Está en la página 1de 11

Conquista de la tierra: libertad y estado.

Pikasa

INTRODUCCION
La tradición predominante en la Escritura ha presentado un esquema simple y
progresivo: liberadas de Egipto y tras vagar cuarenta años por el Sinaí, las
tribus de Israel penetran de manera violenta y unitaria en Palestina, dirigidas
por Josué; siguen unos años de inestabilidad y desunión, con la amenaza de
enemigos exteriores, en el tiempo de los jueces; más tarde, hacia el 1000 a. C,
tras el breve ensayo de Saúl, el rey David instaura la monarquía israelita, que
perdura, unida o dividida, a través de varios siglos. Parece así que el mismo
Dios avala la conquista militar violenta y se refleja en el poder de los monarcas
victoriosos: David y los que siguen su reinado serán revelación de Dios sobre la
tierra.
Esta imagen oficial de los sucesos tiene ciertamente su valor y como tal debe
aceptarse, pero otros datos de la misma Biblia, interpretados desde su
trasfondo histórico-literario, exigen matizarla. Hoy sabemos que el libro de los
Jue transmite unos recuerdos que no encajan con la perspectiva de Jos; lo
mismo pasa con otros elementos que encontramos dispersos por los libros de
Nm y 1-2 Sm. Esto nos obliga a presentar una visión algo distinta de la primitiva
historia israelita, centrada en estos motivos: experiencia de Dios, libertad de las
tribus, unificación del estado. Presentado de manera simplista, nuestro
esquema es éste:
• Israel vive unos siglos de libertad sin estado, entre el XIII y el XI a. C, en eso
que llamamos el tiempo de los jueces. Las tribus de hombres libres, que se van
formando a partir de los «hapiru», crean estructuras autogestionarias de
colaboración, comunicación y defensa, fundadas en Yahvé, que es Dios de
libertad.
• El estado surge, en forma de monarquía, para proteger la libertad de las
tribus, amenazada por el militarismo imperialista de los filisteos. Contra la
violencia del poder externo se construye un estado central que tiende a
convertirse en principio de unidad para las tribus (desde el 1020 a. C).
• El estado mismo se vuelve enemigo de la libertad, como se puede advertir ya
en Salomón (965-928 a.C.) y de manera más intensa en los que siguen como
reyes de Israel y de Judá, suscitando las voces de protesta de la profecía.
Las reflexiones que siguen se fijan en los dos primeros momentos de este
esquema. De la profecía y de su crítica en contra del estado hablaremos en
temas sucesivos.

EXPOSICION
Tratamos ante todo de la organización y estructura social que van formando los
hombres liberados, es decir, los que de un modo u otro se presentan como
sucesores de los que vivieron el éxodo de Egipto. ¿Cómo llegan a la tierra
palestina? ¿Cómo la conquistan y organizan allí su libertad, bajo la guía de
Yahvé, a quien veneran como promotor de su camino? Tres son las respuestas
principales que se han dado a estas preguntas.
1. Invasión pacífica
Parece que el pueblo de Israel se fue formando a partir de grupos que llegaron
de manera pacífica y progresiva a Palestina. Estos grupos se encontraban
vinculados a diversas tradiciones patriarcales, ligadas a los nombres de
Abrahán, Isaac y Jacob; su recuerdo se conserva en torno a los diversos
santuarios (Hebrón, Betel, Berseba, etc.) donde se decía que Dios había
prometido la tierra a esos patriarcas. A partir de aquí, muchos investigadores y
exegetas de la primera mitad del siglo XX han interpretado el surgimiento de
Israel como consecuencia de una emigración pacífica de nómadas que, llegan-
do del desierto, ocuparon los huecos montañosos y pobres de la tierra, hasta
venir a convertirse en dueños de ella.
Más que nómadas debieran llamarse seminómadas, pastores transhumantes
que, entre el XVII y XII a. C, iban dejando las estepas del este y del noreste
para establecerse de un modo pacífico en la zona montañosa del entorno de
Siquén, en las colinas semidesérticas de Judá o en los altos de Galilea. Más
que choque armado, hubo un proceso de sedentarizacíón pacífica. Los nuevos
habitantes respetaban las zonas de la costa y la llanura, dominadas por
ciudades cananeas, tributarias de Egipto, organizadas de manera autoritaria,
feudal, militarizada. Existió de esta manera una simbiosis que pudo mantenerse
por algunos siglos: los estados cana-neos ejercían una especie de control
sobre los nuevos habitantes de la zona montañosa.
