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INFORME DE LECTURA

“De la cultura y otras concepciones”

SEMINARIO COMPLEMENTARIO “COGNICIÓN Y CREATIVIDAD”

JUAN CARLOS PÉREZ FLÓREZ

DOCENTE

ADRIANA MARÍA ORTIZ RODAS

UNIVERSIDAD DE MEDELLIN

DEPARTAMENTO DE CIENCIAS SOCIALES Y HUMANAS

MAESTRÍA EN EDUCACIÓN

MEDELLÍN-ANTIOQUIA

NOV/29/20017
De la cultura y otras concepciones

Siempre seremos “hombres de la caverna”, tal como nos ilustra Platón en uno de sus
discursos, y es que siempre estaremos dispuestos al conocimiento y a los nuevos conceptos,
nuevas luces que dan frutos a nuevas dialécticas, discusiones en busca de otras verdades que,
precisamente, no es que desmientan viejos saberes, simplemente nos muestran otras formas
del discurso en voces de otros autores como un proceso continuo que nunca termina,
mostrando, en su gran dimensión, lo qué significa aprender, lo que significa enseñar y lo que
significa ser aprendiz.

¿Qué papel cumple lo cultural y su contexto en todo lo anterior?, capaz que sea necesario
definir antes ¿qué es cultura?, y aquí aparecen diferentes perspectivas en sus intenciones de
estudio: ciencias de la educación y antropología; y es que cultura no solo implica un conjunto
de costumbres e ideologías, tampoco tan solo algo que pueda o no describirse y analizarse; o
como dice Ángel Díaz: “…la cultura es resultado de una acumulación o de una
transformación (como en la expresión "capital cultura"), debe ser vista la cultura como algo
más representativo, la cultura es un universo porque la cultura es el mismo ser con todo su
pasado, y, aquí cabe una reflexión, de lo que estamos perdiendo, hablando de pasado, tal
como lo cita Sábato en La Resistencia: “trágicamente el mundo está perdiendo la originalidad
de sus pueblos, la riqueza de sus diferencias, en su deseo infernal de clonar al ser humano
para mejor dominarlo”

Me pregunto con frecuencia dónde está la importancia de lo que aprendí en mis años de
escuela (primaria y básica secundaria), en ese ejercicio podría hacer un pódium de primeros
puestos de las cosas que no recuerdo y que alguien, a su juicio, podría calificarme como
ignorante; hoy por ejemplo puedo diferenciar entre un caballo y un elefante por el magnífico
tamaño del segundo pero mi memoria no guarda el significado de paquidermo, alguien dijo
una vez que la cultura es lo que queda cuando se ha olvidado la erudición, hoy quizás sea
uno de los hombres más cultos por no recordar a Maxwell y su ley de Campos, Einsteen y
su Relatividad, hoy no recuerdo los estrechos nombrados en Geografía o cuántos casos de
factorización existen “para salvar al mundo”, entre esos tantos recuerdos académicos a los
que quiero llegar y no encuentro, me tropiezo con un señor marinero que lleva a cuestas un
bacalao gigante (no sé porque lo relaciono con Pavlov) y las estrategias de mi madre por
hacérmelo tomar, me tropiezo con el recuerdo de ese lunar en alto relieve, como sangre
coagulada en la espalda de mi padre, que yo siempre relacionaba con el mapa de Colombia
y aquella inquietud de querer encontrar en ese mismo espacio las limitaciones de mi país,
entonces, con la complicidad de mi padre, extendía líneas con la punta mojada de los lápices
de colores y llegaba hasta Brasil, Panamá, Bolivia, Perú, Argentina, Urugüay, Paragüay,
Ecuador y Venezuela. Qué fácil es recordar lo que te marca.

Hay momentos decisivos en la vida del hombre que a su vez pasan a marcar la historia de la
humanidad, nuestra cultura está mostrando señales, signos inconfundibles de la proximidad
del fin; hoy el hombre confunde noticia con creatividad y en esa confusión nos hacemos
multiplicadores de esa noticia, copiando modas o nuevas variantes, hoy nada es perdurable,
asistimos sin saberlo a nuestra propia tragicomedia donde reímos comprando cosas que se
acumulan como basura hora tras hora para luego llorar viendo a nuestros hijos, las nuevas
generaciones, sufriendo las consecuencias de toda esa acumulación, una cantidad de
información que se les hace difícil asimilar, mentes vírgenes que se hacen manipulables. Una
globalización que los digiere sin masticarlos.

