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LA MÍSTICA CIUDAD DE LOS INCAS

Fueron tiempos de desconcierto y dolor cuando las relucientes espadas, la furia de los caballos y el ruido ensordecedor de los cañones
conmovían el suelo sagrado de los incas. Los incas juraron eterno silencio sobre la localización de su última morada sobre la tierra:
la maravillosa ciudad de Machu Picchu.
Desde mediados del siglo XVI hasta su descubrimiento por parte del norteamericano Hiram Bingham, el 24 de julio de 1911, la
increíble ciudad de los incas desapareció por completo de la historia. Fueron 400 años de absoluto silencio. A decir verdad, fueron
los campesinos del lugar, los que orientaron a Bingham para alcanzar las ruinas que ellos llamaban Machu Picchu, o Montaña Vieja.
“Los dioses nunca dejaron de protegerla”, aseguran los actuales habitantes de la región. Sea como fuere, Machu Picchu consiguió
escapar a su destino de destrucción y logró convertirse en el mayor recordatorio del talento de los hombres que la construyeron, allá
por el año 1300 de nuestra era.
Ubicadas a unos 400 metros sobre el nivel del mar, dominando todo el valle de Urubamba y flanqueadas por picos eternamente
nevados, las ruinas guardan en su interior infinidad de misterios que recién hoy es posible comenzar a comprender.
Recientes excavaciones pudieron rescatar los cadáveres de 135 personas enterradas en su cementerio, entre los que se debían contar
cinco niños.
Según se cree actualmente, una parte de las mujeres eran acllas, o elegidas, dedicadas a las tareas del culto. Otro grupo –con los
niños- estaba formado por las jóvenes que se encontraban a su servicio. Los hombres, se concluyó, eran guardias.
Machu Picchu, al parecer, fue un acllawasi (casa de las elegidas) en el cual se realizaban todas las ceremonias del culto solar. Decenas
de jóvenes procedentes de todas las regiones que constituían el imperio, llegaban a este lugar para iniciar una vida al servicio del dios
del Sol. Los historiadores creen en la posibilidad de que fueran ellas las conocidas “amazonas” de la leyenda.
En ningún edificio de la ciudad, por más que se excavó, fueron rescatados armas ni objetos de oro. Esto indica que en los últimos
tiempos no la habitaron ni los militares ni los altos mandatarios.
Las ruinas pueden ser claramente divididas en dos. Por un lado está la zona agrícola, que servía para cultivar el sustento de los
habitantes. La zona urbana, en cambio, está cruzada por escalinatas y planos ascendentes y descendentes a lo largo de los barrios
donde se alojaban las diferentes clases sociales.
Los nobles ocupaban la zona central. Sus construcciones son muy refinadas y poseen elementos de confort. Allí están la Fuente
Principal, la Tumba Real, el Torreón Semicircular, y la Casa del Inca. Está ultima era la residencia del soberano mientras permanecía
en el lugar, y está formada por cuatro habitaciones perfectamente talladas, y dos puertas de entrada superpuestas.
El Barrio Popular está bien separado del Barrio Religioso, por un espacio abierto que, se supone, era utilizado para las reuniones
colectivas.
La Plaza Sagrada es de unos quince metros de lado y está rodeada por las habitaciones de los servidores del culto. Además, allí
convergen el Templo Sagrado, el Templo de las Tres Ventanas y un posible Templo de la Luna.
De todos modos, el lugar más significativo es el Intihuana o Intiwatana, ubicado en la cúspide de la ciudad. Éste no sólo era un
instrumento de orientación espacial (una de las esquinas apuntaba al norte), sino que también funcionaba como un enorme reloj de
sol.
Los incas, pese a tener un sistema numérico eficiente, nunca contaron con escritura. Esto dificulta mucho el estudio de su desarrollo
cultural y, sobre todo, de las ceremonias que llevaban a cabo.
Nadie sabe con certeza hasta qué momento vivieron aquellas mujeres en la misteriosa montaña, y por qué razón nunca se han
encontrado restos de personas ancianas.
Entre sus ruinas se puede descubrir el alma del pueblo inca.
MACHU PICCHU, LA CIUDAD OLVIDADA DE LOS INCAS

Machu Picchu es uno de los mejores ejemplos de la planificación urbana incaica y, por su ubicación, un espectáculo muy difícil
de describir con palabras. Más allá de las interpretaciones fantásticas o legendarias fue una ciudad inca que, tras el colapso del
imperio incaico quedó abandonada aunque no olvidada; los españoles la conocían (la describen algunos documentos históricos)
y los lugareños de los alrededores también. De Machu Picchu se han dicho muchas cosas. Y la gran mayoría son fábulas que,
lamentablemente, difunden interesadamente la mayoría de los guías para aumentar el halo místico de las piedras, crear la ilusión
de una visita mágica e incrementar las propinas.
