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LA LIBERTAD
VIDA Y
ASESINATO DE
CÓRDOVA
Honorato De Balzac
Apreciado lector:
Un sendero difícil
Hoy nos parece más atropello que aventura. Una vez sometidos,
pasarían a lo que después llamarían Conquista. La imposición de sus
leyes y costumbres y la destrucción de civilizaciones milenarias, como
la de los mayas, aztecas, incas y chibchas. Desde luego, los indígenas se
oponían a su agresividad y rapiña con flechas, macanas y lanzas, para
sucumbir ante la fuerza arrolladora de ese binomio conformado por
caballo y jinete acorazado que utilizaba “palos de fuego”, espadas y
floretes.
No solo existía el rey; también una casta de nobles que según ellos
por sus venas corría sangre azul y les era deshonroso tener callos en las
manos o que un ancestro hubiera laborado en tres generaciones o su
familia estuviera contaminada de criollos, denominados así quienes
nacían en sus nuevas tierras. Y antecedían sus nombres con títulos
nobiliarios, de príncipe, conde o marqués, lo cual exigía que al pasar
debían hacerles venias, besarles las manos, pedirles permiso para
hablar con ellos, no mirarlos a los ojos ni contradecirlos porque se
ponían más pálidos que cirios funerales y más enojados que un ‘miura’.
En las guerras, no pocas, su mayor entretenimiento, comandaban el
ejército por derecho propio como si al nacer heredaran los
conocimientos necesarios para dirigir las tropas y el valor suficiente
para vencer en las batallas.
–¡Esto es un atropello!
El destino escogido por José María no puede ser más difícil. Sin
embargo, no se desanima, y antes por el contrario, lleno de espíritu
arriba al lugar donde los españoles los esperan para derrotarlos en la
primera confrontación.
Antes de la batalla, Serviez lo nombra ayudante de órdenes y le da
el título de alférez. Ya no es cadete.
–¡Este es un príncipe!
Sin miedo, José María le increpa que lo hace matar lo mismo que
a Serviez, a quien ordenó asesinar por celos y para robarlo.
Pero las derrotas son más que las victorias. Los españoles parecen
invencibles. La libertad cada día se aleja más. Los recursos escasean,
mientras que a los realistas les sobra de todo. Deben tomar una
decisión. Además, el invierno se acerca y la interrupción de las
operaciones favorecerá a los realistas quienes tienen buenos cuarteles.
Nadie sabe por qué las llaman así. Son mujeres que al seguir al
ejército sufren las mismas penalidades; a excepción de que no
combaten, aunque algunas muy valientes sí participan. Generalmente
son las esposas de soldados sin más vivienda que el campamento.
Aunque hay solteras, no están libres ni son para la diversión de nadie.
Todos las quieren y respetan y también ellas saben hacerse respetar,
por si a algún soldado se le va la mano.
Es mejor no mirar los nevados picos, sino avanzar por esa trocha
jalonada de cadáveres de seres humanos que intentaron cruzarlos
anteriormente.
Son varias jornadas, donde ni las fogatas prenden por el frio y por
la continua lluvia y por el viento huracanado que aúlla por entre los
peñascos. El dolor de oídos es insoportable, bostezan; y sin poderlo
evitar los dientes de abajo dan contra los de arriba haciéndolos
carraquear.
El descenso que parecía más suave, es aún peor. Vienen con los
pies maltratados. Están cansados, pero no pueden devolverse; aún falta
un largo trecho para llegar y los españoles se alistan a cortarles el paso,
con valientes húsares dispuestos a derrotarlos.
Allá llega con sus tropas por el agua, en canoas y a pie, por entre
pantanos. Es un recorrido largo y agotador. Sin buenos lugares donde
acampar y cuando pueden es en medio de un calor infernal, saturado de
voraces mosquitos.
Tiene tiempo, entonces, para pasear por las calles de esta bella
ciudad portando el uniforme pulcramente, sin ostentación, plumas ni
colorines como otros oficiales, sin tantos méritos como él.
Una muralla enorme se eleva ante sus ojos. Las tropas que pocos
días antes cruzaban el océano, con su calor intenso, ahora los espera el
páramo, como el de Pisba, que tantos sufrimientos les recuerda.
La ventisca es intensa, y sin dónde protegerse tienen que
continuar llevando su bagaje, el pesado fusil, las municiones, la comida,
la tienda y la cobija.
Gracias a unos indios conseguidos para que los guíen, no caen más
a los precipicios.
Él responde:
Quien nacía pobre así moría. Si su padre era peón, los hijos
también lo serían. Las tierras planas, buenas para la agricultura y la
ganadería, estaban en manos de pocos dueños; y los pobres debían
conformarse con las más quebradas; aptas para criar osos, pero no
había circos.
