Está en la página 1de 104

Cuatro testimonios

de veteranos zapatistas
Cuatro testimonios
de veteranos zapatistas
Plutarco García Jiménez
(Coordinador)

Cámara de Diputados / LVII Legislatura


Congreso de la Unión
Cuatro testimonios de veteranos zapatistas
Coordinación: Plutarco García Jiménez

1ª edición, 1995
Unión de Pueblos de Morelos-CNPA
Programa de Apoyo a las Culturas Municipales y Comunitarias
de la Dirección General de Culturas Populares-Unidad Regional Morelos
Centro de Estudios Históricos y Sociales del Estado de Morelos

2ª edición, 2000
Cámara de Diputados / LVII Legislatura
Congreso de la Unión

VICTORINO JIMÉNEZ SÁNCHEZ


Entrevistas: Ramón Aupart y Plutarco García Jiménez
Transcripción y revisión: Plutarco García Jiménez

LONGINO ROJAS ALONSO


Entrevistas, transcripción y revisión: Rafael Bonilla

IRINEO ESPINOSA SÁNCHEZ


Entrevistas: Ramón Aupart Cisneros, Pedro Reygadas y Luis Schoroeder
Asesoría de campo: Ing. Juan Gómez Bravo, Salvador Díaz y Félix Serdán
Transcripción: Patricia Chirino, Soledad Aupart y Juan Manuel García Ortegón
Revisión: Plutarco García Jiménez

ESTANISLAO TAPIA CHÁVEZ


Entrevistas y transcripción: Alicia Carriquiriborde y Plutarco García Jiménez
Revisión: Plutarco García Jiménez

Fotograf ías: Mario Luna, Ramón Aupart, Judith Ortiz, Alma Luz García, Víctor
Hugo Sánchez; fotos tomadas de Los compañeros de Zapata de Valentín López
González, de Zapata y la revolución mexicana de John Womack Jr., del archivo de
Javier Orihuela y de la Unión de Pueblos de Morelos.

Captura: Graciela Campos Hernández

Grabados: Alejandro González Aranda

PRODUCCIÓN EDITORIAL DE LA 2ª EDICIÓN


Diseño de la portada y de interiores y formación: María de Lourdes Álvarez López
Cuidado de la edición: Renata Soto-Elízaga
A don Estanislao Tapia, José Rodríguez,
Félix Garduño, Félix Serdán y todos los
supervivientes zapatistas y jaramillistas,
cuyo ejemplo de lucha inspira e ilumina
a los zapatistas de hoy.

El presente trabajo es el primer abono


de una vieja deuda con ellos.
Cuatro testimonios de veteranos zapatistas

6
Victorio Jiménez Sánchez

Índice general
Agradecimientos ................................................................. 9

Prólogo .............................................................................. 11

Presentación de la primera edición ................................... 13

Presentación de la segunda edición ................................... 17

Don Victorino Jiménez Sánchez


(1898-1981) ...................................................................... 19
Semblanza ......................................................................... 21
Los campesinos en el porfiriato ........................................... 24
Cómo comenzó la revolución ............................................... 25
Don Victorino se incorpora a la revolución ........................... 28
La traición de Guajardo ...................................................... 31
Cómo conoció a Rubén Jaramillo ......................................... 33

Don Longino Rojas Alonso


(1898-1988) ...................................................................... 35
Semblanza ......................................................................... 37
Fui soldado de Amador Salazar .......................................... 38
Y Zapata no entró al comelitón ............................................ 38
Los que tienen miedo de firmar, que salgan ......................... 41
Quedó muy pobre Morelos .................................................. 41
¿Qué te va agradecer el pueblo...? ...................................... 42
Donde levante mi camisa... ................................................. 43
¡Tecma!, grito de guerra ...................................................... 44

7
Cuatro testimonios de veteranos zapatistas

Repicaron las campanas en Milpa Alta ................................ 44


Zapata y Villa en Xochimilco ............................................... 46
En San Lázaro, hasta que volvió Carranza .......................... 46
La traición de Chinameca no acabó con el agrarismo ........... 48
Cárdenas y la lucha de Jaramillo ....................................... 49
Nos quitaron el lago y nos querían imponer un aeropuerto ... 51
¡Los campesinos se están organizando grande! ................... 52
El Plan de Ayala es nuestra bandera .................................. 54

Don Irineo Espinosa Sánchez


(1888-1988) ...................................................................... 55
Semblanza ......................................................................... 57
¿Quién fue don Irineo Espinosa Sánchez? ........................... 58
Cuando se inauguró el Plan de Ayala ................................. 59
Las copias del Plan de Ayala .............................................. 65
El presidente visita Ayoxustla ............................................. 67
Historia de la defensa de las tierras de Ayoxustla ............... 68
Fui sufridor de la revolución... ............................................. 80

Don Estanislao Tapia Chávez


(1901-1998) ...................................................................... 81
Semblanza ......................................................................... 83
Cómo conocí al general Zapata ........................................... 85
El Plan de Ayala ................................................................ 86
Cómo me incorporé al zapatismo ......................................... 87
Por qué dejé al general Saavedra ........................................ 89
En apoyo a la división del Norte .......................................... 90
De las intrigas a la traición de Chinameca .......................... 91
General Jesús María Guajardo ........................................... 92
Cómo murieron algunos generales ...................................... 93
Conocí a muchos generales... .............................................. 94
¡Qué corazón de hombre el del general Zapata...! ................ 95
Carta al CCRI-CG del EZLN ................................................ 97
Carta a la CNPA y a las organizaciones
campesinas del CAP ......................................................... 98
Carta del subcomandante Marcos ...................................... 98
Dos corridos para el general Zapata .................................... 99
Corrido al general Zapata ............................................. 99
Corrido de la muerte del general Zapata ...................... 102

8
Victorio Jiménez Sánchez

Agradecimientos
Varias han sido las personas que contribuyeron para que
esta recopilación se materializara. En primer lugar, fue el
compromiso contraído ante el Programa de Apoyo a las Cul-
turas Municipales y Comunitarias de la Dirección General
de Culturas Populares, especialmente de su Unidad Regio-
nal en Morelos, a cargo del biólogo Eduardo Hernández,
cuyo apoyo económico hizo posible esta publicación.
Hago explícito mi reconocimiento a quienes apoyaron
con singular entusiasmo este trabajo, consiguiendo datos
y documentos y localizando a informadores; tal es el caso
de Pedro Herminio Zeferino, Isaac Rojas y Pedro García Ve-
lázquez. A Guadalupe García Velazco, no sólo por el interés
y meticulosidad con que revisó todo el material, sino por su
apasionado esfuerzo y dedicación al rescate de la historia y
la cultura morelense, a través de las narraciones de sus
protagonistas, los excombatientes y trovadores zapatistas
y jaramillistas, que le han cantado a la vida, a su tierra, al
amor y a sus héroes.
Agradezco la solidaria aportación del artista Alejandro Gon-
zález Aranda, quien diseñó la portada de la primera edición
de este volumen e ilustró con varios de sus grabados la temá-
tica de los testimonios que ofrecemos.

9
Cuatro testimonios de veteranos zapatistas

10
Victorio Jiménez Sánchez

Prólogo
Dice John Womack, en el prólogo de su obra Zapata y la
revolución mexicana: “Esta obra (...) es un relato y no un
análisis, porque la verdad de la revolución en Morelos está
en algo que yo no podría dar a entender con sólo definir
sus factores, sino que la única manera de lograrlo, es ha-
ciendo una detallada narración”. Es el relato a través del
cual podemos explicar la sustancia que mantuvo la estruc-
tura de la revolución. Es el relato de la historia y no el
análisis, lo que la vuelve clara y entendible, lo que la vuelve
nuestra, y a los que lo escuchamos, sujetos activos de un
pasado que deja de sernos ajeno.
De similares vivencias, las voces de don Victorino, don
Longino, don Irineo y don Estanislao se dejan escuchar para
develarnos sin misterios los grandes acontecimientos de la
revolución. Las cuatro voces, aquí reunidas, hilan en amenos
relatos la vida de unos niños, que simultáneamente fueron
hombres y después por siempre viejos, luchando por un ideal.
Qué más da irse a la revolución a los ocho años, para
escapar del trabajo obligatorio, de la hacienda; ser de la di-
visión Mendoza a los catorce y a los quince; o cargar las ar-
mas, sin aguantarlas todavía. No es raro oírlos decir: “me fui
muchacho...”.
Había, a decir de ellos, muchos muchachos que entre va-
rias funciones propias de un tiempo de guerra que tenían que
realizar, también jugaban.

11
Cuatro testimonios de veteranos zapatistas

La revolución les dio la oportunidad de luchar por un


futuro distinto, pero también el espacio para jugar, a todos
esos niños que de ser peones de la hacienda pasaron a ser,
entre juegos y mandados, zapatistas.
Quizás porque por fin pudieron jugar y en el juego ex-
presarse, los cuatro fueron y son, luchadores sociales que
mantienen vivos los ideales por los cuales pelearon.
Gracias don Victorino, don Longino, don Irineo y don
Estanislao, por permitirnos acercar a esa revolución de la
cual fueron protagonistas: por dejar que nos asomemos a su
ya larga lucha por cumplir los ideales zapatistas; por recor-
darnos con su visión de niños-viejos que el general era el
último en comer, siempre después de ustedes, que se pre-
ocupaba por vestirlos, que –campesino al fin– al inicio del
temporal se quedaba sin hombres, porque había que irse a
sembrar.
Gracias, porque después de que él partió, ustedes si-
guieron defendiendo sus tierras, y después de que ustedes
también partieron, nos quedó su palabra. Sólo a don Esta-
nislao lo podemos aún escuchar cuando dice: “así las cosas,
entonces es cansada mi razón, porque son muchas, mucho
tengo que decir...”.
En espera de sus muchos decires seguiremos atentos.

María Guadalupe García Velazco


Junio de 1995

12
Victorio Jiménez Sánchez

Presentación de la primera edición


La recopilación de testimonios de veteranos zapatistas que
ofrecemos en el presente volumen, responde más que a una
tarea de carácter académico a una necesidad del trabajo
militante en el sector campesino. El lector no encontrará
gran rigurosidad historiográfica. Los tiempos del trabajo co-
tidiano en el seno del movimiento campesino y el inexorable
evento de la pérdida física de los últimos compañeros del
general Zapata nos hicieron optar por sacrificar una presen-
tación mejor elaborada, que sería lo deseable, y en cambio
difundir con imperfecciones y limitaciones historiográficas
acontecimientos y vivencias de la revolución zapatista con-
tadas por sus protagonistas y que pueden ser de interés
para los campesinos y los luchadores populares de hoy.
De hecho, ninguna de las entrevistas a los viejos zapatis-
tas, cuyos testimonios aquí recogemos, fueron realizadas con
base en un plan académicamente diseñado, ni los entrevista-
dores fueron profesionales de la historia oral. En las entrevis-
tas participaron activistas y campesinos, y la informalidad
de las mismas en ocasiones permitió quizá una mayor con-
fianza y soltura de los entrevistados.
Para compensar la limitación anterior, hemos procurado,
sin embargo, ser fieles y cuidadosos en el rescate y procesa-
miento del valioso material obtenido. Hemos tratado de no
omitir ni alterar los datos, las observaciones, las expresiones,
las vivencias y la lógica narrativa de los informadores.

13
Cuatro testimonios de veteranos zapatistas

Tres de los testimonios –los de don Victorino Jiménez,


don Longino Rojas y don Irineo Espinosa– se comenzaron a
recoger a principios de los años ochenta y, lamentablemente,
el material lo revisamos cuando ellos ya tenían varios años
de fallecidos. Lógicamente fue imposible completar o aclarar
aspectos importantes de su relato y apenas pudimos agre-
gar alguna información aportada por familiares y contempo-
ráneos. Cuando fue necesario y posible aportamos elementos
de contexto e hicimos acotaciones y aclaraciones a pie de
página.
La semblanza que antecede a cada uno de los testimonios
pretende incorporar aspectos que los entrevistados no toca-
ron, o bien destacar hechos que ellos no resaltaron como
hubiésemos querido. Pero con la semblanza también nos pro-
pusimos hacer un reconocimiento de la dimensión histórica,
política y moral que por su ejemplo y espíritu de lucha apor-
tan estos admirables mexicanos a las nuevas generaciones
de luchadores sociales.
Hay denominadores comunes en los cuatro testimonios.
Tres de los protagonistas del zapatismo (Victorino Jiménez,
Longino Rojas y Estanislao Tapia) participaron en la revolu-
ción hasta que terminó la etapa armada (1920), todos ellos
siguieron teniendo importante participación militante en el
movimiento campesino, pasando por su militancia jarami-
llista hasta su participación en la creación de organizacio-
nes campesinas como la Coordinadora Nacional “Plan de
Ayala” y otros proyectos regionales.
Don Estanislao Tapia –único superviviente de los cuatro
veteranos entrevistados–, a sus 95 años sigue librando bata-
llas, todavía mantiene una ejemplar militancia en la Unión de
Pueblos de Morelos-CNPA y participa en las marchas campesi-
nas, en acciones de la Convención Nacional Democrática (CND)
y en otras actividades a las que es convocado. Don Estanislao
nunca dice “hoy no puedo”, siempre está dispuesto a asistir a
donde se le indique, como fiel y disciplinado soldado zapatista.
Lo mismo estuvo dispuesto a llegar hasta la selva Lacandona
para conocer a los zapatistas de hoy, que a las marchas del 10
de abril en la ciudad de México, a las sesiones de la CND en
San Cristóbal de las Casas o en Querétaro.

