El Psicopata Una Mente Amoral Tras La Ma PDF

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Título: El psicópata: una mente amoral tras la máscara de la cordura

Autores: Jaume Rosselló Mir y Xavier Revert Vidal

Departament de Psicologia. Universitat de les Illes Balears

Grup de recerca “Evolució i Cognició Humana”. Unitat associada a l’IFISC (UIB-CSIC)

“Muchas de las interacciones humanas de la gente son falsas. Yo siento que las falsifico todas, y que,
además, las falsifico muy bien. Alguna ventaja debía de tener. Supongo”

Dexter

“Después de que mi cabeza se haya desprendido del cuerpo, ¿podré oir, ni que sea un instante, el sonido
de mi propia sangre cuando brote de mi cuello? Sería el mayor placer para terminar todos los placeres”

Peter Kürten, el “Vampiro de Düsseldorf”

Definiendo un viejo concepto: la psicopatía

Si nos aproximáramos al término “psicopatía” desde su etimología


resultaría que, muy probablemente, nos parecería demasiado general: algo así
como un vasto conjunto que englobaría las dolencias de la psique humana. Esa
sensación de vaguedad contrasta con la idea que tenemos la mayoría de
personas acerca de qué es un psicópata.

De hecho, hay cierto acuerdo en considerar que la definición moderna del


término psicopatía fue acuñada por Hervey Cleckley en su libro “The Mask of
Sanity” publicado en el año 1941. En dicha obra el autor, además de describir
con bastante detalle quince de los pacientes que, como clínico, se encargó de
evaluar y tratar, aporta las famosas dieciséis características del psicópata:

Encanto superficial e inteligencia Egocentrismo patológico e incapacidad para


amar

Ausencia de delirios y otros signos de Pobreza generalizada en las reacciones


pensamiento irracional emocionales

Ausencia de nerviosismo o de otras Pérdida del insight


manifestaciones neuróticas

Indigno de confianza por parte de los demás Irresponsabilidad en las relaciones

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interpersonales

Continuas mentiras y falta de sinceridad Conducta fantástica con o sin consumo de


alcohol

Ausencia de culpabilidad y vergüenza Amenazas en relación al suicidio sin llegar a


intentarlo

Conducta antisocial Vida sexual impersonal, trivial y pobremente


integrada

Juicio pobre y dificultad para aprender de la Incapaz de seguir cualquier plan vital
experiencia

Tabla 1. Los rasgos del psicópata, según Hervey Cleckey (Tomado de Cleckley, 1941)

Según las palabras de Cleckley, la psicopatía es un término “tan vago


como el de esquizofrenia” aunque, éste último, es utilizado rápidamente ante la
presencia de síntomas psicóticos para el diagnóstico y posterior tratamiento de
las personas que la padecen. Dicho de otros modo: una persona con diagnóstico
de esquizofrenia es reconocida y tratada como un enfermo mental, mientras que
un psicópata es tratado inicialmente como un criminal y, sólo en algunas
ocasiones, pasa a considerarse a posteriori como un enfermo mental.

Por lo tanto, debemos considerar que las personas que presentan una
psicopatía muestran un conjunto de características claramente definitorias que
podrían resumirse de la siguiente forma:

− Por una parte, conductualmente, los psicópatas son impulsivos y


arriesgados y suelen verse involucrados en actividades de tipo criminal.
− Además, desde el punto de vista de sus relaciones interpersonales, se les
podría describir como egocéntricos, manipuladores y con
comportamientos grandilocuentes.
− En cuanto al tono afectivo, muestran escasas reacciones emocionales,
falta de empatía, ansiedad y remordimientos, siendo incapaces de
mantener vínculos estables y normalizados con los demás.

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Veamos con algo más de detalle algunas de las peculiaridades que Cleckley se
encargó de definir en su obra “The Mask of Sanity” (“La máscara de la cordura”).

Encanto superficial e inteligencia

En las fases iniciales de los contactos interpersonales las personas con


rasgos psicopáticos se muestran agradables y suelen causar, en general, una
buena impresión. Del mismo modo, son capaces de crear la imagen de persona
con intereses genuinos hacia los demás. En relación a su nivel de inteligencia,
las evaluaciones suelen mostrar puntuaciones altas en los test. Globalmente,
nos topamos con una persona que genera en los demás una imagen que
sugiere cualidades humanas envidiables y una robusta salud mental.

Ausencia de delirios y otros signos de pensamiento irracional

El psicópata no oye voces, no manifiesta delirios, no presenta


aparentemente ningún trastorno del estado de ánimo ni un impulso irresistible de
mantener una actividad frenética. Al contrario, probablemente hará gala de un
juicio sereno y de una racionalidad impecable que tendrán como consecuencia
que una evaluación superficial no ponga de relieve patología alguna.

Ausencia de nerviosismo o de otras manifestaciones neuróticas

Una tendencia generalizada entre las personas que manifiestan


psicopatía es la de estar inmunizados contra la mayoría de reacciones
emocionales negativas ante los acontecimientos vitales. Dicho de otro modo, es
díficil que se muestren angustiados, nerviosos o presa de los síntomas de algún
trastorno de ansiedad o del estado de ánimo. En ese sentido se caracterizan por
ser impertubables. Esta característica puede diluirse de forma considerable si el
psicópata se encuentra en prisión o en alguna institución psiquiátrica.

Indigno de confianza por parte de los demás

A pesar de que den la impresión de que son personas de fiar, con el

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tiempo, van perdiendo la confianza que los demás depositan en ellos. Aún así,
son capaces de esforzarse durante períodos de tiempo variables para, por
ejemplo, mantener un puesto de trabajo que les interesa, aunque no pueda
predecirse hasta cuando se mantendrán ajenos a su tendencia a la
irresponsabilidad y a la falta de constancia.

Ausencia de culpabilidad, remordimiento y vergüenza

Son extremadamente extrapunitivos, es decir, no suelen aceptar su


responsabilidad y, además, tienden a culpabilizar a los demás, aunque, cuando
se deciden a reconocer su responsabilidad, los acontecimientos terminan por
desenmascar a la persona con psicopatía y por mostrar su deshonestidad.