Aparece el aula en medio de todo este caos, pero no como algo que se materializa en un
espacio y cuatro paredes, aparece el aula como mediador, como ente transformador, aparece
el aula como herramienta para convocar y en ella la siguiente posibilidad, según Mihaly
Csikszent: “a menos que un número suficiente de personas estén motivadas por el placer
derivado de afrontar dificultades, descubriendo nuevas formas de ser y de actuar, no podrá
haber evolución de la cultura, ni progreso del pensamiento o el sentimiento”. Voces
imperativas piden a gritos “alterar el orden de las cosas”: cambia, innova, motiva, diseña,
intenta, solo así podremos replantear la educación y encontrar las puertas que nos
reencuentren con aquellos simples actos que nos hacen humanos.

He mirado muchas veces al pasado, queriendo encontrar respuestas y la oportunidad de saber


¿qué me dio la posibilidad de elegir?; he visto de nuevo a mi padre llegar a casa muy tarde y
borracho, rato después la inevitable escena de verlo gritar y a veces maltratar físicamente a
mi mamá, también vi muchas veces la impresión y sospecha de los mismos comportamientos
de mi padre en su padre (mi abuelo), como si fuese una herencia que se le pasara al hijo,
hipótesis que confirmo al recordar cuando decía: “tienes que aprender cómo se tratan a las
mujeres”, él creía que yo debía, cuando grande, replicar sus actos, ¿acaso no quiere el padre
que sus hijos sean como él? Y entonces me pregunto: ¿todo lo que se hereda es cultura? y si
es así, ¿se puede elegir que heredar? Hoy me reconozco como el hijo desobediente.

Vuelvo a Platón y la importancia que para él tenía el asombro, lo consideraba la base de la


filosofía y a mi modo debería ser la base de toda educación, no se puede enseñar nada
importante si antes no suscitamos en el otro el asombro y aunque vivimos rodeados y
mediados por el misterio y mundos fantásticos, cabe reconocer también que nada nos
sorprende, que hacemos parte de ese “Mundo Líquido” que tanto ilustra Bauman en sus
discursos, idiotizados por la televisión y las nuevas tecnologías, mediocrizados por la
enseñanza repetitiva, por el sentido común. El joven de hoy no se cuestiona, no interroga al
mundo, no lo sorprende nada, que lejos está de mirar al cielo, como lo hago yo cuando
escucho un avión rompiendo algunas leyes de la física, y pensar: ¡qué grande es el hombre!
o preguntarse: ¿cómo hizo para sostener un objeto tan inmenso y pesado en el aire? Hemos
matado la curiosidad, no por satisfacerla, no, la hemos matado literalmente.

Si comprenderíamos a cabalidad aquella frase de Sheler: “el hombre culto es aquel que sabe
que no sabe”, estaríamos en la capacidad de saber que la realidad es más sorprendente y
misteriosa que cualquier otra ciencia, si se asume la magnitud de lo anterior de seguro lo
demás llegará por su propio peso, puesto que de ahí nacerán todas las preguntas y solo se
aprende y pregunta aquello que se necesita y es aquí donde aparece la magnífica tarea del
maestro, saber que no debe enseñar literatura sino enseñar a hacer literatura; saber que no
debe enseñar filosofía sino enseñar a filosofar. Porque el saber y la cultura conviven en
matrimonios de tradición y renovación de tal modo que el aprendiz puede convertirse en
renovador de aquello que aprendió, momento cumbre que elevará al maestro a su nivel más
alto, aceptando en el otro la multiplicidad de lo que enseñó.
BIBLIOGRAFÍA

DIAZ Rada, Ángel - Honorio Velasco Maíllo. La cultura como objeto. Signos. Teoría y
práctica de la educación, Páginas 6/12
Csikszent, Mihaly, (1996), Creatividad. El fluir y la psicología del descubrimiento y la
invención, EE. UU, Paidós Transiciones, p. 135-155
SABATO, Ernesto, (2000), La Resistencia, Buenos Aires, Seix Barral, páginas 53-54

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