14
Presentación
Victorio
de Jiménez
la primeraSánchez
edición

Siempre nos faltará elocuencia para expresar nuestro


reconocimiento y admiración a estos queridos viejos que por
desgracia cada día son menos. Su muerte representa no sólo
la pérdida física de su militancia, sino parte de la memoria
histórica que se nos escapa.
Los cuatro testimonios que hoy recogemos son apenas
una parte de los que esperan guardados en casetes y videoca-
setes. Tenemos toda la intención de seguir trabajando para
sistematizar y difundir varios testimonios más. Esto lo asu-
mimos como compromiso ante los viejos que se nos van y
también ante quienes esperan con interés los relatos y expe-
riencias de indudable valor histórico, político y cultural.

15
Cuatro testimonios de veteranos zapatistas

16
Victorio Jiménez Sánchez

Presentación de la segunda edición


La publicación en 1995 de Cuatro testimonios de veteranos
zapatistas representa el inicio de un esfuerzo de difusión de
materiales inéditos en poder de diversas personas que han
dado seguimiento a los principales acontecimientos del mo-
vimiento campesino en Morelos y en otras entidades del país.
La deuda que reconocimos al publicar los primeros testi-
monios no está saldada. Seguimos trabajando para editar un
segundo tomo de testimonios zapatistas. De los materiales
videograbados por el equipo de Ramón Aupart se ha editado
ya el video Los rebeldes del sur, de la serie Héroes Anónimos,
en el que se rescatan los testimonios orales de cinco compa-
ñeros del general Zapata.
La publicación de este tipo de materiales no es una mera
curiosidad historiográfica, más bien la entendemos como
una información indispensable para entender nuestra his-
toria y conocer experiencias útiles para los actuales prota-
gonistas del cambio social y político en México.
Nuestro país vive tiempos de intensas luchas sociales y
de las más diversas acciones de los campesinos, los indíge-
nas, los estudiantes y la ciudadanía en general. La transi-
ción pacífica a la democracia, a la que han contribuido las
más variadas formas de lucha, incluida la insurrección indí-
gena zapatista de 1994, comienza a dejar atrás el régimen
presidencialista autoritario y corrupto. Las fuerzas sociales y
políticas emergentes se han venido posicionando en espacios

17
Cuatro testimonios de veteranos zapatistas

de los poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial. Del desem-


peño que tengan en dichos espacios dependerá la renova-
ción y saneamiento de las instituciones.
La segunda edición de Cuatro testimonios de veteranos
zapatistas, que con el apoyo de la Comisión de Agricultura
de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión ahora
ofrecemos a los lectores, requirió algunas correcciones y adi-
ciones que mejoran sin duda no sólo la presentación sino
también la calidad de los documentos.

Plutarco García Jiménez


Marzo de 2000

18
Don Victorino Jiménez Sánchez
(1898-1981)
Don Victorino Jiménez Sánchez

Semblanza1
Don Victorino Jiménez Sánchez nació el 8 de noviembre de
1898 en el pueblo de Tepexco, distrito de Izúcar de Mata-
moros, Puebla.
Desde su niñez padeció las injusticias y la explotación
de los hacendados; sintió en carne propia el maltrato que
éstos daban a los jóvenes y a los niños que eran obligados a
trabajar en las haciendas de Tenango y Santa Clara, en el
oriente de Morelos. Por eso, cuando en 1909 y 1910 los re-
beldes zapatistas se preparaban para la lucha, el niño Vic-
torino Jiménez se prestaba con gran entusiasmo a colaborar
con ellos.
Unos años después, en 1913, siguiendo el ejemplo de
sus hermanos mayores –Salomé, Hipólito y Gildardo, los dos
primeros ya habían muerto en combate–, el joven Victorino
decidió darse de alta en las filas del Ejército Libertador del
Sur, fundado y comandado por el general Emiliano Zapata,
y quedó bajo las órdenes del general Marcelino Rodríguez.
Después militó al mando del general Wilfrido Solano, ambos
pertenecientes a la división Mendoza.

1
Plutarco García Jiménez escribió esta semblanza biográfica de don Victori-
no Jiménez Sánchez, y la leyó ante su tumba el 22 de septiembre de 1983,
dos años después de su muerte.

21
Cuatro testimonios de veteranos zapatistas

Victorino Jiménez luchó como firme soldado del Ejército


Libertador del Sur, hasta que las balas traidoras y asesinas
de José María Guajardo segaron la vida del general Zapata.
Al finalizar la revolución, ya con el grado de teniente de
caballería, Victorino Jiménez militó bajo los órdenes de Jorge
Méndez.
Por el año de 1917, conoció al capitán de caballería Rubén
Jaramillo, quien operaba bajo las órdenes del coronel Dolo-
res Oliván, también de la división Mendoza. Cuando Jarami-
llo volvió a tomar las armas y a organizar a los campesinos
para exigir el cumplimiento del Plan de Ayala, Victorino Ji-
ménez se convirtió en uno de sus más cercanos colaborado-
res, manteniéndose como uno de sus más fieles soldados hasta
que, el 23 de mayo de 1962, Rubén Jaramillo y su familia
fueron brutalmente asesinados por elementos del ejército fe-
deral durante el gobierno de Adolfo López Mateos.
Don Victorino, igual que otros veteranos de la Revolución
del Sur, militó por un tiempo en el Frente Zapatista de la
República; pero al convencerse del carácter oficiliasta de esa
organización y del servilismo ante el PRI-Gobierno de su líder
Porfirio Palacios, don Victorino decidió separarse del Frente
en los años sesenta.
Pese a su avanzada edad, don Victorino siempre estuvo
dispuesto a participar activamente en la lucha campesina
y popular, tanto en Morelos como en otras partes del país.
Fue uno de los fundadores de la Unión de Ejidos “Emiliano
Zapata” del oriente de Morelos y uno de sus más entusias-
tas organizadores en Atlacahualoya, desde su constitución
en 1974.
En 1975, organizó un grupo solidario para obtener ma-
quinaria agrícola y otro para la construcción y funcionamiento
de un establo lechero en Atlacahualoya.
Don Victorino participó desde su preparación en el Pri-
mer Congreso del Movimiento Nacional “Plan de Ayala”
(MNPA), convocado por Mateo y Nicolás Zapata en 1979, en la
ciudad de Cuautla, para conmemorar el primer centenario del
nacimiento del general Emiliano Zapata. Meses después (en
octubre) participaría en la fundación de la Coordinadora Na-
cional “Plan de Ayala” (CNPA), en Milpa Alta, Distrito Federal.

22
Don Victorino Jiménez Sánchez

Cuando Mateo Emiliano Zapata y sus asesores acepta-


ron que los restos del general Zapata fueran trasladados al
Monumento de la Revolución en la ciudad de México, al lado
de los de Venustiano Carranza, don Victorino –al igual que
muchos campesinos de Morelos y de otras partes del país,
convocados por la CNPA– participó en la guardia permanente
que se instaló ante la tumba del general Zapata en Cuautla,
del 14 al 20 de noviembre de 1979, hasta que la Secretaría de
Gobernación comunicó que los restos continuarían en don-
de estaban.
Para los campesinos y veteranos zapatistas, la actitud de
los hijos de Zapata constituyó un acto de traición, por lo que
representantes de varias comunidades y ejidos abandonaron
el Movimiento Nacional “Plan de Ayala” y, a principios de 1980,
constituyeron la Unión de Pueblos de Morelos (UPM), que en
ese mismo año pasa a formar parte de la CNPA durante su
Tercer Encuentro Nacional en Tlapacoyan, Veracruz.
El tío Víctor –como cariñosamente lo llamaban– estuvo
presente en todos los encuentros y movilizaciones convoca-
dos por la CNPA. A sus 83 años, junto con varios veteranos
zapatistas, encabezó la gran marcha campesino-magisterial
convocada por la CNPA y la Coordinadora Nacional de Tra-
bajadores de la Educación (CNTE), el 12 de mayo de 1981,
en la ciudad de México. Los veteranos zapatistas dieron en
esa ocasión el más bello ejemplo de combatividad y se convir-
tieron en el símbolo viviente del movimiento campesino inde-
pendiente.
Cuando el tío Víctor se disponía a viajar a Juchitán,
Oaxaca, para participar en el IV Encuentro Nacional de la
CNPA, fue sorprendido por una enfermedad que lo mantuvo
en cama por algún tiempo, hasta que el 22 de septiembre de
1981 se extinguió la vida de este gran luchador que había
conocido tres generaciones de luchadores agrarios y que fue
digno portador de la bandera de Zapata y Jaramillo.
Las experiencias y el ejemplo revolucionario que nos legó
don Victorino Jiménez, constituyen sin duda alguna un glo-
rioso patrimonio histórico para la lucha actual de los cam-
pesinos pobres, los asalariados agrícolas y todas las clases
explotadas de México.

23
Cuatro testimonios de veteranos zapatistas

Los campesinos en el porfiriato2


—¿Cómo vivían los campesinos cuando usted era niño?
—Pues lo que recuerdo es de 1909. Mi experiencia es que
realmente me di cuenta de los comportamientos de los hacen-
dados y el gobierno porfirista [de] cómo trataban a los campe-
sinos pobres, los humillaban y les exigían a que a la fuerza
tenían que ir a trabajar a ciertas haciendas como Tenango y
Santa Clara, por obligación forzosa. Como la hacienda tenía
acaparadas todas las tierras de la comunidad, entonces los ha-
cendados arrendaban, pedían renta de tierra y sabían quiénes
eran los que tenían terrenos arrendados de la hacienda y a ésos
los obligaban forzosamente a ir a trabajar, salían de sus traba-
jos y luego a la hacienda..., ya después se venían al zacateo.3
[Los campesinos] daban por yunta un ciento de [manojos
de] zacate a la hacienda y tenían que llevarlo a los dueños de
la hacienda; y de maíz, la renta era de un tercio4 por yunta y
obligatoriamente se llevaba, bien con el mayordomo ahí en el
pueblo, o bien a la hacienda.
Ya pasada la cosecha, nuevamente los obligaban a tra-
bajar [en] la hacienda en tiempos de zafra. Y a los jovencitos
de mi edad, de ocho años –a ésos les nombraban la polilla–,
también tenían que ir a trabajar obligatoriamente a las hacien-
das, sacudiendo zacate, sacudiendo ahí las hierbas; trabajo
sencillo, pero obligatorio. El precio que les pagaban a los cha-
macos era de 12 centavos diarios, y el de los adultos era de 24
centavos, que eran dos reales. Así le fueron subiendo hasta
llegar a cuatro reales, que eran 48 centavos.
Entonces toda la juventud que había, pues éramos anal-
fabetas, porque en lugar de ir a la escuela a aprender algo,
pues no íbamos, porque teníamos la obligación de ir a trabajar

2
Resumen de entrevistas hechas al exteniente de caballería Victorino Ji-
ménez Sánchez en Atlacahualoya, municipio de Axochiapan, Morelos, los
días 8 de abril de 1979 y 11 de enero de 1981.
3
El zacateo consiste en quitar la hoja de la mata de maíz, cuando la
mazorca ya está lograda y madura. El zacate se utilizaba como forraje para
las yuntas de bueyes y equinos.
4
Un tercio es un bulto o saco de grano de aproximadamente 70 kg; dos
tercios hacían una carga.

24
Don Victorino Jiménez Sánchez

a las haciendas. Así se tuvo sumergidos a todos los asalaria-


dos de los pueblos. Ya de ahí fue cuando se principió la revo-
lución a causa de la sumisión que tenía la hacienda en contra
de los pueblos, de los pueblos pobres.
Ya de ahí empezaron los pueblos a formar grupos para
hacer la revolución en contra del mal gobierno porfirista.