Conducta antisocial

Una de las características más importantes es la presencia de conductas


antisociales que no producen remordimiento ni arrepentimiento sincero. Algunas
de esas conductas pueden ser llevadas a cabo sin ningún objetivo aparente,
aunque a menudo son conductas de naturaleza instrumental, es decir,
encaminadas a conseguir un beneficio personal (económico, de logro, sexual,
de poder, etc.). Con frecuencia, estas conductas instrumentales encaminadas a
un fin, son cuidadosamente planeadas por el individuo (Blair, 2007). Así pues,
muchos de los actos violentos cometidos por los psicópatas se asocian a la
llamada agresión instrumental, también conocida como agresión proactiva o
predatoria: un tipo de agresión que se basa en un elevado control racional,
dirigida a la obtención de una meta externa deseada por el sujeto. La agresión
instrumental tiende a ser premeditada, no siendo consecuencia de una intensa
reacción emocional (Glenn y Raine, 2009). Esto no quiere decir que el psicópata
no pueda demostrar conductas violentas de origen reactivo, es decir, originadas
en la agresividad irritativa o emocional, de naturaleza más impulsiva, que suele
darse en respuesta a la percepción de una amenaza o de una provocación. Sin
embargo, es su elevada predisposición a la agresión instrumental, y las
dramáticas consecuencias que ésta puede llegar a tener, lo que puede
ayudarnos a distinguir la psicopatía de otros trastronos antisociales (Flight y

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Forth, 2007; Hare, 2003; Reidy et al., 2007). En congruencia con esa tendencia
a la agresión instrumental, numerosos estudios demuestran que el psicópata
experimenta mucha menos activación emocional al cometer actos de intensa
violencia (crímenes, violaciones, etc.) que el criminal no psicópata (Woodworth y
Porter, 2002).

Pobreza generalizada en las reacciones emocionales

La pobreza afectiva ante los acontecimientos vitales y de la vida cotidiana


les describe de forma muy precisa. Cuando aparecen reacciones afectivas,
éstas tienden a ser grandilocuentes y exageradas. Parece como si estuvieran
preparados para mostrar la expresión emocional adecuada al contexto, aunque
dicha expresión no se asocie a una auténtica experiencia afectiva.

La psicopatía según Hare

La obra de Cleckley influyó de forma muy notable en Robert Hare, otro de


los autores que, con mayor rigor, ha defendido y difundido la idea de que la
psicopatía debe considerarse una entidad psicopatológica indepediente. Una de
sus aportaciones más reconocidas es el el PCL (Psychopathy Checklist; Listado
de Psicopatía), y, más recientemente, el PCL-R, su versión revisada (Hare,
1991). Desde que dedicara su tesis doctoral al estudio del efecto del castigo en
la conducta humana, Hare observó que algunas personas con rasgos
psicopáticos se mostraban altamente insensibles a la punición, lo que le llevó a
interesarse por el estudio de la psicopatía. En 1970 publicó Psychopathy: Theory
and Research y, desde entonces, sus ideas han marcado de forma determinante
las investigaciones posteriores. En dicha obra, Hare distingue dos tipos de
psicópatas: el llamado primario, o psicópata puro, que sería aquel que cumple
todas las características descritas por Cleckley; y el tipo secundario, que
incumple algunos de los criterios, bien porque muestra remordimientos, bien
porque es capaz de establecer vínculos afectivos con otras personas.

Centrándose en el problema práctico de contar con herramientas fiables y


válidas para evaluar la psicopatía, y con el objetivo específico de identificar a los

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reclusos que padecían este trastorno, Hare elaboró su primera versión del
Listado de Psicopatía (PCL), que constaba de 22 ítems (Hare, 1980). La versión
revisada (Hare, Hart y Harpur, 1991) consta de 20 ítems que se organizan
entorno a tres conjuntos de síntomas: i) los interpersonales, ii) los afectivos y
conductuales, relacionados con el estilo de vida, y iii) los propiamente
antisociales. En la tabla 2 se muestran todos los ítems de la última versión del
listado, de la cual existe una versión española (Moltó, Poy y Torrubia, 2000).

Facilidad de palabra y encanto superficial Conducta sexual promiscua

Sentido desmesurado de autovalía Problemas de conducta en la infancia

Necesidad de estimulación y tendencia al Ausencia de metas realistas a largo plazo


aburrimiento

Mentiroso patológico Impulsividad

Estafador y manipulador Irresponsabilidad

Ausencia de remordimiento o sentimiento de Incapacidad para aceptar la responsabilidad


culpa de las propias acciones

Afecto superficial Frecuentes relaciones maritales de corta


relación

Insensibilidad afectiva y ausencia de empatía Delincuencia juvenil

Estilo de vida parasitario Revocación de la libertad condicional

Pobre autocontrol de la conducta Versatilidad criminal

Tabla 2. Ítems del listado de Psicopatía Revisado (PCL-R), tomado de Hare (1991)

Por una parte, la idea original que sirve a Hare para formular su propuesta
teórica, se basa en que los rasgos de la psicopatía pueden agruparse en dos
factores interrelacionados: uno que contempla las características e
interpersonales, y un segundo que aglutina los síntomas impulsivos y
antisociales (Hare, 2003). Estos rasgos pueden dividirse en cuatro subgrupos o
facetas: a) Interpersonal (faceta 1), b) Afectiva (faceta 2), c) Estilo de vida
impulsivo (faceta 3) y d) Antisocial (faceta 4) (véase Tabla 3).

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Factores Facetas Ejemplos de síntomas

Encanto superficial, déficit en el


procesamiento de expresiones
emocionales que implican distrés
(miedo, tristeza, etc.), carencia de
empatía, tendencia a la manipulación,
Interpersonal (I) mentira compulsiva, egocentrismo
patológico, elocuencia, lenguaje
“hueco”, insolidaridad y dificultades
Afectivo e interpersonal
para la cooperación, deslealtad,
deshonestidad, irresponsabilidad,
promiscuidad sexual, etc.

Falta de sentimiento de culpa, de


vergüenza, de remordimiento
Afectiva (II) (emociones morales), embotamiento
emocional, insensibilidad afectiva,
placer ante el sufrimiento ajeno, etc.

Impulsividad, búsqueda de
sensaciones, gusto por las conductas
Estilo impulsivo (III) de riesgo, despreocupación por las
consecuencias de sus actos, déficit de
Impulsivo y antisocial control conductual, etc.

Anomia, abuso de drogas, irritabilidad,


agresiones sexuales, violencia
Conducta Antisocial (IV)
gratuita, crueldad y sadismo, conducta
criminal recidivante, etc.

Tabla 3. Factores y facetas en los que pueden agruparse los rasgos del psicópata (Hare, 2003).

Otros autores defienden la idea de que las conductas antisociales son más una
consecuencia que no una parte constituyente del trastorno. De este modo, los
otros tres subfactores (o facetas) propiciarían la comisión de dichas conductas.
Un análisis factorial más detallado revela la presencia en la escala de dos
grandes factores en el PCL-R: el Factor 1, referido a las características
endógenas de la personalidad del psicópata, y el Factor 2, relacionado con su
socialización y, por tanto, con las características exógenas (Chico y Tous, 2003).

