la baja de los salarios reales estadou-
nidenses era consecuencia de la tendencia al reforzamiento de
las organizaciones sindicales y los partidos obreros. A pesar
de que en los años veinte las organizaciones sindicales en Es-
tados U n i d o s perdieron fuerza con respecto a la alcanzada
durante la I G u e r r a Mundial, el poderío sindical era aún con-
siderable en comparación con la situación anterior a 1 9 1 4 , y
la representación política de los trabajadores se reforzó de
manera decisiva con el N e w Deal. La afiliación sindical cre-
ció m u y apreciabíemente en Estados Unidos a partir de 1933,
y la influencia e interpenetración entre el movimiento sindi-
cal y el Partido Demócrata se consolidaron por entonces. De
los años treinta es la división dei movimiento sindical esta-
dounidense en dos grandes uniones, la A F L , que ya hemos
visto, y el Congress of Industrial Organizations ( C I O ) , más
reciente y nacido con estructura más adaptada al gigantismo
de las industrias estadounidenses. Tras dos décadas de inten-
sa rivalidad, ia A F L y el C I O se fusionaron en 1 9 5 5 , y se con-
virderon en el más sólido baluarte del Partido Demócrata.
C o n frecuencia se ha culpado a la especulación de ser
una de las causantes de la c c a u acción estadounidense; no
puede negarse que tuvo un papel relevante. La fuerte subida
de los valores en la Bolsa estadounidense se basó en los bue-
nos resultados de los valores industriales y financieros y en
ciertas innovaciones financieras, como el investment trust, la
compañía de inversión, algo parecido a lo que h o y llamaría-
mos «fondos de inversión». En realidad, esta innovación fi-
nanciera no tiene nada de especulativo en sí misma si lleva a
cabo una buena administración de sus fondos. El problema en
los años veinte fue que estos investment trusts no se compor-

300
IX. DEPRESIÓN Y TOTALITARISMO

taron de manera responsable. P o r un lado, invirtieron en ac-


tivos m u y arriesgados y muchos de ellos sencillamente dispa-
ratados, como las proverbiales tierras pantanosas de Florida.
Por otro lado, para atraer mayor clientela a un negocio que en
tiempos de bonanza parecía ilimitado, permitieron las llama-
das «inversiones con margen», que h o y quizá llamáramos in-
versiones «apalancadas». Para atraer clientes, dieron enormes
créditos con la garantía de los propios activos adquiridos;
pero, como ocurre siempre con las garantías, al bajar su coti-
zación su valor disminuye. Si los activos-garantía eran m u y
arriesgados, su valor en la crisis caería en picado, con lo que el
trust se encontraría sin dinero y sin garantía. Esto es lo que
ocurrió en ia Bolsa de Nueva Y o r k a partir del «jueves negro»
de octubre de 1929.
O t r o factor de debilidad del sistema financiero estadou-
nidense estaba en su sistema bancario. Los norteamericanos,
como ya vimos (cap. VI), han tenido tradicionalmente una
gran desconfianza hacia los grandes bancos. Para impedir la
creación de grandes bancos a escala nacional, c u y o posible
poder monopoiístico se temía, la m a y o r parte de la regulación
bancaria se dejó en manos de ios estados, que a su vez tendie-
ron a prohibir las sucursales bancarias y a poner barreras a
que bancos con sede en otro estado pudieran abrir sucursales
en ellos. El resultado de esta legislación fue ia proliferación
de pequeños bancos locales, sujetos a legislaciones y regla-
mentaciones diferentes; en Estados Unidos llegó a haber unas
30.000 entidades bancarias, la m a y o r parte de m u y pequeño
tamaño. Este sistema era difícil de controlar y adolecía de una
gran endeblez.
El papel del sistema bancario estadounidense en la G r a n
Depresión fue de magnificador de la crisis, no de causante.
En un sistema tan frágil c o m o el que hemos descrito, cual-
quier anormalidad ponía en peligro el conjunto. Parece lógi-
co que, ante el parón de la actividad económica que t u v o
lugar inicialmente, y las quiebras de algunas compañías in-
versoras y bancos con ellas relacionados, apareciera una cier-

301
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

ta falta de confianza en el sistema y el público acudiera a los


bancos a liquidar sus depósitos. En un sistema bancario más
firme, con mayores interconexiones y entidades de mayor ta-
maño, el pánico hubiera podido limitarse: hubieran caído al-
gunos bancos pequeños, pero los grandes se hubieran ayuda-
do unos a otros y se hubiera podido contener la crisis de
confianza. Sin embargo, con el sistema estadounidense el pá-
nico resultó justificado: quebraron algunos bancos muy
grandes y la desconfianza, lejos de disiparse, aumentó. Entre
1 9 3 0 y 1 V 3 3 suspendieron pagos 8.812 bancos. Tan grave fue
la situación en 1 9 3 2 que, tras ganar las elecciones, el recién
inaugurado presidente Franklin D. Roosevelt decretó una
moratoria bancaria en marzo de 1933 y suspendió la conver-
tibilidad o r o del dólar para el público; de hecho, Estados
U n i d o s había abandonado el patrón oro.
Tos factores mencionados en último lugar, especulación
y debilidad del sistema bancario, contribuyeron a acentuar la
crisis, pero no fueron su causa, ni siquiera los elementos agra-
vantes de m a y o r peso. U n a prueba está en que, terminada la
orgía especulativa de los años veinte, la crisis siguió haciendo
estragos durante los treinta. En cuanto al sistema bancario, la
intervención del Estado en 1933 puso fin a la oleada de des-
confianza; p o r un lado, la suspensión del patrón o r o quitó in-
centivos a los ciudadanos para retirar sus depósitos, ya que la
razón última para hacerlo era obtener el ansiado metal. En se-
gundo lugar, la creación en 1933 de la Federal Deposit Insu-
rance C o r p o r a t i o n ( F D I C ) devolvió al público la confianza
en la liquidez de sus depósitos. La F D I C es una sociedad pa-
raestatal que garantiza la devolución a los depositantes de su
cuenta corriente hasta una cierta cantidad (inicialmente, 5.000
dólares) aunque el banco en cuestión suspenda pagos. En Es-
paña se creó m u c h o más tarde (1978) una corporación equi-
valente, el F o n d o de Garantía de Depósitos. A partir de 1933
el pánico bancario terminó; pero la Depresión, medida por los
niveles de desempleo, subsistió hasta 1940. Hasta ese año no
se alcanzaron tasas p o r debajo del 1 5 % (con la pequeña ex-

302
IX. D E P R E S I Ó N Y T O T A L I T A R I S M O

cepción de 1 9 3 7 , en que la tasa de p a r o estuvo en el 1 4 , 3 % ) .


Es evidente, p o r tanto, que la crisis bancaria fue una conse-
cuencia y no una causa de la depresión estadounidense.
Resumiendo, tras el pánico inicial, la lógica y la discipli-
na del patrón o r o impidieron que la F E D pusiera en práctica
una política monetaria lo suficientemente decidida como para
paliar la depresión y restaurar la confianza. En parte esta par-
simonia p o r parte de la F E D c o n t r i b u y ó a agravar la crisis
bancaria, porque la ayuda que las entidades privadas recibie-
ron del banco central fue prácticamente nula: la lógica impla-
cable del «liquidacionismo» se impuso férreamente. Pero es
que, además, el mecanismo básico reequilibrador de las crisis
en el sistema de laissez-faire, la flexibilidad de precios y sala-
rios, tampoco funcionó, en especial p o r lo que se refiere a los
salarios.

* * *

Si la economía estadounidense era rmiy frágil en los años


veinte y fácil presa para una fuerte conmoción como la que se
desencadenó a partir de 1929, la de los países puropeos y lati-
noamericanos adolecía de m a y o r o igual fragilidad y los m e -
canismos de transmisión inte, nacional de la crisis estaban dis-
puestos y preparados para repercutiría y magnificarla.
En primer lugar, estaba el problema de que si el coloso es-
tadounidense tenía los pies de barro, no por ello dejaba de ser
el gigante que sostenía la m a y o r parte del edificio económico
internacional. Los préstamos americanos estaban detrás de ía
reconstrucción europea y de la vuelta al patrón o r o tanto en
Europa como en América Latina. Eran estos préstamos los
que permitían que Alemania redimiera sus deudas, originadas
en las exigencias de reparaciones del Tratado de Versalles.
Cuando los préstamos se enrarecieron a partir de 1 9 2 8 , el sis-
tema financiero europeo se tambaleó.
La transmisión de la crisis desde Estados U n i d o s se lle-
vó a cabo p o r tres vías: la financiera, la real y la psicológica.

303
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

La crisis financiera es la que hemos descrito sumariamente. La


contracción del sistema de crédito estadounidense produjo
una contracción multiplicada del sistema de crédito de los
países que estaban más estrechamente relacionados con Esta-
dos Unidos en ese aspecto: Alemania e Inglaterra; aunque a su
v e z todo el sistema crediticio europeo estaba estrechamente
conectado entre sí, p o r la colaboración de los bancos centra-
les, p o r el sistema del patrón de cambios o r o , p o r las relacio-
nes entre sus bancos y p o r la tupida y compleja red de deudas
de guerra.
En la crisis real desempeñaba un papel clave el comercio
internacional. La contracción estadounidense redujo la renta
del país y, p o r tanto, la demanda de importaciones. A q u í la
élite política estadounidense volvió de nuevo a estar m u y por
debajo de lo que las circunstancias exigían de un líder econó-
mico mundial. El presidente H o o v e r firmaba en junio de 1930
el arancel Smoot-Hawley, tremendamente proteccionista, que
agravaba la contracción de la demanda de importaciones que
la crisis estaba ya causando. Era la que los propios estadouni-
denses denominaron la beggar-thy-neighbor policy, la políti-
ca de empobrecer al vecino, que nosotros llamaríamos de
«sálvese quien pueda». Todos los países comenzaron a elevar
sus aranceles, y se inició además una nueva prácríra: la políti-
ca de limitaciones cuantitativas al comercio, el sistema com-
plejo de c u o t a s , contingentes y tratados bilaterales; es decir, se
recurrió a la imposición no ya de una tasa s o b i e las importa-
ciones, sino de cuotas máximas importables. Ello implicaba
que el Estado repartiese estas cuotas entre los comerciantes
p o r medio de licencias de importación, lo cual daba lugar a
más intervencionismo y, por tanto, a más posibilidades de co-
rrupción. La consecuencia de t o d o esto fue una radical con-
tracción del comercio internacional, que pasó de más de 3.000
millones de dólares o r o a principios de 1 9 2 9 a menos de 1.000
a principios de 1 9 3 3 : una caída de cerca del 7 0 % en cuatro
años. Las consecuencias tenían que ser, como fueron, dramá-
ticas, con cierres de empresas, quiebras de bancos, aumento

3°4
IX. D E P R E S I Ó N Y T O T A L I T A R I S M O

de desempleo, caída de los ingresos presupuestarios, déficits,


miseria y desesperación masiva.
El elemento psicológico, imprevisible y difícil de aprehen-
der para los economistas, t u v o que tener una importancia de
primer orden en la transmisión de la crisis. No fue sólo que los
inversores estadounidenses, presentes en todas las Bolsas im-
portantes, se retiraran ante las pérdidas que sufrían en casa. Es
que un acontecimiento de tal envergadura hacía que se impu-
siera la cautela allende las fronteras y allende los océanos. Y lo
mismo octirría con ei crédito y la banca. Al saberse que el sis-
tema bancario estadounidense tenía graves problemas, y que
los capitales de ese país no fluían ya con la abundancia acos-
tumbrada en el pasado, parece lógico que los grandes clientes
de los bancos tomaran precauciones y trataran de liquidar sus
posiciones más arriesgadas. Esto desde luego se observó con
roda claridad en Irw bancos centrales. El Banco de Francia, por
ejemplo, llevado por su desconfianza hacia la libra, fue lanzan-
do esta divisa al mercado para adquirir oro. Esta política agra-
vó la crisis de la libra y contribuyó a su devaluación en sep-
tiembre de 1 9 3 1 , con lo que el Banco de Francia, que aún tenía
muchas libras, se vio claramente perjudicado. Por último,
cuando cunde el pánico y la desconfianza, parece también m u y
comprensible que el público en general se preocupe p o r sus de-
pósitos y trate de retirar lo más posible, poniendo en aprietos
al sistema bancario nacional y contribuyendo a su inestabili-
dad. H a y que insistir en que el sistema económico está basado
en la confianza (el crédito) y, cuando ésta falla, la contracción,
es decir, el empobrecimiento, es inevitable.
La primavera de 1 9 3 1 contempló una serie dramática de
crisis bancarias en Europa que se resolvieron de maneras
m u y diferentes según los países. La ccjsa c o m e n z ó p o r A u s -
tria. El sistema bancario austríaco nunca se repuso del des-
membramiento del Imperio A u s t r o - H ú n g a r o . Los bancos de
Viena, que se habían extendido, antes de 1 9 1 4 , p o r t o d o el
Imperio, se vieron privados de gran parte de sus redes de su-
cursales y clientes tras la guerra. P o r añadidura, la inflación

3°5
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

también afectó seriamente a sus balances. C i e r t o que la crea-


ción del Banco Nacional de Austria en 1 9 2 3 , la vuelta al pa-
trón o r o y la ayuda de la Sociedad de Naciones, más los prés-
tamos extranjeros, fueron resolviendo la situación durante
los años veinte. Sin embargo, el sistema bancario siguió dan-
do síntomas de debilidad: era demasiado grande y numeroso
para un país tan pequeño. A lo largo de los años veinte hubo
una serie de quiebras y fusiones que fueron reduciendo el nú-
mero de grandes bancos vieneses. C o m o en Alemania, en
Austria también había habido una revolución democrática en
la posguerra que había sentado las bases de un Estado de Bie-
nestar, de m o d o que, en general, las obligaciones excedían los
ingresos presupuestarios. Al igual que en Alemania, los prés-
tamos exteriores habían permitido ir salvando la situación.
P o r otra parte, la banca austríaca, c o m o la alemana, era una
banca mixta con gran participación en empresas industriales
y también con gran cantidad de deuda pública en sus porta-
folios. La m e n o r perturbación podía hacer tambalearse una
construcción tan frágil. Ya en m a y o de 1 9 2 9 u n o de los gran-
des bancos vieneses, el Bodencreditanstalt, anunció su nece-
sidad de suspender pagos y fue absorbido p o r el Creditans-
talt, el venerable banco de negocios austríaco fundado por
l e ; K^rhschild en 1855. Pero dos años más tarde, en m a y o de
1 9 3 1 , fu f el Creditanstalt el que anunció pérdidas enormes.
El Estado y el Banco Nacional tuvieron que intervenir de
nuevo y repetidamente, porque la primera operación de salva-
mento resultó ser insuficiente: las pérdidas reales eran mucho
mayores (cerca de nueve veces) de lo que en un principio se ha-
bía calculado, que ya era mucho. De resultas de la crisis y del
salvamento, la confianza en el chelín austríaco se vio tan afecta-
da y los activos líquidos del Banco Nacional tan mermados, que
hubo que suspender de hecho la convertibilidad o r o de la mo-
neda. Austria abandonaba así el patrón oro en junio de 1931.
La crisis austríaca se empalmó con la de su poderoso ve-
cino: Alemania. Esta tuvo lugar unas semanas más tarde. A m -
bos países tenían problemas m u y parecidos: sistema bancario

306
IX. DEPRESIÓN Y TOTALITARISMO

mixto (es decir, fuertemente comprometido con la industria),


con una capitalización insuficiente y dependiendo excesiva-
mente, por tanto, de su pasivo a corto plazo, y que además ha-
bía absorbido considerables cantidades de deuda pública, cuya
solidez dependía de la confianza que se tuviera en la solvencia
del Estado alemán; un Estado de Bienestar m u y extenso que
contribuía grandemente al déficit presupuestario; una gran
deuda exterior; y una fuerte dependencia de los préstamos ex-
tranjeros. Además, Alemania tenía un banco central en situa-
ción precaria, porque sus reservas de o r o estaban m u y cerca del
mínimo permitido por las reglas del patrón o r o alemán. P o r
otra parte, en el otoño de 1 9 3 0 se habían celebrado elecciones
generales, y el Partido Nazi había registrado un avance espec-
tacular, lo cual no podía sino inquietar a muchos depositantes.
Si encima de t o d o esto el canciller Heinrich Brüning
aprovechaba la ocasión para pedir una nueva moratoria en el
pago de reparaciones, como hizo el 5 de j u n i o de 1 9 3 1 , se
comprende que los acreedores de la banca alemana estuviesen
muy nerviosos en aquellos momentos. P o r el lado de la balan-
za de pagos alemana también había razones de inquietud. Los
alemanes habían venido pagando reparaciones e intereses des-
de 1925 de una manera ordenada y creciente. Pero en 1 9 3 1 la
situación empeoró, porque la renta nacional había caído en
1929 y 1 9 3 0 y los préstamos estadounidenses, que iban per-
mitiendo salir del paso, habían cesado virtualmente.
Además dei efecto psicológico y del financiero, la crisis se
hacía también sentir en el real: ante la baja de las compras es-
tadounidenses y la política de «sálvese el que pueda», las ex-
portaciones alemanas empezaron a caer, lo cual debilitó su in-
dustria y, p o r ende, su banca. Las dificultades se extendieron y
el paro creció rápidamente: de una tasa de desempleo del 4 , 3 %
en 1929 se pasó al 30,1 en 1932. En ningún otro país, ni siquie-
ra en Estados Unidos, se alcanzaron tales tasas de paro. El
cambio fue tan rápido, la caída de la demanda tan fulminante,
que tomó a muchos por sorpresa. U n a gran firma de produc-
tos textiles, la Norddeutsche Wollkamerei (más conocida p o r

307
LOS ORÍGENES DEL S I G L O X X I

N o r d w o l l e ) , suspendió pagos y puso en tremendas dificulta-


des a uno de los grandes bancos alemanes, el Darmstadter-Na-
tionalbank, comúnmente llamado Danatbank, que había pres-
tado una parte m u y considerable de sus activos a la Nordwolle
y a otras textiles. Otra parte de sus activos estaba invertido en
deuda municipal, y por su pasivo dependía considerablemen-
te de prestamistas extranjeros. El pánico cundió en Alemania
y las retiradas de fondos fueron imparables. El Reichsbank es-
taba ya en serios apuros, porque había perdido tanto o r o y di-
visas intentando mantener el marco que rozaba el mínimo en-
caje exigible legalmente. No podía prestar al Danatbank,
p o r q u e no podía disminuir sus reservas. El único recurso que
le quedó al Reichsbank fue decretar una moratoria general
bancaria y prácticamente abandonar el patrón o r o . Fue el Es-
tado alemán el que tuvo que hacerse cargo directamente del
Danatbank. A partir de entonces, con los controles de cambio
que se establecieron, el marco dejó de ser convertible en oro,
nunqu.e en Alemania no se abandonara tal patrón formalmen-
te. En realidad, en casi ningún país se abandonó formalmente,
sino como un expediente temporal; pero lo temporal acabó
p o r convertirse en definitivo.
Después de las crisis austríaca y alemana vino la británica,
con el abandono de la convertibilidad en oro de la libra en sep-
tiembre de 1931, como ya hemos visto, y la del resto del mundo
en los años que siguieron. Aunque muchos no 'o reconocieran,
el abandono del patrón oro era uno de los requisitos para com-
batir la Depresión. Pero había más exigencias: la primera era
comprender qué ocurría para encontrar remedios a la situación;
la segunda, por supuesto, poner los remedios en práctica.

LA LUCHA CONTRA LA DEPRESIÓN

El economista heterodoxo más escuchado en los años


treinta fue J o h n Maynard Keynes, que primero había logrado
fama con su libro sobre Las consecuencias económicas de la

308
w
IX. DEPRESIÓN Y TOTALITARISMO

paz, y que luego volvió a hacerse famoso p o r sus ataques con-


tra el patrón oro y en especial contra Winston Churchill. K e y -
nes vio m u y p r o n t o y m u y claramente que era imposible r e -
componer la economía de la belle époque. Escribió numerosos
libros y artículos tratando de expresar una nueva teoría econó-
mica adecuada a los supuestos de la posguerra, pero la versión
definitiva de esta teoría no se publicó hasta 1936, con el n o m -
bre de Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero. En
esencia, lo que el libro decía es que no había una lógica econó-
mica, sino dos: la de las unidades individuales (microecono-
mía) y la de los grandes agregados (macroeconomía). Si en mi-
croeconomía las fuerzas impersonales del mercado producían
casi automáticamente el equilibrio (es decir, que todo lo que se
producía se vendía, porque, si no se vendía, bajaría el precio
hasta encontrar comprador), en macroeconomía esto no era
así, básicamente porque los mercados de trabajo y de capital
no funcionaban según los postulados microeconómicos. En el
mercado de capital resultaba que la gente no ahorraba en v i r -
tud del precio del dinero (el tipo de interés), sino en virtud de
lo que ganaban. En los países ricos eso producía un exceso de
ahorro; se demandaban relativamente pocos bienes de consu-
mo, porque la gente en lugar de consumir ahorraba, y eso ha-
cía que hubiera "^pe-producción y paro. Pero aunque hubiera
paro, los salarios no bajaban, porque los sindicatos no lo per-
mitían; ello hacía, p o r tanto, que hubiera una tendencia en las
economías capitalistas avanzadas a producir altos niveles de
desempleo. De este desequilibrio provino la Gran Depresión.
Además, los efectos perversos se reforzaban. A ! haber paro,
los parados no tenían dinero para comprar, lo cual provocaba
nuevas caídas de la demanda. C o m o consecuencia de una de-
manda débil, los precios bajaban; como se esperaba que los
precios siguieran bajando, el público aplazaba sus compras,
suponiendo que mañana los productos estarían más baratos
que hoy. La espiral a la baja continuaba.
Establecido este postulado h e t e r o d o x o (que en m a c r o -
economía no había equilibrio, ni tendencia hacia él), la solu-

309
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

ción también había de ser heterodoxa. El gobierno debía su-


plir con su acción los problemas de los mercados de capital
y de trabajo. Si había superproducción, el Estado debía
comprar los bienes invendidos; debía ser generoso con el
gasto público y con el subsidio de desempleo, con objeto de
fomentar el empleo y de que los parados comprasen los bie-
nes que sobraban. Ello probablemente implicaría déficit en
el presupuesto: no importaba, al contrario. La depresión se
curaba inyectando dinero en la economía. U n a vez detenida
la espiral descendente, se produciría una espiral ascendente:
al no haber ya excedentes invendidos, aumentarían la inver-
sión y el empleo, con lo que el gasto p r i v a d o crecería, los
precios subirían, las expectativas de subidas de precios esti-
mularían al público a c o m p r a r y llegaría la recuperación. Se
trataba de p o n e r las cosas en marcha deteniendo la caída;
después la economía mejoraría automáticamente. Además,
al aumentar la renta aumentaría la recaudación de impues-
tos, con lo cual el Estado, p o r medio de superávits, podría
redimir la deuda pública que había emitido para financiar los
déficits de los años malos. En total, se trataba de utilizar el
presupuesto para llevar a cabo una política anticíclica: défi-
cits en tiempos de depresión, superávits en época de prospe-
ridad. C o n ello K e y n e s legitimaba los déficits presupuesta-
rios: el «santo t e m o r al déficit» quedaba sustituido p o r la
«reactivación».
El comercio exterior podía ayudar, p e r o para ello había
que abandonar el patrón oro y dejar que la ?e depre-
ciara para estimular las exportaciones, que tendrían un papel
reactivador paralelo al del gasto público. Por otra parte, al au-
mentar la renta del país, aumentaría su demanda de importa-
ciones, p o r lo que, a la larga, los otros países también se verían
beneficiados de la recuperación económica y de la devalua-
ción. El equilibrio de Hume se conseguía así sin o r o y sin
flexibilidad de precios; en el modelo keynesiano el equilibrio
internacional se lograba p o r medio de tipos de cambio flotan-
tes y ajustes en la renta nacional.
IX. DEPRESIÓN Y TOTALITARISMO

Estas ideas «neomercantilistas» circulaban en la época,


aunque fueran minoritarias en el mundo académico. Fue K e y -
nes quien les dio coherencia y rigor teórico, quien las ensambló
y, a la larga, las dotó de respetabilidad académica. Pero entre los
políticos y los hombres de negocios, menos preocupados p o r
las sutilezas teóricas y la aceptabilidad científica, la interven-
ción del Estado para combatir la depresión por medio del défi-
cit presupuestario y de las intervenciones en el sistema mone-
tario o en el comercio exterior no parecía tan rechazable.
Aí>' ocurrió en j a p ó n , donde tras un breve experimento
con la vuelta al patrón o r o a principios de 1930, se abandonó
la convertibilidad en diciembre de 1 9 3 1 , dándose un giro co-
pernicano a la política económica. El abandono del patrón
oro fue decisión del ministro de Hacienda K o r e k i y o Takahas-
hi. Las ideas económicas de Takahashi eran parecidas a las de
Keynes. Tras abandonar la convertibilidad, Takahashi dejó
flotar el yen, facilitó el aumento de la circulación de billetes,
levantando el techo máximo permitido al Banco de Japón, y
siguió una política de financiación de la industria con cargo al
presupuesto. C o n este objeto, creó unos bonos estatales, lla-
mados popularmente «bonos de tinta roja», p o r el fin a que
estaban destinados, con los que financió los déficits presu-
puestarios, y que el Banco de Japón compraba y distribuía en-
tre la banca privada. La caída del yen estimuló tremendamen-
te las exportaciones, sobre t o d o de industrias de consumo:
textil, artesanal, electrodomésticos, cerámica, mientras la de-
manda estatal y la financiación bancaria estimulaban la indus-
tria pesada, cuyos objetivos finales eran la producción de ar-
mamento, maquinaria, fertilizantes y fibras artificiales. Los
principales aumentos en las exportaciones de Japón en este
periodo tuvieron lugar en las destinadas a Asia, al haber caído
la demanda en los países occidentales. Japón se convirtió en el
motor económico y la potencia industrial de esa zona. El re-
sultado de la política de Takahashi fue un fuerte crecimiento
de la industria, lo que contrasta con la experiencia de Europa
y Estados Unidos [Cha (2003)]. Los salarios en general man-
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

tuvieron su p o d e r adquisitivo. Bajo la presión de los grupos


nacionalistas se llevó a cabo un tremendo programa de rear-
me, y, paralelamente, se p r o d u j o la invasión y expansión en
Manchuria, China y Corea. En 1936, cuando Takahashi inten-
tó controlar el crédito para evitar la inflación, una revuelta de
los grupos militaristas le dio muerte p o r pacifista. El caso ja-
ponés, p o r tanto, tiene rasgos m u y originales: de una parte,
Takahashi aplicó una política keynesiana cuatro años antes de
publicarse la Teoría general de Keynes; p o r o t r o , la quiebra
del patrón o r o no vino en Japón, como había venido en Occi-
dente, de la inflexibilidad de los salarios; dada la debilidad dtd
movimiento obrero, la disciplina salarial hubiera p o d i d o im-
ponerse sin m a y o r problema. Lo que acabó con el patrón oro
en j a p ó n fue la presión de los grupos nacionalistas y militaris-
tas, que no estaban dispuestos a aceptar restricciones presu-
puestarias para mantener la ortodoxia monetaria. En Japón ei
fascismo no se impuso p o r miedo a la Revolución C o m u n i s -
ta, sino p o r el nacionalismo extremo de una buena parte de la
casta militar con el a p o y o de grupos civiles fanáticamente mi-
litaristas e imperialistas.
En realidad, hay que reconocer que los gastos militares
tuvieron un papel estratégico para sacar de la depresión a va-
rios países. J a p ó n fue un caso clásico; Alemania, o t r o . Tam-
bién Alemania aplicó una política keynesiana antes de la Teo-
ría general, algo que sin duda pudo hacer p o r los poderes
dictatoriales que se arrogó Hitler en la primavera de 1933 y
que no abandonó hasta su muerte. Ya hemos visto en el caso
de Italia (véase pp. 2 8 7 - 2 8 9 ) que las dictaduras tienen la posi-
bilidad de imponer políticas económicas que en un sistema
democrático son inviables. Hitler pudo imponer a los alema-
nes unas políticas de inflación y de trabajos forzados que en
la República de Weimar no se hubieran podido ni plantear. El
mecanismo económico practicado en el III Reich para salir de
la crisis tuvo mucho en común con la política de Takahashi en
Japón. El ministro de Hacienda fue un reputado banquero y
financiero, conservador p e r o no nazi, Hjalmar Schacht, que
IX. DEPRESIÓN Y TOTALITARISMO

también estaba dispuesto a financiar el déficit emitiendo b o -


nos que eran colocados en la banca. Ésta, tras la crisis de 1 9 3 1 ,
estaba m u y sujeta a las directivas del gobierno, que además
había adquirido un buen paquete de acciones bancarias. El
gobierno invirtió en un programa acelerado de rearme y de
obras públicas que absorbió en poco tiempo a una parte de los
desempleados. Para ios otros se creó un Servicio Nacional del
Trabajo que era una especie de servicio militar laboral. Los
desempleados eran reclutados en campamentos donde traba-
jaban p o r un pequeño salario en toda clase de actividades: re-
paración de carreteras, tareas agrícolas, mantenimiento fores-
tal, etcétera. La idea no era mala, p e r o esta especie de trabajo
forzado hubiera resultado inaceptable para los sindicatos li-
bres. P o r esto sólo una dictadura ha p o d i d o poner en prácti-
ca esta modalidad de lucha contra el desempleo. P r o n t o hubo
escasez de mano de obra, y los campos de trabajos forzados
empezaron a utilizarse para someter a los «enemigos socia-
les»: vagabundos, gitanos y, sobre todo, judíos.
El gobierno emprendió un programa de rearme militar,
bajo el control y la iniciativa de Hermann Goering; este p r o -
grama militar estaba, p o r supuesto, en contra del Tratado de
París, pero el gobierno nazi había empezado p o r rechazarlo en
su totalidad. Además, se repudiaron las deudas de reparacio-
nes y muchas de las contraídas vohintariamente; también, p o r
tanto, se desconocieron las pérdidas territoriales; de este m o d o
se legitimaba el expansionismo del régimen alemán. Se em-
prendió también un programa de autopistas; con las suscrip-
ciones de los compradores prospectivos se creó la primera fá-
brica del coche popular, el Volkswagen, que m u y pocos
suscriptores pudieron llegar a disfrutar. C o m o todas las dicta-
duras totalitarias, el gobierno nazi se ocupó de controlar el
mercado de trabajo. Disolvió los sindicatos, creó su propia or-
ganización laboral, el Arbeitsfront, Frente del Trabajo, similar
a los sindicatos fascistas y a los sindicatos verticales del fran-
quismo, controlados p o r el gobierno y que incluían también a
los empresarios. Los partidos políticos fueron prohibidos.

313
L O S ORÍGENES DEL S I G L O X X I

Un área en que la política de los nazis no se pareció a la


del Japón coetáneo fue la relativa al comercio exterior. Les
nazis no estaban dispuestos a dejar flotar el marco y verle per-
der valor en el mercado. Reforzaron los controles de divisas
que habían tomado los gobiernos anteriores a partir de junio
de 1931 y mantuvieron oficialmente la paridad o r o del marco
de 1924, aunque sin convertibilidad. Gracias a los controles,
el marco de papel no tenía que convertirse en oro, lo cual hu-
biera sido imposible porque las reservas de o r o en Alemania
eran m u y escasas. La inconvertibilidad de hecho resolvía este
problema. A partir de 1935 el o r o confiscado a los judíos, y a
partir de 1938 el confiscado a los países anexionados, reforzó
las reservas del Reichsbank y fue utilizado para saldar cuen-
tas internacionales. Se recurría al latrocinio para dar respaldo
a la moneda.
Esta economía crecientemente controlada no era particu-
larmente eficiente ni competitiva. La regimentación estatal era
m u y fuerte. M u y pronto estuvieron controlados casi todos los
precios y, desde luego, los salarios. Esto tuvo c o m o conse-
cuencia que la competitividad de los productos alemanes en el
extranjero no fuera m u y grande, y cada vez menor; no sólo
bajó la productividad, sino que el marco estaba sobrevaluado.
En estas condiciones el gobierno hizo de la necesidad virtud y
proclamó como fin económico último la autarquía, sometien-
do todas L s relaciones comerciales internacionales a un con-
trol férreo, algo muy parecido a lo que había hecho la Unión
Soviética. Alemania redujo su comercio con los países occi-
dentales y lo aumentó con la Europa del Este, a la que pronto
reduciría a la condición de satélite o colonia. El comercio se
llevaba a cabo p o r medio de tratados bilaterales que muchas
veces eran acuerdos de trueque.
Pero el aumento del intervencionismo estatal en los años
treinta no se limitó a los países fascistas o autoritarios. Tam-
bién ocurrió en los democráticos, y, m u y característicamente,
en Estados Unidos. El programa de activismo estatal en la
economía estadounidense tiene un nombre bien conocido: el

314
IX. DEPRESIÓN Y TOTALITARISMO

N e w Deal; y un protagonista, el presidente Franklin D. R o o -


scvelt. El N e w Deal fue un auténtico bombardeo de medidas
gubernamentales, tomadas en su mayoría durante los prime-
ros meses de la administración de Roosevelt (los famosos cien
días), a partir de febrero de 1 9 3 3 . ¡Los efectos de tal ofensiva
legislativa han sido m u y discutidos y la opinión académica
hoy es bastante crítica del N e w Deal. Algunas de las medidas
rooseveltianas ya las hemos visto, en especial en lo que res-
pecta al abandono del patrón o r o . Ésta es, posiblemente, la
decisión menos criticada modernamente, aunque lo fuera bas-
tante en su momento. Las dos medidas más características del
New Deal fueron, la Agricultural A d j u s t m e n t A c t (Ley de
Ajuste Agrícola, A A A ) y la National Industrial Recovery A c t
(Ley de Recuperación Industrial, N I R A ) . Es interesante que
ambas leyes, aprobadas en 1 9 3 3 , fueran declaradas inconstitu-
cionales en 1935.
Se trataba con esta legislación de combatir más los sínto-
mas de los males que sus causas. Es decir, se trataba de lograr
que subieran los precios a toda costa, aunque ello fuera a ex-
pensas de restringir la producción. Si se considera que lo más
grave de la Gran Depresión, como de todas las depresiones, era
la caída de la renta, esto es, de la producción, los métodos de la
AA A de la N I R A resultaban, cuando menos, paradójicos. Lo
y

único que puede argüirse en defensa de las filosofías antidepre-


sivas de estas iniciativas es que pudieron contribuir a cambiar
las expectativas: si los precios suben, no tiene sentido posponer
el consumo, porque mañana las cosas serán más caras que hoy.
Por lo tanto, parece lógico esperar que 'a demanda se reanime
y que, con suerte, llegue la recuperación. Véase, p o r tanto, que
la concepción subyacente a estas medidas es que la causa últi-
ma de la depresión era la superproducción, no que hubiera un
problema monetario o de rigidez de precios y salarios. En con-
secuencia, otro aspecto del N e w Deal fue el tratar p o r todos los
medios de lograr un alza de salarios.
La A A A , entre otras medidas, preveía que el gobierno
pagase a los agricultores p o r no cultivar sus tierras. El objeto

3i5
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

era, p o r supuesto, que subiesen los precios. La N I R A , con el


mismo objetivo, estimulaba a las empresas industriales a lle-
gar, entre sí y con los sindicatos, a acuerdos de «competencia
leal», que eran prácticamente acuerdos de cártel. Además, la
N I R A , a diferencia de la A A A (se dice que p o r la resistencia
de los demócratas del Sur, donde la agricultura tenía gran im-
portancia), establecía salarios mínimos en la industria y tenía
una actitud m u y favorable hacia los sindicatos. No hay duda
de que la N I R A logró sus objetivos durante los dos años que
estuvo en vigor: las alzas de precios y salarios fueron inequí-
vocas.
Otras medidas importantes del N e w Deal fueron el pro-
grama de gasto público de emergencia (Federal Emergency
Relief Act), que, entre otras cosas, dio lugar a un plan de obras
públicas que incluyó la construcción de autopistas y de em-
balses. En conjunto, el N e w Deal trajo aparejado un conside-
rable crecimiento de la inversión pública. Tal crecimiento aca-
rreó una serie de déficits presupuestarios, que fueron muy
criticados en círculos financieros coetáneos. Hay que tener en
cuenta que Roosevelt, durante la campaña electoral de 1932,
había censurado repetidamente a H o o v e r p o r haber tenido
déficits ese año y el anterior. Sin embargo, el presupuesto fe-
deral no estuvo en ^-juilibrio (ni menos en superávit) en un
solo ejercicio hiendo Roosevelt presidente. Los déficits fueron
persistentes y mostraron una tendencia creciente hasta que,
p o r supuesto, alcanzaron niveles mucho mayores durante la
II Guerra Mundial.
Otras medidas estabilizadoras han sido menos discuti-
das, como la Ley de Seguridad Social de 1935, que implantó el
seguro de desempleo y que, junto con legislación comple-
mentaría, creó un sistema de seguro de vejez, accidentes y en-
fermedad, pensiones, etcétera. La L e y Bancaria (llamada
Glass-Steagall Act) de 1933 incluyó dos reformas importan-
tes: la separación entre la banca comercial y la banca de nego-
cios (es decir, la especialización bancaria) y la introducción
del seguro de depósito bancario Federal Deposit Insurance
IX. DEPRESIÓN Y TOTALITARISMO

Corporation (FDIC). A m b a s innovaciones han sido m u y cri-


ticadas, aunque no hay duda de que la F D I C contribuyó d e -
cisivamente a terminar con la crisis bancaria.
La victoria electoral de Roosevelt trajo consigo un cam-
bio en la actitud gubernamental hacia las organizaciones sin-
dicales. Si los años veinte fueron un periodo de estancamien-
to, incluso de retroceso, para el movimiento obrero en
Estados Unidos, en los años treinta la recuperación fue i m -
presionante, comparable a lo que ocurriera en Europa un d e -
cenio antes. Los afiliados a los sindicatos aumentaron en n ú -
mero a partir de un mínimo en 1933 y la influencia política de
estas organizaciones creció mucho. La legislación del N e w
Deal no sólo aspiraba a que subieran los salarios, sino que fa-
cilitó la implantación de las organizaciones sindicales en las
empresas y favoreció la negociación entre empresas y sindica-
tos para resolver los problemas laborales. Cuando se declaró la
inconstitucienaiidad de la N I R A , el C o n g r e s o aprobó en
1935 la llamada L e y Wagner de Relaciones Industriales, que
tomaba decididamente partido p o r los sindicatos en las rela-
ciones laborales; tanto es así que se la llamó la Carta Magna
del Trabajo. Consecuencia de t o d o esto fue que el mecanismo
de ajuste de la crisis funcionara defectuosamente en Estados
Unidos. Los salarios reales subieron casi ininterrumpidamen-
te durante los años treinta, p e r o lo mismo ocurrió con el de-
sempleo; como ya hemos visto, las cifras oficiales estuvieron
por encima del 1 5 % hasta 1940, con ia miuima eAcepció" de
1937. Ello, como han señalado, p o r ejemplo, Peter Temin y
Christina R o m e r [(1990) y (1999)], tuvo mucho que ver con
la rigidez de los salarios a la baja, rigidez que fue fomentada
p o r la propia legislación del N e w Deal. C o m o en Japón y en
Alemania, fueron los gastos de guerra (en los años cuarenta
en el caso de Estados Unidos) los que terminaron con el
desempleo.
O t r o país que r o m p i ó claramente con el pasado para
combatir la depresión fue Suecia. En plena crisis, y con m u y
altas tasas de paro, los socialdemócratas ganaron las eleccio-

317
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

nes; pero para alcanzar la mayoría absoluta en el Parlamento


tuvieron que aliarse con los agrarios. C o m o en Estados Uni-
dos, en Inglaterra y en Francia, el miedo al bolchevismo fue
en Suecia un obstáculo al triunfo electoral de los socialdemó-
cratas durante los años veinte. Los socialdemócratas suecos
también se adelantaron a K e y n e s : ahora bien, ellos se vieron
asistidos intelectualmente p o r una tradición de grandes eco-
nomistas, que se remonta a K n u t Wicksell, que a principios
del siglo ya había anticipado ideas que Keynes recogió, como
la de la demanda global y Ja preocupación p o r su posible in-
suficiencia, y a Gustav Cassel, cuya teoría del ciclo también
tenía mucho en c o m ú n con la de Keynes. Los discípulos de
estos dos, economistas como Bertil Ohlin y Gunnar Myrdal,
asistieron poderosamente a la revolución intelectual que estu-
vo en la base de las reformas de los socialdemócratas suecos.
Suecia decidió abandonar el patrón o r o una semana des-
pués de haberlo hecho Inglaterra. Esto fue seguido de una
fuerte depreciación de la corona, lo que constituyó un estí-
mulo a la exportación. La política anticíclica en los treinta fue
de corte keynesiano en el sentido de que se abandonó el obje-
tivo de deflación y se o p t ó p o r la depreciación de la moneda,
el déficit público y la redistribución de la renta. Para ello se
a d o p t ó un programa de obras y empresas industriales públi-
cas, pero pagando salarios de mercado. Complementariamen-
te, se introdujo un seguro general de desempleo en 1934. La
política fiscal no fue m u y expansiva. Casi todos los presu-
puestos de los años treinta se saldaron con déficit, p e r o estos
déficíis fueron moderados. La razón de la moderación presu-
puestaría no esta del lado del gasto, que aumentó para finan-
ciar la política de reactivación y los programas sociales, sino
de los ingresos, ya que la recaudación impositiva aumentó, en
gran parte debido a los impuestos sobre la renta y la riqueza.
Es decir, el papel de la política fiscal y antidepresiva fue de
fuerte redistribución. A ello se añadió la famosa política so-
cial sueca de a p o y o sobre todo a las mujeres: subsidios de ma-
ternidad, guarderías infantiles, ayudas a madres solteras, sub-

318
IX. DEPRESIÓN Y TOTALITARISMO

sidios de alquileres para familias pobres, etcétera. Es intere-


sante señalar que esta política, más que a objetivos redistribu-
tivos de tipo socialista, obedecía a un cambio en la perspecti-
va de este partido, que había sido tradicionalmente favorable
al control de la natalidad (una actitud promalthusiana ya pre-
conizada p o r Wicksell), pero que en los años treinta cambió a
una orientación natalista.
Inglaterra, la patria de Keynes, fue, de los grandes países
industriales, el que menos aplicó la política anticíclica defen-
dida por este autor. Las únicas políticas claramente keynesia-
nas seguidas p o r Inglaterra en los años treinta fueron la m o -
netaria y la comercial, que se concretaron en el abandono del
patrón oro y la flotación de la libra, la política de «dinero ba-
rato» y algo que fue una verdadera revolución en la historia
económica inglesa: la introducción de un arancel proteccio-
nista, aunque moderado. La política fiscal fue restrictiva. Sin
embargo, pese a la importancia que se ha dado a estas dos me-
didas de tipo comercial, el abandono del patrón o r o en 1931
y el arancel proteccionista en 1932, su efecto real parece haber
sido pequeño: el déficit de la balanza comercial siguió cre-
ciendo durante los años treinta, y el beneficio que las indus-
trias británicas pudieran haber derivado de la protección
arancelaria parece haber sido pequeño [Capie (197o) ( 1 5 9 1 ) ;
Kitson, Solomou y Weale (1991)].
La indudable recuperación de la economía británica du-
rante estos años, que se manifestó en un sensible aumento de
la renta nacional y, sobre todo, de la producción industrial, pa-
rece haberse debido casi enteramente a factores internos: de
una parte, la baja de los tipos de interés; de otra, algo fuera del
control de políticos y planificadores: después de los años de-
presivos que la economía británica sufrió durante los veinte,
tuvo lugar la clásica recuperación cíclica. Los bajos inventarios
y las caídas de precios hicieron que, favorecida p o r los bajos ti-
pos de interés, la industria inglesa aumentara su inversión en
gran parte para renovar un equipo anticuado y gastado; tam-
bién favorecieron los bajos tipos de interés un aumento muy

319
LOS ORÍGENES DEL S I G L O X X I

fuerte en la demanda de vivienda, gran parte de la cual se fi-


nanció privadamente [Aldcroft (1970), pp. 3 9 8 - 3 2 2 ; Broad-
berry (1986), cap. 15; ] . Pese a todo, los niveles de desempleo
permanecieron altos, aunque la tasa de paro cayera á partir de
1933 y el número de ocupados aumentara sensiblemente a par-
tir de 1931 [Howson (1983)]. Al igual que en otros países, fue-
ron los programas de rearme, emprendidos seriamente a par-
tir de 1938, los que terminaron con la depresión en Inglaterra.
Entretanto, los países de la periferia europea y america-
na se sintieron víctimas de una depresión que justificadamen-
te consideraron originada en el centro. Desde el punto de vis-
ta estrictamente económico, sin embargo, los efectos de la
depresión en la periferia no fueron tan graves c o m o en Esta-
dos Unidos o Alemania. No obstante, las repercusiones polí-
tico-sociales sí lo fueron, p o r la sencilla razón de que sus sis-
temas políticos eran más frágiles.
El caso de Italia es singular, incluso dentro del grupu de
los periféricos, p o r q u e muestra la capacidad de un régimen
dictatorial para imponer soluciones y políticas económicas
que a una democracia le están prácticamente vedadas. En rea-
lidad, es difícil saber cuánto afectó a Italia la G r a n Depresión,
p o r q u e Mussolini había causado una depresión propia en la
economía italiana a partir de 1 9 2 6 , en su «batalla de la lira»
(véase más arriba, pp. 2 8 7 - 2 8 9 ). Nada tiene de raro, por tan-
t o , que en 1 9 3 1 los dos grandes bancos mixcos italianos, ía
Ban^a Commerciale y el C i e d i t o Italiano, más ía Banca di
R o m a , al igual que sus equivalentes austríacos y alemanes, se
vieran con graves problemas de liquidez.
En realidad, este tipo de dificultades no era nuevo en Ita-
lia. El financiamiento del desarrollo industrial italiano por la
banca mixta ha entrañado una tendencia periódica a la inesta-
bilidad de su sistema bancario, originando la técnica de los
salvamentos o salvataggi. A s í ocurrió en 1893, cuando hubo
que reorganizar t o d o el sistema bancario y se fundó el Banco
de Italia. A s í volvió a ocurrir en 1 9 0 7 y de nuevo en 1 9 2 1 . En
1 9 3 1 los bancos acudieron en busca de créditos extraordina-

320
IX. DEPRESIÓN Y TOTALITARISMO

ríos al Banco de Italia. Éste no podía acceder, en virtud de las


normas del patrón o r o : los créditos que se le pedían excedían
de lo que su encaje permitía. Se acudió directamente a la a y u -
da del Estado. Un aspecto interesante de este episodio es que
el control dictatorial de los medios de opinión era tal que las
negociaciones entre los bancos y el Estado se llevaron en se-
creto. La noticia no trascendió y p o r lo tanto no hubo un pá-
nico comparable a lo que ocurría en aquellos momentos y p o r
causas similares en Austria y Alemania. El Estado accedió a
intervenir y creó dos entes públicos que adquirieron las car-
teras industriales de los bancos privados. Éstos se comprome-
tieron a dejar de financiar la industria y a actuar en adelante
como bancos comerciales. D o s años más tarde se creaba el Is-
tituto per la Ricostruzione Industríale (IRI), entidad estatal
que adquirió los activos industriales que habían pertenecido a
los bancos, subrogándose a los dos entes públicos que los ha-
bían comprado en 1 9 3 1 . El IRI se financió emitiendo bonos
con la garantía del Estado y en m u y buenas condiciones para
los inversores, y ha desempeñado desde entonces el papel de
gran compañía holding estatal. Gracias a eso p u d o seguir
financiando a un sector industrial deprimido en los peores
momentos de la depresión [Toniolo (1978)J.
Un país que nunca abandonó el patrón o r o porque nun-
ca lo adoptó fue España. La depresión en España no había
tenido la virulencia que en otros países entre otras razones
porque, como señaló un informe del Banco de España
[(1934)], el rcl?.tivo aislamiento de la economía española y su
atraso técnico, que hacían que predominase una agricultura de
subsistencia, la habían puesto al abrigo de las fluctuaciones del
comercio mundial. Pero el otro factor que a y u d ó a España a
paliar la crisis económica fue lo que tanto había desazonado
a sus élites económicas: la inconvertibilidad o r o de la peseta.
La crisis de la primavera de 1 9 3 1 también alcanzó a Es-
paña, agravada por el hecho de que el pánico financiero inter-
nacional coincidió con el cambio de régimen. Fue el 14 de
abril de 1931 cuando el triunfo republicano en las grandes

321
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

ciudades en las elecciones municipales convocadas tras la dic-


tadura obligó al r e y a exiliarse y p r o v o c ó la proclamación de
la II República. Ello significaba un considerable vuelco a la iz-
quierda, pero la incertidumbre era aún m a y o r porque las elec-
ciones legislativas estaban convocadas para finales de junio.
Entretanto, el gobierno provisional de la República llevaba a
cabo un vertiginoso programa de reformas, mientras en Ma-
drid y Barcelona se producían algunos desórdenes callejeros
y asaltos a iglesias. Toda esta incertidumbre, c o m o es natural,
p r o d u j o una huida de capitales de grandes proporciones: la
bajada en los depósitos bancarios fue proporcionalmente ma-
y o r en España que en Estados U n i d o s en esas fechas. Y sin
embargo, no hubo crisis bancaria. Esto se debió a que el Ban-
co de España, sin las limitaciones que el patrón o r o imponía a
o t r o s bancos centrales, prestó con liberalidad aunque a altos
tipos de interés. Desde principios de siglo, precisamente por-
que no estaba constreñido por el patrón oro, el Banco de Es-
paña había desarrollado una relación con la banca privada por
la que ésta pedía tomarle prestado a bajos tipos de interés en-
tregando en garantía títulos de deuda pública. Estas operacio-
nes continuaron durante la depresión y permitieron a la ban-
ca privada mantener una cierta tasa de beneficios sin perder
liquidez y sir tener que vender en Bolsa sus acciones indus-
triales. También fue importante el hecho de que, al no regir el
patrón o r o , no había límite automático a la cantidad de bille-
tes en circulación, por lo que el gobierno pudo promulgar dos
decretos consecutivos subiendo el techo máximo de billetes
que el Banco de España podía emitir, p r i m e i o a 5.200 millo-
nes de pesetas, luego a 6.000. A n t e tan inequívoca prueba de
que el Banco de España y el gobierno estaban dispuestos a
ayudar a los bancos solventes, aunque tuvieran problemas in-
mediatos de liquidez, la crisis remitió.
El caso portugués tuvo algo de común con el español y
con el italiano. C o n el español, porque la relativa independen-
cia de Portugal con respecto al mercado internacional y la im-
portancia de la agricultura de subsistencia lo sustrajeron de los
IX. D E P R E S I Ó N Y T O T A L I T A R I S M O

peores embates de la depresión. C o n Italia tenía Portugal en


común la importancia de las remesas de emigrantes (que caye-
ron por la crisis) y el estar sometido a una dictadura, la de A n -
tonio de Oliveira Salazar. En Portugal no hubo pánico banca-
rio, ni nacionalización de la industria. El prestigio y el poder
de Salazar derivaban de su competencia como hacendista, y no
hay duda de que su política evidenció su capacidad en este te-
rreno. El había consolidado su poder poniendo en orden las
finanzas públicas portuguesas y estabilizando el escudo hasta
lograr su convertibilidad o r o en el verano de 1 9 3 1 , pero no
tuvo inconveniente en seguir a Inglaterra unos meses más tar-
de, suspender la convertibilidad tan arduamente lograda y re-
currir a la devaluación competitiva. Ello contribuyó a la rela-
tiva suavidad con que se desarrolló la depresión en Portugal.
América Latina experimentó el choque de la depresión
de manera probablemente más violenta que España e Italia
porque su dependencia del sector exportador era mayor.
Como hemos visto, la m a y o r parte de los países abandonaron
el patrón oro pronto. Argentina lo había hecho de facto en
1929 y lo hizo de derecho en 1931; algo parecido hicieron Bra-
sil y Uruguay. México y Colombia siguieron a Inglaterra en
1931. Los últimos en devaluar lo hicieron siguiendo a Estados
Unidos en 1933. En general, el abandono del patrón o r o y la
devaluación de las monedas ayudó a moderar los efectos de
la crisis. La evidencia cuantitativa [Campa (1990)] muestra
que en ios países que más devaluaron, exportaciones y p r o -
ducción industrial respondieron mejor. En general, la caída de
la renta nacional en los países latinoamericanos no fue tan
grave como en Estados Unidos y Europa, aunque las repercu-
siones políticas, en cambio, sí fueron m u y fuertes [Díaz Fuen-
tes (1993); Bulmer-Thomas (1994), cap. 7].
Un país que superó la crisis p o r métodos totalmente di-
ferentes fue Turquía. Este país no devaluó su moneda, la lira
turca, y siguió una política de restricción monetaria, con el re-
sultado de que la lira se apreciara en un 4 0 % con respecto de
la libra esterlina. Pese a ello, su renta nacional creció notable-

323
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

mente en los años treinta después de haberlo hecho a mayo-


res tasas en los veinte [Pamuk (2000)]. Turquía se cerró casi
totalmente al comercio internacional, de m o d o que fue la de-
manda interna la que determinó el ritmo de la producción.
P o r otra parte, el Estado emprendió un programa de obras
públicas y reconstrucción, después de una tremenda campaña
militar de lucha contra la invasión extranjera en los años
1 9 2 1 - 1 9 2 3 . Este factor de reconstrucción tuvo que tener un
destacado papel en el ritmo de crecimiento, porque se partía
de un nivel m u y bajo tras la derrota en la G r a n Guerra, la li-
quidación del Imperio O t o m a n o , la guerra Je liberación y la
proclamación de la nueva República Turca en 1923.

* * *

La Gran Depresión fue una catástrofe social de dimensio-


nes y características hasta entonces desconocidas; su causa úlri-
ma estuvo en tratar de poner en práctica simultáneamente para-
digmas económicos y sociales incompatibles. De un lado se
intentó volver a un sistema monetario, el patrón ere, que reque-
ría unas normas de comportamiento social muy estricto; de otro
lado se intentó evitar la disciplina social que el funcionamiento
del patrón oro requería, disciplina cuyo mantenimiento resulta-
ba políticamente imposible dentro del ordenamiento democrá-
tico que se fue generalizando en las primeras décadas del siglo
XX y cuya implantación se aceleró tras la I Guerra Mundial, y
que requería un fuerte aumento del gasto público con destino a
transferencias sociales. Fueron m u y pocos quienes se percata-
r e n de la imposibilidad de conciliar ambos paradigmas, y la
m a y o r parte de quienes sí la advirtieron creyeron que la conci-
liación podría lograrse por medio de una combinación de mo-
dificaciones (como el patrón de cambios oro y el patrón de lin-
gotes oro) y de intervenciones coordinadas. Es muy posible que
el remedio así administrado fuera peor que la enfermedad.
Igual que fracasó el intento de mantener el patrón oro
sin pagar las consecuencias políticas que este sistema conlle-

324
IX. DEPRESIÓN Y TOTALITARISMO

vaba, los remedios contra la depresión se aplicaron con inep-


titud y retraso, p o r la simple razón de que los responsables
políticos no entendían la situación y no conocían las curas. Se
necesitó casi una década para que el mensaje keynesiano fue-
ra asimilado p o r los políticos. C o s t ó dos años o más lograr
encontrar las fórmulas ad hoc que permitieran salir de la de-
presión, y eso, en la m a y o r parte de los casos, con unas polí-
ticas de «sálvese quien pueda», en que cada país trataba de
mejorar su economía a costa de los demás. Éste fue, notoria
pero no únicamente, el caso de Estados Unidos, que no acep-
tó, o no comprendió, las obligaciones que conllevaba el ser la
primera potencia económica mundial.

EL TRIUNFO DEL TOTALITARISMO

A las enormes tensiones políticas derivadas del malestar


social p r o v o c a d o p o r la depresión (donde el sentimiento de
desorientación general no era el menor de los males) se añadían
los problemas heredados de la I G u e r r a Mundial, en especial
la situación política de Europa Oriental y el problema de las
reparaciones alemanas. La amenaza del bolchevismo había ya
ejercido una influencia determinante en el mundo en los años
inmediatamente siguientes a la guerra; aunque la prosperidad
pasajera de los años veinte pareció alejar algo este espectro, en
la Europa periférica ejerció un p o d e r o s o influjo y sembró las
semillas del fascismo. Éstas reverdecieron con la extensión del
paro que la depresión trajo consigojy con el desprestigio del
sistema «capitalista» que ello entrañó. La miradas se volvie-
ron de nuevo hacia una U n i ó n Soviética que, gracias al Telón
de A c e r o de desinformación que Stalin había levantado y a la
propaganda de la Cominxern, j u n t o a los logros indudables
primero de la N E P y luego de los Planes Quinquenales, ad-
quirió a los ojos de los desilusionados ciudadanos de los paí-
ses occidentales y de los del Tercer M u n d o un prestigio fuera
de toda proporción con sus logros reales. El renovado empu-
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

je de los partidos comunistas, la inseguridad y la amenaza re-


volucionaria derivadas de la depresión trajeron consigo fuer-
te inestabilidad política en toda Europa, mucho más acusada
en los países de la franja oriental y meridional del continente,
lo que hemos llamado la Europa periférica. Mientras que en
los países europeos adelantados esta amenaza p u d o ser neu-
tralizada gracias a la estabilidad de su cuerpo electoral, en la
Europa periférica el electorado se polarizó radicalmente y la
solución autoritaria ganó adeptos de tal manera que el fascis-
m o , combinado en mayores o menores dosis con el autorita-
rismo, acabó triunfando en casi todos los países.
La palabra «totalitarismo» se ha utilizado para englobar
comunismo y fascismo. Estos dos sistemas políticos, caracte-
rísticos del siglo X X , tienen importantes puntos en común:
son dictaduras de partido único, basadas en el encuadramien-
to de masas y en el control estatal del mercado de trabajo (y
de otros mercados considerados esenciales), con una ideolo-
gía rígida y excluyente, con control estrecho de los medios de
comunicación y, en resumen, con una pretensión de m o n o p o -
lio de la vida política y de intervención en la vida económica.
De ahí el nombre «totalitarismo», que hace referencia a la v o -
luntad de control total de la sociedad.
El término «fascismo», como tantas expresiones políticas,
tiene una significación difusa y cargada de connotaciones emo-
cionales. Estrictamente hablando, el fascismo e^ un fenómeno
exclusivamente italiano, aunque tuviera pálidos imitadores en
otros países, que se llamaron fascistas. Sin embargo, ninguno de
los movimientos afines que h o y llamamos imprecisamente fas-
cistas (nazismo, falangismo, salazarismo, etcétera) se definió
como fascista. La mayor parte de estos movimientos o sistemas
que alcanzaron el poder tuvieron rasgos comunes con el fascis-
mo italiano, pero no fueron, estrictamente hablando, fascistas.
Solamente el nazismo alemán es comparable, p o r su coherencia
doctrinal y su disciplina de partido, con el fascismo italiano.
En Europa el fascismo (en sentido lato) es un fenómeno
p r o p i o de sociedades inestables o periféricas, proclives al au-

326
IX. DEPRESIÓN Y TOTALITARISMO

toritarismo o poco versadas en la democracia (o en el régimen


parlamentario). Esas sociedades fueron, en el periodo de en-
treguerras, con su inestabilidad económica y social, fáciles
presas de las ideologías extremistas. En concreto, la amenaza
de la Revolución Comunista pesaba sobre ellas como una es-
pada de Damocles. Cierto es que esa amenaza, al menos teó-
ricamente, se cernía sobre todos los países, favorecida p o r la
propaganda y las maquinaciones de la C o m i n t e r n y de los
partidos comunistas de cada país, apoyados todos ellos p o r la
Unión Soviética. Cierto es, además, que según las prediccio-
nes de Marx y de Lenin, era precisamente en los países más
desarrollados donde la Revolución Comunista había de lle-
varse a cabo. Sin embargo, los países avanzados, con la excep-
ción de Alemania, que ahora estudiaremos, se vieron inmunes
a la tentación fascista, no porque faltaran cabecillas, ideólogos
o grupúsculos fascistas, sino p o r q u e esta doctrina resultó i e
ner m u y pocos adeptos entre la clase política y entre ios ciu-
dadanos en general.
Son m u y abundantes las teorías subre la naturaleza del
fascismo. Algunos han considerado el fascismo como produc-
to de la degeneración moral de la sociedad moderna. La llega-
da de las masas a la política, consecuencia del desarrollo eco-
nómico y de la emigración del campo a la ciudad, habría dado
lugar a aberraciones, p o r un excesivo materialismo y seculari-
zación. G r a n parte de h población, especialmente la menos
educada, habría encontrado en esta ideología simplista, e m o -
cional y llena de simbolismos un sustituto a la religión. Esta
explicación ha sido frecuentemente aducida p o r escritores ca-
tólicos, aunque no es exclusiva de ellos ni mucho menos. No
es totalmente diferente la interpretación de los que, como
Hanna A r e n d t [(1972)], ven el fascismo como esencialmente
racista. El problema aquí está en que ni en Italia, ni en Espa-
ña, ni en Polonia, ni en Portugal, p o r ejemplo, fue el fascismo
especialmente racista. En cuanto a la teoría de la degeneración
moral, queda en entredicho p o r el hecho de que en la segun-
da mitad del siglo XX el fascismo se haya convertido en un fe-

327
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

n ó m e n o residual sin haber desaparecido los condicionantes


que esta teoría consideraba explicaciones suficientes de la de-
generación moral productora del fascismo.
Otros autores se ciñen al fascismo como producto de cier-
tos casos específicamente nacionales, en particular los de Alema-
nia e Italia, potencias llegadas tarde al estatus de naciones en el
concierto europeo y mundial, con complejo de países adelanta-
dos relegados injustamente a una segunda fila, con frustradas
aspiraciones imperiales, la una derrotada en la I Guerra Mun-
dial, la otra con muy amargas experiencias en esa misma guerra,
aunque hubiera estado en el bando vencedor. C o m o veremos,
estas consideraciones tienen mucho de cierto, pero no explican
ni la proliferación de partidos e ideologías fascistas en muchos
otros países europeos que no se encontraban en el caso alemán
e italiano, ni el triunfo de partidos o regímenes de corte fascis-
ta en España, Portugal, Hungría, Polonia, Rumania, etcétera.
H a y varias teorías marxistas sobre el íascismo. La más
clásica, elaborada en el periodo de entreguerras p o r autores
m u y relacionados con la Comintern, concibe al fascismo
c o m o la etapa suprema del capitalismo. La burguesía en esta
etapa suprema, según tal explicación, se habría «quitado la ca-
reta» y asumido el poder absoluto a través de los partidos fas-
cistas. Esta decisión habría venido determinada p o r la «des-
composición» social, consecuencia de la agudización de la
lucha de clases, la polarización cada vez mayor e n t r e burgue-
ses y proletarios. Sin embargo, a esta teoría habría que opo-
nerle la pregunta que se planteó el comunista alemán August
Thalheimer, recogida p o r De Felice [(1989), pp. 5 5 - 5 6 ] : ¿por
qué no triunfó entonces el fascismo en Estados Unidos, Gran
Bretaña o Francia y lo hizo en cambio solamente en países
p o c o desarrollados, salvo el caso de Alemania? Por añadidu-
ra, podemos hacerle a esta teoría la misma objeción que a la de
la degeneración moral: si era la etapa suprema del capitalismo,
¿cómo se explica que el capitalismo siga en plena forma en los
albores del siglo XXI y sin embargo el fascismo haya retroce-
dido visiblemente a un segundo (o tercer, o cuarto) plano?

328
IX. DEPRESIÓN Y TOTALITARISMO

Mucho más acertada parece la teoría que concibe el fascis-


mo como una reacción defensiva precisamente ante la amenaza
bolchevique, teoría que ha sido sostenida p o r algunos autores
marxistas, como Otto Bauer, y no marxistas, en particular el li-
beral Ernst Nolte [(1996)]. La evidencia en favor de la tesis de
que el fascismo, en su acepción amplia, fue primordialmente un
movimiento encaminado a impedir el triunfo de una revolu-
ción de extrema izquierda ofrece varios argumentos:

1. M o v i m i e n t o s de extrema derecha, similares en m u -


chos aspectos a los que luego se llamarían «fascistas», habían
aparecido en Europa desde finales del siglo XIX [Payne
(1987), cap. 2 ] , sin haber alcanzado la importancia y el segui-
miento (en términos de masas y de a p o y o económico) que al-
canzaron los movimientos fascistas después de la Revolución
Bolchevique.
2. El fascismo es un movimiento heterogéneo. Estricta-
mente hablando, sólo el italiano y el alemán alcanzaron el p o -
der. Los otros movimientos que alcanzaron el poder (el « M o -
vimiento Nacional» de Franco en España, «O Estado Novo»
de Salazar en Portugal, la regencia de H o r t h y en Hungría, la
dictadura del r e y Carlos y, más tarde, de Antonescu, en R u -
mania), aunque aliados o emparentados con el fascismo, no
eran estricta o puramente fascistas; pero cumplieron la misma
función de enfrentarse y bloquear a las fuerzas de la izquier-
da revolucionaria.
3. Pese a su lenguaje truculento y demagógico, y a su
práctica de la violencia callejera, los principales movimientos
fascistas, con la excepción de España, llegaron al poder p o r
medios pacíficos y legales, pactando con las fuerzas políticas
tradicionales. Por lo común, las «revoluciones» fascistas se hi-
cieron desde el poder. Esto ocurrió en Italia en 1925, a los tres
años de llegar Mussolini al p o d e r con respaldo parlamentario
y tras la crisis causada p o r el asesinato del diputado socialista
Giacomo Matteotti; en Alemania la «revolución nazi» se lle-
vó a cabo a lo largo de 1 9 3 3 , casi inmediatamente después de

329
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

asumir Hitler el gobierno p o r métodos legales. En el clima


político crispado del periodo de e n t r e g ú e l a s los políticos de-
mocráticos cedieron repetidamente a la tentación de emplear
a los movimientos fascistas como ariete contra la amenaza co-
munista, tanto interior como exterior: ocurrió así en Italia en
1 9 2 2 , en Alemania en 1933 y en Munich en 1 9 3 8 , cuando
Chamberlain, consecuente con su política de «apaciguamien-
to» de Hitler, basada en la idea de que el nazismo era un mal
menor comparado con el comunismo, dio p o r buena la inva-
sión alemana de Checoslovaquia. A l g o parecido puede decir-
se del a p o y o de hecho que los gobiernos conservadores britá-
nicos dieron a Franco durante la Guerra Civil española.
4. El fascismo t u v o mucho que v e r con la «protección»
gangsteril: obtuvo dinero y a p o y o de sus clientes para defen-
derles de la amenaza comunista y sindicalista. Ello no signifi-
ca que tratara bien a su clientela, ni que ésta se identificara con
sus protectores. Para los fascistas, los burgueses a quienes de-
fendían eran unos seres cobardes y despreciables; para los
burgueses (empresarios, funcionarios, y profesionales) a quie-
nes los fascistas servían, éstos eran un mal menor; puestos a
escoger, los preferían a los comunistas, pero lo mejor hubiera
sido que desaparecieran ambos (como, a la larga, hicieron).
Hitler dijo: « N o s taparemos la nariz y entraremos en e'
Reichstag compitiendo con los católicos y los marxístas»
[Shirer (1960), p. 1 1 9 ] . Idénticamente, ios hombres de empre-
sa y los políticos conservadores alemanes e italianos, con tal
de evitar la amenaza socialista y comunista, estaban dispues-
tos a taparse la nariz y pactar con Hitler y con Mussolini.
5. El fascismo se desvaneció como fuerza política de pri-
mera magnitud en el momento en que la Revolución C o m u -
nista dejó de constituir una amenaza interna en cada país. A
partir de su derrota en la II Guerra Mundial, del fascismo sólo
quedaron regímenes residuales, como el de Franco y el de Sa-
lazar, que se fueron extinguiendo con la vida física de los dic-
tadores. Quienes han afirmado que el fascismo representaba
la última etapa del capitalismo, o que era inherente al capita-

330
IX. DEPRESIÓN Y TOTALITARISMO

lismo monopolista, tienen que explicar c ó m o , en la segunda


mitad del siglo XX y comienzos del x x i , el capitalismo sigue
pujante, aunque no sin serias crisis, habiendo el fascismo, sin
embargo, retrocedido enormemente. Es precisamente en la
fase de la más grave crisis capitalista de este periodo, la de los
setenta, cuando las dos reliquias del fascismo europeo (la por-
tuguesa y la española) desaparecen.