Cómo comenzó la revolución


—¿Cómo despojó la hacienda a los pueblos de sus tierras?
—Las tierras que trabajaban [los campesinos] eran de la
hacienda; eran de la hacienda por cuestión de que sus an-
tecesores, como la hacienda se daba a ayudarlos, que dizque
a darles sombreros, cobijas, mantas, percales, azúcar...,
bueno, todo lo que necesitaban, y ya que tenían una deuda
regular, les decían que nada más les dieran un cuero de res
de terreno como pago; y, claro está, que decían un cuero,
pues qué tanto abarca un cuero de res por grande que sea.
Y ya que estaban bien endrogados, al cabo del tiempo, los
obligaban a que cumplieran con su palabra de lo que ha-
bían prometido: iban a dar un pedazo de tierra. Entonces, la
hacienda lo que hacía era mandar a rajar el cuero en correa
y todo lo que medía de largo el cuero de res (en correa) eso
daban de terreno; entonces, ya no pudieron menos, porque
les hacían firmar. Claro está que de esa forma se hicieron de
todos los terrenazos y por eso se hicieron dueños.
[Los hacendados] se hicieron dueños de bastantes terre-
nos porque [los pueblos] estaban bien endrogados. ¡Quién
sabe cuántos años tenían pidiendo a la hacienda lo que nece-
sitaban! Oía yo decir con los señores de experiencia que [de
esta forma] las haciendas abarcaron todos los terrenajes
de las propiedades de los pueblos. Ya después de esto, que
los pueblos estaban aburridos y se empezaron a controlar
para hacer la revolución, es que estaba la gente fastidiada de
tantas injusticias de las haciendas y del gobierno.
—¿Cómo se dio cuenta de que los campesinos se prepa-
raban para la revolución?
—Me empecé a dar cuenta porque empezaban a ir a va-
rios pueblos a traer toros, allá a mi pueblo, y como mi tío
tenía ganado les prestaba toros sin renta el primer año; ya

25
Cuatro testimonios de veteranos zapatistas

el segundo, media renta; y los que querían estar amansan-


do año por año, traían los toros aquellos ya de trabajo, ¿ver-
dad?, de un año de trabajo a cambio de otros toros para
amansar, porque pues ésos no tenían ninguna renta.
Yo conocía toda aquella gente que iba así a achaque5 de
traer toros. Eran de Huaquechula, Santiago Tetla, San Diego,
San Juan Vallarta, Cacalozúchitl y Tejupa (estado de Puebla).
Y cuando comenzaron a controlarse, a hacer sus acuerdos,

Casco de hacienda, grabado en linóleo, Aranda.

5
Pretexto o causa aparente.

26
Don Victorino Jiménez Sánchez

entonces avisaron que legalmente ya no querían toros, que


ya tenían animalitos para trabajar; pero no era por eso, era
porque empezaba el control, y ya entonces se pusieron de
acuerdo con los de aquellas ordeñas a modo de que pudie-
ran sacarles los alimentos. Y había gobierno allí en mi tierra
[Tepexco], estaba un tal Silvestre Rojas con un destacamento,
pero como nosotros vivíamos en la orilla se nos hacía fácil
sacarles alimentos y se los llevábamos. Los cántaros que
me servían para la leche, eran para que les lleváramos algo...
Ya cuando se llegó el día que se iban a ir, ya estaban de
acuerdo, tal vez por otros estados, ¿verdad?, eso sí no sé;
pero aquella gente que se estaba reuniendo allí, avisó que
ya no lleváramos alimentos ni agua...
—¿Por qué?
—Pues porque ya no tardaba la revolución. Estaban bien
controlados. Entonces fue cuando yo conocí a Pancho Gar-
cía, Camilo Rojas, Rosario Chávez, Gil Vega, Juan Lima,
Agustín Cortés y al general [Francisco] Mendoza, que era de
El Organal [estado de Puebla]. Algunos como Juan Lima
trabajaban en la hacienda de Tenango, los demás eran agri-
cultores, eran de los que venían a traer toros.
Y ya después cuando pegaron el grito, fue... parece que
en septiembre, cuando les cayeron en mi tierra [Tepexco] en
el punto llamado Matapiojo. Eso fue porque espiaron a un
mayordomo de Tenango y lo desarmaron; pero como lo deja-
ron libre, fue a denunciar y ya fue el gobierno de Tenango y el
de Santa Clara. En el Cerro Gordo, en el punto de Matapiojo,
ahí los hallaron; pero como estaban en lo alto se dieron cuen-
ta. Ahí le pegaron al gobierno; lo que sea, pocos, pero murie-
ron, y de los rebeldes no murió ni uno. Ya en la noche fue
cuando pegaron el grito de libertad ahí en el pueblo. Enton-
ces empezaron: “que los rebeldes” y “que los rebeldes”, y ya
de ahí se esparcieron, tomaron otro rumbo, pidieron caballos
prestados, ¡prestados!, no se los quitaron a fuerzas. Como
conocían, sabían quiénes tenían buenos caballos, los pidie-
ron prestados y se los prestaron. En esa ocasión se hicieron
de algunas armas y parque los rebeldes, y ya de ahí se fue-
ron. Ya cuando regresaron, no, pues ya llegó mucha gente.
Fue cuando se puso en pie de lucha la revolución.

27
Cuatro testimonios de veteranos zapatistas

Don Victorino se incorpora a la revolución


—¿Usted en qué año se incorporó a la revolución?
—En 1913, de 14 años. Después de que murieron en
combate mis dos hermanos mayores, Salomé e Hipólito (el
primero en Tochimilco y el otro en Amayuca), se incorporó
mi hermano Gildardo, y ya después me fui yo a la revolu-
ción. De allí empecé a tomar experiencia de la participación
revolucionaria de Emiliano Zapata, que fue el caudillo.
Yo pertenecí a la división Mendoza, brigada Marcelino
Rodríguez; anduve con él dos años hasta que murió. De ahí
me fui con el difunto Wilfrido Solano, general del estado de
Puebla; anduve con él hasta que murió, más bien hasta que
se mató con el general Mosito, tal vez por una riña particular
o no me di cuenta cómo, pero se mataron ellos allí en Hua-
quechula (Puebla). Ya de ahí me pasé con Jorge Méndez, ge-
neral también; con él anduve hasta el triunfo de la revolución
y tuve algunas experiencias en campañas.
Primero peleábamos atacando plazas, ya después cuan-
do cayeron los yaquis acá en el estado (de Puebla) y que
mataron primero a Agustín Cortés en San José Teruel, de
ahí pasaron para el estado de Morelos y tuvimos el primer
encuentro con ellos en Tetelilla (municipio de Jonacatepec).
Allí estábamos con Marcelino Rodríguez; no recuerdo la fe-
cha. Ya de ahí se retiraron de nuevo para el estado de Puebla.
A su regreso se nos cerraron muy duro acá en el estado de
Morelos. Cuando nosotros intentábamos atacar alguna pla-
za, nos caían antes y ya no podíamos hacerles frente. Ya
entonces ordenó el general Emiliano Zapata atacarlos en
emboscadas, y así fue como pudimos ganarles.
—¿Quién dirigía a los yaquis?
—Joaquín Amaro, mandado por el general Álvaro Obre-
gón, porque Joaquín Amaro estaba al mando de Obregón.
Los yaquis serían como unos tres mil. Nos empezaron a ata-
car duro. No podíamos hacerles frente, porque se nos car-
gaban muy duro. Apenas sabían que íbamos a tener una
reunión, pues se nos cargaban a fin de dispersarnos, y ya
podíamos menos con ellos. Así que ordenó el general Zapata
no atacar plazas, sino atacarlos en emboscadas, de ese modo
pudimos ir desvaneciéndolos hasta lograr derrotarlos. La

28
Don Victorino Jiménez Sánchez

última pérdida de ellos fue


entre Yautepec y el Cañón de
Lobos, allí fue donde termi-
nó Joaquín Amaro y se reti-
raron del estado de Morelos.
—¿Por qué a los yaquis no
les importaba morir en com-
bate?
—Es que el general Obre-
gón les había dicho que si
morían acá iban a resucitar
en su tierra. Pero una ocasión
un yaqui le contestó: “No es
cierto mi general, porque mi
hermano ha muerto y no ha
resucitado”.
—¿Cómo era la vida en General Francisco Mendoza Palma.
los campamentos zapatistas?
—Pues era pésima con respecto a las necesidades de
alimentos, de sed. En los campamentos lejanos padecía-
mos de hambre, de sed; luchábamos para encontrar agua
para mitigar la sed. En lugares lejanos, había veces que
veníamos comiendo a las 24 horas; había veces que nos
llegaban hasta allá los alimentos por medio de los lugares
más cercanos, pues los pacíficos6 nos ayudaban, exponían
su vida para irnos a dejar como podían los alimentos a los
que nos encontrábamos en los campamentos.
Cuando estábamos cerca de cualquier pueblo o ran-
cho, los niños pacíficos campesinos nos ayudaron con pas-
tura, con maíz y alimentos para nosotros. Cuando nos
trasladábamos de un campamento a otro, por ejemplo cuan-
do íbamos a comisión con el general Francisco Mendoza,
que era el divisionario de nuestra zona, pues ahí no care-
cíamos, porque no tendrían lo suficiente, pero los niños

6
Los pacíficos eran personas que no participaban en ningún ejército y que
desempeñaban normalmente sus actividades en el campo. Sin embargo, la
mayoría de los pacíficos colaboraron en diversas formas con el zapatismo.

29
Cuatro testimonios de veteranos zapatistas

pobres ayudaban a reforzarnos cuando llagábamos por allá.


Cuando nos trasladábamos de ahí a comisión para tratar
algún asunto con el general Zapata, igualmente no se su-
fría, porque en aquellos campamentos había más alimenta-
ción, pero de todos modos lo más [común] era sufrir en los
campamentos.
—¿Cómo es que se empezaron a voltear7 algunos ge-
nerales?
—Pues se empezaron a voltear porque realmente cometían
muchos errores. Se habían indisciplinado, ya no obede-
cían las órdenes que daba el general Zapata. Entonces fue
cuando se volteó Victorino Bárcenas con los carrancistas.
Después de Victorino Bárcenas, se siguieron rindiendo al-
gunos generales. Carranza les daba buenas garantías, de-
jándoles su caballo, sus armas y dándoles manos libres para
que agarraran lo que pudieran y quisieran en los pueblos.
En esa forma fue como realmente Carranza pudo haber triun-
fado aquí en el estado, porque ya mucha gente se había
volteado, ya éramos pocos los que andábamos todavía so-
bre la lucha.
Entonces al general Zapata le dio muina de ver que ya...,
pues había poca gente, y les dijo en voz abierta, ahí en el
Cerro Prieto, que para él le daba igual que se voltearan
todos y que todos se fueran –hablando groseramente– a la
chingada. Entonces él dijo que si todos nos queríamos vol-
tear que nos volteáramos, pero que él tenía la firme seguri-
dad de que si con un soldado quedaba, con ése triunfaría.
Tuvimos una reunión en San Miguel Ixtlilco, con el plan
de venir a atacar a Jonacatepec. Viniendo de allá, rumbo a
Jantetelco nos encontramos con que el refuerzo, ya antes de
atacarlos, nos iban a atacar a nosotros. Veníamos de avanza-
da y nos topamos en el puente. De ahí, pues, tuvimos un
encuentro durante unos minutos, no pudimos resistir y nos
rechazaron y nos llevaron rumbo al Cerro Gordo. Toda la
demás gente se desperdigó por distintos lugares, y ya en el
Cerro Gordo hicimos frente porque protegió el general Gil

7
Voltear se usaba como sinónimo de traicionar, cambiar de bando.

30
Don Victorino Jiménez Sánchez

Don Victorino Jiménez Sánchez.

Vega; y ya ahí, nos dilatamos como unos diez minutos ha-


ciendo fuego, hasta que por fin nos derrotaron... Unos por
un lado y otros por otro. Salimos rumbo al estado de Puebla
y como a las cuatro de la tarde nos reunimos con el general
Zapata. Él iba desesperado, ya después de que tenía tanta
gente en compañía de él, al dispersarnos, ahí ya fuimos po-
cos los que estuvimos. Ahí desesperadamente se indignó y
dijo pues que nos fuéramos todos de rumbo, porque legal-
mente ya no había con quién contar. De ahí se retiró él,
tanto que ya ni se despidió de nosotros. Ya nos retiramos
nosotros rumbo a nuestras zonas que nos pertenecían.
—¿Y después volvió?
—Sí, volvió; volvió porque después hizo otra reunión y
seguimos todavía luchando durante un año, antes de la trai-
ción que le jugó Guajardo.