Esta situación duró hasta el final del tiempo de
los jueces (a mediados del siglo XI a. C). En un momento determinado, tras el
derrumbamiento sociopolítico de los estados cananeos y bajo la presión militar
de los filisteos, la situación cambió drásticamente: los israelitas de la montaña,
que formaban la mayoría más concientizada y creadora de la población,
lograron controlar toda la tierra palestina, formando así su propio estado con
Saúl, hacia el 1020 a. C.
Pienso que esta perspectiva, que se apoya en datos de Jue y 1 Sm, contiene
muchos elementos positivos, pero en ella quedan otros aspectos poco claros:
hay que explicar la conciencia y vocación guerrera de algunos grupos de
israelitas; también hay que fijar su forma de influir en los antiguos habitantes de
la tierra, integrándolos en eso que podríamos llamar la «revolución yahvista».
2. Conquista guerrera
La segunda visión ha presupuesto que los guerreros de Israel, concientizados e
integrados como grupo militar, conquistaron de manera rápida y violenta la
tierra palestina. Es la postura que está al fondo de Jos 1-12 y que ha influido en
los libros posteriores de la biblia. Ella presupone que los israelitas se
encontraban ya formados como pueblo en el desierto; por eso, como pueblo
unido y bien armado, conquistaron el país de las promesas y, matando a sus
antiguos habitantes, repartieron a cordel sus tierras (cf. Jos 13-22).
Tomada en su conjunto, esta visión resulta históricamente equivocada: ni
existió Israel como pueblo unificado antes de su entrada en Palestina, ni los
hebreos conquistaron la tierra en una gran campaña militar. Esta perspectiva se
ha formado como tesis de carácter teológico tardío, para destacar la
providencia de Yahvé y la unión original de todo el pueblo, en línea
deuteronomista, es decir, después del VI a. C. Sin embargo, al fondo de ella se
transmite un auténtico recuerdo de la historia: entre los grupos que formaron la
unidad israelita había uno distinto, dotado de rasgos militares. Los miembros de
este grupo no parecen pacíficos pastores transhumantes ni sencillos
campesinos marginales, sometidos al control de las ciudades cananeas. Este
grupo tiene una conciencia peculiar de su poder y lo explícita en textos como Dt
7 y 20, 11-18; Ex 23, 20-33; 34, lOs; Jue 2, 1-5.
En todos estos casos parece reflejarse un mismo pacto de conquista: Dios se
compromete a introducir al grupo armado hasta la tierra palestina, destruyendo
allí a los pueblos que la habitan. Esa ayuda de Dios, que se explícita como
pacto o juramento, exige una respuesta decidida de sus fieles, que se
comprometen a arrasar el culto cananeo, matando a los antiguos habitantes de
la tierra:
• He aquí que envío un ángel ante ti, para que te defienda en el camino y te
haga entrar en la tierra que te he preparado.
• Acátale, escucha su voz, no le resistas.
• Si escuchas su voz, haciendo cuanto te digo, seré enemigo de tus enemigos y
oprimiré a tus opresores.
- Cuando marche mi ángel delante de ti y te introduzca en la tierra del amorreo,
hitita... que yo exterminaré,
- no adores a sus dioses ni les sirvas... sino que debes destruir sus lugares de
culto y derribar sus piedras sagradas;
- servirás a Yahvé y él te bendecirá (Ex 23, 20-25).
La entrada en Palestina se interpreta aquí a manera de guerra de conquista.
Dios mismo es quien combate con sus fieles, enviando su terror y destruyendo
(en guerra santa) a los antiguos habitantes de la tierra. Dios dirige a sus
devotos en combate a muerte en el que deben matar a los enemigos,
destruyendo sus signos religiosos. De esta forma, se establece el «pacto de la
guerra», que es promesa y garantía de conquista militar de Palestina (cf. Ex 34,
10-11).
Desde este fondo, que ha influido en todos los libros de la historia israelita, nos
parece claro que hubo un grupo de protoisraelitas que vivieron la presencia de
Yahvé como señor celoso y guerrero que avalaba la conquista militar de
Palestina. Dios mismo combatía en contra de los dioses falsos; de manera
semejante debían combatir sus fieles.