Quizá el elemento clave de la doctrina fascista sea el na-


cionalismo. Por eso resulta el fascismo tan inclasificable, p o r -
que el fascismo de cada país se adapta a las particularidades de
su historia y su sociedad; p o r definición, el fascismo no pue-
de ser universalista, c o m o lo es su reflejo cuasi simétrico, el
comunismo, de quien tantas otras cosas ha tomado. Además
de proveer al fascismo con una mística y una simbología, el
nacionalismo desempeña una función crucial para el fascismo:
la de desmontar el axioma fundamental del comunismo, que
es la lucha de clases, la premisa básica con que se inicia El ma-
nifiesto comunista. La doctrina nacionalista, presente en todo
credo fascista, afirma que la N a c i ó n es la unidad social supe-
r i o r a la que deben subordinarse los intereses de clase: o b r e -
ros y patronos deben relegar sus diferencias y trabajar a r m ó -
nicamente p o r el bien de la Nación, que es el de todos, el bien
común. Ello justifica, según la doctrina fascista, el control p o r
el Estado del mercado laboral (el rasgo económico básico del
totalitarismo) y la represión de los partidos y sindicatos «de
clase», expresión que casi siempre es sinónima, para los fascis-
tas, de socialista o comunista. Frente al internacionalismo
marxista («Proletarios de todos los países, unios»), la doctri-
na fascista opone la unión nacional de obreros y patronos en
los sindicatos verticales (de hecho controlados p o r el Estado).
Hay que señalar que, a pesar de estas claras diferencias doc-
trinales, en la práctica los sindicatos en los países comunistas
fueron bastante parecidos a los sindicatos fascistas, ya que los
sistemas comunistas también se caracterizaron p o r un férreo
control del mercado de trabajo.

33i
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

El caso de Italia es el locus classicus del fascismo, ya que


hasta la palabra es de origen italiano. Fascio, es decir «haz»,
era un símbolo utilizado en la antigua Roma (haz de varas r o -
deando un hacha) para significar que la unión hace la fuerza.
En la Italia contemporánea se utilizaba también la palabra fas-
cio en el sentido de grupo o banda de lucha, típicamente sin-
dical o de resistencia campesina; hasta Mussolini la palabra te-
nía un matiz más bien izquierdista. C o m o la svástika nazi o el
y u g o y las flechas falangistas, los símbolos fascistas no fueron
identificados con la extrema derecha hasta que fueron adop-
tados p o r los partidos totalitarios.
No parece casualidad que el «fascismo» sea una inven-
ción italiana. Italia se encontró atrapada en una compleja en-
crucijada al terminar la I G u e r r a Mundial. En primer lugar,
era un país en plena transición hacia la industrialización, con
todos los problemas y tensiones que esto entraña- emigración
masiva del campo a la ciudad, con el consiguiente choque
cultural para una alta proporción de la población y su «pro-
letarización»; nuevos y duros modos de vida, mayores ries-
gos, desgarros generacionales, amenaza constante del paro,
grandes y evidentes desigualdades sociales, etcétera. En se-
gundo lugar, el proceso de industrialización en Italia no se
había necho sin graves sobresaltos. Italia es u n o de los países
cuya banca se imbricó más tempranamente en el proceso de
industrialización, constituyendo uno de los ejemplos clásicos
de lo que se ha dado en llamar «banca mixta». Esto fue una
fuente interminable de problemas para la economía, porque
esta banca mixta mostró una tendencia crónica a la insolven-
cia en tiempos de depresión industrial, lo cual generó fre-
cuentes crisis y depresiones con sus secuelas de paro y ten-
sión social. En tercer lugar, la izquierda italiana tenía ya una
larga tradición de insurreccionismo y truculencia m u y carac-
terística de la Europa mediterránea. Italia, como España, tie-
ne una acendrada tradición milenarista y anarquista, a la que
no fueron ajenos los partidos izquierdistas más convenciona-
les, c o m o los socialistas, p o r la sencilla razón de que debían

332
IX. D E P R E S I Ó N Y T O T A L I T A R I S M O

adoptar esa retórica revolucionaria si querían conservar su


clientela.
Por añadidura, aunque Italia estuvo del lado de los ven-
cedores, la Guerra del 14 dejó un profundo poso de amargu-
ra en el país: la derrota de C a p o r e t t o a finales de 1 9 1 7 afectó
mucho al prestigio del ejército italiano dentro y fuera del país.
A esto se añadía el resentimiento de un país subdesarrollado
con un pasado glorioso e imperial, que se advertía retrasado
no sólo en el plano económico, sino también en el de la polí-
tica internacional, donde las realidades no se correspondían
con los recuerdos grandiosos de la Antigüedad y la Edad M e -
dia. Las ambiciones imperiales italianas [Federico (1998)] se
vieron frustradas p o r la indiferencia de las potencias « p l u t o -
cráticas» (léase Inglaterra, Francia y Alemania) que se repar-
tieron África y no le dejaron a Italia más que las migajas del
banquete colonial. Este desencanto generalizado estimuló
sentimientos nacionalistas y aventureros. En septiembre de
1919 el poeta Gabriele D'Annunzio, al frente de una pequeña
banda de aventureros, muchos de ellos ex combatientes, se
apoderó del puerto de Fiume (Rijeka en croata), en la penín-
sula de Istria, en Croacia, al sur de Trieste. Esta aventura r o -
cambolesca tuvo un enorme eco en Italia, donde despertó pa-
. siones nacionalistas, especialmente entre miembros de las
fuerzas armadas, y contribuyó a desprestigiar al sistema de-
mocrático, cuyos gobiernos a la postre, después de muchas
;

vacilaciones, pusieron fin militarmente a una aventura que se


k. había llevado a cabo pretendidamente para m a y o r gloria de la
I? nación italiana.
•i^ - El episodio dannunziano t u v o serias enseñanzas para el
H) reciente fundador de un movimiento nacionalista, un político
«|f muy furibundo y agresivo verbalmente, pero que aprendió el
valor de la cautela escarmentando en la cabeza ajena del p o e -
l l l l ta guerrero. Se trataba de un periodista que había militado
1gp destacadamente en las filas del Partido Socialista Italiano y
;

|||||hábía dirigido el más importante periódico del partido, Avan-


ÉÉj'en los años anteriores a la guerra, pero que durante ésta ha-

• 333
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

bía evolucionado hacia un nacionalismo virulento sin por eso


abandonar su retórica izquierdista: Benito Mussolini. Unos
meses antes de la conquista de Fiume por D'Annunzio, Mus-
solini había fundado en Milán lo que sería más tarde el Parti-
do Fascista, pero que, p o r el momento, se limitó a ser un vago
movimiento de lucha política, elfascio di combattimento, gru-
po de combate. Es sintomático que el local donde se creara
este movimiento tremebundo y pretendidamente revolucio-
nario fuera propiedad de un grupo de la Cámara de Industria
y C o m e r c i o milanesa. Mussolini iniciaba así esta larga histo-
ria de ambigüedad revolucionaiio-nacionalista-conservadora
que será característica de los movimientos fascistas.
En sus comienzos el Partido Fascista fue sobre todo un
conglomerado de bandas urbanas y rurales, compuestas en su
m a y o r parte p o r ex combatientes y desempleados, que servían
los intei eses de terratenientes e industriales atacando y aterro-
rizando a sindicalistas y militantes de izquierda. Gradualmen-
te el fascismo, bajo la iniciativa de Mussolini, fue adoptando un
programa y unas actitudes más moderados, que le fueron ha-
ciendo aceptable a los ojos de los políticos y de los responsa-
bles económicos. De todos modos, lo característico de los mo-
vimientos fascistas (la evolución del nazismo es m u y parecida
a este respecto) es la ambigüedad. Un ejemplo clásico es el de
su política económica: a la postre el fascismo italiano, como la
mayoría de los movimientos totalitarios, fue más bien interven-
cionista en economía [Cohén (1988)]. Sin embargo en sus años
de oposición, Mussolini emitió opiniones liberales y librecam-
bistas que le valieron el a p o y o de grupos económicos de ese
signo [Bientinesi (1999), p. 188]. Al fin y al cabo, fascistas y na-
zis se consideraban discípulos, entre otros, de Nietzsche y de
Bergson, filósofos del empuje vital y del irracionalismo: Mus-
solini fue de los primeros en aplicar los principios irracionalis-
tas a la política de masas.
También es característica del fascismo italiano (como lo
será del nazismo) la imitación consciente del gran enemigo (el
comunismo) y la actitud ambigua hacia éste. Son muchos los

334
IX. DEPRESIÓN Y TOTALITARISMO

paralelos entre los totalitarismos de derecha y los de izquier-


da: ambos rechazaban el sistema parlamentario «burgués»,
pero ninguno de los dos tenía fe en el potencial revolucionario
espontáneo del proletariado. En consecuencia, ambos ponían
la revolución en manos de un pequeño grupo de agitadores
profesionales. C o m o corolario de t o d o esto, ambos utilizaban
la violencia como «la partera de la Historia» (frase de Marx) y,
por lo tanto, condenaban el régimen parlamentario a ser de-
rrocado p o r la fuerza. Lenin aplaudió algunas de las decisiones
tomadas p o r el socialismo italiano bajo la influencia de M u s -
solini en los primeros años de la guerra. En lo que Mussolini
posteriormente se desvió de las doctrinas leninistas fue en su
adopción de un nacionalismo extremo, al tiempo que abando-
naba el pacifismo, en el último año de la guerra. Pero ello no
quitó para que siguiera siendo un admirador de la persona y
los métodos de Lenin, una vez éste en el poder, y para que t o -
mara del bolchevismo leninista la doctrina del partido único,
las técnicas del encuadramiento de masas, el mantenimiento de
instituciones formalmente democráticas (Parlamento, eleccio-
nes) falseadas y privadas de contenido, los emblemas simbóli-
cos (el fascio frente a la hoz y el martillo) y la doctrina del asal-
to al poder. Pero si el asalto al poder de Lenin fue un putsch, el
primer golpe de Estado del siglo X X , el de Mussolini, fue una
farsa, la célebre «Marcha s o b r e Roma», en que miles de fascis-
tas invadieron la ciudad pacíficamente para intimidar al rey y
a los políticos, mientras Mussolini se quedaba en Milán estu-
diando los acontecimientos y, días después, ante ¿1 éxito de la
operación, tomaba el tren Milán-Roma en coche cama.
mx En realidad, el fascismo y sus secuaces aspiraban a col-
v mar insatisfacciones parecidas a las que colmaba el comunis-
< mo: rechazo al parlamentarismo, a las oligarquías y plutocra-
| jjáas, al capitalismo y a la modernidad, aunque también con la
| ¿ambigüedad característica, pues la exaltación de los valores
S tradicionales era a menudo simultánea con un cierto futuris-
§pK>- Los fascistas siempre tuvieron admiración hacia su gran
Ifienemigo y rival, el comunismo, por su temprana toma del p o -

335
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

der, p o r su implacabilidad, p o r su poder absoluto, p o r la de-


monización de que era objeto p o r parte de las odiadas demo-
cracias, y, sobre todo, p o r haber convertido la U n i ó n Soviéti-
ca en una potencia mundial. Los españoles debemos recordar
que en 1 9 5 7 , cuando los rusos lanzaron al espacio el primer
satélite artificial, Franco manifestó que su éxito confirmaba y
justificaba la fe del dictador español en los regímenes autori-
tarios. Y a quien esto escribe, detenido p o r la policía franquis-
ta en 1956, un agente de la Brigada Político-Social le dijo lo si-
guiente: «Sabemos que eres socialista; sin embargo, tenemos
mucho en común, porque la Falange es lo mismo que el socia-
lismo, pero en cristiano». C o m o suele decirse, los extremos se
tocan.
El caso de Alemania es el que parece más difícil de enca-
jar en nuestra teoría del fascismo, p o r tratarse de un país in-
dustrializado y económicamente maduro. Sin embargo, la
excepcionalidad de Alemania en la Europa de la primera mi-
tad del siglo es evidente y ha sido ampliamente comentada y
estudiada. La quiebra de la democracia alemana en 1 9 3 3 fue
un hecho repetidamente anunciado y está bien claro que no
era el Partido Nacional-Socialista el único candidato a dar la
puntilla a la República de Weimar. El partido de Hitler fue
simplemente el mejor situado y mejor o r g a n U a d o para ha-
cerlo.
En primer lugar, hemos visto ya que los dos tipos más
puros y exitosos de fascismo se desarrollaron precisamente en
aquellos países que llegaron tarde a la mesa de las grandes na-
ciones europeas, es decir, en Italia y en Alemania. Sería inge-
nuo pensar que esto se deba a la casualidad. En ambos casos
los fascismos supieron explotar el resentimiento de un nacio-
nalismo que se creía relegado a un segundo plano p o r las po-
tencias tradicionales; en Alemania el nacionalismo se había
nutrido tradicionalmente de un complejo persecutorio contra
los países y grupos circundantes (además, p o r supuesto, de los
judíos), que habrían conspirado contra la unificación nacional
de los pueblos germánicos.

33«
IX. DEPRESIÓN Y TOTALITARISMO

Esta paranoia alemana se v i o exacerbada tras la derrota


en la I G u e r r a Mundial. En primer lugar, Alemania se rindió
en 1 9 1 8 sin haber sido vencida en una gran batalla, ni su ejér-
cito aniquilado, ni su territorio invadido. Sin embargo, su cre-
ciente debilidad militar, la derrota de sus aliados y las escase-
ces y los problemas económicos, que afectaron tanto a las
fuerzas armadas como a la población civil, hicieron patente la
inevitabilidad de la caída, causaron la desmoralización del
ejército y dieron lugar a conatos revolucionarios en las fuer-
zas armadas (en particular en la Marina) y en varias ciudades
importantes del país, c o m o Berlín y Munich. Ello dio lugar a
la versión ampliamente difundida de que Alemania había sido
«apuñalada p o r la espalda» p o r pacifistas, demócratas, comu-
nistas y judíos. En segundo lugar, el sistema político alemán
había sido autoritario y elitista desde que se unificó nacional-
mente c o m o imperio (el «II Reich»; el «I Reich» habría sido
el Sacro Imperio R o m a n o Germánico) en 1 8 7 1 , e incluso des-
de antes, especialmente en el reino alemán más importante,
Prusia. Su Parlamento era elegido p o r sufragio restringido,
que daba representación desproporcionada a las clases altas
(en especial a los grandes terratenientes de la Prusia Oriental,
los famosos junkers); su sociedad, pese a la reciente industria-
lización, era m u y clasista, con predominio de los valores aris-
tocráticos y militares. Estos dos factores conjuntamente (la
«puñalada en la espalda» y la tradición autoritaria) hicieron
que la recién nacida democracia, materializada en la Repúbli-
ca de Weimar, fuera vista con hostilidad y desprecio p o r am-
plios sectores de la población y, en especial, p o r dos grupos de
importancia crucial: el ejército y la burocracia. La I Repúbli-
ca Alemana, fundada tras una derrota militar en medio de una
situación revolucionaria, fue aceptada sin entusiasmo p o r la
población, en ocasiones gobernada y dirigida p o r ex monár-
quicos, y vivió bajo la constante amenaza de un golpe militar.
O t r o factor más a tener m u y en cuenta para comprender
la especialidad del caso alemán fue el trato duro y humillante
a que la sometieron los aliados en el Tratado de Paz de París.

337
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

Los aliados fueron duros con Alemania p o r una serie de razo-


nes ya vistas en capítulos anteriores, que a algunos pueden pa-
recerles justificativas, pero que a la mayoría de alemanes no se
lo parecieron. Los franceses no habían olvidado la derrota en
la guerra Franco-Prusiana de 1 8 7 1 , ni las duras condiciones
impuestas entonces p o r Bismarck (véase el cap. VI), ni la hu-
millación de que la investidura del kaiser tuviera lugar en el
salón de los espejos del Palacio de Versalles. Los franceses y
los belgas tenían una razón más de resentimiento: la Gran
Guerra t u v o a Francia y a Bélgica como principales campos
de batalla en el frente occidental. Alemania, como hemos vis-
to, se rindió antes de ser invadida; cuando las delegaciones
aliadas entraron en Alemania se encontraron con un país in-
tacto (aunque hambriento) mientras franceses y belgas recor-
daban sus campos devastados y sus ciudades destruidas. El
deseo p o r parte de los francófonos de que Alemania les com-
pensara p o r las destrucciones era comprensible.
Las potencias anglosajonas estaban movidas más por razo-
nes económicas y de cálculo político, pero el resultado era el
mismo. Se trataba de incapacitar a Alemania para que no volvie-
ra a sus ambiciones hegemónicas y expansionistas: para ello ha
bía que debilitarla económicamente, recortarla geográficamen-
te, y aislarla políticamente. Por todas estas razones, el Tratado
de Versalles no sólo preveía la devolución a Francia de Alsacia-
Lorena, sino también considerables cesiones territoriales, una
gran reducción en las fuerzas armadas, aislamiento diplomático
y, sobre todo, un volumen de reparaciones de guerra imposible
de pagar a corto plazo, como ya vimos antes (cap. VI)
La economía alemana no salió materialmente m u y daña-
da de la guerra: su capital físico quedó prácticamente intacto.
El problema económico de la inmediata posguerra fue más
organizativo que material. Alemania t u v o m u y grandes difi-
cultades en volver a la normalidad tras las hostilidades, p o r las
razones políticas que hemos visto y p o r otras, financieras y
diplomáticas. Las duras condiciones del Tratado de Versalles
causaron graves problemas políticos a los gobiernos de iz-

338
IX. DEPRESIÓN Y TOTALITARISMO

quierda salidos de las elecciones de 1 9 1 9 , que se vieron acusa-


dos de debilidad ante los aliados p o r los partidos de derecha.
El primer gobierno de la República de Weimar, el del socialis-
ta Philip Scheideman, dimitió para no firmar el Tratado de
Versalles. La situación de estos gobernantes era m u y c o m p r o -
metida, entre la espada de los aliados vencedores, que les acu-
saban de no cumplir el tratado, y la pared de la derecha nacio-
nalista, que les reprochaba su debilidad ante las potencias
extranjeras (y recientemente enemigas). En realidad, el trata-
do, en lo relativo a las reparaciones, era de imposible cumpli-
miento a corto plazo. Impacientes ante los retrasos en los pa-
gos, los aliados lanzaron frecuentes ultimátums, hasta que,
decidida a tomarse la justicia p o r su mano, Francia, secunda-
da por Bélgica, invadió el Ruhr, a principios de 1 9 2 3 . Ya v i -
mos que ante tal situación, el gobierno alemán (en aquel m o -
mento el canciller era Wilhelm C u n o , h o m b r e negocios con
apoyo socialista) optó p o r una política de resistencia pasiva,
recomendando a empleados públicos y privados la huelga de
brazos caídos. Esta resistencia pasiva, aunque contaba con el
apoyo de la gran mayoría del público y sin duda era honrosa
y gallarda, resultaba también m u y cara, porque a los huelguis-
tas había que mantenerlos, y la producción perdida había que
suplirla con importaciones. Para financiar el déficit cons'
guiente el gobierno recurrió al papel moneda, lo cual dio l u -
gar a la gran inflación alemana que vimos en el capítulo VIII.
La inflación produjo la i uina de una gran parte de la p o -
blación y el enriquecimiento de u n o s pocos. La situación se
hizo tan desesperada que el canciller C u n o dimitió: el n u e v o
gobierno, presidido p o r Gustav Stresemann, decidió abando-
nar la resistencia pasiva; inmediatamente después se introdu-
jo: el plan de estabilización (el plan rentsnmark), que se llevó
áicabo en noviembre con pleno éxito y devolvió al marco la
convertibilidad en oro. Fue en esos momentos cuando Hitler
decidió dar un golpe en Munich (el putsch de la cervecería)
para hacerse con el poder. El golpe fracasó miserablemente,
pero el nombre de Hitler empezó a sonar en Alemania.

339
L O S ORÍGENES DEL SIGLO X X I

Lo cierto es que desde el final de la guerra hasta noviem-


bre de 1923 los desórdenes en Alemania se convirtieron casi en
una rutina. Ya hemos visto que el fin de la contienda coincidió
con un movimiento insurreccional y huelguista en el ejército y
en la sociedad, con la abdicación y huida del kaiser y con la
proclamación de la República. Los dos levantamientos más
fuertes tuvieron lugar en Berlín y Munich a principios y me-
diados de 1 9 1 9 , espartaquista y socialista respectivamente, y se
saldaron con sendas matanzas. En marzo de 1 9 2 0 varias co-
lumnas del ejércúo se apoderaron de Berlín en contravención
de la más elemental disciplina militar. Su objetivo era instaurar
un gobierno de derecha. Fue el llamado «.putsch de Kapp», que
fracasó, pero muchos de cuyos participantes fueron premiados
con puestos en el ejército republicano. Sin embargo, la insu-
rrección proletaria que tuvo lugar simultáneamente en la cuen-
ca del R u h r fue reprimida de manera sangrienta. Los comunis-
tas se veían presionados p o r los rusos soviéticos, impacientes
p o r que se cumpliera la profecía de Lenin y Trotski acerca de
la inminencia de la revolución alemana. Así, en marzo de 1921
tuvo lugar una nueva insurrección en los feudos comunistas de
Sajonia y Hamburgo, que también fue reprimida con gran vio-
lencia. Ello no fue óbice para que dos años y medio más tarde,
en el otoño de 1923, aprovechando el descontento causado por
la inflación, se repitiera la insurrección en los mismos lugares,
de fuerte implantación comunista. Pero la derecha no perma-
necía inactiva: p o r un lado, en septiembre había tenido lugar
una intentona de unas unidades militares semisecretas (organi-
zadas en violación de las limitaciones impuestas p o r el Trata-
do de Versalles) a las que se llamaba el «ejército negro». Por
otro, en Munich, a principios de noviembre, Hitler, con el
a p o y o del héroe de guerra general Erich v o n Ludendorff, lle-
vó a cabo el tragicómico intento de golpe de Estado de la cer-
vecería, que se saldó con una veintena de muertos y puso al
caudillo nazi entre rejas p o r unos meses.
Este fue el canto del cisne del periodo insurreccional. La
Revolución Comunista alemana, tan esperada y anunciada en

34°
IX. DEPRESIÓN Y TOTALITARISMO

Rusia, no llegó a tener lugar. La reforma monetaria de n o -


viembre de 1923, que terminó con la inflación, y el final de la
ocupación francesa en 1 9 2 5 fueron seguidos de unos años de
relativa paz y positiva prosperidad. Hasta 1929 Alemania co-
noció una vigorosa recuperación económica, en gran parte fa-
cilitada p o r fuertes importaciones de capital estadounidense,
que permitieron equilibrar una balanza de pagos fuertemente
lastrada p o r las transferencias que las reparaciones exigían. La
recuperación política no fue tan brillante: el Parlamento ale-
mán, elegido por el método proporcional, era un rompecabe-
zas de partidos minoritarios del que resultaba m u y difícil o b -
tener gobiernos estables.
Pero la corta era de prosperidad terminó incluso antes
del famoso jueves negro de Wall Street. H u b o una recesión en
1927; la economía alemana era m u y frágil p o r su dependencia
del capital extranjero y p o r la sangría constante que implica-
ban las reparaciones. C u a n d o la crisis de Wall Street cortó la
espita del capital estadounidense, la crisis y las tensiones s o -
ciales volvieron. Ya en m a y o de 1 9 2 9 había tenido lugar un
ebnato de insurrección comunista en Berlín, el llamado blut-
mai, mayo de sangre, que presenció varios días de batalla con
la policía y varias decenas de muertos. Los desórdenes calle-
jeros se recrudecieren a partir de entonces entre las milicias
derechistas (nu sóio nazis) y las izquierdistas, con la policía
por lo general favoreciendo a las primeras. La polarización
social se manifestó en las elecciones de septiembre de 1 9 3 0 ,
donde los comunistas pero, sobre todo, los nazis, aumentaron
considerablemente su representación parlamentaria. La pola-
rización política, la tensión social y la violencia callejera au-
mentaron progresivamente. En abril de 1 9 3 2 Hitler compitió
con el mariscal Paul v o n Hindenburg, héroe máximo de la
Gran Guerra, p o r la presidencia de la República y, aunque fue
derrotado p o r éste, le obligó a presentarse a una segunda vuel-
<tá, demostrando que el líder de la extrema derecha se había
convertido en un político de talla nacional. P o c o después, en
I septiembre del mismo año, el Partido Nazi ganaba unas elec-
é.
L O S O R Í G E N E S DEL S I G L O X X I

ciones anticipadas y los comunistas también aumentaban con-


siderablemente su representación. El terreno estaba así prepa-
rado para la llegada de Hitler a la cancillería, pese a la resisten-
cia de la clase política, que lo ensayó todo para impedir que el
jefe del partido más votado formara gobierno.
Parece claro que la subida al poder de Hitler no estuvo
unánimemente apoyada p o r el gran capitalismo alemán (aun-
que tampoco contó con su oposición), como ha mostrado
Taylor [(1972)], lo cual, como señala el propio Taylor, parece
natural p o r q u e no eran los grandes magnates los que más te-
nían que temer de la depresión y porque el «socialismo» de
los nacional-socialistas les asustaba. Esto se lo hicieron saber
repetidamente a Hitler Emil Kirdorf y otros miembros del
llamado «grupo Keppler», comité de empresarios que aseso-
raban a los nazis. Hitler era consciente de esto, y puede decir-
se que en consecuencia decidió situarse en el ala derecha de su
partido y, con característica ambigüedad, hacer repetidas afir-
maciones en público y en entrevistas privadas, en el sentido de
que su partido no era socialista. Más tarde, una vez en el po-
der, Hitler se revolvió sangrientamente contra la izquierda de
su partido en la macabra «noche de los cuchillos largos» (30
de junio de 1934), en que Gregor Strasser, el jefe más socialis-
ta del Partido Nacional-Socialist?., y F m s t Roehm, jefe de las
SA, la milicia de' partido, y sus más eslrechos colaboradores,
fueron asesinados p o r ias SS (la milicia de élite) para compla-
cer al ejército, que veía un rival y una amenaza en las SA, y a
las fuerzas conservadoras, que consideraban a Roehm y Stras-
ser c o m o unos peligrosos revolucionarios [Shirer (1960), pp,
1 2 7 - 1 2 8 , 2 1 3 - 2 2 6 ; N y o m a r k a y (1972)]. El hecho es que el
partido de Hitler estaba basado en el equívoco de llamarse so-
cialista y a la vez presentarse como enemigo de la izquierda.
En condiciones normales o seminormales esta duplicidad lo
hubiera reducido al carácter de secta que t u v o durante sus pri-
meros diez años. Sin embargo, con la crispación social y la
polarización del v o t o que tuvo lugar en la Alemania de los
treinta como consecuencia de la depresión, la ambigüedad era

342
IX. DEPRESIÓN y TOTALITARISMO

una gran baza. A l i e n ó a una parte de las clases altas y de las


grandes empresas, aunque desde luego no a todas, ya que
Thyssen, Schacht, V o n Schroeder, Kirdorf y varios aristócra-
tas (sobre todo amigos de Goering) lo apoyaron. Pero a cam-
bio de perder estos a p o y o s en las altas esferas, a partir de
1930, logró el v o t o de una gran parte de la clase obrera, de
agricultores, de las clases medias bajas y de pequeños y m e -
dianos empresarios [Shirer (1960), pp. 1 3 5 - 1 4 9 ; Payne (1987),
pp. 5 7 - 6 1 ; Turner (1985)].
No puede, evidentemente, aceptarse la versión simplis-
ta originada en la C o m i n t e r n de que Hitler fue un «agente»
del gran capital alemán, aunque sea cierto que a la larga su
política beneficiara mucho a esta clase (tanto que Krupp, que
inicialmente se opuso a Hitler, se convirtió en su partidario
entusiasta tras alcanzar éste el poder). En la agitada A l e m a -
nia de 1 9 3 2 había varios partidos de derecha que se disputa-
ban el papel de salvadores del país de la amenaza marxista; el
Partido Nazi era quizá el que menos atraía a los grandes em-
presarios p o r su descarada demagogia; pero fue precisamen-
te esa demagogia lo que le permitió convertirse en el partido
más v o t a d o a partir de julio de 1 9 3 2 , lo cual contribuyó a
que, pese a la resistencia de las clases altas, acabase siendo
aceptado como un mal m e n o r en enero de 1933 y nombrado
canciller p o r Hindenburg. La realidad es que la Alemania de
1 9 3 2 - 1 9 3 3 era un país difícilmente gobernable. El Parlamen-
to estaba fragmentado y crecientemente polai izado, con la
extrema derecha y la extrema izquierda (nazis y comunistas,
dos partidos anti sistema) convertidos en los partidos prime-
ro y tercero p o r n ú m e r o de diputados, con los socialistas en
segundo lugar. El normal desarrollo de un gobierno parla-
mentario resultaba imposible en estas condiciones políticas y
con los desórdenes crecientes en la calle a medida que au-
mentaba el desempleo y bajaban los salarios. Tras asumir la
cancillería, Hitler c o r t ó el n u d o gordiano asumiendo p o d e -
res dictatoriales y prescindiendo del Parlamento; pero ya sus
¡.predecesores en el cargo de canciller, Von Papen y Von

343
L O S ORÍGENES DEL SIGLO X X I

Schleicher, habían solicitado al presidente Von Hindenburg


poderes extraordinarios para gobernar sin el Parlamento, po-
deres que éste se resistió a conceder. Hitler fue más astuto: se
los t o m ó él mismo después de alcanzar la cancillería.
El fascismo español tiene rasgos propios. En primer lu-
gar, no llegó aquí al poder una vez, sino dos: con el general Mi-
guel Primo de Rivera en 1923 y con el general Francisco Fran-
co en 1936. En segundo lugar, el fascismo no alcanzó el poder
p o r medios legales, como en Italia o en Alemania, sino más
bien p o r procedimientos de reconocido arraigo en la sociedad
española: el pronunciamiento y la guerra civil. En tercer lugar,
el fascismo no fue un movimiento de masas, como lo fue sobre
todo en Alemania, sino el ideario de pequeños grupos de cu-
yas ideas y modos se apropiaron dos generales que encabeza-
ron sendos golpes de Estado simplemente autoritarios. Por lo
tanto, el fascismo español tiene un carácter híbrido de dictadu-
ra militar y de fascismo propiamente dicho. Sin embargo, io
que nos interesa aquí no es tanto la pureza doctrinal o la asig-
nabilidad a un tipo ideal weberiano cuanto la función históri-
ca desempeñada p o r este movimiento de carácter autoritario,
fascista, militar o como queramos designarlo.
El caso es que la función del Ejército en la España del siglo
XX tiene un cariz tan marcadamente autoritario y antidemo-
crático que m u y bien puede atribuírsele el papel que los par-
tidos fascistas han desempeñado en otros países. A primera
vista esto puede parecer sorprendente, porqtie en España el
Ejército tuvo en el siglo X I X un claro carácter liberal. ¿Cuán-
do se produjo esa mutación que cambió la orientación políti-
ca del ejercito español de la izquierda a la derecha? Se produ-
jo durante el «Sexenio Revolucionario» que se inició en 1868,
sobre t o d o durante los levantamientos cantonalistas de 1873
y 1 8 7 4 . El h o r r o r a la indisciplina de la tropa que, solivianta-
da p o r la propaganda anarquista, humilló con frecuencia y
publicidad a numerosos oficiales, p r o d u j o tal repulsa en los
mandos que a partir de entonces p o r generaciones se mantu-
vieron desconfiados ante los movimientos populares de carác-

344
IX. DEPRESIÓN Y TOTALITARISMO

ter izquierdista [Headrick ( 1 9 8 1 ) ] . Esta desconfianza se v i o


acentuada p o r los sonoros fracasos militares de 1898 en C u b a
y Filipinas y más tarde en Marruecos a partir de 1909 [Boyd
(1990)]. A esta desconfianza hacia los movimientos de i z -
quierda se añadió el rechazo que en el ejército producían los
crecientes movimientos de nacionalismo regional que se desa-
rrollaron desde finales del siglo X I X especialmente en Catalu-
ña y, más tarde, en el País Vasco, ya que las fuerzas armadas se
veían, desde la Guerra de Independencia, como el baluarte de
la unidad nacional. La izquierda, p o r supuesto, reaccionó ante
estas actitudes castrenses con un firme sentimiento antimili-
tarista que no hacía sino exacerbar el reaccionarismo del ejér-
cito, el cual se arrogó cada v e z más el papel de defensor del
orden establecido y la unidad de la patria. La impopularidad
de las quintas y de la guerra de Marruecos había producido
otro gran episodio de antagonismo entre la izquierda y el
ejército: la Semana Trágica.
Por otro lado, en España, al igual que en otros países eu-
ropeos, el crecimiento económico, que se hace más perceptible
a principios del siglo X X , había introducido un dinamismo s o -
cial que dio al traste con el precario equilibrio político que se
había logrado con la Restauración. La alternancia de los parti-
dos liberal y conservador (el llamado «turno pacífico»), que
había caracterizado este sistema, se v i n o abajo poco a poco.
Los dos artífices del sistema habían muerto en t o r n o al fin de
siglo (Cánovas en 1897, Sagasta en 1903); pero más importan-
te que eso fue la aparición de nuevas fuerzas: republicanismo,
socialismo, anarquismo, catalanismo, que rompieron el d u o -
polio de los partidos tradicionales, que a su vez se fragmenta-
ron en diferentes tendencias y facciones tratando de atender a
fas demandas cada vez más complejas de nuevos grupos socia-
les. C o n esta fragmentación política disminuyó la gobernabi-
lidad del país y aumentó la añoranza del autoritarismo.
Además, la violencia política se hizo endémica, en gran
parte por la fascinación que el magnicidio fue adquiriendo en-
tre los anarquistas, y la respuesta despiadada de las organiza-

345
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

ciones patronales y de la policía. La guerra entre pistoleros


anarquistas y antianarquistas, con intervención frecuente de la
policía a menudo brutal, se hizo endémica en Barcelona. La si-
tuación de esta población durante estas primeras décadas del
siglo la convirtió en una de las ciudades más violentas del
mundo. Nada tiene de extraño que el golpe militar de 1923 ru-
viera como protagonista al capitán general de Cataluña, ya que
las clases altas y medias de esta ciudad llevaban mucho tiempo
exigiendo medidas autoritarias contra la violencia y la subver-
sión. Barcelona no era el único foco de malestar, aunque sí el
más intenso. A la huelga general revolucionaria de julio de
1 9 1 7 siguió en llamado «Trienio Bolchevique» en 1 9 1 9 - 1 9 2 1 .
La Revolución Rusa tuvo un fuerte eco entre la izquierda es-
pañola: anarquistas y socialistas la acogieron con júbilo, la
apoyaron y, en 1 9 2 0 - 1 9 2 1 , trataron de adherirse a la Comin-
tern, siendo sin embargo repudiados por los rusos. En vista de
esto, el P a r a d o Socialista se escindió en 1921 y su ala izquier-
da f o r m ó el Partido Comunista, sin excesivo eco entre los
obreros, pero en estrecha colaboración con Moscú. A u n q u e la
actividad revolucionaria y la violencia cesaron algo en 1920 y
1 9 2 1 , retornaron en 1 9 2 3 , en vísperas del golpe de Primo de
Rivera [Meaker (1974), caps. 7, 8 y 9].
Para la economía española la crisis de la posguerra fue
larga y prolongada. La neutralidad durante la I G u e r r a Mun-
dial había converddo a España en un exportador privilegiado
de materias primas, de aumentos y de productos manufactu-
rados. Al acabar la guerra la baja de los precios se dejó sentir
m u y fuertemente en todos los sectores y provincias, pero Ca-
taluña y el País Vasco, las regiones más industriales, fueron las
más afectadas: las sonadas quiebras del Banco de Barcelona en
1 9 2 0 y del Crédito de la Unión Minera, de Bilbao, en 1925,
son claras consecuencias de la crisis.
A todos estos factores políticos y económicos debe aña-
dirse el profundo malestar interno de los propios militares,
agudizado tras las derrotas de 1 8 9 8 y, más recientemente, en
A n n u a l , Marruecos, en 1 9 2 1 . Las recriminaciones, el resque-

34"
IX. D E P R E S I Ó N Y T O T A L I T A R I S M O

m o r hacia las críticas emitidas desde la izquierda, la aparición


de organizaciones político-gremiales en el ejército (las « j u n -
tas»), la constitución de un grupo considerado de élite, parti-
dario de proseguir la reconquista de Marruecos (los «africa-
nistas»), la presión p o r parte de círculos conservadores en
favor de una intervención militar en la política, la actitud am-
bigua (o favorable) del rey hacia esa idea, fueron todos facto-
res que contribuyeron a que, finalmente, en septiembre de
1 9 2 3 , Miguel Primo de Rivera, capitán general de Cataluña,
llevara a cabo un pronunciamiento a la usanza iradiciojinl y,
con la anuencia real, se proclamara dictador.
La Dictadura de Primo de Rivera no fue estrictamente
fascista, aunque el propio Alfonso XIII le definiera como «mi
Mussolini» durante una visita a Italia. El manifiesto progra-
mático de septiembre de 1 9 2 3 no tenía nada de propiamente
fascista: era más bien característico de un golpe autoritario.
Los intentos del dictador de crear un partido de masas a imi-
tación de Mussolini fueron p o c o insistentes y no llegaron a
dar los resultados apetecidos. También estaba claro desde el
manifiesto de 1923 que Primo de Rivera concebía la Dictadu-
ra como una intervención ocasional, destinada a poner fin a
una situación de deterioro y amenaza revolucionaria y sepa-
ratista, pero que debía dar paso a una paulatina normaliza-
ción. Sin embargo, es claro que la intervención de Primo tenía
de común con la de Mussolini un año antes el fijarse c o m o
objetivo poner fin a una situación de desorden potencialmen-
te revolucionaria, con el « p o y o de la burguesía, la Iglesia, el
Ejército e incluso una parte importante de la clase política. Es
decir, que tenía como objetivo primordial hacer frente a la p o -
sible revolución estimulada e inspirada p o r la bolchevique y
avivada p o r la crisis de la posguerra. El otro gran objetivo era
poner fin al desprestigio del ejército acallando los procesos
oficiales y las investigaciones parlamentarias.
Mucho más claramente fascista y anticomunista fue la re-
belión de los generales Mola y Franco en 1936. A u n q u e la cri-
sis económica no alcanzó en España las magnitudes que en A l e -

347
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

manía o en Estados Unidos, la situación política, económica y


social parecía en 1936 mucho más alarmante para gran parte del
ejército y de las clases altas y medias que nunca anteriormente.
Acababa de triunfar en las elecciones el Frente Popular, la gran
coalición de izquierda que incluía a los comunistas, aunque el
gran partido del Frente fuera el Socialista. H a y que tener en
cuenta que este partido había sufrido un proceso de radicaliza-
ción durante la República y que jugaba con la ambigüedad de
presentarse a la vez como reformista y como revolucionario.
En el clima crispado de los años treinta, la retórica, al menos,
era revolucionaria. Muchos socialistas habían participado, me-
nos de dos años antes, en la violenta «Revolución de Asturias»,
organizada en gran parte p o r uno de los líderes hasta entonces
del socialismo moderado, Indalecio Prieto; la otra gran figura
del socialismo gradtialista, Francisco Largo Caballero, se enva-
necía esos años de ser considerado «el Lenin español». La vio-
lencia en las calles españolas se había hecho endémica durante
la primavera de 1936. La «amenaza comunista» estaba en boca
de todos los conservadores del momento y era una de las obse-
siones del propio Franco.
Por otra parte, sin duda estimulados y fomentados por la
situación y financiados por banqueros y hombres de negocios,
habían aparecido varios v i u p o s de corte fascista en España,
desde los Legionarios del Doctor Albiñana, hasta el grupo de
extrema derecha Renovación Española, pasando, por supuesto,
p o r la Falange Española de José A n t o n i o Primo de Rivera, las
Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista de Ramiro Ledesma
Ramos y la Renovación Nacional de José C a l v o Sotelo. Los
contactos de estos grupos con los conspiradores miliiares du-
rante los meses que precedieron al alzamiento son bien conoci-
dos, y las simpatías de muchos de los oficiales que organizaron
el golpe de julio de 1 9 3 6 p o r estas ideologías de extrema dere-
cha son bien conocidas: eran los llamados «generales azules».
Pero no es sólo esto: «Salvar a la Patria del Comunismo»
se convirtió en la justificación primordial del pronuncia-
miento de los generales, que inmediatamente después del al-

348
IX. DEPRESIÓN Y TOTALITARISMO

zamiento bautizaron a todos los republicanos o constitucio-


nalistas como «rojos», definiéndose ellos a sí mismos c o m o
«nacionales». El anticomunismo fue la constante fundamen-
tal de la ideología oficial del régimen de Franco desde su
principio en 1936 hasta su fin en 1975, y el fascismo (falangis-
mo) fue la doctrina oficial durante largo tiempo. Es sabido
que Franco fue un admirador del régimen fascista de M u s s o -
lini, p o r el que sintió más simpatía que p o r el de Hitler, an-
tes, durante y después de la Guerra Civil. A u n q u e es natural
que a partir de 1945, tras la derrota de los regímenes fascista
y nazi, Franco insistiera menos en el carácter falangista de su
régimen, nunca repudió el falangismo y recurrió repetida-
mente a políticos falangistas, incluso en las postrimerías de su
vida y su gobierno.
El caso portugués tiene características híbridas y origina-
les. La amenaza comunista en el Portugal de los años veinte
era difusa, como en España. En 1 9 1 0 una revolución d e m o -
crática había derribado la monarquía secular portuguesa y ha-
bía dado lugar a un régimen republicano que se caracterizó
por el faccionalismo y 1?. inestabilidad política. En 1 9 1 7 , a
causa de las tensiones económicas y sociales provocadas p o r
la Gran Guerra, el comandante Sidónio Pais lanzó un p r o -
nunciamiento que dio paso a una dictadura militar. Un año
después Pais era asesinado, pero los gobiernos republicanos
que le sucedieron tuvieron que enfrentarse con el creciente
desorden causado por la crisis de posguerra.
En medio de un clima de inestabilidad y desórdenes, la
clase política portuguesa fue polarizándose entre una izquier-
da con simpatías revolucionarias y una derecha integrista y
nacionalista, influida p o r la derecha francesa y admiradora de
Mussolini y Primo de Rivera. Había varios grupos de extre-
ma derecha, casi todos confesionalmente católicos, a u n o de
los cuales pertenecía un prestigioso profesor de Hacienda P ú -
blica de la Universidad de Coimbra, el doctor A n t o n i o de
¡Oliveira Salazar. Estos grupos de derecha cortejaban a los mi-
litares, muchos de los cuales, recién llegados de la Guerra

349
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

Mundial con el halo y el prestigio de los vencedores, tenían


ambiciones políticas. En 1 9 2 6 el general G o m e s da Costa dio
un golpe de Estado m u y parecido al de Primo de Rivera tres
años antes, de carácter más militar tradicional que fascista.
C o m o el de P r i m o de Rivera, el golpe de Gomes da Costa se
justificó p o r la necesidad de p o n e r fin a la subversión y al
desorden público. La influencia fascista, sin embargo, fue in-
filtrándose gradualmente. El régimen militar tuvo serios p r o -
blemas de rivalidades y de incompetencia. El problema presu-
puestario resultó iusoluble pitra los militares, que terminaron
p o r llamar a Salazar, político ya prestigioso p o r entonces, en
1 9 2 8 , para ocupar la cartera de Hacienda. El descontrol ha-
cendístico había estado a punto de poner a Portugal en la hu-
millante posición de tener que aceptar una comisión de la So-
ciedad de Naciones que inspeccionase y vigilase las cuentas de
su Hacienda a cambio de un crédito.
El éxito de Salazar en el desempeño de su misión en Ha-
cienda y su astucia política pronto le convirtieron en el hombre
fuerte del régimen. Bajo la presidencia del mariscal Óscar Car-
mona, Salazar terminó p o r ocupar el puesto de primer minis-
tro en 1932, aunque llevara ya varios años tomando las princi-
pales decisiones políticas. El sistema que implantó Salazar (que
generalmente se definió como O Estado Novo) tenía muchos
rasgos fascistas. Era una dictadura de hecho, con prohibición
de partidos políticos y sindicatos libres, con censura de prensa
y policía política y con una serie de otros sigilos fascistas: fuer-
te intervención estatal en la vida económica, marcado compo-
nente corporativista, control estrecho del mercado de trabajo,
un partido único con el nombre de Unido Nacional, un movi-
miento juvenil de corte fascista, la Mocidade Portuguesa (Ju-
ventud Portuguesa), parecido al Frente de Juventudes español
o a las Juventudes Hitlerianas, con sus uniformes y su saludo a
la romana. C o m o el fascismo mussoliniano, el salazarista fue
imponiéndose gradualmente; comenzó a partir de 1928. Tam-
p o c o fue exactamente producto de un golpe militar, como ha-
bía ocurrido con el régimen de Primo de Rivera. Por supuesto,

35°
IX. DEPRESIÓN Y TOTALITARISMO

el triunfo de Salazar se debió tanto a su popularidad como p o -


lítico hábil y hacendista competente cuanto al apoyo que le
prestaron las clases conservadoras: alta burguesía, terratenien-
tes, hombres de negocios, financieros, Iglesia y el propio ejér-
cito, aunque éste permaneciera siempre dividido. Salazar p r o -
curó que el presidente de la República, figura que en el Estado
Novo era casi totalmente decorativa, fuera un militar de alta
graduación, precisamente porque sabía que debía atraerse el
apoyo de las fuerzas armadas. Además, la ideología salazarista,
machaconamente repetida p o r todos los medios de difusión y,
por supuesto, en sus discursos y declaraciones, tenía los carac-
terísticos rasgos fascistas: nacionalismo, autoritarismo, c o r p o -
ratismo y, sobre todo, anticomunismo, lo cual constituía su
gran atractivo para los grupos conservadores que prestaban
apoyo al régimen y que no confiaban en que un régimen de li-
bertad pudiera mantener a raya a los partidos revolucionarios.
C o m o es bien sabido, el Partido Comunista Portugués estuvo
a punto de hacerse con el poder tras la «Revolución de los Cla-
veles», que en 1974 acabó con el régimen postsaiazarista, lo cual
sugiere que los conservadores anticomunistas portugueses no
andaban totalmente descaminados en el recelo que les inspira-
ba la democracia.
En los estados sucesores del Imperio Austro-Húngaro se
daban todas las condiciones favorables para el desarrollo del
fascismo: crisis económicn, nacionalismo incipiente, frustra-
ción posbélica, conflictos étnicos e inestabilidad política. A
ello se añade un factor geográfico importantísimo: ia vecindad
de la U n i ó n Soviética. Nada tiene de extraño que florecieran
este tipo de movimientos, con la particularidad de que en más
de uno de estos pequeños países se diera un alto número de
grupúsculos y líderes fascistas. Es notable, sin embargo, que
esta acumulación de condiciones no sólo produjera una flora-
ción de partidos fascistas, sino la aparición de competidores en
la figura de partidos y gobiernos autoritarios que cumplieron
la función de baluarte anticomunista y a menudo mantuvieron
a los partidos más estrictamente fascistas fuera del poder.

35i
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

En Hungría, al terminar la Guerra Mundial y encontrar-


se el gobierno recién instalado con las durísimas —para ellos,
inaceptables— condiciones del Tratado de Trianón, dimitió y
el poder pasó a un gobierno socialista-comunista c u y o prin-
cipal ministro (aunque no primer ministro) era el famoso Béla
K u n . Este gobierno revolucionario d u r ó sólo cuatro meses,
tiempo en el que trató de hacer una revolución a la soviética
mientras combatía con Rumania intentando recuperar la per-
dida Transilvania. Fracasó en ambas cosas, ya que los ruma-
nos invadieron Hungría y derrotaron a los comunistas, de los
que unos murieron y otros se refugiaron en Rusia. El recuer-
do de los excesos del régimen de Béla K u n (el «terror rojo»)
contribuyó a las venganzas de los derechistas (el «terror blan-
co»), mientras el Parlamento proclamaba una Monarquía sin
Rey, invistiendo al almirante Miklós H o r t h y con el cargo de
regente. H o r t h y fue un jefe de Estado conservador y autori-
tario que se mantuvo en el poder hasta 1 9 4 4 y proporcionó un
símbolo de estabilidad a un país convulsionado p o r los avata-
res del periodo de entreguerras y las especiales condiciones
húngaras.
Entretanto se habían ido desarrollando una serie de gru-
pos de extrema derecha, con una ideología de un nacionalis-
mo extremo, fuertemente antisemita, pero a la vez igualitaria,
socialista y revolucionaria. Varios de estos grupos o partidos
se llamaban nacional-socialistas. En Hungría el fascismo ope-
ró más c o m o influencia ideológica y grupo de presión que
como partido gobernante. En primer lugar, porque los fascis-
tas estaban m u y divididos y, en general, se tomaban lo del so-
cialismo tan en serio que asustaban a las clases acomodadas,
sobre todo a los terratenientes. En segundo lugar, p o r el enor-
me poder del hombre fuerte de la derecha húngara, Plorthy,
que actuó él solo como baluarte anticomunista. D a d o el pe-
queño tamaño del país, el temor al comunismo se identifica-
ba con el miedo al gigante soviético; ello explica la fuerza de
los nacional-socialistas húngaros, muchos de los cuales eran
apasionadamente germanófilos a pesar de que el racismo ma-

352
IX. DEPRESIÓN Y TOTALITARISMO

giar no podía identificarse con la raza aria. En realidad, en


Hungría la preferencia ideológica se solapaba con la elección
de órbita de gran potencia: la izquierda se identificaba con la
Unión Soviética, la derecha con la Alemania nazi. H o r t h y l o -
gró durante muchos años mantenerse equidistante.
En los países balcánicos (Rumania, Bulgaria, Yugoslavia
y Albania) menos desarrollados económicamente que H u n -
gría, las cosas se desarrollaron con ciertos paralelismos, en
particular p o r la aparición de un « h o m b r e fuerte» conserva-
dor y autoritario que asumió el p o d e r cerrando el paso a los
partidos fascistas. Así, en estos países nos encontramos con fi-
guras parecidas a la de H o r t h y con el matiz de que aquí son
reyes, en lugar de un regente, quienes asumen el p o d e r abso-
luto y el papel de baluartes frente al comunismo, la amenaza
exterior y el desorden interno. En gran parte esto se explica
por el hecho sencillo de que en estos países, económicamente
atrasados, la industria es tan escasa que falta ese elemento
esencial para que la amenaza comunista adquiera entidad: el
proletariado urbano industrial. P o r esta razón, los partidos
comunistas que aparecen son más bien sectas, grupos ideoló-
gicos con poco a p o y o interno, dependientes p o r consiguien-
te de Moscú y de la Comintern. La clase más numerosa en es-
tos países es el campesinado, una masa en general p o b r e e
ignorante, poco activa políticamente y p o r lo tanto p o c o r e -
presentada a pesar de su n ú m e r o . Esta clase, sin embargo, y
característicamente, puede aparecer en el escenario político
ocasionalmente, a menudo de manera violenta, con frecuen-
cia en defensa de unos intereses m u y concretos (en favor de la
redistribución de la tierra o en contra de la colectivización) y
en ocasiones en defensa de posiciones nacionalistas o racistas.
'Como en la España del siglo X I X , las clases dirigentes son las
urbanas, a menudo coaligadas con los terratenientes. El fascis-
mo balcánico, p o r tanto, tiene más de monarquía feudal que
de partido de masas m o d e r n o . Esto es perfectamente natural,
dada la naturaleza agraria y arcaica de estas sociedades. La
'monarquía absoluta era la forma política típica de las socieda-

353
L O S ORÍGENES DEL S I G L O X X I

des del Antiguo Régimen. Estas nuevas naciones, con una es-
tructura social bastante similar a la del Antiguo Régimen, gra-
vitaban naturalmente hacia las monarquías autoritarias.
El caso griego participa de muchas características de los
países balcánicos y también de las de los demás países medi-
terráneos. C o m o en España, el autoritarismo de los militares
predomina sobre el fascismo ideológico y civil. En el caso de
Grecia esto es explicable en función de ciertos determinantes
geopolíticos: aparte de la tensa relación y las frecuentes gue-
rras de Grecia con Turquía y sus vecinos balcánicos, ia Italia
de Mussolini es una constante amenaza para el país heleno
durante el periodo de entreguerras. Por otra parte, la econo-
mía griega, aunque predominantemente agraria y no particu-
larmente tecnificada o próspera, tenía un fuerte componente
comercia], que explica el peso que las clases urbanas tenían en
la política.
C o m o en los países balcánicos y mediterráneos, en Gre-
cia la C o r o n a tenía un papel que claramente excedía las prerro-
gativas de una monarquía constitucional de corte occidental, y
protagonizó una accidentada historia. En Grecia la pugna en-
tre derecha e izquierda se concretó en la rivalidad entre mo-
nárquicos y republicanos. Éstos vencieron tras la derrota de
1922 en Turquía, y depusieron al rey; pero la República fue un
régimen inestable, marcado por el enfrentamiento entre el gran
político liberal, Eleuterios Venizelos, y varios políticos de ori-
gen militar, republicanos (Nicolás Plastiras) y monárquicos
(Ioannis Metaxas). El creciente desorden y la amenaza comu-
nista durante la G r a n Depresión favorecieron la restauración
monárquica primero en 1935 y el establecimiento de la dicta-
dura de Metaxas en 1936. El régimen de Metaxas tenía bastan-
te parecido con el de Primo de Rivera en que contaba con el
apoyo real, era autoritario más que fascista, se justificaba so-
bre t o d o por la necesidad de restaurar el orden ptíblico y era
represivo con los sindicatos y con el Partido Comunista.
El Polonia, aunque el país era bastante más avanzado
económicamente, su peculiar historia antigua y reciente le

354
IX. DEPRESIÓN Y TOTALITARISMO

hizo también tender hacia formas de gobierno autoritarias,


mientras que el fascismo, aunque presente, tuvo un papel se-
cundario. Polonia fue en muchos aspectos un país nuevo p o r -
que a fines del siglo x v m el antiguo reino de Polonia había
desaparecido formalmente, repartido entre Rusia, Prusia y
Austria. El Tratado de París de 1 9 1 9 reconoció su existencia,
y Polonia se constituyó en República bajo la inspiración y la
presidencia de Jozef Pilsudski, héroe de la guerra. Tras unos
años en el poder, Pilsudski se retiró; pero en 1 9 2 6 dio un gol-
pe de Estado y gobernó de manera dictatorial (aunque sin di-
solver el Parlamento) hasta su muerte en 1 9 3 5 . Pilsudski fue
sucedido por un gobierno de coroneles con a p o y o fascista. El
ejército polaco desempeñó un papel parecido al que t u v o en
España el ejército español p o r esos mismos años: se ha com-
parado frecuentemente a Pilsudski con Primo de Rivera.
• >•;• Por tanto el fascismo de Europa Oriental puede asimi-
larse más con el español que con el italiano o el alemán, más
ideológicos. En estos países, España y los de Europa O r i e n -
tal, los partidos fascistas «puros» a duras penas llegaron al p o -
der y más a menudo fueron el Ejército y/o la C o r o n a los que
hicieron el papel de baluarte anticomunista,
fib'i

'BA II GUERRA MUNDIAL

*4s.'fen Las causas de la 11 Guerra Mundial se han debatido in-


| tensamente. Pese a la docta opinión de A. J. P. Taylor [(1961)],
ksiréplicas convincentes de Trevor-Roper y Bullock [Robert-
Í¡||:$sm (1971)] dejan claro que el gran responsable personal del
lllptéJfcio de la guerra fue el dictador nazi, A d o l f Hitler, aunque
^^B|fji!malmente la declaración de guerra la hubieran hecho In-
I^Sgláterra y Francia el 3 de septiembre de 1 9 3 9 tras invadir A l e -
fl^pf&oia Polonia el primero de septiembre. Los hechos en prin-
||Ípio son evidentes: tras llegar al poder, Hitler llevó a cabo el
programa que venía delineando desde hacía tiempo: rechazo
íej Tratado de Versalles y expansionismo alemán hacia el este,
V

355
I-
L O S O R Í G E N E S DEL S I G L O X X I

con la finalidad última de derrotar a la Unión Soviética y per-


mitir la expansión alemana hacia el este, que era u n o de los
objetivos últimos de la política nazi.
Hitler era consciente de que estos objetivos no podrían
lograrse sin guerra y estaba dispuesto a la lucha. A q u í se plan-
teaba un serio problema para la Alemania nazi. Toda Europa
Oriental, incluida la U n i ó n Soviética, le parecía a Hitler un
objetivo alcanzable p o r las tropas alemanas con relativa faci-
lidad. El problema residía en que era poco probable que In-
glaterra y Francia («enemigos implacables de Alemania», se-
gún el Führer) dejaran de intervenir en algún m o m e n t o de la
campaña alemana de expansión por el este, y esta intervención
requeriría una guerra en el oeste. Por ello esta eventualidad la
había previsto el p r o p i o Hitler al menos desde 1 9 3 7 , como
muestra el llamado «Memorándum Hossbach», acta de una
reunión de Hitler con el aleo mando alemán el 5 de noviem-
bre de ese año.
La eventualidad de una guerra en dos frentes, p o r tanto,
había sido considerada p o r el gobierno nazi, c o m o lo había
sido p o r el gobierno imperial alemán antes de la Gran Guerra.
En cierto aspecto, la II Guerra Mundial tuvo motivaciones si-
milares a las de la primera: el deseo alemán de ser la potencia
hegemónica en Europa. El que Alemania volviera a plantear
una nueva guerra en términos muy parecidos a la precedente
veintiún años después de haber salido derrotada en la anterior
resulta difícil de entender de un pueblo tan racional como el
alemán. La explicación, por supuesto, radica en la peculiar na-
turaleza del gobierno nazi. Se trataba de una dictadura capaz
de imponer su voluntad en contra de los deseos de la mayo-
ría, p o r q u e parece bastante claro que la mayoría del pueblo
alemán no quería la guerra. Pero aquí tenía primacía la cues-
tión ideológica: el Partido Nazi, como su propio nombre in-
dicaba, era extremadamente nacionalista: su premisa básica
era la superioridad del pueblo alemán, superioridad que debía
hacerle invencible si sus dirigentes llevaban a cabo la política
correcta. También sostenía que Alemania había perdido la I

35«
IX. DEPRESIÓN Y TOTALITARISMO

Guerra Mundial p o r q u e había sido traicionada p o r sus diri-


gentes y p o r los enemigos internos: comunistas, judíos, paci-
fistas, etcétera. De ahí se deducía que, eliminados los enemi-
gos internos y con los dirigentes nacionalistas en el poder,
Alemania debía lograr sus objetivos y ganar la guerra si así era
necesario para lograr sus fines, el primero de los cuales era la
expansión por el este.
Se ha afirmado que Hitler no estaba en sus cabales y que
arrastró a Alemania a la guerra p o r puro empecinamiento irra-
cional. Sin embargo, su política no resulta tan demente y su
conducta parece más reflexiva si se aceptan sus propias premi-
sas ideológicas. C o m o hemos visto, una premisa básica era la
superioridad del pueblo alemán. Otra premisa, sin embargo,
era que Alemania estaba en una posición de debilidad c o m o
consecuencia de la derrota en 1 9 1 8 y de la política cobarde de
la República de Weimar. Lo que se necesitaba para que A l e m a -
nia superase esta postración era un gobierno que comprendie-
ra las situaciones y supiera aprovecharlas, que se beneficiara de
la incapacidad y las divisiones de sus enemigos con decisión y
audacia. Otra premisa, p o r supuesto, es que en política lo que
cuenta es la fuerza y la astucia y que la moral es un engaño.
Para Hitler, por lo tanto, los primeros pasos en ese plan de r e -
cuperación y expansión eran los más difíciles, porque A l e m a -
nia partía de una posición de debilidad. Se trataba de ir dando
pasos arriesgndos aprovechando los resquicios que dejaba la
política internacional hasta alcanzar la supremacía.
Esos resquicios existían. En primer lugar, aunque fueran
más fuertes que Alemania en 1 9 3 3 , todos los países vecinos
sufrían de graves problemas. Los países democráticos, p o r el
simple hecho de serlo, adolecían de una grave inferioridad:
sus gobiernos eran indecisos, su opinión estaba dividida, sus
acciones eran lentas y vacilantes. En cuanto a la U n i ó n Sovié-
tica, es cierto que su gobierno dictatorial y monolítico tenía
puntos en común con el sistema nazi, pero el bolchevismo y
el judaismo (amén de contar con una mayoría de eslavos, una
raza inferior) la corroían. Para Hitler el marxismo era una

357
LOS ORÍGENES DEL S I G L O X X I

doctrina judaica. La inferioridad soviética, p o r tanto, era ra-


cial e ideológica. Hitler parece haber sido m u y consciente de
la estructura o sistema tripolar en que había quedado el mun-
do, y en particular Europa, desde el triunfo del comunismo en
Rusia y del nazismo en Alemania. Entre las potencias occi-
dentales, capitalistas y democráticas, y la U n i ó n Soviética, ha-
bía una profunda enemistad. A u n q u e también Alemania (el
tercer polo) era vista con hostilidad p o r capitalistas y comu-
nistas, se trataba de aprovechar este juego triangular, tratar de
aparecer ante cada u n o de los bandos c o m o posible aliado
contra el otro.
Este juego lo manejó Hitler magistralmente durante los
años treinta. Las potencias occidentales trataron a la Alema-
nia nazi c o m o mal m e n o r frente a la amenaza comunista y
esperaron que terminara p o r enfrentarse abiertamente a la
U n i ó n Soviética, su enemigo natural, c o m o al cabo hizo en
1 9 4 1 . Pero los rusos tampoco descartaban que la naturaleza
totalitaria del nazismo le llevara a aliarse con ellos en contra
del capitalismo, c o m o pareció hacer con el «pacto de no
agresión» negociado p o r R i b b e n t r o p y M o l ó t o v en agosto
de 1 9 3 9 . El enfrentamiento entre unos y o t r o s le ofreció a
Hitler la escala p o r la que supo encaramarse a la hegemonía
europea, aunque esto sólo fuera durante unos breves y
cruentos años. Entretanto, Hitler repudió el Tratad" de Ver-
salles, ocupó la zona desmilitarizada renana, a y u d ó a Franco
a rebelarse contra la República Española y a ganar la Guerra
Civil, se anexionó A u s t r i a e invadió Checoslovaquia, todo
ello con absoluta impunidad. A cada paso que iba dando pa-
recían confirmarse sus análisis. Los pasos siguientes, el pac-
to con la U n i ó n Soviética y la invasión de Polonia, parecen
decisiones perfectamente lógicas, dentro de este plan de «di-
vide y vencerás». La declaración de guerra p o r parte de In-
glaterra y Francia no debió de sorprenderle. Estaba previsto
que en algún momento ocurriera, p e r o las dudas y vacilacio-
nes de Francia e Inglaterra le dieron seis años para preparar
la guerra.

358
IX. DEPRESIÓN Y TOTALITARISMO

Los siguientes pasos de Hitler fueron también lógicos.