La traición de Guajardo
—¿Cómo se preparó la traición de Guajardo?
—Pues de lo que supe, porque realmente yo no lo viví, es
que tomaron el acuerdo de que iban a hacer una conferencia

31
Cuatro testimonios de veteranos zapatistas

Rubén Jaramillo en Querétaro, 1952.

Guajardo8 y el general Zapata. En esa conferencia que hicie-


ron se comprometió Guajardo a tomar Cuautla y Jonaca-
tepec y con el compromiso que tenía de entregarle a Victorino
Bárcenas al jefe... Al fin atacó Guajardo a Jonacatepec, pero
nada más fue un disimulo, en realidad nada fue cierto de que
hubiera llevado a Bárcenas. Lo que hizo fue llevarles a su
gente al general, y con eso acreditó que estaba de acuerdo
con rendirse y unirse al general Zapata.
Entonces de ahí le tomó confianza y ya el general Zapata le
ordenó fusilar a todos los que le entregó, de los que se habían
volteado con Bárcenas. En esa forma Guajardo le hizo creer
para que no tuviera desconfianza. De ahí se dirigieron para

8
Se trata del coronel carrancista José María Guajardo, quien, siguiendo ins-
trucciones del general Pablo González, fingió pasarse al bando de los zapa-
tistas, con el fin de que el general Zapata cayera en la trampa de Chinameca.

32
Don Victorino Jiménez Sánchez

San Juan Chinameca; no recuerdo cuántos días estuvieron


ahí. [Cuando] le iban a hacer el recibimiento en la hacienda
y al hacerle los honores fue cuando lo traicionaron; hacien-
do los honores... y luego sonándole una descarga.
—¿Qué hicieron los zapatistas cuando se enteraron de
la muerte del general?
—Pues ya ahí nos reunimos con el general Gildardo Ma-
gaña; con él estuvimos todos los pocos que quedamos al man-
do de este general. Era el que llevaba la voz en lugar del general
Zapata, pero ya después se empezaron a rendir los más y ya
sólo unos cuantos quedamos, pero dispersos, porque ya no
teníamos guía.
Lo que dijo Magaña fue que ya había visto que la gente
no tenía ganas, así es que todos, cada quien rumbo a la
chingada. Fue cuando nos dispersamos.
En los ataques gritábamos: ¡Viva el general Zapata!, y pues
como casi todos éramos creyentes de la Virgen de Guadalupe:
¡Viva la Virgen de Guadalupe! ¡Viva el general Zapata!...

Cómo conoció a Rubén Jaramillo


Rubén
—Usted afirmó que conoció a Rubén Jaramillo en 1917,
cuando ambos pertenecían a la división Mendoza del Ejér-
cito Libertador del Sur. ¿Cómo fue su nuevo encuentro con
él después de la revolución?
—Tuvimos una plática allá en casa de don Francisco
(en Atlacahualoya, más o menos en 1948). Don Juan me
invitó a que fuéramos a hablar con él [Rubén Jaramillo].
Ya entonces, platicando, empezamos con la revolución de
Emiliano Zapata; y me preguntó: “¿Tú qué jefes conocis-
te?”. Yo no le perdía de vista ni él a mí, pues entre tanta
gente la verdad se olvidan las fisonomías. Le dije: “Conocí
a Dolores Oliván”. “¿Lo conociste?” “Sí, también era de la
división Mendoza.” “¿Y con quién anduviste?” Ya le dije con
quién, y después me preguntó: “¿Con quién finalizaste la
revolución?” Le contesté: “Con Jorge Méndez”. “...Bueno, y
si hubiera otra revolución, ¿te quedarían ganas...?” Le dije:
“Pues mire, siendo en provecho del pueblo, estoy por el
orden; pero si es una revolución como la de El Tallarín [En-
rique Rodríguez] y como la de José Barreto, no, no voy de

33
Cuatro testimonios de veteranos zapatistas

acuerdo en una palabra; pero si hay otra [revolución] y que


legalmente se proclame el Plan de Ayala, como lo proclama-
mos con el general Zapata, estoy de acuerdo... He pensado
seguir hasta que ya no haya más problemas con los pue-
blos, pero mientras haya problemas con los pueblos y haya
quien defienda el Plan de Ayala, estoy de acuerdo...”

34
Don Longino Rojas Alonso
(1898-1988)
Don Longino Rojas Alonso

Semblanza
Don Longino Rojas Alonso afirma haber nacido el 24 de di-
ciembre de 1898 en la comunidad indígena de Xoxocotla,
municipio de Puente de Ixtla, Morelos. Ingresó a las filas revo-
lucionarias del zapatismo en marzo de 1913, para combatir al
gobierno usurpador de Victoriano Huerta, bajo las órdenes
directas del general Lorenzo Vázquez de la división a cargo del
general Amador Salazar. En los últimos años de su vida tuvo
una participación destacada en la defensa de los derechos y
patrimonio de su pueblo, como la lucha por las tierras de que
fue despojada su comunidad en 1942, en la ribera del lago de
Tequesquitengo, y en la lucha contra la arbitraria expropia-
ción de cientos de hectáreas de tierras ejidales para la cons-
trucción de un aeropuerto en 1979.
Don Longino fue uno de los veteranos zapatistas que con-
tribuyeron con mayor entusiasmo a la creación de la Coordi-
nadora Nacional “Plan de Ayala”, en la comunidad de Milpa
Alta, Distrito Federal, en octubre de 1979. Fue también de
los más resueltos defensores de que los restos mortales del
general Zapata continuaran en su tierra natal, por lo que
encabezó las guardias que se instalaron ante su tumba en
Cuautla, Morelos, en noviembre del mismo año. En aquel
entonces afirmó: “Ni ahora ni nunca se llevarán los restos
del general a la ciudad de México, porque nos quieren quitar
nuestra única riqueza, el símbolo del campo, y sepultar para

37
Cuatro testimonios de veteranos zapatistas

siempre la reforma agraria... Es lo único [que nos queda], es


nuestro patrimonio”.
Como tata de Xoxocotla fue uno de los más firmes por-
tadores de la bandera de la dignidad indígena y de los dere-
chos humanos.
Don Longino falleció en su tierra natal el 18 de julio de
1988, a los 90 años de edad.

Fui soldado de Amador Salazar1


Yo fui soldado de Amador Salazar,2 ése fue mi general. Me in-
corporé con él hace 68 años (en 1913). Aquí ninguno lo invita a
uno. Pasaron por acá los zapatistas, entonces me gustó y me
fui con ellos bajo el mando del general Salazar. Era un hombre
alto y delgado. Bien que cruzaba los sitios y las casas. Para mí
en ese tiempo, y hasta ahora, me gusta echar bala.
Zapatistas todavía hay, ya muy viejos, pero sí hay. Yo no
estoy muy viejo porque me fui muchacho, de quince años,
no aguantaba yo muy bien las armas.
Yo empecé a agarrar el arma de infantería y por eso yo
decía: ¿por qué a la infantería le dan armas largas y a la
caballería esas cortas?; digo, porque iba uno muy cargado
de esas carabinas largas y para tirar necesitaba pulso. Las
manos deben estar fuertes para tirar. Yo blanqueaba a al-
guna cosa y le pegaba, por eso digo: tenía yo pulso pa’ tirar,
y hasta la fecha..., quién sabe, ya no lo he probado. Aunque
ya estoy viejo me dan ganas para tirar, nomás que ya no me
ayudan los pies y hasta la vista ya medio me falla.
Tengo 83 años, natural de Xoxocotla, Morelos, soy cam-
pesino; cultivo caña y soya... Todavía hay agraristas.

Y Zapata no entró al comelitón


Pues sí, la revolución principió cuando Madero dio grito, cuan-
do entonces era presidente don Porfirio Díaz. ¡Entonces dio

1
Las entrevistas que integran el presente testimonio, se llevaron a cabo en
1981 y fueron coordinadas y revisadas por Rafael Bonilla.
2
El general Amador Salazar Jiménez fue uno de los más destacados
oficiales del zapatismo; fue primo hermano del general Zapata y uno de
los firmantes del Plan de Ayala. Murió en combate el 16 de abril de 1916.

38
Don Longino Rojas Alonso

grito Madero en contra de


Porfirio Díaz! Según por-
que gobernó treinta años.
Por aquí supe que se le-
vantó en armas porque
no le dieron para gober-
nador, según pláticas. De
ahí viene la revolución.
Al medio año dio grito
por Chilpancingo y Aca-
pulco... este Ambrosio
Figueroa. Entonces ya
venían por ahí él y Made-
ro, pero no se oyó bala-
cera alguna, ni muertos,
ni nada. Como si ahora es-
tuviera aquí el destaca-
mento de Porfirio Díaz.
Llegaban, nomás se ren-
dían y ya; ni los desarma-
ban ni nada, nomás una
plática y quedaban como
siempre, así iba pasando.
Por eso, ni se supo si-
quiera si pasaron por Jo-
jutla, y por acá, nomás General Amador Salazar.
supieron que ya estaban.
Pero no decían maderistas, decían revolucionarios. Hasta lle-
garon a México y ya casi se acabó la revolución... Nada.
Entonces Madero dijo: “Se acabó la revolución. Ya nada,
ya nada. Las tierras, los hacendados y los dueños de las
haciendas, que trabajen como siempre. Las tierras son de
los hacendados, todo es de los hacendados. No se modifican
leyes ni nada de esas cosas, todo sigue como siempre”. Por
eso contestó Zapata: “Y entonces, ¿para qué fue la revolu-
ción?, si no se modifican leyes, ni las tierras, y los millona-
rios y hacendados están como siempre”.
Todavía no existía el Plan de Ayala. Madero era presidente
y dijo que va a ser como siempre. A Zapata no le pareció y

39
Cuatro testimonios de veteranos zapatistas

dijo: “¿Para qué fue la


revolución? La revolu-
ción fue por las tierras
para los pueblos y
todo eso; y los hacen-
dados tienen que de-
jar sus haciendas”. Y
que no y que no...
Entonces, lo que
hizo el gobierno de Ma-
dero fue un comelitón
en Cuernavaca y Joju-
tla. En Cuernavaca in-
vitaron a Zapata, y a
Gabriel Tepepa, en Jo-
jutla. Zapata se dio
cuenta que este come-
litón estaba organiza-
Madero y Zapata en Cuautla, Mor. do por los hacendados,
porque iban a traicio-
narlo para que ya no hubiera nada. Gabriel Tepepa sí entró,
comieron y todo eso, le buscaron una muchachona, empeza-
ron a bailar y allí lo mataron, en Jojutla.3 Zapata no entró al
comelitón en Cuernavaca.
Citaban a Zapata en México y nunca hizo caso. Madero
bajó, primero llegó a Cuernavaca y de allí a Cuautla, parla-
mentó con Zapata y ya no se dio parecer hasta que no cum-
pliera lo prometido... El Plan de San Luis Potosí, Madero lo
hizo casi igual al Plan de Ayala: las tierras para los pueblos,
todo el agua y todo eso; nomás que no se cumplió, se fue
mudo el Plan de San Luis.
De ahí vieron que Zapata no se rendía y no se rendía.
Dio el grito en contra de Madero. Madero ya no hallaba qué
hacer, como decimos nosotros aquí: ya daba dos caras, una

3
Se piensa que el general Tepepa cayó en una trampa tendida por Ambrosio
Figueroa, cuando aquél fue invitado a una fiesta en casa de un acaudalado
español en Jojutla. Ahí fue aprehendido y fusilado el 25 de mayo de 1911.

40
Don Longino Rojas Alonso

cara a Zapata y otra a los millonarios. Ya no hallaba cómo


hacerle y en eso lo mataron.

Los que tienen miedo de firmar


firmar,, que salgan
Quedó Victoriano Huerta en lugar de Madero, y Zapata bajó
a Real de Huautla. Allá en un pueblito, que no me acuerdo
cómo se llama,4 se hizo el Plan de Ayala. El secretario de
Zapata era el profesor Otilio Montaño. Repasaban el Plan
de Ayala hasta que dijeron: ¡Ya está bien!
Entonces Zapata dijo: “Ahora que ya está hecho el Plan
de Ayala, los que tienen miedo de firmar que salgan, que se
vayan, y los que no tienen miedo que pasen a firmar”. Pues
ninguno dijo “yo tengo miedo, mejor me voy”; y se arrima-
ron, empezaron a firmar y empezaron a firmar todos: coro-
neles, generales, tenientes y capitanes. Ya está el Plan de
Ayala y otras cosas más, pero lo primero es las tierras para
los pueblos y agua para los pueblos, y que haiga justicia. Y
entonces empezó la guerra fuerte.