3. Revolución popular
Los motivos anteriores tienen su valor. Todo nos lleva a suponer que el pueblo
israelita fue formándose a partir de orígenes distintos: de pastores
transhumantes que llevaban, verano tras verano, sus ganados a la tierra
cultivada; de agricultores que se fueron asentando en zonas montañosas o
boscosas, menos habitadas; también hubo pequeños grupos militarizados, con
fe más fuerte en Yahvé, Dios de la guerra, que les prometía su asistencia para
conquistar la tierra palestina. Estos últimos parecen ser los portadores del
recuerdo del éxodo y veneran a Yahvé como a Dios liberador.
Ciertamente, nos movemos sobre un campo donde sólo contamos con
hipótesis, pues toda afirmación tajante viene a resultar aventurada. Sin em-
bargo, hay unos datos que parecen estar asegurados: hacia Palestina
convergen entre el 1300 y el 1100 a. C. diferentes grupos de personas que
consiguen encontrar algo en común y unificarse como pueblo, en contra de la
antigua estructura estatalista y feudal de los cananeos. Dos son sus elementos
unificadores:
• La experiencia compartida de marginación: pastores, agricultores, soldados
mercenarios o sin tierra vienen a encontrarse en una misma base: carecen de
seguridad, están amenazados.
• La misma fe religiosa: intercambiando experiencias sacrales y buscando un
camino compartido, estos grupos van descubriendo a Dios como poder de
libertad.
No sabemos precisarlo, pero en tiempo relativamente corto, esos grupos
marginados fueron desplegando una conciencia compartida de libertad y se
fueron desarrollando como pueblo. No aceptaron la estructura feudal de las
ciudades cananeas, donde una pequeña cúpula militarizada domina sobre el
resto de la población. Tampoco asumieron sus diferencias sociales y
económicas. Se fueron estableciendo y consolidando como tribus, es decir,
como federaciones autónomas de hombres libres, organizados para la
convivencia, vinculados en grupos militares para la defensa.
Esta es la estructura que podemos descubrir alteos y péleteos (¿cretenses y
filisteos?) (cf. 2 Sm 8, 18; 1, 20). Pero, al mismo tiempo, obraba como ver-
dadero israelita: hizo un pacto con su pueblo (cf. 2 Sm 5, 3) y respetó la
estructura y libertades de las tribus (cf. 2 Sm). Por eso, su reinado vino a
interpretarse pronto como garantía mesiánica, señal de la presencia de Dios
entre las tribus de su pueblo.
Salomón fue diferente. Deja a un lado las antiguas libertades y organiza
«racionalmente» un estado unificado, al servicio de su propia economía
palaciega. Al mismo tiempo, quiere utilizar para el provecho de su estado los
factores religiosos y edifica en su ciudad, Jerusalén, un templo nacional que
actúa como lugar de convergencia de las tribus. De esa forma consolida su
función en el conjunto de la vida israelita (961 al 931 a. C). Con esto hemos se -
ñalado ya las dos aportaciones fundamentales de la monarquía: función
mesiánica del rey y novedad del templo israelita.
La función mesiánica parece estar relacionada con el cumplimiento de las
viejas promesas patriarcales: con David se han realizado ya las viejas espe-
ranzas, de tal forma que el pueblo israelita puede presentarse como dueño de
toda Palestina (cf. Gn 15, 18). Quizá la tradición ha interpretado a David como
el auténtico Abrahán que, desde Hebrón, ciudad de las promesas del patriarca,
viene a conquistar toda la tierra prometida. En esa línea ha de entenderse el
interés que el rey demuestra por el arca, signo de las tradiciones israelitas:
quiere construirle en su ciudad un templo (casa), para avalar de esa manera
su, política (cf. 2 Sm 6). Por medio del profeta, Dios responde que no quiere
tener casa; será Dios quien edifique casa (o descendencia) para el rey, como
dirá el profeta:
Yahvé te anuncia que él será quien te edifique a ti una casa. Cuando se
cumplan tus días y duermas con tus padres, elevaré a tu descendiente detrás
de ti, al que nazca de tu entraña. Afirmaré su trono: seré para él un padre, él
será para mí un hijo... De esa forma, tu casa estará firme y será eterno tu reino
(2 Sm 7, 10-12.14-16).