Los espales conocían la ciudad desde 1539, esto es, apenas seis años después del colapso del imperio con la muerte del inca
Huascar. La tradición señala que la ciudad fue construida por orden del Inca Pachacútec (siglo XV) para asentar el poder incaico
en esa zona tras una dura campaña de conquista. Eran los primeros pasos de la expansión imperial incaica y la ciudad cumpliría
la función de asentar el poder del inca en la zona y, de paso, controlar los alrededores y las rutas de comercio que conectaban
el altiplano con las primeras selvas de la Amazonía. Sobre la función de Machu Picchu se ha dicho que fue residencia de verano
de Pachacútec y su familia y posterior mausoleo; lugar de encierro de mujeres nobles consagradas a los dioses; ciudad sagrada
y de peregrinación… Pero la semejanza de Machu Picchu con otras ciudades del llamado Valle sagrado (como Pisac o
Ollantaytambo) deshacen los mitos.
Según Federico Kauffmann, quien fura director de Patrimonio Histórico del Gobierno de Perú y director del Museo Nacional
de Arqueología, Antropología e Historia, sostenía que la ciudadela era sólo la cabeza administrativa y religiosa de la
comarca; un lugar desde dónde se gobernaba y se organizaba la producción agrícola y el comercio de aquella parte del imperio.
Intihuatanas los hay en otras ciudades; templos los hay en todos lados; las construcciones de Pisac, por ejemplo, son aún más
delicadas que en Machu Picchu. Pero pese a lo ordinario de funciones, sigue siendo un lugar extraordinario
La Puerta del Sol (Intipunku).- Esta era la primera edificación con la que se encontraban los viajeros que accedían a la ciudad
a través del Camino del Inca. La pequeña estructura consistía en una portada de piedra, un complejo sistema de terrazas, muros
de contención y una pequeña cabaña anexa que servía como puesto de control previo a la entrada a la ciudadela. El nombre y
la posición de la puerta no son cosa de la casualidad. Como todo lo que hacían los incas, la entrada a la ciudad también cumplía
una función ritual ya que estaba orientada astronómicamente para ser la primera en recibir los rayos del sol durante los
amaneceres. Durante el solsticio de verano (del 21 al 24 de diciembre), el Intipunku se alinea con la salida del sol y una de las
ventanas del llamado ‘torreón’ o Templo del Sol, una de las estructuras más importantes de la ciudadela. Al Intipunku se llega
tras una breve caminata de 1,8 kilómetros desde la llamada Casa del Guardián en la que se sube un desnivel de casi 250
metros. Las visas sobre la ciudadela desde el Intipunku son increíbles; aún más a primera hora de la mañana.
Las terrazas previas al recinto fortificado y las canalizaciones.- Una de las maravillas de la ingeniería incaica fue su control
sobre el agua y su capacidad para convertir casi cualquier sitio en tierra cultivable. Las terrazas de cultivo de la ciudadela de
Machu Picchu son un ejemplo paradigmático que se extiende por otros yacimientos del Valle Sagrado. Sólo aquí, los ingenieros
incas construyeron más de 4,9 hectáreas de suelo fértil y útil en las laderas de la montaña a través de un cuidadoso planeamiento
urbano, hidrológico y agrícola. Un ejemplo de la pericia constructiva de la civilización incaica fue su dominio sobre el agua.
Un canal de más de 750 metros de longitud (con una pendiente constante del 3%) conduce mansamente hasta el centro de la
ciudadela un caudal de agua de entre 25 y 150 litros por minuto (de 10 a 16 cm de profundidad y de 10 a 12 centímetro de
ancho). Para ello no sólo excavaron fuentes, sino que construyeron muros colectores y drenajes que llevan el agua hasta ese
canal capaz de soportar hasta el doble de capacidad de lo previsto, por si las moscas.
Las terrazas cumplían una doble función: la de servir como tierra de cultivo y la de asentar la propia ladera y toda la estructura
de la ciudadela. Los muros tienen forma trapezoidal con cimientos anchos y extremos superiores de apenas veinte o treinta
centímetros que ayudaban a sostener la tierra. Una compleja red de drenajes impide, aún hoy, que el peso de la tierra empapada
se deslizara ladera abajo provocando el colapso de toda la ciudad (hay 130 desagües en todo el complejo). Machu Picchu es un
desafío para la ingeniería. Incluida la actual. Una pequeña explanada al suroeste de las terrazas de cultivo se destinó a necrópolis
de la ciudadela. La llamada Piedra Funeraria se ha interpretado como un altar en el que se realizaban los ritos previos al
enterramiento. Aquí se encuentra la ‘casa del guardián de la roca funeraria’, con impresionantes vistas sobre el conjunto y el
punto de partida del sendero que lleva hasta el Puente del Inca, una sencilla pasarela de madera que servía para cortar el acceso
a la ciudad desde el sur.
