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METODOLOGÍA DE LA INVESTIGACIÓN LITERARIA

UNIDAD I

Dalmaroni. Notas de clase, 1

Discontinuidad: por dónde empezar. Definiciones, fórmulas y figuras.


Unidad 1: releer algunas teorías filosóficas contemporáneas bajo la figura de la discontinuidad.
Definición de discontinuidad.

Unidad 2: examinar teorías literarias discontinuistas. Teoría del discontinuismo de las teorías
literarias.

Algunas definiciones (que igual nos resultarán insuficientes y que esperamos poder repensar en
enunciados propios):
- Dos cosas son discontinuas cuando sus límites no son idénticos, que en la realidad haya
discontinuidad es negar que (como quiso por siglos la filosofía) la realidad sea sinónimo de
un todo ligado, lleno pleno.
- Definición aristotélica: “dos cosas son continuas cuando sus límites son idénticos” (si
estuviesen en contacto pero no tuviesen ese límite idéntico, serían contiguas pero no
continuas.
Este tipo de definiciones restringen mucho su provecho filosófico y representan escollos para algunas
distinciones operativas que propondremos más adelante: [secuencia como continuidad/serie como
discontinuidad], o [hipotaxis/parataxis].
# BARTHES: (texto sobre Mobile, de Michael Butor. La parte importante es esta) “Si todo lo que
ocurre en la superficie de la página despierta una susceptibilidad tan viva [por parte de la crítica
oficial], evidentemente es porque esta superficie es depositaria de un valor esencial, que es la
continuidad del discurso literario […] El libro (tradicional) es un objeto que liga, desarrolla, prolonga
y fluye, en una palabra tiene el horror más profundo al vacío. […]… la discontinuidad es el estatuto
fundamental de toda combinación: sólo puede haber signos discretos. El problema estético es saber
sencillamente cómo movilizar esa discontinuidad fatal”.
#FOUCAULT: El gran problema que se va a plantear en los análisis históricos no es ya el de por qué
vías se pueden establecer las continuidades, no es ya el de la tradición […] sino el del recorte y el
límite, el de las transformaciones que valen como fundación y renovación de las fundaciones (no el
del fundamento que se perpetúa). Especificar los diferentes conceptos que permiten pensar la
discontinuidad: umbral, ruptura, corte, mutación, transformación.
“La historia será efectiva en la medida en que introduzca lo discontinuo en nuestro mismo ser.
Dividirá nuestros sentimientos; dramatizará nuestros instintos; multiplicará nuestro cuerpo y lo
opondrá a sí mismo. […] El saber no ha sido hecho para comprender, ha sido hecho para hacer tajos.
[…] La historia efectiva hace resurgir el [conjunto aleatorio y singular] del suceso en lo que puede
tener de único, de cortante”.
#BACHELARD: “El tiempo es una realidad afianzada en el instante suspendida entre dos nadas. […] El
tiempo limitado al instante nos aísla no sólo de los demás, sino también de nosotros mismos […] en
esa ruptura del ser, la idea de lo discontinuo se impone sin la menor sombra de duda […] no existe
sino la nada que sea continua.”
#LACAN por Stavrakakis “La característica central del lenguaje, de lo simbólico, es la discontinuidad:
siempre hay algo perdido en el lenguaje, lo simbólico mismo contiene en sí una falta. Las palabras no
pueden capturar nunca la totalidad de lo real, no pueden nunca representarnos totalmente […]
Faltan palabras para eso: es materialmente imposible conseguirlo. Lo real no puede ser simbolizado
per se pero se manifiesta en el fracaso de todo intento de simbolizarlo […] la dislocación y la falta
que la construcción social crea en nuestra representación de la realidad son justamente lo que
estimula nuestros renovados intentos de construir nuevas representaciones de este real”.

Axiomas: lo Uno es lo no verdadero


Todas las ontologías tienen una base axiomática. La de Alan Badiou, por ejemplo, da por hecho que
Cantor vía matemática (teoría de conjuntos) y Russel vía lógica, demostraron la inconsistencia del
“Todo”. Para nosotros, una preferencia discontinuista, y una cierta figura-teoría de la discontinuidad,
es aquí el axioma a partir del cual adoptamos una ontología para la cual el todo no existe (no es que
estemos tratando de demostrar la inexistencia del todo para apoyar una ontología discontinuista).
El todo es inexistente si presuponemos que el todo es, como insiste Badiou y otros, “múltiple de
múltiples”. Para Badiou no hay cosas que no sean conjuntos (multiplicidades) porque nada es Uno (el
Uno es lo no verdadero). Cuando descomponemos lo real, lo mínimo que lo compone no es alguna
unidad de nada (un átomo de árbol) sino otro múltiple, el “conjunto vacío” (o el Vacío, o la Nada, no
“lo Uno”). Por eso Badiou insiste tanto en el artículo “Un” cuando cita el verso de Mallarmé “Un
golpe de dados jamás abolirá el azar”.