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El controvertido Trastorno de Personalidad Antisocial (TPA)

Como vimos anteriormente, la reciente historia del término psicópata


arranca al mismo tiempo que la publicación de la tercera versión del Manual
Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales( DSM-III) de la Asociación
Americana de Psiquiatría (APA). Desde un punto de vista de evaluación
multiaxial de los trastornos mentales, se establece que pueden coexistir en un
mismo individuo un trastorno mental (descritos como parte del Eje 1) y un
trastorno de personalidad (incluidos en el Eje 2).
El trastorno de personalidad antisocial describe las alteraciones
conductuales socialmente irresponsables de personas que manipulan y engañan
para conseguir sus propósitos, viéndose comprometida su capacidad para
mantenerse dentro de la ley, conservar un puesto de trabajo o desarrollar
relaciones estables (First, Frances y Pincus, 2005). Sus rasgos nucleares son
comportamientos impulsivos e irresponsables, déficits en la solución de
problemas y ausencia de sentimientos de amor o culpa.
Veamos con qué criterios se define el Trastorno de Personalidad Antisocial
en la cuarta versión revisada del DSM (DSM-IV-TR):
-Patrón general de desprecio y violación de los derechos de los demás
desde los 15 años, con presencia de tres o más de los siguiente ítems:
1. Fracaso para adaptarse a las normas.
2. Deshonestidad, mentiras repetidas o estafas.
3. Impulsividad o incapacidad de planificar el futuro.
4. Irritabilidad y agresividad con agresiones físicas repetidas.
5. Despreocupación por la seguridad de los demás.
6. Irresponsabilidad persistente.
7. Falta de remordimientos.
-Se deben tener al menos 18 años cumplidos.
-Indicios de un trastorno disocial anterior a los 15 años de edad.
-Dicho comportamiento no aparece exclusivamente en el transcurso de una
esquizofrenia o de un episodio maníaco.

Estos criterios ponen el acento más en los comportamientos antisociales y


criminales que en los rasgos propios de la psicopatía. Este hecho ha provocado

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que el Trastorno Antisocial de la Personalidad sea cuestionado desde que se
publicara el DSM-III, provocando una dilatada controversia.
En el DSM V, el grupo de trabajo en Trastornos de Personalidad ha
propuesto una reorganización importante de dichos trastornos, pasando de 10
trastornos en el DSM IV–TR a 5 trastornos en el DSM V. Además, la descripción
de los tipos de trastorno incluiría un nuevo formato en el que se combinarían los
déficits comportamentales y la configuración de rasgos particulares (Skodol,
2010). Otro de los cambios propuestos sería el de tener en cuenta la gran
comorbilidad existente entre algunos de los trastornos de personalidad descritos
en versiones anteriores del DSM. Así, las modificaciones planteadas requerirían
la puntuación de los individuos en relación a los rasgos de personalidad más
comúnmente asociados a cada tratorno.

En el caso concreto del Trastorno de Personalidad Antisocial la


reformulación propuesta implica hasta un cambio de nomenclatura, puesto que
pasa a llamarse Trastorno de Personalidad Tipo Antisocial / Psicopático y se
define según las siguientes características:

1) Insensibilidad: ausencia de empatía o preocupación por los problemas de


los demás.
2) Agresividad: frialdad, crueldad, abusos verbales o físicos, conducta
desafiante y beligerante.
3) Manipulación: actitud que pretende influir en los demás para beneficio
propio.
4) Hostilidad: irritabilidad, conducta ruda o desagradable.
5) Falsedad: utilización de la mentira y conducta fraudulenta.
6) Narcisismo: vanidad, exageración de los propios logros y capacidades.
7) Irresponsabilidad: incapaz de mantenerse en sus obligaciones o
acuerdos.
8) Temeridad: necesidad de estímulos intensos sin tener en cuenta las
consecuencias.
9) Impulsividad: tendencia a responder de forma inmediata ante los
estímulos sin tener en cuenta los planes de futuro.

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TPA y psicopatía: ¿dos caras de la misma moneda?

Tras lo expuesto en relación con las propuestas de reformulación del


Trastorno de Personalidad Antisocial en el DMS V, cabe preguntarse: ¿hemos
conseguido hacernos una idea de qué es la psicopatía y de las diferencias
existentes con el TPA?

Al parecer, pese a que algunos trabajos apuntan a una estrecha relación


entre la psicopatía y el Trastorno de Personalidad Antisocial, la mayoría de
estudios empíricos defienden que se trata de dos constructos diferentes, siendo
la psicopatía un subtipo del TPA que, por otra parte, a menudo se asocia a otros
trastornos de la personalidad, tales como el paranoide, el narcisista o el
trastorno límite (Weber et al. 2008). De hecho, los criterios diagnósticos del TPA
contemplan el factor comportamental de la psicopatía pero apenas tienen en
cuenta el factor emocional que evalúa el PCL-R. Se calcula que la prevalencia
del TPA entre la población penal es mucho mayor (60-70%) que la de la
psicopatía (15-20%). Los resultados de otros trabajos sugieren una asimetría
reveladora: muchos de los reclusos que cumplen criterios de psicopatía también
cumplen criterios de Trastorno de Personalidad Antisocial, pero sólo alrededor
del 25-30% de los casos de TPA cumplen los criterios de psicopatía (Decuyper,
De Pauw y Fruyt, 2009).

En cualquier caso, parece que los grupos de trabajo que se encargan de


las revisiones de los criterios diagnósticos del DSM van incorporando, cada vez
con más claridad, rasgos de personalidad que, a la vez, ya fueron recogidos en
las definiciones de Cleckley y Hare (López y Núñez, 2009). Puede que, aunque
se siga manteniendo la distinción entre ambos constructos, exista una mayor
convergencia a medida que pase el tiempo. Esperemos que, tras años de
confusión terminológica, se establezca un consenso generalizado sobre dónde
termina el TPA y empieza la psicopatía.

Bases neurobiológicas del procesamiento emocional humano

En la medida en que un componente básico de la psicopatía se relaciona


con diferencias esenciales en el procesamiento afectivo, hemos estimado
oportuno introducir sucintamente los fundamentos neurales del procesamiento

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emocional humano, al menos por lo que se refiere a aquellas áreas cuya
disfunción se ha relacionado con la sintomatología psicopática.

Entre el cerebro del reptil y el del primate: la “mente emocional” atávica

Desde que MacLean acuñó ese término, el estudio del llamado Sistema
Límbico se ha identificado a menudo con el del cerebro emocional. Los modelos
que desde entonces han surgido destacan a menudo la importancia de este
sistema funcional como sustrato neural de la conducta y la experiencia afectivas,
aunque hoy en día sabemos que otros sistemas (a menudo neocorticales) se
relacionan de forma esencial con nuestras emociones. Por otro lado, cabe decir
que MacLean (1970) defendió la división de nuestro cerebro en tres sustratos
neurales superpuestos, que habrían aparecido sucesivamente a lo largo de la
evolución filogenética. Cada una de estas “capas” cerebrales poseía su propia
función, dándose entre ellas una interacción jerárquica. El sustrato inferior lo
constituía el “cerebro reptiliano”, por encima del cual se hallaba el
paleomamífero (o Sistema Límbico) que, a su vez, se hallaba por debajo del
cerebro neomamífero (neocórtex). Esta disposición anatómica se correspondía
con el papel de cada estrato en la jerarquía funcional: así, la función de las
regiones más caudales era modulada de algún modo por las más rostrales. Esta
manera de entender nuestro cerebro, hoy ya superada, proyecta aún una
sombra muy alargada: de hecho, la influencia de la propuesta de MacLean se
puede rastrear hasta nuestros días en modelos tan reconocidos como el de
Damasio (2000).
En la actualidad, se sabe que el Sistema Límbico está formado por
estructuras corticales relativamente primitivas y por toda una serie de núcleos
subcorticales sobre cuyo número e identidad no acaban de ponerse de acuerdo
los investigadores. No obstante, parece otorgarse una relevancia especial a una
serie de regiones y sistemas funcionales entre los que, atendiendo a su
pertinencia en este trabajo, destacaremos: i) el giro cingulado, cuya función se
relaciona con la coordinación de la actividad de otras áreas límbicas y con la
experiencia subjetiva de la emoción (se ha dicho que es un “puente” entre lo
cognitivo y lo emocional) ii) El hipocampo y la circunvolución parahipocampal,
especialmente relacionados con la memoria emocional iii) la amígdala, situada