La ciudadela; estructura urbana y función.- El agua y el sol determinaron todos y cada uno de los elementos que conforman la
ciudadela. Muros adentro, lo primero que llama la atención al viajero es la división del espacio en dos partes muy diferenciadas
separadas por un amplio sistema de plazas o explanadas dispuestas en forma de grandes terrazas. Este enorme espacio abierto
separaría a los barrios de Hanan (arriba) y Hurin (abajo); la ciudad sagrada –arriba- y la ciudad residencial –abajo- Esta lógica
se mantiene en toda la estructura urbana de la ciudad. De esta manera, el primer conjunto de casas y dependencias estaría
destinado a satisfacer las necesidades rituales de la familia real y los grandes sacerdotes y sacerdotisas del lugar. Aquí se
localizan las Fuentes Rituales; la habitación de la Ñusta; el ‘torreón’ –o templo del sol-; y el panteón real.
Fuentes Rituales o Pacchas .- A la escalera que separa este primer conjunto del Palacio Real se la llama calle de las fuentes.
Aquí llegaban las primeras aguas nada más entrar en el recinto amurallado. El agua baja a través de dieciséis estanques
escalonados que si sitúan justo entre el llamado Templo del Sol y la residencia del inca, lo que hace indicar que podría tener un
uso religioso. Los canales de agua atraviesan lo que parece un paisaje de montañas esculpido en piedra (algunos de los bloques
son de enormes dimensiones) lo que se ha interpretado como una especie de representación del agua como fuente de vida. Los
pequeños estanques que caen desde lo alto de la escalera podrían ser fuentes de abluciones.
El Templo del Sol (Torreón) y las Tumbas reales.- El templo de sol es una construcción de planta circular y piedra delicadamente
pulida. Es una de las construcciones más delicadas de todo el conjunto. Se tomaron mucho tiempo en tallar esas piedras y en
situarlas justo en el sitio preciso. Todos coinciden en que el lugar es una especie de observatorio desde dónde se podía advertir
la posición del sol cada amanecer y, por lo tanto, la llegada de las estaciones. Como decíamos antes, desde aquí, el amanecer
del solsticio de verano se alinea perfectamente con la Puerta del Sol. Pero es que otra de sus ventanas está orientada hacia el
solsticio de invierno. Por eso se cree que también tendría una función ritual y religiosa vinculada con la casa real inca, ya que
el lugar se construyó sobre una gruta natural (acondicionada) en la que, según la tradición, descansaban las momias reales
cuando la familia del inca residía en la ciudad. Los estudiosos actuales matizan que este lugar era un templo dedicado a los
muertos y no un panteón real y que estaba dedicado a la Pacha Mama (Madre Tierra).
La casa de la Ñusta.- Las casas que se encuentran justo por encima del Templo del Sol han sido identificadas, por la tradición,
como residencia de mujeres de la clase gobernante que ejercían funciones de sacerdocio. Son las ñustas, estaban emparentadas
directamente con la familia del inca y estaban consagradas al culto al sol. La delicadeza de la mampostería de estas casas, junto
al Torreón, pone de manifiesto la delicada factura de las paredes y su cercanía al Torreón. Es una de las mejores construcciones
de toda la ciudad.
Esa primera sección del Hanan se completa con dos complejos de edificaciones. Al otro lado de la escalera de las Fuentes
Rituales se encuentra el Palacio Real. Su identificación como residencia del inca viene dada por tres factores: la primera es que
es la primera de las casas que recibe el agua nada más entrar en la ciudad y pasar por ese ‘río’ ritual que se desparrama junto a
la escalera; la segunda es la propia calidad de la construcción y la tercera es que es la casa más grande de todo el complejo (con
dos plantas construidas sobre grandes terrazas y espacios abiertos (canchas). Justo por debajo del complejo que alberga al
Torreón se encuentra otro complejo de viviendas que e identifican como casas de nobles. Junto a ellas hay una pequeña
edificación muy curiosa que según algunos estudiosos podría ser una cárcel. Se trata de cuartos muy pequeños dónde apenas
cabe un hombre. Junto a estas pequeñas casas hay una plazoleta semicircular en la que se talló, aprovechando un saliente rocoso,
la cabeza de un cóndor que, preside el recinto y forma, junto a dos salientes rocosos y una pequeña cueva, una de estas aves
con las alas abiertas. Los guías amantes del morbo –lamentablemente la mayoría- te dirán que aquí dejaban los cuerpos de los
castigados para que fueran devorados por los cóndores, pero los arqueólogos creen que se trata de un templo dedicado a al Apu
Kuntur (dios Cóndor) en el que se realizaban ofrendas. Los incas creían que las almas de los muertos volaban al encuentro del
sol transportadas por los cóndores.