Quedó muy pobre Morelos


Cuando fuimos a Puebla, en Atlixco, tomamos la fábrica de
ropa. Pacas de ropa se trajo Zapata para Tlaltizapán y repar-
tía a los pobres dos metros, tres metros de tela, les repartía la
ropa a las viuditas, a las mujeres.
Quedó muy pobre el estado de Morelos, porque Huerta
cerró las entradas de Morelos. En Tlalpan cerró la entrada,
y nada. En Tres Cumbres no pasa nada. En Amecameca
también, no pasa nada para Morelos. Por aquí, por Guerre-
ro, también. Por eso Morelos quedó pobre. Ni cigarros, ni
cerillos, ni sal, nada... nada. Todos nosotros, los zapatistas,
cuando vencíamos en algún lugar o caía muerto algún sol-
dado, le quitamos el pantalón y ése nos ponemos; camisa,
ésa nos ponemos. ¡Quedó pobre, pobre Morelos...!
Ya te digo, las mujeres lavaban con barro, no hay jabo-
nes. Los hombres que saben fumar, con la hoja de cuaulote

4
Se refiere al poblado de Ayoxustla, municipio de Huehuetlán el Chico, en
el sur del estado de Puebla.

41
Cuatro testimonios de veteranos zapatistas

hacían sus cigarros. Quedó muy pobre Morelos. Nomás ha-


bía tantito maíz porque sembraban de carrera, pero otras
cosas [como] cigarros, cerillos, jabón y todo eso venía de
otros lados y no lo dejaba pasar el gobierno.
Cuando salió el gobierno, todo se llevó: caballos, burros,
gallinas, guajolotes, marranos..., lo que encontraba se llevó
para México.
Ahora, ese Figueroa que estaba en Guerrero, cuando ve
que Zapata va perdiendo, es gobiernista; cuando ve que triunfa
Zapata, que es zapatista. No estaba definido. Allí en Guerrero
sólo había tres generales valientes. Chon Díaz fue general
valiente.

¿Qué te va agradecer el pueblo...?


Victoriano Huerta fue el que quemó el estado de Morelos, dijo
que así tienen que acabarse los zapatistas. Dijeron que a Xoxo-
cotla no lo van a quemar, porque es un pueblo grande y se
alojaron aquí los de Coatetelco. Entonces vino el gobierno y
empezaron a quemar y los de Coatetelco se fueron para sus
tierras. Las casas eran de puro zacate, no como ahora que
hay de losa; las trojes de maíz las quemaban, ¡Quemaban el
maíz! Las mujeres lloraban, pues ya nomás puras mujeres
quedaban; los hombres salían pa’juera, porque los agarra-
ban y los llevaban al norte para pelear, ya con una leva de
Victoriano Huerta, ya con otra. Los que agarraron por Vera-
cruz los traiban pa’cá y aquí los dejaban libres y no conocían
para venir ni ir.
Entonces sí ya había guerra. Atacan en tal parte, murie-
ron tantos, tantos del gobierno y tantos zapatistas. Se mo-
rían más del gobierno que zapatistas. Supongamos: en esta
escuela está acuartelado el gobierno; Zapata pedía: tal día me
entregan la plaza. Ese día no hay nada, el gobierno se alista,
reforzaba las avanzadas y las salidas. No hay nada, no hay
nada. A los ocho días, a los quince días, nomás de repente,
cuando no siente el gobierno, ya están los zapatistas; y mu-
chas veces no entrábamos por las calles, porque ahí estaba
listo el gobierno, nos abríamos camino cruzando los sitios.
Mandó embajador Victoriano Huerta, porque se estaba
acabando su gente. Llegó el embajador al cuartel general [de

42
Don Longino Rojas Alonso

Zapata] y habló: “Me mandó el presidente Victoriano Huerta,


me mandó para que dejara la revolución; siéntate a trabajar
–dijo–, ¿qué te va a agradecer el pueblo? Y todo esto, ¿qué te
va a agradecer? ¡No te va a agradecer nada! Mejor el gobier-
no te da dinero, te da tierras, te da todo, equipo pa’ trabajar
y el dinero”. Y dice [Zapata]: “Sí, llévale la razón a Victoriano
Huerta, que entregue las tierras a los pueblos que se las qui-
taron y se acaba la revolución, porque eso es lo [que] están
defendiendo ellos; el gobierno defiende las tierras para los
hacendados, para todos los millonarios”. Así que siguió en-
tonces la revolución, siguió la guerra hasta que cayó Victoria-
no Huerta y entonces ya entró Carranza.

Donde levante mi camisa...


...Y me agarró Joaquín Amaro5 en Zacatepec. Yo por curio-
sidad o [por] baboso me vine del campamento, de ahí de Los
Hornos –en ese cerro estábamos–, me vine de noche y llegué
a San José como a las cuatro de la mañana y por allí deja-
mos los caballos y yo dejé las armas. Yo siempre anduve en
infantería, no usaba caballo, a pie me gustaba más, porque
donde nos encontraba el gobierno se acomodaba uno más
pronto y la caballería no; ellos siguen el camino y nosotros
seguimos el cerro. Junté un poquito de leña y me fui con mi
papá y con mi mamá a cambiarme de ropa y les dije al otro
día: “Voy a Zacatepec a ver al gobierno, cómo está y que
cosas dicen”, y me fui. Ahí encontré dos señores buscando
trabajo, y yo también. Luego salió uno del gobierno en el
portón en la hacienda vieja y dice:
—¿Qué cosa quieren, señores?
—¡Queremos trabajar!
—Aquí les damos trabajo, entren. Allí donde está ese
jardín planté jitomates, vamos a cercar con alambre.
La de buenas, la de malas, a esos señores les dio el rollo
de alambre que lo fueron despegando. A mí me dieron un puño,
como de dos kilos de grapas. Apenas una hebra engrapé y

5
Joaquín Amaro fue el general carrancista enviado a Morelos para comba-
tir a los zapatistas.

43
Cuatro testimonios de veteranos zapatistas

luego salió Joaquín Amaro. Yo estaba encogido engrapando


y me empezó a maltratar de palabra: “Desgraciado, tú eres
zapatista y ustedes son zapatistas, aunque andan como cris-
tos, pero atrás de él van gritando: ¡Viva Zapata!”. Yo estaba
agachado así y digo: “Donde levante mi camisa y se notan
las carrilleras, donde levante mi camisa, ya ni modo...” Por
suerte no levantó mi camisa y sólo me maltrató de palabra y
me dejó. Yo ya quería que acabara el día. Acabó el día y me
vine. Al otro día ni siquiera me asomé.

¡Tecma!, grito de guerra


¡Tecma!,
Aquí en Milpa Alta me tocó echar bala. Anduve desde Tla-
quiltenango y Tepoztlán hasta Cuernavaca. De Tepoztlán a
Tlalnepantla y de Tlalnepantla saliendo de los cerros de un
pueblo de Cocotitlán. Allí estábamos sitiando al gobierno en
Chalco, pero no arribamos hasta Cocotitlán, nomás en esa
loma estábamos y por eso me acuerdo ahora del Himno Na-
cional. Es puro mexicano y quiere decir: Vamos al grito de
guerra, mexicano: ¡Tecma!, grito de guerra, eso es lo que
quiere decir; “el acero aprestad y el bridón”: el acero para
pelear; “al rugir el cañón” tiembla la tierra quiere decir que
el cañón va rezumbando, así nos pasó en Cocotitlán. Cuan-
do vino el refuerzo de Chalco, nos aventaban de cañonazos.
Allí estábamos en un cerrito y empezaron a balacear. Cayó
una granada que hasta levantó la tierra; nomás que no
hizo explosión y se enterró, pero hasta tembló la tierra. Por
eso, entonces el Himno Nacional dice: “tiembla la tierra”,
nomás que no me aprendo todo, nomás esas palabras.

Repicaron las campanas en Milpa Alta


Tomamos Milpa Alta como a las 10 de la mañana. Allí esta-
ba el gobierno, salió para Xochimilco y nosotros entramos
ahí. No tomamos nada de agua, porque el gobierno la enve-
nenó; nos fuimos al lago de Agua Corriente y vimos que los
de allí tomaron agua, nosotros también. De allí de Xochi-
milco el gobierno se concentró en México, entonces salimos
de Milpa Alta y llegamos a San Pedro [Atocpan], creo que de
ahí está luego luego San Gregorio. Bueno, esos pueblecitos
que están allí nos recibieron con repiques de campanas,

44
Don Longino Rojas Alonso

porque allí iba Emiliano Zapata y nosotros con él. La gente


lo recibía muy bien, no lo desconocía ninguno. No teníamos
qué comer y allí me enseñé a comer hongos y nopales.
No me acuerdo cuántos días tardó Carranza para irse a
Puebla y nosotros lo seguimos hasta allí. Me tocó estar como
ocho días en Cholula, ahí en esa loma estaba Zapata; y de
Puebla para aquel lado estaba un tal Higinio Aguilar, pero
ése nomás se rindió con Zapata, no peleó.6 Pero cuando salió
Carranza para Veracruz, este Higinio desconoció a los zapa-
tistas, y Zapata dijo: “Salazar, me haces el favor de juntar a
toda tu gente, vete a la ciudad de Puebla y me tráis a Higinio

Villa y Zapata en el Palacio Nacional (1914).

6
Veterano general carrancista que operaba en ese entonces en el estado de
Puebla. Higinio Aguilar tuvo una carrera zigzagueante y sombría: fue gene-
ral del gobierno federal al servicio de Victoriano Huerta; tras ser derrotado
y perdonado por los zapatistas (en 1913) se incorporó a sus filas, para
terminar combatiéndolos bajo la bandera del carrancismo.

45
Cuatro testimonios de veteranos zapatistas

Aguilar vivo o muerto. ¡Me lo tráis!”. Toda la gente de Amador


Salazar nos reunimos, ya agarramos ese camino de Cholula
a la ciudad de Puebla. Creo que antes de llegar a la ciudad
está un río, porque ahí está un puente alto; por ahí entramos,
por la plaza de armas llegamos, buscamos a Higinio Aguilar
y no lo encontramos, había salido para Huehuetlán.
Salimos a las cinco de la tarde y a las cinco de la ma-
ñana llegamos a la estación San Lázaro. Se fue Carranza
y nada...

Zapata y Villa en Xochimilco


...Y se conferenciaron Villa con Zapata en Xochimilco. Ahí
estuvimos nosotros también. Entonces, por eso dijo: Villa con
Zapata se saludaron, ¡se abrazaron!, ¡se sonaron las espal-
das!, pero de corazón, no nomás de labios pa’ fuera, sino de
corazón hasta que se murieron los dos.
En México estuvimos cerca de dos meses. Entonces Villa
le regaló a Zapata dos o tres furgones de ropa, como este pan-
talón, de esos cafés, chamarras y sombreros tejanos. Zapata
los trajo a Tlaltizapán y allí repartió a sus soldados los pan-
talones, las chamarras y sombreros. Entonces nos poníamos
los pantalones y decíamos: “¡Ya somos gobierno!”