Una vez invadida Polonia, comenzaron los preparativos para
la gran operación, el gran objetivo final: la invasión de Rusia,
lo que más tarde sería la «operación Barbarossa». Pero previa-
mente había que asegurarse el flanco occidental. Tras conquis-
tar Dinamarca y Noruega, v i n o la invasión de Holanda, Bél-
gica y Francia en m a y o y junio de 1 9 4 0 . Asegurado el flanco
occidental, con Francia derrotada, España en manos de Fran-
co y la Italia de Mussolini como aliada, 4os preparativos se
concentraron en Rusia. No se p u d o invadir Inglaterra, p e r o
sin aliados en el continente, embotellada en su isla, se la con-
sideró neutralizada. Rusia era un objetivo más urgente no
sólo porque su conquista y ocupación era una de las bases del
programa nazi, sino porque había aprovechado la campaña de
Alemania en Francia y el Occidente para someter a Finlandia,
invadir las repúblicas bálticas y comenzar su expansión por
los üalcanes. En concreto, Rusia amenazaba a Rumania, con
la que Alemania contaba como abastecedora de petróleo. R u -
sia, p o r tanto, era el último obstáculo en la expansión p o r el
este, el Drang nach Osten, impulso tan tradicional en la his-
toria de Alemania. U n a v e z conquistada Rusia, p o r tanto,
quedaría el Eje Berlín-Roma-Tokío frente a las potencias an-
glosajonas: Eurasia contra Inglaterra y Estados U n i d o s .
Quién sabe si Hitler pensaba que pudiera llegarse a una divi-
sión del m u n d o entre estos dos bloques o hubiera que librai
la última gran guerra planetaria.
Los planes de Hitler h o y parecen dementes (además de
criminales), y lo eran. Pero, partiendo de la vesánica ideología
nazi, tenían una extrema coherencia; la locura de Hitler no es-
taba en los pianes de guerra en sí, sino en sus premisas, esto
es, en la creencia en una raza superior destinada a dominar a
las razas y estados inferiores que la rodeaban. Este desprecio
hacia todo lo que no fuera alemán, más el tremendo éxito mi-
litar en todos los frentes hasta finales de 1942, explican el o p -
timismo megalomaniaco del dictador nazi. Para Hitler las
I sorpresas desagradables vinieron a partir de 1942, cuando los

i
359
LOS ORÍGENES DEL S I G L O X X I

rusos no cayeron con la facilidad que esperaba y los ingleses


no sólo no se rindieron sino que le combatieron con éxito en
el norte de África. Las razas y naciones inferiores resultaron
menos inferiores de lo pensado, al menos militarmente.
Explicada la lógica hitleriana para hacer la guerra en Eu-
ropa, queda sin embargo otra gran interrogante: ¿por qué co-
metió Japón la locura de atacar a Estados Unidos en Pearl Har-
b o r (Hawai) el 7 de diciembre de 1 9 4 1 ? U n a de las grandes
astucias de Hitler hasta entonces había sido el manejar las cosas
de m o d o que pudo atacar a sus enemigos u n o tras otro y no a
todos juntos. Pese a su abierta simpatía por Inglaterra, y a la
ayuda que le estaba prestando, Estados Unidos, con una opi-
nión interna m u y dividida, se había mantenido fuera de la gue-
rra, lo cual para Hitler era m u y deseable, porque le permitía
concentrarse en el frente ruso. La decisión de bombardear Pearl
Harbor es uno de los errores políticos más llamativos del siglo
X X , error que al parecer tomó por sorpresa al propio Hitler.
El nacionalismo era la pasión imperante en los círculos
políticos japoneses. En Japón el problema que obsesionaba a
los gobernantes no era el peligro de subversión proletaria,
sino el de la superpoblación y la dependencia de las potencias
extranjeras. Era una obsesión m u y parecida a la de los nazis:
h oúsqueda de nuevos espacios para acomodar a los coloni-
zadores de la raza superior y producir los alimentos y mate-
rias primas necesarios para mantener a una clase trabajadora
sana y una industria creciente, que eran, según ellos, la base de
la independencia y el pcderío. C o m o l^s alemanes, los impe-
rialistas japoneses perseguían extenderse p o r los territorios
vecinos, y lo habían hecho: Manchuria, China, Indochina,
Corea habían sido invadidos y más tarde lo serían Birmania,
Filipinas e Indonesia. Al igual que en el caso de Alemania,
esta expansión a la larga tendría que enfrentar a Japón con In-
glaterra y Francia, la U n i ó n Soviética y Estados Unidos. Pero
en 1 9 4 1 Francia había dejado de existir como potencia, Ingla-
terra estaba m u y debilitada, la U n i ó n Soviética había sido
asaltada p o r Alemania, y su rendición, según lo veían los im-

360
IX. D E P R E S I Ó N Y T O T A L I T A R I S M O

penalistas japoneses, era solamente cuestión de tiempo. El


único rival serio que quedaba era Estados Unidos.
Dada la ideología racista, el culto a la fuerza y el despre-
cio p o r las consideraciones morales de los imperialistas j a p o -
neses (en esto también eran c o m o sus aliados), la conclusión
inevitable era que, si había que luchar contra Estados Unidos,
más valía comenzar haciendo el m a y o r daño posible: quien
pega primero, pega dos veces. Por otra parte, los éxitos alema-
nes en el escenario europeo animaban a los militares j a p o n e -
ses a entrar lo antes posible en la guerra. Los círculos del na-
cionalismo extremo japonés lograron que el vacilante príncipe
Fumimaro K o n o e fuera sustituido p o r el agresivo militarista
general Hideki Tojo al frente del gobierno a mediados de oc-
tubre de 1941. Menos de dos meses más tarde se daba la orden
sorprendente de bombardear Pearl Harbor, p u e r t o principal
de la Flota del Pacífico estadounidense, sin previa declaración
de guerra. La operación se venía planeando desde mucho
tiempo antes, pero se requería un verdadero fanático para dar
la orden final.
Ocurrió en el Pacífico como antes en Europa: la agresión
fue seguida de victorias relámpago. Japón t o m ó Filipinas, M a -
lasia, Birmania e Indonesia, y amenazó a N u e v a Guinea y
Australia. Sin embargo, también en el Pacífico el año 1942
marcó el principio del fin de la ofensiva del Eje; se puso lími-
te a la ofensiva japonesa, r o m o quedó frenada la alemana. A
fmales de 1942 comenzaron las victorias aliadas en el norte de
África, la gran victoria soviética en Stalingrado y las primeras
victorias estadounidenses en el Pacífico: Guadalcanal y las is-
las Salomón. Los dos años siguientes fueron para las poten-
cias del Eje de lento repliegue. En julio de 1943, tras desalojar
a los alemanes del norte de África, desembarcaban los aliados
en Sicilia, y mes y medio más tarde cruzaban el estrecho de
Messina. El gobierno fascista se v i n o abajo y Alemania t u v o
que abrir otro frente, ya que el ejército italiano había firmado
un armisticio con los aliados. En abril de 1 9 4 4 los rusos r e -
conquistaban Odessa, el gran puerto de Ucrania. En junio te-

361
L O S O R Í G E N E S DEL S I G L O X X I

nía lugar el desembarco aliado en Normandía. D o s meses más


tarde desembarcaban los aliados en el sur de Francia. Un mes
después los estadounidenses reconquistaban Filipinas. La de-
rrota alemana y japonesa era para entonces una cuestión de
tiempo.
El repliegue procedió cada vez más aceleradamente. Las
tropas rusas entraron en Berlín en m a y o de 1 9 4 5 ; el ejército
alemán se rindió a los aliados el 7 de mayo, y los japoneses,
después de ser atacados dos veces con bombas atómicas du-
rante el mes de agosto, se rindieron a los estadounidenses el 2
de septiembre. Terminaba así la guerra más cruenta y destruc-
tiva de la Historia. Había quedado en evidencia la superiori-
dad económica de los aliados, para lo cual fue decisiva la en-
trada en la guerra de Estados Unidos.
La II G u e r r a Mundial fue aún más destructiva que la I.
Fue también más mundial, en el sentido de que su escenario
fue más extenso: no sólo se luchó en Europa, sino también en
el Pacífico, en China y en el norte de África. También fue casi
dos años más larga. Pero, sobre todo, se emplearon armas
más potentes y mortíferas. El símbolo de esta diferencia pue-
de ser la bomba atómica, que en la Guerra del 14 no era ni
imaginable; p e r o esta bomba tan poderosa sólo se empleó el
último mes de la guerra. Hubo dos armas nuevas que proba-
blemente causaron más destrucción: el bombardero y los co-
hetes autopropulsados. La guerra aérea en 1 9 1 4 - 1 9 1 8 fue
algo casi anecdótico. En total, el daño que hicieron los avio-
nes fue pequeño. En la II Guerra Mundial, p o r el contrario,
el bombardeo desde la estratosfera tuvo una importancia de-
cisiva, y la destrucción masiva de ciudades, industrias y vías
de comunicación fue una de las acciones más decisivas por
parte de ambos bandos. Esto explica que Inglaterra, que no
fue invadida, sufriera sin embargo destrucciones tremendas,
hasta el extremo de que se calcula que un 3 0 % de sus vivien-
das quedaron inservibles o seriamente dañadas. En los últi-
mos meses de la guerra los alemanes introdujeron los prime-
ros cohetes autopropulsados, las famosas V - l y V - 2 , que

362
IX. DEPRESIÓN Y TOTALITARISMO

causaron enormes destrozos en G r a n Bretaña y dañaron m u -


cho la moral de los ingleses.
El número de muertos en Europa durante la II G u e r r a
Mundial fue cuatro veces m a y o r que durante la primera. A m -
bos bandos, como hemos dicho, se dedicaron deliberadamen-
te a destruir ciudades enemigas, causando enormes bajas y
pérdidas a la población civil. Hiroshima y Nagasaki, víctimas
de la bomba atómica, son conocidos ejemplos de esto, p e r o
otras ciudades, c o m o Dresde, Berlín, Varsovia, Londres o
Goventry son también casos notorios y ejemplos de la barba-
rie con que se comportaron ambos bandos.
La consecuencia de toda esta violencia fue la pérdida de
cerca de 42 millones de vidas en Europa solamente, de las que
más de la mitad fueron soviéticas. Alemania seguía con cerca
de 6 millones. En general, más de la mitad de las víctimas fue-
ron civiles, lo cual da idea del nivel de salvajismo del conflic-
to, pero el caso de algunos países, como Polonia, donde las
víctimas civiles fueron más del 9 0 % , es testimonio elocuente
de la conducta de los invasores nazis [Maddison (1976), p p .
466-476]. Japón perdió 2 millones de vidas y t u v o 4 millones
de heridos y mutilados [Van der Wee (1986), cap. I].
A las muertes y mutilaciones se añadió el desplazamien-
to de millone« p u r deportaciones, destrucciones y, al acabar la
guerra, modificaciones de fronteras. A u n q u e los cambios geo-
gráficos no fueron tan radicales c o m o en la primera posgue-
rra, en Europa Oriental fueron importantes. La U n i ó n Sovié-
tica se expandió hacia el oeste, anexionándose las repúblicas
bálticas, gran parte de Polonia, partes de Alemania, C h e c o s -
lovaquia, Rumania y Finlandia. Polonia, a »u vez, adquirió te-
rritorios al oeste que habían pertenecido a Alemania. Al este
también ganó la U n i ó n Soviética a costa de Japón, con la mi-
tad sur de la isla de Sajalín (la otra mitad era ya suya) y las is-
las Kuriles. Alemania fue la que más perdió: toda la Prusia
Oriental quedó en manos polacas o rusas. Además, el país fue
dividido en cuatro (lo mismo Berlín), una parte para cada p o -
tencia vencedora: Estados Unidos, Inglaterra, Francia y la

363
1
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

U n i ó n Soviética. C o m o es bien sabido, los aliados occidenta-


les p r o n t o unificaron sus zonas y las pusieron bajo una admi-
nistración alemana, que se convirtió en la República Federal
de Alemania, con una constitución democrática. Los soviéti-
cos convirtieron su zona en la llamada República Democráti-
ca de Alemania, de hecho una de las «democracias populares»
de Europa Oriental. Estas fueron las modificaciones más im-
portantes, aunque h u b o bastantes más de menor relieve.
C o m o consecuencia de las muertes, destrucciones y des-
plazamientos, los niveles de vida europeos en la posguerra
eran bajísimos. En Alemania e Inglaterra las dietas medias es-
taban m u y p o r debajo del mínimo aceptable de calorías por
día (2.000). Por otra parte, las inflaciones, sin poderse compa-
rar con las de la primera posguerra, eran generales. Los pre-
cios de los bienes de consumo más elementales alcanzaban ni-
veles m u y altos y en casi todos los países hubo de acudirse al
racionamiento de alimentos. Las muertes p o r desnutrición
fueron m u y numerosas. Las cifras que se tienen de produc-
ción industrial revelan niveles tan bajos para 1 9 4 6 como un
tercio para el acero en Europa Occidental sobre la cifra de
1 9 3 8 , e índices de producción industrial de entre un 50 y un
7 0 % con respecto a los años anteriores a la guerra.
El panorama era desolador. Nadie h u b i ^ a imaginado
que en pocos años el mundo fuera a presenciar las mayores ta-
sas y niveles de desarrollo económico de la Historia. En el ca-
pítulo siguiente veremos cómo fue esto posible.

364
X
UN NUEVO ORDEN
SOCIALDEMÓCRATA

RECONSTRUCCIÓN

La planificación de una nueva economía mundial p o s -


bélica se planteó a las potencias anglosajonas desde los p r i -
meros años de la guerra. El objetivo era doble. Se trataba en
primer lugar de reconstruir lo que se adivinaba que iba a ser
una Europa destrozada después de una contienda sin cuar-
tel. En segundo lugar, de evitar v o l v e r a la situación de la
preguerra, indeseable tanto p o r lo ruinoso e inaceptable de
la G r a n Depresión c o m o p o r haber sido la crisis económica
una de las m a y o r e s causas determinantes del conflicto. En
ausencia de información concreta acerca del estado del m u n -
do y, más concretamente, del principal campo de batalla
^ - E u r o p a — mientras la guerra no concluyese, ambos o b j e -
tivos se perseguían conjuntamente al intentar lograr el se-
gundo, es decir, la recomposición de la economía internacio-
nal. Se trataba de lograr un plan que permitiese que el
comercio internacional v o l v i e r a a niveles que superasen los
de la década anterior.
Este objetivo requería un considerable esfuerzo de ima-
ginación y creatividad económicas, porque no se podía v o l -
ver ni a la situación de 1 9 3 9 , ni tampoco a la de 1 9 1 3 : a la de
1939, p o r los motivos que acabamos de señalar; a la de 1 9 1 3
porque el intento de v o l v e r a ella en los años veinte había
conducido al desastre económico de los treinta. Por tanto,
había que encontrar nuevas fórmulas. Las mejores mentes en
Londres y Washington se concentraron en lograr un sistema
de pagos internacionales que sustituyera al patrón oro y evi-
tara el caos monetario y un sistema de comercio internacio-

365
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

nal que no volviera al proteccionismo y al «sálvese quien


pueda» comercial de los años treinta. La solución fue conce-
bir mecanismos e instituciones de cooperación internacional
que permitieran la reconstrucción y eliminaran las trabas al
comercio.

SOPA DE LETRAS

Los acuerdos más trascendentales se tomaron en ¡a Con-


ferencia de Bretton W o o d s (New Hampshire, Estados Um-
dos) en 1 9 4 4 , ya que de ella salieron el F o n d o Monetario In-
ternacional y el Banco Mundial. Las ideas para la reconstrucción
monetaria, es decir, para crear un nuevo sistema monetario in-
ternacional pueden quizá remontarse a los trabajos de Keynes
en esta materia durante los años de enrreguerras, plasmados en
A Tract for Monetary Reform [Breve tratado sobre reforma
monetaria, (1923); (2000)] y A Treatise on Money [Tratado so-
bre el dinero, (1933-1934)]. A ellos volvió Keynes desde el co-
mienzo de la guerra. En el verano de 1 9 4 0 , en plena euforia
nazi, se hicieron públicos los planes del ministro alemán de
Economía, Walther Funk, para un sistema de pagos interna-
cionales al término de la guerra. Sobre la base de la victoria
nazi, p o r supuesto, se planeaba un área marco de monedas
convertibles, y un sistema cuasi autárquico dentro del área que
mantendría un esquema de acuerdos bilaterales y de trueque
en sus relaciones con países de fuera del área. Es decir, la Eu-
ropa nazi se comportaría de manera m u y parecida a como lo
había venido haciendo la Alemania nazi, salvo que cada país,
al menos de momento, mantendría su propia moneda y se res-
petaría un sistema de cambios fijos dentro de esa área, que ten-
dría al marco como moneda de referencia. Al Departamento
del Tesoro británico, donde Keynes había entrado a trabajar,
se le asignó la preparación de un plan alternativo al alemán. Así
surgió el embrión de lo que años más tarde sería el Fondo Mo-
netario Internacional. En 1 9 4 1 , antes incluso de entrar Estados

366
X. UN NUEVO ORDEN SOCIALDEMÓCRATA

Unidos en la guerra y tras la firma de la Carta del Atlántico


por Churchill y Roosevelt, éste había lanzado la idea de que
«tres sabios» de cada país (Estados Unidos y Reino Unido) in-
tercambiaran ideas con el mismo fin, es decir, p r o p o n e r un
plan económico alternativo a los del Eje para cuando llegase el
final de la guerra. La Carta del Atlántico, como es sabido, fue
una declaración conjunta anglo-estadounidense que describía
los objetivos de ambas naciones (entre otras cosas, denegaba
cualquier afán anexionista o expansionista) e indicaba la p r o -
ximidad política de ambos gobiernos, aunque Inglaterra estu-
viese oficialmente en guerra con Alemania y Estados U n i d o s
en aquel momento aún no. C o m o resultado de t o d o esto K e y -
nes produjo un proyecto de banco internacional que se llama-
ría International Clearing U n i o n ( I C U ) , con la idea de que
fuera un sistema de ajustes multilaterales entre los países que
pertenecieran a esta nueva entidad. La I C U trabajaría con una
nueva moneda de referencia internacional, el bancor, sin duda
para evitar el predominio en el ámbito internacional de una
moneda nacional, que inevitablemente sería el dólar. Poco des-
pués, un alto funcionario del Tesoro estadounidense, H a r r y
Dexter White, con sólidos credenciales académicos (nada, p o r
supuesto, en comparación con los de Keynes) y hombre de
confianza del ministro, H e n r y Morgenthau, produjo, a instan
bias del gobierno estadounidense, un plan alternativo, en el
que se preveía la creación de un « F o n d o de Estabilización» y
de un «Banco de Reconstrucción y Desarrollo». Los dos p r o -
yectos fueron dados a conocer y discutidos p o r ambos gobier-
nos. Por fin, en julio de 1 9 4 4 , tras una reunión preliminar en
Atlantic City en la que estadounidenses y británicos se pusie-
ron de acuerdo, tuvo lugar la reunión de Bretton W o o d s , a la
que asistieron representantes de 44 países, y de la que salió el
nuevo sistema de pagos internacionales [Bordo (1991)].

La reunión de Bretton W o o d s se encuadraba dentro del


marco de reconstrucción política que los aliados estaban lle-
vando a cabo durante la guerra. A n t e el fracaso durante el p e -
riodo de entreguerras de la Sociedad de Naciones, en gran

367
L O S ORÍGENES DEL SIGLO X X I

parte creación del presidente Wilson, pero a la que el Congre-


so de Estados Unidos se negó a pertenecer, se pensó en un or-
ganismo diferente. La Sociedad de Naciones había sido una
organización con escaso poder ejecutivo, que no había podi-
do mantener la paz ni meter en cintura a las naciones del Eje
p o r las fechorías que cometieron durante los años treinta. Se
necesitaba otro tipo de organización supranacional: con esta
idea se inició la Organización de las Naciones Unidas (ONU),
entidad mucho más pragmática, porque nacía reconociendo la
existencia y la hegemonía de las grandes potencias, original-
mente Estados Unidos, la Unión Soviética y el Reino Unido,
a las que más tarde se añadieron Francia y China, y cuyo es-
tatus especial se reconocía al otorgárseles el carácter de miem-
bros permanentes del Consejo de Seguridad, que era el prin-
cipal órgano ejecutivo de la nueva entidad supranacional. La
existencia de las Naciones Unidas, que originalmente eran los
26 países aliados contra el Eje, fue reconocida en una reunión
en Washington dos semanas después del bombardeo de Pearl
Harbor, con declaración del primero de enero de 1942. En
reuniones posteriores (Dumbarton Oaks, en septiembre-oc-
tubre de 1944, y Yalta, en febrero de 1945) se fue perfilando la
estructura del nuevo organismo mundial. La Carta constitu-
yente de la Organización de las Naciones Unidas no se redac-
tó hasta 1 9 4 5 , en la Conferencia de San Francisco. Desde el
principio esta enridad supranacional estuvo bajo la influencia
de Estados U n i d o s , lo cual era realista, en primer lugar, por-
que este país salió de la guerra aún más fortalecido de lo que
había resultado tras la I Guerra Mundial, y, en segundo lugar,
porque había que asegurarse el acuerdo del Congreso esta-
dounidense, tradicionalmente bastante pugnaz y poco aco-
modaticio, para que la primera potencia mundial no se queda-
ra fuera p o r segunda vez.
No es extraño, por tanto, que todas las reuniones funda-
cionales tuvieran lugar en Estados Unidos y que la sede de la
nueva organización se fijase en Nueva Y o r k . A n t e s de que se
diese forma definitiva a la O N U , la Conferencia de Bretton

368
X. UN NUEVO ORDEN SOCIALDEMÓCRATA

Woods la dotó de agencias. C o m o decía K e y n e s , se trataba de


fabricar «buenos ladrillos económicos para [construir] el
mundo de la posguerra» [Moggridge ( 1 9 9 5 ) , p. 7 3 1 ] . De la
reunión de Bretton W o o d s salieron esas dos agencias de las
Naciones Unidas, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y
el Banco Mundial (o Banco Internacional de Reconstrucción
y Desarrollo). Consciente o inconscientemente se trasladaba
al plano internacional la división entre bancos comerciales,
creadores de dinero y prestamistas a corto plazo (el FMI) y ban-
cos de negocios, prestamistas a largo plazo (el Banco M u n -
dial). El organismo de más importancia inmediata era el F o n -
do, porque se trataba de poner en marcha un sistema de pagos
internacionales que sustituyera al patrón o r o . De la fusión de
los proyectos británico y estadounidense salió el FMI, mucho
más parecido al segundo que al primero. Por el camino se per-
dieron el bancor y la política generosa de ayuda a los países
con problemas de balanza de pagos que el p r o y e c t o de K e y -
nes preveía y que no gustaban a los estadounidenses. El F M I ,
como su nombre indica, quedó como una especie de banco
comercial, cuyos socios y potenciales clientes son un grupo
de países de los que constituían las Naciones Unidas, y de los
que el bloque comunista se excluyó. Estos países, y los socios
po-tfriores, que tenían que ser aceptados p o r los miembros
iniciales, deberían hacer una contribución al capital del Fon-
do, y su capacidad de v o t o en el órgano de gobierno de la ins-
titución, como en cualquier sociedad anónima, estaba en p r o -
porción a su cuota contributiva. Siendo el F M I un sistema
internacional de pagos, las divisas de sus miembros debían es-
tar definidas en términos de o r o : se trataba, p o r tanto, de un
sistema de cambios fijos, y su aspiración era la libre converti-
bilidad de estas divisas, objetivo que se logró unos quince
años más tarde, a finales de los cincuenta. El comercio entre
los miembros del FMI se llevaría a cabo a esas paridades fijas
de las distintas monedas. Hasta aquí t o d o el mecanismo era
¿Idéntico al del patrón o r o externo: internamente el o r o no cir-
culaba, las monedas no eran convertibles en o r o ; pero inter-

369
L O S ORÍGENES DEL S I G L O X X I

nacionalmente, c o m o estaban definidas en o r o , los pagos po-


dían hacerse en este metal.
Entonces, ¿qué diferencia había con el patrón oro? Uno
puede preguntarse para qué tanto borrador y tanta conferen-
cia (y tanta contribución de los socios) si al cabo se iba de nue-
vo al patrón o r o externo. Había dos razones fundamentales.
En primer lugar, recomponer un sistema de pagos internacio-
nales que fuera una especie de patrón oro y que evitara el caos
monetario de los años treinta realmente merecía y requería un
acuerdo internacional y, por lo tanto, planes, borradores, con-
ferencias y conciliábulos. En segundo lugar, había claras dife-
rencias entre el patrón oro y el sistema de Bretton Woods. La
principal estaba en el m o d o de arreglar los desequilibrios. Si
t o d o iba bien y ningún país tenía problema de balanza de pa-
gos, no había desequilibrios y el funcionamiento era práctica-
mente idéntico al del patrón oro; pero era altamente improba-
ble que t o d o fuera bien, es decir, que ningún país tuviera
problemas estructurales de balanza de pagos. Para empezar, al
acabar la guerra, Europa estaba medio destruida, su capacidad
productiva m u y mermada: necesitaría grandes importaciones
del exterior y ella podría exportar muy poco a cambio, lo cual
traería consigo indefectiblemente problemas de balanza de pa-
gos. Eso requeriría mucha generosidad por parte de Estados
U n i d o s , para que no se repitieran las dificuliades de los años
veinte debidas en parte a la mezquindad de este país, especial-
mente del presidente Calvin Coolidge, al exigir la devolución
de las deudas hasta el último céntimo, exigencia que a la pos-
tre resultó ser inviable y extremadamente perjudicial, en pri-
mer lugar para el propio Estados Unidos.
Aparte del problema estructural que planteaba la postra-
ción de Europa y la forzosa asimetría de sus relaciones comer-
ciales con Estados Unidos en el futuro inmediato y quizá no
tan inmediato (nadie podía entonces imaginar el milagro eco-
nómico europeo), la probabilidad de desequilibrios era insos-
layable en cualquier caso, p o r la gran heterogeneidad de los
países miembros. ¿ Q u é ocurriría si uno de estos países acumu-

370
X. UN NUEVO ORDEN SOCIALDEMÓCRATA

laba deudas a consecuencia de repetidos déficits de balanza de


pagos? En el patrón oro clásico se suponía que operaba el me^
canismo inexorable del teorema de Hume: se producía una
contracción de la oferta monetaria y una deflación; pero esta
medicina había resultado demasiado amarga, políticamente
inaceptable en un mundo de democracia, sindicatos, y partidos
de izquierda. De ahí vino la quiebra del patrón oro. ¿Qué ha-
cer entonces? La solución de Keynes y White estaba en saltar-
se las reglas, pero dentro de un orden. El abandono del patrón
oro e
l° "
n s a
tremía dio lugar a una política d e «sálvese
o s

quien pueda» que había producido el caos diplomático, el de-


rrumbe del comercio internacional, la incertidumbre, el nacio-
nalismo, el envenenamiento de las relaciones y, en último tér-
mino, había contribuido a traer la guerra. U n a importante
innovación de Bretton W o o d s era que en el Fondo Monetario
Internacional un país no podía r o m p e r las reglas sin permiso
de Jos demás: podía devaluar, sí, pero para eso debía lograr el
acuerdo del Fondo, que estudiaría su caso y propondría una
solución. Nadie podía salirse de las filas cuando quisiera: ha-
bía que pedir permiso al capitán.
C o n el nuevo sistema, un país en dificultades las ponía
en conocimiento del F o n d o y éste trataba de solucionarlas
con una mezcla de penalizaciones e incentivos. Los incenti-
vos eran unos créditos que permitieran al país cubrir su défi-
cit, seguir importando y el permiso para devaluar, para lo cual
el país tenía que probar que su desequilibrio era «fundamen-
tal», palabra que dio lugar a grandes discusiones en cuanto a
su significado exacto. C o m o la devaluación era una solución
mucho menos dolorosa que la deflación (la tan temida medi-
cina de Hume), se imponían límites a la cuantía de la devalua-
ción y a su frecuencia p o r medio de complejas reglas y con-
diciones. Las penalizaciones estaban en los «planes de
estabilización» del F o n d o , los famosos «paquetes» de medi-
das de recuperación. El F o n d o M o n e t a r i o Internacional im-
ponía como condición para ayudar a salir del bache el que el
país se sometiera a una cierta disciplina para remediar los de-

37i
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

sequilibrios estructurales. En lugar del mecanismo imperso-


nal de la deflación, se aplicaba el tratamiento del doctor mo-
netario internacional. La lógica era clara: si no se pone fin a la
inflación, se aumenta la productividad o, en general, si no se
consiguen ambas cosas, en pocos años el país volverá a en-
contrarse en o t r o desequilibrio estructural, ya que éste es
consecuencia precisamente de aquéllas, de la inflación y de la
baja productividad. Tales planes de estabilización suelen im-
plicar una reducción del sector pi.iblico (que de ordinario es
poco eficiente y causante de déficit presupuestario), una res-
tricción monetaria (para combatir la inflación y eliminar em-
presas o actividades con baja productividad) y reformas es-
tructurales que racionalicen el sistema p r o d u c t i v o . Todas
estas reformas implican, p o r tanto, un ajuste de cinturón: algo
parecido a la medicina de Hume, aunque más complejo, su-
pervisado y edulcorado con préstamos. Pero ajuste y discipli-
na al fin y al cabo. Por eso el FMI se ha convertido en objeto
dei odio de sindicatos y partidos de izquierda, que lo consi-
deran culpable de las privatizaciones, las congelaciones de sa-
larios, las reducciones de plantilla y demás medidas desagra-
dables que la recuperación de la competitividad ileva consigo.
Es que, aunque el sistema K e y n e s - W h i t e trataba de eliminar
los aspectos más dolorosos de los ajustes, la cirugía social y
económica es inevitable en casos de desequilibrio fundamen-
tal, p o r mucha anestesia que se utilice.
El sistema de pagos creado p o r el F M I presupone la li-
bertad de comercio, y eso estaba m u y lejos de lograrse al tér-
mino de la guerra. Las restricciones implantadas durante los
treinta se habían intensificado p o r las exigencias de la con-
tienda, para combatientes y neutrales. El empobrecimiento y
la postración económica impedían que los países estuvieran
dispuestos a liberalizar el comercio, ya que se sentían obliga-
dos a dar prioridad a las políticas de reconstrucción y no que-
rían perder discrecionalidad. Al igual que ocurría con el sis-
tema de pagos, se requería un acuerdo para lograr una
liberalización del comercio, que había de ser gradual y con-

372
X. UN NUEVO ORDEN SOCIALDEMÓCRATA

certada, ya que ningún país (salvo Estados Unidos) estaba


dispuesto a liberalizar unilateralmente. En este escollo nau-
fragó la proyectada Organización Internacional del C o m e r -
cio ( O I C ) en 1 9 4 7 . Se trataba de abolir o disminuir los dos ti-
pos de barreras no financieras al comercio: los aranceles y las
limitaciones cuantitativas (prohibiciones, cuotas y demás r e -
gulaciones). Las barreras financieras, p o r supuesto, son las
que se refieren al tipo de cambio. El programa era demasiado
ambicioso. Pero simultáneamente, como parte de la negocia-
ción de la O I C , se había logrado un acuerdo multilateral s o -
lamente sobre rebajas arancelarias. A este acuerdo se aferró el
Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas ( E C O -
SOC) y lo convirtió en organismo permanente que organiza-
ba reuniones periódicas para lograr nuevas rebajas arancela-
rias: había nacido, en 1 9 4 7 , el G A T T (General Agreement on
.Tariffs and Trade, A c u e r d o General sobre Aranceles y C o -
mercio), que casi medio siglo más tarde (1995), en circunstan-
cias m u y diferentes, desaparecido ya el bloque soviético y en
un ambiente de prosperidad general, volvería a su origen y se
Convertiría en la O I C .
Pero no bastaba con rebajar aranceles. El comercio inter-
nacional crecía despacio en los años inmediatamente siguientes
a la guerra, y la recuperación de Europa parecía «¿bogada p o r
falta del oxígeno de las importaciones. Hacía falta algo más ra-
dical. Ante esta situación, el gobierno de Estados Unidos, dan -
'db una nueva demostración de inteligencia y de capacidad de
aprender de los errores pasados, decidió elaborar un programa
de ayuda en su mayor parte gratuita a los países europeos afec-
tados por la guerra. En lugar de reclamar inútil y mezquina-
. loiente unas deudas que los deudores en ningún caso hubieran
-; podido pagar, se decidió hacer todo lo contrario: financiar la re-
. cuperación de los deudores no para que pudieran pagar en el
, futuro, sino simplemente para sacarles de la miseria y permitir
pSíqüe los antiguos aliados recobraran el papel que habían t e -
•^do en el pasado. No t o d o era altruismo, sin duda; era más
vtet una mezcla de astucia y grandeza. Porque hay que reco-
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

nocer que la incipiente confrontación de Estados Unidos con


la Unión Soviética, algo que se manifestó antes incluso del fin
de las hostilidades, tuvo mucho peso en la decisión de adoptar
este gesto magnánimo que fue el llamado Plan Marshall. Puede
decirse que la Guerra Fría, entre Estados Unidos e Inglaterra
de un lado y la Unión Soviética de otro, empezó antes de ter-
minarse la «guerra caliente» entre los aliados y el Eje. El modo
en que la Unión Soviética se hizo con el control de la Europa
Oriental, persiguiendo a sus enemigos democráticos y organi-
zando elecciones al estilo soviético y, sobre todo, su apoyo a los
comunistas griegos en la cruenta guerra civil que ya se había
iniciado en Grecia antes de terminar la Guerra Mundial, a lo
que se añadía el éxito de los partidos de izquierda, entre ellos
los comunistas, en varios países de Europa Occidental, en es-
pecial Italia y Francia, hizo que Estados Unidos se decidiera a
tratar de promover el crecimiento económico de sus antiguos
aliados con un triple objetivo: reforzar a los partidos no comu-
nistas, robustecer a la Europa Occidental frente al bloque so-
viético y proclamar el apoyo estadounidense a sus antiguos
aliados. Es de esta época (5 de marzo de 1946) el famoso dis-
curso de Churchill en Estados Unidos, en Fulton, en el estado
de Missouri, del que procedía el presidente Harry S. Traman y
a invitación suya, en que denunció que

un telón de acero ha descendido en medio [de huropaj. Mis están


las capitales Je los antiguos estr.dos de la Europa Central y OrienLal
[, que están dentro de] lo que debo llamar la esfera soviética y sujetas
de un modo u otro no sólo a la influencia soviética, sino a un control
de Moscú estrecho y en muchos casos creciente.

P o c o más de un año más tarde (5 de junio de 1947) el


general George C. Marshall, secretario de Estado estadouni-
dense, en otra conferencia, ésta en la Universidad de Har-
vard, anunciaba el plan de ayuda masiva a Europa. Entre una
y otra conferencia las relaciones entre los aliados occidenta-
les y el bloque oriental no habían hecho sino empeorar.
Churchill había observado meses antes: « L o que dije en Ful-

374
X. UN NUEVO ORDEN SOCIALDEMÓCRATA

ton ha sido superado p o r los acontecimientos». C o n el Plan


Marshall se trataba de inyectar gran cantidad de ayuda a E u -
ropa durante cuatro años para más tarde v o l v e r a la lógica de
las relaciones de mercado entre Estados U n i d o s y sus anti-
guos aliados. La oferta incluía a los antiguos combatientes;
por tanto los países de la Europa Oriental, la U n i ó n Soviéti-
ca y la propia Alemania; España, sin embargo, quedaba ex-
cluida.
Hay que señalar que la situación de la España franquista
en la Europa de la posguerra era lamentable. Pese a no haber
intervenido directamente en las hostilidades, la actitud del go-
bierno de Franco había sido abiertamente favorable a los p o -
deres del Eje. Franco más tarde alegó que España no comba-
tió porque él no quiso; p e r o las fotos de su encuentro con
Hider en Hendaya en octubre de 1940, saludando al dictador
nazi con evidente entusiasmo y hasta arrobo, el testimonio de
su propio ministro de A s u n t o s Exteriores y cuñado, R a m ó n
Serrano Suñer, y la abundante evidencia documental demues-
tran que si España no entró en la guerra fue porque Hitler no
quiso [Preston (1995), cap. X V ] . Esto también lo pensaban los
aliados al final de la contienda; p o r eso España fue expresa-
mente excluida de la O N U en 1 9 4 6 y del Plan Marshall en
1947. Más tarde, los avatares de la G u e r r a Fría permitieron
que la España de Franco fuera admitida en la O N U en 1956 y
en el FMI en 1958 [Muns (1986)]. Pero aun así, pese a los tor-
pes esfuerzos de Franco p o r disimular la realidad de su dicta-
dura, España estuvo al margen de la construcción de Europa
y de los foros políticos internacionales hasta la muerte del
dictador y la restauif.cion.de la democracia. Mientras tanto,
sin embargo, la tensión creciente entre Estados LTnidos y la
Unión Soviética permitió que, con cuatro años de retraso, Es-
paña se beneficiara de una especie de Plan Marshall militar
particular, gracias a los acuerdos hispano-norteamericanos de
1951. Esta ayuda americana o p e r ó en España efectos pareci-
dos a los que había operado en Europa Occidental cinco años
aS-ítes.

375
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

La U n i ó n Soviética, por su parte, rechazó la oferta esta-


dounidense, y prohibió a sus satélites aceptarla, cosa que Po-
lonia y Checoslovaquia hubieran hecho de haber podido.
Para la U n i ó n Soviética, evidentemente, el nivel de vida de su
población era un problema secundario, cuya resolución y me-
jora no compensaban la humillación y el riesgo que el recibir
la ayuda americana implicaba. Además, la U n i ó n Soviética sí
cobró reparaciones y deudas de guerra a los países conquista-
dos de Europa Oriental. Si poco le importaba a Stalin el nivel
de vida soviético, el de los países recién incorporados al entor-
no soviético le importaba aún menos y, en cambio, la previsi-
ble injerencia de Estados Unidos en ellos con motivo de la
aytida le afectaba mucho.
Los países de Europa Occidental, p o r el contrario, sí
aceptaron la ayuda estadounidense y las condiciones requeri-
das, que esencialmente se reducían a liberalizar su comercio.
C o n el fin de distribuir la ayuda y de coordinar las acciones
de los participantes se creó, con sede en París, la Organiza-
ción Europea de Cooperación Económica ( O E C E ) . La
O E C E se convirtió para Europa en lo que la nonata O I C iba
a ser para el mundo, con la ventaja añadida de que tenía un
arma poderosa en sus manos: la ayuda estadounidense. La
O E C E aunó varias funcione»: la distribución de la ayuda, la
contribución a 1?. Hberalización del comercio, el estudio de las
economías de los países miembros y una cierta labor en pro
de la integración europea. En aquel momento lo más impor-
tante fue su contribución al desarrollo del ceimercio con un
ataque decidido a las barreras cuantitativas, ya que el GATT
se ocupaba de los aranceles que además, en aquellos memen-
tos, eran menos importantes. C u m p l i d o su cometido inicial
de servir de enlace para la distribución de la ayuda estadouni-
dense en Europa, la O E C E pasó más tarde a ampliar su ámbi-
to, englobando a otros países desarrollados como Estados
Unidos, Canadá y Japón, cambiando su nombre p o r el de Or-
ganización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos
( O C D E ) . La O C D E hoy, además de ser un importante cen-

376
X. UN NUEVO ORDEN SOCIALDEMÓCRATA

tro de estudios económicos y foro de comunicación de sus


miembros, canaliza la ayuda a los países menos desarrollados.
Esta función también la desempeña un organismo de carácter
militar, la Organización del Tratado del Atlántico N o r t e
(OTAN), que contribuyó a cimentar las relaciones entre Eu-
ropa y Norteamérica. El tratado fue firmado en 1 9 4 9 ante la
situación de Guerra Fría entre el bloque comunista y el capi-
talista. El tratado fue algo así como la contrapartida militar a
la ayuda Marshall, una especie de O C D E en materia de segu-
ridad, porque preveía la creación de una fuerza común a los
signatarios para actuaciones de defensa conjunta.
O t r o factor de crecimiento para Europa Occidental fue
su progresiva integración económica. Si las barreras al comer-
cio internacional caían a escala intercontinental gracias a la
mencionada sopa de letras comercial ( O C D E , GATT, espe-
cialmente), más drásticamente cayeron en Europa las barreras
al comercio intracontinencal con la progresiva formación de lo
que hoy llamamos la U n i ó n Europea, que comenzó llamándo-
se Mercado C o m ú n Europeo (MCE) y teniendo un ámbito
geográfico mucho más restringido. El M C E fue originaria-
mente una unión aduanera. Su precedente más lejano y exito-
so fue el Zollverein, la Unión Aduanera Alemana que se inició
en 1834 y acabó p o r conducir, a través de un camino tortuoso
y no exento de violencia, a la constitución del Imperio Alemán
en 1871. El ideal de unión europea, p o r otra parte, puede r e -
montarse incluso al Imperio Romano, y desde luego ai Impe-
rio Germano R o m a n o fundado p o r Carlomagno en el año
.800. Otros antecedentes menos atractivos pueden verse en los
efímeros imperios europeos de Napoleón a principios del si-
glo X I X y de Hitler durante la II Guerra Mundial.
?.f El antecedente inmediato del M C E está en la unión adua-
nera de Bélgica, Holanda y Luxemburgo establecida en 1948,
comúnmente llamada Benelux. Su pronto éxito reforzó la fe en
J a s rebajas arancelarias como estímulo al crecimiento económi-
co. Por otra parte, en 1 9 5 0 se creaba un mercado común euro-
peo (el Benelux más Francia, Alemania e Italia) siderúrgico, la

W 377
L O S ORÍGENES DEL S I G L O X X I

Comunidad Europea del C a r b ó n y del A c e r o ( C E C A ) . En


parte la C E C A se debió al miedo que a los otros europeos les
inspiraba el desarrollo autóctono de la siderurgia alemana. Sin
embargo, el buen resultado y el espíritu de cooperación y en-
tendimiento entre los seis países de la C E C A facilitaron mucho
las cosas para que se pensara seriamente en expandir el acuerdo
al resto de los sectores económicos. Los esfuerzos en este sen-
tido fueron coronados con éxito y en 1957 se firmaba en Roma
el tratado de la Comunidad Económica Europea, la CEE, más
conocida como Mercado Común Europeo, y un año más tar-
de, un acuerdo de cooperación en materia de investigación y
desarrollo de la energía nuclear, con el nombre de Euratom. En
este último campo las economías de escala eran muy percepti-
bles. Lo costoso de la investigación nuclear (que requiere la
construcción de los carísimos reactores experimentales) hacía
casi inviable su desarrollo en cada uno de los países europeos y
totalmente lógico el que éstos pusieran en común sus lecursos
físicos y humanos. Pronto se vio que el mismo principio se
aplicaba en el campo de la industria en general. Las economías
de escala eran tales en este sector que las empresas ganaban en
productividad al fabricar para un mercado tan grande como el
de los Seis. La intuición de A d a m Smith en 1776 de que «la di-
visión del trabajo [léase productividad] depende de la extensión
del mercado» se hizo cierta una vez más con el M C E . La cues-
tión agrícola fue algo m u y distinto: aquí las economías de esca-
la no son tan claras y, por el contrario, los agricultores europe
os. capitaneados p o r los franceses, reclamaron y obtuvieron
protecciones compensatorias contra la competencia de terceros
países, que se añadían a la ya muy alta barrera arancelaria exte-
rior del M C E . Esta política agraria ha producido los efectos
opuestos a los logrados con la industra: rigideces sociales, altos
precios de los alimentos, que requieren un diferencial añadido
a los ya altos niveles salariales, y un notable perjuicio a la com-
petitividad de la industria europea en el exterior. En definitiva,
la agricultura se ha convertido en una remora para el resto de la
economía y de la sociedad europeas.

378
X. UN NUEVO ORDEN SOCIALDEMÓCRATA

Inglaterra había sido invitada a tomar parte en las delibe-


raciones que abocaron al Tratado de Roma, pero decidió reti-
rarse. Durante los años veinte, Inglaterra había constituido la
Commonwealth, una asociación de naciones teóricamente
iguales, en sustitución del antiguo Imperio Británico. A partir
de 1932, con la introducción de un arancel moderadamente
proteccionista, había convertido la Commonwealth en un área
de preferencias aduaneras que aspiraba a ser una asociación de
libre comercio. Los aranceles preferenciales de la C o m m o n -
wealth dieron a Inglaterra un último brillo de metrópoli impe-
rial, lo que en muchos aspecto le reportó beneficios económi-
cos, pero también le planteó serios problemas. A Estados
Unidos no le hacía ninguna gracia la C o m m o n w e a l t h , y u n o
de sus objetivos en la posguerra fue que Inglaterra desmante-
lara el complejo sistema de preferencias «imperiales». Lo con-
siguió a medias y la cuestión p r o v o c ó fricciones entre ambos
países anglosajones durante mucho tiempo. Tampoco a ios v e -
cinos continentales de Inglaterra les caía en gracia la C o m -
monwealth. Fueron las «preferencias imperiales» las que per-
suadieron a Inglaterra a abandonar su entrada en el M C E .
Cuando se constituyó la Europa de los Seis y se vio fuera, In-
glaterra respondió creando el Á r e a de Libre Comercio E u r o -
peo (la European Free Trade Área, conocida como EFTA) con
tres países escandinavos (Dinamarca, Noruega y Suecia), A u s -
tria, Suiza y Portugal. E:« "na asociación mucho más débil, en
el sentido de que no tenía arancel exterior, que Inglaterra no
podía establecer porque se lo impedían las «preferencias impe-
riales». Tampoco incluía los productos agrícolas. A u n q u e
otros pequeños países se unieron más tarde (Islandia, Finlan-
dia, Lichtenstein, Groenlandia, Islas Feroe), Inglaterra no r e -
solvió sus problemas, porque seguían sus dificultades de ba-
lanza de pagos y su crecimiento relativamente lento. De m o d o
que menos de dos años después de crearse la EFTA, ya estaba
•Inglaterra pidiendo su ingreso en el M C E , aunque con condi-
ciones, todavía p o r la Commonwealth. En 1963, De Gaulle les
dio a los ingleses con la puerta en las narices, vetando su entra-

379
LOS ORÍGENES DEL S I G L O X X I

da mientras mantuvieran sus relaciones con el antiguo Impe-


rio y sus exigencias de trato diferenciado. Los ingleses se tra-
garon su orgullo y volvieron a pedir admisión más humilde-
mente en 1967. Otra vez los vetó De Gaulle, que parecía decir
«por encima de mi cadáver». Y así fue, porque Francia no re-
tiró su veto hasta 1 9 6 9 , después de abandonar De Gaulle la
presidencia, y los británicos no fueron admitidos a negociar
con la.Comisión de la CEE hasta 1970, el año en que murió De
Gaulle. Inglaterra, Irlanda y Dinamarca fueron admitidos
como miembros de pleno derecho de la CEE en 1972. El éxi-
to del M C E lo prueba de manera muy simple el episodio de la
entrada de Inglaterra y la desbandada de la EFTA, la mayoría
de cuyos miembros acabaron solicitando su ingreso en la
CEE. Las subsiguientes adhesiones fueron la de Grecia (1981),
España y Portugal (1986) y Austria, Suecia y Finlandia en
1995. En 2004 tuvo lugar una ampliación masiva de la UE con
la incorporación de Hungría, Polonia, Estonia, Letonia, Lirua-
nia, República Checa, Eslovaquia, Eslovenia, Chipre y Malta
[Hay (2003)]. La cola restante es larga; está encabezada por
Turquía, país con el que las conversaciones, que serán largas y
arduas, se han iniciado en 2005. Suiza, celosa de su tradicional
independencia, va dando pasos encaminados a su integración
también: en ese mismo año abrió sus fronteras a los habitantes
de la U E , lo cual, entre otras cosas, la integra en e! mercado la-
boral del continente. Rumania, Bulgaria, Albania, Croacia y
Macedonia están en lista de espera; quizá más tarde les llegue
el turno a Serbia, Ucrania y Moldavia.

EL M I L A G R O K E Y N E S I A N O

La ayuda estadounidense y la política liberalizadora fue-


ron seguidas y acompañadas p o r el periodo de m a y o r creci-
miento mundial de la Flistoria. La economía europea creció
desde el fin de la Guerra Mundial hasta la crisis del petróleo
de 1973 a tasas m u y altas, que habían sido desconocidas hasta

380
X. UN NUEVO ORDEN SOCIALDEMÓCRATA

entonces. En esto, a diferencia de periodos anteriores, estuvo


acompañada por el resto del mundo.
Pueden distinguirse cuatro grandes etapas en la historia
del crecimiento económico mundial en el siglo XX [Maddison
(1989), ( 1 9 9 1 ) ] . La primera etapa, 1 9 0 0 - 1 9 1 3 , es, en realidad,
una continuación del crecimiento del siglo XIX. Desde la pers-
pectiva actual, este periodo, de mediados del XIX hasta la I
Guerra Mundial, al que hemos llamado la belle époque, es el
primero de crecimiento económico sostenido y generalizado
de la Historia, aunque sus tasas de desarrollo se han visto su-
peradas p o r las de la segunda mitad del siglo XX. T,a segunda
etapa, desde el inicio de la I hasta el final de la II Guerra M u n -
dial, es un lapso de desaceleración del crecimiento como con-
secuencia de los factores que hemos visto en el capítulo IX. La
desaceleración fue particularmente sensible en los países euro-
peos, que habían sido los que más rápidamente habían crecido
en el siglo XIX (el caso español es ligeramente distinto, como
más tarde veremos). La tercera etapa, que es la que estamos
comentando, registra el más alto ritmo de crecimiento de la
Historia. G r a n parte del resto de este capítulo está dedicado a
analizar las causas de esta ejecutoria. La cuarta etapa, que com-
prende, aproximadamente, el último cuarto del siglo XX y el
inicio del siglo XXI, es de relativa desaceleración, y hay que p o -
ner el énfasis en la palabra «relativa» porque, en su conjunto,
es también una época de m u y rápido crecimiento. Esta etapa la
consideraremos con m a y o r detalle en el capítulo XIII.
El crecimiento de la tercera etapa, 1 9 4 5 - 1 9 7 3 , es tanto
más notable cuanto que tuvo lugar a partir de unas economías
!
Cüyos stocks de capital habían sido en gran parte destruidos
«•por la guerra más cruenta de la Historia; p e r o es que, c o m o
J¡han señalado tantos autores, los contrastes del siglo XX son
^enormes: junto a las mayores destrucciones se dan también
íilós mayores avances. Por esto se ha hablado tanto de milagro
, jseconómico, porque fueron las economías destrozadas de Eu-
JÉlirepa y Japón las que más crecieron. Es más, fueron las derro-
P $tádas y humilladas potencias del Eje, Japón, Alemania e Italia,

i
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

los países que más rápidamente se desarrollaron tras la guerra


y aquellos cuya actuación primero hizo hablar de milagro; y
resulta interesante que, por contraste, fueran las potencias
vencedoras, Estados Unidos y G r a n Bretaña, las que no fue-
ron invadidas (aunque Gran Bretaña sufriera tremendos bom-
bardeos), las que exhibieran tasas de crecimiento más modes-
tas. Desde luego, una parte de la explicación de las altas tasas
de ios vencidos reside en que partieron de cifras iniciales muy
bajas; pero atribuir todo, o una parte importante, del éxito a
las bajas cifras iniciales es poco satisfactorio, porque esas ba-
jas cifras se deben a las enormes destrucciones que sufrieron
esos países y el problema es comprender precisamente cómo
pudieron sobreponerse a esas destrucciones. El crecimiento
económico es algo acumulativo y, pese a lo que digan los teó-
ricos de la convergencia, la evidencia histórica muestra que el
ser rico es una ventaja para seguir creciendo [Aldcroft (1995)].
Hay explicaciones mucho más satisfactorias. Una de ellas
hace referencia al capital humano y a ella nos referiremos más
adelante; otra es la de Mancur Olson [(i982)]. Olson dice que
en las sociedades se generan ciertas contraposiciones de gru-
pos de poder que terminan por ser un lastre para la economía:
se trata de los grupos que mediante el poder político, el econó-
mico, el social o, m u y frecuentemente, todos a ia vez, logran
posiciones monopolísticas, que les producen grandes benefi-
cio;, pero a costa de imponer sacrificios a la sociedad en su
conjunto. El monopolista carga precios altos y produce menos
y de peor calidad que las empiesas que compiten. Pero el mo-
nopolista en general debe su condición a que se encuentra pro-
tegido p o r la ley, p o r el poder político o por ia circunstancia
que sea, pero siempre con la tolerancia del poder. Un caso ex-
tremo de esto era la Unión Soviética, donde la mayor parte de
las empresas eran monopolistas, con el resultado que se sabe,
y que más tarde comentaremos. Pues bien, nos dice Olson: la
maraña de monopolios y privilegios, lo que él llama «rigideces
sociales», es por desgracia compatible con la democracia y aca-
ba siendo una remora al crecimiento. Un caso m u y conocido

382
X. UN NUEVO ORDEN SOCIALDEMÓCRATA

de «rigidez social» es el de la libertad del comercio de armas de


fuego en Estados Unidos. En contra de la voluntad de la in-
mensa mayoría del pueblo estadounidense, repetidamente ex-
presada en las urnas, los fabricantes de armas de fuego logran
mantener en vigor la arcaica legislación que permite el libre
comercio de esas armas, con inmensos y crecientes costes hu-
manos, morales y económicos. Ejemplos parecidos, menos co-
nocidos, se dan en otros países democráticos. Por eso, paradó-
jicamente, es m u y sano perder una guerra: porque la derrota
acostumbra a producir una reforma tal de las estructuras y una
renovación de las élites gobernantes de tal calibre que esas ma-
rañas monopolísticas desaparecen, siquiera sea sólo p o r unos
años, y la economía crece más rápidamente. A s í parecen indi-
carlo las altas tasas de crecimiento de Japón, Italia y Alemania
en la segunda posguerra. (También me parece la olsoniana una
explicación satisfactoria del crecimiento de Cataluña en el si-
glo XVIII.)

El caso español, aunque el país fuese técnicamente neu-


tral durante la guerra, es más parecido al de las potencias per-
dedoras las ganadoras. Ya en el periodo de entregue-
rras la economía española siguió una tendencia propia,
porque en conjunto, desde el comienzo de la I Guerra M u n -
dial hasta el de la Guerra Civil, creció a m a y o r ritmo que la
media europea. Esto se debió, en primer lugar, a su condición
de no beligerante en la Gran Guerra que significó un gran es-
;

tímulo para su economía. Sin problemas de vuelta al p a t r ó n


oro y con una política estatal de fomento del desarrollo, en los
años veinte continuaron las tendencias iniciadas durante la
Gran Guerra. En los treinta, como ya vimos, el impacto de la
depresión mundial fue limitado, p o r el considerable aisla-
miento de la economía española y por no estar ésta sujeta a los
«grilletes dorados». Tras la Guerra Civil, sin embargo, la eco-
nomía española se estancó de una manera que contrasta p e n o -
samente con las rápidas recuperaciones de los países europe-
os. Esto se debió a la equivocada política económica del
franquismo, que primero se alió con el Eje, cuya relativa de-

383
L O S ORÍGENES DEL S I G L O X X I

bilidad económica no contribuyó nada a ayudar a la postrada


economía española en los años cuarenta, y luego persistió en
una política de aislamiento económico, lo cual retrasó lo efec-
tos favorables del boom europeo de la posguerra. Hasta los
cincuenta, gracias en gran parte a la ayuda estadounidense y a
una lentísima rectificación de la política de autarquía oficial-
mente seguida p o r el régimen franquista hasta nada menos
que 1959, no llegó la recuperación y el comienzo del llamado
«milagro español». Éste se p r o d u j o cuando, p o r fin, el régi-
men franquista rompió sus ataduras con los residuos de la po-
lítica de tipo nazi que practicó desde 1 9 3 9 y decidió imitar la
política económica de sus vecinos europeos. El Plan de Esta-
bilización de 1 9 5 9 , con la ayuda del FMI, de la O E C E y del
Banco Mundial, significó una relativa liberalización económi-
ca que, pese a sus limitaciones y gracias al estímulo que signi-
ficaba el conectarse con el tremendo desarrollo de la econo-
mía europea, permitió un crecimiento como nunca se había
experimentado en la historia de España. Se alcanzaron así, du-
rante los sesenta, tasas de crecimiento comparables o mayores
que las italianas o alemanas, sólo superadas por las japonesas.
El crecimiento de esta tercera etapa ha sido m u y fuerte
en el m u n d o en general y en los países desarrollados en par-
ticular. Incluso en los anglosajones, con tasas más modestas,
p e r o niveles iniciales más altos, el ritmo de crecimiento ha
sido histórico, es decir, más alto que en periodos anteriores,
incluso habiendo sido estos países los que más crecieron en
el siglo X I X . ¿ C ó m o se explica esta etapa acelerada de creci-
miento, única en la Historia, y en la que hemos tenido la for-
tuna de vivir o cuyas consecuencias hemos disfrutado?
La explicación fundamental reside en la generalización
de la economía keynesiana. Es una de las muchas crueles iro-
nías del destino que John Maynard Keynes muriera justamen-
te en 1 9 4 6 , a los 62 años, cuando se iniciaba la etapa de creci-
miento que se debió a él más que a nadie. Tras la guerra, y
aunque en Bretton W o o d s predominara el sistema de pagos
internacionales de White más que el de Keynes, el mensaje in-

384
X. UN NUEVO ORDEN SOCIALDEMÓCRATA

telectual de su Teoría general había sido asimilado p o r la c o -


munidad académica e impartido a la clase política. Es m u y ex-
presivo que, precisamente en los últimos años de la era k e y -
nesiana, un presidente estadounidense republicano,
profundamente conservador, Richard M. Nixon, manifestara
públicamente: «Ya todos somos keynesianos» (Weare allkey-
nesians now). En realidad, desde el final de la guerra, con la
administración demócrata de Truman, la política económica
keynesiana se impuso como algo cotidiano y además se infil-
tró en los libros de texto, de m o d o que las generaciones de
economistas de esos años eran ya discípulos de Keynes. A ú n
más cierto era esto en Europa, donde bajo la influencia de los
gobiernos de izquierda que aparecieron tras la guerra se prac-
ticaron los principios keynesianos con más intensidad aún
que en Estados Unidos. En este país, en la era republicana de
Dwight Eisenhower en los años cincuenta, el keynesianismo
de Roosevelt y Truman de hecho se mantuvo, p e r o se renegó
de él de boquilla. Q u i z á la Alemania de esa época, con la
«economía social de mercado» del doctor Ludwig Erhard, sea
luna excepción parcial a la n o r m a de la Europa Occidental, al
ser el menos keynesiano entre los países avanzados de ese p e -
riodo. Sin embargo, el venerable sistema de seguridad social
alemán subsistió e incluso se desarrolló.
¿En qué consistía el keynesianismo de esas economías y
cómo contribuyó a las fenomenales tasas de crecimiento? Ya
vimos que las recomendaciones de Keynes en su Teoría gene-
ral se encaminaban a una política anticívica que, olvidando
las preocupaciones antiinflacionistas, inyectara liquidez en la
economía por medio de una política de dinero barato y de dé-
ficit presupuestario. En lugar de perseguir la estabilidad de
precios, c o m o se había hecho en la época del patrón o r o , la
política keynesiana perseguía el pleno empleo.
- f? La teoría keynesiana era m u y grata a la izquierda porque,
•sin renegar de la neutralidad ética de la economía (el principio
<de que el economista no debe hacer juicios de valor, como p r e -
ferir una política igualitaria p o r razones éticas), había brinda-
i?

385
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

do un argumento práctico en favor de la política de redistribu-


ción de la renta, en concreto, el impuesto sobre la renta pro-
gresivo, el impuesto sobre la riqueza, el seguro de desempleo,
las prestaciones sociales, etcétera. Este argumento era el si-
guiente: la causa de las depresiones es la demanda insuficiente,
en gran parte provocada porque en las sociedades ricas cada
vez se ahorra más y en consecuencia la demanda de bienes y
servicios decae. En cualquier sociedad, la propensión al ahorro
es mayor entre los ricos que entre los pobres; luego al quitarle
dinero a los ricos y dárselo a los pobres estamos estimulando
la demanda agregada y combatiendo la depresión. Este razo-
namiento, por supuesto, sonaba a música celestial en los oídos
de socialistas y sindicalistas que, por las razones que ya cono-
cemos, habían pasado a formar parte del bloque de po der en
las sociedades industrializadas y con los que, incluso cuando
eran los conservadores quienes estaban en el poder, se contaba
antes de tomar decisiones importantes de política económica.
C o n la aceptación generalizada de la economía keynesia-
na, p o r tanto, se impuso la intervención del Estado en ia eco-
nomía y la asunción por los gobiernos de su responsabilidad
en materia económica. Era responsabilidad del gobierno que
la inversión se mantuviera en un nivel adecuado, que no hu-
biera depresiones y que no hubiera altas de desempleo.
A d e m á s , en el sistema democrático imperante en los países
adelantados, p r o n t o se descubrió que la prosperidad econó-
mica era ei gran secreto para ganar elecciones el partido en el
poder y las alzas en el desempleo la más segura receta para
perderlas. El consenso con respecto a la responsabilidad eco-
nómica del gobierno trajo consigo una gran expansión del pa-
pel del Estado en la economía, de tres maneras: 1) Aumentó la
regulación de la economía, desde sistemas impositivos más
complejos hasta inspecciones sanitarias, controles de precios,
etcétera. En muchos países se practicó un tipo u otro de «pla-
nificación flexible», sobre la que enseguida haremos unos co-
mentarios. 2) A u m e n t ó el tamaño del presupuesto: el Estado
intervino crecientemente a través de la política fiscal, aunan-

386
X. UN NUEVO ORDEN SOCIALDEMÓCRATA

do los esfuerzos redistributivos y los anticíclicos como acaba-


mos de ver: aumentó el tamaño de la Administración Pública,
los servicios del Estado (lo que se ha llamado el Estado de
Bienestar) y, como contrapartida, crecieron los impuestos. El
tamaño del presupuesto dentro de la renta nacional pasó de
estar p o r debajo del 1 0 % en el siglo X I X a oscilar en torno al
4 0 % en la segunda mitad del siglo X X , dándose casos en los
que se superaba el 5 0 % . 3) A u m e n t ó el tamaño del «sector
público», es decir, de las empresas públicas. En otras palabras,
el Estado se hizo empresario y se habló de una «economía
mixta», es decir, de la coexistencia de un gran sector empresa-
rial público junto al privado.
Tanto la «planificación flexible» como la «economía
mixta» debían más al ejemplo comunista que a los preceptos
keynesianos. El sector empresarial público tenía muchos par-
tidarios entre la izquierda, aunque en algunos países, como
España o Italia, fuera una reliquia fascista. La gran empresa
holding estatal italiana, el IR1, se había creado p o r el gobier-
no de Mussolini, y su trasunto español, el INI, fue una de las
criaturas favoritas y emblemáticas de Franco. Los herederos
democráticos de los dictadores acogieron estos legados del
fascismo con alborozo y, sólo mucho más tarde y con la o p o -
sición de la izquierda, se emprendieron programas de privati-
zación.
En los casos de Inglaterra y Francia, las nacionalizacio-
nes provinieron de intervenciones de los gobiernos de p o s -
guerra: en Inglaterra los gobiernos laboristas nacionalizaron
los sectores estratégicos como casi todo el iransporte, la ener-
gía (el carbón inglés, tan conflictivo, estaba deseando ser na-
cionalizado) y gran parte de la industria pesada. En Francia,
la ideología nacionalizadora se v i o asistida p o r la expropia-
ción de empresas que habían colaborado con los ocupantes
nazis, como la Renault, y los bancos más importantes, a los
que se añadieron la energía, los ferrocarriles, los seguros, et-
cétera. Otras economías no tuvieron tan grandes sectores p ú -
blicos, pero el papel del Estado fue determinante en todos los

387
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

países. En Francia la planificación flexible fue adoptada de


manera formal en la posguerra, bajo la inspiración de Jean
Monnet, una de las personalidades más destacadas de la re-
construcción europea y de la unificación económica. Se trata-
ba de planes cuadrienales; eran flexibles en cuanto que para el
sector privado de la economía tenían carácter meramente «in-
dicativo»: revelaban, simplemente, el conjunto de previsiones
macroeconómicas del gobierno, que se comprometía a poner
los medios a su alcance (sector empresarial público, presu-
puesto) para que se cumpliera el plan; se suponía que esta re-
lativa certidumbre con respecto al comportamiento futuro del
Estado y de la empresa pública debiera haber ayudado a las
empresas a llevar a cabo sus decisiones.
La planificación inglesa nunca estuvo tan estructurada
como la francesa; también fue mucho menos ambiciosa. Hasta
1962 no hubo oficina de planificación. La política macroeco-
nómica era estrictamente keynesiana y de ella se quejaban los
empresarios p o r ser mecánicamente anticíclica y operar a em-
pujones, en inglés stop and go. En ese año el gobierno conser-
vador de Harold MacMillan creó dos oficinas de planificación,
una de desarrollo económico (National Economic Develop-
ment Council, llamada familiarmente Neddy) y otra rectora de
lo que zt llamaba entonces «política de rentas» (National In-
comes Council, para los amigos, Nicky). N e d d y era la oficina
de los descafeinados planes de desarrollo, consistentes en poco
más que una sei ?e de previsiones macroeconómicas y de inver-
sión gubernamental. Nicky estaba encargada de la política re-
distributiva en general y salarial en particular. Dado que las ta-
sas de crecimiento británico, aunque respetables, palidecían
ante las de sus vecinos del continente, esta política tímidamen-
te planificadora no tuvo excesivo arraigo. A u n q u e Postan
[(1967), p. 42] ha señalado que «el que un gobierno tory inglés
hubiera aceptado la necesidad de planificación para el desarro-
llo económico es revelador, pero quizá no sorprendente [...] el
Partido Conservador había asumido su ropaje de laissez-faire
muy recientemente y lo llevaba a la ligera», lo cierto es que con

388
X. UN NUEVO ORDEN SOCIALDEMÓCRATA

la llegada al gobierno de Margaret Thatcher los tories sí asu-


mieron plenamente el liberalismo económico y desmantelaron
las oficinas de planificación.
Otros países europeos siguieron más o menos fielmente
estas directrices. La España del franquismo desarrollista adop-
tó en los sesenta una planificación flexible que era una versión
calcada de la francesa, hasta en el nombre del Ministerio de
Planificación, pues en Francia, en lugar de llamarse ministerio,
se llamaba «Comisaría del Plan». Flolanda, sin un plan gene-
ral, sí tenía una oficina para la política de rentas. En Suecia,
donde el Partido Socialdemócrata monopolizó la escena polí-
tica desde los treinta hasta los setenta, la planificación flexible
y la consulta tripartita gobierno-empresarios-sindicatos tuvie-
ron una larga y exitosa historia. Italia utilizó el IRI, comple-
mentado por el ENI (Ente Nazionale Idrocarburi), sociedad
estatal del petróleo, para llevar a cabo una política de planifi-
cación del desarrollo y, algo que en Italia tiene mucha impor-
tancia, de equilibrio geográfico, con especial atención al Sur
atrasado, creando*"una Cass^ per il M e z z o g i o r n o , de hecho
una oficina de planificación d'el desarrollo del Sur.
Otra novedad de este periodo ha sido la ayuda al Tercer
Mundo. La creciente prosperidad de los países desarrollados y
él éxito del Plan Marshall condujo a que se institucionalizara la
ayuda a los países menos desarrollados. Esta ayuda se hizo en
muchos casos de modo directo por cada país, característica-
mente acompañando programas de exportación; pero también
fue canalizada a través de agencias internacionales. El Banco
Mundial en muchas ocasiones ha hecho préstamos que se han
convertido en donaciones. Las Naciones Unidas a través de
otras agencias, como la F A O (Organización de Agricultura y
Alimentos), la U N E S C O (Organización para la Educación y la
Cultura), la U N I C E F (Organización para la Protección de la
Infancia), etcétera, han sido también vehículos de ayuda, y pa-
recido papel ha desempeñado la O C D E . Incluso el FMI a par-
tir de 1986 ha participado en programas de ayuda al Tercer
Mundo, generalmente en colaboración con el Banco Mundial.

389
LOS ORÍGENES DEL S I G L O X X I

La ayuda era en parte desinteresada, pero en parte venía dicta-


da por las rivalidades de la Guerra Fría. C o n esta ayuda que,
por desgracia, muy frecuentemente era más militar que civil, se
pretendía mantener a los países subdesarrollados en el campo
Occidental y apartados de la esfera comunista.
Pese a lo cuantioso de la ayuda recibida, salvo honrosas
excepciones, la efectividad de la asistencia al Tercer Mundo ha
dejado mucho que desear. C o m o veremos, la distancia en tér-
minos de renta por habitante entre los países desarrollados y los
del Tercer M u n d o más bien ha crecido en el siglo X X . Esta dis-
crepancia entre la efectividad de la ayuda Marshall a la arruina-
da Europa de los años cuarenta y la relativa futilidad de la ayu-
da al Tercer M u n d o en la segunda mitad del siglo XX ha dado
lugar a la teoría del capital humano. Esta teoría, cuyos trabajos
seminales son los de Solow [(1957)] y Schultz [(1968)], observa
que tanto en los Estados Unidos del siglo XX como en la Euro-
pa de la posguerra, el crecimiento de la renta excede de lo que
puede atribuirse a los aumentos en el stock de capital físico. Esto
es especialmente evidente en la Europa de los últimos cuarenta
y los cincuenta. A pcsai de las destrucciones y de las dislocacio-
nes de la guerra, que no sólo produjo muertes, sino también
desplazamientos de población, los supervivientes europeos eran
portadores de altos niveles de educación y disciplina; estaban
sólo faltos de capital físico y materias primas: eso fue lo que les
facilitó el Plan Marshall. Fue la conjunción de capitai físico y
capital humano lo que produjo las altas tasas de crecimiento y
recuperación económicos de la Europa de posguerra.
La falta de capital humano es el gran obstáculo al creci-
miento de los países en vías de desarrollo. Las fuertes inyec-
ciones de capital físico que han recibido estos países desde los
años cincuenta en adelante han resultado, a falta de capital hu-
mano, en gran parte improductivas. Por esto se hace tanto én-
fasis h o y en día en las inversiones en educación que deben ha-
cer los países del Tercer Mundo, y sin duda a esto obedecía el
programa patrocinado p o r el presidente J o h n F. K e n n e d y en
los años sesenta, el llamado C u e r p o de Paz, consistente en el

390
X. UN NUEVO ORDEN SOCIALDEMÓCRATA

envío de voluntarios expertos a trabajar en programas de de-


sarrollo; y a idéntica consideración obedecen las actuaciones
de muchas organizaciones, gubernamentales y no guberna-
mentales, de asesoramiento y ayuda a los países atrasados.
Pero t o d o esto son granitos de arena en comparación con el
enorme océano de pobreza en esas zonas; lo que se requiere
son programas de escolarización masiva y de control de la na-
talidad. Pero de esto hablaremos más adelante.