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en cada lóbulo temporal (véase la Figura 1) e involucrada en las emociones de
miedo y de ira, en la agresión reactiva, en el condicionamiento aversiva, en el
aprendizaje instrumental y en los efectos fisiológicos y hormonales que
producen las emociones.

Figura 1. Sección coronal del cerebro humano en la que se puede apreciar la situación de
ambas amígdalas, ubicadas en la parte inferior medial de los lóbulos temporales.

En los últimos años, ha crecido el interés por la investigación de este


núcleo, no sólo como base neural de ciertas emociones, sino,
fundamentalmente, en virtud del papel que parece jugar en las interacciones
entre lo emocional y lo cognitivo (Rosselló y Revert, 2008) Todas estas
estructuras, corticales y subcorticales, se hallan altamente interconectadas por
numerosas vías, formando un gran sistema funcional que se halla afectado,
estructural y funcionalmente, en los individuos con rasgos psicopáticos. (véase
la Figura 2 para observar las relaciones funcionales de los diversos núcleos
amigdalinos con otras áreas cerebrales, cuya disfunción también se relaciona
con los rasgos psicopáticos)

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Corteza Corteza Corteza
Sensorial Temporal FORMACIÓN
Sensorial
Secundaria Perirrinal HIPOCAMPAL
Primaria

Tálamo PREFRONTAL
Núcleo
MEDIO
Sensorial Lateral
ORBITOFRONTAL

Núcleo Basal
Estímulos Basal Accesorio

Emocionales
Núcleo
Central

Conducta Sistema RESPUESTA


Emocional SN Vegetativo Neuroendocrino EMOCIONAL

Figura 2. Esquema de las principales relaciones funcionales de los núcleos amigdalinos -tanto
entre sí, como con el SNC, el SN Vegativo (o Autónomo) y el Sistema Neuroendocrino-
responsables de la conducta emocional. Las zonas sombreadas indican tres de las regiones
cuya disfunción se ha relacionado especialmente con la psicopatía: la corteza prefrontal medial y
la orbitofrontal, la formación hipocampal y la propia amígdala

La crucial contribución del neocórtex a la emoción humana

El Sistema Límbico se encuentra estrechamente relacionado con áreas


neocorticales, cuya función ha demostrado ser crucial para entender la emoción
humana: destacan el neocórtex temporal anterior y, particularmente, las cortezas
ventromedial/orbitofrontal y dorsolateral del lóbulo prefrontal. En la Figura 3
hemos ubicado estas dos últimas regiones corticales: como veremos en los

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próximos apartados, el estudio neurobiológico de la psicopatía ha revelado
anomalías estructurales y funcionales de particular relevancia en la corteza
ventromedial/orbitofrontal.

Figura 3. En la imagen de la izquierda se aprecia la corteza orbitofrontal, en la hemos distinguido


su región medial (1) y su región lateral (2). En la de la derecha, observamos la corteza
dorsolateral del hemisferio izquierdo. La función de estas áreas neocorticales se halla alterada
en la psicopatía (véase el texto).

Bases neurobiológicas de la psicopatía

Cabe relacionar las alteraciones estructurales y funcionales asociadas a la


psicopatía tanto con los déficits en el procesamiento emocional y cognitivo como
con el comportamiento impulsivo y antisocial. La combinación de estas
disfunciones ha hecho que la psicopatía empiece a entenderse como un
trastorno de la capacidad moral humana.

Principales anomalías neuroanatómicas

Entre las peculiaridades estructurales observadas en el cerebro de los


psicópatas, destacan:

a) Un volumen reducido de la amígdala (Yang et al., 2005).

b) Un menor tamaño de la parte posterior del hipocampo (Laakso et al.,

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2001) y un mayor volumen del hipocampo anterior del hemisferio derecho (Raine
et al., 2004). Es importante precisar que esta asimetría se ha observado
fundamentalmente en criminales psicópatas “no exitosos”, es decir, que habían
sido capturados y condenados.

c) Algunos estudios informan de un hallazgo complementario, también en


psicópatas convictos, según el cual se da una reducción de la substància gris en
el lóbulo prefrontal (Yang et al., 2005). Una anomalía similar detectan
investigaciones recientes mediante morfometría basada en vóxels, aunque cabe
matizar que dichos estudios extienden ese déficit a regiones temporales y
límbicas (de Oliveira-Souza, 2008), informando de alteraciones similares en el
giro temporal superior derecho (Müller et al., 2008). Tiihonen et al. (2008),
utilizando una metodología similar, detectan una atrofia bilateral en el giro
postcentral, en la región del polo frontal y en la corteza orbitofrontal de
delicuentes violentos recidivantes, una atrofia que se presenta acentuada en los
que, además, han sido diagnosticados de psicopatía.

Estos resultados sugieren que las características neuropatológicas relacionadas


con la asimetría hipocampal y con la reducción de substancia gris prefrontal se
hallan relacionadas con el escaso condicionamiento del miedo asociado al
riesgo, con la disregulación emocional y con el déficit en el control de impulsos,
lo que explica que este tipo de psicópatas sean menos sensibles a las claves
situacionales que predicen el peligro y actuen de forma precipitada,
incrementando el riesgo de tener problemas con la ley (Gao et al., 2009). De
hecho, ciertos psicópatas violentos sumamente escurridizos (como algunos
asesinos en serie) presentan una función prefrontal más que óptima, lo que les
permite planear con fría minuciosidad sus crímenes, evitando ser detectados y
arrestados. De todos modos, hay que ser cautos en la interpretación de las
investigaciones sobre psicópatas con historial violento y/o delictivo
(independientemente de que sean criminales “exitosos” o no), dado que estos
resultados no pueden extrapolarse a todas las personas que padecen
psicopatía, muchas de las cuáles no cometen jamás delitos violentos. Hasta el
momento, no existe evidencia clara de que se den diferencias en el volumen de
substancia gris prefrontal en el caso de psicópatas no violentos.