La acrópolis o área sagrada.- La Plaza Sagrada ocupa un lugar preponderante dentro de la estructura urbana de la ciudad. Aquí
se encuentran el Templo Principal y el Templo de las Tres Ventanas, dos de los edificios más importantes del complejo y,
también, el lugar desde dónde se accede al pequeño montículo en el que se encuentra el Intihuatana, la roca que amarraba al sol
y que servía para determinar la llegada de los solsticios y los equinoccios. En esta zona de la Ciudad de Arriba el trabajo de
albañilería alcanza un grado de perfección y de detallismo impresionante. Quizás el mejor ejemplo de ello es el Templo de las
Tres Ventanas, construido con grandes bloques de piedra labrados que encajan con una precisión milimétrica. Los muros rodean
una piedra tallada en la que, a través de escalones, se representan los tres niveles de la cosmogonía andina: el Hanan-Pacha que
se corresponde con el cielo y la espiritualidad, el Kay-Pacha que es el plano terrestre en el que desarrollan su día a día los seres
vivos, y el Ukju-Pacha, que representa la vida interior o el subsuelo. El otro elemento fundamental de esta área sagrada es el
montículo (en forma de pirámide escalonada truncada) en la que sitúa el Inti Huatana, una enorme piedra tallada que serviría
para determinar con exactitud la llegada del solsticio de verano (Capac Raymi) a través de la proyección de su sombra sobre la
plataforma.
Sector Urin y Wayna Picchu.- Al Este de la Plaza central se localiza la mayor parte del sector Urin de la ciudadela (barrio bajo).
Aquí, la arquitectura es menos cuidada que en el barrio Hanan y la cantidad de espacios de habitación y almacenamiento se
hace más numerosa y, a la vez, estos son menos espaciosos. Por eso se ha interpretado que aquí residían los artesanos, sirvientes
y agricultores que trabajaban en la ciudad. Aún así hay lugares notables que ponen de manifiesto la maestría de los constructores
incaicos y su cuidada planificación urbanística. De los edificios de este sector destaca la llamada Casa de los Espejos de Agua.
Como sucede en toda la ciudad, las interpretaciones sobre las dos fuentes de agua talladas en la roca del suelo son discordantes.
Los amantes de lo místico dirán que eran espejos para ver las estrellas reflejadas; para la gran mayoría de los arqueólogos (por
analogía con estructuras actuales similares), estamos ante simples morteros para la molienda del maíz destinado a la chicha y
de tintes naturales para colorear telas. Y de ahí las dos posibles identificaciones: templo de mujeres sagradas o simple taller de
trabajo. Las calles de Urin son todo un alarde de planificación. De este lugar no hay que perderse, tampoco, el llamado barrio
de las tres puertas y callejear una y otra vez por los diferentes andenes que nos han la sensación de estar en un lugar aún vivo.
En el extremo norte de Urin se encuentra la Piedra Sagrada, una enorme roca trabajada situada sobre un pedestal de piedra que
parece representar al vecino Yanatín, o cerro de las dos puntas, que se vinculaba con fuerzas protectoras. Este lugar es
importante porque da acceso al Wayna Picchu, la imponente mole de piedra que se encuentra al norte de la ciudad. El sendero
que asciende hacia la cima del Wayna Picchu es una de las mejores experiencias que atesora la ciudad perdida de los incas.
Muy cerca de la cima hay una compleja estructura de muros y terrazas que, según los arqueólogos tenían la función de
observatorio astronómico.
La mayor parte de los que suben hasta aquí dan la media vuelta y vuelven a Machu Picchu y se dejan atrás la posibilidad de
visitar una de las maravillas de todo Perú. Después de un descenso vertiginoso que se interna en la selva llegamos al Templo
de la Luna, dos cuevas naturales acondicionadas con bloques de piedra perfectamente labrados que según las últimas
investigaciones, sería una especie de adoratorio para depositar ofrendas o, incluso, un altar en el que se realizaban sacrificios
humanos (el ritual de la Capacocha), con los que se ofrendaban niños y niñas a los dioses. El lugar es, sencillamente,
impresionante y merece hacer esa ruta completa de más de siete kilómetros (con un desnivel importante).

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