CONCLUSIÓN

El milagro keynesiano p r o d u j o un enorme crecimiento,


durante las tres décadas que siguieron a la Guerra Mundial,
evitando o reprimiendo los ciclos económicos e introducien-
do una gran medida de certidumbre, estimuladora de la inver-
sión, y manteniendo el pleno empleo al inyectar dinero cada
vez que había síntomas de crisis incipiente. En el plano exte-
rior, la restauración de un sistema de pagos internacionales se-
midirigido, idea también originada en Keynes, que evitaba los
dolorosos ajustes exigidos p o r el patrón oro, y la reducción de
las barreras al comercio gracias a los esfuerzos de una serie
de agencias in ernacionales, produjeron una explosión en los
r

intercambios internacionales que constituyó otro fuerte estí-


mulo al crecimiento económico. Muchos países subdesarrolla-
dos abrieron sus economías y se beneficiaron de esta tremen-
da ola de crecimiento. España, Portugal y Grecia en Europa
son ejemplos de países de baja renta que crecieron gracias a su
incorporación al sistema comercial mundial: C o r e a del Sur,
Taiwan, Singapur, Hong K o n g y Nueva Zelanda son paradig-
mas asiáticos del mismo fenómeno. La mayor parte de A m é r i -
ca Latina y de África prefirió restringir su acceso al comercio
internacional, lo cual resultó en tasas menores de desarrollo
pese a las ayudas de los países adelantados. A l g o parecido, con
matices, puede decirse del bloque comunista, del que nos ocu-
paremos en el próximo capítulo.

39i
XI
EL M U N D O COMUNISTA

LA ERA DE STALIN

Lenin murió en enero de 1 9 2 4 y dejó a la Unión Soviéti-


ca un legado muy difícil: dictadura de partido, economía en si-
tuación desesperada después de la Revolución y la guerra civil
y casi total aislamiento con respecto al exterior. Curiosamente,
la única excepción importante a este aislamiento fue el llamado
Pacto de Rapallo, firmado en 1922 con Alemania. Al término
de-la conferencia económica de Genova, donde se recomendó
el patrón de cambios o r o y donde además hubo abundantes re-
criminaciones, en especial a los rusos, que habían repudiado las
deudas zaristas, y a los alemanes, que se retrasaban en el pago
de las reparaciones, ambas delegaciones recriminadas se reu-
nieron en Rapallo, puerto cercano a Genova, y firmaron un
tratado de reconocimiento diplomático, ayuda mutua y cance-
lación de pasadas deudas. Este pacto entre los antiguos enemi-
gos, vencidos ambos en la guerra, contenía una cláusula secre-
ta de ayuda militar, que sirvió a Alemania para rearmarse
subrepticiamente en Rusia, enviando allí armas y tropas de en-
trenamiento en violación del Tratado de Versalles.
Lenin también dejaba una difícil situación económica.
En 1921 había dado un paso atrás en el camino hacia el con-
trol estatal absoluto de la economía con la NEP, como ya vi-
mos en el capítulo VIII. La N E P fue una medida m u y prag-
mática y un acierto desde el punto de vista de la recuperación
económica, pero planteó ciertos problemas políticos y econó-
micos m u y considerables.
En primer lugar, aunque en muchos aspectos económi-
cos la N E P resultara un éxito, los bolcheviques no podían
evitar un h o n d o resquemor hacia ella p o r su carácter capita-

393
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

lista. En efecto, pese a que el Partido C o m u n i s t a acentuó su


control sobre el poder tras la rebelión de Kronstadt, la agri-
cultura quedaba liberalizada con la NEP, y eso producía de-
sazón a los bolcheviques consecuentes. Durante los años
veinte se planteó entre éstos una intensa discusión acerca de
qué hacer con la economía soviética. Simplificando mucho
las cosas, unos eran partidarios de mantener la NEP, es decir,
la gran industria en manos y propiedad del Estado, la gran
distribución y, p o r supuesto, todas las palancas de la política
económica también en manos de Estado (es decir, del Comi-
té Central del Partido Comunista), pero las pequeñas empre-
sas de distribución e industriales, más la agricultura, en ma-
nos privadas. Esto implicaba la supervivencia del mercado,
ya que el país era aún mayoritariamente agrícola, aunque con
fuertes controles estatales. O t r o s , por el contrario, eran par-
tidarios de e«tatalizar toda la economía y gobernarla con
arreglo a planes periódicos y detallados, suprimiendo Lodo
vestigio de mercado libre La discusión de estos temas dentro
del Partido Comunista y de los órganos económicos fue muy
activa durante estos años, y t u v o además considerable valor
científico- la decisión final, c o m o veremos, sin embargo, fue
de índole política.
Otra cuestión, m u y concreta, que se planteó durante la
N E P fue la de los precios. La N E P fue un gran éxito desde el
punto de vista agrícola: cuando los campesinos advirtieron
que po< lían vender su producción en el mercado y no estaban
sujetos a exacciones arbitrarias comenzaron a producir en
grandes cantidades. Consecuencia de esto fue la llamada «cri-
sis de las tijeras» en 192J: los precios agrícolas cayeron en re-
lación con los industriales, en medio de la inflación de la épo-
ca. El gobierno se creyó obligado a intervenir para mantener
la paz en el campo y decretó una congelación de los precios de
los productos industriales. El remedio fue peor que la enfer-
medad: aquellos bienes industriales que eran producidos y
distribuidos privadamente siguieron vendiéndose a precios
incluso más altos, ya que el riesgo de violar la legalidad au-

394
XI. EL M U N D O C O M U N I S T A

mentó las dificultades de abastecimiento y, p o r tanto, ia cares-


tía. Pero para las empresas estatales, cuyos precios eran más
fácilmente controlables p o r el Estado, la congelación de p r e -
cios en periodo inflacionario a menudo significó vender p o r
debajo del coste. O bien se cerraban las fábricas, o bien nece-
sitaban subvenciones: se adoptó esta última solución, p e r o
ello contribuyó a la inflación. Incluso tras la estabilización de
1924 el problema inflacionista continuó debido a las escase-
ces, en gran parte causadas p o r los precios oficiales de tasa. En
definitiva, para los bolcheviques en el poder, el sistema de
precios de mercado resultó una pesadilla porque su incompe-
tencia económica les llevaba a intervenir continuamente l o -
grando resultados exactamente opuestos a los perseguidos
[Johnson y Temin (1993)].
Por último, la N E P planteaba el problema de la «equi-
dad». Con la relativa libertad de mercado, algunos cultivado-
res se enriquecieron mucho. O bien habían adquirido grandes
cantidades de tierra, o bien habían sabido aprovechar los vai-
venes de los precios; el caso es que apareció un grupo de cam-
pesinos ricos, capaces de emplear mano de obra en sus tierras
y de alcanzar un poder y un nivel de vida superior al de los de-
más. Estos fueron los llamados kulaks, m u y impopulares en la
época. Kulak en ruso significa puño; los kulaks, por tanto,
eran tachados de avariciosos en el habla popular. Otros nuevos
ricos de la NEP eran llamados simplemente nepmen, general-
mente negociantes e intermediarios que se enriquecieron con
el comercio. Tampoco eran m u y queridos, y al comunista me-
dio le ofendía la aparente desigualdad que la N E P había p r o -
ducido. En realidad, los problemas derivados de la desigualdad
campesina producida p o r la N E P eran de mucho menor im-
portancia de lo que nos han transmitido los escritores soviéti-
cos y posiblemente de lo que pensaban los contemporáneos
[Borodkin y Svischov (1992)], pero, c o m o veremos, sirvieron
de pretexto para la gran colectivización del I Plan Quinquenal.
Detrás de todos estos problemas económicos, lo que re-
almente importaba era la lucha política. Los años de la N E P

395
L O S ORÍGENES DEL S I G L O X X I

son el periodo de ascensión de Stalin a la dictadura absoluta.


A u n q u e , a la muerte de Lenin, Stalin estaba ya en la posición
clave del Partido Comunista (secretario del Comité Central),
había aún muchos obstáculos en su camino al poder absoluto.
C o m o hemos visto, en la Unión Soviética no había ni asomo
de democracia, pero lo cierto es que p o r entonces tampoco
había dictadura unipersonal. La «dictadura del proletariado»
era en realidad la dictadura del Partido Comunista o, más
exactamente, la dictadura del Politburó, elegido por el Comi-
ié Central del Partido. El Politburó era como una comisión
permanente, formada por media docena de miembros, donde
regía el principio mayoritario. En época de Lenin, éste había
llevado la v o z cantante debido a su prestigio personal. Ese era
el problema de Stalin: casi todos los miembros del Politburó
eran más prestigiosos que él. Para hacerse con el control ab-
soluto tenía que ir eliminando a los más poderosos con el
a p o y o de los otros. Su rival principal era Troíski, el número
dos del Partido mientras vivió Lenin y su heredero natural
aparente; sin embargo Trotski, p o r una serie de razones, no
contaba con mayoría en el Politburó. Trotski era el super-
izquierdista, que seguía aferrado a las ideas de la revolución
permanente y la revolución mundial, ya que para él no podía
haber verdadera revolución en Rusia solamente; la N E P no
era, p o r tanto, más que un expediente temporal que podía ha-
ber solucionado el problema de !a escasez tras la guerra civil,
pero que llevaría a la Unión Soviética por el camino de la eco-
nomía burguesa. En consecuencia Trotski era partidario de
conservar las esencias revolucionarias en Rusia por medio de la
expropiación de toda la propiedad privada y de la planificación
estatal de la economía.

H a y que aclarar que Marx no había dicho nada sobre


cómo se organizaría la economía socialista, excepto que se
aboliría la propiedad privada de los medios de producción. Lo
de la planificación era un corolario que habían postulado los
comunistas rusos a partir de su experiencia con el «comunis-
mo de guerra», que les había llevado a crear una serie de orga-

396
XI. EL M U N D O C O M U N I S T A

nismos de dirección central de la economía: el Consejo Supre-


mo de la Economía Nacional (conocido p o r sus siglas rusas,
VSNJ, Vesenja) y el Gosplan. Este último era más un grupo de
estudios que un organismo ejecutivo y agrupaba a los mejores
economistas: Preobrashenski, Leontief, Popov, Groman. En el
Ministerio de Finanzas había otro grupo de economistas bri-
llantes dirigidos p o r Nikolai Kondratieff, que trabajaban en
problemas de coyuntura pero que intervinieron en los debates
de esta época (los últimos debates económicos importantes en
la historia de la U n i ó n Soviética) y que además hicieron ti aba-
jos fundamentales sobre historia de los ciclos económicos
[Kondratieff (1992)]. Las posturas de estos dos grupos eran
encontradas: los del Gosplan apoyaban la línea de Trotski en
favor de la planificación total; Kondratieff y los suyos eran
partidarios de preservar la NEP y favorecer el desarrollo de la
agricultura; en términos de la economía occidental, eran parti-
darios del desarrollo equilibrado. U n a agricultura desarrolla-
da proporcionaría excedentes exportables y demandaría bienes
industriales, lo cual permitiría la industrialización pan passu
con el crecimiento agrícola, como había ocurrido en la R e v o -
lución Industrial de Inglaterra y de la m a y o r parte de los paí-
ses occidentales. El miembro del Politburó que compartía la
postura de Kondratieff era Nikolai Bujarin, el más joven y con
mejores conocimientos de economía.
Pero la ii adición rusa era la del desarrollo desequilibra-
do. Ya desde Pedro el Grande existían antecedentes de indus-
trialización determinada p o r la demanda estatal y a costa
esencialmente del campesinado, una industrialización enca-
minada a producir bienes militares a expensas del consumo ci-
vil: así, una industria textil destinada a producir uniformes y
lonas, y una industria metalúrgica destinada a la producción
d e armas. Lo mismo ocurrió con la industrialización bajo Ser-
guei Witte a finales del siglo x i x , también encaminada, sin em-
bargo, a la construcción del ferrocarril. Sólo la industrializa-
ción que precedió a la G r a n Guerra t u v o lugar bajo el signo
Idel desarrollo agrícola y el crecimiento del consumo popular,

397
LOS ORÍGENES DEL S I G L O X X I

tras la reforma agraria de Piotr Stolypin. La industrialización


de Rusia se haría de nuevo, bajo los comunistas, siguiendo el
esquema estatalista de Pedro el Grande y de Serguei Witte. La
primera batalla, sin embargo, la ganó Bujarin. En 1 9 2 6 a Sta-
lin le convenía aliarse con Bujarin para eliminar al peligroso
izquierdista Trotski. En el verano de ese año Trotski y los que
adoptaron su postura, como Zinóviev y Rádek, perdieron las
votaciones y fueron expulsados del Politburó. A ñ o y medio
más tarde eran expulsados del Partido. Las purgas habían co-
menzado, aunque en esta etapa todavía eran incruentas. Hay
que señalar, sin embargo, que ningún miembro del Politburó
al tiempo de la desaparición de Lenin, excepto Stalin, murió
de muerte natural o, al menos, en la cama (como veremos hay
quien dice que Stalin murió envenenado). Quienes no fueron
ejecutados en las purgas de diez años más tarde (Zinóviev, Ka-
ménev, Rádek, Bujarin) se suicidaron (Tomski) o fueron ase-
sinados p o r agentes de Stalin (Trotski). En 1 9 2 6 , tras ser eli-
minado éste del Politburó, se vio obligado primero a salir de
Moscú y más tarde a abandonar el país en 1927.
Entretanto, Stalin fue advirtiendo la impaciencia de los
comunistas con ia NEP, debida, en primer lugar, a las razones
que hemos visto, y en segundo lugar, a que el programa de
Bujarin y Kond.adeff remitía la industrialización a un futuro
más o menos lejano. Los comunistas rusos tenían prisa por
lograr la industrialización del país p o r dos razones, una ideo-
lógica, otra de política inmediata.
La industria ha parecido a mucho»; la esencia del desarro-
llo económico. Al fin y al cabo, a ia gran renovación econó-
mica de la Edad Contemporánea se le llama ia Revolución In-
dustrial. No serían los comunistas los primeros ni los últimos
revolucionarios o reformadores en el poder que consideraran
la industrialización de su país un objetivo fundamental. Por
otra parte, el marxismo que los comunistas profesaban es una
ideología industrialista, que ve a los trabajadores industriales
como los protagonistas de la Revolución y los redentores de
la Humanidad. En el capítulo VIII vimos que, tras la guerra

398
XI. EL M U N D O C O M U N I S T A

civil, en la U n i ó n Soviética apenas quedaban trabajadores i n -


dustriales; el Partido Comunista estaba aferrado al poder con
uñas y dientes, pero su base social era m u y estrecha: el nuevo
ejército, la policía y la burocracia eran sus apoyos, m u y efica-
ces desde luego, pero una minoría en el país. Contaba también
con el a p o y o benevolente del campesinado, que sí constituía
una mayoría, pero este a p o y o era condicional a que siguiera
la NEP. La industrialización parecía la manera lógica de l o -
grar una base social y económica p o r medio de la creación de
un proletariado.
Había, además, una razón inmediata para la insistencia
de los comunistas en la industrialización a marchas forzadas.
En 1927 Inglaterra, que había establecido relaciones diplomá-
ticas con la U n i ó n Soviética en 1924, las r o m p i ó p o r conside-
rar que la propaganda que la U n i ó n Soviética llevaba a cabo a
través de la Cornintern era intolerable. El aislamiento diplo-
mático del país, ya muy grande, se acentuó, y con él la alarma
de sus gobernantes. No hay que olvidar que en la guerra civil
los «blancos;; recibieron ayuda de los países occidentales, que
inp ocultaron su antipatía p o r los comunistas. P o r otra parte,
éstos se definían como los enemigos de las potencias burgue-
sas, que eran todas salvo ellos. Para los comunistas, p o r tan-
<to, la amenaza de una nueva invasión era m u y real y la única
manera de rechazarla era luchando, c o m o hicieron en la gue-
rra civil. De ahí la necesidad de armarse. Importar ai mas en
•las cantidades requeridas era imposible, porque las grandes
potencias no querían que se reforzase el potencial enemigo.
La Unión Soviética debía armarse sola y para ello se necesita-
bá<un industria de armamentos, que implicaba metalurgia, mi-
mería, textiles, explosivos, etcétera. La industrialización, p o r
¡tanto, era algo urgente e imprescindible p o r necesidades mili-
Itgres, como en tiempos de Pedro el Grande. A h o r a bien, al
Pjasp de tortuga que proponía el programa de Bujarin y K o n -
•jlfatieff, la industrialización quedaba para las siguientes gene-
f#ei©nes; ¿qué ocurriría si la U n i ó n Soviética era invadida an-
ijfs'í!: A d i ó s a la Revolución. P o r ello se decidió en 1 9 2 8 la
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

construcción del «socialismo en un solo país», algo que diez


años antes hubiera parecido disparatado

Los PLANES QUINQUENALES

P o r todas estas razones, una vez eliminada la «facción


trotskista» p o r su «izquierdismo», había llegado el momento
de adoptar su política y acusar a los anteriores aliados de «de-
rechistas». Había llegado la hora de ios Planes Quinquenales.
U n a serie de decisiones en el congreso del Partido Comunista
y de decretos gubernamentales establecieron esta nueva mane-
ra de organizar la economía soviética, manera y método que ya
quedarían fijados hasta la disolución del sistema comunista.
Las decisiones se tomaron durante el año 1928 y comenzaron
a aplicarse entonces. A q u e l l o fue una verdadera conmoción,
revolución o como quiera llamársele.
Lo verdaderamente traumático fue la colectivización de
la tierra. Después de doce años de a p o y o campesino a los co-
munistas, de pronto los agricultores se encontraron coi; que el
gobierno que habían sostenido les quitaba las tierras. Ya pue-
de imaginarse que se resistieron cuanto pudieron, y si estas co-
sas fueran una cuestión de simples números, hubieran ganado
y la colectivización nunca se hubiera llevado a cabo. Pero en la
política de la violencia, la organización y la sorpresa son deci-
sivas, como saben los terroristas y los urdidores de golpes de
Estado. En este caso, los comunistas contaban con el Estado;
se enfrentaban a millones de campesinos, muchos de ellos dis-
puestos a morir defendiendo sus tierras, pero dispersos y de-
sorganizados. Pese a esto, sin embargo, en numerosos puntos
la colectivización tuvo caracteres de guerra civil; no había para
menos. Después de generaciones suspirando p o r la propiedad
de la tierra que trabajaban, los campesinos p o r fin la consiguie-
ron con la Revolución y la defendieron con sus vidas en la gue-
rra civil. Había que librarse p o r la fuerza de los comunistas,
que venían de las ciudades a quitárselas. Los comunistas utili-

400
XI. EL M U N D O C O M U N I S T A

zaron una cruel argucia ideológica, proclamando que su obje-


tivo era la «liquidación de los kulaks como clase». Esta consig-
na despiadada tenía dos virtudes desde su punto de vista: divi-
dir a los campesinos, y justificar los peores excesos. Tachando
a los kulaks de villanos, los comunistas desviaron hacia ellos el
odio que los campesinos expropiados hubieran dirigido hacia
el Partido Comunista y el gobierno. Por otra parte, los comu-
nistas permitieron robos y saqueos en la propiedad de los
campesinos ricos para compensar a los pobres de las colectivi-
zaciones. Una vez perfilado el odiado enemigo e identificado
con los cultivadores prósperos (quienes más podían resistir),
su exterminio era más fácil. Decenas de miles fueron expropia-
dos y deportados, cuando no muertos. En el mejor de los ca-
sos, quedaban liquidados como clase y como posibles oposi-
tores.
p ;' La violencia de esos años, cuya trascendencia se fue co-
nociendo gradualmente, alcanzó niveles altísimos, compara-
bles a los de la guerra civil diez años antes. Los cálculos han de
ser aproximados, porque si las estadísticas soviéticas han sido
siempre malas, las de entonces lo eran más y además se trata-
ba de estadísticas que el régimen estalinista no quería recopi-
lara Pero se calculan las muertes de personas durante la colec-
tivización de la tierra, es decir, durante el I Plan Quinquenal
(1928-1933), en cifras m u y grandes; en 10 millones calcula
Move [(1969), p. 1 8 0 ] las muertes p o r violencia o p o r hambre
en los primeros años treinta. No es la estimación más alta.
V< ¿Por qué provocar tanta violencia física y social? C o m o
he dicho, no era la primera v e z que ocurría una cosa así en la
historia de Rusia. La industrialización al estilo ruso se hacía a
e%sta del campesinado, obligándole a producir al máximo,
Consumiendo el mínimo para poder invertir el excedente en la
industria, es decir, para poder alimentar a los trabajadores de
ía'sícindades a costa del nivel de vida campesino. A finales del
||§lb XIX, Rusia exportó grandes cantidades de trigo y centeno
J|i(|ientras sus agricultores pasaban hambre; entonces era el sis-
Jfjsma comunal de propiedad de la tierra el que lo permitía. Los
LOS ORÍGENES DEL S I G L O X X I

campesinos pagaban enormes cantidades de impuestos en es-


pecie para lograr redimirse de la servidumbre comunal al cabo
de muchos años, y ese grano alimentaba a las ciudades y se ex-
portaba para pagar a los capitalistas extranjeros que construían
ferrocarriles y vendían armamento en Rusia. C o n los Planes
Quinquenales, a los campesinos se les expropió la tierra y el
ganado y se les obligó a trabajar c o m o empleados asalariados
de las granjas colectivas en que se habían convertidos sus tie-
rras. Estas granjas colectivas (los famosos koljoses) eran muy
ineficientes; pero el Estado era el propietario y hacía con las
cosechas lo que quería. Ya no había problemas de mercado, ni
crisis de tijeras, ni todas esas complicaciones capitalistas. Con
la colectivización, el Estado se apropió de cantidades crecien-
tes de productos agrícolas, aunque la cosecha total disminuye-
ra, y la Unión Soviética exportó cantidades cada vez mayores
de cereales, aunque por poco tiempo y casi exclusivamente a
Alemania. Los campesinos, p o r lo tanto, comieron menos.
Además de generar una enorme violencia, la colectiviza-
ción de la agricultura fue desastrosa para el sector. La ances-
tral cultura campesina de Rusia quedó obliterada de un golpe.
Rusia dejó de tener campesinos agricultores y pasó a tener ex-
clusivamente jornaleros. Mal pagados, desmoralizados, los
jornaleros rusos tenían bajísima productividad y cumplían
los objetivos de los Planes de m u y mala gana. La colectiviza-
ción no sólo fue acompañada de violencia entre hombrea, sino
también de una de las mayores matanzas de animales que re-
gistra la historia: antes de entregar su ganado a las granjas co-
lectivas, los ganaderos preferían sacrificar sus animales y
comérselos. Es m u y posible que nunca hayan comido tanta
carne los rusos como en aquellos dramáticos años de la colec-
tivización, y ésta fue posiblemente la única compensación en
medio de tanto sufrimiento [Nove (1969), p. 174]. El resulta-
do de la colectivización fue la hambruna de 1933 debida a la
caída en la producción como resultado de la desorganización,
la inexperiencia, el mal tiempo y la reducción de la cabana ga-
nadera.

402
XI. EL M U N D O COMUNISTA

Pero aunque a partir de 1 9 3 3 la producción agrícola au-


mentó y acabó p o r superar los niveles de 1 9 2 8 , el problema
agrario a la larga resultó insoluble para los dirigentes soviéti-
cos. Este problema consistió en una bajísima productividad y
una producción total que resultaba insuficiente para alimen-
tar adecuadamente a la población. La situación de escasez ali-
mentaria y productividad abismal no abandonó a la agricul-
tura soviética en toda su historia y dio lugar a la pintoresca
situación de que en los años sesenta, setenta y ochenta, mien-
tras los directivos soviéticos tronaban acusaciones contra el
régimen capitalista, cuya liquidación anunciaban inminente,
negociaban enormes operaciones de abastecimiento con Esta-
dos Unidos, Canadá y la U n i ó n Europea para evitar nuevas
hambrunas entre los ciudadanos del paraíso socialista. C o m o
contrapartida, los agricultores occidentales, firmemente con-
servadores y feroces anticomunistas, se disputaban los con-
tratos para exportar cereales y alimentar a los enemigos irre-
conciliables, en tanto que, mientras los gobiernos occidentales
denunciaban la tiranía soviética, competían entre sí para atri-
buirse los contratos de suministro al «imperio del mal» (frase
dé Ronald Reagan) ruso, contratos que tan felices habían de
hacer a los votantes agrarios, tan conservadores, de los países
capitalistas.
La causa de este rotundo fracaso de la agricultura sovié-
tica está en la obcecación ideológica de los comunistas y qui-
zá en el oportunismo cínico del padre de la colectivización,
Yosif Visarionovich Dugashvili, más conocido c o m o Stalin.
La convicción a priori de mercado y la propiedad pri-
vada son malos, y la planificación estatal y la propiedad colec-
tiva son buenos ha hecho un daño incalculable en el siglo X X ,
en ningún lugar más que en la U n i ó n Soviética y en ningún
sector más que en la agricultura. La historia económica de la
segunda mitad de nuestro siglo ha demostrado que el viejo
principio fisiocrático del laissez-faire, aparentemente tan
ñoño y tan simple, tenía mil veces más fuerza y más vigencia
qué las proclamas grandilocuentes de Marx y los economistas

403
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

de izquierda que le siguieron, con todo aquello de la «propie-


dad colectiva de los medios de producción» y «de cada uno
según sus capacidades, a cada u n o según sus necesidades». La
eficacia del laissez-faire y del respeto a la propiedad se aplica
en casi todos los sectores económicos, pero en ninguno con la
rotundidad con que se aplica en la agricultura. El apego del
cultivador a su tierra, la certidumbre de su propiedad, son ele-
mentos imprescindibles para que la productividad de la agri-
cultura aumente y la producción de alimentos crezca. El
p r o p i o Friedrich Engels, el colaborador, amigo y heredero in-
telectual de Marx, había escrito en los últimos años de su vida
que era una locura arrebatar su tierra al pequeño propietario.
Pese a su apego a los textos y a haber citado con aprobación
el texto de Engels poco antes, Stalin lo olvidó en 1928.
Es indudable que pronto se dieron cuenta de su error los
dirigentes soviéticos, el primero de ellos, el propio Stalin: a
partir de mediados de los años treinta se fueron abandonando
los peores excesos de la colectivización y tolerando una muy
pequeña y precaria disposición de tierra y ganado p o r los pro-
pios jornaleros koljosianos. Se dio el hecho, que para los
comunistas debió de ser sorprendente y debería haber sido
aleccionador, de que la productividad de estas pequeñas explo-
taciones en precario y a tiempo parcial (con tierras, además,
generalmente peores) fuera superior a la de los grandes koljo-
ses y «agrovillas», con todos los medios técnicos a su alcance.
En los países satélites de la U n i ó n Soviética, c o m o Hungría y
Polonia, como veremos, esta tolerancia de la propiedad priva-
da de la tierra fue mucho m a y o r y produjo una agricultura
mucho más floreciente, o menos desastrosa, que la soviética.
Pero a pesar de esta innegable evidencia, Stalin y los suyos no
dieron su brazo a torcer: la propiedad colectiva de la tierra era
superior a la privada, y no había más que hablar. Se trataba de
un dogma a priori, de un artículo de fe que la experiencia no
podía desmentir y, si para mantener este dogma intocable se
mataba de hambre a la población y se ponía en peligro el desa-
rrollo económico del país, incluso su viabilidad económica,

404
XI. EL M U N D O C O M U N I S T A

qué se le iba a hacer. Los pequeños cultivadores individuales


siguieron siendo la excepción. Todavía se proclamaba en 1964,
con toda la evidencia en contra, que los campesinos rusos es-
taban «convencidos de la incontrovertible superioridad de la
agricultura socialista, del poderoso sistema koljosiano» [Nove
(1969), p. 1 8 1 ] . Todo menos reconocer errores: el Partido,
como el Papa cuando habla ex cathedra, era infalible.
Pero en esta sospechosa unidad en el error hay algo más
que el dogmatismo: el terror estalinista. A n t e el tremendo fra-
caso que fue el I Plan Quinquenal en términos de sufrimien-
tos y pérdida de vidas humanas, muchos en la vieja guardia
del Partido pensaron que había que relevar a Stalin de la se-
cretaría general, elevarle a un puesto honorífico y n o m b r a r a
otro secretario que tratara de remediar las cosas. U n a de las
personas de las que se habló para sustituir a Stalin fue Serguei
.Kirov, el prometedor secretario del Partido en Leningrado. El
dictador tembló de miedo al pensar en ser sustituido e ideó un
plan siniestro para mantenerse en el poder. H i z o asesinar a
.Kirov y después encarceló y ejecutó a la vieja guardia del Par-
tido como presuntos responsables del atentado. Aterrorizado
ante la posibilidad de que alguien pudiera sustituirle terminó
con toda una generación del Partido y con muchos destacados
generales en cuestión de unos pocos años [Conquest ( 1 9 9 1 ) ,
caps. 9 y 1 0 ] . C o n ellos se fueron además decenas de miles a
quienes el secretario general ni siquiera conocía, unos por
'sospechas, otros p o r intrigas, otros para dar ejemplo. C o m o
en el Cándido de Voltaire, se ejecutaba a un general pour en-
courager les autres. En la Rusia de Stalin no se distinguía a este
respecto entre generales, viejos comunistas o directores de fá-
bricas. Se mataba o encarcelaba a culpables e inocentes: no
importaba demasiado. De lo que se trataba era de demostrar
quién mandaba allí e iba a seguir mandando. Para las víctimas
se encontraban toda clase de definiciones: «kulaks ideológi-
cos», saboteadores, trotskistas, espías, «agentes del imperia-
lismo», las acusaciones fueron m u y imaginativas y variadas,
pero todos los acusados acostumbraban a ir al mismo sitio: el

405
LOS O R Í G E N E S DEL S I G L O X X I

paredón. Los afortunados recibían cadena perpetua en las cár-


celes soviéticas o en los campos de trabajo; ambos dejaban
chiquitas a las prisiones zaristas: al fin y al cabo, tanto Lenin
como Trotski habían escapado a estas últimas, pero muy po-
cos escaparon de las de Stalin.
En cuanto al sistema de planificación económica, que
tanta influencia tuvo en el mundo a mediados del siglo, fue
p r o d u c t o de gran improvisación, de m o d o que, aunque las
agencias planificadoras (Vesenja y Gosplan) habían sido crea-
das p o c o después de la Revolución, el I Plan Quinquenal se
desarrolló de una manera anárquica, lo cual también dejó se-
cuelas para el futuro. La improvisación se debió al modo en
que se t o m a r o n las decisiones. Ya hemos visto que Sialin dio
fuertes bandazos políticos hasta decidirse p o r los Planes
Quinquenales: primero eliminó a los planificadores y luego a
los gradualistas. Pero, naturalmente, con estas eliminaciones
los mejores economistas (Preobrashenski, Kcndratieff y
I.eontief son los más conocidos) fueron purgados: el Gosplan,
en especial, donde se habían concebido los más avanzados
métodos de planificación, quedó diezmado. Por otra parte, la
decisión de iniciar el I Plan Quinquenal fue casi p o r sorpresa,
porque Stalin quería tomar desapercibidos a sus enemigos. En
estas condiciones, la planificación fue algo precipitado, que
no hizo uso de las mejores técnicas desarrolladas por el Gos-
plan. Grande fue la sorpresa de los economistas rusos cuan-
do, décadas más tarde, descubrieron que la pianiiic.;ción lineal
(o input-output), desarrollada por Wassily Leontief en Esta-
dos Unidos, y que tan buena herramienta de previsión y con-
trol había resultado, había tenido sus inicios en el Gosplan
moscovita. Es una de las muchas ironías de la historia que la
planificación lineal se utilizara por primera vez con pleno éxi-
to en el puente aéreo organizado p o r los aliados contra el blo-
queo comunista de Berlín en 1948. El tiro le salía por la cula-
ta a Stalin veinte años más tarde.
A causa de estas improvisaciones y del dogmatismo de los
comunistas, el método de planificación ruso era de una gran tos-

406
XI. E L M U N D O C O M U N I S T A

quedad. La liquidación de los mejores economistas les privó de


los mejores métodos. Sus propias convicciones p o r definición
les impedían utilizar precios de mercado; la planificación lineal
quizá les hubiera permitido utilizar los llamados «precios som-
bra», que son los precios implícitos que se derivan del sistema de
ecuaciones en que se basa ese tipo de planificación. Sin precios
de mercado ni precios sombra, los planificadores tuvieron que
echar mano de un procedimiento m u y burdo: el de las «balan-
zas materiales». En lugar de planificar en rublos, se planificaba
en unidades físicas: se fijaban unos objetivos de producción, se
determinaba qué cantidades de factores se iban a necesitar para
lograr esos objetivos, luego se estimaba las cantidades de facto-
res que se necesitarían para obtener los factores necesarios para
obtener la producción final, y así sucesivamente. Se planificaba
sin precios, mezclando literalmente peras con manzanas (tone-
ladas, litros, metros, etcétera). De ahí la tosquedad del método.
Se fue perfilando un procedimiento m u y circunstancia-
de para dar realismo y coherencia a la planificación. En prin-
cipio, fue la Vesenja la que asumió el papel de oficina central;
ésta a su vez se dividía en una serie de departamentos secto-
riales (Glavki), que se ocupaban, p o r ejemplo, de la industria
textil, de la química, de la petrolera, etcétera. También había
divisiones regionales, designadas con él bonito nombre de
sovnarjoses. Había unidades menores, que recibían nombres
«capitalistas»: trusts y combináis, que eran conjuntos de em-
presas productoras de un mismo p r o d u c t o o dedicadas a una
misma actividad; sindikaty, que eran empresas distribuidoras.
Con ayuda de la información aportada p o r estas suboficinas,
la Vesenja elaboraba sus planes, tanto de objetivos finales,
como de objetivos intermedios. Los planes circulaban hacia
abajo para darles realismo y hacia arriba para recibir m a y o r
coherencia. Pero, p o r muchas vueltas que dieran, los planes
eran m u y toscos: entre otras carencias, no incluían los servi-
dos, cuya producción adquiere en las economías adelantadas
importancia cuantitativa comparable a la de los bienes mate-
riales; además, el que los precios no sirvieran para el cálculo

407
L O S O R Í G E N E S DEL S I G L O X X I

económico, sino que fueran una consecuencia de él, introdu-


cía sesgos y errores de gran magnitud; pese a estos graves de-
fectos, una vez aprobados p o r el gobierno y el Parlamento
(que aprobaba todo lo que le proponía el gobierno, que a su
vez estaba siempre de acuerdo con lo que proponía el Parti-
do, el cual, a partir de 1928, hacía lo que mandaba Stalin), los
planes tenían fuerza de ley. No cumplir lo marcado en el Plan
era un delito. El que tal delito se penara, y cómo, variaba mu-
cho de unos casos a otros. Y los casos punibles abundaban,
como ahora veremos.
Este primer esquema organizativo de planificación su-
frió modificaciones, pero en su esencia se mantuvo hasta el fi-
nal de la Unión Soviética. Era parte esencial del sistema. Qui-
zá ia modificación más importante fuera la supresión de la
Vesenja en 1932 y su sustitución por el Gosplan. Este cambio
fue más una purga entre economistas y burócratas que una
verdadera reestructuración. Con el tiempo, el gobierno fue al-
canzando una influencia creciente sobre los mecanismos de
planificación (es decir los ministerios fueron adquiriendo
;

mayor peso en las decisiones relativas a sus sectores), pero eso


no alteró la naturaleza del sistema. En tiempos de Jruschov, se
abandonó a la mitad el VI Plan, y fue sustituido por un Plan
Septenal. Más tarde se volvió al sistema quinquenal. Para arre-
glar lo de la agricultura Jruschov se inventó las «agrovillas»,
que eran aglomeraciones de koljoses. El aglomerar fracasos no
p r o d u j o sino un fracaso mayor. El sistema no tenía ai reglo,
como se demostró más adelante.
A pesar de sus serios defectos, los Planes Quinquenales
tuvieron un éxito inmediato en el sector industrial. La pro-
ducción de las industrias básicas (siderurgia, electricidad, car-
bón, petróleo) creció espectacularmente durante los años
treinta. Desde este punto de vista, se cubrieron los objetivos.
Gracias a este «salto hacia delante» y a su casi total aislamien-
to económico, la U n i ó n Soviética fue de los pocos países cuya
economía creció mucho durante esos años, mientras el mun-
do capitalista, con la excepción de Japón, se hundía en las pro-

408
XI. EL M U N D O COMUNISTA

fundidades de la G r a n Depresión. El contraste no pasó inad-


vertido a los ojos de muchos occidentales y revistió a la
Unión Soviética y a Stalin de un aura de prestigio que tarda-
ría muchos años en palidecer. En realidad, con los Planes
Quinquenales la economía soviética se militarizó en dos sen-
tidos: en primer lugar, t u v o como principal objetivo el abas-
tecer al Ejército; en segundo lugar, se convirtió en una «eco-
nomía de mando».
Lo que movía al sistema productivo ruso a partir de 1928
no era el afán de lucro, sino la obediencia y el temor. En los
años treinta el principal m o t o r era ei miedo. Es la década de
las grandes purgas que acabamos de ver. En estas condiciones
de terror y jerarquización, la producción básica creció, como
vimos, tremendamente; en una sociedad militarizada todo se
subordinaba a las necesidades militares. C o m o en tiempos de
Pedro el Grande, el desarrollo económico estaba subordina-
do a las exigencias del Ejército. El caso es que el desarrollo fue
espectacular, gracias a una mezcla de terror y mística revolu-
cionaria de sacrificio p o r la «patria del socialismo». Gracias a
.esto, el nivel de vida en las ciudades mejoró; para esto estaban
diseñados los Planes Quinquenales: para alimentar a los tra-
bajadores industriales a costa de los agricultores. Los cálculos
más recientes estiman en un 2 0 % el aumento del nivel de vida
ruso durante la década de los treinta, aunque al tiempo tenía
lugar un deterioro en la distribución: los ciudadanos mejora-
r o n mucho, los campesinos nada; los trabajadores cualificado?
mucho más que los no cualificados [Alien (1998)]. En la
-Unión Soviética de los años treinta se dio una de las muchas
-paradojas de la P«.evolución Comunista Rusa: en lugar de ser
^ P a r t i d o Comunista, como éste se proclamaba a sí mismo, el
jptftido de la clase obrera, fue ésta en realidad la hija del Par-
itldo Comunista, nacida gracias a la industrialización a mar-
ph,as forzadas impuesta p o r los Planes Quinquenales. En este
líJtirato social creciente y relativamente favorecido p o r la p o -
tpiiea comunista halló el Partido el a p o y o social que necesita-
É p , Esta nueva clase aportó los militantes de base y llenó las

%
400
LOS ORÍGENES DEL S I G L O XXI

manifestaciones que en mayo y noviembre celebraban la fies-


ta del trabajo y el aniversario de la toma del poder por los bol-
cheviques. En los años treinta estos recién venidos del campo
a la ciudad apoyaron con ferocidad las purgas de viejos comu-
nistas y funcionarios del Partido: para esta nueva clase obrera
los nombres de Trotski, Bujarin, Kaménev o Zinóviev decían
poco, porque poco habían tenido que ver los nuevos proleta-
rios con los sucesos revolucionarios de 1 9 1 7 - 1 9 2 4 .
Todo el dolor, el esfuerzo y la brutalidad de los años trein-
ta parecieron justificados durante los cuarenta. La política de
Stalin en la primera de estas décadas fue de un cinismo sólo
comparable con el de la política de Hitler. La táctica de las
alianzas alternativas, que tanto provecho le reportó en el Parti-
do Comunista en los veinte, la puso en práctica en el campo in-
ternacional en los treinta. El Pacto de Rapallo fue renovado se-
cretamente y la colaboración militar, incluso política, entre
nazis y comunistas continuó mientras ambas partes se denun-
ciaban en la arena mundial. Muchos comunistas alemanes mu-
rieron en la Rusia de Stalin, y muchos rusos de quien Stalin sos-
pechaba tuvieron un fin similar en la Alemania de Hitler.
Ambas potencias se enfrentaron en España, pero el enfrenta-
miento terminó en entendimiento a costa de la República Es-
pañola. Tras destruir a sus enemigos anarquistas, trotskistas e
izquierdistas durante la primavera de 1937, los comunistas es-
pañoles pronto advirtieron reticencias por parte de la Comin-
tern, que tanto les había ayudado a alcanzar el poder en la
República Española. Después de la Conferencia de Munich
(septiembre de 1938), en que Chamberlain hizo saber a Hitler
que Inglaterra y Francia no iban a tomar represalias por la in-
vasión alemana de Checoslovaquia, la Unión Soviética se sintió
abandonada por sus potenciales aliados occidentales y decidió
ser más lista que ellos, comenzando una nueva aproximación a
la Alemania de Hitler. La primera medida fue retirar las Briga-
das Internacionales de España, cosa que tuvo lugar un mes des-
pués del «apaciguamiento» de Munich. La U n i ó n Soviética
abandonaba así España a los fascistas en aras de la maquiavéli-

410
XI. EL M U N D O C O M U N I S T A

ca política tripolar. Si los occidentales creían que iban a poder


lanzar a Hitler contra la Unión Soviética, se dijo Stalin, se iban
allevar un chasco cuando vieran que las potencias totalitarias
hacían las paces y se repartían Europa Oriental. M u y poco des-
pués comenzaron los sondeos diplomáticos para lograr el fa-
moso «pacto de no agresión» (Ribbentrop-Molótov) entre la
Unión Soviética y la Alemania nazi, que se hizo público el 24
de agosto de 1939, justo una semana antes de que Hitler inva-
diera Polonia. C o m o es bien sabido, el «pacto de no agresión»
contenía unas cláusulas secretas por las cuales ambos firmantes
se dividían Europa Oriental, Polonia incluida.
Así, en septiembre de 1 9 3 9 Stalin podía sonreír satisfe-
cho: su jugada maestra había enzarzado a capitalistas y fascis-
tas (era todo lo mismo) unos contra otros en una guerra en la
que los dos bandos se desgastarían y destrozarían mientras la
patria del socialismo se expandía p o r Europa Oriental (la mi-
tad oriental de Polonia ya estaba bajo el y u g o ruso, las repú-
blicas bálticas —Estonia, Letonia y Lituania— estaban a pun-
to-de caer, luego vendría Finlandia y más tarde Rumania y
iodo lo que se pudiera lograr en los Balcanes). Pero el chasco
de' Stalin llegó cuando su amigo Hitler, p o r quien tan cordial-
mente había brindado en agosto de 1939, invadió la U n i ó n So-
viética menos de dos años más tarde, en junio de 1 9 4 1 . Stalin
rio había querido dudar de la lealtad de Hitler y estaba m u y
poco preparado. En cuestión de meses, los alemanes sitiaban
Leningrado (San Peier^burgo), conquistaban Ucrania y se
acercaban al Volga. Gran parte de la Rusia europea, más Polo-
nia, las repúblicas bálticas, Bielorrusia (hoy Belarus) estaba en
<sus manos. El esfuerzo de contención p o r parte de Rusia fue,
durante el primer año, incapaz de detener la máquina de gue-
rra alemana. Entre otras cosas, el esfuerzo bélico ruso se resen-
tía de las purgas de los años treinta, que habían diezmado lo
•mejor de la oficialidad soviética y llenado de miedo al resto,
que no se atrevía a llevar la contraria al «lugarteniente de Le-
í|iin». De este modo, la confianza ciega que tuvo en Flitler y los
terrores estratégicos de Stalin, que se creía otro Mijaíl K u t ú z o v

411
L O S O R Í G E N E S DEL S I G L O X X I

(el general que derrotó a Napoleón), ayudaron al triunfo de la


ofensiva nazi en el primer año de guerra Ruso-Alemana.
Las pérdidas rusas humanas y de material en la II Gue-
rra Mundial fueron terribles. Se calcula que el 6 0 % de los que
perdieron la vida, militares y civiles (unos cuarenta y dos mi-
llones) fueron rusos [Maddison (1976), p. 470]. En material bé-
lico sólo pueden compararse las pérdidas rusas con las alema-
nas; p e r o Alemania combatió en dos frentes y además tenía
una economía mucho más poderosa [Milward (1979), p. 25].
La improvisada máquina productiva rusa se vino abajo duran-
te la guerra, porque la nueva industria estaba situada en la
zona occidental del país, la invadida por Alemania. La Unión
Soviética fue el único de los grandes combatientes cuya renta
¡lír í
disminuyó a lo largo de la guerra. La producción agrícola se
redujo a la mitad entre 1940 y 1944; la producción industrial,
si excluimos los armamentos, también cayó. La renta nacional

II' en su conjunto se redujo, por consiguiente, en t o r n o al 2 0 %


[Nove (1969), p. 272].
En estas condiciones, al acabar la guerra y tras rechazar
Stalin la ayuda que el Plan Marshall le ofrecía, la situación
¡P volvió a ser parecida a la de los tiempos heroicos del I Plan
Quinquenal. Los últimos años cuarenta y la década de los cin-
cuenta fueron de recuperación y superación de los niveles de
preguerra.

LAS «DEMOCRACIAS POPULARES»

* „::::fi
La Unión Soviética no aceptó la ayuda Marshall, pero
contó con las reparaciones que extrajo de los países de Euro-
m pa Oriental (fábricas enteras de Alemania Oriental fueron
11 desmanteladas y transportadas a la U n i ó n Soviética) y con la
ayuda de todo tipo que el ampliado espacio económico comu-
nista le brindaba. Hay que tener en cuenta que tras la II Gue-
rra Mundial el ejército ruso conquistó y retuvo casi toda la
enorme franja de tierra que hay entre sus antiguas fronteras y
111

412
XI. EL M U N D O COMUNISTA

Berlín, desde el mar Báltico a los Balcanes. A la órbita sovié-


tica pasaron así las tres repúblicas bálticas, Polonia, Checos-
lovaquia, Alemania Oriental, Hungría, Rumania, Bulgaria y
Albania, a las que p r o n t o se conoció colectivamente como
«democracias populares» (hubiera sido más exacto llamarlas
«autocracias impopulares»), La Yugoslavia de Tito (el dicta-
dor de origen croata, cuyo verdadero nombre era Yosip Broz),
aunque siguió siendo comunista, en 1948 rompió la disciplina
estalinista y aún llegó a tiempo para recibir ayuda Marshall.
Tras firmar acuerdos de ayuda económica mutua con sus
satélites europeos, la U n i ó n Soviética se esforzó p o r formar un
espacio económico comunista exterior y, en respuesta al Plan
Marshall, al que denunció como un «diktat que viola la sobe-
ranía y los intereses económicos de los estados beneficiarios»
{•Ágoston (1955), p. 2 3 ] , estableció en enero de 1 9 4 9 el Conse-
jo de Ayuda Económica Mutua ( C A E M o C O M E C O N ) en el
cual se integraron los países antes citados más la Unión Sovié-
tica, p o r supuesto. Pronto se dio de baja Albania que, tras la
victoria de Mao Zedong en China, se aproximó más a este país
y s e distanció correspondientemente de la Unión Soviética. En
cambio, pronto se adhirió Mongolia. A lo largo de su historia,
.otros países más o menos cercanos a la U n i ó n Soviética man-
tuvieron posiciones de «observador» en el C A E M , como la
propia China, Corea del Norte, Etiopía, Angola, etcétera. Para
Stalin, el establecimiento de este espacio económico socialista
íue de gran importancia. En 1952 afirmaba que el resultado
económico más importante de la II Guerra Mundial había sido
¡«la desintegración del mercado mundial único [y la división]
<en dos mercados mundiales paralelos y opuestos» [citado en
rÁgoston (1965), p. 1 9 ] . Pero la verdadera importancia no era
¿económica: era política. Stalin utilizó el C A E M como una res-
. epuesta, primero, a la oferta de ayuda Marshall norteamericana,
í+t-y luego, a la creciente integración de la Europa Occidental.
^ A d e m á s , el C A E M , junto con el pacto militar diseñado para
%er un desafío y una respuesta a la O T A N , es decir, al Pacto de
¡jparsovia (firmado en 1 9 5 5 , muerto ya Stalin), servía para
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

coordinar las «democracias populares». El tercer organismo


supranacional utilizado por la U n i ó n Soviética fue la llamada
Cominform (Oficina de Información Comunista), una segun-
da edición de la Comintern, que había sido disuelta durante la
II Guerra Mundial, en plena luna de miel con los países occi-
dentales. La C o m i n f o r m era, como su antecesora, una oficina
de coordinación de los partidos comunistas tanto en el poder
como en la oposición.
La historia de las democracias populares es bastante la-
mentable. Excepto en Albania y Yugoslavia, los gobiernos co-
munistas (o las fantasmagóricas coaliciones en que el partido
adicto a Moscú llevaba la v o z cantante) fueron impuestos por
la amenazadora presencia del Ejército Rojo de ocupación. Se ha
dicho que el primer modelo de «democracia popular» fue la Es-
paña republicana en guerra a partir de mayo de 1937, es decir,
después de la victoria comunista sobre los partidos de extrema
izquierda ( P O U M , anarquistas, trotskistas). La afirmación no
nos parece apropiada, entre otras cosas porque la vida de aque-
lla España republicana fue demasiado breve y sujeta a aconte-
cimientos bélicos como para poderse comparar con los cuaren-
ta y cinco largos años de vida que conocieron las «democracias
populares». Lo que sí puede afirmarse es que no fueron ni de-
mocráticas ni populares. Sus historias estuv-Viun salpicadas de
rebelión, violencia y represión. En 1953 en Berlín Oriental, en
1956 en Budapest, en 1968 en Praga, en 1 9 5 6 , 1 9 7 0 y cu 1981 en
Varsovia, los movimientos de rebeldía más o menos belicosos
fueron una fuente continua de quebraderos de cabeza para los
dirigentes del Kremlin, que en Berlín, Budapest y Praga utili-
zaron al ejército ruso para reprimir las protestas. Al fin fueron
estos países los que primero rompieron filas en el bloque co-
munista. Para ellos el comunismo no tenía la virtud que, pese a
todo, tenía para los rusos: no era su ideología; ellos no eran «la
patria del comunismo»; al contrario, bajo el comunismo se sen-
tían sometidos a un yugo extranjero.
U n a prueba elocuente de la fragilidad política, que por
eso mismo había de combinarse con una suma brutalidad, de

414
XI. EL M U N D O COMUNISTA

las «democracias populares» fue el problema de las relaciones


entre la Alemania Oriental y la Occidental. Esta última, bajo
la tutela inicial de Estados Unidos, Inglaterra y Francia, pero
pronto p o r sí misma, fue una de las más destacadas protago-
nistas del «milagro europeo» y p r o n t o pasó a ser uno de los
países con más peso en la CEE y de más alto nivel de vida del
mundo. Las relaciones entre ambas Alemanias reflejaban en
pequeño las existentes entre Estados Unidos y la U n i ó n S o -
viética. La Occidental era mucho más rica y poderosa; la
Oriental era cerrada, dictatorial y terriblemente vituperante
contra su vecina. Los ciudadanos de 1?. Oriental emigraban en
cantidades crecientes hacia la otra, h a s u el extremo de plan-
tear un serio problema económico, porque eran los ciuda-
danos más jóvenes, activos y cualificados quienes más esca-
paban. C o n el fin de atajar esta pérdida, los comunistas
fortificaron su frontera con la Alemania Federal para impedir
lá salida. Los ciudadanos del Este permanecían así encerrados
en su país; pero todavía quedaba un portillo de escape: Berlín.
En efecto, la antigua capital alemana quedaba dentro de la
Alemania Oriental; pero igual que se habían repartido Alema-
nia en cuatro zonas (estadounidense, inglesa, francesa y rusa)
después de la II Guerra Mundial, los aliados también se habí-
ánrepartido Berlín, de modo que tres cuartas partes de la ciu-
dad estaban bajo control aliado y formaban una comunidad
Unida a la Alemania Occidental p o r unas carreteras, vías fé-
rreas y bandas aéreas que eran inviolables para los orientales.
?.*-feos rusos trataron de cerrar el portillo bloqueando el acceso
: p!or tierra a Berlín en 1 9 4 8 , pero ante la actitud firme de los
occidentales se vieron obligados a desistir. En esta situación,
á^muchos ciudadanos de Alemania Oriental pasaban a la Occi-
Mjdental a través de Berlín, en una proporción de unos mil al día
<l¡¡Íft961.
1
A n t e tal sangría, el presidente del gobierno germano-
g l p i e n t a l , Walter Ulbricht, t o m ó la medida desesperada de
H^slnstruir un muro en torno al Berlín Occidental para impedir
|||||üe continuara el éxodo. No podía haber una expresión más
^É|.átética y trágica de inferioridad y de cinismo. Este muro se
mm
L O S ORÍGENES DEL S I G L O X X I

convirtió en el símbolo de la separación entre los dos mun-


dos, el comunista y el capitalista.
Las economías «populares» fueron en general un calco de
la soviética, con planes quinquenales y todo. La industria y el
comercio fueron nacionalizados; la agricultura fue, en general,
más que colectivizada, obligada a organizarse en cooperativas
estrechamente controladas por el Estado. La única excepción
fue Polonia, donde la resistencia campesina a renunciar a la
propiedad de la tierra y la fuerza del Partido Agrario, que so-
brevivió en coalición con el Partido Comunista, permitieron
que se mantuviera la propiedad privada de la tierra. En Hun-
gría, tras la revuelta de 1956, el nuevo secretario del Partido
Comunista impuesto por los tanques de Moscú, Janos Kádár,
reformó la economía húngara en el sentido liberalizador; en lo
relativo a la agricultura, se relajó el control del Estado sobre las
cooperativas, se permitió la privatización de parte de la tierra
de éstas y se dio al mercado libre mayor autonomía. El resul-
tado fue que los zocos de alimentación en Budapest estuvieran
mucho mejor surtidos que en Rusia o en la ^ecina Checoslo-
vaquia.
Pero Polonia y Hungría eran excepciones y, pese a todo,
su libertad económica estaba muy restringida. A causa de la
gran uniformidad de los sistemas productivos de la Europa
comunista, el C A E M fue en gran parte una organización sin
contenido. No podía haber mucha cooperación y comercie
entre economías que estaban organizadas según el modelo au-
tárquico soviético. El problema de los precios era también
muy serio, pues tanto los precios internos c o m o los tipos de
cambio eran en gran parte arbitrarios, de m o d o que sólo los
acuerdos de trueque a lo nazi tenían sentido. Pero para este
tipo de acuerdos holgaba una organización económica supra-
nacional. También había claras y lógicas diferencias de con-
cepción entre la potencia hegemónica y sus satélites. La
U n i ó n Soviética concebía el C A E M como un organismo que
serviría para armonizar las economías acoplándolas a la sovié-
tica: es decir, los demás países debían producir y exportar lo

416
XI. EL MUNDO COMUNISTA

que la U n i ó n Soviética necesitaba e importar los productos


en que ella tenía excedentes. P o r último, todos los países, in-
cluso la U n i ó n Soviética, preferían importar de Occidente
aquello que necesitaban, p o r q u e los productos occidentales
eran mejores y a menudo más baratos. Las fuentes de desa-
cuerdo, p o r tanto, eran numerosas, y el C A E M nunca llegó
muy lejos. Fue disuelto en 1991 y pocos lo lamentaron.

LA ERA DEL ESTANCAMIENTO

.*-• La planificación soviética estaba diseñada para los es-


fuerzos heroicos, las construcciones y reconstrucciones épi-
cas del socialismo en un solo país, la abnegación del trabajo
«estajanovista» (Alexéi Stajánov fue un héroe del trabajo de
los años treinta) y la erección de fábricas gigantes, obras p ú -
blicas y centrales eléctricas (o atómicas). Podía lograr avan-
ces admirables, como los que realizó en ciencia y en explora-
don espacial: era capaz de grandes hazañas tecnológicas, en
: 'especial cuando tenían que v e r con la actividad militar. Lo
¡que no podía hacer era garantizar a la población un nivel de
«bienestar comparable al de las democracias occidentales o ca-
4' -pitalistas. (Un chiste moscovita decía que cuando Stalin ha-
: . .bía conjurado al espíritu de Lenin para consultarle si podía
? construirse el socialismo en un solo país, éste había contesta-
-
do «Sí, pero debe vivirse en otro».) La razón es m u y simple
m y fe hemos señalado: se trataba de una «economía de man-
a

y;. do». No se producía p o r afán de lucro, sino p o r coerción. Y


Éplpmo la coerción n o puede mantenerse p o r largo tiempo al
|||||givel necesario, el desinterés de los trabajadores p r o n t o se
l ^ í ^ p e sentir y la productividad se resiente. Lo mismo ocurre
PÉpon la innovación: si los frutos de la investigación n o van a
LÉklfoerieficiar al innovador, que arriesga su esfuerzo y sus recur-
W>rP s
e n
P ^
o s e u
beneficio, es m u y difícil que la innovación
n

| ^ p & p r o d u z c a de manera regular. P o r tanto, la economía tende-


f^Sjy a estancarse.
L O S O R Í G E N E S DEL S I G L O X X I

Esto es lo que ocurrió a partir, más o menos, de 1960.


Construida la infraestructura básica del país (a niveles más
bien modestos y copiando tecnología occidental), la economía
soviética crecía despacio y apenas se renovaba. Es muy difícil
tener cifras fiables, p o r varias razones. En primer lugar, por-
que, como hemos visto, las estadísticas soviéticas son muy di-
ferentes de las occidentales, principalmente porque sus precios
no son de mercado y porque no consideran la producción de
servicios. Además, y en segundo lugar, porque, dada la natu-
raleza dci Estado y la Administración soviéticos, las posibili-
dades de falseamiento de las estadísticas con fines de propa-
ganda eran muy altas. Esta «economía de mando» planificada
tenía además otro grave problema derivado de su misma natu-
raleza: no producía para el mercado, es decir, para el consumi-
dor, sino para el planificados para el Estado, para la estadísti-
ca. Esto significa que la calidad era secundaria: si había que
producir automóviles, lo que importaba era poder mostrar el
número de unidades al burócrata de turno: que el coche deja-
ra de funcionar seis meses después de salir de fábrica o que
gastara un litro de gasolina por kilómetro era secundario. El
fabricante no tenía que venderlo. Y lo mismo ocurría con los
bienes intermedios: si el plan decía que una siderúrgica tenía
que producir tantas toneladas de chapa, lo importante era pro-
ducirlas, fuere cual fuere su calidad. Y cuanto peor la calidad,
más fácil y barato resultaría producirlas; al fin y al cabo, tam-
poco la siderúrgica tenía que vender su chapa.
La consecuencia de esta producción para el burócrata y
no para el mercado era una forzada integración vertical: la fá-
brica de automóviles prefería producir su chapa que comprar-
la al Estado, porque la que éste vendía podía ser m u y mala y
llegar tarde. La fábrica de automóviles montaba así su propio
alto horno para producir chapa; si podía, incluso, se haría con
una mina de carbón y otra de hierro para que su alto horno no
dependiera de abastecedores externos. La empresas tendían
así a ser enormes e integradas; p o r lo tanto, ineficientes. Por
t o d o ello, los bienes de consumo que llegaban a las tiendas

418
XI. EL M U N D O COMUNISTA

eran de poca calidad o anticuados, ya que, dada la ausencia de


innovación y la nula influencia del consumidor en la p r o d u c -
ción, los mejores productos acostumbraban a estar copiados
de viejos modelos occidentales. No había estímulo para la in-
novación y la eficiencia más que en aquellos ámbitos en que
el Estado tenía verdadero interés, que eran casi todos los rela-
cionados con la guerra, como hemos visto. A q u í sí que había
estímulo, p o r q u e los ingenieros y los físicos que construían
armamentos y cohetes a satisfacción de los grandes jefes polí-
ticos y militares eran unos privilegiados dentro del sistema.
Se ha elogiado mucho la labor que realizó el régimen s o -
viético de popularizar la educación y democratizar la medici-
na, y éstos ciertamente son logros innegables iniciados desde
los primeros años de la Revolución. Pero aquí también debió
de haber problemas parecidos a los de la economía en general,
porque la esperanza de vida del ciudadano soviético fue siem-
pre más corla que la de los ciudadanos de los países occidenta-
les, lo cual dice poco de su sistema médico estatal, y las in-
novaciones médicas de los investigadores soviéticos fueron
escasas comparadas con las occidentales. En cuanto a la calidad
de la ciencia, no fue, fuera de las esferas privilegiadas, nada
muy impresionante. Basta con considerar el caso de Trofim
Lysenko, el embaucador seudocientífico que durante largos
años (los cuarenta y los cincuenta), fue la máxima figura aca-
dé.nica oficial en la Unión Soviética porque sus absurdas teo-
rías genéticas parecieron políticamente correctas a Stalin.
Lysenko llegó a afirmar, y las autoridades científicas soviéticas
ló repitieron enfáticamente, que había una biología burguesa y
otra marxista, que seguían leyes distintas. Gracias a la genética
revolucionaria, Lysenko y sus secuaces, en la cúspide del p o -
der bajo Stalin, anunciaron que iban a resolver el problema de
la agricultura soviética con modificaciones genéticas que p r o -
ducirían trigo con ramas y otras maravillas. P o r supuesto,
todo era un engaño. En tiempos de Lysenko ios verdaderos
genios de la ciencia rusa, como A n d r é i Sajárov, Piotr Kapitsa
;

'0 -Lev Landau mantuvieron silencio p o r miedo a la represión.

419
LOS ORÍGENES DEL S I G L O X X I

La indudable difusión de la educación entre la población rusa


(los niveles de alfabetización en la Rusia zarista eran los más
bajos de Europa) tenía esta contrapartida de adoctrinamiento
y represión del sentido crítico. O t r o problema fue el enorme
abismo que siempre hubo entre los niveles educativos en la
ciudad y en el campo, y entre la Rusia europea y la asiática.
Después de la muerte de Stalin en 1953 hubo intentos de
reformar una sociedad que había quedado congelada a niveles
m u y p o r debajo de los occidentales. C o n Stalin esto hubiera
sido imposible; murió a los setenta y cuatro años, preparando
otra purga contra supuestas «conjuras de médicos» que, al
servicio de las «potencias imperialistas», habrían matado a va-
rios líderes políticos. Su verdadero crimen era haber aconse-
jado al dictador que dejara su puesto por razones de salud. Ya
sabemos que perder el poder era inconcebible para Stalin. Se
ha señalado la posibilidad de que el dictador falleciera enve-
nenado p o r sus posibles futuras víctimas. Lo más probable es
que muriera del corazón p o r no seguir el consejo de los mé-
dicos. Fue sucedido durante unos años p o r una «dirección co-
lectiva», en que una serie de personas y grupos compartieron
el poder. Los más importantes fueron Gueorgui Maliénkov y
Nikita Jruschov. Tras varios años de arreglos de cuentas y for-
cejeos políticos, en 1 9 5 7 ]rv^< hov, el secretario general del
Partido, quedó como je^c indiscutidc.
C o n la muerte de Stalin concluyó ia era más siniestra en
la historia de la Unión Soviética. Sus sucesores, aunque habían
colaborado con él en sus crímenes, fueron unánimes en la ne-
cesidad de reforma, aunque no en la naturaleza de ésca. Ya
Maliénkov trató de introducir cambios, pero su estancia en ei
poder duró poco. A h o r a bien, desde luego, lo que por fortuna
terminó con Stalin fueron los sangrientos procesos políticos;
las sucesiones en el poder tras Stalin fueron más o menos cons-
pirativas, pero menos cruentas. C o n todo, el carácter funda-
mental del sistema no cambió; solamente se suavizaron sus
rasgos más horribles. La dictadura del Partido se mantuvo, el
sistema de planificación compulsiva, la represión y la ausencia

420
XI. EL M U N D O C O M U N I S T A

áelibertad también, e igualmente pervivió la implacable repre-


sión de la disidencia política. El aparato político soviético se
había convertido en una gigantesca maquinaria propulsada p o r
los órganos centrales del Partido Comunista situados en M o s -
cú (el Comité Central y el Presidium, nuevo nombre del P o -
litburó), y esta maquinaria movía la sociedad p o r medio de la
coerción. La coerción y el control, sin embargo, eficaces para
acallar la disidencia, eran laxos en materia económica. El tra-
bajador soviético tenía un nivel de vida bajo, pero se esforza-
ba poco y desorganizada mente. Su productividad siguió sien-
do bajísima. La maquinaria económica se parecía al famoso
«flujo circular» schumpeteriano: no había innovación, todos
los años se producía lo mismo, la producción era rutina. El
único elemento dinámico en la economía era el Ejército y la
producción militar. Todo el aparato soviético se seguía justifi-
c&ndc por la confrontación y la amenaza de las «potencias im-
perialistas» y, en particular, de Estados Unidos.
Los once años que siguieron a la muerte de Stalin fueron
de confusos intentos de reforma. En el periodo de «dirección
colectiva» ( 1 9 5 3 - 1 9 5 7 ) , las opiniones discordantes y las rivali-
dades impidieron que la reforma fuera más allá de la denuncia
de Stalin y del «culto a la personalidad». C o n ser esto impor-
tante, el miedo a poner en peligro el sistema que los sostenía
impidió que Jruschov y sus colegas y rivales hicieran un análi-
sis profundo de cómo fue posible que un tirano al que ahora
acusaban después de muerto hubiera ostentado el poder abso-
luto en la patria del socialismo durante treinta años, cometien-
do impunemente los crímenes que ellos mismos denunciaban
(y en que tomaron parte). Tampoco llegaron a explicar qué re-
formas se iban a hacer para democratizar un Estado que había
dado lugar a, y a la vez había sido moldeado por, tamaño dés-
pota. Tras hacerse Jruschov con el mando continuaron los in-
tentos de reforma. Pero el programa no era claro: se cambió el
Plan Quinquenal p o r el Septenal; se trató de flexibilizar el sis-
tema de planificación; se hizo un esfuerzo por aumentar la su-
perficie agrícola cultivada roturando tierras en Siberia; se in-

421
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

tentó crear unidades agrícolas aún mayores, las «agrovillas».