d) Un mayor volumen del cuerpo calloso, la principal estructura de

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substancia blanca que conecta los dos hemisferios cerebrales (Raine et al.,
2003). Según estos autores, este aumento de tamaño se relaciona con una
mejor comunicación interhemisférica. Sin embargo, la evidencia empírica es
equívoca por lo que se refiere a dichas implicaciones funcionales. Así, los
resultados de nuevas investigaciones sugieren que la psicopatía cursa con un
enlentecimiento en la transferencia de información entre hemisferios, por lo que
parece que el aumento de volumen del cuerpo calloso podría ir acompañado de
una alteración de las fibras que lo constituyen. En cualquier caso, las anomalías
en el procesamiento interhemisférico podrían explicar porque, en ciertos
individuos, las funciones mediadas por el hemisferio izquierdo (conductas de
aproximación, procesamiento lingüístico, etc.) no son adecuadamente
moduladas por las propias del hemisferio derecho (inhibición comportamental,
procesamiento emocional, etc.). Resulta interesante destacar que muchas de las
características del comportamiento psicopático coinciden con los síntomas que
produce este déficit de coordinación interhemisférica (Hiatt y Newman, 2007).

e) Del mismo modo, se ha informado de una reducción en el volumen del


cuerpo estriado en sujetos diagnosticados de Trastorno de la Personalidad
Antisocial (Barkataki et al., 2006). Dado que el estriado forma parte del llamado
Sistema de Recompensa, de confirmarse resultados similares en la psicopatía,
parece que las anomalías estructurales y funcionales halladas en estos núcleos
podrían ayudar a explicar el placer que pueden sentir los psicópatas ante el
sufrimiento ajeno.

f) Estudios recientes sugieren que los síntomas afectivos y sociales de la


psicopatía (el factor 1 de Hare) podrían explicarse en buena parte por un déficit
en la interacción de la corteza orbitofrontal con una amígdala disfuncional. En
este sentido, un trabajo reciente que aplica in vivo la técnica de la tractografía
por tensor de difusión (que, a partir de la imagen por resonancia magnética,
permite estudiar la integridad de las fibras de substancia blanca), informa de una
alteración estructural del fascículo uncinado, un haz de fibras que precisamente
interconecta la amígdala y la corteza orbitofrontal humana.

La neuroimagen funcional: una ventana abierta a la mente del psicópata

El desarrollo de las técnicas de neuroimagen funcional ha supuesto un

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hito sin precedentes en el estudio de la función cerebral humana. Estas técnicas
nos permiten “ver” el cerebro vivo en funcionamiento con una buena resolución
espaciotemporal. La aplicación de la neuroimagen a la investigación de las
bases neurobiológicas de la psicopatía -muy especialmente de la llamada
Imagen por Resonancia Magnética funcional (fMRI)- ha hecho posible la
detección de diversas anomalías en el funcionamiento del cerebro del psicópata.

Kiehl et al. (2004), utilizando una tarea semántica y la fMRI, encontraron


que los psicópatas presentaban una activación anómala en el giro temporal
superior, la corteza prefrontal ventromedial, la corteza temporal media y la parte
anterior del giro cingulado. Según los autores, dichas anomalías se relacionan
con un déficit en el procesamiento de los estímulos abstractos.

Otros estudios en los que se ha aplicado la fMRI han utilizado imágenes y


estímulos afectivos. Los hallazgos informan de alteraciones relacionadas con
disfunciones en el procesamiento de la información emocional que se localizan
básicamente en la corteza prefrontal dorsolateral, la corteza prefrontal
ventromedial, las regiones anterior y posterior del giro cingulado, la amígdala, el
hipocampo, el giro parahipocampal y el giro temporal anterior derecho (Gordon
et al., 2004; Kiehl et al., 2001; Müller et al., 2003; Gao et al., 2009). Estos
resultados son congruentes con la evidencia clínica que atribuye a la psicopatía
diversas carencias en la respuesta emocional y en la empatía.

De elevado interés resultan las investigaciones que se centran en el


estudio específico de las disfunciones neurales asociadas a los distintos rasgos
psicopáticos, que, como hemos comentado en el apartado, Hare agrupa en dos
grandes factores (afectivo-interpersonal e impulsivo-antisocial). En síntesis,
estos estudios apuntan a un déficit en el funcionamiento cerebral altamente
localizado en la región fronto-límbico-temporal.

Más específicamente, las alteraciones detectadas en la región temporal


media (muy particularmente en la amígdala y en el hipocampo) se relacionan
con los rasgos psicopáticos que se asocian a un pobre procesamiento
emocional, es decir, con los agrupados en el factor 1 (afectivo-interpersonal) de
Hare, tales como la superficialidad, la falta de empatía, la ausencia de
sentimiento de culpa y de remordimiento, la “frialdad” emocional, el

17
comportamiento amoral o la despreocupación por los actos que puedan dañar a
los demás, etc. A este respecto cabe citar un estudio reciente que demuestra
que los psicópatas presentan una menor activación de la amígdala a la hora de
emitir juicios morales con un importante componente emocional (Glenn et al.,
2009). Recordemos que, entre otras funciones, la amígdala resulta crucial en la
asociación estímulo-respuesta-consecuencia, muy relevante en el proceso de
socialización, dado que así aprendemos a evitar las acciones que pueden
resultar dañinas para los demás y/o que son socialmente indeseables. Por otro
lado, numerosos estudios han observado que los psicópatas presentan una
respuesta reducida en la corteza orbitofrontal durante el condicionamiento del
miedo (Birbaumer et al., 2005) y durante la participación en el dilema del
prisionero reiterado (o “iterativo”) (Rilling et al., 2007), un juego interactivo en el
que el máximo beneficio para los implicados se halla en la colaboración, pese a
incentivarse la traición al otro. En la versión “reiterada”, se juega repetidamente,
por lo que cada jugador puede castigar al otro por una traición anterior.
Puntualicemos que, entre otras funciones, la corteza ventromedial/orbitofrontal
juega un papel relevante en el proceso de integración del conocimiento moral
con las claves emocionales, en la comprensión del estado emocional de los
demás y en la inhibición de los impulsos antisociales, mecanismos clave para la
cooperación, la lealtad y el compromiso.

Por otro lado, las disfunciones detectadas en el prefrontal


ventromedial/orbitofrontal y la corteza cingulada parecen esenciales para
explicar los déficits en la toma de decisiones, el control de los impulsos y la
autoregulación emocional, disfunciones más relacionadas con el factor 2
(impulsivo-antisocial) de Hare. Como apuntan algunos estudios, estas
disfunciones topográficamente segredadas, van acompañadas de alteraciones
en la intercomunicación temporo-frontal, lo cual podría dar cuenta de gran parte
de los rasgos psicopáticos considerados en su conjunto.