Si se decía que una mujer era educada, era porque sabía cantar,
bordar, hacer pasteles y rezar.
Los jueces eran pocos, pero con mucho poder; y los delincuentes
les temían, ya que podían mandarlos a la horca.
La gente que moría en pecado no tenía derecho a misa de
despedida, ni a lugar en el cementerio; Sitios sagrados, con mausoleos
enormes para familias importantes que anhelaban que sus muertos se
acompañaran entre sí, y no se mezclaran con otros sin abolengo.
Solo las mujeres pobres amamantaban a sus hijos. Entre las clases
altas era común alquilar una nodriza con buenas pechugas para llenar al
niño antes de que le diera un berrinche.
Las casas tenían un corral para las aves y una huerta para las
legumbres; algunas un solar para el caballo de montar y la bestia de
carga y un mangón o una labranza y más lejos la finca de donde traían el
plátano, la yuca, los cerdos y el ganado.
Los entierros eran actos importantes y los había muy lujosos, que
empezaban con una misa cantada por varios curas, si el finado había
dejado con qué pagarla.
Pero así es la profesión del militar. Causa muertes sin que lo desee.
Porque debe hacerlo en cumplimiento del juramento que un día hiciera
con el brazo derecho estirado arriba, señalando el cielo, la mano
extendida y el dedo pulgar sobre el índice. Nunca es fácil matar a un
hombre, cuando para hacerlo hay que ultimarlo clavándole la espada, la
lanza o la bayoneta en el corazón; con la vista puesta, las más de las
veces, en sus enfurecidos ojos.
Córdova, sin duda, pensaría que siempre había una razón. Era la
Patria, era la Libertad, era el Deber; de lo contrario sería un asesinato.
No obstante que todas estas reflexiones eran ciertas, no era fácil matar,
como tantas veces tuviera que hacerlo. Pero también había otra
consideración: muchas veces, era cuestión de supervivencia. Los
contrincantes eran entrenados para acabar con quien los enfrentara;
pues también era su deber quitar de en medio a su contendor, lo antes
posible para seguir combatiendo.
Es un sol más radiante que los otros días. Brilla entusiasmado sin
que ninguna nube se atreva a ocultarlo. Marca sombras nítidas de
soldados, armas y cabalgaduras, pendones, gallardetes y banderas
también. Las armas relucen con diamantinos destellos. Jamás el astro
rey ha sido tan esplendoroso. Les quita el poco frio que aún conservan y
con los ojos abiertos les permite ver todas las cosas, sean seres
humanos, animales, armas o los cerros que a sus lados resplandecen
claramente. Para resumir: un sol que esa mañana es testigo de lo que
allí va a suceder para la historia de América.
la guaneña me engañó,
–¡A ese! ¡Ya! ¡Bien hecho! ¡Siga! ¡Dele! ¡No pare! ¡Adelante! –son
palabras que en borbotón salen de sus labios sin dejar de maniobrar su
espada.
Esa noche los cirujanos atienden los heridos. Amputan sus manos,
los brazos enteros o la parte final de las piernas. Luego de operarlos
introducen el muñón sangrante en una paila con brea hirviendo, para
crear una costra que cauterice las venas y mate la infección. Los
heridos se encorvan del dolor, intentan soltarse de las correas que los
fijan a las mesas de cirugía, maldicen y entre gritos se rebelan al dolor,
que finalmente los priva del conocimiento.
Al saber que él es, y sin dudas, el más grande hombre que existe en
tierras americanas, sin oposición ninguna al tamaño de su gloria, fruto
de su capacidad guerrera y de su genio político, asume todos los
poderes y por donde pasa va nombrando dignatarios, concediendo
grados, legitimando títulos, firmando leyes, emitiendo providencias,
castigando delitos o perdonándolos, creando nuevas unidades militares,
ordenando su movilización, etc.
–Mi general, usted sabe que lo estimo con todo mi corazón, que
nos une un vínculo de amistad acrecentado en los campos de batalla,
¿por qué no me deja ir? Es por mi bien. Me pueden condenar en
ausencia.
“No imagina lo que le voy a hacer” –dijo para ella misma mientras
efectuaba el recorrido, que mentalmente varias veces ya había hecho,
por eso no utilizaba ni una vela. Y con la solicitud de que tenía un
problema y requería su ayuda inmediata, le golpeó suavemente en la
puerta, para no despertar a nadie.