En San Lázaro, hasta que volvió Carranza


Se despidieron Zapata y Villa; Villa agarró pa’l norte y Zapata
pa’l sur. Entonces ya nomás nosotros quedamos. Allí quedó
como comandante militar Amador Salazar, y nosotros como
éramos soldados de él nomás veníamos a cambiarnos de
ropa y nos regresábamos a la ciudad. Siempre nos acuarte-
lábamos en la estación de San Lázaro, allí estuvimos hasta
que vino Carranza. Cuando vino de vuelta tráiba más gente.
Fue cuando vendió el pozo petrolero a los gringos para que
le dieran dinero y sostuviera a sus soldados. Entonces venía
fuerte y tráiba una bandera como blanca y tráiba pintada una
escoba y calavera, no como ahora la Bandera Nacional, y
quiere decir que tiene que acabar a los soldados zapatistas.
Entonces vinieron, y como allí estaba Amador Salazar, llegó
Carranza y avanzaba hasta Los Reyes. Entonces nosotros ya
decíamos: “Ya nos vamos a salir”. La artillería estaba en los

46
Don Longino Rojas Alonso

carros ya nomás para salir. Unos iban a decir al maquinista,


al fogonero: “¿A qué hora van a sacar el tren?”, y el maqui-
nista decía: “Yo no puedo salir hasta que me llegue la orden.
Si no llega la orden, no salgo”. La bala se oía por la estación y
nos hallábamos como los pescadores cuando toparon con el
agua, ya nomás andábamos ahí, así. Y nos dijeron: “No entre
ninguno pa’dentro [a la ciudad de México], porque los millo-
narios ya tienen las armas en las manos contra los zapatis-
tas”. “¿Cómo vamos a entrar pa’dentro?, ¿cómo vamos a salir
pa’ Xochimilco?”
Ya nomás andábamos hasta que llegó la orden. Vino
Amador a decir: “Que saquen el tren”. Entonces salió el tren
para Ixtapalapa y adelantito nos cortaron la vía, la desba-
rataron los carrancistas. Los zapatistas andábamos car-
gando las armas y los durmientes para arreglarlo. Íbamos
a atacar a Carranza en Texcoco, adelante de donde acaba
esa subida para llegar al plan. Cuando llegamos allí esta-
ban los siete trenes que tenía Carranza. Nos vieron lejos,
desde el plancito. Venía yo a la carrera, no podía yo correr,
se me acabó el aire. La bala llegaba junto a los cerros y con
trabajo llegué a la puerta, ya no pude alzar mi pie para
entrar, nomás me agarré, me jalé y me arrastré así pa’dentro;
me fui a tirar. Pensaba: Si avanza el tren, ni modo; si me
dejan con vida, y si no... Allí también estaban las mujeres de
los artilleros.
El tren levantando a la gente, de ahí caminó hasta Tex-
coco. Zapata dijo a toda la gente: “Cada jefe cuente a sus
soldados”. Unos decían: “Mi gente está completa”; otros: “Pues
no quedó ninguno”. Nosotros nos venimos hasta acá para
cambiarnos de ropa y Amador Salazar se quedó en la ciu-
dad de México. Amador Salazar murió cuando bajó Carran-
za, le tocó en Tlayacapan. Allí salió herido, pero en el agua,
entonces se murió; lo llevaron al panteón en Tlaltizapán,
pero bajó Carranza, vio el letrero, lo sacó y lo quemó. Toda-
vía le tenía odio al muerto.
Carranza viene de vuelta y ya llenó [de tropas] el estado
de Morelos y Guerrero, y triunfó Carranza. Después empe-
zaron a pelear y a pelear hasta que acabó la gente, y enton-
ces Zapata se chispó.

47
Cuatro testimonios de veteranos zapatistas

La traición de Chinameca no acabó con el agrarismo


Mataron a Zapata en Chinameca. Yo no estuve... había
gente afuera de la hacienda de Chinameca. Sitió Guajar-
do todo el real de la hacienda, el gobierno y los soldados
allí mero mataban a los que estaban. Luego llevaron a los
indios a ver el general [en Cuautla].
“¿Éste es el gene-
ral?” Los primeros
contestaban que no
es, y que no es; y les
daban sus fajos has-
ta que dijeran que sí
es, y aunque sabían
que no es, decían: “Sí,
es él”.
A Zapata le falta-
ba un dedo, le gustaba
el corral de toros y ahí
le mordió la reata un
dedo. Tenía un lunar
en la [mejilla] derecha
o en la izquierda, no
me acuerdo, y su com-
padre era igual de la
cara, pero del dedo
no era igual. Ningún
general dice: “Sí fue”
y ningún general di-
Cadáver del general Zapata. ce: “No es”; no se sabe.
Según dicen, lo lleva-
ron para Arabia o Italia, aquí estaba viviendo uno de ellos, y
ése fue compadre de él.7 Dicen que se lo llevaron para Arabia o
Italia, y de allí ya ninguno supo...
Fue muy cobarde Guajardo. ¿Qué no tenía armas, no
tenía gente, por qué no citó a Zapata en un campo, en un

7
Se refiere al comerciante árabe Moisés Salomón, que fue amigo y compa-
dre del general Zapata, pues le bautizó a su hijo Nicolás.

48
Don Longino Rojas Alonso

cerro para arreglarse? ¿Qué cosa le faltaba? Porque es cobarde


la traición, pero un valiente no mata así. Cuando cayó Zapata,
Guajardo dijo: “Se acabó el agrarista, se acabó el agrario”, quiere
decir, ya se murió el agrarismo.
Después, la gente quedó nomás así. El gobierno empezó
a buscar a los zapatistas, y algunos generales se rindieron,
otros no.
Cuando se repartieron las tierras fue en época de Álvaro
Obregón, el presidente. Ése ordenó que cada pueblo reco-
nozca lo que le corresponde de las tierras. Entonces empe-
zaron los pueblos a abrir brechas.

Cárdenas y la lucha de Jaramillo


Cárdenas hizo mucho. Ahora México tiene el petróleo, es
por Cárdenas. Pasaron otros presidentes, pasaron Calles y
otros, ¿y por qué no expropiaron los pozos petroleros?
Cárdenas y Rubén Jaramillo eran amigos, compadres.
Entonces implantó ese ingenio en Zacatepec para el estado
de Morelos, porque había quedado muy pobre. Y ahora, ¿en
qué está ayudando el ingenio al estado de Morelos? Se ayuda
a otros, como al gerente.
Jaramillo empezó a pelear por el precio de la caña. Él
trabajó de consejero allá en la fábrica y se dio cuenta cómo
están todas las cosas; el dinero, por dónde entra y por dónde
se saca el dinero: son amigos del gerente y aunque no son
ingenieros ya son ingenieritos. Nos dimos cuenta que con
trabajo nos pagaban a $60.00 la tonelada de caña y el bagazo
a $90.00 la tonelada... pero nosotros no sabíamos que el ge-
rente se beneficiaba con el bagazo.
Por eso Jaramillo se levantó en contra del gobernador y el
presidente, porque en vez de ayudar al estado de Morelos se
está ayudando a otros.
Empezó a pelear las tierras de Michapa, era un llano
grande y los ganaderos están allí. Fueron a vivir algunos a
esos llanos, pero los sacaron, y ya ves cómo a veces algunos
son muy cobardes. En la colonia Jaramillo fue distinto, ahí
se sentaron y se sentaron.
Fuimos mucho amigos, y a veces iba yo con él adonde
venía a sus asambleas. Por eso aquí, me vino a levantar el

49
Cuatro testimonios de veteranos zapatistas

gobierno y me llevó a Jojutla, al cuartel y como a las once de


la noche me sacaron para Huatecalco. Dije: “Esto me me-
rezco, me voy a confesar, pero, ¿cuándo me confieso?”. Yo
hablaba como estamos hablando ahora, no con miedo.
Donde está la escuela, allí está un palo prieto en la
esquina, allí me iban a colgar. Me pusieron un lazo que
hasta me cortó y le dije: “Mire mi teniente, no soy jarami-
llista, soy zapatista, eso sí soy: zapatista. Si fuera yo jara-
millista me fuera con él, ¿y cuándo me agarran?, no me
agarraban, por eso me fueron a levantar de mi casa. Si
quiere déme las armas y vamos a buscarlo, no los voy a
llevar a donde está porque no sé”. El teniente dijo: “No, te
vas a ir con todo y armas por ai’”. “¿Cómo voy a irme si voy
con ustedes?” Pensaba yo, si me dieran una carabina, por
allá por Tlaquiltenango, por Los Hornos, con una vuelta yo
le [tiraba] a cualquiera y me llevaba siquiera a dos... y me
moría, pues, o quién sabe.
Ahí agarré experiencia de que hay gente cobarde. Nos
llevaron a nosotros tres y uno se acobardó, decía: “Si no me
matan, yo les voy a decir dónde está”. “Cómo no, dinos y te
vas luego luego.” Empezó a decir: “Mira, Jaramillo llegaba
a casa de ése, que andaba animando para que Jaramillo
sea el gobernador”. Y otro [decía]: “En su casa se juntaban
hartos”. Y yo –Longino Rojas– dizque andaba invitando a la
gente para que se vaya con Jaramillo, que se levante en
armas. Le dije: “Mire mi teniente, cómo le voy a decir ‘leván-
tense en armas con aquél’, ni mi hijo me va obedecer. Nece-
sitaba yo ir adelante con ellos, pero bien sentadote en mi
casa me dirán: ‘Pues no es cierto, es mentira’”. Y así me
llevaron hasta Huatecalco, al otro por Tlaquiltenango y al
otro no le llevaron nada, porque nomás así, era propagan-
dista del que iba a ser gobernador.
Siempre he dicho en las reuniones que López Mateos y
Jaramillo se saludaron pero no de corazón, nomás de dientes
pa’fuera.
Iba yo a visitar a Jaramillo a donde estaba, allí en Cuau-
tla, allí en la columna de Zapata, iba yo a platicar con él. Ya
cuando muerto nunca fui, digo, ¿para qué?, yo iba cuando
estaba vivo.

50
Don Longino Rojas Alonso

Rubén Jaramillo.

Nos quitaron el lago y nos querían imponer un aeropuerto


En el año ’75 los fraccionadores querían quitarle las tierras a
los ejidatarios que tenían tierras en el lago de Tequesquitengo.
Entonces la Compañía [de] Terrenos y Turismo les dijo que les
iba a pagar cada año lo que sacaran de cosecha de sus tierras,
pero nunca les pagó nada. Hasta el año pasado que reclama-
ron, y entonces el dinero se quedó en manos del Fideicomiso,8
a los ejidatarios no les dieron nada. Por eso dicen que esa
Ayudantía Municipal la hizo el Fideicomiso.
Cuando vino el ingeniero de Puebla dice que le mandaron
investigar cómo está, para ver cómo se hace el aeropuerto

8
Durante el gobierno de Luis Echeverría (1970-1976) se creó por decreto pre-
sidencial el Fideicomiso del Lago de Tequesquitengo, como resultado de la
lucha que los campesinos de los pueblos ribereños (Xoxocotla, San José Vista
Hermosa, Tehuixtla y Tequesquitengo) iniciaron con la toma de los terrenos el
14 de enero de 1975. Sólo que el Fideicomiso fue controlado por políticos
corruptos, y por ello no cumplió con los fines para los que fue creado.

51
Cuatro testimonios de veteranos zapatistas

Manifestación de veteranos zapatistas frente a Palacio Nacional, contra la privatización


del ejido, el 20 de noviembre de 1994.

en Xoxocotla. ¡Se me pasó, se me pasó!, le hubiera dicho


que lleve allá a la ciudad de Puebla o en México y que le en-
señen ahí al presidente: ¿Cómo no ven el proyecto de la presa
en Tetlama? ¿Por qué no ven ese proyecto para que todo se
convierta en riego? Cuando vino otro señor a medir las tierras
estaba yo pastoreando mis bueyes. Fui y le dije al ingeniero:
“Llévale la razón, que ya te encontraste con un zapatista viejo,
las tierras no son para el aeropuerto, la tierra es para los
campesinos. Primero está el frijol soya que estamos sembran-
do, ¿qué cosa vamos a hacer? Llévale la razón allá a tu de-
pendencia. Las tierras las peleó Zapata para los pobres, para
los campesinos, no para el aeropuerto”.

¡Los campesinos se están organizando grande!


Cuando se decía que los restos de Zapata se van a llevar a
México, yo les dije: “Si quieren los sacamos, pero entonces
los llevamos al panteón que hizo [en Tlaltizapán], esto sí me
gusta; en medio él y al lado sus generales Lorenzo Vázquez

52
Don Longino Rojas Alonso

y Amador Salazar, y bueno, otros generales: Eufemio Zapata y


Juan Salazar”. Y por eso dije en Cuautla: “Si quieren lo saca-
mos, pero lo llevamos al panteón. ¿Para qué vamos a llevarlo
a México? Si Carranza defendía a los millonarios, a los ha-
cendados, por eso peleó en contra de Zapata”.
Ahora me pongo a pensar: José López Portillo ya no halla
qué hacer con los campesinos, se están organizando grande,
ya no halla qué hacer. Para mí, pienso, pero quién sabe si
será así, pero yo digo que sí, porque ya organizados los cam-
pesinos, ¿qué van a hacer los millonarios? Por eso ya no halla
qué hacer López Portillo. Los campesinos en otros países, ya
ves en Nicaragua, por las tierras fue la revolución; ahora en
El Salvador, por las tierras; Guatemala, también por las tie-
rras; todo eso por las tierras; otros estados, por las tierras.
En Michoacán se están organizando por las tierras, y por
eso nuestro presidente quién sabe cómo estará. Muchas veces
pienso, pienso yo, hasta no puedo dormir de tanto pensar eso
y esto, y yo digo, nomás me pongo a pensar, ya no hay qué
hacer; por mí, digo, ya no hay qué hacer, los campesinos se
están agrupando duro, casi en contra de él [el gobierno]; los
millonarios le están apoyando con el dinero, por mí, pienso y
digo, porque he visto, así pasan las cosas. Madero que era
con los millonarios y que era con Zapata ya no hallaba qué
hacer y por eso mejor lo mataron, porque no estaba bien con
Zapata ni con los millonarios. Así nuestro presidente está
ahorita, que ya no halla qué hacer con los campesinos que se
agrupan y que se están agrupando.
En otros países están triunfando, según he oído, en El
Salvador los campesinos [están ganando] y está perdiendo el
gobierno. Así es que el presidente está viendo eso y dirá: Quién
sabe cómo le voy a hacer, y ahora va en ’82 asegún se anun-
cia. Por eso yo les platico a muchos: Ya casi mero como está
ahorita el pueblo. ¿Cómo está ahorita el pueblo? Está sufrien-
do. Así se empezó la revolución. Por eso le digo a muchos:
“Si no me equivoco, casi está cerca la revolución. Si el go-
bierno no deja a los pueblos como están peleando y les entre-
ga lo que pelean, entonces no hay guerra”. Y si el gobierno
no está con los campesinos, entonces les digo que tiene que
haber otro Zapata; sí, tiene que haber otro Zapata...