Digresión con/tra Marx


Parece necesario interrogar críticamente las nociones marxistas de totalidad, y examinar vinculada
con qué clases de comunidades alcanzables no es dable pensar esa totalidad, postularla, reconocerla:
no es sencillo pujar con éxito, desde concepciones de comunidad como la de Raymond Williams por
caso con(tra) una tesis como la de comunidades del resto de Cragnolini en “El sexto siempre vuelve”;
los hechos parecen darle la razón a la idea de que no hubo nunca ni hay ni habrá comunidad
cognoscible ni idéntica a sí misma-total. Lo que muestra el análisis de Cragnolini es que cuando en la
experiencia se presentan en efectos dos cosas (en este caso, los 5 de la casa por un lado y el 6to por
otro), nunca presentan límites idénticos y por lo tanto siempre que hayan dos cosas y no Una serán
discontinuas.
Por otro lado, el psicoanálisis tiene mucho para decirle a las concepciones marxistas del sujeto y de
las subjetividades en que “yo” cree posible estar nítida o rectamente consigo mismo y no fatal, y
perturbadoramente, con otro.
Dalmaroni acá se plantea la hipótesis de que deberíamos interrogar los alcances y los límites de las
teorías en cuyo centro aparezca la palabra “comunicación”. Es necesario volver a la hipótesis que
dice que algo de eso que llamamos literatura NO ES comunicación. Contrastar las concepciones
comunicativistas y comunitarias de sujeto con la de sentencia de Lacan “no hay relación sexual”, es
decir con una noción de sujeto constitutivamente ajena a la comunicación si se concibe a esta como
una forma de “relación”. En “El Dios alojado” aparece el libro de Nancy sobre el “hay” de la relación
sexual y algunas cosas que dice Blanchot sobre la “irrelación” para evitar la simplificación a la que
nos puede conducir una lectura optimista de la teoría de los sujetos y de la comunicación-
comunidad, como la teoría drástica y fatal del lacanismo más pesimista. (Didi-Huberman le hace
decir a Lacan que “si lo real es imposible” sólo existe si se manifiesta en jirones, fragmentos).
“Discontinuidad” como operador para leer
La figura de la discontinuidad es compatible con ontologías muy diferentes. En el curso proponemos
no adoptar una teoría de la discontinuidad sino operar con “discontinuidad”.
1) Examinar y ser capaces de describir qué significa discontinuidad en un texto teórico-crítico
particular y qué ventajas/desventajas ofree para construir elementos teóricos o para leer
tales o cuales composiciones artísticas singulares.
2) Identificar –en teorías literarias y trabajos críticos- figuras, tesis y conceptos emparentados
con el problema de la discontinuidad, o con algún concepto discontinuista posible. Incluye
explorar nociones como las de resto, sustracción, interrupción, parataxis, patchwork y otras
que aparecen en el programa.
3) En base a esas lecturas, construir modos particulares de operar con discontinuidad y con
nociones emparentadas, en niveles o recortes específicos, para producir lecturas de textos o
problemas particulares.