El efecto de estas reformas no fue muy perceptible. En políti-
ca exterior también hubo cambios: sin abandonar la confron-
tación con Occidente, se prefirió la negociación al insulto, la
amenaza y el aislamiento. En general, además, Jruschov era un
individuo espontáneo, a menudo jovial, m u y diferente del
opaco dirigente característico de la Unión Soviética. Fue este
mismo carácter imprevisible y esta continua referencia a la
prosecución de la reforma lo que causó su caída en 1964. Sus
sucesores, Alexéi Kosiguin y Leonid B r t - / h n e v , significaron
una vuelta al inmovilismo. Los años que separan la caída de
Jruschov y la asunción del poder por Mijail Gorbachof en
1 9 8 5 constituyen un periodo de congelación en la política
rusa. Fue una vuelta al stalinismo sin sus peores excesos. La di-
rección del Partido y de la Administración, alarmada por el ca-
rácter impredecible de Jruschov, le destituyó para volver a las
viejas certidumbres soviéticas. El Comité Central recuperó el
poder para que nada cambiase. Y siguió lo que los propios su-
cesores de Brezhnev llamaron la «era del estancamiento», que
duró más de veinte años. Se volvió a los Planes Quinquenales
y al maniqueísmo en política internacional. La confrontación
entre el bloque comunista y el occidental, que se había suavi-
zado durante los años de Jruschov, volvió a ser el principio
cardinal de la política exterior soviética. C o m o corolario, se
acentuó la militarización de la economía y la política.
A la postre fue este ámbito militar, tan esencial a la natu-
raleza del régimen soviético, el que resultó ser su talón de
Aquiles. Esta economía, gigantesca pero congelada, no podía
sostener la máquina bélica y el entramado de compromisos
internacionales que exigía el enfrentamiento con Estados
Unidos y sus aliados europeos a nivel mundial. La Rusia de
Brezhnev lo intentó, pero el esfuerzo acabó p o r hundirla. Los
dos bloques se disputaban la influencia en el Tercer Mundo.
Ello dio lugar a una serie de guerras civiles en diversos países,
guerras en las que ambas potencias enfrentadas combatían por
gobierno interpuesto o directamente. El primer caso fue el de

422
XI. EL M U N D O C O M U N I S T A

Grecia, al que ya nos hemos referido en el capítulo X (p. 374);


poco después, en 1950, estallaba la guerra civil en Corea, don-
de se enfrentaron tropas estadounidenses y chinas. Más tarde,
en los sesenta, la guerra de Vietnam, donde Estados U n i d o s ,
después de años de combate limitado y frustración, sufrió su
primera derrota. Pese a la «teoría del d o m i n ó » sostenida p o r
los partidarios de la guerra, que decía que si Vietnam caía en
manos comunistas le seguirían todos los países del Sureste
asiático, el equilibrio mundial no se v i o alterado p o r ello. En-
tretanto, los soviéticos, p o r sí mismos o p o r medio de sus aba-
dos cubanos, habían tenido una serie de intervenciones en
África: en Angola, Etiopía, Mozambique, tales intervenciones
tampoco se sellaron con gran éxito ni resultaron tener efectos
de uno u otro signo en el equilibrio general mundial.
Hay que señalar que la U n i ó n Soviética o b t u v o algunas
sonadas victorias en esta G u e r r a Fría. A n t e s de la derrota de
Estados Unidos en Vietnam en 1 9 7 5 , antes incluso de la gue-
rra de Corea, la victoria del ejército comunista de Mao Ze-
dong en China en 1 9 4 9 supuso una modificación fundamen-
tal en el equilibrio entre los bloques capitalista y comunista en
el mundo. Después de la constitución de las «democracias p o -
pulares» en Europa, la victoria comunista en China rompía
definitivamente el aislamiento de la U n i ó n Soviética en Asia.
Se abría allí un nuevo frente del que las guerras de Corea y
Vietnam fueron consecuencias indudables. No todo fueron
parabienes para la U n i ó n Soviética, sin embargo, porque
pronto se puso de manifiesto la rivalidad entre los gigantes
chino y ruso p o r la dirección del movimiento comunista, y se
plantearon viejas diferencias fronterizas. Un decenio más tar-
de se producía el decantamiento de la Revolución Cubana ha-
cia el bloque comunista, que t u v o lugar de manera gradual
tras la victoria de la guerrilla de Fidel Castro en enero de
1959. Si grave fue la «pérdida de China» para Estados Unidos,
la aparición de un estado comunista a unos ciento cincuenta
kilómetros de sus costas en violación de la venerable «doctri-
na de M o n r o e » fue un verdadero desastre y una espina clava-

423
LOS ORÍGENES DEL S I G L O XXI

da en el corazón de su política exterior. En el m u n d o árabe,


una serie de conspiraciones militares habían derrocado mo-
narquías arcaicas pero cercanas a Occidente e instalado dic-
taduras militares de corte populista y antioccidental. Así en
Egipto en 1952, cuando un grupo de oficiales, entre los que se
contaba el coronel Gamal Abdel Nasser, derrocó al rey Fa-
ruk; en Irak, en 1958, o t r o golpe derribó la Monarquía; en
1969 el teniente Mu'amar al-Gadafi organizó un golpe de Es-
tado que derrocó al rey Idrís de Libia. El nuevo dictador
p r o n t o manifestó su simpatía por la U n i ó n Soviética y, sobre
todo; su animosidad hacia Occidente en general y Estados
U n i d o s en particular. En Afganistán, en 1 9 7 3 , un golpe apo-
yado p o r los rusos abolía la Monarquía, simpatizante con Oc-
cidente, e instalaba en el poder a un partido de izquierda fa-
vorable a la U n i ó n Soviética. En Etiopía, en 1974, un golpe
similar derribó al longevo emperador Hailé Selassié y puso en
el poder una dictadura militar procomunista.
A coronar este rosario de humillaciones para el «impe-
rialismo americano», tras la derrota de Vietnam, vino la Revo-
lución islámica en Irán (1979). Los islamistas iraníes, tras de-
rrocar al Sha, invadieron la embajada estadounidense en
violación de los más elementales principios de derecho inter-
nacional y secuestraron a más de un centenar de diplomáticos
y empleados, a quienes sometieron a un trato degradante y a
quienes utilizaron como rehenes de sus exigencias al gobier-
no americano, con quien, por otra parte, hahian r o t o relacio-
nes diplomáticas. Todas estas derrotas estadounidenses eran
triunfos para la U n i ó n Soviética. Al cabo, sin embargo, estas
victorias, en particular las de Irán y Afganistán, le costaron a
la U n i ó n Soviética muy caras.

LA PAPELERA DE LA HISTORIA

La humillación de Irán causó una conmoción en la polí-


tica estadounidense y dio el poder a Ronald Reagan, republi-

424
XI. E L M U N D O C O M U N I S T A

cano de derecha decidido a hacer sentir la fuerza de Estados


Unidos al «imperio del mal» (evil empire), c o m o en una oca-
sión llamó a ia U n i ó n Soviética. Reagan llevó a cabo un p r o -
grama de rearme m u y ambicioso y caro que se culminó con
un dispositivo (llamado Iniciativa de Defensa Estratégica
por los generales y «guerra de las galaxias» — e n inglés Star
Wars— p o r los ciudadanos) destinado a interceptar cualquier
cohete enemigo y destruirlo en v u e l o . Este carísimo «escudo
protector» rompía el equilibrio estratégico entre la Unión S o -
viética y Estados U n i d o s , p o r q u e convertía a éste en teórica
mente invulnerable ante un hipotético ataque ruso. Tal dese-
quilibrio en su favor daba a Estados U n i d o s una ventaja m u y
clara en política internacional, p o r q u e su superioridad militar
quedaba establecida y reconocida. A n t e esta situación, la
Unión Soviética podía hacer dos cosas: o bien reconocer su
propia inferioridad y actuar en consecuencia, es decir, evitar
confrontaciones con Estados U n i d o s y ceder en los m o m e n -
tos de conflicto; o bien tratar de igualar la capacidad militar
estadounidense, invirtiendo en sistemas similares de intercep-
tación o desarrollando cohetes capaces de atravesar el «escu-
do^ estadounidense [Ellman y K o n t o r o v i c h (1998), cap. 3.2].
Ambas alternativas eran malas: reconocer la superioridad del
enemigo es d u r o y a la larga p o d r í a p o n e r en peligro la inte-
gridad del sistema comunista p o r su desprestigio. Pero c o m -
petir con Estados Unidos significaría un esfuerzo económico
que muchos dentro y fuera de la U n i ó n Soviética considera-
ban irrealizable. A agravar este p r o b l e m a económico v i n o
además el embrollo de Afganistán, en el que la Unión Soviéti-
ca se vio gradualmente atrapada de manera parecida al caso de
Estados Unidos en Vietnam, con la ventaja y el inconveniente
de ser Afganistán fronterizo con la U n i ó n Soviética. Entre las
facciones que derrocaron a la monarquía afgana p r o n t o c o -
menzaron las disensiones, que en 1 9 7 8 se convirtieron en gue-
rra civil. Al año siguiente, la U n i ó n Soviética decidió interve-
nir en favor de la facción más afín, pero sus enemigos formaron
uña extraña coalición de comunistas y musulmanes que puso

425
L O S O R Í G E N E S DEL S I G L O X X I

en serias dificultades a los rusos y sus aliados. La guerra de


Afganistán se prolongó durante largos años y constituyó una
grave sangría económica y una humillación militar. A n t e es-
tas dificultades tan grandes fue tomando cuerpo en la Unión
Soviética un estado de opinión favorable a la reforma econó-
mica e incluso política. En una reunión en 1 9 8 7 , el ministro
de A s u n t o s Exteriores, Eduard Shevardnadze, preguntó al
alto mando del Ejército R o j o : «¿Es ésa la base de nuestra es-
trategia de defensa? Quieren ustedes luchar prácticamente
contra el m u n d o entero» [Ellman y K o n t o r o v i c h (1998), p.
4 2 1 ] . Después de las dos décadas de inmovilismo brezhnevia-
no y posbrezhneviano se volvía a los vagos planes reformis-
tas de la época de Jruschov.
La persona que encarnó el programa reformista fue Mi-
jail Gorbachof, y con la esperanza de que lo llevara a cabo fue
n o m b r a d o secretario general del Partido en 1 9 8 5 y presiden-
te de la U n i ó n Soviética en 1 9 8 8 . Se anunció la reforma del
sistema (perestroika) con gran publicidad. Los intentos de
Gorbachof fueron más concretos que los de Jruschov, pero se
encontró con el mismo problema: el sistema era irreformable,
porque reposaba en un equilibrio inestable basado en la coer-
ción. En el m o m e n t o en que esa coerción se debilitaba, las
fuerzas centrífuga* (anarquía productiva, autonomismo de los
países y regiones subyugados, indisciplina y desmoralización
generalizadas) hacían su aparición y se planteaba la disyunti-
va: volver a la coerción o dejar que el sistema se desintegrase.
Gorbachof llegó en su ingenuidad reformista hasta este pun-
to, mucho más lejos que nadie lo hubiera hecho antes en la
U n i ó n Soviética y, ante la disyuntiva, vaciló, y aunque recu-
rrió ocasionalmente a la fuerza, tuvo la entereza de renunciar
a ella. Esta renuncia implicaba dejar que la situación se le fue-
ra totalmente de las manos y que el sistema se desintegrase.
Las fuerzas desintegradoras actuaron en dos ámbitos, el
externo y el interno. El ámbito externo tuvo c o m o foco las
«democracias populares». El interno, las disensiones de la cla-
se dirigente soviética. Los impopulares regímenes de las «de-

426
XI. EL M U N D O COMUNISTA

mocracias populares» sólo se mantenían p o r temor a la inva-


sión del ejército soviético, que se había producido en A l e m a -
nia, Hungría y Checoslovaquia, y cuya amenaza había actua-
do repetidamente en Polonia. En este país la antipatía p o r el
comunismo y p o r el vecino ruso era particularmente fuerte.
Las tensiones entre la población y el Partido Comunista, en-
tre los dirigentes del Partido entre sí y entre éstos y los diri-
gentes soviéticos, había sido una constante desde el final de la
guerra, pero especialmente desde que Wladislaw G o m u l k a ,
que no era del agrado de Moscú, asumiera la secretaría del
Partido en 1956. Gomulka perdió pronto el apoyo que tuvie-
ra entre la población y, tras serios disturbios en 1970, fue sus-
tituido p o r Edward Gierek. D o s factores; sin embargo, pesa-
ron extraordinariamente en la historia de la Polonia reciente:
la exaltación al Papado en 1978 del cardenal Karol Wojtyla, el
primer pontífice polaco de la Historia; y la formación, p o r ese
mismo tiempo, de una organización obrera anticomunista
que asumió el nombre de Solidarnosc (Solidaridad), capitane-
ada por un electricista con grandes dotes políticas, Lech W a -
lesa. El nombramiento de un papa polaco dio grandes ánimos
al movimiento anticomunista en Polonia. Históricamente
oprimida entre la protestante Alemania y la ortodoxa Rusia,
para Polonia el catolicismo era, junto con el idioma, el rasgo
más fuerte de identidad nacional. Solidaridad pronto t u v o
diez millones de afiliados, lo cual, en un país cuya población
total estaba ligeramente p o r debajo de ios cuarenta millones,
era una cifra extraordinaria. La presión de Solidaridad y el
descontento popular hicieron tambalearse al ministerio de
Gierek en 1981 y por un momento pareció que el gobierno
comunista, incapaz de hacer frente a la situación, iba a aban-
donar el poder o, al menos, convocar elecciones libres, algo
inaudito al otro lado del telón de acero. Las advertencias del
Partido Comunista ruso y la clara amenaza de invasión p o r el
ejército soviético, sin embargo, forzaron una solución p o c o
frecuente en el mundo comunista, donde, pese a la falta de de-
mocracia y a la preeminencia de las cuestiones irñlitares, siem-

427
L O S O R Í G E N E S DEL S I G L O X X I

pre había dominado el poder civil. En Polonia se instaló una


dictadura militar: el mariscal Wojciech Jaruzelski, hombre
poco significado como comunista (lo cual le hacía algo más
aceptable para la población), fue nombrado secretario general
del Partido Comunista polaco con el asentimiento de Moscú.
Volvía a evitarse in exiremis la intervención del ejército ruso.
Siguieron unos años de tensión y de represión policial. Soli-
daridad se daba cuenta de que la dictadura de Jaruzelski era
un mal menor y esperaba su oportunidad. Ésta llegó en 1989:
ante el cambio evidente de la actitud del gobierno soviético,
que acababa de celebrar elecciones en m a r z o , no libres, pero
sí más libres que antes de Gorbachof, las presiones populares
encabezadas p o r Solidaridad empujaron a Jaruzelski y al inse-
guro gobierno polaco a pactar un acuerdo con sus oponentes
para convocar en Polonia elecciones generales ubres, aunque
con una serie de cláusulas restrictivas, como la reserva de un
nutrido cupo de diputados para el Partido Comunista. Las
elecciones se celebraron a principios de junio y representaron
un triunfo tan aplastante para Solidaridad que el Partido Co-
munista, al cabo de unas semanas de forcejeo, cedió el poder
a un gobierno de coalición presidido p o r el periodista y diri-
gente de Solidaridad Tadeusz Mazowiecki. Era el fin del co-
munismo en Polonia y el principio de su fin en Europa.
El ejemplo de Polonia no cayó en saco roto. Todas las
«democracias populares» querían imitarla de un m o d o u otro
para llegar a ser democracias a secas. En Hungría también se
convocaron elecciones libres; pero ios primeros en votar, aun-
que con los pies, fueron los alemanes. Las autoridades húnga-
ras, que siempre habían tenido estrechas relaciones con la ve-
cina Austria, relajaron sus controles fronterizos, lo cual fue
p r o n t o advertido p o r los alemanes orientales, que viajaban a
Hiingría y desde allí cruzaban a Austria, donde obtenían un
pasaporte de Alemania Occidental. P r o n t o lo que en princi-
pio eran decenas se convirtieron en miles. El ambiente de ex-
pectación e impaciencia en Europa Oriental era general en el
verano de 1989. Las manifestaciones pidiendo democracia y

428
XI. EL M U N D O COMUNISTA

libertad empezaron a generalizarse, en especial en Alemania


Oriental. Quienes no escapaban hacia la democracia, la exi-
gían en casa. Tras una visita de Gorbachof en la que el presi-
dente ruso indicó que los problemas de Alemania Oriental no
eran de su incumbencia, el viejo y odiado secretario del Parti-
do Comunista Erich Honecker se vio obligado a dimitir. Lo
primero que hizo el nuevo gobierno, a principios de noviem-
bre, para detener la riada de emigrantes, fue demoler el m u r o ,
pensando lógicamente que si los alemanes orientales podían
moverse libremente no tendrían tanta prisa p o r salir. Entre-
tanto, el Partido Comunista húngaro decidió disolverse y u n o
a uno le fueron imitando sus homólogos. Las «democracias
populares» fueron desapareciendo, de manera incruenta al
norte del Danubio y de manera T r a u m á t i c a en los Balcanes, es-
pecialmente en Rumania y Yugoslavia.
¿ C ó m o se explica la relativa facilidad con que se efectuó
la transición de la dictadura a la democracia en la Europa del
Este? ¿Por qué cedieron de tan buen grado el poder los parti-
dos comunistas ? La respuesta es que la coyuntura económica
colocó en una situación tan difícil a los políticos comunistas
que 1?. alternativa de ceder el p o d e r pacíficamente y conservar
la buena voluntad y la m a y o r cantidad posible de prerrogati-
vas e r a preferible a cualquier otra. La situación económica era
a ú n más desesperada en las «democracias populares» que en
la Unión Soviética porque, siendo más pequeñas, dependían
más d e l comercio; como las maquinarias productivas c o m u -
nistas eran tan ineficientes, estos países t e n í a n grandes déficits
comerciales acumulados, p o r lo q u e h a b í a n contraído enor-
mes deudas con Occidente que no podían pagar. Los reajus-
tes que se requerían eran tan drásticos y la impopularidad de
los gobiernos tan grande que los propios dirigentes comunis-
tas estaban convencidos de que no podían resolver la situa-
ción. La vuelta a la democracia y el capitalismo eran las úni-
cas soluciones; el único obstáculo, el ejército soviético. P e r o
como la U n i ó n Soviética estaba también en m u y mala situa-
c i ó n económica, n o podía n i asistir a los gobiernos «fraterna-

429
L O S ORÍGENES DEL SIGLO XXI

les», ni invadirlos; por otra parte, aunque hubiera podido, la


Unión Soviética de Gorbachof no estaba dispuesta a emplear
la fuerza fuera de sus fronteras: lo demuestra elocuentemente
el hecho de que a finales de 1988 se retirara de Afganistán,
abandonando a su suerte a quienes hasta entonces habían sido
sus aliados, que pagaron con la vida el haber disfrutado del
apoyo ruso. Si así abandonaba a sus aliados en guerra, con
tanta mayor razón se abstenía el gobierno soviético de inter-
venir en una transición pacífica.
Por estas razones había sostenido el gobierno de la
Unión Soviética que la desaparición del comunismo en Euro-
pa Oriental era un asunto externo: fue la llamada «doctrina
Gorbachof». Pero el «asunto externo» pronto se convirtió en
interno, porque la nueva independencia de hecho de sus anti-
guos satélites produjo un deseo de imitación en muchas «re-
públicas federadas soviéticas» que también querían recobrar
su independencia, como las tres bálticas (Estonia, Letonia y
Lituania), Ucrania, Georgia, Armenia y un largo etcétera.
Pero, con serlo mucho, no era esto lo más grave; io más grave
era la división entre la clase dirigente rusa.
Por curioso que parezca, en 1990 el ruso medio seguía
aceptando el sistema comunista sin entusiasmo, pero con re-
signación [Ellman y Koruorovich (1998), cap. 3.1]. El clamor
popular en favor de J a p e r e s t r o i k a era débil. Quienes empe-
zaron a mostrar serios propósitos de reforma profunda del
sistema fueron los dirigentes [Kotz y Weir (1997), cap. 7]. Al
igual que en las «democracias populares», muchos dirigentes
comunistas rusos se encontraron en un callejón sin salida a
finales de los años ochenta. Para ellos la presión estadouni-
dense había demostrado dos cosas simultáneamente: una, la
inferioridad económica y militar de la U n i ó n Soviética; y
dos, lo difícil y peligroso que era reformar el sistema. El pro-
grama de reforma de Gorbachof dividió a la clase dirigente
rusa en tres grupos: los continuistas, los reformistas y los
partidarios de abandonar el comunismo y restaurar el capita-
lismo. Es notable que este último grupo fuera el más nume-

430
XI. EL M U N D O COMUNISTA

roso y el que a la postre prevaleciera. La razón es que para


muchos de estos dirigentes, especialmente los más jóvenes,
las perspectivas que les ofrecía la U n i ó n Soviética no eran
muy halagüeñas comparadas con las de gentes de su misma
capacidad en los países capitalistas a los que muchos de ellos
habían viajado. Los privilegios de la nomenklatura soviética
eran grandes en relación con el nivel de vida medio: basta con
leer El primer círculo de Alexandr Solzhenitsin o haber pase-
ado p o r M o s c ú en los ochenta con los ojos bien abiertos,
para adveí tirio; p e r o en comparación con el nivel de vida de
un alto ejecutivo de una empresa occidental, p o r ejemplo, el
de un apparatchik soviético era m u y austero, porque precisa-
mente los más importantes de esos privilegios estaban rela-
cionados con el acceso a los países extranjeros y los bienes y
servicios allí producidos. Para estos altos funcionarios del
Estado, que tenían estrecho control de importantes segmen-
téis del sistema p r o d u c t i v o soviético, la transición al capita-
lismo podía significar un aumento del nivel de vida si sabían
aprovechar bien las circunstancias. El caso de los «oligarcas»
p'oscomunistas rusos, ex apparatchiks, muestra que no se
equivocaban. Muchas de las grandes fortunas en la Rusia de
hoy se hicieron mediante la compra a precios ridículos p o r
parte de antiguos burócratas de las empresas sobre las que te-
nían un control en los últimos años de la Unión Soviética. El
político que dirigió esta facción fue Boris Yeltsin que, expul-
sado del Partido en los ochenta, ganó las elecciones a la p r e -
sidencia de la República Rusa en j u n i o de 1 9 9 1 . Los aconte-
cimientos le favorecieron: la lucha entre las tres facciones se
desarrolló de la manera más favorable para Yeltsin, y él supo
aprovechar la ocasión. D o s meses escasos después de su elec-
ción, en pleno agosto y con G o r b a c h o f de veraneo, los con-
tinuistas en el gobierno dieron un golpe de Estado tratando
cl^ instalar en el poder al vicepresidente de la U n i ó n Soviéti-
ca,, alegando falsamente que Gorbachof estaba incapacitado,
-ulero los golpistas se encontraron p r o n t o aislados: entonces
fue cuando el pueblo ruso se echó a la calle en defensa de la

43i
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXi

perestroika, formando barricadas para evitar el paso de los


tanques; los golpistas, irresolutos, prefirieron huir antes que
provocar el derramamiento de sangre.
C o n Gorbachof virtual prisionero de los golpistas en
Crimea durante los acontecimientos, Yeltsin fue el héroe
que dirigió la resistencia democrática contra los inmovihstas
[Tolz y Elliot (1995), cap. 5]. Supo muy bien capitalizar su
éxito. A partir de ese momento comenzó a actuar como si la
República Rusa fuera soberana. Declaró que toda la propie-
dad estatal en la República era piopiedad de ésta, con lo cual
expropiaba a la U n i ó n Soviética, c u y o presidente seguía
siendo Gorbachof. Tras arruinar a su superior nominal, pro-
cedió a dejarle sin empleo. Disolvió y declaró ilegal al Parti-
do Comunista, con lo cual Gorbachof, su secretario general,
perdió el puesto. Al cabo de unos meses, en diciembre de
1991, de acuerdo con los presidentes de otras de las repúbli-
cas «federadas», declaró disuelta ia Unión Soviética, cuyo
presidente era Gorbachof [Kotz y Weir (1997), cap. 8]. Este
quedaba en paro y el comunismo desaparecía de la faz de
Europa tras setenta y cuatro años. De esta manera un tanto
sórdida se esfumaba lo que muchos habían creído ser la gran
revolución y la gran esperanza del siglo X X . Las palabras de
un ex comunista, Francois Furet [(1995), p. 8], pueden ser-
vir de epitafio.

La lucha de clases, la dictadura del proletariado, el i marxismo-


leninismo han desaparecido en beneficio de lo que se suponía que
iban a sustituir- la propiedad burguesa, e! Estado democrático libe-
ral, los derechos del hombre, la libertad de empresa. Nada queda de
los regímenes nacidos de Octubre más que aquello que pretendían
negar.
El fin de la Revolución Rusa, o la desaparición del Imperio So-
viético, descubre una tabla rasa [...] Lenin no deja legado [...] la diso-
lución rápida [de la Unión Soviética] no deja nada en pie: ni princi-
pios, ni códigos, ni instituciones, ni incluso historia. Igual que los
alemanes antes que ellos, los rusos son el segundo gran pueblo euro-
peo incapaz de dar un sentido a su siglo XX, y por ello incierto sobre
todo su pasado.

432
XI. EL M U N D O C O M U N I S T A

Es cierto que, nominalmente, el comunismo no ha desa-


parecido en el m u n d o . A ú n quedan en el siglo x x i grandes
países cuyos gobiernos se definen c o m o comunistas y parti-
dos políticos que también se denominan así. Los casos de
Cuba, China, Corea del N o r t e y Vietnam son ejemplos cla-
ros. Y hay partidos en Rusia, la India y Nepal, p o r ejemplo,
que se proclaman comunistas. Es m u y difícil saber qué harí-
an estos partidos si llegaran al poder. Es más fácil saber qué
hacen los gobiernos que se siguen proclamando comunistas.
Las políticas en estos países divergen bastante. Mientras en
China y Vietnam el comunismo tiene un contenido más polí-
tico que económico, en Cuba y C o r e a del N o r t e el control del
gobierno sobre la economía es m u y estricto. En China, el país
más populoso del mundo, hace ya un cuarto de siglo que el
gobierno ha abandonado cualquier pretensión de intervenir
radicalmente en la economía y, aunque la dictadura del Parti-
do Comunista subsiste, se restringe a la esfera política. Las
principales y más numerosas decisiones económicas tanto en
la industria c o m o en la agricultura dependen del mercado, al
tiempo que la economía china está más abierta al comercio ex-
terior que la de la mayoría de los países grandes: en concreto,
más que la de Rusia o la de Estados U n i d o s . A l g o parecido
puede decirse de la economía de Vietnam. En los casos de
Cuba y de Corea del Norte, la fuerte intervención estatal y el
carácter totalitario de las dictaduras militares que gobiernan
esos países han provocado estancamiento económico, con cri-
sis periódicas, un bajo nivel de vida de la población y una gran
disparidad de bienestar entre la élite política y el resto. En el
próximo capítulo examinamos algunos de estos casos.

433
XII
LA EMERGENCIA DEL TERCER M U N D O

E L SUBDESARROLLO Y SUS CAUSAS

. v E l tema principal del estudio histórico e s e l cambio so-


cial. C o m o decía J o h n Stuart M i l i en 1 8 5 9 [(1974), p. 1 3 6 ] ,
«La m a y o r parte del m u n d o no tiene historia, propiamente
habhuicl ' p o r q u e [en ella] el despotismo de la costumbre es
0

completo». P o r eso, n o p o r eurocentrismo, se han estudia-


deLmenos los países del llamado Tercer M u n d o . La historia
científica, y la ciencia social en general, se desenvuelven
ciando los h o m b r e s advierten que la sociedad cambia y
tíu'ieren comprender las leyes del cambio social. A n t e s , con
ajgunas excepciones geniales, c o m o la de Ibn Jaldün (1985),
historiadores eran meros cronistas: se limitaban a contar
ajgoque había sucedido. C o n el Renacimiento aparecen al-
átoqs atisbos de historia científica o ciencia social, c o m o el
dft Nicolás M a q u í a v e l o , o más tarde Giambattista V i c o ,
quienes reflexionan >obre el cambio y la inestabilidad en
Italia. Pero es la R e v o l u c i ó n Inglesa la que hace aparecer a
Ij&SiprimeiGS científicos sociales sistemáticos: Thomas H o b -
bes, J o h n Locke, y en Francia, Montesquieu y Voltaire. Es-
tos nuevos filósofos estudian las sociedades precisamente
jüjgrg^e cambian. L o s franceses prestan tanta atención a I n -
glaterra, porque a partir del siglo x v i l es esa sociedad, la in-
glesa, la que cambia radical y perceptiblemente. Ello expli-
flfjiuestro relativo desconocimiento de la Historia, y en
^|c,ial de la historia económica, de los continentes ameri-
tf)ÍÉ> africano y parte del asiático antes d e la Edad C o n t e m -
S|ánea. H a y una causa adicional m u y elemental: m u c h o s
SjfgSfos pueblos han dejado p o c o s documentos escritos o,
^éj^jdgunos casos, ninguno.

435
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

El Tercer M u n d o , así llamado (al parecer por Alfred


Sauvy [Bairoch (1997), p. 633]) p o r no ser ni capitalista ni co-
munista, irrumpe en la historia económica en el siglo XX. Es
parte esencial de la revolución de este siglo. Pero la expresión
«Tercer M u n d o » oculta una realidad m u y variada; por añadi-
dura, no habiendo hoy ya, propiamente hablando, un bloque
comunista, el término «Tercer Mundo» ha perdido el poco ri-
gor que alguna vez hubiera p o d i d o tener. A q u í lo utilizamos
simplemente porque es generalmente usado y comprendido.
El significado de la expresión no es geográfico, sino económi-
co: se refiere a países de baja renta por habitante, situados la
mayoría de ellos en América, África y Asia. Esta definición
económica implica, por lo tanto, una frontera borrosa y po-
rosa entre el Tercer Mundo y el Primer M u n d o , o mundo de-
sarrollado. Muchos países europeos, especialmente los del Sur
y el Este, eran claramente Tercer M u n d o a principios del siglo
XX según esta definición; la mayoría de los ex comunistas, en
especial los balcánicos, y de las recién independientes repúbli-
cas ex soviéticas también estarían hoy en plena transición del
Tercer M u n d o al desarrollo. Por otro lado, gran parte del sur
de Europa está h o y situada entre los países adelantados, y lo
mismo puede decirse de países asiáticos como Japón (aún se-
midesarrollado hace un siglo), Corea del Sur, Taiwan y Singa-
pur. Parecido es ei cas^ do Irlanda, que fue colonia hasta des-
pués de la I Guerra Mundial y recientemente se ha colocado
entre los países más desarrollados. La pertenencia al Tercer
M u n d o , p o r tanto, no es inmutable o irrevocable.
C u a n d o decimos que estos países irrumpen en la Histo-
ria en el siglo XX queremos decir, en primer lugar, que la ma-
y o r parte de ellos emergen como tales países, es decir, como
naciones, en el siglo XX, porque antes se encontraban en una
situación prenacional, muchas como colonias. Este es el caso
en especial de la mayoría de los países africanos, del Oriente
M e d i o y de varios asiáticos, c o m o la India, Pakistán e Indo-
nesia. No es el caso de los países americanos, ni, p o r supues-
to, de China, pero sí incluso de algunos europeos, como Yu-

436
XII. LA EMERGENCIA DEL TERCER M U N D O

goslavia o Polonia. En segundo lugar, queremos decir que el


peso demográfico del Tercer M u n d o ha aumentado especta-
cularmente en el último siglo, pasando de un 60 a un 8 0 % de
la población mundial total de principio a fin de la centuria.
Esta combinación de asunción de identidades nacionales (con
representación en las Naciones Unidas, donde h o y constitu-
yen abrumadora mayoría), población creciente y relativo es-
tancamiento económico ha convertido a estos países en con-
junto en una región m u y problemática. La emergencia del
Tercer M u n d o es una parte m u y importante de la II R e v o l u -
ción Mundial y el gran problema que el siglo XX legó al X X I .
La mezcla de crecimiento poblacional y estancamiento eco-
nómico constituye un cóctel explosivo. Sobre la naturaleza de
este cóctel, sobre sus causas y sobre sus consecuencias, h a y
opiniones para todos los gustos. Es m u y importante, sin em-
bargo, dar con la respuesta correcta a estos problemas, porque
de ella depende el destino inmediato del 8 0 % del mundo y en
¡realidad, dada la estrecha y creciente interconexión mundial,
él destino de toda la Humanidad. En este capítulo trataremos
de analizar desapasionadamente, aunque con brevedad quizá
excesiva, las causas y las consecuencias de los problemas del
Tercer Mundo.

EL ENTORNO N A T U R A L

U n a ojeada al mapa del desarrollo que publica anualmen-


te el Banco Mundial nos permite advertir un hecho elemental
pero frecuentemente olvidado: los países pobres se agolpan en
franja tropical del planeta. Se habla frecuentemente de un
Norte desarrollado y un Sur subdesarrollado, pero la obser-
vación es inexacta: el Sur no es subdesarrollado; lo subdesa-
rrollado es el Trópico. Los países más australes de Asia-Ocea-
¿jía, Nueva Zelanda y Australia, son claramente desarrollados.
¡Ejn América Latina, Chile, Argentina y Uruguay, los más
australes, son también los más desarrollados. En África,

437
LOS ORÍGENES DEL S I G L O X X I

Botswana y Sudáfrica, los dos más al sur, son los que tienen
más alta renta p o r habitante. Esta evidente regularidad geo-
gráfica —la concentración del subdesarrollo en el Trópico-—
no puede ser fruto del azar. Y, en efecto, tiene una-explica-
ción. El condicionante geográfico ha tenido un peso muy
considerable en la historia económica y, aunque ese peso vaya
siendo cada vez menor, ha dejado un remanente que, a menos
que se ponga remedio, seguirá haciendo sentir su acción du-
rante generaciones.
Ya Montesquieu en ei siglo x v í n atribuía al clima y a la
calidad del suelo importantes consecuencias en la estructura
social [El espíritu de las leyes, libros X I V - X V I I I ] ; más recien-
temente, algunos autores han vuelto a recalcar la importancia
del factor geográfico en el desarrollo económico [Tortella
(1994); Landes (1998), cap. 1; Diamond (1999)]. De una par-
te está la cuestión de la salubridad. Los climas tórridos favo-
recen la propagación de epidemias y epizootias tremenda-
mente destructivas: malaria, cólera, fiebre amarilla, enfermedad
del sueño, entre otras. A u n q u e también la zona templada co-
noció plagas terribles, como la peste negra del siglo X I V , la in-
cidencia de las enfermedades endémicas es menos grave en
ella; p o r una mezcla de azar y progreso médico, las peores
enfermedades contagiosas quedaron dominadas en esta área
desde el siglo X V I I I . De otra parte, aún más importantes eco-
nómicamente que las relativas a la salud, son las condiciones
agrícolas. Los climas tropicales son menos fértiles en los ce-
reales, que han sido la base de la alimentación humana y que
han permitido los grandes crecimientos demográficos de los
últimos siglos. La agricultura ha sido, hasta muy reciente-
mente, la base económica de la Humanidad en el sentido de
que producía la m a y o r parte de la renta y ocupaba a la mayor
parte de la población activa. Los países y regiones de agricul-
tura p o b r e permanecían subdesarrollados; los de agricultura
próspera crecían y se industrializaban. Esta es una de las
grandes enseñanzas de la historia económica, como vimos en
el capítulo IV.

438
XII. LA EMERGENCIA DEL TERCER MUNDO

El crecimiento económico se autoalimenta. Los países


que poseen una agricultura rica han p o d i d o sostener no sólo
mayores ejércitos, sino también estados y administraciones
más numerosos y eficientes, y clases relativamente ociosas, li-
beradas del trabajo manual y dedicadas al comercio, al dere-
cho, al arte, a la especulación filosófica, a la investigación
científica y a la educación. Han sido así capaces de desarrollar
mejores técnicas (tanto sociales e institucionales c o m o médi-
cas, físicas o químicas), que a su vez han contribuido a fomen-
tar el desarrollo económico. Es el llamado el «círculo v i r t u o -
so» del crecimiento económico. Por desgracia, también hay
un «círculo vicioso»: una agricultura pobre no permite acu-
mular excedentes; la m a y o r í a de la población trabaja t o d o el
año simplemente para subsistir, se mantiene ignorante y poco
organizada. El Estado es débil p o r q u e es p o b r e y no puede
emprender las políticas de desarrollo necesarias para el creci-
miento. Si además hay fuerte crecimiento demográfico, la si-
wación puede ser regresiva: en lugar de crecer, la renta p o r ha-
bitante disminuye, debilitando más a la población y haciendo
más difícil aún que salga de la pobreza. Parecida es la situa-
ción de una parte considerable del Tercer M u n d o hoy. No
hace falta recurrir a teorías sobre la explotación (psicológica-
mente satisfactorias, p e r o p o c o rigurosa? dcntíficamente)
para comprender la pobreza en el mundo. Basta con mirar las
estructuras económica^ y sociales, los niveles de educación y
de productividad.
El problema económico de este Tercer M u n d o , el 8 0 %
de la población del planeta, es u n o de los más serios que tiene
planteados la Humanidad en los inicios del siglo XXI. Resol-
verlo es absolutamente necesario si queremos asegurar un fu-
turo próspero y pacífico a las generaciones venideras. Pero
para solucionar el p a v o r o s o problema económico del Tercer
Mundo hay que diagnosticar acertadamente las causas de la
pobreza y los obstáculos al crecimiento. Esta tarea de diag-
nóstico es, p o r tanto, de gran importancia; una equivocación
puede ser fatal, de la misma manera que un diagnóstico médi-

439
L O S O R Í G E N E S DEL S I G L O X X I

co equivocado puede causar la muerte del enfermo en lugar de


curarle. Por eso no es conveniente dejarse guiar p o r caracteri-
zaciones emocionales o superficiales, ni tampoco es aconseja-
ble pensar que las respuestas son tan claras qtie no hacen falta
expertos para dar con ellas; y menos recomendable aún pen-
sar que la opinión pública de esos países es la que mejor co-
noce el origen de sus problemas. Todo ello viene a cuento de
que los análisis que se han ofrecido en el pasado, muy del gus-
to de las opiniones populares de muchos países del Tercer
M u n d o , han resultado gravemente erróneos, y las consecuen-
cias las han pagado los propios ciudadanos de esos mismos
países.
Se ha querido ver, por ejemplo, en el pasado colonial de
muchos de estos países del Tercer M u n d o una explicación a
sus problemas económicos: el «colonialismo», el «neocolo-
nialismu», el «intercambio desigual»; la «dependencia», fac-
tores todos atribuibles a la rapacidad de las antiguas metró-
polis, serían los causantes del estancamiento económico y
social de estos países. Un corolario de esta teoría sería que los
países desarrollados tendrían el deber de resarcir a los subde-
sarrollados p o r el expolio cometido en la época colonial. Por
desgracia para este tipo de explicaciones, la variada ejecuto-
ria de las antiguas colonias desde que alcanzaran la indepen-
dencia arroja muchas dudas sobre las responsabilidades del
colonialismo. Por otra parte, muchos de los países hoy desa-
rrollados no han sido nunca potencias coloniales, como Es-
tados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Suiza, Sue-
cia o Noruega.

L A S C O N S E C U E N C I A S DEL C O L O N I A L I S M O

C o n la excepción de China, casi todos los países del lla-


mado Tercer M u n d o han sido colonias de algún país europeo.
América Latina (o, más propiamente, Ibero-América) y Fili-
pinas formaron parte del Imperio Español (o del Portugués,

440
XII. LA EMERGENCIA DEL TERCER MUNDO

e n el caso de Brasil) desde el siglo X V I al XIX. La India, Pa-


kistán, Bangla Desh, Birmania y Malasia formaron parte
del Imperio Británico desde el siglo x v í n al XX. Indonesia, del
Imperio Holandés en esas mismas fechas. C o n algunas excep-
ciones, señaladamente C u b a y Puerto Rico, el continente
americano alcanzó la independencia a principios del siglo X I X
(Estados Unidos y Haití a finales del siglo XVlll), en tanto que
una segunda ola de imperialismo alcanzaba a África y Asia en
el siglo X I X . Tras la conquista de Argelia en 1830, Francia fue
extendiendo su dominio p o r el Sahara y la m a y o r parte del
África occidental, además de Madagascar. Inglaterra, que ha-
bía arrebatado la colonia de El C a b o a los holandeses duran-
te las guerras napoleónicas (los holandeses se la habían arre-
batado a los portugueses en el siglo x v i l ) , fue extendiendo
exploración y colonización p o r el sur del continente en tanto
que Portugal hacía lo p r o p i o , penetrando hacia el interior
desde las estaciones costeras de A n g o l a y Mozambique, y
Bélgica colonizaba el valle del río C o n g o . A finales de siglo
Inglaterra establecía un protectorado en Egipto y a p a r t i i de
esa base se extendía p o r Sudán hacia el sur. En la Conferencia
de Berlín (1885) las potencias europeas se repartieron el con-
tinente africano. Además de lo adquirido por ingleses, france-
ses, portugueses y belgas, los alemanes se reservaron Togo,
Camerún, Tanganyika, y p a n e de Namibia, España, R í o de
Oro (Sahara Español) y Guinea Ecuatorial, Italia, Somalia,
Eritrea y, más tarde, Trípoli (Libia). Francia e Inglaterra aún
alcanzaban otras dependencias, como Guinea y el C o n g o
franceses, Nigeria, C o s t a de O r o , parte de Namibia y otros
territorios menores para Inglaterra. Francia también había es-
tablecido una especie de protectorado en Indochina a media-
dos de siglo, en tanto que Japón colonizó Corea y Manchuria
a principios del siglo X X . Inglaterra estableció colonias en
Australia y Nueva Zelanda, que fueron alcanzando a u t o n o -
mía y, de hecho, independencia gradualmente a finales del si-
,glo XIX y principios del siglo X X . España perdió Cuba, Filipi-
nas y Puerto Rico en 1 8 9 8 .

441
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

La opinión popular es que estos sistemas imperiales ex-


poliaron las colonias y beneficiaron a las metrópolis. En rea-
lidad, la evidencia histórica no es clara. Quienes piensen que
el pasado estatus colonial explica el subdesarrollo presente
deben explicar el caso de la antigua colonia británica de Nor-
teamérica que se convirtió en Estados Unidos: no parece que
en este caso el pasado colonial fuera una gran carga. Algo pa-
recido puede decirse de su vecina Canadá, que, pese a haber-
se independizado mucho más tarde, alcanza h o y niveles de
renta p o r habitante m u y parecidos a los de Estados Unidos.
El caso de Cuba es aún menos comprensible para los teóricos
del expolio colonial: durante el siglo X I X , siendo colonia espa-
ñola, alcanzó niveles de renta p o r habitante más altos que los
de las nuevas repúblicas hispanoamericanas (y que España),
en tanto que en el siglo X X , después de lograr la independen-
cia, su posición relativa ha caído en picado. Eloy Cuba tiene
u n o de los niveles de renta más bajos de América Latina.
Puerto Rico, entretanto, que ha mantenido un estatus colonial
(o semicolonial) hasta la actualidad, es el país con mayor ren-
ta p o r habitante de América Latina. El contraste con Haití es
interesante, porque Haití es la primera colonia antillana que
alcanza la independencia y ia que h o y tiene, con mucho, más
baja renta p o r habitante. Hong Kong, que fue colonia inglesa
hasta 1 9 9 7 y hoy lo es de China, es uno de íus territorios con
más alta lenta p o r habitante del m u n d o . Australia y Nueva
Zelanda den en una historia económica parecida a la de Canadá:
mantuvieron su estatus colonial durante el siglo X I X , ganando
la independencia política gradualmente; h o y están entre los
países con más alta renta por habitante. A l g o parecido podría
decirse de los países americanos del C o n o Sur (Argentina,
Chile, U r u g u a y ) ; sacudido el y u g o colonial a principios del
siglo X I X , alcanzaron altos niveles de renta durante el primer
tercio del siglo X X ; sin embargo, una política económica equi-
vocada, basada en una errónea teoría del desarrollo económi-
co, causó su estancamiento durante la segunda mitad del siglo
X X . Por otra parte, el caso que más preocupa en la actualidad,

442
XII. LA EMERGENCIA DEL TERCER MUNDO

el de África, muestra no tanto los males del colonialismo,


cuanto los errores derivados de una crítica superficial de éste,
que fue causa de una retirada apresurada, prematura y en gran
parte pacífica (con la excepción de Kenya, Argelia y las colo-
nias portuguesas) de las potencias coloniales en las décadas
posteriores a la II G u e r r a Mundial. El resultado de esta reti-
rada mal planeada y prematura ha sido el deterioro económi-
co y el presente nivel de violencia, con mucho el más alto que
ha conocido África en toda su historia.
No parece, en consecuencia, que el pasado colonial ex-
plique el subdesarrollo económico; más bien parece lo contra-
rio, que sean las diferencias económicas las que expliquen las
dominaciones políticas. Y tampoco resulta claro que los im •
perios coloniales hayan producido grandes ventajas económi-
cas a las metrópolis [O'Brien y Prados de la Escosura (1998)].
El caso del Imperio Español es claro: como ya señalaron en su
día Montesquieu y A d a m Smith, a España más le hubiera v a -
lido no haber sido metrópoli de ese gran imperio, porque
salió de él mucho más pobre que cuando entró; basta para
comprobarlo reflexionar un m o m e n t o sobre su posición a
principios del siglo XVI y a principios del siglo x i x . La econo-
mía española estaba relativamente más adelantada al comien-
zo que al final del periodo colonial. A l g o parecido puede de-
cirse de otros imperios de la Edad Moderna, como el portugués
o el turco.
El caso más controvertido es sin duda el del Imperio Bri-
tánico. Se ha repetido muchas veces que la Revolución Indus-
trial inglesa fue posible gracias a la explotación de su imperio
colonial: pero repetición no implica demostración. Lo que los
estudios cuantitativos sobre el tema demuestran [Davis y
Huttenback (1986); O'Brien (1982)] es que, aun admitiendo
que Inglaterra explotara sus colonias, los productos de esa ex-
plotación eran demasiado pequeños para explicar un fenóme-
no de la magnitud de la Revolución Industrial. Precisamente
Inglaterra perdió su colonia m a y o r y más productiva (Estados
Unidos) en pleno inicio de la Revolución Industrial, y eso no

443
LOS ORÍGENES DEL S I G L O X X I

impidió el rápido crecimiento inglés a finales del siglo XVln y


durante todo el siglo x i x . El único beneficio claro que Ingla-
terra y Francia obtuvieron de sus imperios fue la ayuda mili-
tar: sin duda las colonias ayudaron decisivamente en las dos
guerras mundiales. Por otra parte, la industrialización casi si-
multánea a principios del siglo x i x de dos países pequeños sin
imperio colonial, Suiza y Bélgica (este último más bien colo-
nizado que colonizador en la etapa inicial de su desarrollo),
arroja nuevas dudas sobre la pretendida importancia del im-
perialismo para el desarrollo económico de la metrópoli.
En general, la evidencia es en sentido contrario: los
grandes periodos de crecimiento en varios países imperialis-
tas se dan después de perder el imperio. Este es el caso de Es-
paña, c u y o crecimiento se inicia a mediados del siglo XIX y
se acelera en el XX, precisamente después de la pérdida en
1898 de los postreros restos del I m p e r i o d o n d e no se ponía
el Sol. A l g o parecido puede decirse de Portugal: liberado de
la pesada carga colonial, ha crecido en el ú l t i m o cuarto del
siglo XX como nunca lo había hecho antes. Semejante es el
caso de Turquía. Los milagros económicos de Alemania, Ita-
lia y J a p ó n tienen lugar, como v i m o s , después de perder la
guerra y los últimos vestigios de sus imperios coloniales. Y
en general toda Europa creció a tasas sin precedentes tras la
II G u e r r a Mundial y después de la liquidación de los impe-
rios francés y británico [véase Tortella ( 1 9 9 3 ) ] . En conclu-
sión, si queremos comprender las causas del estancamiento
económico del Tercer M u n d o no las vamos a encontrar en el
pasado colonial.

LOS INICIOS DE LA DESCOLONIZACIÓN

La I Guerra Mundial fue una gran destructora de impe-


rios. En Europa acabó con cuatro (ruso, alemán, austríaco y
otomano) e inició la descomposición del británico y del ho-
landés. No fue sólo el efecto reflejo lo que p r o v o c ó este ini-

444
XII. LA EMERGENCIA DEL TERCER M U N D O

ció, aunque eso también contó. Tanto en la India como en In-


donesia la caída de grandes imperios no podía dejar de p r o v o -
car un deseo de imitación. Pero también había un elemento de
aprovechamiento de la debilidad de la Inglaterra combatien-
te, como hizo Irlanda, que alcanzó la independencia en 1 9 2 2 ,
después del levantamiento de 1 9 1 6 y la violencia subsiguien-
te. La independencia de Irlanda fue el principio del fin del Im-
perio Británico, que además empezó a ser designado con el
más discreto nombre de Commonwealth.
La guerra trajo consigo más factores que pusieron en
marcha el proceso de disolución de los imperios ultramarinos.
Por el lado político, las metrópolis recabaron la ayuda de las
colonias y se esforzaron p o r cultivar su lealtad (cosa que no
siempre consiguieron, como demuestra palmariamente el caso
irlandés). Para ello hicieron promesas de m a y o r autonomía y
autogobierno, que tuvieron que cumplir tras la guerra. P o r
otra parte, el proceso de democratización que tuvo lugar en
Europa durante y tras la guerra también tenía lógicamente
que repercutir en las colonias, p o r dos razones. La primera,
por el mismo efecto mimético: si la metrópoli tenía mayores
niveles de democracia, las colonias exigían más democracia
también. La segunda, porque los partidos de izquierda que
accedieron al poder en las metrópolis eran partidarios de una
mayor autonomía, si no independencia, colonial. Así, Ingla-
terra promulgó en 1 9 1 9 la Ley de G o b i e r n o de la India, d o n -
de se pergeñaba un sistema político autónomo. Casi simultá-
neamente, incluso unos años antes, las autoridades holandesas
establecían un Consejo del Pueblo en Yakarta, que sería el
embrión de un futuro gobierno indonesio.
Otros factores estimularon el impulso hacia la indepen-
dencia: la Revolución Rusa fue, como hemos visto, un potente
motor de cambio en el resto del mundo. En el ámbito interior,
sin embargo, fue un caso notable de divergencia entre el dicho
y el hecho. La U n i ó n Soviética proclamó desde el primer ins-
tante la autodeterminación de las nacionalidades, de las que ha-
bía abundancia en el antiguo Imperio Ruso; las constituciones

445
L O S ORÍGENES DEL S I G L O X X I

soviéticas reafirmaron el principio una y otra vez. De hecho sin


embargo, bajo la inspiración de Lenin y la actuación de Stalin,
las antiguas nacionalidades sometidas a los zares quedaron aún
más sujetas a la nueva Unión de Repúblicas Socialistas Soviéti-
cas, gobernada con mano férrea desde Moscú, que antes lo ha-
bían estado al gobierno zarista. Pero, como ocurrió en tantos
otros campos, lo que el mundo conoció de la política colonial
de la U n i ó n Soviética fueron sus proclamas, no sus hechos, y
sus proclamas tuvieron amplio eco en el mundo colonial.
O t r o ejemplo de independencia nacional fue el de la
naciente república de Turquía (véase el cap. VIII). El hecho de
haber triunfado e impuesto su voluntad a las potencias oc-
cidentales convirtió la nueva Turquía de Mustafá Kemal
Pasa en un símbolo de la lucha anticolonial y antiocciden-
tal. Para los comunistas, el vecino turco fue también un alia-
do m u y bienvenido al campo antiimperialista. Muchos que-
daron chasqueados cuando descubrieron que Kemai no era
un líder islámico (muy al contrario) y era, en cambio, abierta-
mente prooccidental. Dna frase suya debió de molestar parti-
cularmente a los soviéticos: « N o hay naciones oprimidas, sino
naciones que se dejan oprimir. Turquía no es de éstas» [Kin-
ross ( 1 9 9 8 ) , p. 2 9 6 ] . El mensaje de Kemal, sin embargo, era
muy claro para las nacionalidades coloniales emergentes: la
independencia es algo que se conquista.
La guerra también fomentó la independencia al estimu-
lar la industrialización de las colonias. C o m o es lógico, las ex-
portaciones europeas de productos industriales disminuyeron
durante la guerra, y su demanda, en cambio, aumentó. Éste
era un estímulo para la industrialización de las colonias, con
lo que este proceso implica de éxodo de campesinos hacia las
ciudades y, p o r lo tanto, de crecimiento del proletariado, cla-
se en la que la agitación nacionalista prendía mucho más fácil-
mente que en las dispersas clases agrícolas. Este proceso de in-
dustrialización se acentuó durante los años veinte y treinta a
causa de la baja de los precios de las materias primas, fenóme-
no que fue m u y marcado en ese periodo.

446
XII. LA EMERGENCIA DEL TERCER M U N D O

En América Latina, c o m o ya vimos, el periodo crítico


fue la Gran Depresión aunque ni las exportaciones ni la renta
nacional cayeron en esos años de manera comparable a como
lo hicieron en Estados U n i d o s o Alemania. Lo que sí cayó
para estos países fue el flujo de capital extranjero, que había
tenido un papel vital desde mediados del siglo X I X y especial-
mente en los años veinte; y cayó la relación de intercambio,
porque con la crisis los precios de los productos primarios,
que ellos exportaban, bajaron más rápidamente que los indus-
triales, que ellos importaban. Para Brasil, p o r ejemplo, éste es
un periodo m u y difícil p o r q u e su principal producto de ex-
portación, el café, tiene una demanda m u y elástica a la renta:
es decir, que con una pequeña caída de la renta, el consumo de
café decrece mucho. A s í c o m o el trigo argentino tuvo una
gran demanda durante la I Guerra Mundial, la del café brasi-
leño descendió: los soldados siguieron comiendo pan, p e r o
tomaron menos café. En los años treinta v o l v i ó a ocurrir lo
mismo: hasta los parados estadounidenses seguían comiendo
pan, pero se privaban del café. C o n el flujo de capitales y la r e -
lación de intercambio se tambaleó también la fe de estos paí-
ses en el esquema de crecimiento que habían seguido hasta en-
tonces y que tan buen resultado les dio hasta la I Guerra
Mundial: la integración en el mercado internacional exportan-
do bienes primarios. He aquí la verdadera tazón de que éste
sea un periodo de crisis en América Latina. A partir de los
años treinta, como remedio a la crisis, la orientación de la p o -
lítica económica cambió hacia la autosuficiencia y la indus-
trialización forzada. El remedio fue peor que la enfermedad.
Un país latinoamericano que siguió un rumbo m u y par-
ticular, aunque a la larga confluyera con los demás en las p o -
líticas restrictivas, fue México, que tiene el h o n o r de abrir el
capítulo de las grandes revoluciones del siglo x x . La Revolu-
ción Mexicana de 1 9 1 0 puso fin a la larguísima dictadura del
general Porfirio D í a z e inició una década de desórdenes y
guerras civiles locales aunque también de cambio y democra-
tización, consagrados en la Constitución de 1 9 1 7 . La década

447
LOS ORÍGENES DEL S I G L O X X I

revolucionaria mexicana fue de gran desorganización y con-


tracción económica; incluso la población disminuyó durante
ese periodo. Los años veinte y treinta fueron de gradual recu-
peración institucional y económica y de creación de uno de
los sistemas políticos más originales y duraderos de los vigen-
tes en el Tercer M u n d o : la entronización en el poder del Par-
tido Revolucionario Institucional (PRI) que, como su nom-
bre indica, ha unido una retórica revolucionaria a una actitud
predominantemente conservadora, aunque adaptándose con
agilidad a las circunstancias internas y externas. El PRI mo-
nopolizó largamente el poder, ya que todos los presidentes de
México, con mandato sexenal no renovable, fueron de este
partido desde 1 9 3 4 hasta julio de 2 0 0 0 , año en que ganó las
elecciones Vicente Fox, el candidato del opositor Partido de
Acción Nacional (PAN), concluyendo así una era en la histo-
ria de la República azteca y dando paso a un sistema político
verdaderamente pluripartidista.
Los años treinta consolidaron en México una política na-
cionalista, de industrialización forzada y un cierto aislamien-
to del mercado internacional. La admiración p o r la Unión So-
viética se hizo sentir en México en esa década: allí se refugió
Trotski p o r entonces y allí fue asesinado en 1940 p o r un espa-
ñol a las órdenes de Stalin. Decisivas en la política económica
del periodo de consolidación en México, bajo la presidencia
del general Lázaro Cárdenas ( 1 9 3 6 - 1 9 4 0 ) , fueron ia reforma
agraria, ia nacionalización de los ferrocarriles [Kuntz Ficker
y Riguzzi (1996)] y, sobre todo, la nacionalización del petró-
leo. Esta última medida, m u y popular y exaltadora del senti-
miento nacionalista, contribuyó al aislamiento económico del
país, porque hizo que cayeran las exportaciones de este pro-
ducto clave (en beneficio de su competidor más directo, Ve-
nezuela) y que Estados U n i d o s tomara represalias económi-
cas [Meyer (1977)].
En Argentina y Brasil la fragilidad de las instituciones
democráticas y el atractivo que tenían las doctrinas comunis-
tas y fascistas quedaron en evidencia tras sendos golpes de Es-

448
XII. LA EMERGENCIA DEL TERCER MUNDO

tado en 1930, ambos sin duda conectados con el malestar p r o -


vocado p o r la G r a n Depresión. En Brasil el golpe puso en el
poder a Getúlio Vargas, que acababa de perder las elecciones
frente al izquierdista Luís Carlos Prestes. Vargas, populista, y
en ocasiones semifascista, dominaría la escena política brasi-
leña como dictador y c o m o presidente constitucional, hasta
su suicidio en 1954. Su administración, conocida como O Es-
tado Novo (hasta en la terminología imitó Vargas el fascismo
portugués), marcó el inicio de una política de fomento indus-
trial, de control del tipo dt cambio con fines proteccionistas
y de inflación, que sería ya endémica en el país.
En Argentina el golpe daba el p o d e r a un general, José
Félix Uriburu, que iniciaría un largo período de militarismo
y nacionalismo, aunque alternando con gobiernos formal-
mente constitucionales. Se inició en este periodo, como en
Brasil, una política de proteccionismo y manipulación del
tipo de cambio, y de creciente industrialización, sobre ia base
de la sustitución de importaciones. Esto p r o d u j o una nutrida
emigración de las provincias hacia Buenos A i r e s y un fuerte
desarrollo de los sindicatos obreros, situación que, al cabo de
un periodo confuso que coincidió con la II Guerra Mundial,
acabó produciendo el triunfo electoral de un general populis-
ta, Juan Domingo Perón, en 1946.

INDEPENDENCIA

Si la I Guerra Mundial inició el proceso de descoloniza-


ción, la II lo precipiró. La participación de las colonias en la
guerra en a p o y o de sus metrópolis aceleró los procesos des-
colonizadores de la posguerra. De un lado estaban las renova-
das promesas de las metrópolis, en especial de Inglaterra. A
ello se añadía el hecho de que los vencedores fueran los países
democráticos, que derrotaron a los que proclamaban princi-
pios de superioridad racial. La democracia casa mal con el co-
lonialismo. De otro lado, las colonias ganaron en propia con-

449
L O S O R Í G E N E S DEL S I G L O X X I

fianza acerca de su capacidad económica y de autogobierno.


Pero lo más decisivo fueron las proclamas descolonizadoras
de los aliados, desde la Carta del Atlántico hasta la Carta de
las Naciones Unidas. La gran influencia de Estados Unidos
durante la guerra y la posguerra también fue un factor decisi-
vo en favor del movimiento descolonizador. La U n i ó n Sovié-
tica y la nueva China comunista ejercieron igualmente una
fuerte presión descolonizadora, p o r tres razones: porque su
propia retórica estimulaba a los colonizados a exigir la inde-
pendencia; porque los agentes de Moscú y Pekín trataban de
ganar adeptos en las colonias utilizando la retórica antiimpe-
rialista y porque las potencias occidentales eran sensibles a los
efectos de la propaganda anticolonial de los comunistas en la
competencia suscitada por la Guerra Fría. Todo esto favore-
ció una unanimidad casi total contra el colonialismo en la
posguerra.
La primera colonia en independizarse totalmente fue una
de las pocas que quedaban en Europa, Jslandia. Descolonizada
en 1 9 1 8 , había conservado la asociación con Dinamarca a tra-
vés de una común monarquía, como los dominions de la Com-
monwealth británica. Tras la II Guerra Mundial, sin embargo,
el Parlamento islandés adoptó la forma republicana, cortando
asi ios tenues nexos residuales con la pasada metrópoli.
Peí o los acontecimientos de escala continental se produ-
jeron en los años siguientes en Asia. En 1946 lograba plena in-
dependencia Filipinas, antigua colonia española que había
sido protectorado norteamericano desde 1898. La colonia de
la India, dividida en dos naciones, la India, de religión predo-
minantemente hinduista, y Pakistán, de confesión musulma-
na, alcanzó la independencia de G r a n Bretaña en 1947, entre
escenas de gran violencia que si no tuvieron el carácter de
guerra civil fue porque ya se había llevado a cabo la partición
en dos estados. La isla de Ceilán (hoy Srí Lanka) también al-
canzó la independencia como estado separado ese mismo año.
Pakistán nació a su vez dividido entre la zona occidental, en
torno al valle de río Indo, entre India y Afganistán, y la zona

450
XII. LA EMERGENCIA DEL TERCER M U N D O

oriental, básicamente el delta del Ganges en la región conoci-


da corno Bengala oriental. En 1 9 7 1 , el Pakistán Oriental, tras
una sangrienta guerra civil, proclamó su independencia del
occidental, adoptando el n o m b r e de Bangla Desh. De este
modo, la antigua colonia quedó dividida en tres naciones di-
ferentes. El primer presidente de la India c o m o Estado inde-
pendiente fue el brahmán (aristócrata) Jawaharlal N e h r u .
Nehru había comenzado su carrera política en el entorno del
gran héroe de la independencia y del movimiento de resisten-
cia pacífica, Mohandas K. Gandhi, que m u r i ó asesinado a
poco de proclamarse la independencia. N e h r u encabezaba el
Partido del Congreso Indio, cuyos principios eran pacifismo,
democracia y «socialismo indio».
Indonesia alcanzó la independencia oficial en 1 9 4 9 , aun-
que de hecho había sido ya reconocida p o r su metrópoli, H o -
landa, en 1946. El retraso en el reconocimiento oficial de esta
situación de hecho se debió a las dificultades de organización
política en este nuevo Estado que abarca más de mil islas y va-
rios archipiélagos. El líder indiscutido de la independencia, el
carismático A h m e d Sukarno, se m a n t u v o en el p o d e r en un
régimen de semidictadura («democracia dirigida» lo llamaba
él) hasta 1965.
El otro gran país asiático donde tuvo lugar una r e v o l u -
ción de dimensiones históricas fue China. Desde un punto de
vista formal, China siempre fue un país independiente. Su es •
tancamienío económico, político y sociai, sin embargo, la p u -
sieron a merced de las potencias europeas durante el siglo XDC.
Inglaterra, en particular, ejercía un protectorado no oficial so-
bre el Estado chino desde mediados del siglo XIX, aunque
otras naciones como Rusia, Francia y Estados U n i d o s tam-
bién ejercían presiones de u n o u otro tipo. A finales del siglo,
Japón había derrotado a China e invadido Manchuria. En
1 9 1 1 tuvo lugar en China una revolución nacionalista m o d e -
rada, encabezada p o r Sun Yat-Sen, médico y político de edu-
cación occidental que derrocó la Monarquía y pretendió crear
lina república de corte moderno. Pero la situación en China

45i
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

no mejoró; el país quedó dividido de hecho en una serie de


reinos de taifas capitaneados p o r generales conocidos como
«los señores de la guerra» (warlords, caudillos). Sun Yat-Sen
murió en 1 9 2 5 y su partido, el Guomindang, dirigido por
Chiang Kai-shek, fue poco a poco adueñándose del país. Sin
embargo p r o n t o apareció una escisión del Guomindang que
acabó constituyéndose en Partido C o m u n i s t a separado, tras
una violenta purga llevada a cabo p o r Chiang Kai-shek en
1 9 2 7 . U n a facción de este partido, encabezada p o r Mao Ze-
dong, decidió refugiarse en las montañas de Yunan, al sur del
país, para protegerse de Chiang, y esperar mejores momentos.
Éstos llegaron para los de Mao tras la II Guerra Mundial; pese
a haber expulsado a los japoneses, el ejército del Guomin-
dang, corrupto y desorganizado, fue incapaz de contener el
avance de los comunistas, más disciplinados y mejor organi-
zados. En septiembre de 1 9 4 9 , Chiang se embarcaba con los
restos de su gobierno y su ejército, y se refugiaba en la isla de
Formosa (Taiwan). El 1 de octubre M a o proclamaba la Repú-
blica Democrática de China, en tanto Chiang organizaba la
China Nacionalista en Taiwan.
El Tercer M u n d o adoptó carta de naturaleza en 1955, en
la Conferencia Afroasiática de Bandung (ciudad indonesia
cercana a Yakarta, la capital, en la isla de Java), convocada por
Sukarno, y con Tito y Nehru c o m o grandes protagonistas,
junto al propio Sukarno. La retórica del «Tercer Mundo» era
bastante simple: estos países, en su m a y o r parte de nueva cre-
ación, afirmaban no ser ni capitalistas ni comunistas, no per-
tenecer a i i i i n ni otro bloque, ser p o r tanto independientes y
seguir su p r o p i o modelo de desarrollo. Cuál fuera éste, sin
embargo, estaba poco claro. La m a y o r parte se proclamaban
«socialistas», p e r o esta palabra significaba distintas cosas se-
gún quien la usara. Los indios hablaban de «socialismo in-
dio», los africanos de «socialismo africano». En general, más
que de socialismo hubieran debido hablar de intei vencionismo
y de mercantilismo, es decir, interferencia del Estado en el
funcionamiento de los mercados internos y externos, en mu-

452
XII. LA EMERGENCIA DEL TERCER MUNDO

chos casos conservando estructuras sociales precapitalistas,


como la propiedad comunal de la tierra, la mezcla de prácti-
cas religiosas y técnicas agrarias, etcétera. P o r otra parte,
Yugoslavia, aunque hubiera r o t o con Moscú, seguía siendo
comunista, si bien el comunismo yugoslavo fue algo más des-
centralizado que el ruso. Lo que predominaba en el Tercer
Mundo, en conjunto, era el intervencionismo más abigarra-
do. Si la política económica propugnada p o r el b l o q u e de
Bandung (también se llamaban «los no alineados») era m u y
poco clara, había dos líneas m u y nítidas en su programa: la
primera, culpabilizar a los países occidentales p o r su prospe-
ridad y presionarlos para que completaran la descoloniza-
ción; la segunda, aprovechar la rivalidad entre el bloque ca-
pitalista y el comunista para obtener ayuda económica y
militar en los mejores términos posibles.
Occidente necesitaba ya m u y poca presión para despren-
derse de lo que quedaba de los imperios coloniales. En m u -
chos casos los occidentales estaban deseando sacudirse una
carga tan pesada; a menudo, especialmente en el África subsa-
hariana, el problema estaba en encontrar un equipo gober-
nante local que pudiera hacerse cargo de la situación. Inglate-
rra y Francia, después de una décadas de protectorado, fueron
dando la independencia a las naciones nuevas de Orienté M e -
dio y Norte de África que habían adquirido en mandato al
desmembrarse el Imperio Otomano. Sin embargo, ias monar-
quías que se hicieron cargo de estas nuevas naciones eran au-
toritarias, feudales y, en muchos casos, m u y p o c o firmes en el
trono. Así, al cabo de poco tiempo, en Irak, Egipto y Libia las
dictaduras militares habían sustituido a las dinastías poscolo-
niales.
En otros casos el problema era que había una fuerte di-
visión en la población colonial. Es lo que ocurre en Irlanda
del Norte, donde abandonar antes de estabilizar la situación
sería una irresponsabilidad p o r parte de Inglaterra. Cosas pa-
recidas ocurrían en Palestina, donde árabes y judíos ya lucha-
ban antes de la retirada británica; así había sucedido en la In-

453
L O S ORÍGENES DEL S I G L O X X I

dia, como hemos visto. Y así ocurría en Argelia, donde había


un puñado de nacionalistas terroristas, una mayoría árabe in-
diferente y una minoría muy nutrida de origen europeo que
estaba dispuesta a luchar por mantener Argelia francesa.
La guerra de independencia argelina comenzó en 1954,
planteando a Francia el problema pavoroso de que no podía
abandonar a los argelinos europeos, pero tampoco podía ter-
minar con la rebelión sin llevar a cabo una represión durísima.
La opinión francesa estaba cada vez más dividida; en mayo de
1958, ante el temor de que el gobierno accediera a las deman-
das de los rebeldes, el ejército colonial francés dio un golpe de
Estado, que se resolvió con la asunción del poder por el gene-
ral Charles de Gatille, héroe de la II Guerra Mundial y ex pri-
mer ministro en la posguerra. De Gaulle proclamó una nueva
constitución republicana y, en política colonial, hizo exacta-
mente lo que los generales sublevados temían que hicieran los
gobiernos anteriores: proceder a la descolonización francesa
en África. Por medio de una serie de referendums en 1958 las
antiguas colonias francesas eligieron entre total independen-
cia o integración en una Comunidad Francesa, una especie de
C o m m o n w e a l t h . Todas, menos Madagascar y Guinea, eligie-
ron la Comunidad: cualquiera de las dos opciones significaba
la independencia. Lo de Argelia fue más difícil y peligroso:
De Gaulle estuvo a punto de ser asesinado p o r quienes poco
antes le habían llevado al poder. Argelia fue independiente en
1 9 6 2 , y más de un millón de argelinos de origen europeo
abandonaron la nueva nación para integrarse en Francia. A r -
gelia pasó a estar gobernada dictatorialmente p o r un partido-
camarilla de antiguos combatientes.
El Congo Belga alcanzó la independencia en 1960; las co-
lonias inglesas fueron proclamándose independientes por esas
mismas fechas. Sólo quedaban las portuguesas, Angola, Mo-
zambique y Cabo Verde, que la dictadura lusa se negaba a des-
colonizar. A q u í también había minorías de origen europeo,
pero m u y pequeñas; eran intereses económicos de una oligar-
quía poderosa y cuestiones de prestigio las que hacían a Portu-

454
XII. LA EMERGENCIA DEL TERCER MUNDO

gal aferrarse a sus colonias. La cuestión colonial acabó con la


dictadura portuguesa (tras una grave enfermedad de Salazar, le
había sustituido en el poder Marcelo Caetano) con la llamada
«Revolución de los Claveles» en 1974. El régimen confusamen-
te democrático que sustituyó a O Estado Novo dio inmediata-
mente independencia a las colonias: Angola y Mozambique se
sumieron acto seguido en largas guerras civiles; la de Angola se
ha prolongado hasta m u y recientemente. Guinea-Bissau y
Cabo Verde se independizaron pacíficamente como un solo
país. Cabo Verde, un archipiélago, se independizó en 1980.
Por desgracia, la mayor parte de los nuevos países en Áfri-
ca y en Asia empezaron m u y mal, como ya denunciara en
1966 el sociólogo francés Rene D u m o n t . En el Tercer M u n d o
la democracia era la excepción. Solamente la India tiene una
ejecutoría democrática ininterrumpida desde la independen-
cia, aunque con altos niveles de violencia y corrupción. De un
lado, se trata de una democracia con tonos dinásticos. D o s
años después de la muerte de su padre, que falleció en el p o -
der en 1964, Indira Gandhi, hija de Nehru, fue primera minis-
tra de la India, puesto que ocupó repetidamente, dominando
la escena política en su país hasta 1984, en que fue asesinada;
fue sucedida p o r su hijo Rajiv Gandhi, que a su vez m u r i ó
asesinado en 1991. Desde entonces el Partido del Congreso ha
seguido dominando la política india, en alternancia con otros,
sin embargo. La viuda de Rajiv desempeña un papel i m p o r -
tante en la política india, a pesar de ser italiana de origen: has-
ta tal punto pesa líi di nastía Nehru en ia política de la India r e -
publicana. En el resto del Tercer M u n d o , las dictaduras han
sido mucho más frecuentes que los periodos democráticos.
Todos los países latinoamericanos, salvo Costa Rica en el si-
glo XX, han conocido largos periodos dictatoriales, y lo mis-
mo puede decirse de los tercermundistas asiáticos y africanos.
Durante el largo periodo de la Guerra Fría (1945-1990), la
situación internacional favoreció m u y poco a la democracia. El
bloque comunista se esforzaba p o r imponer, en la medida de lo
posible, regímenes a su imagen y semejanza: la dictadura de Fi-

455
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

del Castro en Cuba es un ejemplo paradigmático. Los casos de


Hailé Mariem Mengistu en Etiopía, de los militares en Yemen
del Sur, de K w a n e Mkrumah en Ghana, de Sékou Touré en la
Guinea ex francesa, de Ho Chi Minh en Vietnam o de Kim il
Sung en Corea del Norte, son casos parecidos. Lo peor fue que,
para contrarrestar la influencia soviética, los países occidenta-
les se aliaron con dictaduras conservadoras tan repugnantes
como las «de izquierdas» antes citadas: en España sufrimos a
Franco durante muchos años y sabemos que éste contó con
a p o y o estadounidense por su anticomunismo; algo parecido
podrían decir los portugueses con respecto a Salazar. El caso de
Pinochet es bien conocido: gobernó Chile como dictador des-
de su golpe de Estado en 1973 hasta 1989 con claro apoyo de
Estados Unidos. El dictador congoleño Sese Seko Mobutu, la
dinastía Somoza de Nicaragua, el indonesio general Suharto, el
filipino Fernando Marcos, el coreano Syngman Rhee, el pakis-
taní Zia ul-FIaq, el Sha iraní Mohamed Reza Pahlevi, que go-
bernaba como monarca absoluto, son ejemplos de tiranías apo-
yadas p o r Estados Unidos en virtud de la filosofía expresada
años atrás p o r el presidente Franklin D. Roosevelt sobre otro
dictador cubano (Gerardo Machado): «Es un granuja, pero es
nuestro granuja».
De m o d o que durante la Guerra Fría la atmósfera interna-
cional no favoreció el desarrollo de la democracia entre los «no
alineados». Las circunstancias económicas y sociales, tampoco.
La m a y o r parte de los países del Tercer M u n d o eran demasia-
do pobres material e institucioriaimente para permitirse siste-
mas democráticos. El caso de la India, democrática pese a todas
sus lacras, puede considerarse una excepción casi milagrosa. La
realidad es que la m a y o r parte de estos países están tan poco
adaptados a las exigencias de un sistema de soberanía popular
como lo estaban los países europeos del A n t i g u o Régimen. El
atraso social y económico es poco compatible con la democra-
cia. En los países del Tercer Mundo la mayor parte de la pobla-
ción vive de una agricultura de subsistencia, son ignorantes y
tienen poco interés en la política. Las élites educadas son pe-

456
XII. LA EMERGENCIA DEL TERCER M U N D O

quenas y, ante la pasividad de la mayoría, tienden a apoyar r e -


gímenes que les representen sólo a ellos. En estas condiciones,
es muy difícil que se mantenga en el poder un gobierno elegido
por medio del sufragio universal, en gran parte porque una par-
te sustancial de la población no está realmente cualificada para
ejercer el sufragio. Por otra parte, la falta de una clase media nu-
merosa y educada impide que exista una administración efi-
ciente y honesta, de m o d o que desde la organización de las
propias elecciones hasta el funcionamiento de la justicia, el or-
den p ú b l i c o y la economía están gravemente comprometidos.
En estas condiciones de anomia social, la tentación autoritaria
es muy fuerte, porque no hay tradición ni voluntad general de-
mocrática y porque la coerción a menudo es más eficaz que la
libertad y el mercado para mantener el orden y el respeto a la
ley y, por lo tanto, para el funcionamiento de la economía.
Que la democracia requiere unos ciertos niveles de desa-
rrollo económico y social es una conclusión que la historia del
mundo, y la de España, respaldan claramente. C o m o hemos
visto a lo largo de este libro, la democracia no triunfó en el
mundo occidental hasta el siglo X X , cuando las economías ha-
bían alcanzado un alto nivel de desarrollo. El caso de España
es paradigmático. U n o de los primeros países en promulgar
Una constitución a principios del siglo X I X , España tiene una
larga tradición de liberalismo y proclividad democrática, que
fracasan repetidamente debido al atraso económico [Tortella
(2000), caps. IX y X V I ] . Es uno de los primeros países tam-
bién en adoptar el sufragio universal masculino, en 1 8 6 9 y en
1890. C o n todo, el ensayo democrático de la II República ter-
minó sangrientamente y fue seguido de una larga dictadura
militar de corte autoritario-fascista. La segunda parte de este
largo régimen conoció un fuerte crecimiento económico. A la
muerte del dictador, la transición a la democracia, aunque no
exenta de problemas y de una cierta medida de violencia, fue
en total m u y fácil. España tenía para entonces (segunda mitad
délos setenta) un nivel de renta p o r habitante tres veces ma-
yor que en tiempos de la II República.