Córdova pensó que todo se debía a que estaba un poco ebria, pues
olía a licor. Pero al verla tan decidida y enseñándole toda su hermosura
para que él le apaciguara su incendio, llevándola a la cama, comprendió
que no había tal situación de peligro, sino que estaba dispuesta a todo
con tal de que le hiciera el amor. Como estaba entre sus brazos, él
sentía en todas las partes de su naturaleza viril la fuerza arrolladora de
su inmensa atracción, especialmente la que emanaba de su piel tan
suave y tan fresca y de los agitados suspiros, llenos de pasión;
matizados con el sonido de la brisa al rosar el navío, el rumor de las olas
golpeando la quilla y la canción del viento acariciando las velas.
Sobrepuesto de su inesperada aparición y sin aceptar su oferta,
Córdova recogió la capa del suelo, se la puso a ella de nuevo y cubrió
totalmente la provocativa desnudez de su atractivo cuerpo.
Pero de esto, que así pudo ocurrir, nadie quiso dar testimonio.”
¿Es posible que exista un general tan joven y tan bello?, le había
preguntado en voz baja a su madre.
Córdova lo hace más que todo por consideración con él, a quien el
atentado de septiembre ha hecho estragos en su salud, lo cual es
aprovechado por quienes lo rodean para que tome decisiones que
oscurecen su grandeza.
Allí recibe anónimos de que su vida corre peligro. Más de una vez
piensan matarlo en las sombras de la noche. Con frecuencia escucha
que Mosquera dice que no saldrá con vida de Popayán.
TERCERA PARTE
Hacia la inmortalidad
En ellas expresaba:
Bolívar rasgó el velo que tenía oculto. Esta ha sido la conducta del
hombre que por tanto tiempo nos ha fascinado…
Además, enviaron otras dos columnas, del norte y del sur. Desde
Cartagena, Mariano Montilla, el general venezolano que apresara a
Padilla, despachó las tropas y alistó otra columna, de refuerzo, de 600
hombres, ubicada en Mompox, en espera del desenlace de los
acontecimientos. Y la tercera columna salió de Popayán al mando del
coronel venezolano, Escolástico Andrade.
Casi 3.000 hombres para matar a uno solo. Tal sería el miedo que
Córdova les inspiraba. O las ganas de matarlo.
Bolívar, cuyo mandato había sido otorgado por una simple junta
de comerciantes y padres familia, desconocía la Constitución, lo mismo
el Consejo de Ministros y los generales venezolanos y extranjeros que lo
apoyaban en sus pretensiones dictatoriales, y nadie los consideraba
criminales; porque ellos integraban el Gobierno.
La Constitución de Ocaña había sido torpedeada por Bolívar, y
esto no era ilegal; e implantaba la constitución de Bolivia de corte
dictatorial, y tampoco era contra la ley. La ley del embudo.
Lo primero que hizo Montoya fue enviarle una nota donde O’Leary
le comunicaba las prebendas ofrecidas por el gobierno a cambio de
rendirse: Una casa de monedas, una factoría de tabaco, una legación en
el extranjero, veinte mil pesos oro para los gastos del viaje, ratificaba el
nombramiento en el ministerio de marina y el olvido de su revolución.
Las que él escogiera, o todas. Antes de ser aniquilado, dada la
desproporción de fuerzas.
No había pasado una hora cuando los vigías de Córdova vieron una
partida enemiga, como de diez soldados; que pertenecían al grueso del
ejército dictatorial y se adelantaban para explorar el terreno. A menos
de diez cuadras.
–¡Vamos!
O’Leary cabalga hasta una lomita, para dirigir desde allí la batalla.
Córdova regresa a donde sus soldados y a la cabeza de ellos inicia el
ataque.
Está fuera de sí, igual que sus oficiales, muy desilusionado. ¡Es un
gran fracaso!
Murray le inquiere:
Hand replica:
–¿Quién es Córdova?
Casi dos años después del crimen, a Rupert Hand, quien ya era
coronel, le iniciaron el proceso por el asesinato de Córdova. Capturado
en Panamá, fue embarcado para Cartagena donde solamente lo
condenaron a diez años de presido, dizque por haberlo herido con
ventaja y alevosía; no por haberlo asesinado.
–No hay tal, estoy seguro –exclamó Salvador –lo tengo bien
señalado –agregó y continuó–: Yo mismo vine a identificar el sitio.
Miren esa tumba y esa otra, aquel árbol y ese otro; en el vértice de estas
dos líneas está el sitio y es este. No hay pierde.
EPÍLOGO
Viaja a Bogotá.
Toma de Angostura.
OBRAS CONSULTADAS
Así se hizo la Independencia. Alberto Lozano Cleves. 1961.
AGRADECIMIENTOS
A mis hermanos Ramiro, Augusto, Juan Ernesto y Hugo por
haberme facilitado material y regalo tiempo leyendo el manuscrito y
por sus valiosas observaciones y recomendaciones.
Vive en los Estados Unidos con su esposa, Gilma, sus hijos y sus
nietos.
OBRAS DEL MISMO AUTOR