Qué es discontinuo de qué: un primer esquema


Poema 13 de Árbol de Diana de Pizarnik (“explicar con palabras de este mundo que partió de mí un
barco llevándome”), a partir de él propusimos varios niveles de dis/continuidad:
#1 Lo real en sí es discontinuo (asunto de la antología)
#2 Las palabras son discontinuas respecto de sí mismas si es cierta la tesis de la arbitrariedad o del
signo no motivado (Saussure, también Lacan y Derrida).
#3 Las palabras y el sistema entero de la lengua es discontinuo respecto de la experiencia, es decir,
de lo real. “Explicar con palabras de este mundo” la experiencia real (aunque algo de lo real, un jirón,
un resto, un incalculable siempre se resiste, sobra, se insubordina, testifica mínima pero tenazmente
que no puede testificar; en algún no lugar tiene lugar una manifestación de que, a pesar de(l) todo,
algo inquieta, se aproxima, hace sonar el eco mudo pero sensible de su emergencia, parece a punto
de advenir). El sistema de la Lengua –cree Saussure- es discontinuo respecto de la masa amorfa del
pensamiento que es previa a su organización (pensamiento organizado hay únicamente con la
Lengua) de modo que el pensamiento organizado es discontinuo con respecto de lo real (lo real en sí:
esa especie de indiferencia muda de la que podemos decir “nada”).
#4 El sujeto es discontinuo respecto de sí: “partió de mí un barco llevándome”; es decir, toda
subjetivación se produce mediante una desposesión=desubjetivación (en Agamben: Benveniste =el
testigo del exterminio nazi=el poeta=el sujeto mismo). O: el “trauma original” de la escisión, ese
carácter fisurado o quebrado de la condición humana, característico e insuprimible. Psicoanalistas
como Freud y Lacan explicaron esto. Por otro lado, una de las manifestaciones más poderosas de este
carácter discontinuado del sujeto está en la gran tradición de la poesía moderna: “Yo persigo una
forma que no encuentra mi estilo”.
A su vez, proponemos que la vasta biblioteca que conocemos como teoría literaria sostiene alguna
variante de esta tesis: en eso que la civilización ha llamado literatura se cursa una cierta
manifestación de nuestra condición discontinua (una manifestación del trauma constitutivo de lo que
somos: desconcierto, heterogeneidad, hiancia, fisura, resto, resistencia a la falta, energía
excedentaria, heterotopía, instante, acontecimiento, escisión, etc). Por eso, para describir o analizar
esa cierta manifestación (la literatura) el programa propone figuras críticas como discurso,
interrupción, diferencia mínima, nominación, resistencia, parábasis, ironía, anacoluto, disyunción,
insubordinación y parataxis, balbuceo, patchwork, íncipit y corte, etc.

Dalmaroni, Lo que resta (un montaje)


La lengua muerta del pasado
El pasado carga de modo inexorable con nuestra posibilidad de darnos experiencia. La experiencia
está configurada por la argamasa de los símbolos y, dichas o calladas, de las palabras. Por lo tanto, no
habría palabra ni escritura ni literatura que no esté fatalmente atada al pasado. Será siempre lo sido
antes de lo que ahora –en un ahora que, dicho, ya pasó- está constituyéndonos.
Aun así, siempre se ha insistido en que las cosas podrían ser de otro modo: todo un linaje de
testificaciones del pensar viene hablándonos de una ocurrencia que encontraría en la literatura y en
el arte algunos de sus casos menos escurridizos: una imposible emergencia de la falta que resta
latente en esa cosa que nos perturba y nos toca en lo que llamamos obra de arte. El arte viene a
advertirnos que sólo ocurre una guerra entre pasado y presente, entre lo dicho y lo indecible que sin
embargo se obstina en ser hablado y mostrado y empuja y se difiere, por lo tanto, a una inminencia,
temida o deseada pero aun vacía.
Marx, en El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, trazó una teoría prescriptiva, política y
anticronologicista de la historicidad, la experiencia real del tiempo como una inminencia que puja
contra un pasado que la oprime y amenaza con evitar que ocurra lo que parece ya producirse
(ocurrir: soltarse los lazos de lo ya sabido, ya conocido)
“Los hechos y personajes de la historia se producen, como si dijéramos, dos veces” (Hegel). Marx
agrega: “una vez como tragedia y otra como farsa”. La tragedia es el nombre literario del
acontecimiento: aquello que, en efecto, trágico, acontece. Puro presente-futuro.
Luego agrega: “La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro
de los vivos”. Lo vivo es lo que aún no ha sido, la disposición “a revolucionarse”.
Lo que sigue es una figura lingüística: Marx dice que ese vivo que –oprimido por el pasado- disfraza
de vejez venerable su disposición a revolucionarse es “como el principiante que ha aprendido un
idioma nuevo: lo traduce siempre a su idioma nativo”. Únicamente será capaz de asimilar “el espíritu
del nuevo idioma” y de “producir libremente en él cuando se mueva dentro de él sin reminiscencias y
olvide en él su lengua natal”.
Nada cambia, nada ocurre, nada acontece si se sigue hablando “la lengua natal” que es la lengua
muerta de la Historia. La revolución del presente-futuro no puede sacar su poesía del pasado, sino
solamente el porvenir. Es entonces –al efectuar un acto poético que, en tanto tal, no tiene pasado-
cuando puede decirse que los hombres hacen su propia historia.
En Marx, entonces, el acontecimiento sólo se efectúa como falta: es lo ausente que eso que vive en lo
que aún no somos demanda, eso ausente que lo vivo pide a gritos ensordecidos por el miedo. Se
trata del acto poético (no de la poesía efectuada). Un futuro que se hace presente en la demanda o
compulsión en que vive lo vivo (es decir, un futuro incumplido porque, cumplido, ya hubiese pasado).
En el episodio de Florence de Dickens que se repite, no hay repetición sino restancia: el
acontecimiento sin nombre sigue estando allí, como si el tiempo no hubiese pasado, hasta que el
habla insistente del relato, la segunda vez, le da ese “nuevo idioma” imposible. En la novela, la
lengua natal de la cultura juega su imprescindible papel porque está allí para confesar su impotencia,
para que la poética del acontecimiento se ajenice de ella como de lo Otro del pasado.
De modo que las insistencias de Marx proponen una discontinuidad problemática entre pasado y
presente: el uno se agolpa contra su propia monoglosia para que el otro hable, y el momento de la
comparación sintomatiza la ocurrencia del conflicto que pide y anuncia la amenaza de lo que viene.