457
LOS ORÍGENES DEL S I G L O X X I

El español es un ejemplo de las crisis sociopolíticas que


han sufrido muchos países en su tránsito hacia la moderni-
dad, algunas de las cuales estudiamos en los capítulos I y II,
No todas estas revoluciones dieron lugar a regímenes libera-
les, y menos democráticos, pero sí p r o d u j e r o n cambios so-
ciales que permitieron el crecimiento económico y la moder-
nización social. Las revoluciones violentas del siglo xx
acostumbran a ser fenómenos campesinos, c o m o en México,
Rusia y China, y han producido modernización, pero no de-
mocracia (salvo en México recientemente), por ser los nive-
les de desarrollo económico tan bajos. La revolución españo-
la [Payne (1970)], que desembocó en guerra civil, vino
precipitada p o r los problemas y tensiones de la transición
económica, unidos a la inestabilidad provocada p o r la Gran
Depresión y la consiguiente incertidumbre internacional. La
victoria del bando fascista en la Guerra Civil española cons-
tituyó inicialmente un freno a la recuperación y al crecimien-
to, p e r o la liberalización económica del último franquismo
permitió que el país se beneficiara del auge europeo. Por eso,
p o r el crecimiento económico en los sesenta y los setenta, re-
sultó tan fácil la transición a la democracia en España tras la
muerte del dictador. Y p o r eso resulta tan problemática hoy
ia democracia en el Tercer M u n d o , donde la renta p o r habi-
tante sigue siendo m u y baja.

LA EXPLOSIÓN DEMOGRÁFICA

Decía Stuart Mili a mediados del siglo pasado [(1974),


p. 1 7 6 ] :

[...] traer al mundo un niño sin una buena perspectiva de poder, no


sólo alimentar su cuerpo, sino educar y formar su mente, es un crimen
moral, tanto contra el desdichado vastago como contra la sociedad; y
si el progenitor no cumple sus obligaciones, el Estado debe hacerlo a
costa, en la medida de lo posible, del progenitor.

4 5 8
XII. LA E M E R G E N C I A DEL TERCER M U N D O

Si la sensata prescripción de Mili se hubiera aplicado,


gran parte de los problemas que h o y tiene planteados la H u -
manidad no existirían.
La población humana casi se ha cuadruplicado (se ha
multiplicado por 3,75) durante el siglo X X . Y las cifras siguen
en alza: 500 millones más se han sumado en los primeros cin-
co años del siglo xxi. Tales crecimientos no se habían regis-
trad, ni de lejos, en toda la historia anterior de la Humanidad.
Pero los totales enmascaran grandes diferencias entre los paí-
ses adelantados, cuya población en el siglo xx se ha multipli-
cado p o r 2,3, y los del Tercer M u n d o , con índices demográfi-
cos que se han multiplicado p o r 4,5. En el siglo xix la
población mundial no se dobló (se multiplicó p o r 1,7), y nun-
ca hasta entonces había aumentado tanto la población del glo-
bo. En el siglo X I X la de los países h o y adelantados creció más
rápidamente que la de los atrasados. N o s encontramos h o y
ante un fenómeno totalmente inédito, p o r tanto: la población
de los países con menos recursos crece m u c h o más rápida-
mente que la de los ricos. Ocurre exactamente lo contrario de
lo. que debiera ocurrir: en primer lugar, la población total
asciende de una manera inaudita, alcanzando tasas totalmen-
te desusadas; en segundo lugar, los países cuya población cre-
ce de manera más explosiva son los más pobres. C u a n d o se
habla de hambre en el m u n d o hay que recordar que donde
más niños nacen es donde menos comida hay. Este es el gran
problema que el siglo X X I hereda del siglo xx.
Pero hay más: la población de los países del Tercer M u n -
do crece h o y a tasas mucho mayores de las que nunca habían
alcanzado los países h o y desarrollados. Europa, la cuna del
desarrollo económico, siempre ha sido un continente con ta-
sas de natalidad moderadas, p o r lo que el crecimiento de la
población raramente ha superado el 1 % anual. En los siglos
y X X , los de más rápido crecimiento demográfico, la p o -
tÜáción de los países desarrollados en conjunto ha crecido a
afta tasa media del 0 , 8 4 % . La de los países del Tercer M u n d o
|a Crecido, en los dos mismos siglos, al 0 , 9 5 % . La diferencia

459
L O S O R Í G E N E S DEL S I G L O X X I

no parece m u y grande. Sin embargo, la cifra del Tercer Mun-


do enmascara una aceleración aterradora: durante el siglo xix
el Tercer M u n d o sólo creció al 0,40%; en la primera mitad del
siglo X X , al 0,86 (la tasa, p o r tanto, más que se duplicó); pero
es que en la segunda mitad del siglo creció al 2 , 1 6 % . Esta tasa
se acerca al triple de la de los países desarrollados en el mismo
periodo. A su vez las tasas que se ofrecen globalmente para
los países del Tercer Mundo ocultan grandes diferencias. Áfri-
ca, h o y el continente más pobre, es donde más rápidamente
crece la población, al 3 , 1 % . A esta tasa, la población se dupli-
ca cada 23 años. Y la tasa de crecimiento de la población afri-
cana, sobre ser altísima, ha venido aumentando durante toda
la segunda mitad del siglo X X , Las tasas de América Latina
(1,9) y Asia excluida China (2,2) son también m u y elevadas;
pero no lo son tanto y, lo que es algo esperanzador, muestran
una leve tendencia a descender a partir de 1 9 7 5 aproximada-
mente. Más esperanzador todavía es que China, el país más
populoso del mundo, haya visto reducirse su tasa de creci-
miento demográfico de) 2,4 en 1965 hasta un 1,2 actualmente
gracias a una política positiva de restricción de los nacimien-
tos. Es o t r o acierto de los sucesores de Mao.
Ha llegado el momento, después de este torrente de ci-
fras (que provienen del Banco Mundial y de las Naciones
Unidas), de preguntarse por las causas y las consecuencias de
la explosión demográfica. Las causas sen m u y sencillas: el im-
pacto de la medicina occidental ha llegado al Tercer Mundo y
la mortalidad ha descendido espectacularmente, especialmen-
te la infantil. C o m o consecuencia, la esperanza de vida tam-
bién ha aumentado. Hasta aquí nada que objetar: algo pareci-
do ha venido ocurriendo en los países adelantados a partir del
siglo X I X . La gran diferencia estriba, sin embargo, en que, en
los países adelantados, la caída de la mortalidad ha ido acom-
pañada de una caída en la natalidad, lo cual explica las tasas re-
lativamente moderadas de crecimiento demográfico. En las
economías preindustriales, mortalidad y natalidad eran altas,
y el crecimiento era moderado; en las posindustriales, ambas

460
XII. L A E M E R G E N C I A DEL TERCER M U N D O

son bajas, y el crecimiento es aún más moderado. En el Tercer


Mundo, sin embargo, la natalidad se ha mantenido a niveles
muy altos: la mortalidad es de país adelantado y la natalidad
de país atrasado, lo cual es natural, porque, si la medicina allí
se ha modernizado, la sociedad no lo ha hecho. El resultado
es una inflación demográfica como jamás se había visto en la
Historia y que contribuye poderosamente a mantener estos
países en la miseria.
Las consecuencias son catastróficas. Hablábamos antes
del «círculo vicioso» y eso es exactamente lo que ocurre en la
mayor parte del Tercer M u n d o hoy. Recordemos que se tra-
ta de países en general poco fértiles para producir alimentos
básicos; la agricultura tiene una productividad bajísima y, en
tptal, el Tercer M u n d o padece déficit alimentario. Es difícil
yer cómo va a remediar esta situación: las hambrunas en la
zona, especialmente en África, se suceden cada vez con ma-
y o r frecuencia. La ayuda puede paliar las situaciones extre-
mas; p e r o es impensable, y mucho menos deseable, que un
continente entero, cuya población se dobla cada 23 años, viva
de la caridad. Por otra parte, si la ayuda se convirtiera en per-
manente, la agricultura africana sería cada vez menos compe-
titiva y el déficit alimentario aumentaría en vez de disminuir.
En t o d o caso, la perspectiva no es halagüeña, p o r q u e una
agricultura primitiva y superpoblada, m u y poco científica,
esquilma una tierra ya poco generosa y los rendimientos tien-
den a decrecer.
Pero h o y el recurso más importante no es la tierra: es el
capital humano: países con pocos recursos naturales, c o m o
Suiza o Finlandia, alcanzan rentas m u y altas gracias a sus al-
tos niveles educativos. ¿ Q u é se está haciendo en el Tercer
M u n d o h o y para mejorar el nivel educativo? P o r desgracia,
menos de lo necesario. Si los países desarrollados tienen tasas
de alfabetización cercanas al 1 0 0 % , la tasa oficial de Brasil es
del 8 4 % , la de China del 83, la de Argelia del 60, la de Egipto
¡del 52, la de India del 54, la de Nigeria del 60, la de M o z a m -
bique del 4 1 , la de Etiopía del 35. Éstas son tasas oficiales. Tie-

461
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

nen más valor comparativo que absoluto; en mi opinión so-


brevaloran la tasa real. A los alumnos que pasan por la escue-
la primaria se les da por alfabetizados aunque en realidad sean
incapaces de leer un periódico o de escribir una carta. Lo mis-
mo ocurre con las tasas de escolarización: son bajas, pero es-
tán sobrevaloradas. Si en los países desarrollados una media
del 9 4 % de los niños en edad escolar alcanza la secundaria, en
los países de desarrollo medio esta proporción es del 6 5 % ; en
los de desarrollo bajo, entre los que está la m a y o r parte del
África subsahariana, la proporción es del 2 8 % . Es decir, los
países que más lo necesitan son los que menor inversión ha-
cen en educación. Es natural: son los más pobres y por lo tan-
to los que menos recursos pueden dedicar a la enseñanza;
pero es que, además, son los países donde más rápidamente
crece la población y donde, por tanto, menor es la proporción
de adultos p o r niño. El esfuerzo educativo, por consiguiente,
debe ser proporcionalmente m a y o r y es exactamente al con-
trario. H a y que tener en cuenta una evidencia de la historia
económica: Europa acumuló altas cotas de capital humano a
través de generaciones crecientemente escolarizadas. Esto fue
posible, en gran parte, porque el bajo crecimiento demográfi-
co permitió que la demanda de escolarización no sobrepasara
los recursos dedicados a la rducaeión, al contrario: cada gene-
ración recibía mej^r educación p o r un periodo más largo.
E s t o no sucede h o y en grandes zonas del Tercer Mundo.
En cuanto al diferencial sexual, la alfabetización femeni-
na es sensiblemente más baja que la masculina en casi todos
los países del Tercer M u n d o , especialmente en los musulma-
nes; pero el diferencial es también marcado en grandes países
no musulmanes como China y la India. También la escolari-
zación femenina acostumbra a ser notablemente más baja en
los países del Tercer M u n d o . Esto es m u y de lamentar desde
muchos puntos de vista. Desde el demográfico es desastroso,
porque las mujeres educadas son menos fértiles, cuidan mejor
a sus hijos (que tienen menores tasas de mortalidad infantil) y,
además, tienen hijos con más altos niveles educativos: el capi-

462
XII. LA EMERGENCIA DEL TERCER M U N D O

tal humano se hereda y las madres lo transmiten en igual o


mayor medida que los padres. Invirtiendo poco en educación,
y en especial en educación femenina, el Tercer M u n d o está
ahondando su círculo vicioso de la pobreza.

•LA T E N T A C I Ó N D I R I G I S T A

El Tercer M u n d o se formó en plena Guerra Fría, un pe-


riodo en que ios sistemas económicos de la U n i ó n Soviética y
la China comunista inspiraban un gran respeto. Ya hemos vis-
to las virtudes e inconvenientes del sistema soviético. El chi-
.no tuvo rasgos m u y originales, pero sus resultados fueron, en
vida de M a o , desastrosos. M a o fue virtual dictador hasta su
muerte, aunque nominalmente las decisiones se tomaban en el
Politburó o en el Comité Central de Partido Comunista. Mao
no creía en la planificación, sino en una especie de revolución
permanente; la principal medida revolucionaria fue una refor-
ma agraria que se realizó inmediatamente después de la toma
Üel poder en 1949, pero dos años más tarde se llevó a cabo una
segunda. La primera reforma fue una simple partición de lati-
fundios y distribución entre campesinos pobres. La segunda
íorzó a los agricultores a unirse en cooperativas. La gran indus-
tria (relativamente insignificante) fue colectivizada. Esta re-
forma de 1951 estuvo acompañada de denuncias y juicios pú-
blicos contra los burgueses y «contrarrevolucionarios», con
4ás consiguientes ejecuciones y terror generalizado. Los resul-
tados económicos fueron de caos en la agricultura. La impa-
¿ciencia del M a o y del Partido Comunista con la lentitud del
^progreso económico llevó a una nueva ofensiva contra los
ihemigos de siempre en 1 9 5 5 . A n t e la exasperación que las
continuas purgas y denuncias producían, Mao dio marcha
.atrás en 1 9 5 6 con la campaña de «las Cien Flores», ofrecien-
do© libertad de expresión a quien quisiera hacer críticas. Lo
¿fjáie o y ó no le gustó y encarceló a muchos de los que le habí-
pníereído y lanzado «flores».
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

C o m o consecuencia de todo esto, Mao decidió organizar


otra «revolución» en 1958, el célebre «gran salto adelante».
A h o r a se trataba de crear grandes unidades socioeconómicas,
las «comunas populares», que integrarían agricultura e indus-
tria. A diferencia de la U n i ó n Soviética, que, según Mao, an-
daba con «una sola pierna» (la industria pesada), China anda-
ría con «dos piernas», integrando agricultura e industria. Mao
no creía en las economías de escala ni en la ciencia aplicada a
la metalurgia: cada comuna tendría sus pequeños hornos side-
rúrgicos, que serían tan eficientes como las grandes plantas
integradas. En aras del igualitarismo, a los ingenieros se les
puso a trabajar en la agricultura y a los campesinos a fabricar
acero. Los asesores soviéticos, furiosos y desesperados, logra-
ron que se suspendiera la asistencia técnica rusa; fue entonces
cuando se p r o d u j o la ruptura pública entre los dos colosos del
comunismo y Jruschov dijo en un congreso en Rumania qus
Mao estaba loco.
Las consecuencias del «gran salto adelante» fueron catas-
tróficas: c o m o consecuencia del caos que produjo la «reorga-
nización», la producción de alimentos disminuyó, el hambre
mató a miliones y la industria siderúrgica se vino abajo: el fa-
moso «acero de pueblo» era inservible. H u b o gran salto, efec-
tivamente, p e i u fue hacia atrás. Los detalles del desastre se
ocultaron en lo posible y, a partir de 1959, las comunas fueron
discretamente desmanteladas, los hornos siderúrgicos locales
abandonados, la industria penosamente reconstruida.
En vista del éxito, Mao, el - gran timonel», dejó de jugar
directamente con la economía y, con la colaboración de su
tercera mujer, Jiang Qing, que era actriz, y del izquierdista
Lin Piao, organizó otra revolución, pero esta vez cultural; fue
en 1 9 6 5 . La Revolución Cultural trató de acabar con cual-
quier tipo de jerarquía intelectual: campesinos y estudiantes,
convertidos en «guardias rojos», perseguían y ridiculizaban a
expertos, ingenieros y profesores. Muchas escuelas y univer-
sidades fueron cerradas, y los investigadores y catedráticos
fueron enviados al campo a trabajar para ser «reeducados»;

464
XII. LA E M E R G E N C I A DEL TERCER M U N D O

Mao aprovechó la ocasión para encarcelar a ciertos rivales p e -


ligrosos, como Liu Shaoqi, el prestigioso alcalde de Pekín,
que podía hacerle sombra, y Deng Xiaoping, que le desacon-
sejaba tanta revolución. La Revolución Cultural fue una terri-
ble purga de los educados p o r los analfabetos. Si el «gran sal-
to adelante» descapitalizó la industria y la agricultura, la
Revolución Cultural destruyó gran parte del escaso capital
humano que tenía China. La consecuencias fueron tan desas-
trosas como las del «gran salto»: millones murieron o pasaron
largos años en la cárcel p o r el simple hecho de haber recibido
una educación o tener algún timbre de gloria intelectual o
científico. Era una especie de suicidio social, el de un país des-
truyendo su acervo de capital humano; al final hubo que
abandonar la Revolución Cultural en 1 9 6 7 , tras dos años de
terror y caos. M a o buscó chivos expiatorios: Lin Piao fue ase-
sinado y denunciado postumamente con los cargos más extra-
vagantes, y jiang Qing fue repudiada p o r su esposo, el «gran
timonel». A la muerte de éste en 1976 el pais seguía tan pobre
como veinte años antes, y no mucho mejor que en 1949, tras
lá guerra civil.
Este cúmulo de crímenes y disparates en que consistió la
obra política y social del «gran timonel» fue m u y admirado en
su época, gracias en parte a la estrecha censura de los medios
de comunicación que llevaban a cabo el Partido Comunista y
el gobierno chinos. Y para los intervencionistas que recelaban
de la hiperactividad revolucionaria del modelo chino siempre
estaba la relativa sensatez de los soviéticos. C o n u n o u o t r o
modelo en mente, las ideas de que la colectivización de la agri-
cultura era la clave del desarrollo agrícola, que la propiedad y
administración públicas de la industria el medio infalible para
el crecimiento, que la producción para el mercado producía
desigualdades y que el comercio internacional era una forma
de explotación, estuvieron enormemente extendidas en el
Tercer M u n d o durante los años de la Guerra Fría. Muchos
ihd alineados» imitaron como pudieron el modelo chino o el
E U S O : n o es ya el caso de Fidel Castro, que se proclamó comu-

465
L O S O R Í G E N E S DEL S I G L O X X I

nista unos dos años después de alcanzar el poder; muchos que


no se llamaban comunistas, como Julius Nyerere de Tanzania,
Milton O b o t e de Uganda, o los regímenes militares de Egip-
to, Irak o Siria, o Nehru en la India, o Sukarno en Indonesia,
practicaron sistemas intervencionistas o «socialistas». Tampo-
co se requería ser de izquierdas. El fascismo podía ser tan
intervencionista como el «socialismo». En la España de Fran-
co la intervención estatal en la economía estuvo a la orden del
día, en especial durante los primeros veinte años de la dic-
tadura.
En América Latina triunfó una versión de esta idea, la
doctrina «dependentista», vestida con respetable lenguaje aca-
démico p o r los economistas de la Comisión Económica para
América Latina ( C E P A L ) . A p o y á n d o s e en discutibles esta-
dísticas sobre las relaciones de intercambio que, supuesta-
mente, serían siempre desfavorables para los países producto-
res de productos primarios, y en indiscutibles injerencias de
potencias extranjeras en la política de los países americanos, la
teoría dependentista sostenía que estos países sólo progresa-
rían si cerraban sus fronteras a! comercio internacional y a la
importación de capital extranjero privado. Para compensar
este aislamiento, debían invertir sus recursos domésticos en
indtistria, sustituyendo las importaciones de productos ma-
nufacturados que aranceles, prohibiciones y manipulaciones
del tipo de cambio habrían hecho disminuir o desaparecei.
Ésta fue la política que siguieron los regímenes de Peión y su
cesores en Argentina, Vargas y sucesores en Brasil, los gobier-
nos del PRI en México y muchos otros gobernantes democrá-
ticos y dictatoriales en otros países.
El caso de la Argentina peronista es paradigmático, entre
otras cosas porque el más conocido economista y expositor
de las teorías de la C E P A L era el argentino Raúl Prebisch. Las
pingües reservas acumuladas por Argentina durante la II Gue-
rra Mundial permitieron financiar la política industrializado-
ra de Perón, consistente en estimular el desarrollo de la indus-
tria a costa de la agricultura, que era, y es, el sector en que

466
XII. LA EMERGENCIA DEL TERCER M U N D O

Argentina tiene clara ventaja competitiva. El principal instru-


mento de esta política era el arancel: la protección aduanera
reservaba el mercado nacional a la industria autóctona; y un
arancel a la exportación (llamado «impuesto de retención»)
gravaba a los exportadores, esto es, a los agricultores. Los r e -
sultados de esta política de muerte a la gallina de los huevos
de oro fueron los previsibles: inflación, maldistribución de los
recursos, descapitalización de la agricultura, déficit de balan-
za de pagos, agotamiento de las reservas de divisas y, final-
mente, inicio de la obligada política de austeridad. Pero en lu-
gar de dejar que Perón arrostrara las consecuencias de su
desastrosa política, los militares argentinos se sintieron llama-
dos a intervenir y derrocar al dictador en 1 9 5 5 , con lo que éste
conservó íntegra su aura de gran estadista y encima quedó
como un demócrata. Los gobiernos que sucedieron no tuvie-
ron la suficiente autoridad para imponer la necesaria estabili-
zación, y la economía argentina siguió las directivas marcadas
por el peronismo hasta la crisis de los años ochenta. El resul-
tado fue inequívoco, y la comparación con España resulta
elocuente: en 1 9 5 0 la renta p o r habitante argentina era a p r o -
ximadamente el doble que la española. En 1 9 8 2 no pasaba del
42% de ésta. Esto resume el resultado de la política peronista
[Tortella (1986)] y es un excelente ejemplo de las consecuen-
cias de los programas intervencionistas basados en doctrinas
erróneas.
...... O t r o caso de involución es el del Irán contemporáneo.
La Revolución Iraní de 1 9 7 9 fue, como la española de los años
treinta, una crisis de crecimiento tras varias décadas de expan-
sión económica a tasas m u y altas, bajo la férula autoritaria del
Sha. El crecimiento demográfico y la rápida emigración a la
ciudad, unidos a los esfuerzos del régimen imperial p o r r e m o -
ver trabas religiosas y culturales al crecimiento económico,
produjeron una explosión social de carácter político-religioso
que desembocó en la primera revolución islámica del siglo X X .
Efesde el punto de vista de la modernización social fue un sal-
ísatrás. A la rebelión democrática contra el régimen autori-

467
L O S O R Í G E N E S DEL S I G L O X X I

tario del Sha se unió la rebelión ancestral contra la moderni-


dad; y fue ésta la que acabó triunfando. Fue algo así como si
en España la resistencia contra la dictadura de Franco hubie-
ra estado encabezada (como p o r un momento pareció estarlo
en los años cuarenta) p o r el cardenal Pablo Segura, un ultra-
montano arzobispo de Sevilla opuesto a Franco p o r no ser
éste lo suficientemente conservador; y como si el cardenal hu-
biera p o r fin triunfado y constituido un gobierno revolucio-
nario-conventual. La teocracia que triunfó en Irán ha devuel-
to al país en muchos aspectos al Islam medieval. Aunque no
intervencionista en economía, el férreo control de los teócra-
tas sobre la conducta de los ciudadanos equivale a una tenaza
sobre la economía, que ha alcanzado tasas negativas de creci-
miento de la renta por habitante a partir de la revolución, ta-
sas debidas tanto al estancamiento económico como a la tre-
menda expansión demográfica. Es difícil ver cómo saldrá la
Revolución Iraní del callejón sin salida en que se ha metido.

D U R O APRENDIZAJE

Los errores del «dependentismo» eran debidos, en pri-


mer lugar, a la aceptación apresurada de unas series de relacio-
nes de intercambio que merecían una consideración más dete-
nida. En primer lugar, como cociente de precios (ios de
exportación partidos p o r los de importación), la relación
de intercambio está sujeta a muchos posibles errores y varias
posibles interpretaciones. Los errores se deben a los proble-
mas que aquejan la confección de índices de precios: depen-
den de las mercancías que se incluyan, de las ponderaciones
que se les dé, de los años que se tomen como base, de las uni-
dades monetarias utilizadas, etcétera. Flablar de relaciones de
intercambio desfavorables a los productores de materias pri-
mas puede ser m u y aventurado, p o r q u e a un tiempo pueden
subir ciertas mercancías (el petróleo) y bajar otras (el café).
Así, p o r ejemplo, en los años setenta los productores de pe-

468
XII. LA EMERGENCIA DEL TERCER M U N D O

agpleo tuvieron grandes mejoras en la relación de intercambio,


ijj^eiitras los compradores del Tercer M u n d o sufrían empeo-
•j-amientos, siendo todos exportadores de materias primas. En
IPlieral, los precios de los productos alimenticios bajaron en-
,J§*.1875 y la II Guerra Mundial. Los otros precios de mate-
Wfc primas no experimentaron una clara tendencia a la baja.
Pjró incluso si aceptamos que la relación de intercambio h u -
lera empeorado para los productores de materias primas:
|f|ue significa ? Simplemente que venden sus productos
e s o

•más baratos; si la baja se debe a que la productividad ha au-


mentado, ello no es necesariamente malo,
¿tí!; La relación de intercambio empeoró para Inglaterra du-
^&te todo el siglo XIX, precisamente porque su productividad
aumentó, y eso no parece haberle perjudicado mucho: fue la
Ifibca en que alcanzó el liderazgo económico indiscutido.
También ha empeorado la relación para España en el siglo XX,
que es cuando más ha crecido, p o r la misma razón. General-
tóente las industrias y los sectores que crecen bajan sus precios
yipor tanto, su relación de intercambio empeora. Piénsese en
lMcaída de los precios de los ordenadores en los últimos vein-
,té años: la relación de intercambio de la industria ha empeora-
do; sin embargo ha sido el mejor negocio de estas décadas. El
verdadero-problema del Tercer M u n d o no ha residido en las
fluctuaciones de la relación de intercambio, sino en la rigidez
dé su función de producción. ¿ Q u é significa esto? Sencilla-
mente: es el problema del monocultivo. H a y países que sólo
exportan uno o dos productos: cuando el precio de éstos sube,
todo es prosperidad; cuando baja, todo es miseria, denuncias
del mercado internacional y condenas al «intercambio desi-
gual». El secreto está en flexibilizar la producción. Cuando
baja el precio de un producto, se compensa la baja exportando
más de otro. ¿Por qué no lo hacen todos ios países? H a y dos
razones, las físicas y las humanas. Ya hemos visto que los paí-
ses tropicales y semitropicales se enfrentan a suelos poco fér-
tiles y, en muchos casos, a posibilidades de cultivo limitadas.
Lo mismo ocurre con la minería: si h a y riqueza minera, bien;

469
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

si no la hay, no puede suplirse. Pero más graves que los físicos


son los obstáculos sociales, y aquí volvemos a encontrarnos
con los problemas de educación y capital humano a que antes
nos referimos: una población poco educada no puede fácil-
mente transferirse de una actividad a otra: al campesino de
subsistencia o de plantación en el Tercer M u n d o le resulta im-
posible fabricar relojes, emplearse en la industria textil o inclu-
so practicar una agricultura altamente tecnificada. Los campe-
sinos suizos en el siglo X I X sí hacían relojes o hilaban y tejían;
pero es que el nivel educativo suizo ha sido tradicionalmente
muy alto y las escuelas rurales, proverbialmente excelentes.
Estamos de nuevo ante el «círculo vicioso»: la explosión
demográfica impide dar la formación adecuada a Ja población;
esto dificulta que se flexibilice la función de producción y
pone al país o región a merced de las fluctuaciones del precio
de un producto. Y en lugar de tratar de corregir el déficit edu-
cativo, el país lo que hace es echar la culpa al mercado inter-
nacional (que no es ni el demonio ni Papá Noel sino, simple-
mente, un mercado), cerrarse al comercio y condenar a sus
habitantes al estancamiento y la miseria. El problema educa-
tivo es realmente muy grave y tiende a ahondar las diferencias
económicas entre el mundo capitalista y el subdesarrollado,
porque les paires con altos niveles de educación son precisa-
mente aquellos que más recursos dedican a la inversión en ca-
pital humano, mientras que las poblaciones de bajo nivel edu-
cativo son las que menos educación demandan. El círculo
virtuoso favorece a los ricos y el vicioso daña a los pobres: se
requiere un gran esfuerzo para romper el círculo vicioso y no
parece que ese esfuerzo se esté haciendo. Educar más y mejor
a la población y limitar el crecimiento demográfico son las
claves de un futuro mejor para el Tercer M u n d o y para el
mundo en su conjunto. Cerrarse al comercio es la receta segu-
ra para lograr la miseria.
Gradualmente la fría realidad se fue imponiendo y disi-
pando los sueños de la razón que en Bandung habían produci-
do los monstruos intervencionistas. El éxito del modelo capi-

470
XII. LA EMERGENCIA DEL TERCER M U N D O

talista-keynesiano en Europa, en Estados Unidos y, sobre


todo, en Japón, era cada vez más evidente frente ai estanca-
miento o la regresión de los modelos intervencionistas, comu-
nistas o no. En España, tras_veinte años de intervencionismo
del más puro corte fascista, el general Franco, sin abandonar el
autoritarismo político, optó en 1 9 5 9 por intentar una cautelo-
sa liberalización: el resultado fue espectacular; los intercam-
bios con el resto del mundo se dispararon, la renta p o r habi-
tante también, y lo mismo hizo el nivel de vida. En 1 9 6 4 , en
Brasil, un general admirador de Franco, H u m b e r t o Castelo
Branco, derrocó al gobierno legítimo de J o a o Goulart; se ini-
ciaba así un periodo de veinte años de dictaduras militares en
que varios generales se sucedieron en el cargo. U n a política
económica que unía la liberalización exterior con un férreo
control del mercado de trabajo (el secreto del éxito de las eco-
nomías totalitarias) produjo un crecimiento económico sin
precedentes en Brasil. En 1965, en Indonesia, tras un sangrien-
to golpe de Estado que produjo la masacre de cerca de medio
millón de personas, el régimen de Sukarno, económicamente
quebrado, fue sustituido p o r una dictadura militar presidida
por el general Suharto. Autoritario e implacable en lo político,
gravemente corrompido además, el régimen de Suharto sin
embargo optó por la liberalización económica y los resultados
también fueron m u y positivos. P o r desgracia, la transición ha-
cia el liberalismo económico parecí? más fácil en los regímenes
autoritarios que en los democráticos. En Chile otro golpe mi-
litar derribaba el gobierno democrático del socialista Salvador
Allende en 1973; la férrea y cruel dictadura del general A u g u s -
to Pinochet también optó p o r la liberalización económica y
también alcanzó un gran éxito en este terreno.

Afortunadamente, la liberalización económica no fue


monopolio exclusivo de los regímenes militares. En España, a
la muerte de Franco, el régimen democrático que reemplazó
a la dictadura amplió la liberalización económica al tiempo
que llevaba a cabo la política; tras unos años de crisis debida a
la incertidumbre política y a la depresión internacional de los

471
L O S ORÍGENES DEL SIGLO XXI

años setenta, la liberalización económica p r o d u j o en España


otra década de fuerte crecimiento ( 1 9 8 2 - 1 9 9 2 ) : el país culmi-
naba así el salto del subdesarrollo a la madurez económica.
Argentina no fue tan afortunada: ni los gobiernos democráti-
cos que se sucedieron en la década 1 9 5 5 - 1 9 6 6 , ni los dictado-
res militares del periodo 1 9 6 6 - 1 9 7 3 , ni los gobiernos peronis-
tas de 1 9 7 3 - 1 9 7 6 , ni el terrible y sangriento directorio militar
de Jorge Rafael Videla y Leopoldo Fortunato Galtieri pudie-
ron liberalizarla economía ni acabar con la inflación galopan-
te que se había iniciado con el primer peronismo. Pero tam-
poco pudo hacerlo el gobierno democrático de Raúl Alfonsín
que sucedió al directorio militar en 1983. La elección en 1989
del peronista C a r l o s Menem cambió el panorama sorpren-
dentemente; la sorpresa radica en que la política económica de
Menem, recomendada por su ministro de Economía, Domin-
go Cavallo, y diametralmente contraria a la practicada por el
peronismo anteriormente, fue de estricta estabilización, fijan-
do férreamente la equivalencia peso-dólar, liberalizando la
economía y privatizando empresas públicas. El éxito de este
programa renovador fue notable: Argentina comenzó a crecer
económicamente a tasas m u y superiores a las alcanzadas des-
de la II Guerra Mundial. A u n q u e la corrupción y la incohe-
rencia fiscal causaron una grave crisis en 2002, la economía ar-
gentina se ha ido recuperando en ios años siguientes sin
v o l v e r al intervencionismo. El caso de México, de difícil cla-
sificación política, también registró un viraje hacia una políti-
ca menos intervencionista tras el sonoro fracaso en 1981 del
esquema de desarrollo «hacia adentro» seguido p o r el PRI
desde Cárdenas hasta López-Portillo.
Pero quizá el viraje más espectacular y sorprendente ha-
cia la economía de mercado sea el que tuvo lugar en la China
comunista pocos años después de la muerte de Mao. En 1978
resultó evidente que de la lucha p o r el poder que siguió a la
desaparición del «gran timonel» había reemergido Deng Xia-
oping, y fue éste quien al cabo de poco tiempo lanzó el «co-
munismo de mercado», que consistió en una vuelta al sentido

472
XII. LA EMERGENCIA DEL TERCER M U N D O

común en economía y una pequeña relajación del puño co-


munista en política. La primera parte del «comunismo de
mercado» fue la más fácil: desregular a los campesinos y per-
mitirles vender una parte importante de su producción en el
mercado libre: lo que siguió fue una explosión productiva, y
una mejora de la dieta; luego se hizo lo mismo con la peque-
ña industria y la artesanía, y el resultado fue idéntico. Tam-
bién se liberalizó gran parte del comercio exterior. Al mismo
tiempo se habían reabierto escuelas y universidades, y se ha-
bía vuelto a la vieja disciplina de clase en que los profesores
enseñan y los alumnos aprenden. Se trataba de restaurar el te-
jido intelectual del país, tan dañado p o r la Revolución Cultu-
ral. Otras cosas eran más difíciles de reformar, como el sis-
tema financiero, el presupuesto estatal y la gran industria
pública. Y siempre estaba la pervivencia de la dictadura del
Partido Comunista, cuya brutalidad y arcaísmo chocaban a
diario con una sociedad cada v e z más dinámica.
Los contrastes regionales en China son m u y grandes. A
pesar del tremendo crecimiento de las últimas décadas, China
en conjunto sigue siendo un país m u y pobre. Sin embargo, las
provincias y ciudades costeras (Cantón, Shanghai, Pekín) están
mucho más desarrolladas y en ellas existe una clase media para
quien la dictadura comunista es difícil de tolerar. Estas contra-
dicciones hicieron explosión en junio de 1 9 8 9 con el movi-
miento democrático de la plaza de Tian'anmen (o de la Puerta
del Cielo). Por desgracia, lo que alcanzaron los pacíficos mani-
festantes no fue el cielo, sino la represión militar. Pese al endu-
recimiento político, el «comunismo de mercado» se mantuvo y
el crecimiento económico ha continuado también. La contra-
dicción entre el desarrollo económico y el subdesarrollo polí-
tico seguirá manifestándose en China, como lo hizo en España
en las últimas décadas del franquismo. Esperemos que la reso-
lución de estas tensiones sea en China tan pacífica como lo fue
en España y en muchos países de Europa Oriental.
La naturaleza de los regímenes comunistas se hizo más
evidente al Tercer M u n d o cuando, casi simultáneamente con

473
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

la represión de Tian'anmen, caía el m u r o de Berlín y el comu-


nismo europeo se venía abajo. Desde entonces las perspecti-
vas para la democracia y el crecimiento económico han mejo-
rado. Para la democracia, porque con el fin de la Guerra Fría
el principio de «nuestro granuja» ya no tiene sentido: Estados
Unidos ha dejado de apoyar a los dictadores de derecha, en
tanto que los de izquierda se han quedado sin su valedor so-
viético. Esto ha ido permitiendo la caída de tiranías tan odio-
sas c o m o las de Suharto, M o b u t u , Pinochet o Mengistu, y el
establecimiento o restablecimiento de la democracia en Tai-
w a n , C o r e a del Sur, Panamá y Nicaragua (además, por su-
puesto, de en Europa Oriental). En cuanto a la política eco-
nómica, el desprestigio de las doctrinas intervencionistas
alcanzó su máximo con el fin del comunismo en Europa y la
adopción del «comunismo de mercado» en China. La caída de
los regímenes militares que habían propugnado la liberaliza-
ción no ha ido seguida de un aumento de los controles eco-
nómicos ni en Chile, ni en Brasil, donde el ex dependentista
Fernando Flenrique C a r d o s o se esforzó p o r controlar la in-
flación y liberalizar la economía; su sucesor, Luiz Inácio da
Silva (Lula), ha seguido una política continuista en lo econó-
mico. Tampoco se v o l v i ó al dirigismo en la Indonesia post-
Suharto. En la India, el nieto de N e h r u introdujo m e d i d a de
liberalización económica m u y diferentes a las que impusieran
los gobiernos de su abuelo un c u a r i o de siglo antes y esta po-
lítica lia sido mantenida por sus sucesores, tanto los de su pro-
pio partido como los de su rival, el Bharatiya Janata.
No quiere esto decir, ni mucho menos, que los proble-
mas del Tercer M u n d o lleven camino de pronta solución. El
espectro de la superpoblación sigue minando las bases de esas
sociedades; la precariedad económica y la escasez de capital
humano s o n fuentes de inestabilidad política; ésta a su vez si-
gue constituyendo u n a amenaza para el desarrollo económi-
co. La ayuda de los países ricos puede paliar algunas crisis,
puede contribuir al desarrollo; p e r o no puede constituir el
fundamento de la regeneración económica.

474
XII. LA E M E R G E N C I A DEL TERCER M U N D O

La influencia que los países adelantados puedan ejercer


sobre los del Tercer M u n d o desde un punto de vista económi-
co es menor de lo que creen unos y otros: el destino de los pa-
íses del Tercer M u n d o depende en gran parte de ellos mismos.
En t o d o caso, para que sea efectiva la ayuda de los países ri-
cos deben adoptarse unos cuantos principios simples y de
sentido común, abandonando toda actitud de superioridad,
pero también de culpabilidad. La contribución m a y o r que los
países avanzados pueden hacer al bienestar de los del Tercer
Mundo es comerciar con ellos sin trabas ni inteiferencias. Da-
dos los problemas productivos del Tercer M u n d o , el vender
aquello en que tienen ventaja competitiva es fundamental; es
la mejor manera de atraer capital, de fomentar el empleo y re-
ducir el flujo de emigrantes desesperados que se estrella en las
fronteras del Primer M u n d o , de desarrollar los talentos em-
presariales locales, y de crear una clase media fuerte que,
como sabemos p o r la historia, ha sido la base del desarrollo
económico y político en los países industrializados. El desa-
rrollo p o r el comercio tiene además la enorme virtud de que
coloca a ambos participantes en plan de igualdad, sin donan
tes altaneros ni recipientes sumisos.
Las transferencias sin contrapartida también pueden ser
convenientes, sobre t o d o si, para que no constituyan en gran
parte un despilfarro, como ha venido ocurriendo, se hacen fir-
memente condicionales a tres requisitos: 1) reducción drásti-
ca de los gastos de armamento; 2) aumento correlativo de las
inversiones en educación, y 3) campañas serias y consecuen-
tes de reducción de 4a natalidad y de fomento de la paterni-
dad, y sobre torio la maternidad, responsable. El cumplimien-
to de estos requisitos sería más beneficioso para los países
recipientes que la ayuda en sí.
Pero sobre todo lo que debe tenerse en cuenta es que la
influencia de otros países tiene un alcance limitado. C o m o de-
cía Mustafá Kemal, « N o hay naciones oprimidas, sino nacio-
nes que se dejan oprimir». Los problemas del Tercer M u n d o
deben resolverse en el Tercer Mundo.

475
XIII
UN CAPITALISMO RENOVADO

RENACE EL MODELO CLÁSICO

La economía keynesiana dio al mundo lo que los france-


ses han llamado les trente glorieuses, los treinta años gloriosos
(1945-1975) del mayor crecimiento económico de la Historia.
Pero tenía un problema: estaba diseñada para evitar las depre-
siones, no para evitar las inflaciones. A la larga fue la inflación
lo que dio la razón a los críticos de la economía keynesiana y
lo que impuso una vuelta a la economía clásica de restricción
monetaria.
Incluso en los años de triunfo de la economía keynesia-
na, ésta tuvo sus detractores, como Wilhelm R o e p k e en A l e -
mania, Jacques Rueff en Francia y, sobre todo, Milton Fried-
man en Estados Unidos. Friedman pertenece a la célebre
escuela de Chicago, caracterizada p o r su extremo conserva-
durismo monetario. A u n q u e profesor en Chicago durante
muchos años, Friedman no es tan conservador en materia
monetaria; pese a ser defensor de la escuela clásica, que K e y -
nes habí?, incluso ridiculizado en su época, Friedman conoce
y comprende perfectamente la obra de K e y n e s y su crítica
está basada en un reconocimiento pleno de las aportaciones
de éste sin p o r ello aceptar los puntos más extremos del k e y -
nesianismo. A u n q u e en alguna ocasión su ironía le llevara a
incurrir en excesos, como cuando afirmó [Friedman (1953)]
que el Keynes más importante era J o h n Neville Keynes, el pa-
dre de J o h n Maynard, p o r su trabajo sobre metodología,
Friedman ha incorporado a sus teorías, aunque con modifica-
ciones, una gran parte de las aportaciones de J o h n Maynard
Keynes, como la teoría de la función de c o n s u m o , la versión
keynesiana de la teoría cuantitativa de los precios, etc. Preci-

477
L O S O R Í G E N E S DEL S I G L O X X I

sámente sobre esta famosa teoría de la formación de los pre-


cios es sobre lo que Friedman construyó su crítica a Keynes y
su defensa de la teoría clásica.
Para simplificar mucho las cosas diremos que los keyne-
sianos, más que el propio Keynes, habían afirmado que los pre-
cios venían determinados no por la cantidad de dinero en cir-
culación, sino p o r factores reales: en particular, las escaseces y
tensiones, los elementos monopolísticos, podían hacer subir los
precios independientemente de lo que hiciese la masa moneta-
ria. Podrá pensarse que ésta es una cuestión puramente acadé-
mica, pero no es así: tiene alcance político, porque si la inflación
tiene causas reales y no monetarias, la política monetaria no
servirá de nada. Lo que se necesitará serán políticas estructura-
les (reformas profundas) y fiscales. Otra consecuencia que pa-
recía desprenderse del análisis keynesiano era que la inflación
no era mala, al contrario: era necesaria para combatir la depre-
sión y mantener el crecimiento económico. En esta materia los
keynesianos tenían buena evidencia empírica: los treinta años
gloriosos parecían dar la razón a Keynes. Los estudiantes espa-
ñoles quizá recuerdan el Manual de Historia Económica de
España de J. Vicens Vives (por otra parte tan notable), donde
repetidamente se identificaba inflación con prosperidad y de-
flación con depresión, por influencia de la obra de Keynes y de
Earl Hamilton, que estudió el alza de precios en España y en
Europa tras el descubrimiento de América y la consideró como
una suerte de prólogo de ia Revolución Industrial.
Frente a la casi total unanimidad en favor de las doctri-
nas keynesianas, Friedman defendió, desde finales de la
II Guerra Mundial, la tesis de la pertinencia y efectividad de
la política monetaria, negando los aspectos más extremos del
keynesianismo vigente. Para ello realizó una serie de notables
trabajos empíricos, sobre la función de consumo y sobre la
historia monetaria de Estados Unidos e Inglaterra [Friedman
(1957); Friedman y Schwartz ( 1 9 7 1 ) (1982)]; de ellos se des-
prendía que las magnitudes estudiadas eran más estables de lo
que habían pensado los keynesianos. En primer lugar, el pú-

478
XIII. UN CAPITALISMO RENOVADO

blico tendía a gastar una proporción casi fija de la renta: los ri-
cos no ahorraban proporcionalmente más que los pobres, p o r
lo que la política fiscal redistributiva no era un elemento reac-
tivador tan eficaz como se había afirmado. En segundo lugar,
al ser las variables macroeconómicas estables, lo que influía
sobre el nivel de precios era la cantidad de dinero en circula-
ción y no los factores reales. Era p o r lo tanto a través de la
cantidad de dinero c o m o había de controlarse la inflación: la
política monetaria quedaba vindicada. En tercer lugar, él mis-
mo y una serie de discípulos suyos desarrollaron un progra-
ma de investigación y estudio de la historia de los precios ten-
dente a demostrar que la inflación, lejos de ser un estimulante
del desarrollo, a largo plazo era un freno. Además, durante es-
tos años (los cincuenta y los sesenta) fueron apareciendo in-
dependientemente trabajos que apoyaban las tesis de Fried-
man, como el m u y conocido de Phillips [(1958)] que, según la
interpretación que de él hacía Friedman [(1977)], mostraba
que la inflación resultaba cada vez menos eficaz para comba-
tir el paro. Por o t r a parte, Friedman era un defensor de la eco-
nomía clásica en general, es decir, del modelo de laissez-faire
como el mejor medio para p r o m o v e r el crecimiento y una dis-
tribución equitativa de la renta.
En defensa del p r o p i o K e y n e s hay que decir que, como
ocurre con casi todos los grandes pensadores, sus seguidores
habían simplificado y deformado su pensamiento; él era m u -
cho menos inflacionista que los que le siguieron; siempre dejó
claro que debían buscarse ios superávits presupuestarios en
época de auge para compensar los déficits en época de depre-
sión, de m o d o que el presupuesto quedara equilibrado a lo
largo del ciclo. Sus seguidores académicos y, sobre t o d o , p o -
líticos, dejaron de lado esta recomendación. K e y n e s también
era cuantitativista, aunque no exactamente en los términos de
Friedman; para Keynes no bastaba la política monetaria en
tiempo de depresión, sino que había que inyectar dinero p o r
medio de la política fiscal. En esto, sin embargo, tampoco d i -
ferían tanto uno y otro.

479
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

El paradigma friedmaniano estaba prácticamente com-


pleto a finales de los sesenta; sin embargo, como siempre ocu-
rre, tuvieron que ser los hechos, no los razonamientos, los
que convencieran a los responsables políticos de la conve-
niencia de adoptarlo. El premio Nobel le llegaría unos años
más tarde.

EL FIN DE BRETTON W O O D S

F u e r o n dos episodios de política internacional, con la


confrontación entre países capitalistas y países comunistas
c o m o f o n d o , los que precipitaron la crisis de la política key-
nesiana. En este caso ía causación fue claramente de la políti-
ca a la economía. La aplicación de las fórmulas keynesianas,
que p r o d u j o el gran auge económico en las décadas que si-
guieron a la II G u e r r a Mundial, p r o d u j o también una mode-
rada tasa de inflación, que se fue acelerando durante los años
sesenta. Es difícil separar claramente las causas de esta acele-
ración de la inflación: de un lado, la inflación se autoalimen-
ta; de o t r o , y éste es nuestro primer episodio de política inter-
nacional, la guerra de Vietnam p r o d u j o un fvierte aumento de
precios en Estados U n i d o s , que se transmitió a! resto de los
países adelantados. La autoalimentación de ia inflación es un
fenómeno bien conocido, y se d e l ? a ias expectativas que el
fenómeno genera: si el público piensa que los precios estarán
más altos mañana que hoy, comprarán h o y cuanto puedan sin
esperar a mañana. No ahorrarán, p o r la sencida razón de que
el dinero va perdiendo valor a medida que pasa el tiempo. El
que toda la renta se dedique al consumo y nada o m u y poco
al a h o r r o contribuirá a que aumente la inflación. Q u e la au-
toalimentación inflacionista fue relevante lo prueba el hecho
de que las tasas de aumento de los precios ya estuvieran su-
biendo antes de la gran escalada de la guerra de Vietnam, que
t u v o lugar en 1 9 6 5 . A h o r a bien, el impacto de la contienda
sobre los precios viene probado p o r el hecho de que la infla-

480
XIII. UN CAPITALISMO RENOVADO

ción aumentara más rápidamente a partir de ese año. El pre-


sidente L y n d o n B. J o h n s o n decidió no pagar con impuestos
el coste de la guerra: aumentó el déficit fiscal y lo financió in-
flacionariamente. La inflación estadounidense se reflejó en un
déficit de balanza de pagos, p o r q u e el alza de los precios
minó la competitividad de la economía: de la escasez de dóla-
res en la posguerra se pasó al exceso de dólares veinte años
más tarde, ya que Estados U n i d o s pagaba en esta moneda a
sus acreedores.
La situación económica internacional se fue haciendo in-
sostenible: ni los europeos ni los japoneses querían seguir
acumulando dólares p o r temor a que se produjera una deva-
luación. Tal cosa era en teoría impensable según el sistema de
Bretton W o o d s ; pero también era impensable, cuando se fir-
mó aquel acuerdo, que Estados Unidos mantuviera por tanto
tiempo un déficit tan grande de balanza de pagos. Según el
tratado fundacional del F M I , y según la legislación norteame-
ricana, el dólar estaba respaldado p o r o r o . Sin embargo, era
evidente en 1970 que el o r o que se guardaba en Fort K n o x no
bastaba, ni de lejos, para cubrir los dólares en poder de los
bancos centrales europeos y japonés. Y al final ocurrió lo que
todos temían: en agosto de 1971 el presidente Richard M. Ni-
xon (que había sustituido a J o h n s o n en 1969) suspendió la
teórica convertibilidad del dólar en o r o , además de imponer
un recargo sobre las importaciones y de decretar una conge-
lación de precios y salarios. Se había terminado así con el úí
timo vestigio del patrón o r o . H u b o un intento de volver a las
paridades fijas p o r medie de una devaluación del dólar en di-
ciembre (el llamado «acuerdo del Smithsonian Institute»),
pero de hecho se entró en un periodo de flotación generaliza-
da. Es decir, se abandonaron los tipos de cambio fijos y se
dejó que fuera el mercado el que fijara las equivalencias.
H a y que señalar que este sistema de pagos internaciona-
les era totalmente nuevo. Hasta entonces, el valor de la mone-
da siempre había tenido (salvo en intervalos cortos, de natu-
raleza bélica) un referente metálico. C o n la devaluación del

481
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

dólar, y a pesar del débil intento del «acuerdo del Smithso-


nian» para mantener una nuevas paridades fijas, se entraba,
p o r el contrario, en un sistema internacional de monedas fi-
duciarias (de papel) cuyas equivalencias venían determinadas
p o r el mercado, como los precios de las mercancías ordina-
rias. Esto quiere decir que la cotización de una moneda ven-
dría determinada p o r la ley de la oferta y la demanda. Si la de-
manda de una moneda era m a y o r que su oferta, su cotización
subiría; si menor, bajaría. A h o r a bien, la demanda y la oferta
de una moneda vendrán determinadas p o r ia balanza de pa-
gos: si la balanza británica está en superávit, pongamos po¡
caso, habrá m a y o r demanda de libras que oferta. El resto del
mundo estará en deuda con el Reino U n i d o y necesitará libras
para saldar esa deuda: la cotización de la libra subirá. Normal-
mente la balanza de pagos estará en superávit, bien porque el
Reino U n i d o exporte más bienes y servicios de los que im-
porta, bien porque los capitalistas quieran invertir en el país,
para lo que necesitan comprar libras; o por ambas cosas. Si,
por el contrario, la balanza de pagos británica está en déficit,
habrá más libras en el mercado de las que la gente quiere y la
cotización bajará.
P o r lo tanto, con este sistema padece que desaparece
cualquier necesidad de disciplina interior, que la amarga me-
dicina de Hume puede ser soslayada. Si un país tiene déficit
estructural de balanza de pagos, el ajuste se hará por medio de
una caída del tipo de cambio. En lugar de tener que bajar pre-
cios y saiarios para ser más competitivo, eso mismo puede
conseguirse con una baja en la cotización internacional de la
moneda. Podemos preguntarnos ¿si el ajuste así es tan fácil,
no es éste sistema mejor que el conflictivo y penoso ajuste a
lo Hume? En realidad, no. En economía no se encuentran du-
ros a cuatro pesetas. Si evitamos el ajuste de Hume, nuestra
economía seguirá sin ser competitiva, porque persistirán las
causas que hacían subir los precios; además, la simple deva-
luación es inflacionista, porque encarece las importaciones y
abarata las exportaciones. Al abaratar las exportaciones au-

482
XIII. UN CAPITALISMO RENOVADO

menta la demanda de productos nacionales: esto es bueno,


porque contribuye a equilibrar la balanza de pagos, pero tien-
de a hacer subir los precios de los productos exportables. Por
todo lo cual lo más fácil es que al año que viene tengamos que
devaluar otra vez: ésta es la dolorosa senda emprendida tras la
II Guerra Mundial p o r los países inflacionistas como A r g e n -
tina y Brasil, cuyo tipo de cambio se devaluaba continuamen-
te mientras, a falta de ajuste, los precios subían de m o d o ver-
tiginoso. Más pronto o más tarde hay que estabilizar para no
acabar como Alemania en 1923, y cuanto más tarde se haga el
ajuste y más fuerte sea la inflación, más dolorosa será la esta-
bilización.

LA CRISIS DEL P E T R Ó L E O

El segundo episodio político que c o n t r i b u y ó a reforzar


las tesis de Friedman fue la subida del precio del petróleo en
1973. A q u í se unieron los factores económicos y los políticos,
pero éstos sin duda actuaron c o m o detonante. Los factores
económicos de fondo eran m u y simples. El petróleo se ha
convertido durante el siglo XX en la fuente de energía más uti-
lizada, en tanto que la energía inanimada es uno de los bienes
más, y más crecientemente, demandados. El petróleo se en-
cuentra ampliamente distribuido en ei mundo, pero la zona
del golfo Pérsico tiene con mucho las mayores reservas, en
tanto que, siendo ei consumo de petróleo función del desa-
rrollo económico, Estados U n i d o s , Europa Occidental y Ja-
pón son los mayores consumidores. Es un hecho histórico
que la mayor parte del petróleo descubierto en el mundo lo ha
sido por compañías de países avanzados occidentales, que, so-
bre todo en naciones poco desarrolladas, habían conservado
situaciones de privilegio logradas c o m o consecuencia de su
iniciativa. Estas situaciones ventajosas les permitían obtener
el crudo a precios m u y bajos: tal situación se hizo más eviden-
te con la inflación de los años sesenta, en que el precio del pe-

483
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

tróleo no creció con los de los demás productos, lo cual, ade-


más, contribuyó a que aumentase su consumo. Esta situación
de agravio comparativo favoreció la creación de la Organiza-
ción de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) en 1961 con
el fin de presionar para obtener aumentos de precios utilizan-
do los métodos de los cárteles, es decir, restringiendo la pro-
ducción. Pese a la existencia de la OPEP, el acuerdo entre pro-
ductores era difícil. U n o s querían restringir la producción
para que subiera el precio; otros no querían aplicar esta polí-
tica p o r dos razones: en primer lugar, para no provocar la hos-
tilidad de Estados Unidos; y en segundo lugar, porque temían
que un alza de los precios del petróleo favoreciera el desarro-
llo de fuentes energéticas alternativas, c o m o la nuclear, la so-
lar, lá eólica, las reproducibles, etc. El acuerdo, sin embargo,
se logró en 1973 p o r razones políticas inmediatas que tenían
mucho que ver con la irritación de los países musulmanes ante
el a p o y o occidental a Israel,
La creación del Estado de Israel en Palestina en 1948 ha-
bía provocado ia oposición violenta de sus vecinos árabes. La
pervivencia de Israel, sus victorias militares y la ayuda que el
nuevo país recibía de los países occidentales (en gran parte
por el a p o y o que prestaban las minorías judías allí residentes
y también p o r el hecho de ser Israel la única democracia en
toda esa zona) eran fuentes continuas de fricción entre los paí-
ses musulmanes de Oriente Medio, los grandes productores
de petróleo, y el mundo desarrollado, especialmente Estados
Unidos, que era el que más a p o y o prestaba al Estado israelí.
En concreto, las victorias del ejército judío en las guerras de
1967 y 1973 (llamadas respectivamente «del Sinaí» y «de Yom
Kippur») fueron la chispa que galvanizó la voluntad de los es-
tados árabes, que en noviembre de 1973 proclamaron alzas en
los precios del petróleo que equivalían a quintuplicarlos.
La alarma y el estupor que p r o d u j o esta decisión de la
O P E P fueron indescriptibles. Tal aumento repentino en el
precio de una materia prima indispensable (al menos de mo-
mento) a la economía mundial producía un trastorno gravísi-

484
XIII. U N C A P I T A L I S M O R E N O V A D O

XÍIO. El petróleo era factor insustituible en los sistemas de


transporte, cuyo papel es crucial en las tupidas redes de co-
municación de las economías desarrolladas. El alza del petró-
leo debía repercutir inmediatamente en los precios de las mer-
cancías y servicios transportados, que son casi todos en las
economías modernas. Y no es ése el único empleo importan-
te del petróleo: alimenta numerosas centrales de producción
de electricidad, cuya demanda es también m u y alta para el
transporte, para calefacción y climatización, para ilumina-
ción, como fuente de energía industrial y agraria, etcétera.
Además el petróleo es un p r o d u c t o básico de la industria pe-
troquímica, con productos finales tan importantes como los
plásticos, los fertilizantes, los insecticidas y pesticidas, los co-
lorantes, etcétera. El alza del precio del petróleo t u v o un efec-
to devastador, y no sólo para las economías avanzadas. El re-
flejo inmediato fue un fuerte aumento general de precios: las
compañías y los estados repercutieron las alzas sobre los p r o -
ductos finales, y la inflación se disparó, pasando de tasas en
torno al 5% a comienzos de los setenta a otras cercanas al
1 5 % (media de los países industriales en 1975).
Inflaciones como ésta p r o v o c a n tensión e inestabilidad.
Los agentes sociales procuran defenderse forzando aumentos
de sus ingresos, y se producen enfrentamientos con el poder
político: las medidas restrictivas que los gobiernos intentan
imponer chocan frontalmente con la pugna de los distintos
grupos por obtener alzas de precios y de salarios que les com-
pensen de la inflación. El frágil equilibrio económico se v i o
amenazado p o r las alzas repentinas de precios. Entre otras
medidas antiinflacionistas, los gobiernos hicieron lo posible
por subir los tipos de interés. A n t e las alzas de los costes que
el aumento de precios y tipos de interés provocaron, muchas
empresas suspendieron pagos o restringieron su actividad.
Los bancos se encontraron en situaciones especialmente difí-
ciles, con préstamos antiguos a bajos tipos de interés y un
fuerte encarecimiento presente del dinero, a lo que se añadía
la oleada de impagos. Muchos de ellos quebraron. En varios

485
LOS ORÍGENES DEL S I G L O X X I
I

países europeos, en particular Inglaterra y España, la crisis


bancaria fue m u y seria.
La crisis provocada por el alza de los precios del petró-
leo, c o m o consecuencia de t o d o esto, c o n t r i b u y ó a que au-
mentase el desempleo. Ello frecuentemente p r o v o c a huel-
gas, manifestaciones, desórdenes callejeros y sensación de
inseguridad. A s í ocurrió en Inglaterra en los años setenta,
en que los gobiernos laboristas se v i e r o n desbordados por
las protestas y paros organizados p o r los sindicatos, que
eran su principal base política. Pero incluso las concesiones
salariales no bastaban, porque la inflación las erosionaba
pronto, y las presiones y las huelgas continuaban. El primer
ministro británico, james Callaghan, dijo con desesperación
en 1 9 7 6 :

A n t e s p e n s á b a m o s que podía salirse de una recesión gastando


y f o m e n t a r ei e m p l e o b a j a n d o los i m p u e s t o s y s u b i e n d o el gasto pú-
b l i c o . C o n t o d a f r a n q u e z a les d i g o q u e esta o p c i ó n ya no existe, y
q u e c u a n d o e x i s t i ó , s ó l o f u n c i o n ó i n y e c t a n d o d o s i s c r e c i e n t e s d e in-
flación en la e c o n o m í a seguidas p o r niveles cada v e z más altos de
p a r o . Ésta es la historia de los últimos veinte años [citado en Fried-
man (1977)].

EL T R I U N F O DE F R I E D M A N

La consecuencia de esta situación fue un giro copernica-


no en la política inglesa. En 1978 ganó las elecciones británicas
el Partido Conservador, encabezado p o r Margaret Thatcher,
con un programa de política radicalmente antiinflacionista y
antisindical. Por razones parecidas, aunque complicadas por el
humillante episodio de la Revolución Iraní, Ronald Reagan al
frente del Partido Republicano ganaba las elecciones de Esta-
dos Unidos en 1980. Thatcher y Reagan representaban cosas
m u y parecidas en sus respectivos países, y sus programas de
gobierno, con todas las necesarias diferencias, eran muy simi-
lares. Habían recibido su mandato de una reacción de los elec-

486
XIII. U N C A P I T A L I S M O R E N O V A D O

tores contra las políticas de dinero fácil de corte keynesiano.