El análisis conjunto de las evidencias recientes que nos han aportado los
estudios con técnicas de neuroimagen funcional ha revelado una circunstancia
que ha llamado la atención de muchos investigadores: según parece, la gente
que obtiene puntuaciones muy elevadas en psicopatía presenta un
funcionamiento anómalo de las regiones tradicionalmente implicadas en las

18
decisiones morales (esto es, la corteza orbitofrontal, la corteza prefrontal medial,
la corteza prefrontal dorsolateral, el cingulado posterior, el giro angular, la
amígdala, etc), lo cual ha dado lugar a que surja la idea – aunque más bien
deberíamos decir “resurja” en honor al casi olvidado Benjamin Rusch - de que
los psicópatas presentan un serio déficit en la integración de los afectos que
rigen nuestro comportamiento moral. Esta concepción de la psicopatía como un
trastorno de la mente moral merece ser discutida más ampliamente en el
próximo apartado.

En busca de la sede neural de la mente amoral

La reciente investigación llevada a cabo desde la llamada Neurociencia


Social sugiere que la psicopatía impide a los que la padecen experimentar las
emociones y fenómenos afectivos que suelen guiar el comportamiento moral
humano. Al parecer, el cerebro del psicópata presenta anomalías tanto en las
regiones neurales que procesan las emociones morales, como en las áreas
directamente implicadas en el proceso de toma de decisiones que se halla a la
raíz de la moralidad humana (Raine y Yang, 2006; De Oliveira-Souza, et al.,
2008; Glenn y Raine, 2009). Veamos, en la tabla 4, una síntesis de los hallazgos
congruentes con la hipótesis de la mente amoral.

Psicopatía: disfunciones neurales relacionadas con el “cerebro amoral”

Técnica de Hallazgos
Referencia Tarea Implicaciones
neuroimagen principales

Activación incrementada en Déficits en el


Presentación de la región orbitofrontal lateral procesamiento emocional
Müller et al., 2003 fMRI imágenes y reducida en la corteza (¿falta de integración de
emocionales (IAPS) prefrontal medial derecha y las claves emocionales en
en la región temporal las decisiones morales?)

Dificultad del hemisferio


derecho en el
procesamiento abstracto,
Decisión léxica. Disfunción en la activación
que, presumiblemente,
Kiehl et al., 2004 fMRI Identificación de del giro temporal anterior
afectaría a la empatía, la
palabras reales derecho
culpa, el remordimiento, el
amor, el comportamiento
moral, etc.

19
Dificultades de aprendizaje
Condicionamiento
del temor a las
Birbaumer et al., del miedo mediante Disfunción en la corteza
fMRI consecuencias de ciertos
2005 un paradigma orbitofrontal
actos. Pobre respuesta al
pauloviano
castigo

Tarea de
Déficit en el procesamiento
reconocimiento que Menor activación de la
emocional y compensación
implicaba bien amígdala y mayor
de la disfunción límbico-
atender a la activación de la corteza
Gordon, 2004 fMRI prefrontal con la
información prefrontal dorsolateral en la
supraactivación de áreas
afectiva, bien a la tarea de reconocimiento
implicadas en las
identidad del emocional
decisiones “racionales”
estímulo.

Menor activación
amigdalina ante la traición
Dilema del
del otro, menor activación
prisionero iterativo: Tendencia del psicópata a
orbitofrontal ante la decisión
juego relacionado la traición, al egocentrismo
de cooperar. Mayor
Rilling et al., 2007 fMRI con la y a defraudar al otro, que
activación dorsolateral y de
cooperación/no sólo puede compensarse
la parte rostral del giro
cooperación con un con un esfuerzo cognitivo
cingulado anterior ante la
compañero
decisión de cooperar que
ante la de no cooperar

Base neural de los


síntomas asociados al
Morfometría Reducción de la materia factor interpersonal-
Oliveira-Souza et al., optimizada gris en las cortezas afectivo de la psicopatía.
_
2008 basada en frontopolar, orbitofrontal y Papel crucial de la red
vóxels temporal anterior frontotemporal en la
empatía y la sensibilidad
moral

Menor activación de la
amígdala al tomar
La disfunción amigdalina
decisiones morales con
parece central para
contenido emocional. Los
explicar los diversos
suejtos con mayor
Glenn, Raine y rasgos psicopáticos.
fMRI Dilemas morales puntuación en el factor
Schug, 2009 Disfunciones de los
interpersonal presentan
procesos sociales
activación reducida en la
complejos necesarios para
corteza prefrontal medial, el
el comportamiento moral
cingulado posterior y el giro
angular

Tabla 4. Síntesis de los principales hallazgos sobre la base neural de la conducta amoral

20
En conjunto, los resultados relacionados en la tabla 4 apuntan, en primer
lugar, a que la psicopatía cursa con un déficit generalizado en el
condicionamiento aversivo, lo que se relaciona con la menor ansiedad que
sienten los psicópatas al anticipar las consecuencias de sus actos y, a la vez,
con la dificultad en modificar su comportamiento a partir de medidas punitivas
(de ahí, por ejemplo, el alto grado de reincidencia de los psicópatas violentos).
En segundo lugar, los resultados revisados –especialmente los relacionados con
la disfunción amigdalina y la orbitofrontal- demuestran una falta de respuesta
afectiva ante el distrés ajeno, lo que favorecería el engaño y la manipulación, la
insensibilidad ante el dolor de los demás, los actos impulsivos, las decisiones
irresponsables, la falta de sentimiento de culpa o de remordimiento, las
conductas de agresión instrumental y la disminución del miedo a los posibles
costes de su forma de actuar, alterando el juicio de lo que resulta moralmente
aceptable. Finalmente, parece que, o bien los psicópatas invierten más recursos
cognitivos en el procesamiento de la información con contenido afectivo -tal vez
para compensar sus carencias en la decodificación emocional-, o bien tienen
tendencia a “racionalizar” lo emocional, lo que explicaría la “frialdad” que les
caracteriza. Los datos disponibles apuntan más bien a la segunda posibilidad.

Pese a todo lo dicho, una aproximación integral a los rasgos psicopáticos


debería contemplar también las disfunciones neurales que se relacionan, no sólo
con la insensibilidad al sufrimiento ajeno, sino con el placer que puede generar a
los psicópatas dicho sufrimiento. Las investigaciones al respecto son aún
escasas, pero los resultados de algunos trabajos pioneros resultan congruentes
con la hipótesis de que, en el origen de la agresión instrumental típica de la
psicopatía, se hallan una serie de alteraciones cerebrales –en el cuerpo
estriado, que forma parte del sistema de recompensa- que provocan el placer
que sienten ciertos psicópatas al infringir sufrimiento al prójimo. De este modo,
el logro de esa vivencia de elevado valor hedónico sería un potente incentivo
que impulsaría los actos que provocan dolor (físico o emocional) a los demás, y,
por ende, propiciaría la conducta criminal (Barkataki et al., 2006; Porter y
Woodworth, 2006; Decety et al., 2009).

21
Contribuciones desde la neuropsicología clínica

Los estudios llevados a cabo con sujetos que, padeciendo determinadas


lesiones cerebrales, muestran rasgos o comportamientos psicopáticos (algunos
hablan de “psicopatía adquirida”), resultan, grosso modo, congruentes con las
alteraciones estructurales y funcionales comentadas en los apartados anteriores.