No podemos comentar más ese texto convertido pronto en principio de una
extensa literatura mesiánica donde se presenta al rey como expresión de Dios
sobre la tierra (cf. Sal 89; 132). El pueblo de hombres libres donde todos
actuaban como signo de Dios se ha transformado. Al mismo centro de ese
pueblo se alza un hombre diferente: el rey, donde se cruzan y concentran las
líneas del conjunto. Sólo en Cristo llegaremos a entender lo que supone esa re-
velación de Dios por el monarca.
También es nueva la función del templo. Antes había santuarios nacionales,
lugares de reunión sagrada del conjunto de las tribus, convocadas allí por el
recuerdo de los viejos patriarcas o la celebración conjunta de la alianza
(Hebrón, Guilgal, Betel, Siquén, etc.). Ahora surge, por encima de ellos, el
antiguo lugar santo de Sión, la jebusea, donde convergen los temas
primigenios del monte del Señor (cf. Is 14, 12-15; Sal 46; 48) y las nuevas
tradiciones del pueblo unificado. De esa forma culmina aquello que podríamos
llamar el período fundante de la historia israelita. De ahora en adelante, Dios
«habitará» en Sión y actuará por su monarca... Pero de ese proceso y la
protesta que suscita en los profetas hablaremos en los temas siguientes.
ILUSTRACION: CRONOLOGIA
1250-1050 Tiempo fundante de las tribus. Partiendo de orígenes distintos,
varios grupos de «hebreos» se unen para formar la confederación israelita. Son
portadores de antiguas tradiciones de patriarcas (siglos XVII-XIII a. C.) o de
acontecimientos más recientes como el éxodo de Egipto (en torno al 1280 a.
C).
1050 Comienza la actividad de Samuel.
1020-1004 Saúl.
1004-965 David (reina sobre todo Israel desde el 1000). 965-931 Salomón.
ISRAEL JUDA
931- Jeroboán 931-914 Roboán
910
914-911 Abías
910- Nadab 911-870 Asá
909
909- Baasá
886
886- Elá
885
885 Zimrí
885- Omrí
874
874- Ajab 870-848 Josafat
853
853- Ocozías
852
852- Jorán 848-841 Jorán
841
841 Ocozías

teos y péleteos (¿cretenses y filisteos?) (cf. 2 Sm 8, 18; 1, 20). Pero, al mismo


tiempo, obraba como verdadero israelita: hizo un pacto con su pueblo (cf. 2 Sm
5, 3) y respetó la estructura y libertades de las tribus (cf. 2 Sm). Por eso, su
reinado vino a interpretarse pronto como garantía mesiánica, señal de la
presencia de Dios entre las tribus de su pueblo.
Salomón fue diferente. Deja a un lado las antiguas libertades y organiza
«racionalmente» un estado unificado, al servicio de su propia economía
palaciega. Al mismo tiempo, quiere utilizar para el provecho de su estado los
factores religiosos y edifica en su ciudad, Jerusalén, un templo nacional que
actúa como lugar de convergencia de las tribus. De esa forma consolida su
función en el conjunto de la vida israelita (961 al 931 a. C). Con esto hemos se -
ñalado ya las dos aportaciones fundamentales de la monarquía: función
mesiánica del rey y novedad del templo israelita.
La función mesiánica parece estar relacionada con el cumplimiento de las
viejas promesas patriarcales: con David se han realizado ya las viejas espe-
ranzas, de tal forma que el pueblo israelita puede presentarse como dueño de
toda Palestina (cf. Gn 15, 18). Quizá la tradición ha interpretado a David como
el auténtico Abrahán que, desde Hebrón, ciudad de las promesas del patriarca,
viene a conquistar toda la tierra prometida. En esa línea ha de entenderse el
interés que el rey demuestra por el arca, signo de las tradiciones israelitas:
quiere construirle en su ciudad un templo (casa), para avalar de esa manera
su, política (cf. 2 Sm 6). Por medio del profeta, Dios responde que no quiere
tener casa; será Dios quien edifique casa (o descendencia) para el rey, como
dirá el profeta:
Yahvé te anuncia que él será quien te edifique a ti una casa. Cuando se
cumplan tus días y duermas con tus padres, elevaré a tu descendiente detrás
de ti, al que nazca de tu entraña. Afirmaré su trono: seré para él un padre, él
será para mí un hijo... De esa forma, tu casa estará firme y será eterno tu reino
(2 Sm 7, 10-12.14-16).