Las inflaciones «reptantes» de los cincuenta y los sesenta, al ir
unidas a un vigoroso crecimiento, habían resultado tolerables;
pero las inflaciones «de dos dígitos» de los setenta, unidas al
estancamiento y las altas tasas de paro, se habían convertido en
algo inaceptable en el mundo anglosajón.
Aparte de la utilización de la política monetaria contra la
inflación, de la que luego hablaremos, tanto Thatcher c o m o
Reagan siguieron una política de flexibilización de mercados
que les llevó a enfrentarse con los sindicatos, con las grandes
empresas oligopolísticas y, en el caso inglés, más que en el es-
tadounidense, a llevar a cabo una intensa campaña de desman-
telamiento del sector público empresarial y de consecuente
privatización de empresas c u y o carácter estatal se había teni-
do hasta entonces p o r sacrosanto. Para Thatcher el año deci-
sivo fue 1985, cuando consiguió derrotar la huelga organiza-
da por el sindicato minero, c u y o poder era proverbial en
Inglaterra. En favor del gobierno, todo hay que decirlo, había
varios hechos: la huelga fue convocada con fines claramente
políticos de confrontación con el gobierno, en contra de la
voluntad de la mayoría de los sindicalistas; contaba además, y
esto se supo p o r la prensa, con subvenciones del gobierno li-
bio de M"u'?mar al-Gadafi; todo esto c o n t r i b u y ó a poner la
opinión públii-a del lado del gobierno. U n a victoria similar
había logrado unos años antes Reagan al movilizar a los ex-
pertos de la fuerza aérea para sustituir a los controladores en
huelga que pretendían paralizar la red de aviación de Estados
Unidos.
' También fue m u y firme la política de Reagan en favor de
la competencia y en contra de los monopolios. Los dos episo-
dios más sonados fueron la terminación del control exclusivo
de la Bell Telephone C o m p a n y sobre la red telefónica, lo cual
abrió este mercado a la competencia de otras operadoras, y el
fraccionamiento de la propia Bell C o m p a n y en una serie de
empresas locales, siguiendo el principio que en virtud de la
Ley Sherman Antitrust de 1890 se había aplicado años atrás a

487
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

la Standard Oil y que más tarde se aplicaría a Microsoft. El


efecto de la ruptura del monopolio telefónico fue fulgurante,
porque los precios bajaron como la teoría económica haría es-
perar. La misma medicina se aplicó a las compañías aéreas: no
sólo se había r o t o el m o n o p o l i o de los controladores, sino
que se quebró el oligopolio de precios que practicaban las em-
presas, con la consecuente bajada al aumentar la concurrencia.
En Inglaterra, la política competitiva se centró en las privati-
zaciones, como la de la industria del carbón, de las telecomu-
nicaciones, del ferrocarril, del transporte aéreo, algunos ser-
vicios municipales, etc.
No estuvieron exentos de fundadas críticas algunos de
estos programas. Es m u y posible que el gobierno británico
exagerase su política de economías en el sector educativo, que
p r o v o c ó un éxodo de distinguidos profesores universitarios
hacia Estados Unidos, Canadá y Australia. La financiación
deficitaria por el gobierno Reagan del programa conocido
como la «guerra de las galaxias» (véase el cap. XI) dejó al país
con una deuda acumulada que Reagan hubiera sido el prime-
ro en denunciar si hubiera estado en la oposición. Por otra
parte, la desregulación del activo de las cajas de ahorros nor-
teamericanas sin la liberalización correlativa del pasivo permi-
tió un descontrol y un nivel de corrupción en el sector que
terminó por dar lugar a una masiva suspensión de pagos y a
un escándalo mayúsculo.
En el terreno internacional ocurrieron dos hechos más,
que contribuyeron al cambio de paradigma. En 1979, la OPEP
volvió a elevar unilateral y contundentemente los precios del
petróleo. Esta nueva subida fue en respuesta a ia inflación de
los años setenta, pero esta vez los países occidentales respon-
dieron con más firmeza. De un lado, los descubrimientos de
petróleo en el mar del N o r t e habían permitido a Europa un
cierto respiro y una cierta reducción en su dependencia con
respecto a Oriente Medio. De otro, los países adelantados te-
nían recursos técnicos y humanos para adaptar su estructura
productiva a las nuevas condiciones. Si a corto plazo las alzas

488
XIII. U N C A P I T A L I S M O R E N O V A D O

del petróleo producían el efecto de un cañonazo en la línea de


flotación de estas economías, a largo plazo los navios alcanza-
dos reparaban los boquetes y emprendían nuevos rumbos. Por
una parte, había fuentes de energía alternativas; de otro, había
métodos productivos menos intensivos en petróleo o en ener-
gía; también podía lograrse mayor eficiencia y reducir directa-
mente el consumo de energía, c o m o de hecho se hizo. Todos
estos factores se hicieron sentir en los ochenta, y el precio del
petróleo, después de mantenerse unos pocos años tras la se-
gunda subida, comenzó a descender a lo largo de esa década.
El otro hecho decisivo fue la crisis de las economías lati-
noamericanas, que se inició con la suspensión de pagos de M é -
xico en 1981. Ya hemos visto que la m a y o r parte de los países
latinoamericanos, sobre la base de teorías erróneas, decidieron
aplicar políticas «dependentistas» (véase el cap. XII), mezclan-
do keynesianismo y marxismo, tratando de aislarse del merca-
do internacional y persiguiendo industrializarse a toda costa.
Las consecuencias fueron una magnificación de los problemas
de las economías desarrolladas p o r esas mismas fechas: lo que
en Europa y Estados Unidos fueron inflaciones, en América
Latina fueron hipconflaciones; y mientras en el ámbito desa-
rrollado se iba logrando una mayor integración económica, los
países latinoamericanos se fueron cerrando en sí mismos y en-
trando en un nuevo círculo vicioso de estancamiento econó-
mico y degradación sociopolítica.
La industrialización p o r sustitución de importaciones
produjo unas industrias ineficientes, orientadas exclusivamen-
te al mercado interior, con niveles m u y bajos de calidad y m u y
altos de precios. A pesar de su dudosa viabilidad económica,
estos nuevos sectores industriales p r o n t o se convirtieron en
fuentes m u y considerables de poder político. Caso paradigmá-
tico es el argentino, donde los sectores sindicales, especialmen-
te los bonaerenses, dieron el poder a Perón en 1 9 4 6 y desde
entonces se constituyeron en una potentísima fuerza política.
Algo parecido ocurría en México, donde la Confederación de
Trabajadores Mexicanos (CTM), capitaneada vitaliciamente

489
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

por el provecto sindicalista Fidel Velázquez, era una de las ba-


ses de poder del omnipresente e incombustible PRI. La indus-
tria mexicana, atrincherada tras aranceles muy altos, era el clá-
sico sector nacido para la sustitución de importaciones, bajo
en calidad y alto en precios. A u n q u e México se benefició del
alza del petróleo, la política casi autárquica del PRI condujo a
una situación m u y difícil de sostener: la inflación mexicana,
aunque no desbocada, era mucho más alta que la de Estados
Unidos. C o n un peso sobrevaluado y un nivel de precios y sa-
larios relativamente altos, México no exportaba más que pe-
tróleo e importaba todo lo demás: se había llegado a la parado-
ja de que el país del maíz y los frijoles por excelencia importara
ambos productos de su vecino del norte.
En esta situación los mexicanos avispados compraban
dólares, c u y o valor adquisitivo era mucho m a y o r que el del
peso. Los mexicanos que podían permitírselo (entre ellos la
esposa del presidente) pasaban sus vacaciones en Estados
U n i d o s , y ahorraban dinero, p o r q u e allí todo estaba mucho
más barato. A h o r r a b a n dinero suyo, pero contribuían a la
sangría de divisas que la sobrevaluación del peso estaba pro-
duciendo. El presidente desde 1 9 7 6 , José L ó p e z Portillo,
mantenía la situación con medidas demagógicas y apelaciones
al nacionalismo. Así, p o r ejemplo, se negó a permitir que vi-
nieran técnicos estadounidenses a cegar el p o z o petrolífero
Iztoc, que, debido a una negligencia, comenzó a verter tone-
ladas de crudo en el golfo de México. La situación duró varios
meses, con frecuentes desfiles y manifestaciones patrióticas,
hasta que, después de haber destruido la fauna marina en mu-
chos kilómetros a la redonda, hubo que acabar llamando a un
legendario especialista tejano (Red Adair), que cegó el pozo
en un par de días. L ó p e z Portillo coronó su ejecutoria nacio-
nalizando la banca so pretexto de evitar la evasión de capita-
les. Quizá hubiera debido empezar p o r nacionalizar a su pro-
pia familia. C o m o a m e n u d o ocurre, el remedio fue peor que
la enfermedad y a las pocas semanas México tuvo que suspen-
der pagos en la cuantiosa deuda que tenía contraída en Esta-

490
XIII. UN CAPITALISMO RENOVADO

dos Unidos y Europa. El caso fue especialmente perjudicial


para España, donde la suspensión mexicana agravó la seria
crisis bancaria que se venía sufriendo desde 1978.
En Estados Unidos también t u v o hondas repercusiones
bancarias la crisis mexicana, aunque el tamaño relativo de am-
bas economías impidió que la situación en el país anglosajón
fuera de gran alcance. Lo que sí fue alarmante fue que la crisis
se extendiera al resto de América Latina: fue el llamado «efec-
to tequila». La transmisión era natural, porque los problemas
en los demás países eran parecidos a los de México y, una vez
que se dio la v o z de alarma sobre el continente, los acreedores
quisieron desprenderse de sus activos en esos países. La crisis
en Argentina tuvo consecuencias políticas. La dictadura mili-
tar colectiva en ese país, encabezada en aquel momento por el
general Galtieri, tomó la irresponsable decisión de apelar tam-
bién al nacionalismo, y en 1 9 8 2 invadió las islas Malvinas (o
Falkland), colonia inglesa en el Atlántico austral largamente
reclamada p o r Argentina. La señora Thatcher, con la ayuda de
Estados Unidos, procedió a la reconquista de las lejanas islas,
ganándose el apodo de «dama de hierro». La dictadura militar
argentina se derrumbó tras la derrota y dejó un legado poco
envidiable a su sucesor democrático, el presidente radical Raúl
Alfonsín. En conjunto, la década de los ochenta fue desastro-
sa para las economías latinoamericanas, pero el desastre tuvo
su lado positivo: el abandono de las políticas «dependentistas»
y ia vueka a esquemas económicos de apertura y libera liza-
ción. Sin embargo, en estos países las recetas liberales no bas-
tan. Se necesitan serias reformas estructurales. La reforma más
importante es la del Estado: el sector público acostumbra a es-
tar sobredimcnsionado, tener m u y baja productividad, pagar
bajos sueldos, tener altos niveles de corrupción y ser deficita-
rio. C o n esta maquinaria estatal es difícil que la simple libera-
lización y la privatización de empresas sean suficientes para
enderezar la economía. Se necesitan mayores y mejores nive-
les de escolarización, construcción de capital social fijo y equi-
librio presupuestario, ya que si la ineficaz maquinaria de re-

491
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

caudación impositiva no allega los suficientes recursos, o bien


las políticas de inversión en las necesarias infraestructuras no
podrán llevarse a cabo, o bien se corre el riesgo de que sean fi-
nanciadas inflacionariamente y de volver a empezar el círculo
vicioso.
Este diagnóstico pesimista se ha confirmado reciente-
mente con la crisis argentina de 2002, las repetidas crisis de
Ecuador desde 1999, la elección de un militar populista y gol-
pista en Venezuela, la inestabilidad crónica de Bolivia, el «au-
togolpe» de A l b e r t o Fujimori en Perú y su posterior caída,
etcétera. En particular es instructivo el caso de Argentina que,
después de diez años de ortodoxia monetaria, suspendió pa-
gos en circunstancias escandalosas que dieron lugar a una se-
rie vertiginosa de cambios de gobierno, a un desplome del
peso y, lo que es peor, del nivel de vida popular. El triste epi-
sodio trasluce los peligros de practicar una política monetaria
ortodoxa sin sanear las cuentas del Estado y sin llevar a cabo
reformas básicas en la administración.
En el mundo más desarrollado también se aprendieron
las lecciones y se sacaron las enseñanzas de la crisis de los se-
tenta. El terreno intelectual que Friedman y su escuela habían
abonado daba ahora sus frutos. Había que responder imagina-
tivamente a un nuevo problema, una disyuntiva inédita: por
un lado, se había llegado a un sistema monetario internacional
de patrón fiduciario y monedas flotantes; por otro, los niveles
de inflación resultantes se consideraban inaceptables. La vuel-
ta a Bretton Woods eran impensable, y aún más lo era la vuel-
ta al patrón oro. A u n q u e se había abusado de la política key-
nesiana, el sistema socialdemocrático de Estado de Bienestar y
sufragio universal que se había alcanzado tras la G r a n Guerra
y que se había ido extendiendo y consolidando tras la II Gue-
rra Mundial no podía ser desmantelado. En un régimen demo-
crático no sería posible una vuelta atrás en la gran revolución
del siglo X X . Ningún jefe de gobierno elegido que quisiera vol-
ver a serlo se atrevería a atacar «los logros sociales», las piezas
básicas del sistema de seguridad social.

492
XIII. UN CAPITALISMO RENOVADO

Muchos se han preguntado si la vuelta al modelo clásico


no conllevaría el fin del Estado de Bienestar, si no habría aquí
una disyuntiva que nos obligaría a elegir entre Estado de Bie-
nestar con inflación o estabilidad de precios sin Estado de
Bienestar. La respuesta de Friedman es negativa. Se puede te-
ner ambas cosas. El bienestar sin inflación es posible; p e r o
para ello hay que emprender una política económica sensata
y cuidadosa. Se trata de llevar a cabo la estabilización sin que
tiemble el pulso p o r un aumento del paro, p o r q u e éste será
temporal: una vez que la economía se habitúe a vivir sin infla-
ción, y los aumentos salariales se ajusten a los aumentos de
productividad, la economía recuperará su nivel de actividad y
el desempleo se reabsorberá. Si el Estado de Bienestar parece
muy caro y provoca déficit, no es necesario desmantelarlo;
basta con recortarlo un poco y perseguir el fraude para ami-
norar sus aspectos más inf!acionista«. A ello contribuirá, p o r
supuesto, la reducción del sector público p o r medio de las
privatizaciones, y la flexibilización de los mercados reducien-
do el poder de monopolios y sindicatos.
A h o r a bien ¿quién le pone el cascabel al gato inflacionis-
ta? El problema está en que, en momentos de apuro, los polí-
ticos se ven demasiado tentados a crear dinero para salir del
atolladero, como describía Callaghan en la cita anterior. La
respuesta es clara: esto había que dejarlo en manos de exper-
tos no políticos. Clemenceau, el político civil vencedor en
1 9 1 8 , decía que la guerra era demasiado importante para de-
jársela a los generales. Podríamos decir nosotros que la polí-
tica monetaria es demasiado importante para dejársela a los
políticos. C o m o dijo Larry Surnmers, secretario del Tesoro en
la administración Clinton y h o y presidente de Harvard: «La
política monetaria es el destino. De ella dependen las perspec-
tivas de paz y prosperidad para el resto del este siglo [ x x ] y
más allá». Q u é lejos ha quedado la displicencia de los keyne-
sianos hacia la política monetaria. Los candidatos naturales a
llevar las riendas de esta política eran los bancos centrales, que
ya estaban designados para ello, aunque sus estatutos acos-

493
LOS ORÍGENES DEL S I G L O X X I

tumbraban a subordinarlos excesivamente a los ministros de


Hacienda. En tiempos keynesianos, cuando se consideraba al
dinero como un servidor de la política económica, esto era na-
tural. Entonces se entendía que el gasto público era demasia-
do importante para someterlo, siquiera fuera parcialmente, al
control de los bancos centrales.
La experiencia de los setenta cambió la perspectiva: aho-
ra se trataba de frenar el gasto. Lo que se necesitaba era inde-
pendizar a los bancos centrales de la tutela de los políticos y
encomendarles la política monetaria con objetivos estabiliza-
dores. Se desempolvaron estadísticas que mostraban que en
los países donde más independientes eran los bancos centra-
les, menores eran las tasas de inflación [Woodall (1999)]. Se
comenzó a modificar los estatutos de los bancos centrales para
hacerlos independientes o autónomos, dando a los goberna-
dores largos mandatos para hacerlos inasequibles a las presio-
nes de los gobiernos. Como dice Woodall, igual que Ulises se
ató al mástil de su barco para no sucumbir al canto de las sire-
nas, los políticos se ataron las manos para no sucumbir a la
tentación monetaria. U n o a uno los países fueron adoptando
este método, que dio un resultado excelente. En España, don-
de la liberalización bancaria coincidió con la liberalización de
la economía y la política tras el fin de la dictadura de Franco
en 1V75 (la transición bancaria en realidad había comenzado
antes de morir Franco), el Banco de España fue adquiriendo
mayor independencia en los años setenta y ochenta, pero la
ley que le otorgó autonomía firmal es de 1994.
Los resultados de la reforma liberal han sido espectacu-
lares. La inflación ha caído en todo el mundo de manera radi-
cal y, como había predicho Friedman, una vez que los merca-
dos se habituaron a la estabilidad de precios, las tasas de paro
también descendieron; con pequeños retoques en el Estado de
Bienestar, en especial con un mayor control en los métodos de
asignación de las prestaciones del seguro de desempleo, no ha
bajado sólo el desempleo, sino también los déficits presupues-
tarios.

494
XIII. UN CAPITALISMO R E N O V A D O

LA U N I F I C A C I Ó N M O N E T A R I A D E E U R O P A

La devaluación del dólar en 1971 fue un duro golpe para


los países europeos, en especial porque N i x o n ni siquiera les
consultó al tomar una decisión tan drástica y que tanto les
afectaba. A n t e tal bofetada los europeos decidieron unirse
más y aminorar sus nexos con el gigante americano. Nada tie-
ne de extraño que fuera dos años después del llamado Nixon
shock cuando G r a n Bretaña, Irlanda y Dinamarca, habiendo
decidido dejar la equidistancia y solicitado el ingreso, se con-
virtieran en miembros de la CEE. Lo mismo ocurrió en el te-
rreno monetario. Los europeos decidieron cortar amarras
(gradualmente) con el dólar, que tan poco de fiar había resul-
tado, y crear ellos su propia moneda.
Además de un cierto resentimiento ante la soberbia esta-
dounidense, los europeos también percibieron pronto los in-
convenientes del sistema de flotación libre de las monedas,
que introducía un grado de incertidumbre en las relaciones
económicas internacionales que llegaba a constituir una grave
barrera al intercambio. Se intentó una serie de remedios al
problema, como las llamadas «flotaciones sucias», fea y p i n -
toresca expresión con la que se describía el proceso p o r el cual
las autoridades monetarias se esforzaban p o r mantener fija la
pandad de sus monedas; pero en caso de desequilibrio claro y
persistente dejaban flotar la cotización hasta que encontrase
sü nueva equivalencia; una v e z hallada ésta, la autoridad m o -
netaria se comprometía de nuevo con la nueva paridad fija
mientras las desviaciones reales no salieran de un determina-
do entorno. Pero pronto se echó de ver que, mejor que las flo-
taciones sucias, el siguiente paso hacia la unión de las econo-
mías europeas, ya bastante homogéneas, y cuya convergencia
parecía m u y probable, era el encaminarse hacia la unión m o -
netaria. Parecían darse las condiciones de un «área monetaria
óptima» postuladas por Robert Mundell [(1961)].
Se produjo por entonces el «Informe Werner», que pre-
veía la creación de una supermoneda europea. Había que p r o -

495
LOS ORÍGENES DEL S I G L O X X I

ceder gradualmente. Se comenzó en 1972 con un sistema de pa-


ridades fijas entre las monedas de los países de la CEE, toman-
do el marco alemán como moneda de referencia. A este sistema
se le llamó «la serpiente en el túnel», porque los tipos de cam-
bio podían oscilar en un entorno del cambio central. Ese entor-
no era el túnel dentro del que, a lo largo del tiempo, se movía la
serpiente monetaria, es decir, donde oscilaban las cotizaciones
de las otras monedas. El túnel se estrechó al crearse el llamado
Sistema Monetario Europeo (SME) en 1978, que se vio refor-
zado al adoptar el gobierno francés presidido por Francois
Mitterrand una política de estabilidad monetaria tras unos pri-
meros años (fue elegido en 1 9 8 1 ) de activismo monetario que
produjo un rebrote inflacionista. Para que el túnel se estrecha-
ra, es decir, para que las cotizaciones de las monedas se movie-
ran cada vez más al unísono se necesitaba una estrecha coordi-
nación de los bancos centrales y empezó a entreverse en la
lejanía la creación de una moneda única (se dudaba entre lla-
marla ecu y llamarla euro), lo cual conllevaría la fundación de
un solo banco central.
Este p r o p ó s i t o se reflejó en el «informe Delors» de
1 9 8 9 , que preveía ya la creación de la divisa europea, que se
decidió que llevara el poco original n o m b r e de euro, la pro-
gresiva coordinación de políticas monetarias, y, por último,
la creación del Banco Central Europeo (BCE). Poco después
( 1 9 9 1 ) se firmó el llamado Tratado de Maastncht o de la
U n i ó n Europea. Ominosamente, nueve meses después de
la firma del tratado tuvo lugar la crisis del sistema europeo
de cambios, en parte relacionada con los problemas de la uni-
ficación de Alemania y, p o r o t r o lado, con la escasa coordi-
nación de políticas p o r parte de los países miembros, que
daba como resultado el que los tipos de cambio fijos adopta-
dos pocos años antes (España se había incorporado al SME
en 1 9 8 9 , el Reino U n i d o en 1991 y Portugal en 1992) fueran
poco realistas o p o c o ajustados a las paridades de poder ad-
quisitivo. Consecuencia de la crisis fue la salida del sistema
de la libra y la lira (ésta se reincorporó p o c o después) y la

496
XIII. UN CAPITALISMO RENOVADO

adopción de una serie de medidas de emergencia, como la


ampliación de las bandas de fluctuación. El proceso de inte-
gración monetaria procedió, sin embargo, con la adopción
del euro c o m o unidad de cuenta en 1 9 9 9 y con el estableci-
miento del Banco Central E u r o p e o c o m o máxima autoridad
monetaria en el «área euro».
En la actualidad, p o r tanto, hay tres grandes monedas de
referencia en el m u n d o . El dólar, que sigue siendo la más im-
portante, porque domina no sólo en el continente americano,
sino en gran parte del Tercer M u n d o ; con el dólar rivaliza h o y
el euro, la moneda europea que, después de un largo periodo
preparatorio, comenzó a circular materialmente en 2002 sus-
tituyendo a las monedas de los países miembro de la UE (con
la excepción del Reino U n i d o y Suecia). La transición se lle-
vó a cabo con notable facilidad. Entre 1 9 9 9 y 2 0 0 2 el euro ha-
bía sido sólo moneda de cuenta, no real, y su cotización había
caído considerablemente. Sin embargo, al adquirir entidad
corpórea, disipadas las dudas sobre su viabilidad y superados
los problemas de su introducción, el euro recuperó su cotiza-
ción, que desde entonces ha v e n i d o oscilando en t o r n o a su
equivalencia oficial de 1,25 dólares. No cabe duda de que la
moneda tínica está siendo un importante factor de unificación
• del mercado europeo; su introducción, sin embargo, no está
exenta de problemas, p o r cnanto la moneda única lleva consi-
go la política monetaria única. La convergencia y homogenei-
zación de las economías europeas aproxima la región al m o -
delo de las «áreas monetarias óptimas», p e r o las disparidades
Subsisten y la política monetaria de una sola talla a algunos
países les viene grande y a otros les aprieta. El euro no circu-
la aún materialmente en los diez países recién incorporados,
pero no cabe duda de que la nueva moneda ha sustituido al
dólar en Europa y áreas circundantes. La tercera gran m o n e -
da es el yen, que extiende su área de influencia p o r Asia
©riental. Otra moneda importante que, p o r el momento, tras
salirse del Sistema Europeo, mantiene su independencia, es la
áubra esterlina.

497
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

M A Ñ A N A EL CAPITALISMO

A los ideólogos de la «pequeña revolución francesa» de


1968 se les llamó algo pomposamente «los nuevos filósofos».
Eran unos críticos implacables del capitalismo y del estatus
quo, simpatizantes con el C h e Guevara y el revolucionarismo
tercermundista. Su pequeña revolución de jóvenes obreros y
estudiantes logró exactamente lo contrario de lo que se pro-
ponía. Asustados ante tal retórica, los franceses votaron en fa-
v o r del gaullismo en proporciones mayores que nunca. De-
sengañados, los «nuevos filósofos» sacaron conclusiones,
revisaron sus convicciones y al cabo de unos pocos años esta-
ban entonando el mea culpa, haciendo autocrítica racional, y
proclamando que lo que Europa necesitaba era no menos,
sino más capitalismo; el libro de u n o de ellos se titulaba De-
main le capitalisme. Era toda una profecía.
No es sólo que en los decenios siguientes los partidos
comunistas fueran adelgazando hasta desaparecer en Europa
Occidental, y que los partidos socialistas abandonaran los
vestigios de radicalismo y se proclamaran abiertamente so-
cialdemócratas, aceptando plenamente los logros del progra-
ma reformista de la gran revolución del siglo XX; ni que la opi-
nión mayoritaria en Europa Occidental olvidase las ~nte«
prestigiosas planificaciones —flexibles o rígidas- y aceptase
como algo natural los privatizadores. Es que el te-
rrible bastión del comunismo eurooriental se vino abajo con
estruendo en el verano de 1 9 8 9 en toda la Europa del Este, y
en Rusia, la madre de la criatura, en diciembre de 1991. ¿Y
qué quedó en lugar del comunismo? De nuevo el capitalismo.
La voluntad de transición al capitalismo y a la democra-
cia fue casi unánime en los europeos ex comunistas. Las ex-
cepciones dubitativas estuvieron precisamente en los países
más atrasados: Rumania, Yugoslavia, Ucrania, Bielorrusia y
algunas otras repúblicas ex soviéticas. La transición se llevó a
cabo más fácilmente precisamente en aquellos países que ma-
y o r hostilidad habían mostrado al comunismo durante las dé-

498
XIII. UN CAPITALISMO RENOVADO

cadas en que fueron obligados a ser «democracias populares»


y, por tanto, que más decisivamente contribuyeron a su final:
Polonia, Hungría, Checoslovaquia y Alemania Oriental, a las
que habría que añadir las tres repúblicas bálticas.
La transición alemana fue diferente p o r la sencilla razón
de que la vocación de la República «Democrática» Alemana
era desaparecer, es decir, unirse a Alemania Occidental adop-
tando prácticamente las estructuras e instituciones de ésta, es
decir, siendo absorbida. A s í fue como se hizo con asombrosa
rapidez y facilidad, pese a que, arrastrado p o r la euforia de la
reunión, el gobierno alemán trató de llevarla a cabo casi de un
plumazo, ignorando muchos de los problemas económicos
que planteaba la fusión de dos economías tan dispares. Quizá
el mayor error fuese el monetario, al establecerse la equiva-
lencia de los marcos de una y otra Alemania, cuando el occi-
dental tenía un valor cerca de cinco veces m a y o r que el orien-
tal. Esta irreflexión, agravada p o r la negativa a adoptar un
periodo transitorio, p r o v o c ó un colapso de la economía
oriental, repentinamente sobrevaluada en todas sus produc-
ciones y en su mercado de trabajo. La población oriental era
casi una cuarta parte de la occidental, de m o d o que sus p r o -
blemas habían de pesar sobre el resto de la economía alema-
na, por fuerte que ésta fuera. La necesidad de subvencionar
los problemas de la transición puso al gigante alemán en una
situación difícil de aumento del paro y de un cierto rebrote
inflacionista que entre otras cosas, como vimos, afectó al Sis-
tema Monetario Europeo. El otro gran problema económico
(los problemas políticos fueron a la vez más graves, p o r lo que
implicaba la supresión de un Estado, el descubrimiento de los
archivos de la policía secreta oriental, y la siempre difícil cues-
tión del examen de pasados crímenes, y más sencillos p o r el
hecho de que no afectaron directamente a la mayoría de la p o -
blación) era la privatización, y en muchos casos, restitución,
de los bienes y empresas públicas del Estado comunista. En
esta cuestión Alemania t u v o una gran ventaja sobre las otras
ex democracias populares, que fue el contar con el Estado ale-

499
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

man ya constituido y propietario de una de las administracio-


nes públicas más eficientes del mundo. La solución dada al
problema de la transición de la propiedad fue la creación de la
llamada Treuhandanstalt, compañía semipública encargada de
llevar a cabo las privatizaciones. Es interesante señalar que la
Treuhandanstalt fue creada p o r la República Alemana Orien-
tal en uno de sus últimos actos, aunque la idea había.nacido en
ambas Alemanias de manera más o menos simultánea [Fis-
cher, Flax, y Schneider (1996), pp. 16-31]. En total, pese a los
indudables problemas y a algunos escándalos (al privatizar
compañías que no se han cotizado en el mercado es m u y fácil
que se produzcan enriquecimientos m u y rápidos), la ejecuto-
ria de esta compañía fue excelente.
En toda la Europa Oriental al norte de los Balcanes las
cosas se hicieron de manera parecida p o r los nuevos estados
democráticos que sustituyeron con sorprendente rapidez y
facilidad a los comunistas. Si ya el llevar a cabo un programa
de privatizaciones en un país capitalista entraña grandes difi-
cultades, p o r lo complicado que resulta evaluar las empresas
y encontrar compradores que puedan adquirirla y que ofrez-
can garantías de honradez y competencia, imagínese lo que
implica hacer esto con sectores enteros que en casi todos los
países representaban la m a y o r parte de la economía, en socie-
dades que carecían de mercado de capitales que permitiera
aproximar el valor de los activos y agilizar su venta, donde no
había experiencia de libertad económica, ni núcleos financie-
ros capaces de llevar a cabo estas operaciones con solvencia.
No es de extrañar que los programas privatizadores en la Eu-
ropa Oriental estuvieran erizados de dificultades. Lo asom-
broso es que se llevaran a cabo con relativa rapidez y eficien-
cia, aunque, desde luego, dieran lugar a serios escándalos.
Quizá el más notorio haya sido el de la República Checa,
donde las irregularidades en la privatización terminaron por
hacer caer al gobierno cristianodemócrata y desprestigiar a su
carismático primer ministro Václav Klaus que, sin embargo,
se rehizo y fue elegido presidente en 2 0 0 3 . El sistema más co-

500
XIII. U N C A P I T A L I S M O R E N O V A D O

mún de reparto consistió en distribuir «bonos» de privatiza-


ción entre la población y los empleados de las empresas a pri-
yatizar con arreglo a ciertos criterios de equidad y eficiencia.
Estos bonos podían venderse o canjearse p o r acciones de las
empresas privatizadas. C o n este método se perseguía una
cierta democratización de la propiedad y la familiarización de
la población con los procesos de mercado, objetivos ambos
que en gran parte se lograron. En Europa sí está claro que está
teniendo lugar un proceso de convergencia de la región orien-
tal septentrional hacia el modelo socialdemócrata.
En la zona balcánica las cosas fueron m u c h o más c o m -
plicadas y cruentas. En Rumania el tiránico matrimonio
Ceausescu, que había monopolizado el poder p o r décadas y
planeaba crear una dinastía comunista (algo no desconocido
en el m u n d o del «socialismo real»), amén de haber cometido
un sinnúmero de atrocidades, fue depuesto y fusilado de ma-
nera s u m a r i a e ilegal; los Ceausescu fueron sustituidos p o r
una serie de regímenes p o c o democráticos, y la transición se
ha realizado de modo poco claro y con fuertes dosis de corrup-
ción. En Yugoslavia, un matrimonio parecido a los Ceausescu,
los Milosevic, no sólo evitaron la muerte violenta, sino que
organizaron una serie de guerras civiles para detener el des-
membramiento de un Estado bastante artificial y con serios
problemas de micronacionalidades. En realidad, ellos eran
causa importante de los conflictos nacionalistas, ya que su
dictadura era uno de ios rasgos más repugnantes del Estado
serbio-yugoslavo. Eslovenia logró la independencia de mane-
ra casi pacífica, pero Croacia, Bosnia-Herzegovina y K o s o v o
han sido escenario de terribles guerras fratricidas p o r proble-
mas étnicos y políticos. La economía de la ex Yugoslavia que-
dó reducida a escombros como consecuencia de las guerras.
iSólo Eslovenia ha llevado a cabo una transición al capitalismo
comparable a la de los estados al norte de los Balcanes y ha in-
gresado en la UE en 2 0 0 4 . La situación de Albania, el estado
más pobre de la zona, es también de caos y miseria. Bulgaria
tuvo una transición más fácil. La zona balcánica presenta en-

501
LOS ORÍGENES DEL S I G L O X X I

2 0 0 5 una tendencia hacia la pacificación, sobre todo después


de la deposición y encarcelamiento de Slobodan Milosevic.
La tendencia centrípeta también se hizo sentir, aunque
sin violencia, en Checoslovaquia, con la escisión de la provin-
cia más atrasada, Eslovaquia, aunque la que más había crecido
en el periodo comunista. A pesar de que los peores excesos
de la demagogia nacionalista del líder secesionista, Vladimir
Meciar, han desaparecido tras su reciente derrota electoral, es
poco probable que tenga lugar una reunificación. En cual-
quier caso, las economía* de ambas mitades de la antigua Che-
coslovaquia, como las de Polonia y Hungría, tras cortos años
de crecimiento negativo, debido a los traumas de la transición,
se han recuperado, crecen vigorosamente, y se benefician de
su reciente acceso a la UE.
La transición al capitalismo de Rusia ha sido mucho más
difícil. El comunismo llevaba allí establecido desde hacía tres
generaciones, después de hacer tabla rasa con las instituciones
capitalistas, incluida la propiedad de la tierra. En la Rusia za-
rista p o r otra parte, y a diferencia de Polonia y, especialmen-
te, de Hungría y Checoslovaquia, el capitalismo nunca estu-
vo m u y desarrollado, ni por largo tiempo. Las instituciones
feudales y colectivistas en la agricultura rusa, p o r ejemplo,
fueron abolidas solamente siete años antes de comenzar la
I Guerra Mundial. El peso de la historia dificultó grandemen-
te la transición rusa a partir de 1 9 9 1 . Fl caos político que su-
cedió al Estado comunista, la incompetencia y faita de clari-
dad de ideas en ios hombres que controlaron el Estado tras la
disolución de la U n i ó n Soviética, tuvieron consecuencias fu-
nestas para la población, que, a través de las elecciones y de
los medios de comunicación, dio también muestras de una
notable desorientación.
La privatización de empresas se llevó a cabo de manera
sincopada y asistemática, y contó con poco respaldo popular.
Los políticos que se manifestaban como partidarios y realiza-
dores de esta política se encontraron repetidamente desauto-
rizados en las urnas. La consecuencia fue una rebatiña caóti-

502
XIII. UN CAPITALISMO RENOVADO

ca, en que se salieron con la suya, en su mayor parte, los anti-


guos jerarcas que, como vimos en el capítulo X I , eran parti-
darios de liquidar el Estado soviético para llevar a cabo su de-
signio de privatizar en beneficio propio. Nació así el grupo de
los bien llamados «oligarcas» (usando o t r o término platóni-
co, m u y apropiado en lengua castellana, podríamos aún me-
jor llamarlos «timócratas»), fabulosos millonarios enriqueci-
dos p o r la adquisición a precio de saldo de gigantescas
empresas, desde el monopolio de gas hasta bancos, periódicos
y cadenas de televisión. El poder de estos oligarcas les ha dado
acceso a los más recónditos entresijos del poder y les ha per-
mitido multiplicar su influencia y su riqueza al lograr emple-
ar los resortes del Estado en favor propio; todo esto sin pagar
impuestos, naturalmente. La evasión de sus obligaciones fis-
cales p o r los ricos y el consecuente descomunal déficit presu-
puestario han sido otro de los azotes de la economía capitalis-
ta rusa.
La desorganización, la falta de visión y el poder de fun-
cionarios y camarillas corruptas impidieron que Kusia pre-
sentara a los países occidentales un plan coherente y fiable de
transición, reforma, y desarrollo que hubiera permitido la fi-
nanciación ordenada del periodo de transición [Soros (2000)].
Al no tener lugar este proceso racional (agravada la irraciona-
lidad p o r las guerras civiles locales en Aimenia-Azerbaiján,
Osetia-Ingusheiiü y Lmechenia-Daguestán, con sus secuelas
de terrorismo y disensión), la ayuda que los países desarrolla-
dos han prestado a Rusia, con ser cuantiosa, ha rendido pocos
resultados. Esta evidencia, junto con las legendarias ineficien-
cia y corrupción burocráticas y la impunidad con que operan
las mafias y otras organizaciones criminales, ha ido retrayen-
do a los posibles prestamistas, tanto públicos como privados.
El desorden económico se ha reflejado en inflaciones y sus-
pensiones de pagos presupuestarias, hundimiento del rublo y
descrédito exterior del país. Es de esperar que la situación me-
jore en el futuro, aunque es imposible imaginar p o r qué me-
dios pueda tener lugar esta mejora. Es de señalar que Rusia,

503
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

junto con Ucrania, cuya historia reciente se le parece mucho,


es de los países cuya renta por habitante, que ya era más baja
que la de los países de la Europa Oriental septentrional, ha
caído sustancialmente en los diez años transcurridos desde el
fin del comunismo. Lo mismo puede decirse de la esperanza
de vida: la de Rusia es la más baja de Europa, y sigue bajando.
También es de señalar que, aunque Rusia hubiera tenido va-
rias décadas de vigoroso crecimiento en el periodo que prece-
dió a la I Guerra Mundial, no se ha dado en su historia un solo
quinquenio de crecimiento económico en un marco democrá-
tico. Es de desear fervientemente que lo logre en un futuro no
muy lejano.
A Boris Yeltsin le sucedió Vladimir Putin en 2000 como
presidente de la República Rusa. Si bien menos caótico que el
de su antecesor, el gobierno de Putin muestra tendencias alar-
mantes de populismo y autoritarismo. El nuevo presidente se
ha esforzado p o r aumentar su poder enfrentándose a los oli-
garcas, monopolizando los medios de comunicación, apoyán-
dose en los medios más belicosos del ejército y manteniendo
v i v o el brutal conflicto de Chechenia. El tratamiento que el
gobierno de Rusia está dando a sus «oligarcas» es siniestro,
más p o r lo arbitrario que p o r lo injusto, ya que si ellos se en-
riquecieron espectacularmente con métodos más que discuti-
bles, lo mismo hicieron, con la connivencia del Estado ruso,
decenas de otros millonarios a los que la policía rusa deja en
paz. La diferencia está en que los oligarcas perseguidos tenían
ambiciones políticas. La inseguridad jurídica es m u y general
en la vida rusa, de la que la extorsión, el gangsterismo y la co-
rrupción de los funcionarios forman una parte m u y impor-
tante. No parece que el gobierno tenga un interés especial en
erradicar esta plaga; algunos de sus aspectos, como el acoso
policial y judicial a los «oligarcas», tienen más a p o y o que
oposición popular. Sin embargo, esta inseguridad jurídica sis-
temática, en especial en lo que respecta a los derechos de pro-
piedad, junto con la estolidez de los ciudadanos, a quienes la
democracia no parece interesarles, según demuestran elección

504
XIII. UN CAPITALISMO RENOVADO

tras elección, puede convertirse en el más grave obstáculo al


futuro desarrollo económico. Y ello no tanto porque desani-
me la inversión extranjera, cosa que sin duda ya hace en gran
medida, sino p o r q u e deprima la inversión interna. Es de te-
mer que, ante la inseguridad reinante, los ahorradores prefie-
ran atesorar su dinero o exportarlo a invertirlo en la economía
doméstica, y que los empresarios se retraigan frente a la ame-
naza y la incertidumbre. Todo esto, en gran escala, puede ser
un fuerte freno al crecimiento.

505
XIV
¿UN SOMBRÍO SIGLO XXI?

Este libro ha tenido como tema central el mostrar cómo


la humanidad ha llegado a la situación en que se encuentra en
los comienzos del siglo XXI. Es una situación en muchos as-
pectos privilegiada. El h o m b r e de h o y tiene condiciones de
vida incomparablemente superiores a las de sus predeceso-
res, y esas condiciones han ido m e j o r a n d o de manera tangi-
ble de generación en generación durante los dos últimos
siglos. Pero también hay motivos de preocupación; precisa-
mente el hecho de que el h o m b r e haya resuelto tantos p r o -
blemas y haya sido capaz de adaptar los elementos naturales
a sus fines ha puesto en marcha mecanismos que pueden
producir efectos contraproducentes. Quizá, c o m o el apren-
diz de brujo, hemos desencadenado fuerzas que en un prin-
cipio resultaban beneficiosas p e r o que a la larga pueden vol-
verse contra nosotros.

Los ÉXITOS

El crecimiento económico de los siglos XIX y XX ha sido


un fenómeno sin precedentes en sus dimensiones. Lo que ha
ocurrido en ese periodo es algo totalmente nuevo en la Histo-
ria. Según las estimaciones de Maddison [(2001), p. 2 6 5 ] , en
las que hemos hecho tinas sencillas interpolaciones, la renta
por habitante mundial se habría multiplicado p o r 8,9 entre
1800 y 2 0 0 0 . Esta cifra media se descompondría entre un d o -
blarse de la renta en el siglo XIX y un multiplicarse p o r 4,5 en
el XX. Ello implica un crecimiento medio anual de un 0 , 7 % en
el siglo XIX y de un 1 , 5 % en el XX. Si estas cifras no nos im-
presionan mucho, acostumbrados como estamos a las tasas de

507
L O S ORÍGENES DEL S I G L O X X I

crecimiento de la segunda mitad del siglo X X , comparemos


con lo ocurrido en periodos anteriores. Según las mismas es-
timaciones de Maddison, la renta por habitante mundial no
creció absolutamente nada durante el primer milenio de nues-
tra era (es decir, desde el año 1 hasta el año 1 0 0 0 la tasa de cre-
cimiento de la renta p o r habitante fue del 0 , 0 % ) . El único
progreso visible en ese lapso es que la población creció un
poco, pasando de 231 a 268 millones. Pero el nivel de vida me-
dio no cambió de los tiempos de Augusto a los de Almanzor
y sancho el M a y o r de Navarra. Las cosas cambiaron un poco
a partir de entonces: la tasa de crecimiento pasó a ser del
0 , 0 5 % desde el año 1 0 0 0 hasta 1800. Comparadas con estas
cifras preindustriales, las postindustriales cobran ya un mayor
relieve. La discontinuidad es clara a partir de esta última
fecha.
H a y que insistir en que estamos hablando de cifras por
habitante. Teniendo en cuanta que el número de habitantes del
planeta también ha ido aumentando a tasas cada vez mayores,
ei crecimiento p o r cabeza adquiere mayor significado. Si,
como vimos, en el primer milenio la población apenas creció
en unos 37 millones, en el segundo milenio lo hizo en nada
menos que 5.787 millones, pasando de 268 a 6.055 millones.
En otros términos, si en el primer milenio la población mun-
dial se multiplicó p o r 1,17, en el segundo se multiplicó por
22,59. Y a pesar de ese enorme crecimiento, los niveles de vida
mejoraron muy notablemente. Pero no es sólo que se alcanza-
ran mayores niveles de vida materiales; el bien más preciado es
la vida misma y ésta también ha experimentado un aumento
espectacular: esta vida de mayor calidad se obtiene también en
mayor cantidad. Tanto en la Antigüedad como en la Edad Me-
dia un niño al nacer podía esperar vivir una media de unos
veinticinco años; p o r supuesto, muchos morían al nacer o en
la infancia. U n o s pocos llegaban a los setenta; la media era un
cuarto de siglo. En 1820 el europeo medio había ganado un de-
cenio largo: su esperanza de vida al nacer era de unos treinta y
seis años. En 1 9 0 0 había ganado otro decenio; podía esperar

508
XIV. ¿UN SOMBRÍO SIGLO XXI?

vivir unos cuarenta y seis años. Había ya graneles diferencias:


un español tenía un horizonte vital de treinta y cinco años
(treinta y cuatro si era varón); un holandés, de cincuenta y dos,
y un inglés, de cincuenta. En la actualidad el europeo medio
puede esperar vivir unos setenta y siete años, es decir, más de
tres veces lo que su antepasado medieval. Y los españoles, di-
cho sea de paso, hemos pasado de ser de los menos a ser de los
más longevos de Europa (y del mundo), con una esperanza en
torno a los ochenta años. Esto ha significado el crecimiento
económico contemporáneo para los europeos, y el del siglo
X X , con su guerra civil y todo, para los españoles. La esperan-
za media mundial también ha subido mucho, hasta los sesenta
y seis años. Este es el logro del segundo milenio y, sobre todo,
de sus dos últimos siglos, ya que en ellos se concentra gran
parte de este aumento de la riqueza y el bienestar.
P o r otra parte hay que tener en cuenta las grandes desi-
gualdades que se ocultan tras las cifras globales; con el enor-
me crecimiento económico de los dos últimos siglos las dis-
paridades han aumentado tremendamente. Volviendo a las
cifras de Maddison [(2001), p. 1 2 6 ] , hacia el año 1 0 0 0 apenas
se aprecian diferencias entre los niveles de renta de unas r e -
giones del planeta y otras; todos eran muy pobres y la p o b r e -
za se distribuía igualitariamente. En 1500, en cambio, Europa
Occidental ya tenía un renta doble de la africana, la más baja
ya entonces. En 1820, con la Revolución Industrial ya en mar-
cha, la renta europea triplicaba la africana. En vísperas de la
I Guerra Mundial el diferencial era ya por un factor de 9. H o y
está p o r encima de 20. A n t e s de indignarnos excesivamente
tengamos en cuenta que en el siglo XX la renta p o r habitante
de África se ha multiplicado p o r 2,5, en tanto que su p o b l a -
ción se ha multiplicado p o r 6,9. Lo que ocurre es que en este
lapso la población europea se ha multiplicado p o r 1,6 y su
renta p o r habitante se ha multiplicado p o r 6,1. El crecimien-
to africano se ha visto frenado p o r su explosión demográfica,
mientras que en el caso europeo no ha sido así. En otras pala-
bras, la distancia entre la renta de Europa Occidental y la de

509
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

África no se debe a que ésta se haya empobrecido, sino a que


Europa ha crecido mucho más deprisa en términos de renta y
mucho más despacio en términos de población. En general
podemos decir que los países pobres en el m u n d o no se han
empobrecido en los últimos siglos; por el contrario, su renta
ha aumentado. Pero ese aumento ha sido mucho menor que el
de los países adelantados, y en gran parte se ha visto aminora-
do p o r el gran crecimiento de la población.
Si concentramos nuestra atención por un momento en la
cuna de la Revolución Industrial, Europa Occidental, com-
probaremos que aquí el crecimiento ha sido m u y apreciable
durante el segundo milenio. Incluso en la era preindustrial
(del año 1 0 0 0 a 1 8 2 0 ) la tasa de crecimiento medio anual por
habitante europea estuvo en torno al 0 , 1 5 % , tres veces mayor
que la media mundial. De ahí se pasó a una tasa superior al
1% en el siglo X I X (hasta 1 9 1 3 ) . Tras un parón durante la
II Gran Revolución ( 1 9 1 3 - 1 9 5 0 ) , ias tasas europeas fueron su-
periores al 4% durante los A ñ o s Gloriosos ( 1 9 5 0 - 1 9 7 3 ) y más
moderadas p e r o m u y respetables, 1 , 7 8 % , en el úitimo cuarto
del siglo X X . De los otros países desarrollados, Estados Uni-
dos tiene tasas más altas para el siglo X I X , e incluso las turbu-
lencias del p e r i o d o entreguerras no implicaron una caída de
tasas tan grande c o m o en Europa: no en vano las dos guerras
mundiales tuvieron a este continente como principal escena-
rio y apenas tocaron a Estados Unidos. Pero las tasas nortea-
mericanas en el siglo xx no alcanzan los máximos europeos.
El perfil de Japón es diferente: aquí el gran crecimiento no co-
m e n z ó hasta finales del siglo X I X . Tras crecer al 1 , 4 8 % en el
periodo 1 8 7 0 - 1 9 1 3 , para Japón la II G r a n Revolución tam-
bién entrañó una fuerte caída de tasas, no tanto p o r los efec-
tos de la depresión cuanto por los de la II Guerra Mundial. Lo
que es excepcional de Japón es una tasa de crecimiento de más
del 8% en la posguerra ( 1 9 5 0 - 1 9 7 3 ) y del 2,34 en el último
cuarto del siglo.
Un cálculo reciente de un historiador económico de
prestigio [DeLong (2000), pp. 3 1 - 3 2 ] estima que la renta me-
XIV. ¿UN SOMBRÍO SIGLO XXI?

dia p o r habitante en todo el planeta se ha multiplicado por un


factor de 9 durante el siglo XX, es decir, un crecimiento doble
de lo calculado p o r Maddison. El argumento de DeLong es
que Maddison no ha tenido suficientemente en cuenta el au-
mento en la variedad de los productos creados en el siglo XX
y la gran mejora de la calidad. Es m u y posible que la crítica
de D e L o n g esté justificada: se referiría al problema que va-
mos a ilustrar con un ejemplo. El precio relativo de un auto-
móvil de 1 9 2 0 era mucho m a y o r que el de u n o de 2 0 0 0 . Por
lo u n t o en el índice de producción un automóvil de h o y tie-
ne menos peso que u n o de e n t o n c e s . Sin embargo, el de h o y
es un producto mucho mejor en todos los aspectos: confort,
velocidad, seguridad, consumo, etcétera. A l g o aún más drás-
tico ocurre con los productos que a principios de siglo eran
desconocidos, c o m o los aviones, los ordenadores, los trans-
plantes de órganos, la televisión, y un largo etcétera. Los au-
mentos de la utilidad colectiva que la introducción de tantos
productos y servicios ha ocasionado están infravaluados en
los índices de producción. En definitiva, lo que podemos
concluir del razonamiento de D e L o n g es que las estimacio-
nes de Maddison son t o d o lo contrario de una exageración,
son un mínimo.
A u n q u e tengan la virtud de darnos idea de las magnitu-
des y posibilidades de comparación, las cifras no sólo pueden
contener inexactitudes sino que son poco expresivas. Una
manera menos precisa pero más gráfica de percibir el creci-
miento quizá sea reflexionar sobre cómo satisfacemos nues-
tras necesidades h o y los ciudadanos medios de un país desa-
rrollado y cómo las satisfacían nuestros antepasados. En
primer lugar, hay que tener en cuenta que h o y la comida es un
capítulo relativamente pequeño de nuestro presupuesto y de
nuestras preocupaciones; para nuestros antepasados era la
principal preocupación y la más alta partida del presupuesto.
En España, a principios (y a finales) del siglo x i x la m a y o r
parte de los habitantes estaban mal nutridos. U n a prueba elo-
cuente de esto es el aumento de la estatura media de los espa-
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

ñoles (y de los habitantes de países desarrollados) a lo largo


de los dos últimos siglos [Quiroga (2002); Coll y Komlos
(1998)], la caída en la incidencia de enfermedades endémicas
y el alargamiento de la vida media. H o y la inmensa mayoría
de las casas españolas tienen cuarto de baño; a principios del
siglo xx un cuarto de baño en una casa privada era algo ex-
cepcional. La mayoría de las viviendas de h o y tienen, además,
cocina de gas o eléctrica, agua corriente, nevera, máquinas la-
varropas y lavavajillas, teléfono, radio, tocadiscos, televisión;
tampoco es r a r o tener ordenador, si no en rasa, en la oficina,
donde son cada vez más frecuentes el aire acondicionado, la
fotocopiadora, el fax y la conexión a Internet. Hace pocos
años el teléfono móvil era algo que sólo unos pocos tenían;
h o y es un artículo indispensable al alcance de todos, incluso
los niños. Para movernos utilizamos ascensores, escaleras me-
cánicas, automóviles, autobuses, metro; viajar en avión es muy
común. Nada de todo esto era de uso general a principios de
siglo X X , y menos aún del siglo X I X . No sólo la m a y o r parte
de estas innovaciones no existían, sino que ni siquiera se plan-
teaba la posibilidad de su existencia. El único medio d e trans-
porte h o y m u y utilizado que también lo era hace un siglo es
el ferrocarril: hace dos siglos no era más que el proyecto de al-
gunos visionarios; pero incluso aquí el cambio ha sido nota-
ble en velocidad y en confort; para apreciarlo basta comparar
el AVE o el Talgo con los convoyes a vapor de hace cien años.
En la vida familiar, quizá el cambio más notable sea el que la
muerte de un niño h o y sea algo m u y raro. La infancia no es ya
la época más peligrosa de la vida humana: nacen menos niños,
p e r o éstos tienen frente a sí una larga vida casi garantizada.
Para las madres, el dar a luz es h o y menos arriesgado que ha-
cer un viaje en automóvil; a principios de siglo puede decirse
que tener hijos era la actividad más peligrosa que podía aco-
meter una mujer, ya que de cada cien partos uno acababa con
la vida de la madre. En cuanto a las condiciones de trabajo,
h o y es ya común la semana de 35 horas; hace un siglo lo más
común era la semana con el doble de horas laborales; librar el
XIV. ¿UN SOMBRÍO SIGLO XXI?

sábado p o r la tarde era una novedad exótica, que recibía el


nombre de «semana inglesa». En los inicios de la Revolución
Industrial la semana de 90 horas era lo común. Lo que ha im-
plicado la Revolución Industrial en términos de bienestar y
seguridad para la vida media en los países desarrollados es di-
fícil de cuantificar, como lo es el medir el impacto de todas es-
tas innovaciones que tanto han afectado la vida cotidiana;
pero de que ha sido algo revolucionario y sin precedentes y de
que ha mejorado la calidad de vida hasta extremos no imagi-
nados hace dos siglos no cabe la menor duda.

LAS CAUSAS

U n o de los problemas cruciales que plantea el enfoque


utilizado en este libro es el del ritmo temporal del desarrollo
económico. Liemos abierto estas páginas tratando de dar res-
puesta a otra pregunta crucial: ¿por qué fue el continente eu-
ropeo — o más bien una isla adyacente— la cuna de la R e v o -
lución Industrial y del crecimiento económico acumulativo y
sin precedentes que le siguió? H e m o s privilegiado la explica-
ción geográfica, sin pretender que el pasado histórico e insti-
tucional sea irrelevante. La pregunta que nos haremos ahora
es: ¿por qué t u v o lugar el inicio de la Revolución Industrial
entonces, y no antes o después? La respuesta tiene que ser
algo compleja, pero ia solución gira en t o r n o a dos conceptos:
«acumulación» y «umbral». La Revolución Industrial, ya lo
hemos visto, no ocurrió de manera repentina: vino precedida
de siglos de crecimiento acumulativo, m u y lento según las ci-
fras que manejamos h o y día, p e r o indudable. En otras pala-
bras, la Revolución Industrial tuvo lugar en regiones que eran
ya las más ricas del mundo incluso antes del impulso tecnoló-
gico e industrializador. La realidad de esta acumulación gra-
dual justifica en parte a los historiadores que, como R o n d o
Cameron [(1989), pp. 1 6 3 - 4 ; ( 1 9 9 2 ) , pp. 1 9 8 - 2 0 0 ] , han sido
críticos con esta expresión, alegando que ni fue revolución,

513
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

sino evolución, ni industrial, p o r cuanto también la agricultu-


ra y los servicios se vieron profundamente modificados. En
t o d o caso es indudable que en el siglo X V I I I en Inglaterra, en
el siglo x i x en muchos otros países (como vimos en el capítu-
lo VI), y en el siglo xx en muchos más, se produjo una discon-
tinuidad: t u v o lugar una serie de innovaciones, de profundos
cambios tecnológicos, que permitieron aumentar grandemen-
te la productividad en un número de sectores que producían
artículos básicos de consumo (vestido, ciertos alimentos), o
bienes de producción m u y ampliamente utilizados (energía,
hierro). Lo característico y nuevo de esta discontinuidad fue
que a estas innovaciones siguieron otras, y que el flujo de in-
ventos y aumentos en la productividad fue continuo y aproxi-
madamente exponencial. Es lo que Walt W. R o s t o w [(1967);
(1969)] llamó gráficamente «el despegue hacia el crecimiento
autosostenido». La cuestión es ¿por qué fue autosostenido?,
¿por qué iio se produjeron las innovaciones de manera aislada,
sin continuidad, como en el pasado?
Los economistas modernos han dado una serie de res-
puestas posibles a estas preguntas, basadas en los conceptos
de acumulación y umbral que antes mencioné. La idea básica
sería que, tras centurias de crecimiento lento, se habría alcan-
zado un nivel económico, un umbral, en el que se pondría en
marcha una serie de mecanismos ya más o menos irreversi •
bles. Estos mecanismos serían de tipo demográfico y de tipo
cognitivo. De un lado, en la economía capitalista del siglo
XVlll británico el nivel de vida alcanzado sería tal que la po-
blación advertiría las posibilidades de la producción para el
mercado y las ventajas de la inversión en la empresa y en el ca-
pital humano. Un número amplio de ciudadanos se compor-
taría según los principios enunciados p o r A d a m Smith en La
riqueza de las naciones [«No esperamos nuestra cena de la be-
nevolencia del carnicero, del bodeguero o del panadero, sino
de la estima en que tienen su propio interés». ( 1 9 3 7 ) , p. 14] y
estaría dispuesto a alcanzar la prosperidad produciendo para
el mercado. Por otro lado, un número cada vez más amplio de

514
XIV. ¿ U N S O M B R Í O S I G L O X X I ?

individuos, familias y empresas se habría hecho consciente del


valor de la innovación y de la rentabilidad que a través de ella
podría extraerse del capital humano y, p o r tanto, de la educa-
ción, algo que también A d a m Smith había puesto de relieve en
ese mismo libro. El concepto m o d e r n o de educación popular
se originaría entonces. En España, teorizarían sobre ello las
Sociedades Económicas de A m i g o s del País y Pedro R o d r í -
guez Campomanes, pero poco se haría en la práctica. En In-
glaterra, la familia y las iglesias (y crecientemente las empre-
sas) [ M o k y r (2002), cap. 2] asumirían una actividad educativa
creciente. Según Becker, M u r p h y y Tamura [(1990)], el núme-
ro de familias que limitaban el número de hijos para mejorar
la educación que éstos podían recibir habría aumentado gra-
dualmente en la Inglaterra del siglo x v i l l . P o r decirlo m u y
simplemente, al aumentar la riqueza habría disminuido corre-
lativamente la fecundidad y crecido la inversión en capital hu-
mano [De la C r o i x y Doepke (2003)].Y este salto en la d e -
manda de educación se habría traducido en que, tras la I
Revolución Mundial, el Estado asumiera la responsabilidad
educativa en muchos países europeos y en Estados Unidos; la
escuela pública sería una de esas grandes innovaciones que
contribuirían a la acumulación sistemática de capital humano
y que implicarían un punto de no retorno [Núñez (2003), pp.
5 5'i 5 5 8 ] . La tardanza de Inglaterra en institucionalizar la en-
señanza pública explicaría la desaceleración que este país ex-
perimentó a finales del siglo X I X .
A q u í conviene hac^r dos observaciones. En primer lugar,
como vemos, estas ideas no son totalmente nuevas. Ya estaban
m u y claramente enunciadas en R o s t o v , que al «umbral» le
llamó «despegue». La novedad de la teoría actual es que h o y
el tipo de capital al que se presta atención es el humano, mien-
tras que hace una generación y media, cuando R o s t o w formu-
ló su famosa teoría de las etapas del crecimiento económico,
el umbral se cruzaba cuando la formación de capital físico, la
inversión, alcanzaba una determinada p r o p o r c i ó n de la renta
nacional; a partir de ese momento el crecimiento era autosos-

5 5
T
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

tenido. Observemos también que la idea de que el crecimien-


to engendra más crecimiento no es nada nuevo y parece casi
una obviedad: es un truismo que para enriquecerse hay que
invertir y que para invertir hay que tener un cierto nivel eco-
nómico. Y esto nos lleva a la segunda observación: uno de los
más distinguidos entre los modernos economistas del creci-
miento, Robert Lucas [(2002), p. 169], afirma que en «el siglo
XVII la capacidad de los europeos para generar nueva tecnolo-
gía les había permitido conquistar gran parte del m u n d o . Sin
embargo, ninguna de estas invenciones condujo a ninguna
mejora sustancial en el nivel de vida de la gente común». En
rigor, como sabemos, esto no es exacto: en la Inglaterra del si-
glo x v i l la esperanza de vida era al menos diez años mayor
que en la Edad Media, y éste es el mejor indicador de la mejo-
ra del nivel de vida [Maddison (2001), p. 2 9 ] . El alcance de
esta observación es matizar un poco el tan citado carácter dis-
continuo de la Revolución Industrial. Afirmar que las inno-
vaciones de la época preindustrial no tuvieron ningún efecto
sobre el nivel de vida de las gentes es parecido a a f i r m a r que
no tuvieron continuidad y que la innovación seguida y siste-
mática se inicia en el siglo XVIII. El carácter aislado y discon-
tinuo de las innovaciones en la Europa preindustrial, que mu-
chos modernos teóríc< .¿ dan p o r sentado, no es tan evidente
como ellos implican. Si bien es indudable que la escala y con-
tinuidad de la innovación son mucho mayores a partir del si-
glo XVlll, cualquier estudiante de historia de la tecnología sabe
que las innovaciones de la Baja Edad Media y Edad Moderna
fueron m u y numerosas y de gran trascendencia; basta con
enumerar unas cuantas: la brújula, la imprenta, la pólvora, el
papel, los relojes mecánicos, las carabelas y galeones (barcos
capaces de surcar océanos), los altos hornos de carbón vege-
tal, las rotaciones de cultivos, incluso las primeras máquinas
de vapor, y un larguísimo etcétera.
La pregunta acerca de p o r qué tuvo lugar el inicio del
despegue en el siglo XVIII, p o r tanto, puede tener diferentes
enfoques: también pudiéramos preguntarnos p o r el inicio del

516
XIV. ¿ U N S O M B R Í O S I G L O X X I ?

lento crecimiento preindustrial en la Baja Edad Media. Y tam-


poco debemos perder de vista el hecho de que el progreso
económico humano tiene otro origen en la Revolución N e o -
lítica, a la que también hicimos referencia al comienzo de este
libro. En otras palabras: podemos preguntarnos por el meca-
nismo que puso en marcha la discontinuidad o el cruce del
umbral en el siglo xvill tras siglos de acumulación, pero debe-
mos advertir que hay al menos otras dos grandes discontinui-
dades, la neolítica y la de la Baja Edad Media. Por desgracia,
estas dos discontinuidades anteriores quedan totalmente fue-
ra del ámbito de este libro.
Si p o r un lado este estudio nos muestra que para desa-
rrollarse se necesita vina previa acumulación de capital físico
y, h o y más que nunca, de capital humano, también nos ense-
ña que los determinantes geográficos son poderosos, aunque
nunca constituyen barreras infranqueables. Ignorar ambas rea-
lidades parece la mejor receta para el estancamiento. D o s re-
cientes libros de Diamond [(1999) (2005)] constituyen una
perfecta demostración de esta idea. Si en el primero se m o s -
traba cómo la geografía había determinado el curso de la his-
toria humana, el segundo nos muestra cómo unas sociedades
de tipo tradicional han sabido superar las barreras naturales y
otras no, y se han visto abocadas a la retrogresión, e incluso a
la desaparición.
En todo caso, basta estudiar un mapa del desarrollo eco-
nómico de los que publica el Banco Mundial para adverar que
los países de alta renta están situados en la zona templada,
tanto al norte como al sur de la franja ecuatorial, en ambos he-
misferios, septentrional y meridional. También es ilustrativo
observar que en los continentes alargados y verticales con res-
pecto al Ecuador (América y África) las regiones más desarro-
lladas (o menos atrasadas) están en los extremos: en África, la
ribera mediterránea al norte (Marruecos, Argelia, Libia y
Egipto), Sudáfrica y Botswana al sur. En América, las zonas
desarrolladas son América del N o r t e (Canadá, Estados U n i -
dos y México) y el C o n o Sur (Chile, U r u g u a y y Argentina).

517
L O S ORÍGENES DEL S I G L O X X I

Es bien sabido que dentro de los países también hay gradien-


tes económicos dependientes de la latitud: en el Hemisferio
Norte, al sur de Círculo Polar, en general son las regiones sep-
tentrionales las más desarrolladas: así ocurre en España, Fran-
cia, Italia, Alemania, Estados Unidos, etcétera. Sólo m u y al
norte (Canadá, G r a n Bretaña, Escandinavia) los rigores sep-
tentrionales son un relativo obstáculo al desarrollo. En el He-
misferio Sur es al contrario: en Australia la población y el de-
sarrollo se concentran en el sudeste, en Brasil también, en
Argentina y Chiie en ia zona central templada. Todas estas
observaciones subrayan la trascendencia de los determinantes
geográficos; pero existen excepciones (Israel, Costa Rica, Sin-
gapur) que sugieren la importancia del factor humano, histó-
rico e institucional.