53
Cuatro testimonios de veteranos zapatistas

El Plan de Ayala es nuestra bandera


¡Permítanme hablar compañeros! Según lo que he escuchado,
están discutiendo mucho... que pa’cá y que pa’allá... Cuando el
Plan de Ayala se hizo, Zapata dijo: “¡Esos que no tienen miedo
que pasen a firmar y los que tengan miedo que se vayan...!”
Los generales en Morelos, Zapata; en Guerrero, Chon Díaz;
en Puebla, el general Mendoza... todos ellos peleaban por las
tierras, no peleaban porque esto, porque l’otro; todos estaban
de acuerdo peleando por las tierras. Hoy nos une la lucha por
la tierra. Queremos la tierra y el Plan de Ayala es nuestra
bandera...9

Allá en la Vega Chica10 les dije: “El Plan de Ayala es la


bandera para los campesinos”. Entonces, cuando hicimos
la marcha en Tlapacoyan, cuando habló el de la Coordina-
dora [CNPA] dijo: “El Plan de Ayala es nuestra bandera y las
armas [serán] las tierras que nos entreguen. Ahora hay mu-
cho problema por las tierras”.

9
Palabras de don Longino Rojas en la última plenaria del Primer Encuentro
Nacional de Organizaciones Campesinas Independientes, celebrado en la co-
munidad de Milpa Alta, Distrito Federal, del 12 al 14 de octubre de 1979,
fecha en que surgió la CNPA. La discusión se hallaba entrampada entre
intelectuales y asesores de las organizaciones campesinas. La intervención
de don Longino fue oportuna e impactante, y logró, como por arte de magia,
superar la difícil situación que amenazaba a la naciente unidad de más de
cuarenta organizaciones campesinas.
10
En Vega Chica, municipio de Tlapacoyan, Veracruz, se realizó el Tercer
Encuentro Nacional de Organizaciones Campesinas Independientes, convo-
cado por la CNPA, los días 20, 21 y 22 de noviembre de 1980.

54
Don Irineo Espinosa Sánchez
(1888-1988)
Don Irineo Espinosa Sánchez

Semblanza
Don Irineo Espinosa Sánchez es el caso singular de un cam-
pesino que representa la memoria histórica de un pueblo;
se trata, por lo demás, de un excelente cronista popular.
Muchas veces, ante las más diversas personas, contó la
historia de la firma del Plan de Ayala en Ayoxustla. Nadie
más de su pueblo la contaba con tanta precisión y detalles.
Así lo reconocen las autoridades del lugar, quienes, después
de su muerte, acaecida el 4 de noviembre de 1988, guardan
celosamente una copia de lo que constituye el testimonio de
don Irineo, de los tiempos en que anduvo el general Emilia-
no Zapata en esa apartada región serrana del sur del estado
de Puebla.
Ayoxustla es una pequeña comunidad no mayor de mil
habitantes, perteneciente al municipio de Huehuetlán el
Chico y al distrito de Chiautla. Hasta hace poco, enfrentaba
graves problemas agrarios, igual que varias comunidades
vecinas. Los campesinos ayoxutlecos asumen con orgullo el
que en su localidad se haya firmado el Plan de Ayala, y man-
tienen vivo el espíritu de lucha por la defensa de sus dere-
chos y por la permanencia de sus tradiciones.
Los campesinos de esa empobrecida región han mani-
festado su desacuerdo y preocupación ante los cambios apro-
bados al artículo 27 constitucional. Piensan, no sin razón,
que al establecerse mecanismos legales para la privatización

57
Cuatro testimonios de veteranos zapatistas

del ejido y de las tierras comunales, el espíritu del Plan de


Ayala habrá quedado sepultado para siempre.
En el documento presentamos el testimonio y algunos
datos biográficos de don Irineo Espinosa Sánchez. Destaca,
por su extensión, el apartado que se refiere a la historia de
la lucha por las tierras en la comunidad de Ayoxustla, en la
cual don Irineo tuvo un protagonismo clave, por lo que no
debe extrañar su profundo conocimiento de la historia y la
problemática agraria de su pueblo.
Esperamos que el contenido de este documento cumpla,
como los otros, el propósito de servir como material de capa-
citación para los grupos campesinos y populares en el estado
de Morelos.

¿Quién fue don Irineo Espinosa Sánchez?1


Soy Irineo Espinosa Sánchez, mi papá es Zacarías Espino-
sa.2 Fui bastardito, porque, sabe usted, que probablemente
mi mamá se había casado, porque tuve un hermano que se
llamaba Manuel Castillo. Es de su primer marido y quedó
viuda.
Yo tomé el apellido de mi padre, Zacarías Espinosa, pero
mi hermano fue Manuel Castillo. Ya entonces, pues ya ves
que me vine a criarme aquí, con miles de trabajos... No me
casó ni mi padre, me casó otro señor, porque mi mamá cuan-
do nací: que no era mi padre... y que vamos que... ¡bah! Y
me desconocía; hasta que vine a ver si me recibía mi tío y mi
abuelito. Entonces me pasaron la partida del Registro Civil,
ya entonces me reconocieron un poco. Cuando me casé ya
mi mamá se juntó con otros señores.
Una ocasión lo fui a ver [a mi padre] –mero en la revo-
lución–. ¡Estaba pues, pero de a filo! Andábamos regados

1
Don Irineo Espinosa Sánchez nació en Ayoxustla, a decir de él mismo, el
4 de noviembre de 1888; y falleció el mismo 4 de noviembre de 1988, justa-
mente cuando había cumplido 100 años de edad. El testimonio de don
Irineo que presentamos está basado en la entrevista realizada en Ayoxustla
el 4 de septiembre de 1983, por Ramón Aupart Cisneros, Pedro Reygadas y
Luis Schoroeder.
2
La madre de don Irineo se llamó Alejandra Sánchez.

58
Don Irineo Espinosa Sánchez

porque aquí, mero donde se firmó el Plan, el gobierno estaba


muy inmediato en Chiautla, ¡nos iba a quemar!, todos andá-
bamos por los cerros. Todavía lo fui a ver a mi padre, le digo:
—Padre, te vine a ver, me dicen que eres mi padre, me
voy a casar.
—¡Que te case Nacho, no quisiste ir conmigo! —Y me dio
una tunda con una vara... que sólo mi madre sabe cómo me
vio. Dije: ¡Ahora me voy con mi padre...!
Me casé con la primera mujer, tengo dos hijas.3 Sólo
dilaté once años, me vine a quedar viudo en el año de 1924.
El mismo ’24 me casé con otra señora; ya nacieron estos
otros mis hijos.4 Ya en el año ’25 y ’26 ya hice la presidencia.
Pues sí, me vinieron a ver, de hasta el secretario general
de Cuernavaca, vinieron, me fotografiaron aquí, hasta mis
nietos, porque trajieron todas los fotos de Zapata y todo tra-
jieron donde firmaron. Me los vino a dejar un muchacho
[hijo] de un señor que se llama Diógenes.
—¿Usted se llama don Irineo?
—Sí señor, a sus órdenes, pasen adentro.
—¿Se da usted cuenta cuándo vino el general Zapata?
—Sí cómo no, me pasé a dar cuenta. —Nomás estaba oyen-
do, pero no me decía lo que trae; acabé de declarar, dice:
—Está correcto, aquí tiene usted todo.
Vino el señor presidente de la república, vino el gober-
nador de Chilpancingo, vino la [gobernadora] de Colima, vino
don Alfredo Toxqui de Lara... ¡vinieron todos! Hablé con ellos,
los traté. También don Alfredo Toxqui de Lara me regaló cien
pesos... me vistió. ¡Bah!, y me apreciaron los del gobierno.

Cuando se inauguró el Plan de Ayala


—¿Oiga usted, y cómo fue la firma del Plan de Ayala?
—Ah, estuvo esa historia de esta forma: Cuando el gene-
ral Zapata y el presidente Madero estaban comunicándose,
casi estaban de acuerdo, pero lo han de haber volteado a
Madero. Lo que le mandó a contestar fue que sólo el único

3
Se trata de Jovita y Crescenciana Espinosa Tapia.
4
Se refiere a Raquel, Francisca y Francisco Espinosa Flores.

59
Cuatro testimonios de veteranos zapatistas

paso que le podía conceder es que se rindiera inmediata-


mente y que depositaran todas las armas y que toda su gente
se retirara y que él [Zapata] se fuera a la vida privada. Que
por su vida no tuviera miedo, que no le pasaba nada. Por-
que estaba molestando mucho a su gobierno, [y] ya la orden
estaba dictada, hasta no acabar con Zapata. Entonces Za-
pata se enojó..., abandonó su tierra, se fue pa’ Cerro Prieto
a navegar por las montañas y serranías de este estado de
Puebla.
En el año de 1911, mandó ordenar a todos los coroneles
y capitanes, que recorrieran los campamentos y que toda
esa gente se concentrara en el pueblo de Ayoxustla, en don-
de tenía que llevar a cabo de formar un plan que le sirviera de
bandera.
Bueno, ya al otro día 26 de noviembre, cuando nosotros
nos dimos cuenta, en ese cerro de acá, rumbo al norte, que
viene un camino del rancho de Tepozmatla, con dirección a
este pueblo, venía bajando mucha gente de caballería; la
gente nos asustábamos, ya habían bajado a pie de este cerro
y la gente no se acortaba. Teníamos miedo, pero bueno, ¡qué
gente!
Pero como vinieron por delante dos coroneles valientes,
Avelino Cortés y Antonio Sosa,5 dando conocimiento de que
no tuviéramos miedo, que había ordenado el general Zapata
que aquí iba a ser la reunión, que se juntara pastura y maíz
para la caballada y tortillas para comer, porque el general
Zapata venía más atrás con su estado mayor.
Ya todos nosotros empezamos a reunir pastura y maíz
para la caballada, y las mujeres –cierto, no había molino–
molían siempre hincadas en el metate; para hacer buenas
tortillas, preparaban sus ollas de nixtamal para sostener a la
gente que estaba llegando... Cuando menos nos dijeron: “¡Que
ya viene el general Zapata!” Entonces todas las autorida-
des y principales del pueblo fuimos a recibirlos en la en-
trada de ese callejón que viene de la carretera, ahí vinieron;

5
Probablemente se refiere al coronel Clotilde Sosa, uno de los firmantes del
Plan de Ayala que posteriormente se volteó en contra de los zapatistas.

60
Don Irineo Espinosa Sánchez

y los llevamos hasta ahí a


donde mero estaba un jacal,
era la presidencia. Lo lleva-
mos hasta allá, porque enton-
ces las casas no eran muchas,
las casas eran pocas, ahora ya
viven gatos por ahí, por allá...
ya todos los llevamos hasta
allá. Se llenaron todos los si-
tios y solares. Muchos se pa-
saban las horas del día bajo
las sombras de los árboles que
estaban plantados en el mis-
mo solar.
Entonces, el general Za-
En la bola, grabado en linoleo, Aranda.
pata mandó ordenar inmedia-
tamente al presidente auxiliar municipal de este pueblo, que
necesitaban dos vigías que fueran a la punta de aquel cerro
que está rumbo al oriente, [donde] se devisa un camino
real que viene de Chiautla; que si veían alguna gente desco-
nocida que venía por esta dirección, que sólo echaran un
tiro 30-30, si había; si no, aunque sea [un] cuete, para que
los insurgentes salieran a ver qué gente venía.
Pero no pasó nada los tres días que permaneció aquí el
general Zapata. Entonces, el presidente auxiliar, al ver que
el pueblo era insuficiente para sostener a esa gente, de
acuerdo con el general Zapata, mandaron a oficiar 6 a las
autoridades cercanas circunvecinas, desde Santa María
Cohetzala, Santa Mónica, Pilcaya y Centeocala, que coope-
raran con pastura y maíz para la caballada, y si era posible,
también tortillas para comer; y los señores no desconocie-
ron la orden, hicieron su cooperación.
Comieron y descansaron ese día (26), hasta el día 27 al
amanecer, se volvieron a reunir en aquel lugar todos los coro-
neles y capitanes. El presidente y la junta y todos los pueblos,

6
Don Irineo utiliza el verbo oficiar para indicar que a las autoridades les
enviaron oficios o comunicados, pidiéndoles apoyo.