Trauma, resto y presentización


Uno de los nudos de los debates teóricos y críticos sobre “memoria” debe ser identificado en torno a
los alcances que conceden a la noción de “trauma”.
En recorridos críticos en los que la consideración del arte, la literatura, la experiencia poética son
centrales, alguna figura del trauma como irrupción o como energía restante ha sido pensada casi
como sinónimo de la condición de memoria (Benjamin, Derrida, Agamben; o, fuera de filiaciones con
la tradición psicoanalítica, en términos de “conflicto” o de “violencia” en la teoría williamsiana de la
“tradición selectiva”). En estas teorías es recurrente la figura sintomática del resto en tanto
excedencia de falta que el vestigio no colma (“something remains” Williams; reste, restance en
Derrida). Por una parte, el vestigio ya no resta porque permite que la memoria inicie su construcción
bajo la imagen de lo que un sujeto repone: con lo que el vestigio descubre, devuelve e inicia la
restitución de algo afectado por la pérdida, el ocultamiento o el secreto.
En cambio, el resto como falta supone –incluso cuando pueda entreverse en un borde del vestigio-
que algo se sustrae siempre a la memoria en el trance de una contingencia incalculada que no
obstante irrumpe: la inminencia del resto, lejos de llenar un vacío ya visto (ya totalizado), abre otro.
Como señala Didi-Huberman: el archivo no es un stock, representa constantemente una carencia
porque cada contingencia que nos descubre abre una grieta en algún relato, versión, estereotipo o
expectativa previa, “una fisura en la historia concebida, una singularidad provisionalmente
incalificable”.
Agamben, en Lo que queda de Auschwitz, postula una teoría traumática de la subjetividad que
recoge las lecciones de la filosofía del lenguaje y de la experiencia del poeta moderno: “la
constitutiva desubjetivación de toda subjetivación”. El sujeto y, por lo tanto, la cultura, no se
constituyen sino en y por la falta de eso que, en consecuencia, resta y trauma.
Desde nuestra perspectiva, conviene mantener problematizada la idea según la cual lo restante
viene del pasado o está en el pasado; por el contrario, el resto puede pensarse como eso que el
pasado deja siempre fuera de sí para constituirse como tal (y que lejos de haber pasado, acontece en
su estar ocurriendo; o para retomar a Lacan es eso que no termina de no ocurrir); por tanto, lo
restante está siempre entre el vacío de su presentarse y el porvenir de su inminencia. Algo reprimido
en octubre del año pasado es lo inminente que resta transcrónico, discrónico o heterocrónico: lo que
–difiriente más que diferido- impide que lo real pase, interrumpe el curso y lo pone a inconsistir. Una
figura crítica del “resto” que reúna lo que tiene en común con otras como la de “trauma” y la de
energía excendentaria, nominaría no tanto lo que vuelve como lo que puja por advenir, lo que –sin
sitio en la temporalidad articulada, está estando por presentarse.

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