Las lesiones neurales que más consistentemente se asocian con síntomas


psicopáticos son las que afectan a la región ventromedial/orbitofrontal del lòbulo
prefrontal. Puede considerarse un “clásico” el caso de Phineas Gage, un obrero
del ferrocarril de Nueva Inglaterra que en 1848 sufrió un trágico accidente
laboral: a raíz de una explosión incontrolada, una barra de hierro le atravesó el
cráneo, entrando por la mejilla y saliendo por el hueso frontal.
Sorprendentemente, Gage sobrevivió a la explosión, pero, pese a conservar el
lenguaje y, al menos aparentemente, las funciones intelectivas, nunca volvió a
ser el mismo. La lesión afectó especialmente a su personalidad, tornándose
irresponsable, irreverente, impulsivo, falto de constancia, obstinado, caprichoso,
manipulador, egoísta, hostil, dado a la bebida, desinhibido, incapaz de planificar,
de prever las consecuencias de sus actos y de tomar decisiones adecuadas en
un entorno social complejo, todos ellos rasgos bien distintos a los que le
caracterizaban antes del accidente. La investigación reciente ha demostrado
que la zona afectada por el accidente fue fundamentalmente la región
ventromedial/orbitofrontal (Damasio, Hanna et al., 1994). Antonio Damasio
describe un caso muy similar (el caso Elliot), aunque en esta ocasión la lesión se
debió a la extracción de un tumor en el lóbulo frontal: después de la intervención
se comprobó que la zona más dañada fue precisamente la
ventromedial/orbitofrontal, con mayor afección del lóbulo frontal derecho. La
sintomatología que presentaba Elliot era muy similar a la de Gage, destacando
la frialdad emocional y la incapacidad de tomar decisiones adecuadas en el
ámbito personal y social (Damasio, A., 1994).

Los resultados de otros trabajos son consistentes con los casos descritos.
Anderson et al. (1999) demuestran que un daño temprano en la región
orbitofrontal a menudo da lugar a que el sujeto en cuestión manifieste rasgos
psicopáticos como la mentira patológica, la irresponsabilidad, la promiscuidad

22
sexual, la insensibilidad afectiva o la falta de sentimiento de culpa y de
remordimiento. Otros estudios neuropsicológicos apuntan que las lesiones de
esa región prefrontal cursan, entre otros síntomas, con falta de empatía,
impulsividad, desinhibición, insensibilidad o embotamiento emocional, falta de
regulación afectiva y disfunciones en la planificación y en la toma de decisiones
en el ámbito social, todos ellos rasgos típicos de numerosos trastornos
psicopáticos (aunque no de todos). Por otra parte, cuando se les administra una
tarea que implica la formulación de juicios morales, los sujetos con daño en la
región ventromedial/orbitofrontal tienden al utilitarismo, aprobando acciones que
implican un alto daño emocional ajeno, lo que sugiere que la corteza
ventromedial/orbitofrontal se halla involucrada en el procesamiento de
emociones clave para tomar ciertas decisiones morales (Koenigs et al., 2007).

Por lo que a la amígdala se refiere, las personas que han sufrido alguna
lesión (especialmente si afecta a ambas amígdalas), presentan también algunos
síntomas característicos de la psicopatía. Entre ellos, destacamos el déficit en el
condicionamiento aversivo, las alteraciones en el reconocimiento de las
expresiones faciales de miedo o un incremento de los impulsos primarios (p.e.
cuando la lesión es bilateral, puede producirse hiperfágia, hipersexualidad, etc.).
En cualquier caso, los rasgos globales que presentan estos pacientes difieren
significativamente de los propios de la psicopatía, lo que sugiere que los rasgos
psicopáticos pueden depender en mayor medida de las disfunciones en la
función ventromedial/orbitofrontal y/o que las alteraciones en la amígdala que
presentan los psicópatas son más leves y más específicas, afectando tan sólo a
ciertas partes de ésta (Gao et al., 2009).

Sobre el origen genético de la psicopatía

Parece probable que exista una predisposición genética que facilite la


emergencia de rasgos o conductas psicopáticos, lo que en ningún caso debe
interpretarse como un determinismo genético, entre otras muchas razones
porque nuestro conocimiento de las causas de las alteraciones neurobiológicas
descritas es más pobre de lo que cabría desear: su origen podría ser genético,
pero también ambiental (ligado a la historia personal) o epigenético. Sin
embargo, si algo parece claro es la etiología multifactorial de la psicopatía: en la

23
manifestación de los distintos rasgos psicopáticos resultan fundamentales,
aparte de los posibles factores genéticos, la experiencia temprana de cada
individuo y el contexto familar, educativo y sociocultural, muy especialmente
cuando nos referimos a las conductas antisociales y a los actos violentos.

En cualquier caso, y por lo que se refiere al estudio de los factores que


parecen predisponer genéticamente a la conducta psicopática, destacan, en
primera instancia, las investigaciones que se han basado en el estudio de las
conductas antisociales en gemelos univitelinos (criados, bien en el mismo
ambiente, bien en ambientes distintos). Según los autores consultados, la
contribución genética a este tipo de comportamiento oscila entre el 33% (Rhee y
Waldman, 2002) y el 69% (Fu et al, 2002). Otros investigadores sugieren que
una compleja interaccion entre factores genéticos y ambientales resulta clave en
la predicción del desarrollo de los trastornos antisociales (Raine, 2002; 2008):
cuando se hallan presentes factores genéticos y ambientales la probabilidad de
que se manifiesten rasgos antisociales aumenta exponencialmente. Líneas de
investigación alternativas han examinado los polimorfismos de determinados
genes para dar con la prediposición genética al comportamiento impulsivo y
violento, centrándose especialmente en los genes que regulan los niveles de
serotonina, un neurotramisor cuya disponibilidad sináptica correlaciona
negativamente con la impulsividad, la falta de control conductual y la
agresividad. Destacan los trabajos sobre el polimorfismo del gen que codifica la
monoaminoxidasa-A (MAO-A), una enzima que degrada la serotonina: según
parece, los niños maltratados que desarrollan conductas violentas tienden a
tener la variante del gen que produce una menor actividad de la MAO-A (Caspi
et al., 2002; Seo et al., 2008). En sucesivos estudios, la presencia de dicha
variante se ha vinculado a un aumento en la reactividad de la amígdala y a una
disminución en la respuesta de la corteza orbitofrontal y del giro cingulado, lo
que sugiere una deficiente regulación prefrontal en un circuito que se ha
relacionado con déficits en la extinción del miedo y con una menor eficacia en el
afrontamiento del estrés ambiental. Del mismo modo, se ha relacionado esa
variante genética con déficits en el control motor y con la impulsividad. Así pues,
el estudio del polimorfismo del gen MAO-A ha revelado toda una serie de
circuitos neurales relacionados con el comportamiento agresivo, aunque hay que

24
precisar que, en este caso, las manifestaciones violentas se deberían a un
déficit en la regulación prefrontal de la actividad del Sistema Límbico: en otras
palabras, se trataría de un tipo de agresión reactivo o emocional, cuando
sabemos que el rasgo prototípico de la psicopatía es precisamente la agresión
instrumental, una agresión emocionalmente “fría” cuyo objetivo fundamental es
el propio provecho. Esto implica que el incremento en el riesgo del
comportamiento violento relacionado con la baja expresión de la MAO-A no da
cuenta del tipo de violencia distintiva del psicópata. En consecuencia, cabe
esperar que nuevas investigaciones profundicen en los factores genéticos que
predisponen a la psicopatía.