LAS ETAPAS

Al llegar a este punto podemos hacernos otra pregunta:


¿qué interés tiene estudiar la Revolución Industrial y los me-
canismos que la desencadenaron? A primera vista podría pa-
recer que se trata de un mero ejercicio especulativo ya que, si
estamos contemplando un episodio único e irrepetible, como
todos coinciden en afirmar, su estudio parece tener poco inte-
rés práctico. Esto es en gran parte cierto; sin embargo, el estu-
dio de la Revolución Industrial y de su expansión pur el mun-
do tiene aplicaciones y contribuciones que hacer al desarrollo
de la ciencia social. De una parte, nos ayuda a comprender
mejor la naturaleza de las sociedades actuales. En segundo lu-
gar, otro uso inmediato es ayudar a responder a la pregunta:
¿por qué no está t o d o el mundo desarrollado? [Easterlin
( 1 9 8 1 ) ] . N o s puede dar, p o r tanto, indicaciones acerca de lo
que deben hacer los países menos desarrollados para dejar de
serlo. En tercer lugar, el estudio de la Revolución Industrial
nos enseña a aprender de los errores pasados para no volver-
los a cometer. Ya vimos cómo en buena medida los países que

518
XIV. ¿ U N S O M B R Í O S I G L O X X I ?

siguieron a Inglaterra evitaron los episodios más dolorosos de


la industrialización, y cómo sus enseñanzas ayudaron a crear
los mecanismos institucionales para evitar los golpes más du-
ros de la mano invisible.
Este ensayo panorámico nos ha permitido ver también
las imbricaciones entre la historia económica y la historia s o -
cial. El cambio económico ha llevado consigo el cambio social
y viceversa. La historia contemporánea se comprende mejor
teniendo en cuentas las etapas que estas imbricaciones han
producido, y las etapas que se han propuesto aquí tienen mu-
cho que v e r con las que Karl M a r x p r o p u s o hace ya siglo y
medio. El crecimiento del comercio trajo consigo el de las ciu-
dades: la llamada Revolución Comercial de la Edad Moderna
enfrentó a ciudadanos y agricultores o, en términos marxistas,
a burgueses y aristócratas, cuyos intereses eran cada v e z más
divergentes. La I G r a n Revolución Mundial, iniciada en los
dos grandes países comerciantes de la Edad Moderna, Holan-
da e Inglaterra, culminó a finales del siglo x v í n en América y
Europa. Esta revolución dio lugar a un n u e v o tipo de socie-
dad con un sistema político parlamentario, basado en eleccio-
nes censitarias o restringidas, que limitaban la representación
parlamentaria a burgueses y aristócratas.
La Revolución Industrial, a;:-; siguió a la I Revolución
Mundial, hizo aparecer un nuevo grupo social, el trabajador,
el proletario de Marx, habitante también de las grandes ciuda-
des, pero privado de representación política. Durante todo el
siglo X I X , con el crecimiento de la industria y su expansión
geográfica, la lucha de estos nuevos personajes históricos p o r
mejorar su nivel de vida y obtener representación política
procedió en ámbitos cada vez mayores y con virulencia cre-
ciente. El profeta de la nueva clase fue Marx, que predicó la
revolución violenta yapocalíptica para lograr los fines de este
grupo social. Sin embargo, a finales de siglo aparecieron en
Alemania e Inglaterra los socialistas gradualistas, que pusie-
ron sus esperanzas en la obtención del v o t o para lograr los fi-
nes de la clase obrera p o r medios pacíficos. En las últimas dé-
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

cadas del siglo X I X y el comienzo del siglo XX estos fines se


iban logrando de manera m u y paulatina. C o n la I Guerra
Mundial se inició la II G r a n Revolución Mundial, que trajo
consigo la obtención de los fines que perseguía esa tercera cla-
se: el sufragio universal y un amplio programa de protección
social (el Estado de Bienestar). Los traumas y convulsiones
que todo este proceso causó (I Guerra Mundial, Revolución
Rusa, G r a n Depresión, extensión del totalitarismo, II Guerra
Mundial) probablemente contribuyeron a acelerar la implan-
tación del programa de los partidos de izquierda (socialistas,
laboristas, demócratas) y a la aparición de un tipo de sociedad
donde el capitalismo subsiste, indudablemente, p e r o con re-
glas m u y diferentes a las de las sociedades puramente libera-
les del siglo x i x . Q u i z á la muestra más tangible del cambio
que ha traído esta II Revolución resida en el aumento del gas-
to público en general y del gasto social en particular. El gasto
público en los países con Estado de Bienestar plenamente de-
sarrollado se halla h o y en torno al 4 0 % de la renta nacional.
En la era liberal, a mediados del siglo X i x , el gasto público se
hallaba en torno al 1 0 % . En cuanto a la composición de ese
gasto, en el siglo x i x la m a y o r partida era el gasto militar; en
el siglo XX (y comienzos del X X I , por supuesto) la m a y o r par-
tida es el gasto social, incluyendo sanidad y educación, es de-
cir, inversión en capital humano, y formación de capital fijo
(inversión en capital físico).
Estas variaciones nos permiten advertir las estrechas re-
laciones entre cambio económico y cambio social. Si las socie-
dades desarrolladas actuales se pueden permitir estos niveles
de gasto público y de garantía del bienestar social es porque
son m u y ricas, es decir, porque han culminado ese largo pro-
ceso de crecimiento que hemos descrito en este libro. En la
medida en que la ciencia social permite hacer generalizacio-
nes, podemos decir que la democracia y el Estado de Bienes-
tar están estrechamente relacionados y son ambos lujos de paí-
ses ricos. Pero, a su vez, este proceso de industrialización que
propulsó el desarrollo económico hizo nacer a este grupo so-

520
XIV. ¿UN SOMBRÍO SIGLO XXI?

cial, los trabajadores urbanos, que exigirían la puesta en prác-


tica de ese programa de bienestar público. He aquí un ejem-
plo más de la circularidad de los procesos sociales. P o r lo de-
más, todo es relativo. También la sociedad liberal del siglo X I X
era un lujo que sólo los países ricos de entonces se podían
permitir, ya que presuponía la existencia de una numerosa cla-
se media y alta que gobernase el país con un mínimo de com-
petencia y una suficiente ausencia de sobresaltos. Y también
la aparición de esa clase urbana haMa sido el producto del cre-
cimiento comercial de la Edad Moderna, que había robusteci-
do a la clase media y simultáneamente producido la riqueza
que permitía el mantenimiento del Estado liberal.
Las modernas sociedades desarrolladas ofrecen un alto
grado de estabilidad, puesto que los gobiernos democráticos
incluyen en la toma de decisiones a los principales grupos so-
ciales. Esto no significa que no haya conflictos: lo que signifi-
ca es que no hay grandes revoluciones en perspectiva. En las
modernas sociedades desarrolladas, con su amplio equilibrio
básico, los que se sienten excluidos son ciertas minorías, que
en algunos casos ejercen fuertes presiones y crean conflictos de
distintos tipos: nacionalistas regionales, grupos o sectas reli-
giosos, minorías culturales, partidos extremistas de izquierda
o de derecha, etcétera, que pueden recurrir al terrorismo o a la
violencia si no tienen esperanza de v e r sus aspiraciones colma-
das por un sistema democrático. La rebelión contra las m a y o -
rías es una de las fuentes de violencia en el mundo actual.
La violencia en gran escala proviene h o y de los países
pobres, donde la democraci?. funciona de manera imperfecta
(cuando funciona, ya que la democracia requiere, casi inde-
fectiblemente, un cierto nivel de desarrollo), y del resenti-
miento que muchos sienten a causa de la creciente desigual-
dad internacional. Una manera de paliar (que no resolver) la
desigualdad internacional es la emigración, que desde finales
del siglo XX ha adquirido dimensiones masivas. Sin embargo,
las migraciones crean casi tantas dificultades como las que re-
suelven, p o r q u e acentúan la desigualdad en los países desa-

521
L O S O R Í G E N E S DEL S I G L O X X I

rrollados y plantean problemas de minorías y de alienación


cultural.
Observemos, p o r otra parte, que estabilidad democráti-
ca no significa necesariamente eficacia política. El triunfo de
la democracia en el siglo XX trajo consigo un n u e v o modelo
de sociedad , que ha permitido un reparto bastante igualitario
de los frutos del desarrollo y una participación m u y amplia de
los grupos sociales en la toma de decisiones colectivas: de ahí
la tan preciada estabilidad. Pero la democracia también ha
p r o d u c i d o decisiones lamentables con consecuencias catas-
tróficas, c o m o el triunfo del Partido Fascista de Mussolini en
Italia en 1 9 2 2 , o el del Partido Nacional-Socialista de Hitler
en Alemania el año 1 9 3 3 y, más tarde, ha p r o d u c i d o la elec-
ción de gobernantes c o m o Perón en Argentina, Fujimori en
Perú, Bucaram en Ecuador o R o h Tae W o o en C o r e a del Sur,
que, o bien atentaron contra el sistema democrático al que de-
bían su puesto, o bien terminaron en el exilio o la cárcel por
corrupción manifiesta.

LOS PROBLEMAS

Desde los trabajos de S o l o w y Schultz, pero también en


realidad desde mucho antes, porque Schumpeter, Marx, Ri-
cardo y Smith ya eran conscientes de la importancia de la tec-
nología en el desarrollo económico, los economistas h o y re-
conocen que ésta es el factor crucial para comprender el
crecimiento m o d e r n o . La tecnología y su creador, el capital
humano, interactúan con los recursos naturales: la importan-
cia histórica de éstos es, como sabemos, m u y grande, pero
cada vez lo es más la capacidad tecnológica. El problema ra-
dica en que aquí nos encontramos de nuevo con un fenóme-
no de circularidad: la tecnología (junto con el afán de lucro,
que induce a los empresarios a introducir innovaciones) es la
fuerza propulsora del desarrollo económico; p e r o la tecnolo-
gía no nace en el vacío: es un producto social, y viene en gran
XIV. ¿ U N S O M B R Í O S I G L O X X I ?

parte determinada p o r la voluntad de la sociedad de invertir


en educación e investigación. Por razones evidentes, son las
sociedades más ricas y más educadas las que tienen los medios
para llevar a cabo esta inversión y la motivación (porque los
educados demandan educación) para dedicar recursos a la for-
mación de capital humano y a la actividad científica. Son es-
tas sociedades, p o r tanto, las que se encuentran en mejores
condiciones para generar nueva tecnología.
Y aquí viene uno de los hechos más amenazadores para
el siglo X X I . Si los recursos naturales están m u y desigualmen-
te distribuidos sobre el planeta, la capacidad técnica lo está
también. Los países ricos son, como sería de esperar, los que
la tienen en mayor medida y, por lo tanto, los que más proba-
bilidades tienen de seguir desarrollándose económicamente.
Un artículo de Jeffrey Sachs [(2000)] ofrece evidencia sobre
este hecho, que pone en tela de juicio el optimismo de los eco-
nomistas de la convergencia. Sachs divide las naciones en tres
grupos: técnicamente innovadoras, receptoras y excluidas.
Las innovadoras son las que producen la gran mayoría de los
adelantos tecnológicos; tienen enormes aparatos de investiga-
ción, aplicación, difusión, y formación de técnicos y técnicas,
que son como el cerebro tecnológico del mundo y generan
continuamente ideas y diseños nuevos. Agrupan al 1 5 % de la
población mundial. Las receptoras investigan mucho menos,
pero tienen un nivel cultural suficiente para adoptar y adap-
tar las innovaciones qtie se producen en otros lugares. Son los
países que crecen arrastrados p o r los innovadores, y vienen a
ser el 5 0 % de la población. Los excluidos (el 3 5 % restante)
son aquellos cuyo nivel cultural y técnico es tan bajo que no
sólo no innovan, sino que son impermeables a la innovación.
Nadie se sorprenderá al saber que Estados Unidos y Canadá,
casi toda Europa Occidental, Japón, Corea, Israel y Australia
componen el primer grupo. Tiene interés observar que las so-
ciedades innovadoras están casi todas en la zona templada, lo
cual sugiere de nuevo la importancia del fenómeno acumula-
tivo. Quizá haya alguna sorpresa al saberse que España y Por-
L O S ORÍGENES DEL S I G L O X X I

tugal son los únicos países de Europa Occidental que no son


innovadores, sino meros receptores. Están acompañados en
este grupo p o r Europa Oriental (casi toda, excluida Rusia),
México, Nicaragua, Costa Rica, República Dominicana y el
C o n o Sur A m e r i c a n o (incluyendo el sur de Brasil), Túnez,
Sudáfrica, partes de India y China, Indonesia, Malasia, Filipi-
nas, Borneo, Thailandia, Nueva Zelanda, Jordania, Georgia y
Armenia. Los demás están excluidos: constituyen el verdade-
ro Tercer M u n d o , y sus perspectivas para el siglo x x i son
sombrías: mientras sus economías se estancan o se contraen,
sus poblaciones crecen p o r encima de la media mundial. Ésta
es la causa que agrava las crecientes disparidades internacio-
nales a las que antes nos referíamos.
En este punto conviene observar que, como en la cues-
tión general del desarrollo, no hay una ley de bronce de la cre-
atividad tecnológica. Un país pobre o de renta media puede
hacer un esfuerzo para invertir en actividades innovadoras y
pasar así de una categoría a otra, como los clubes modestos de
fútbol pasan de una división a otra del campeonato y pueden
llegar a ganar la Liga si hacen bien las cosas. El estar incluidos
Israel y C o r e a del Sur entre los países innovadores de Sachs
indica bien a las claras las posibilidades que tienen los países
nuevos y de escasos recursos.
O t r a causa, sin embargo, que agrava las desigualdades
radica en las diferencias entre las variables demográficas de
unos a otros países. H o y son los países más atrasados los que
mayores tasas de natalidad y fecundidad tienen. P o r otra par-
te, sus tasas de mortalidad han descendido mucho con respec-
to a lo que eran desde hace un siglo, porque la medicina mo-
derna permite, a través de remedios sencillos, como la higiene,
la asepsia en los hospitales, las vacunas, o la erradicación de
epidemias y ciertas enfermedades endémicas, que la mortali-
dad en estos países se aproxime a la de los avanzados. Conse-
cuencia de esto son las altas tasas de crecimiento poblacional
en los países del Tercer M u n d o (cap. XII). Si h o y la población
española crece a una tasa del 0 , 4 % , la de Italia al 0,1, o la de

524
XIV. ¿UN SOMBRÍO SIGLO XXI?

Japón al 0,2 (los países ex comunistas tienen tasas negativas),


la población de la República del C o n g o crece al 3 % , la de
Chad al 3,2, la de Níger al 3,3 y la de Yemen al 3,7. Para ha-
cernos una idea de lo que implican estas magnitudes, una tasa
de crecimiento del 3 % implica un doblarse la población cada
veinticinco años; una tasa del 0,5 implica que la población tar-
de cerca de siglo y medio en doblarse (unos ciento cuarenta
años). En magnitudes agregadas, la población del África sub-
sahariana crece al 2 , 5 % , y la de África del N o r t e y el Oriente
Medio al 2,1. Las consecuencias de estas tasas son que la p o -
blación subsahariana se doblará dentro de 28 años, y la de
África del N o r t e y Oriente Medio dentro de 33. Entretanto,
el crecimiento medio de los países de renta alta era del 0 , 7 %
(lo cual implica que la población tardaría un siglo en doblar-
se). Hay que aclarar que gran parte del crecimiento demográ-
fico de los países desarrollados se debe a la inmigración desde
los del Tercer Mundo. C o m o los países atrasados constituyen
la gran mayoría de la Humanidad, lo más probable es que la
población mundial crezca a tasas más parecidas a las del Ter-
cer M u n d o . C o n una perspectiva histórica el crecimiento de-
mográfico, ya lo hemos visto, es impresionante. Hacia 1800 la
población mundial estaba p o r debajo de los 1.000 millones
(954) [Livi-Bacci (2002) p. 45]. Un siglo más tarde se situaba
en t o r n o a los 1.500, es decir, se había multiplicado p o r 1,57.
Un siglo mas larde, en el año 200Ü. la población mundial ha-
bía superado los 6.000 millones, es decir, se había multiplica-
do p o r 4. Hoy, en 2005, la población mundial está ya en tor-
no a los 6.500 millones, y se espera que alcance los 10.000
millones en 2050. Las consecuencias de este crecimiento p o -
blacional son ardorosamente discutidas. Por un lado tenemos
los efectos sobre el desarrollo económico. Por otro, las reper-
cusiones sobre el medio ambiente.

Los diferenciales demográficos explican gran parte de las


divergencias económicas y agravan los efectos de los factores
geográficos. Los países de alto crecimiento demográfico tienen
las mayores tasas de analfabetismo y las tasas más bajas de esco-
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

larización. No es casual: es consecuencia del círculo vicioso del


subdesarrollo. Escasos de capital, carecen de recursos para edu-
car a su población, que por otra parte, no demanda esa forma-
ción. Las familias pobres no tienen medios para educar a sus
hijos y raramente aprecian la utilidad de la educación. Por aña-
didura, son las niñas las que menos escolarizadas están en esas
sociedades y, sin embargo, es bien sabido que las jóvenes educa-
das tienen menos hijos que las no escolarizadas, los cuidan me-
jor y les transmiten los estímulos educativos. Es decir, la pobre-
za crea superpoblación y escasa inversión en capital humano, lo
cual a su vez es causa de pobreza. Exactamente el mecanismo
contrario se da en los países ricos: nada tiene de extraño que sus
caminos diverjan cada vez más. Volvemos a encontrarnos con
los círculos vicioso y virtuoso. Pero vale la pena repetir que los
círculos pueden romperse. Los países pobres pueden salir de la
pobreza invirtiendo en educación y controlando su natalidad.
El otro efecto objeto de agitada controversia es el relati-
vo a las consecuencias de la superpoblación sobre el medio
ambiente. C o m o en toda discusión acalorada, se han cometido
graves exageraciones p o r ambos lados. Comencemos con el
primer gran profeta del pesimismo demográfico, Thomas
Malthus. A finales del siglo x v m Malthus predijo para la Hu-
manidad grandes males si no se ponía remedio al crecinr'^nto
demográfico. Según él, la población aumentaba a un ritmo ex-
ponencial mientras que la economía lo hacía a un ritmo lineal:
en otras palabras, la tasa de crecimiento de la población era
constante y la de la economía, decreciente. Las consecuencias
serían el hambre, las epidemias y la guerra. Estas predicciones
de Malthus han sido objeto de rechifla científica casi unánime.
No cabe duda de que, a corto y medio plazo, las alarmas mal-
tusianas han resultado totalmente infundadas, no porque no
haya crecido la población como él predijo, e incluso más, sino
porque la economía ha crecido, como hemos visto, a tasas mu-
cho mayores. Sin embargo, aunque Malthus no advirtió las
tremendas potencialidades de la Revolución Industrial, de cu-
y o s inicios fue testigo, sus advertencias cobran relevancia en

526
XIV. ¿ U N S O M B R Í O S I G L O X X I ?

los inicios del siglo X X I , mucha más de la que tuvieron a las


puertas del X I X . Porque hoy, si en los países desarrollados los
problemas no provienen de la superpoblación, en la parte sub-
desarrollada del planeta (más de la mitad) el espectro maltusia-
no no anda tan lejos. Hay una proporción m u y importante de
la Humanidad que apenas participa de la cornucopia que ha
producido el desarrollo económico en la zona templada, y
que, además, se reproduce a m a y o r velocidad de lo que justifi-
can sus medios y sus potencialidades económicas.
Hemos dicho que, si esta parte subdc-sarrollada se desa-
rrollara, muchos problemas desaparecerían: probablemente
moderaría su crecimiento demográfico, disminuirían las desi-
gualdades económicas y sociales, remitirían las guerras y la
violencia. También parece tanto más deseable que el subdesa-
rrollo termine desde el punto de vista de la moral y la justicia,
a las que el hambre, la miseria y la violencia ofenden profun-
damente. Sin embargo, los obstáculos son m u y grandes, como
hemos visto. Pero se plantea o t r o grave problema; porque in-
cluso si se diera el caso improbable de que estas regiones se
desarrollaran, no sabemos si el crecimiento del consumo y Ir-
tensión sobre los recursos que ese crecimiento conllevaría se-
rían compatibles con la conservación del medio ambiente, ya
muy seriamente dañado p o r los hábitos de consumo y p r o -
ducción en los países desarrollados (éste es, en nuestra m o -
desta opinión, el verdadero límite al crecimiento en los países
avanzados). La amenaza a la integridad de la nave espacial
tierra es cada vez más palpable y nos coloca en una difícil dis-
yuntiva. La pervivencia de las desigualdades no evita esa ame-
naza y en cierto m o d o la acrecienta, p o r el aumento desboca-
do de la población, la deforestación, la contaminación y la
inminencia de conflictos. Pero el deseable crecimiento y la ni-
velación de estilos de vida pueden p o n e r en m a y o r peligro
aún los equilibrios de nuestro frágil vehículo planetario.
Ha habido otros profetas del pesimismo, como el famo-
so Club de Roma, que auguraban escaseces y alzas en los pre-
cios de las materias primas, fenómenos que no se han produ-

527
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

cido. Las exageraciones de los pesimistas han dado lugar a las


de los optimistas. Un libro reciente [Lomborg (2004)] ha teni-
do un gran éxito ridiculizando, con gran acopio de estadísti-
cas, las tesis pesimistas, lo que el autor llama «la letanía». Pero
el optimismo de Lomborg resulta tan fuera de lugar como los
alarmismos exagerados. Basten unas muestras: en su capítulo
sobre la energía el autor nos dice que «se espera que el precio
del petróleo decline de los 27 dólares por barril a un nivel poco
por encima de los 20 dólares hasta el año 2 0 2 0 » . Según el au-
tor, esta predicción está basada en más de «ocho [...] previsio-
nes internacionales recientes» (p. 122). Pues bien, el precio del
barril de petróleo en 2005 está oscilando en torno a los 60 dó-
lares: esto da una. idea de la confianza que merece el optimis-
mo de Lomborg. Muchas otras de sus estimaciones parecen
igual e infundadamente optimistas, como cuando afirma que el
problema de la tala de los bosques y selvas no es grave, aunque
reconoce que Nigeria, Madagascar y América Central han
perdido más de la mitad de su selva; su optimismo sobre la sel-
va brasileña, de la que afirma, con poca o ninguna argumenta-
ción, que tiene asegurada la pervivencia del 7 0 % de su super-
ficie (p. 1 1 4 ) , resulta cuando menos sorprendente. Pero quizá
lo más alarmante del libro sea un optimismo simplificador, po-
siblemente consecuencia de la deformación profesional, ya
que el autor es profesor de estadística en una universidad da-
nesa. Así, en su capítulo sobre el calentamiento del planeta y
sus consecuencias, reconoce que el fenómeno es real y proce-
de a tratar de analizar sus efectos u n o p o r u n o : sobre la agri-
cultura, sobre la salud, sobre los huracanes, sobre el nivel del
mar y remata el análisis con "na estimación del coste del au-
mento de la temperatura ambiente (5 billones de dólares: p.
3 1 8 ) ; pero como el coste, que también calcula, de reducir las
emisiones de gases sería, según él, aún mayor, en esencia pro-
pone no hacer nada (política, p o r cierto, que ha impuesto al
mundo el presidente de Estados Unidos, G e o r g e W. Bush).
A q u í lo peligroso y presuntuoso es pretender que sabemos
con exactitud cuáles van a ser los efectos del calentamiento

528
XIV. ¿ U N S O M B R Í O S I G L O X X I ?

global y que, por tanto, podemos calcular sus costes. Tal arro-
gancia simplista contrasta, p o r ejemplo, con la precaución con
la que un biólogo español [Delibes y Delibes (2005)] habla
con alarma de las consecuencias del calentamiento, pero admi-
te repetidamente que las interacciones ambientales son dema-
siado complejas para pretender siquiera hacer previsiones fir-
mes, tanto más estimaciones de costes. Hay que tener en
cuenta, por ejemplo, que se habla de los posibles efectos de los
cambios de la temperatura global sobre las corrientes marinas
y sobre las poblaciones de microorganismos (fenómenos que
Lomborg ignora en su libro), que podrían no sólo tener con-
secuencias incalculables sobre la agricultura y el medio terres-
tre, sino a su vez dar lugar a nuevos cambios climáticos cuya
evolución escaparía totalmente del control humano.
Los demógrafos también son más cautos. Livi-Bacci
[(2002), pp. 2 8 5 - 2 9 1 ] , después de examinar las posibles reper-
cusiones del aumento de la población (que puede situarse en
los 10.000 millones en 2 0 5 0 y en los 13.000 millones en 2 1 0 0 )
sobre la agricultura, la cubierta forestal, el clima y la contami-
nación atmosférica, concluye qtie es evidente

la complejidad de la relación entre crecimiento demográfico y m e d i o


a m b i e n t e [ p e r o q u e ] sin e m b a r g o , tres p u n t o s h a b r á n d e r e a f i r m a r s e :
el p r i m e r o es que el crecimiento demográfico no es n e u t r o de cara al
m e d i o a m b i e n t e ; e l s e g u n d o [...] e s q u e u n a d i s m i n u c i ó n d e l c r e c i -
m i e n t o p u e ^ c facilitar !a s o l u c i ó n de l o s d i s t i n t o s p r o b l e m a s , y el t e r -
cero consiste en que nunca el impacto de la actividad h u m a n a que
amenaza el ecosistema ha sido tan fuerte c o m o en la actualidad. P o r
lo tanto, es prudente m o d e r a r los riesgos y una ralentización del cre-
cimiento demográfico c o n t r i b u y e a dicha finalidad (pp. 2 9 0 - 2 9 1 ) .

Y continúa: «El medio ambiente es finito [...] el género


humano debe prepararse, durante una larga fase histórica,
para moderar, detener y tal vez en algunos casos invertir las
tendencias actuales» (p. 294).
Es indudable que el crecimiento de la población durante
el siglo x x i debe ser objeto de gran preocupación. A menudo

529
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

oímos que la preocupación no está justificada p o r el simple he-


cho de que las tasas de crecimiento, después de alcanzar muy
altas cotas a finales del X X , muestran tendencias descendentes.
La cuestión es saber si este leve descenso será bastante para evi-
tar las consecuencias que se avecinan. Estos optimistas le hacen
a u n o pensar en el automovilista que, a punto de estrellarse
contra una pared, siente alivio porque su frenazo ha hecho des-
cender la velocidad de 1 4 0 a 1 0 0 km/h. El choque será mortal
en ambos casos. C o m o señala Diamond [(2005), pp. 494-495],
biólogo y geógrafo, lo que importa

no es s ó l o el n ú m e r o de personas, sino su i m p a c t o s o b r e el m e d i o am-


biente. Si la m a y o r parte de los 6.000 millones de h o y estuvieran en
un estado de c o n s e r v a c i ó n criogénica, sin comer, respirar o metaboli-
zar, esa p o b l a c i ó n n o causaría p r o b l e m a s a m b i e n t a l e s . N u e s t r o n ú m e -
ro plantea p r o b l e m a s en la medida en que c o n s u m i m o s recursos y
producimos desechos.

El p r o b l e m a reside en que también hay una gran desi-


gualdad en estas actividades. C o m o media, los habitantes de
las zonas desarrolladas consumen y desechan 32 veces más
que los de los países pobres. P e r o ¿qué pasaría si los pobres
pasaran a ser ricos? Incluso aunque la población dejara de cre-
cer, una mejora del nivel de vida en los países h o y pobres mul-
tiplicaría p o r un factor m u y alto (quizá no 32, pero 10 ya se-
ría suicida) el impacto ambiental.
La humanidad se encuentra ante un grave dilema: el au-
mento de la población acentúa el deterioro del medio y agra-
va las desigualdades económicas. Si tratamos de p o n e r reme-
dio a las desigualdades m e j o r a n d o el nivel de vida de los
pobres, el deterioro ambiental se multiplica, con consecuen-
cias aterradoras. Si no lo conseguimos y persisten las desi-
gualdades, aparte del ultraje que eso significa para nuestra
conciencia, tal persistencia puede con alta probabilidad agra-
var el enfrentamiento violento entre el Tercer M u n d o y el Pri-
mero. C o m o dice un reciente informe de las Naciones Unidas
[Human Development Report 2005, p. 153], «el siglo que aca-

530
XIV. ¿ U N S O M B R Í O S I G L O X X I ?

ba de terminar ha sido el más violento que la Humanidad ha


conocido». Se discute intensamente hasta qué p u n t o explican
la pobreza y la desigualdad la violencia y el terrorismo que
h o y siguen amenazando al m u n d o . Volvamos a D i a m o n d
[(2005), p. 5 1 6 ] :

Cuando las gentes están desesperadas, desnutridas y sin hori-


zontes culpan a sus gobiernos [...] Intentan emigrar a toda costa. Lu-
chan entre sí por la tierra. Se matan unos a otros. Inician guerras civi-
les. Como piensan que no tienen nada que perder, se hacen terroristas
o apoyan o toleran el terrorismo.

Tras una referencia a las numerosas guerras de estos últi-


mos años, Diamond se refiere a los terroristas. «Se ha dicho que
muchos asesinos políticos, detonadores de bombas suicidas y
terroristas del 11 S eran gente educada y de posibles en lugar de
ignorantes y desesperados. Esto es cierto, pero también lo es
que recibían a p o y o y tolerancia de una sociedad desesperada».
Las motivaciones individuales son difíciles de explicar; el com-
portamiento social es más previsible. También los nihilistas ru-
sos del siglo X I X , practicantes avezados del asesinato político,
eran educados y de clase media; pero en Rusia la pobreza y la
desigualdad eran extremas. M u c h o más debe estudiarse la rela-
ción entre pobreza, desigualdad y violencia. Pero la evidencia
hasta ahora apoya la tesis de una relación e»uecha.
La terrible disyuntiva se cierne amenazadora sobre el si-
glo XXI. El aprendiz de brujo no puede o no sabe parar la má-
quina que puso en marcha. Tras dos siglos de desarrollo es-
pléndido y sin precedentes, la Humanidad se encuentra ante
un desafío también sin precedentes.

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ÍNDICE O N O M Á S T I C O

acero [véase siderurgia] América Latina vi; 67,194, 284,


Afganistán 424-426, 430, 450 303, 323, 391, 437, 440, 442,
África X I V , 2, 14, 29, 96, 105, 447, 460, 466, 489, 491
106, 128-130, 194-196, 215, American Federation of Labor
227, 333, 360-362, 391, 423, (AFL) 271
436, 437, 441, 443,453-455, Amsterdam 24, 39, 68,126
461, 462, 509, 517, 525 analfabetismo 525
Agricultural Adjustment Act Angola 195, 413, 423, 441, 454,
(Ley Agrícola del N e w 455
Deal) 315 Antiguo Régimen 3 4 , 3 5 , 4 1 , 50,
Albania 353, 380, 413-414, 501 52, 55, 56, 96, 98, 121, 179,
Alemania 7 9 , 1 0 3 , 1 0 5 , 1 0 6 , 1 1 2 , 203,204, 214, 215, 354, 456
122-124, 130, 142, 143, 148, Arendt, Hanna 327
152, 153, 157, 158, 160-164, Argelia 195, 4 4 1 , 443, 454, 4 6 1 ,
i- i -»
166, 172, 173, 177, 181, 186, Di/
188, 18V, 191, 193-195, 199, Argentina 62, 118, 119, 184,
208, 2 0 9 , 2 1 1 , 2 3 5 - 2 3 7 , 2 3 9 , 2 9 1 , 292, 323, 437, 442, 448,
240, 243, 2 4 4 , 2 4 6 , 247, 255- 449, 466, 467, 472, 483, 4 9 1 ,
263, 265-283, 285, 292, 294, 4 9 2 , 5 1 7 , 5 1 8 , 522
299, 300, 303, 5 0 4 , 306-308, Arkwright, Richard 73
3 1 2 , 3 1 4 , 3 1 7 , 3 2 0 , 321,327- Asia 2, 14, 15, 2 9 , 1 0 5 , 108, 183,
3 3 0 , 3 3 3 , 3 3 6 - 3 4 4 , 353, 355- 215, 270, 423, 436, 437, 4 4 1 ,
361, 363, 364, 366, 367, 375, 450,455, 460,497
377, 3 8 1 , 383, 385, 393, 402, assignats 53, 54, 63
410-413, 415, 427-429, 444, Atatürk, [véase Kemaí, Musta-
447, 477, 483, 496, 499, 518, fá]
519, 522 Australia 127, 184, 185, 196,
alfabetización 17, 79, 161, 167, 205, 240, 268, 273, 2 9 1 , 3 6 1 ,
182, 4 2 0 , 4 6 1 , 4 6 2 437, 440-442,488, 518, 523
alfabeto 6, 7 Austria 59, 125, 148, 164, 184,
Alfonsín, Raúl 472, 491 190, 235, 236, 240, 258, 269,
Allende, Salvador 471 270, 282, 305, 306, 321, 355,
Alsacia-Lorena 165, 188, 257, 358, 379, 380, 428
258,265 autarquía 314, 384

549
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

automóvil 74, 110, 113, 165, Benz, Karl 113


170, 176, 219-222,271,277, Berlín 359, 362, 363, 406, 413-
418,511,512 415, 441,474
Berlín, conferencia 441
Babeuí, Gracchus 35, 141 Bernstein, Eduard 143, 144,
Bakunin, Mijail 144 210, 253,274
banco, billetes de 24, 116, 167, Berthollet, Claude 78, 85, 86
239, 276 Bessemer, Henry 108, 109, 169
Banco de Amsterdam 24 Birmania 196, 360, 361, 441
Banco Central Europeo (BCE) Bismarck, Otto von 143, 166,
496-497 190, 199, 338
Banco(s) central(es) 28, 117, Blanqui, Louis Auguste 67, 141
118, 120, 121, 165, 178, 179, bloqueo continental 55
182, 257, 269, 277, 292, 303- Blum, Léon 266, 296
305, 307, 322, 4 8 1 , 493, 494, bolchevismo/bolcheviques 145,
496, 497 1 8 8 , 2 0 8 , 2 1 0 , 242, 245-250,
Banco de España 289, 290, 3 2 1 , 254, 2 5 5 , 2 7 2 , 2 7 4 , 3 1 8 , 325,
322, 494 329, 335, 346, 347, 337, 393-
Banco de Francia 57, 118, 160, 395,410
296, 305 Bolívar, Simen 65, 66
Banco de Inglaterra 28, 115, Bolsa(s) de Valores 125
120, 121, 2 7 8 , 2 7 9 , 293, 294 bomba atómica 218, 362, 363
Banco de Italia 320, 321 Bonaparte, Napoleón 20, 47,
Banco de Japón 311 5 4 , 5 5 , 5 7 , 5 9 , 60, 67, 92,149,
Banco Mundial 366, 369, 384, 161,377,412
389, 437, 460, 517 Boulton, Matthew 82,111
Banco Nacional de Ausui?. 306 Boyle, Robert 85
Banco Nacional de San Carlos 63 Brasil 25, 61, 62, 96, 115, 278,
bancor 367, 367 279, 2 9 1 , 2 9 2 , 3 2 3 , 4 4 1 , 4 4 7 -
Bandung 4 5 2 , 4 5 3 , 4 7 0 449, 461, 466, 471, 474, 483,
Bangla Desh 196, 441, 451 518, 524
Banque de Belgique 151 Brest-Litovsk 246, 247, 256,
Bauer, Otto 2 6 1 , 3 2 9 257
Bebel, August 143 Bretton Woods vil, 207, 366-
Bélgica 40, 58, 60, 91, 105, 106, 371, 384, 480, 481, 492
116, 122, 130, 148-152, 158, Brezhnev, Leonid 422
164, 167, 194, 2 3 6 , 2 6 8 , 2 8 5 , Briand, Aristide 142, 239, 264
287, 295, 338, 339, 359, 377, Brüning, Heinrich 307
441, 444 Bujarin, Nikolai 397-399, 410

550
ÍNDICE O N O M Á S T I C O

Buenos Aires 63, 64, 68,449 Chile 184, 2 9 1 , 292, 437, 442,
Bulgaria 258, 353, 380,413, 501 456,471,474,517,518
China 1, 2, 4, 12, 16, 117, 183,
Cádiz 34, 66, 92 196, 254, 291,312, 360, 362,
C A E M ( o C O M E C O N ) 413, 368, 413, 423, 433, 436, 440,
416,417 442, 450-452, 458, 460-465,
Callaghan, James 486,493 472-474, 524
Calvo Sotelo, José 289,290, 348 Churchill, Winston 284, 309,
Canadá 43, 184, 240, 273, 2 9 1 , 367, 374
295. 376. 403 440. 4 4 2 , 4 8 8 ,
: ciclos económicos 132, 391, 397
518, 523 Clemenceau, Georges 239, 258,
capital humano XIV, xv, 173, 493
382, 390, 4 6 1 , 462, 465, 470, Cobden, Richard 114,190
4 7 4 , 5 1 4 , 5 1 5 , 5 1 7 , 520, 522, Colón, Cristóbal 15, 96
523, 526 colonialismo vil, 34, 440, 443,
Cárdenas, Lázaro 448,472 449,450
Cardoso, Fernando Henrique Comintern 253, 325, 327, 328,
474 343, 346, 353, 399,410, 414
Carlos I de Inglaterra 36, 51 Comisión Económica para Amé-
Carlos II de Inglaterra 36 rica Latina (CEPAL) 466
Carta del Atlántico 367,450 Comité Central 394, 396, 4 2 1 ,
Cartwright, Edmund 73, 74 422,463
Casa de Contratación 61 Commonwealth 291, 295, 379,
Castro, Fidel 2 5 5 , 4 2 3 , 4 5 5 , 4 5 6 , 445,450, 454
465 Comunidad Económica Euro-
Cataluña 345-347, 383 pea (CEE) 378, 380, 415,
Cavendish, H e n r y 78 495 496
?

Ceilán (Srí Lanka) 196, 450 comunismo XV, 35, 134, 144,
centralismo democrático 248, 211,247, 251,326,330, 331,
250 334-335, 348, 352, 353, 358,
Chamberlain, Neville 330, 410 396, 414, 427-428, 430, 432-
Chardonnet, Hilaire conde de 433, 453, 464, 472-474, 498,
110, 220 502, 504
chartismo 139-140 Congress of Industrial Organi-
Checoslovaquia 184, 240, 269, zations (CIO) 300
270, 282, 330, 358, 363, 376, coque 83, 150
4 1 0 , 4 1 3 , 4 1 6 , 4 2 7 , 4 9 9 , 502 Corea 196, 312, 360, 391, 413,
Chevalier, Michel 114,115,190 423, 433, 436, 441, 456, 474,
Chiang Kai-shek 452 522-524

551
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

Cort, H e n r y 84 dólar 56,261,286,287,295,299,


Costa Rica 455,518, 524 302,367,472, 481,495,497
coste de oportunidad 154 Dumont, Rene 455
Crédit Mobilier 123, 124, 156
Creditanstalt 306 Ebert, Friedrich 2 5 6 , 2 5 7 , 2 6 1
Crédito Mobiliario Español 123 Edison, Thomas A 112, 177,
Cromwell, Oliver 3 6 , 4 7 216,224,226
Cromwell, Thomas 21, 27 Egipto 2, 75, 195,291, 295, 424,
Crompton, Samuel 73 441,453,461,466,517
C u b a 194, 196, 2*4, 345, 433, Eichengreen, Barry 292,298
441, 4 4 2 , 4 5 6 Einstein, Aibert 217, 218
C u n o , Wilhelm 280, 339 Eje Berlín-Roma-Tokio 359,361,
367-368,374,375,381,383
Daimler, Gottlieb 113 endosares 22,28
Danatbank 308 Engels, Friedrich 89, 91, 135,
D'Annunzio, Gabriele 333, 334 138, 142,253, 404
Darby, Abraham 84 Enrique VIII 2 í , 26, 27
Darwin, Charles 228, 229 Erhard, Ludwig 3S5
Davy, H u m p h r y l l 2 esclavitud 12, 175,176
Dawcs, Charles 279-280 Eslovaquia 380, 502
dependentismo 468 Esiovenia 380, 501
desamortización 21,22,66,91,92 España 3, 8, 10, 19, 23, 24, 27,
Díaz, Porfirio 447 29, 33, 34, 36, 37, 39-42, 44,
dictadura 19, 47, 211, 242, 245- 46, 56, 60-67, 85, 9 1 , 92, 98,
250, 255, 2 7 1 , 290, 313, 322, 103, 112, 116-119, 123-125,
323, 329, 344, 347, 349, 350, 130, 144, 149, 152, 167-169,
354, 356, 375, 393, 396, 420, 184, 186, 190, 194-196, ?00.
424, 428, 429, 432, 433, 447, 240,269, 289-292, 302, 3 2 1 -
454, 455, 457, 4 6 6 , 4 6 8 , 471, 323, 327-329, 332, 344-349,
473, 491, 494, 501 353-355, 359, 375, 380, 384,
dictadura dei proletariado 242, 3 8 7 , 3 8 9 , 3 9 1 , 4 1 0 , 4 1 4 , 441,
248, 255, 396, 432 442-444, 456-458, 466-469,
Diesel, Rudolf 113, 471-473, 478, 486, 491,494,
Dinamarca 167, 168, 172, 236, 4 9 6 , 5 1 1 , 5 1 5 , 5 1 8 , 523 espe-
268, 295, 359, 379, 380, 450, ranza de vida 186, 227, 419,
495 460,504,508,516
dinamita 111¿ 112 Estado de Bienestar 143, 198,
disolución de los monasterios 209, 210, 262, 268, 273, 306,
2 1 , 22, 48, 53 307,387, 492-494, 520

552
ÍNDICE O N O M Á S T I C O

Estados U n i d o s de América 4, 151, 160, 164, 169-171, 176,


46, 54, 56, 59, 64, 66, 68, 75, 178, 181, 1 9 1 , 2 2 1 , 2 2 2 , 3 8 7 ,
94, 101, 102, 105, 106, 111, 402, 448,488, 512
117, 123, 128, 137, 138, 155, feudalismo 8, 2 1 , 35, 37, 54, 90,
172-175, 177-182, 184, 185, 95, 103,149,179-181
187, 189-191, 194, 196, 197, Filipinas 194, 196, 2 9 1 , 345,
200, 204, 205, 208-210, 212, 360-362, 4 4 0 , 4 4 1 , 4 5 0 , 524
2 1 8 , 2 2 3 , 226, 227, 230, 240, Finlandia 167, 169, 205, 240,
271-273, 282, 283, 291, 295, 272, 295, 359, 363, 379, 380,
296, 298-304, 307, 311, 314, 411,461
3 1 7 , 3 1 8 , 320, 322, 323, 325, flying-shuttle, [véase lanzadera
328, 348, 359-363, 366-368, volante]
370, 373-376, 379, 382, 383, Fondo Monetario Internacional
385, 390, 403, 4 0 6 , 4 1 5 , 4 2 1 - ( F M I ) 207, 208, 252, 366 ;

425, 433, 440-443, 447, 448, 369, 3 7 1 , 372, 375, 384, 389,
450, 4 5 1 , 456, 4 7 1 , 474, 477, 481
478, 480, 481, 483,484, 486, Francia 3, 8, 19, 20, 24, 27, 35,
487-491, 510, 515, 517, 518, 39, 4 0 , 4 3 , 46-50, 54, 55, 57-
523, 528 60, 6 3 , 6 4 , 6 7 , 7 9 , 9 1 - 9 4 , 98,
Estados Generales (Francia) 46, 99, 105, 107 112, 11 -V 114,
;

51,52 116, 118, 122-124, 130, 141,


estatúder 29, 40, 58 142, 148-151, 153, 156-160,
estribo 9 , 1 2 173, 185-190, 194-197, 199,
euro 57, 281, 496, 497 200,210,211,235, 236,239,
European Free Trade Área 243, 258 259, 264-268, 272,
(EFTA) 379, 380 282, 285-287, 295, 296, 305,
318, 328, 333, 338, 339, 355,
Fabianos, [véase Sociedad Fa- 356, 358-360, 362, 363, 368,
biana] 374, 377,380, 387-389, * 1 0 ;

Faraday, Michael 112, 225 415, 435, 4 4 1 , 444, 4 5 1 , 4 5 3 ,


fascismo 210, 2 1 1 , 287, 312, 454, 477,518
325-332, 334-336, 344, 349, franco 57, 116, 286-287, 295,
350-355, 387, 449, 466 296
Federal Deposit Insurance Franco, Francisco 329, 330,
Corporation (FDIC) 302, 336, 344, 347-349, 358, 359,
316,317 375, 456, 466, 4 6 8 , 4 7 1 , 4 9 4
Felipe II 20, 36, 3 7 , 4 2 , 97 Frente Popular 266,296, 348
ferrocarril 82, 86, 89, 105, 106, Friedman, Milton vil, 298, 299,
108, 109, 113, 122, 123, 126, 477-479, 483, 486, 492-494

553
LOS ORÍGENES DEL SIGLO X X I

frontera, economía de 102,106, Guillermo III de Orange 36, 40


128,174,175 Gutenberg, Johannes 16
Fulton, Robert 107
Haití 441-442
Galaxias, Guerra de las 425,488 Hardenberg, Karl August von
Galilei, Galileo 16 34,91,162
Galtieri, Leopoldo Fortunato Hargreaves, James 73, 76
472,491 hélice 8 2 , 1 0 7 , 1 0 8 , 2 2 2 , 2 2 3
Gandhi, Indira 455 Herriot, Édouard 100, 286
Gandhi, Mohandas K 451 Hidalgo, Miguel 65, 66
Gandhi, Rajiv 455 hierro, [véase siderurgia]
gas de hulla 111 Hindenburg, Paul von 243, 341,
gas natural 219 343,344
General Agreement on Tariffs and Hitler, Adolf 20, 211, 255, 261,
Trade (GATT) 373,376,377 312, 330, 336, 339-344, 349,
gentry 22, 27,48 355-360, 375, 377, 410, 411,
Gierek, Edward 427 522
Gioiitti. Clovanui 199. 200 Ho Chi Minh 456
Glass-Steagall (ley bancaria) 316 Hobbes, Thomas 2 9 , 3 6 , 7 7 , 4 3 5
Gloriosa Revolución, [véase Hofmann, August W. von 110
Revolución Inglesa] Holanda 3 , 2 4 , 2 9 - 3 1 , 4 0 , 60, 68,
Goering, Hermann 313, 343 77, 9 1 , 116, 122, 148, 149-
Gomulka, Wladislaw 427 1 5 1 , 1 8 0 , 1 8 6 , 195,196, 203,
Gorbachof, Mijail 422, 426, 204, 268, 284, 295, 359, 377,
428-432 389,451,519
Gosplan 252, 397, 406, 408 Hoover, Herbert 304, 316
Gran Bretaña, [véase también Horthy, Miklós 211, 329, 352,
Inglaterra y Reino Unido] 8, 353
1 9 , 2 0 , 4 2 , 72, 1 1 4 , 1 1 6 , 1 4 8 , Hume, David 29, 35, 117, 118,
158, 166,172, 173, 195, 197, 284, 288, 289, 293, 310, 371,
2 1 1 , 240, 267, 328, 363, 382, 372, 482
450,495,518 Hungría 1 2 5 , 1 8 4 , 2 4 0 , 2 5 8 , 2 6 9 ,
Grecia 103, 116, 120, 184, 270, 270, 282, 283, 328, 329, 352,
295,354, 374, 380,391,423 353, 380, 404, 413, 416, 427,
Guericke, Otto von 80 428,499, 502
Guesde, Jules 142
Guillermo I de Holanda 148,150 imperialismo VI, 183, 193-195,
Guillermo II de Alemania (kai- 197, 201, 234, 237-238, 405,
ser) 188 424,441, 444

554
ÍNDICE O N O M Á S T I C O

Imperio Alemán 116, 165, 258, International Clearing U n i o n


269, 377 ( I C U ) 367
Imperio Austro-Húngaro 103, Intervencionismo 24, 54, 114,
184, 200, 269, 270,282, 305, 2 3 9 , 3 0 4 , 3 1 4 , 452, 4 5 3 , 4 7 1 ,
351 472
Imperio Británico 184, 379, Irak 424,453, 466
441, 443, 445 Irán 210, 254,424, 467, 468
Imperio Español 25, 64, 66, Irlanda 20, 103, 196, 380, 436,
440, 443 4 4 5 , 4 5 3 , 495
Imperio Otomano 234, 243, Islandia 379,450
258, 269, 270, 324, 453 Israel 484, 518, 523, 524
Imperio Romano 2, 5, 6, 8, 10, Istituto per la Ricostruzione
377 Industríale (IRI) 3 2 1 , 387,
Imperio Ruso 269,445 389
Indochina 196, 360, 441 Italia 19,33, 6 0 , 9 1 , 92,103,106,
Indonesia 196, 360, 361, 436, 112, 116, 119, 123, 125, 130,
4 4 1 , 4 4 5 , 451,452, 466, 4 7 1 , 141, 144, 148,153, 184, 186,
474, 524, 190, 193-195, 199, 200, 210,
Inglaterra, [véase también Gran 235, 268, 287- 289, 295, 312,
Bretaña y R.eino U n i d o ] 3. 320, 3 2 1 , 3 2 3 , 3 2 7 - 3 3 0 , 332,
8, 18, 19-21, 23-30, 38-40, 333, 336, 344, 347, 354, 359,
42-45, 47-49, 51, 55, 56, 63, 374, 377, 381, 383, 387, 389,
64, 67, 68, 7 1 , 72, 75, 77-80, 435, 441,444, 518, 522, 524,
82, 86, 87, 9 1 , 94, 100, 103, Iturbide, Agustín de 66
•05, 109-111, 114-116, 120-
122, 130, 134, 135, 137-139, Jacquard, Joseph-Marie 74
141, 142,147-150, 154, 156- Jaldún, Ibn 435
160, 168, 169, 171-173, 176, Jacobo I de Inglaterra 16
180-184, 187, 191, 194-196, Jacobo II de Inglaterra 36, 47
199, 203-205, 207-211, 2 2 6 : Japón 117, 172, 173, 179-183,
235, 236, 239,240, 2 4 6 , 2 6 2 - 1SÓ, 190, 194, 196, 208, 273,
264, 266-268, 272, 275-279, 291,295,311,312,314,317,
2 8 2 , 2 8 4 , 2 8 5 , 287,288, 2 9 1 - 360, 3 6 1 , 363, 376, 3 8 1 , 383,
295, 304, 318-320, 323, 333, 408, 436, 441, 444, 4 5 1 , 4 7 1 ,
355, 356, 358-360, 362-364, 483,510, 523, 525
367, 374, 379, 380, 387, 397, Jaruzelski, Wojciech 428
399,410, 415, 435, 4 4 1 , 4 4 3 - Jaurés, Jean 142
445, 449, 4 5 1 , 453, 469, 478, Jefferson, Thomas 45,102
486-488, 514-516, 519 Johnson, Lyndon B 481

555
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

Jorge III de Inglaterra 45 Leontief, Wassily 252, 397,406


José I (Bonaparte) de España 92 Leopoldo II de Bélgica 152,153
José II de Austria 58 Levassor, Émile 113
Juárez, Benito 92 Leyes de Asociaciones 137,139,
140
Kádár, Janos 416 Leyes de cereales (Corn laws)
Kaménev, Lev B 398, 410 70, 114, 168
Kautsky, Karl 144, 238 Leyes de pobres 70
Kay, John 73 Libia 195,424, 441,453, 517
keiretsu 183 libra esterlina 115, 116, 264,
Kemal, Mustafá 270,271,446,475 275,277, 284, 287-289,292-
Kemmerer, Edwin 283,292 295, 3 0 5 , 3 0 8 , 3 1 9 , 323, 482,
Kennedy, John F 208, 230, 390 496, 497 librecambio 69, 77,
Keynes, John M a y n a r d XI, 207, 113-115, 206,213
208,214, 233, 237, 258, 263, Liebig, Justus von 94, 155, 162,
277, 284, 288, 298, 308-312, 216
318, 319, 366, 367, 369, 3 7 1 , Liebknecht, Wilhelm 143
372, 384, 385, 391,477-479 List, Friedrich 164
Kirdorf, Emil 342, 343 L l o y d George, David 209, 239,
Koch, Roben: 186,227 •?58 ->¿2 "»«•»
koljoses 402, 404, 408 Locke, John 29, 35, 435
Kosziusko, Tadeusz 59 Londres 20, 23, 24, 68, 87, 120,
kulaks 395, 4 0 1 , 4 0 5 121,123,126, 130,140,144,
Kun, Béla 270,282, 352 151,185,222, 363, 365
Ludendorff, Erich von 340
laissez-faire 68, 263, 303, Luis XVI 51
388, 403, 4 0 4 , 4 7 9 Luis Felipe de Orléans 47
lanzadera volante 73 Luxemburgo, Rosa 238
Lassalle, Ferdinand 142
Lavoisier, Antoine 57, 78, 85, MacDonald, Ramsay 293
86,158 MacMillan, Harold 38S
Leblanc, Nicolás 86, 158 Malasia 196, 361, 441, 524
Le Chapelier (ley) 55 Manchuria 196,312,360,441,451
Leibniz, Wilhelm 80 manor, manoir 6
L e n i n (Vladímir Ilich Uliánov) Mao Zedong 413, 423,452,460,
141, 144, 145, 194, 196,210, 463-465, 472
237, 238, 241-255, 274, 327, marco 116, 165, 188, 257, 260,
335, 340, 348, 393, 396, 398, 279-281, 283, 308, 314, 339,
4 0 6 , 4 1 1 , 4 1 7 , 4 3 2 , 446 366,367

556
ÍNDICE O N O M Á S T I C O

Marruecos 195, 201, 345-347, Moscú 185, 241, 244, 253, 346,
517 353,374, 398, 4 1 4 , 4 1 6 , 4 2 1 ,
Marx, Karl xi, Xill, xv, 89, 90, 427, 428,431,446, 450, 453
9 1 , 135, 138, 140-145, 209, Mozambique 195, 423, 4 4 1 ,
210, 2 4 1 , 2 4 2 , 2 4 6 , 2 4 9 , 253, 454, 455,461
327, 335, 396, 403,404, 519, muía (máquina de hilar) 73
522 Mussolini, Benito 211,255,287,
Matsukata, Masayoshi 182 289, 290, 329, 330, 332, 334,
mencheviques 145,247 335, 347, 349, 354, 359, 387,
Menem, Carlos 472 522,
Mercado Común Europeo
( M C E ) 377-380 nacionalismo X I V , 6 1 , 190, 193,
mercantilismo, mercantilistas 1 9 4 , 1 9 7 , 2 0 1 , 2 3 4 , 237, 238,
42,44, 77,117,452 269, 312, 331, 334-336, 345,
metalurgia 17, 25, 30, 39, 82, 351,352, 360, 3 6 1 , 3 7 1 , 4 4 9 ,
104,149, 165,399,464 490,491
Metaxas, loannis 354 Naciones Unidas ( O N U ) 2 3 1 ,
México 4, 19, 02, 66, 92, 117, 368, 369, 373, 375, 389, 437,
173,177, 2 3 1 , 2 5 4 , 2 9 1 , 2 9 2 , 450, 460, 530
295, 323, 4 4 7 , 4 4 8 , 4 5 8 , 466, Napoleón, [véase Bonaparte]
472,489-491,517, 524 Napoleón III115
migraciones 103,106, i 2b, 521 natalidad 10,159,173, 3 1 9 , 3 9 1 ,
militarismo 2 3 7 , 2 4 9 , 2 5 5 , 4 4 9 459-461,475, 524, 526
Mili, John Stuart 114,139, 206, National Industrial Recovery
435,458,459 Act (NIRA) 315-317
Millerand, Alexandre 142, 199, nazismo, Partido Nazi 193,307,
264 326, 330, 334, 3 4 l , 343, 356,
Milosevic, Slobodan 501, 502 358,
Mobutu Sese Seko 456,474 Nehru, Jawaharlal 4 5 1 , 4 6 6 , 4 7 4
molinos 12,219 N E P (Nueva Política Econó-
Molótov, Viacheslav 358, 411 mica en la U R S S ) 2 5 1 , 252,
Monroe, doctrina 423 325, 393, 394-399
Montesquieu 4, 35, 435, 438, N e w Deal 299,300, 315-317
443, Newcomen, Thomas 80, 8 1 ,
Morelos, José María 65, 66 150, 224
Moro, Tomás 26-28 nihilismo 144
Morse, Samuel 112,224 N i x o n , Richard M 385, 4 8 1 ,
Mortalidad 10, 173, 185, 186, 495
460-462, 524 Nobel, Alfred 111,112

557
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

Noruega 167, 200, 205, 240, París, Tratado de (1919) 258,


268, 295, 359, 379,440 313, 337, 355
Nueva Zelanda 127, 184, 185, Parlamento(s), parlamentaris-
196, 2 0 0 , 2 0 5 , 2 4 0 , 2 6 8 , 273, mo 27-36, 42, 43, 45, 46, 48,
2 9 1 , 295, 391, 437, 440-442, 68, 69, 114, 137-139, 141,
524 150, 152,153, 198, 204, 265,
2 7 1 , 2 8 9 , 3 1 8 , 335, 337, 341,
O Estado Novo 329, 350, 351, 343, 344,352, 355, 408, 450
449, 455 Partido Comunista 249-251,
Oersted, Hans Christian 112 253, 254, 265, 346, 351, 354,
Onions, Peter S4 394, 396, 399-401,409, 410,
Orange, familia 29, 40, 416, 4 2 1 , 427-429, 432, 433,
Organización para la Coopera- 452, 463,465, 473
ción y el Desarrollo Econó- Partido Laborista 141
micos ( O C D E ) 376,377,389 Partido Liberal 199,267
Organización Europea de C o o - Partido Revolucionario Institu-
peración Económica (OECE) cional (PRI) 448
376, 384 Partido(s) SocÍ3ldemócrata(s)
Olson, Mancur 382 Í43, 145,242, 253,267, 389
Organización d<* Países Expor- Partido(s) Socialistas(s) 142,
tadores de Petróleo (OPEP) 143-145, 1 9 9 , 2 1 1 , 2 3 8 , 240,
484,488 253, 2í>4, 2 6 4 , 2 6 5 , 268,271,
Organización Internacional del 272, 333, 346, 498
Comercio ( O I C ) 373, 376 Pasteur, Louis 186,227
Otto, Nikolaus 113 patrón fiduciario 289, 492
O w e n , Robert 138 patrón matrimonial europeo 11
patrón O Í o 115-119, 165, 188,
Pacto de «no-agresión» (Ribben- 192, 198, 2 0 6 , 2 0 7 , 2 1 2 , 2 1 3 ,
trop-Molótov, 1939) 358,411 239, 252, 263, 264, 267, 268,
Pahlevi, M o h a m e d Reza (Sha 275-279, 283, 284, 287, 289-
de Irán) 4 2 4 , 4 5 6 , 4 6 7 , 4 6 8 292, 294-296, 298, 299, 302,
Países Bajos, [véase Holanda] 303, 3 0 6 - 3 1 2 , 3 1 5 , 3 1 8 , 3 1 9 ,
Pakistán 196, 436, 441,450, 451 321-324, 365, 369-371, 383,
Palestina 453, 484 385, 391,481, 492
Panhard, Rene 113 cambios oro 276-278, 293,
Papin, Denis 80 304, 324, 393,
París 49, 68, 111, 123, 126, 151, lingotes oro 277, 324
151,185, 188, 222, 2 5 7 , 2 5 9 , Pearl Harbor 360,361, 368
270, 376 Pedro el Grande 397-399, 409

558
ÍNDICE O N O M Á S T I C O

Péreire, Émile e Isaac 123 proteccionismo 55, 76, 114,


Perkin, William 110 154, 164,166, 168, 190, 193,
perestroika 426, 430,432 194, 201, 267, 269, 366, 449
Perón, J u a n Domingo 449, 466, Proudhon, Pierre Joseph 141
467, 489, 522 Prusia 33, 34, 59, 60, 9 1 , 160-
petróleo 74, 110, 111, 112, 114, 165, 187, 188, 236, 239, 243,
191,218, 219-221,273, 290, 257, 337, 355, 363
359, 380, 389, 408, 448, 468, pudelado 83, 84, 150, 169
483-486, 488-490, 528 Puerto Rico 196, 441,442
Peugeot, Armand 113 puritanos 26, 43, 4 8 , 1 7 5
Pilsudski, Jozef 355 Putin, Vladimir 504
Pinochet, Augusto 456, 471,
474 Rapallo, Pacto de 393,410
Pitt, William 45 Reagan, Ronald 403, 424, 425,
Planes Quinquenales 252, 254, 486-488
325, 395, 400-402, 405, 406, Reich (Imperio Alemán)
408, 4 0 9 , 4 1 2 , 4 1 6 , 4 2 1 , 4 2 2 II 165, 337
planificación 2 0 9 , 2 3 6 , 2 3 9 , 252, III 312
386-389, 396, 397, 403, 406- reforma protestante 16, 2 1 , 22,
408,417,420,421,463 26
Plejánov, Yuri 145 Reichsbank 116, 118, 165, 188,
Poincaré, Raymond 286 . 260,308, 314
Politburó 242, 250, 396-398, Reino Unido, [véase también
421,463 Gran Bretaña e Inglaterra]
Polonia 33, 58, 59, 60, 240, 283 : 157, 186, 189, 367, 368,482,
292, 295, 327. 328, 354, 355, 4 9 ¿ , 497
358, 359, 363, 3/6, 380, 404, relaciones de intercambio 466,468
4 1 1 , 4 1 3 , 4 1 3 , 4 1 6 , 427, 428, R.enault, Louis 113
437, 499, 502 rentenmark 2£¡C, 283, 339
Pólvora 13, 9 6 , 1 1 1 , 1 1 2 , 5 1 6 Reserva Federal (FED) 298
Portugal Revolución
Prebisch, Raúl 466 Agraria 91,168
precios de paridad 189 Agrícola 1, 39
Priestley, Joseph 78, 85 Atlántica 33, 40, 89, 92, 96,
Primo de Rivera, José Antonio 100,203
193,211,255, 348,349 Científica 15, 79, 80
Primo de Rivera, Miguel 290, Comercial 3, 519
344, 346, 347, 350, 354, Cultural en China 464, 465,
355 473

559
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

Francesa 22, 33, 34, 47, 52, 235, 236, 241-243, 245-251,
5 4 , 5 7 , 6 7 , 85, 8 6 , 9 1 , 9 7 , 1 2 6 , 253, 254, 256, 283, 3 4 1 , 352,
141,148,153,156 355, 358, 359, 393, 396, 398,
Industrial I X , 1, 18, 57, 67, 401,402, 405,410,411,416,
7 1 , 72, 74, 77, 79, 80, 86, 87, 420, 422, 427, 4 3 1 , 433, 451,
89, 120, 122, 134-136, 147, 458,498, 502-504, 524, 531
148,
157, 1 9 1 , 2 0 4 , 2 1 4 , 3 9 7 , 3 9 8 , Salazar, Antonio de Oliveira
443478, 509, 510, 513, 516, 2 1 1 , 3 2 3 , 329, 330, 349-351,
518, 519, 526 356
II Revolución Industrial 79, San Martín, José 65, 66
1 0 9 , 1 1 3 , 1 4 7 , 160, 194,214, Savery, Thomas 80, 224
273 Schacht, Hjalmar 208, 313, 343
Inglesa 1 8 , 1 9 , 2 6 , 3 5 , 3 6 , 4 0 , Scheele, Cari W 78, 85
52,120, 435 Schlieffen (Plan) 236, 243
Neolítica 1, 5, 517 Schumpeter, Joseph X I , X I I , 76,
Norteamericana 4 1 , 46, 58, 125,206, 238, 522
63 selfactina (self-acting machiné)
Rusa 1 4 5 , 2 0 8 , 2 1 0 , 2 4 1 , 2 4 4 , 73,104,133
254, 255, 265, 346, 432, 445, Serbia 235,236, 380
520 Sévres, Tratado de (1919) 258,
Ricardo, David 114,206, 522 270
Roberts, Richard 73, 104, 133 Shaftesbury, Lord, 138
Robespierre, Maximilien 53, 54, siderurgia 25, 26, 72, 82, 83,
141 125, 149,157, 1 6 3 , 1 6 5 , 1 6 9 ,
Roebuck, John 78, 86 171, 176, 177, 181,378, 408
E.cthschild, familia y banca 123, Siemens y M a r ü n (horno) 109
124,3U6 Siemens, Werner von 112
Roosevelt, Franklin D 299, 302, Sistema Métrico Decimal 55-57
315-317, 367,385, 456 Sistema Monetario Europeo
Rousseau, Jean-Jacques 35, 36 496, 499
Rumania 10, 116, 269,283, 328, Smith, A d a m 23, 29, 44, 45, 77,
329, 352, 353, 359, 363, 380, 114, 206, 378, 4 4 3 , 5 1 4 , 5 1 5 ,
4 1 1 , 4 1 3 , 4 2 9 , 464, 498, 501 522
Rusia, [véase también Unión socialdemócratas 145, 210, 211,
Soviética] 4 , 5 , 1 9 , 2 3 , 4 9 , 5 9 , 274,317,318,498
97, 103, 107, 111, 117, 141, socialismo, socialistas 139-144,
144,145, 158, 169, 180, 182, 149, 208, 209, 2 1 1 , 238-242,
183, 186, 191, 1 9 4 , 1 9 6 , 2 1 0 , 245, 256, 257, 265, 267, 268,

560
ÍNDICE O N O M Á S T I C O

296, 332, 335, 336, 342, 343, Sukarno, Ahmed 451, 452, 466,
345, 346, 348, 352, 386, 400, 471
409,411,417, 421,451,452,
466, 498, 5 0 1 , 5 1 9 , 5 2 0 , Taiwan (Formosa) 391, 436,452
Sociedad Fabiana 141 Takahashi, Korekiyo 208, 311,
Sociedad de Naciones 282, 306, 312
350, 367, 368 Talleyrand, Charles de 48
Société Genérale de Belgique Temin, Peter 299, 300, 317
122,123,150,151 Tercer M u n d o xiv, xv, 215,
Stalin (Yosif Visarionovich Du- 325, 389, 390, 422, 435-537,
gashvili) 252, 253, 325, 376, 439, 440, 444, 448, 452, 453,
393, 396, 398,403-406, 408- 455, 456, 458-463, 465, 46V,
413,417,419-421,446, 448 470, 473-475, 497, 524, 525,
Stalingrado 361 530
Stein, Heinrich-Karl von 34, 91, Thatcher, Margaret 389, 486,
Stephenson, George 82,105 487, 491
Stephenson, George y Robert 82 Thomas-Gilchrist, convertidor
Stolypin, Pioir 242, 245, 398 109,
Stockholms Enskilda Bank Tito (Yosip Broz) 4Í3, 452
/ p r p \
\OILL>J
-i -7-1 i-i /-7-1
1/1, ¿. Tocquevillc, Alexis de 203
Strasser, Gregor 342 Trevithick, Richaid 105
Streseman, Gustav 280, 339 Trianon, Tratado de (1919) 258
Suecia 79, 112, 125, 152, 167- Trotski (Lev Davidovich Brons-
169, 172, 173,187, 190,200, tein) 2 4 5 , 2 4 7 , 340, 396-398,
2 1 1 , 2 6 7 , 268 2 9 5 , 3 1 7 , 3 1 8 ,
s 406,410,448
379, 380, 389, 440, 497 Turquía 184, 270, 271, 291, 323,
sufragio censitario (sistema 324, 354, 380, 444, 446,
electoral censitario) 6 9 , 1 9 8 ,
2Ü4 Unión Europea (UE) 213, 377,
femenino 209. 240 403, 496,
universal 69, 139, 143, 198, Unión Monetaria Latina 116,
200, 206, 208, 209, 212, 239, 295
257,263,264, 267, 268, 272, Unión Soviética (URSS), [véase
457, 492, 520 también Rusia] 211, 212,
Suharto 456, 471,474 230, 240, 251, 253, 255, 291,
Suiza 28, 33, 58-60, 112, 116, 314, 325, 327, 336, 3 5 1 , 3 5 3 ,
122, 153-156, 167, 190, 200, 356-358, 360, 363, 364, 368,
242, 295, 379, 380, 440, 444, 374-376, 382, 393, 396, 397,
461 399, 402-404, 408-417, 419,

561
T
LOS ORÍGENES DEL SIGLO XXI

420, 422-426, 429-432, 445, Wagner (Ley de Relaciones In-


446, 448, 450, 463, 464, 502 dustriales) 317
urbanización 23, 157-159, 185, Walesa, Lech 427
198 water frame (máquina de hilar)
Uruguay 184, 295, 323, 437, 73
442,517 Watt, James 78, 80-82, 86, 104,
111,224
vacunas 135, 186, 216,227, 524 Weimar, República de 164, 211,
vales reales, 63, 64 281, 312, 336, 337, 339,
vapor, máquina de 72, 73, 77, 357
80-82, 84, 95, 104, 105, 107, Westinghouse, George 112
108, 113, 170,221,224 White, Harry Dexter 367, 371,
Vargas, Getúlio 449, 466 372,384
Varsovia 363, 414 Whitney,Eli 155, 177
Vaucanson, Jacques de 74 Wicksell, Knut318, 319
ventaja comparativa 154, 155 Wilson, Woodrow 368
ventaja competitiva o absoluta Witte, Serguei Y. 242, 397, 398
155, 184, 467,475 Wojtyla, Karol 427
Versalles, Tratado de (1919)
S'SS 'ÍP'' ' '
J 5 <
3 i \r\ i c e i c o
Yeltsin, Eoris 431, 132, 504
393 Yugoslavia 269, 353, 413, 414,
Vesenja (VSNJ) 397, 406-408 429, 453, 498, 501
Videla, jorge Rafael 472
Viena, Congreso de (1815) 60 zaibatsH 182. 183
Vietnam ^ 4 , ¿23-425, 433, 456, Zinóviev, Grigori 398, 410
4o0 Zollverein (Unión Aduanera
Viviani, Rene 142, 239 Alemana) 106, 151, 160,163,
Voltaire 405, 435 377

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BIBLIOTECA
DE HUMANIDADES
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