No podemos comentar más ese texto convertido pronto en principio de una
extensa literatura mesiánica donde se presenta al rey como expresión de Dios
sobre la tierra (cf. Sal 89; 132). El pueblo de hombres libres donde todos
actuaban como signo de Dios se ha transformado. Al mismo centro de ese
pueblo se alza un hombre diferente: el rey, donde se cruzan y concentran las
líneas del conjunto. Sólo en Cristo llegaremos a entender lo que supone esa re-
velación de Dios por el monarca.
También es nueva la función del templo. Antes había santuarios nacionales,
lugares de reunión sagrada del conjunto de las tribus, convocadas allí por el
recuerdo de los viejos patriarcas o la celebración conjunta de la alianza
(Hebrón, Guilgal, Betel, Siquén, etc.). Ahora surge, por encima de ellos, el
antiguo lugar santo de Sión, la jebusea, donde convergen los temas
primigenios del monte del Señor (cf. Is 14, 12-15; Sal 46; 48) y las nuevas
tradiciones del pueblo unificado. De esa forma culmina aquello que podríamos
llamar el período fundante de la historia israelita. De ahora en adelante, Dios
«habitará» en Sión y actuará por su monarca... Pero de ese proceso y la
protesta que suscita en los profetas hablaremos en los temas siguientes.

ILUSTRACION: CRONOLOGIA
1250-1050 Tiempo fundante de las tribus. Partiendo de orígenes distintos,
varios grupos de «hebreos» se unen para formar la confederación israelita. Son
portadores de antiguas tradiciones de patriarcas (siglos XVII-XIII a. C.) o de
acontecimientos más recientes como el éxodo de Egipto (en torno al 1280 a.
C).
1050 Comienza la actividad de Samuel.
1020-1004 Saúl.
1004-965 David (reina sobre todo Israel desde el 1000). 965-931 Salomón.
ISRAEL JUDA
931- Jeroboán 931-914 Roboán
910
914-911 Abías
910- Nadab 911-870 Asá
909
909- Baasá
886
886- Elá
885
885 Zimrí
885- Omrí
874
874- Ajab 870-848 Josafat
853
853- Ocozías
852
852- Jorán 848-841 Jorán
841
841 Ocozías
LECTURAS
• En plano de crítica bíblica
N. K. Gottwald, The Tribes of Yahweh. SCM, London 1980.
B. Halpern, The Emergence of Israel in Canaan. Scho-
lars P., Chico Ca. 1983. G. E. Mendenhall, The Hebrew Conquest of Palestine:
BibArch 25 (1962) 66-87. R. de Vaux, Historia antigua de Israel, II. Madrid
1975,
17-28.
• Sobre la violencia de Dios existe una abundante bibliografía, recogida por
N. Lohfink, // Dio della Bibbia e la Violenta. Morcellia-na, Brescia 1985, 133-
150, que reproduce el texto de Gewalt und Gewaltlosigkeit im AT. Herder V.,
Freiburg 1983.
He ofrecido una valoración del tema en El ejército en la Biblia. De las milicias
populares a la paz cristiana: Iglesia Viva 129 (1987) 273-323.
• Sobre rey y templo
M. Buber, Kingship of God. G. Alien, London 1956.
R. E. Clements, God and Temple. Fortress P., Philadel-phia 1965.
Y. M. Congar, El misterio del templo. Estela, Barcelona 1967.
J. Coppens, Le messianisme royal. Cerf, Paris 1968. S. Mowinckel, El que ha
de venir. FAX, Madrid 1975. M. Noth, Estudios sobre el AT. Sigúeme,
Salamanca 1985.
G. von Rad, Estudios sobre elAT. Sigúeme, Salamanca
1976.
• Actualización de los salmos
J. Alonso Schókel, Treinta Salmos. Poesía y oración.
Cristiandad, Madrid 1983. A. Deissler, Los salmos. Paulinas, Buenos Aires
1967. A. González, El libro de los salmos, Herder, Barcelona
1966.
M. Gourgues, Los salmos y Jesús. Jesús y los salmos. Verbo Divino, Estella
1979.
H. J. Kraus, Los salmos, I-III. Sigúeme, Salamanca
1987s.
M. Mannati, Orar con los salmos. Verbo Divino, Estella 1978.

También podría gustarte