A modo de conclusión

Tomados en su conjunto, los resultados obtenidos hasta la fecha


demuestran que existen diferencias significativas entre el cerebro de los sujetos
afectados de psicopatía y el de los individuos que no padecen dicho trastorno,
particularmente en las áreas que se hallan involucradas en las decisiones y la
conducta moral emocionalmente inspiradas. Entre estas áreas destacan, a
juzgar por la consistencia de los datos obtenidos en múltiples estudios, la
amígdala y la corteza ventromedial/orbitofrontal (Blair, 2010), incluyendo las
numerosas vías de proyección recíproca y otras áreas estrechamente
relacionadas (temporo-límbico-prefrontales). Por una parte, la disfunción de este
sistema, que interviene en la generación del miedo y la culpa, del remordimiento
y de la empatía, podría explicar porque los psicópatas apenas se inmutan al
perjudicar a los demás en beneficio propio y porque responden muy pobremente
tanto al castigo como al refuerzo, lo que dificulta sin duda alguna su
socialización. Complementariamente, la sobreactivación observada en algunos
núcleos relacionados con el sistema de recompensa explicaría, además, porque
pueden llegar a sentir un placer intenso al causar daño ajeno.

Al concebir la psicopatía como un trastorno moral (producto de un cerebro


amoral o, según algunos, inmoral) asumimos que ese déficit radica en una serie
de disfunciones en el procesamiento de las emociones que guían nuestra
“moralidad”. Esa concepción “sentimentalista” de la moral no es novedosa en
absoluto. De hecho, ya filósofos como Hume sostuvieron una postura similar.

25
Actualmente, son numerosos los autores que, desde la psicología o desde las
neurociencias, defienden esta perspectiva. Más allá de la distinción entre lo que
resulta moralmente correcto o no, las emociones resultan cruciales para que ese
conocimiento se traslade a la acción. Según algunos autores, la gente actúa de
forma moral debido a la resonancia afectiva asociada a las normas aprendidas.
Sin embargo, esto no explica porque la gente reacciona emocionalmente ante el
sufrimiento de los demás. Evidentemente, nuestra capacidad simbólica y nuestro
razonamiento abstracto nos sirven para entender el dolor ajeno, pero la
comprensión por sí sola carece de un componente afectivo-motivacional. Para
explicar debidamente porque nos conmueve emocionalmente el sufrimiento
ajeno y, en consecuencia, porque tendemos a evitar las conductas que puedan
provocarlo -esto es, para explicar porque nuestro comportamiento moral se
basa, al menos en parte, en nuestras emociones- resulta esencial el concepto
de empatía. No sólo observamos el miedo o la tristeza de los que nos rodean: a
menudo, nos asustamos o nos entristecemos con ellos, aunque la vivencia no
sea del todo equivalente. No sólo sabemos que el sufrimiento ajeno es malo,
también sentimos que lo es. Esa puede ser, tal vez, la carencia fundamental del
psicópata: pese a saber si su conducta es moralmente aceptable o no, ese
conocimiento le deja emocionalmente indiferente, es decir, le trae sin cuidado
romper la norma porque, pese a conocerla, esa trangresión no le resulta
emocionalmente aversiva. Los resultados de algunos trabajos recientes sugieren
que esta podría ser una de las claves del comportamiento psicopático (Cima y
Raine, 2009). Por otra parte, la evidencia de que la falta de empatía podría ser
un rasgo central de la psicopatía, ha hecho que algunos investigadores se
hayan interesado por estudiar en estos sujetos el funcionamiento del sistema de
las neuronas espejo, cuya función parece relacionarse, entre otras, con la
capacidad empática (Rizzolatti y Craighero, 2004). Trabajos preliminares han
relacionado ya la psicopatía y el comportamiento moral con posibles
disfunciones en este sistema (Thagard, 2007). Pese a que las evidencias
empíricas aún son escasas, algunos estudios han informado de resultados
prometedores. Fecteau et al. (2008), por ejemplo, hallan una relación inversa
entre la excitabilidad del sistema especular sensoriomotor relacionado con el
dolor y las puntuaciones en el Psychopathic Personality Inventory (PPI), de
modo que los sujetos que puntuan más alto en la subescala de frialdad

26
emocional y despreocupación por el bienestar ajeno (coldheartedness)
experimentan menor empatía motora al ver un vídeo en el que una aguja
penetra una mano humana. Esperemos que los resultados de estos primeros
trabajos impulsen nuevas investigaciones que ofrezcan evidencias más sólidas
en torno a la interrelación entre las alteraciones del sistema de las neuronas
espejo, la disfunción empática y la amoralidad psicopática.

A modo de reflexión final, cabe decir que, aunque son incuestionables los
avances en el conocimiento de los déficits asociados a la psicopatía que han
propiciado, por ejemplo, las nuevas técnicas de estudio de la función cerebral,
creemos que hay que evitar un enfoque excesivamente reduccionista, eludiendo
caer en el determinismo biogénico o en el genético, aunque sea sólo por las
limitaciones inherentes a los métodos de estudio que utilizamos (las técnicas de
neuroimagen, por ejemplo, son meros correlatos con una validez predictiva
limitada). Por otra parte, no hay que olvidar que algunos de los hallazgos
relativos a la neurobiología de la psicopatía podrían deberse, más que a la
psicopatía en sí, al estilo de vida que suelen llevar muchos de estos individuos
(como el abuso de drogas estimulantes, que puede dañar la corteza
orbitofrontal). Así pues, debemos esforzarnos en discernir los genuinos factores
etiológicos de la psicopatía, lo que previamente requiere aclarar la relación entre
la psicopatía y el trastorno antisocial de la personalidad (TPA), así como
distinguir entre los diversos subgrupos que constituyen lo que indistintamente
calificamos de trastorno psicopático: todos ellos constituyen pasos
fundamentales en aras a encontrar soluciones terapéuticas que mejoren el
pronóstico de los afectados y que faciliten su adecuada rehabilitación e
integración social, un logro que sería la mejor forma de prevenir el daño que
estas personas pueden causarse a sí mismas y a los que les rodean. Todo ello
sin olvidar que, en los casos de conducta delictiva, los avances científicos en
torno a las causas de la psicopatía -y las implicaciones que puedan deducirse
sobre la responsabilidad que tiene el psicópata de sus actos-, pueden acarrear
profundas repercusiones en el ámbito jurídico.

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