61
Cuatro testimonios de veteranos zapatistas

El Caudillo del Sur, grabado en madera, Aranda.

allí estaban... y no tardó en llegar Zapata, porque Zapata no


dormía en este pueblo, siempre se orillaba fuera de la pobla-
ción, porque las emboscadas eran [tendidas] entre entradas
y salidas.
Llegó el general Zapata, llegó el profesor Otilio Montaño
(todos los conocí); llegó el general Mendoza, llegó el general
Trinidad Ruiz, llegó el general Jesús Morales, llegó el gene-
ral Eufemio Zapata, llegó el general Emigdio Marmolejo y
luego Amador Salazar. Llegaron y entraron, y entrecerra-
ron un poco la puerta; nosotros estábamos afuera. En esa
hora que sólo se oía que se hablaba de muchas cosas, no
podíamos ya percibir lo que decía en su relato. Hasta dentro
de un momento, cuando se paró el profesor Montaño junto a
la mesa, empezó a continuar y redactar el articulado [del]
Plan; entonces, el señor Mateo Tapia, que fue originario y
vecino de este propio lugar (secretario era antes), comenzó a
escribir en manoescrita porque no había máquina de escri-
bir, en que se asentaban las ideas concebidas de la justicia
social, que es la ley fundamental.
Siguieron trabajando ese día, vinieron a terminar a las
15 horas de la tarde el articulado [del] Plan, con sus seis o
siete copias que fueron tomadas en su original. Entonces, el
general Zapata se paró junto a la mesa y se sentó y estampó
su firma y todos los generales que estaban juntos unidos

62
Don Irineo Espinosa Sánchez

con él. Después de haberlo firmado, entonces el general Za-


pata levantó con su mano derecha el articulado [del] Plan,
se fue a parar en la puerta de aquel jacal. Entonces mandó a
hablar a todos los generales y coroneles y capitanes que se
acercaron junto a él, para darle lectura al documento que
fue hecho escrito. Les fue leído en esa hora. Después de
haber oído y entendido, les manifestó lo siguiente en su voz
alta: “¡Esos que no tienen miedo que pasen a firmar...!”
Acogieron el documento todos los zapatistas. Muy entu-
siasmados, empezaron a firmar. Vino a terminar las firmas
como a las 18 horas; los que faltaban, al otro día al amane-
cer. Entonces, el general Zapata habló a las autoridades mu-
nicipales, manifestándoles, al mismo tiempo, rogándoles que
para mañana día 28, que toda la gente estuviéramos listos,
señores y señoritas y muchachos de competencia, a las 11:30
de la mañana, para llevar a cabo la inauguración del Plan.
Les preguntó si había música, le dijeron que sí había; bue-
no, cenaron y descansaron hasta el día 28 al amanecer. Se
volvieron a reunir todos los generales en ese lugar, entonces
enarbolaron una bandera de raso tricolor, de seda. El general
Zapata mandó ordenar que tocaran el Himno Nacional. Fue
tocado religiosamente por la música lírica de este pueblo de
Ayoxustla; toda la gente cantó, tocando el Himno Nacional.
Entonces, el general Zapata les habló de nuevo a los gene-
rales, que si estaban dispuestos a jurar la bandera en defen-
sa de nuestra patria. Los insurgentes respondieron que sí
juraban: “Hasta no vencer o morir”. Entonces el general Emig-
dio Marmolejo, montó en su caballo y saltó por delante y
volvió a entrevistarse al general Zapata; le dijo esta parábola:

En un corral de ganado
se lamentaba una vaca,
le respondió aquel becerro:
¿madre qué pena te mata?
¡Muera Francisco I. Madero!
¡Viva el general Zapata!

Los aplausos, echándole vivas al general Zapata y si-


guió...

63
Cuatro testimonios de veteranos zapatistas

El profesor Montaño, entonces, levantó con la mano el


articulado [del] Plan, dio lectura, creo que fue tomado por
nombre “Plan de Villa de Ayala”, pero fue promulgado en este
pueblo de Ayoxustla, el 28 de noviembre del año de 1911. Sí
señor, 1911, [porque] el general Zapata no quedó conforme
que el presidente Madero no llevó a feliz término las prome-
sas que había [hecho] a la nación, conforme consta en el plan
que fue firmado en San Luis Potosí y Ciudad Juárez. Al llegar
al puesto dictatorial, desconoció a toda su gente que lo ayu-
daron; comenzó a perseguirlos, tratándolos de bandidos y
rebeldes, porque molestaban ya mucho a su gobierno.
Entonces, en esa hora sólo se oían vítores y consignas,
también fueron repicadas las campanas que dieron gloria ese
día, y centenares de cuetes. Tiene un balazo la campana,
también salió como testigo mudo, fue a verla el gobernador.
Aquí se hizo el Plan, aquí está la cuna del general Zapata y
aquí nacieron las leyes agrarias.
Después de haber terminado, ya estaban ensillados los
caballos y los compañeros sabían que a la hora que termi-
naran se les tenía que dar salida.
Al ver terminado, entonces habló el general Zapata a las
autoridades y principales del pueblo, agradeciéndonos la
ayuda que le hemos dado a sus huestes zapatistas; que si él
llegaría a la victoria, que este pueblo tenía que ser respeta-
do y tenía que ser recompensado por los elementos de la
misma revolución. Y recomendando a los coroneles y capi-
tanes cercanos de que cuidaran este pueblo, porque por eso
quiso ponerle Plan de Villa de Ayala, porque se encontraba
muy inmediato las fuerzas sostenedoras que guarnecían el
destacamento en Chiautla de Tapia, porque si hubieran des-
cubierto, vendrían a quemarnos y nos hubieran vuelto ceni-
zas. Por eso quiso ponerle Plan de Ayala, nada importaba
que su tierra fuera vuelta cenizas, pero este pueblo [de Ayo-
xustla], lo cuidó mucho.
Después de haberlo terminado, entonces sí se fue mon-
tado en su caballo y rindieron un abrazo al viento calurosa-
mente. Ellos salían rumbo pa’ Jolalpan.
Zapata siguió su destino. Ya tenía en su cabeza la perse-
cución, pero no hizo mención de eso; siguió su destino en

64
Don Irineo Espinosa Sánchez

defensa de nuestra patria. Pero él sabía muy bien que a


vuelta de medio camino tenía que encontrar la victoria y
claramente fue comprobado, como consta en el Plan de Villa
Ayala. Desde esa fecha, quedó promulgado como constitu-
ción, justicia y ley de tierra y libertad. Su historia es un
futuro magnífico y brillante que ninguna persona puede afec-
tar su tenencia, porque ha causado la paz y la tranquilidad
de todos los pueblos mexicanos.

Las copias del Plan de Ayala


Ya vide, ya le conté a don Antonio... don Antonio [Díaz] Soto
y Gama, ése fue secretario particular [de Zapata]; ése lo co-
nozco, fui a una asamblea ge-
neral en México, en la Lotería
Nacional. Allá yo fui, allá le
declaré. Estaba un señor de
Chiautla, lo regañó. Decía que
tenía una bala, lo balacearon;
Le digo: “¿De dónde le tira-
ron?” Dice: “Del pie del suelo
santo”. Le digo: “¡Mentiroso!,
señor, tenía que tener la bala
así y no se traspasó”. Enton-
ces el señor Soto dijo: “Este se-
ñor [Irineo] dice ciertamente la
verdad porque me doy cuen-
ta”. [Soto y Gama] me apreció;
le dieron su diploma, le die- General Antonio Díaz Soto y Gama.
ron su medalla de oro.
[Un día] llegaron allá [a Ayoxustla], mandaron a traer
al señor cura de Chiautla, a que trajiera la máquina de
escribir. Mandaron a Marmolejo [para] que [trajera] al se-
ñor cura para sacar las copias en la máquina, porque fueron
escritas a mano y dijo [el entonces coronel Emigdio Mar-
molejo]: “¿Y si no quiere venir?” Entonces dijo el general
Zapata: “No le vas a rogar si quiere venir, ¡va a venir!; si
no quiere venir, entonces que venga andando, ¡que traiga
la máquina de escribir en la cabeza!” No, ¡vino! Ahí saca-
ron las copias, le mandaron a don Antonio Soto para el

65
Cuatro testimonios de veteranos zapatistas

público.7 Precisamente, nos habían quedado como cuatro co-


pias [del Plan], pero como andábamos escapando en las cerra-
nías, nos vinieron a entrar los voluntarios del gobierno federal,
[como] Agustín Quiroz, [que] aquí firmó y se volvió voluntario.
Ése nos entró, yo aquí me vino a amenazar [junto] con mi
suegro. Entonces vinieron, ‘tábamos ahí, un muchacho que
era revolucionario, mi suegro también era revolucionario, y
ya no les dio tiempo; nomás desataron la yegua y ahí andaba
jalando el mecate. Cuando llegaron [los voluntarios]: “¿Y esta
yegua?” “Señor, por ahí vino, no sabemos... Ya re’muinos los
balacearon”. Entonces fueron pa’ Axutla, creo que fueron a un
combate. [Pensé] no, aquí va a haber balazos, pero no. Ya en-
tonces vinieron a verme: “¿Adónde está el arma de tu padre
Fortino Flores?” Les digo: “Señor, yo no soy revolucionario. Si
yo fuera revolucionario, tiempo me sobraba porque llevo pis-
tola”. “¿Cuántos son ustedes?” “Semos tres... ” “Si para maña-
na amanecen aquí, quemo la chingada catedral de palma...”
“Señor, aquí no hay otra, me va a hallar mañana.”
Pero esa noche empezaron a saquear, entonces dejaron
pobre este pueblo: llevaron ganado, llevaron cabras, lleva-
ron al presidente don Felipe Vergara ¡amarrado! Lo rescataron
en Huehuetlán, porque nosotros pertenecíamos a la cabece-
ra de Cohetzala, pero Cohetzala no nos pudo defender, nos
defendió Huehuetlán, por eso pertenecemos a Huehuetlán.
Así fue el asunto, me doy cuenta perfectamente. Aquí
nació, como dicen [el Plan]. Fui a hablar a México, porque
aquí nos querían plagiar este plan. Yo lo quise descubrir, pero
después se pasó y cuando anduve yo por México, hablamos
con el licenciado Luna Lugo, no recuerdo cómo se llama.8

7
Este paso por Ayoxustla se produjo algunos días después de que se firmó
el Plan de Ayala; y las copias a que se refiere fueron distribuidas a la pren-
sa por conducto de un campesino conocido como El Chaparro López, quien
hizo llegar una copia al Diario del Hogar, que la publicó en su edición del
15 de diciembre de 1911, previa autorización del presidente Francisco I.
Madero. (Véase Emiliano Zapata, biografía de Alicia López de Rodríguez.
Cuadernos Zapatistas, pp. 14 y 15.)
8
Se refiere al extinto licenciado Arturo Luna Lugo, quien fuera dirigente
de la CNC en los años cincuenta y, posteriormente, funcionario de la Se-
cretaría de la Reforma Agraria.

66
Don Irineo Espinosa Sánchez

[Me dijo] que no le diera yo informes previos a cualquier


persona política, hasta que no pidiera el gobierno. Ya me
trajeron el expediente, ya firmé todo y vino a verificar.
Todavía el diputado de Chiautla, cuando ya había dicho
aquél que no me llevara yo la mesa [donde se firmó el Plan
de Ayala], el diputado dice: “¡Esta mesa no le pertenece!”. Y
a mí me dio coraje, ya venía el señor y dice: “Vamos a ha-
blar, pues esta mesa no le pertenece estar acá, debe estar
en Puebla”. Le digo: “¡No señor, estoy ordenado, me dijo el
jefe Luna Lugo que la mesa tiene que quedar acá y no puedo
entregarla a ningún hombre político!” Ya no dijo nada, ahí
quedó. ¡Quería llevarlo!, pero no.
Entonces, aquí está la mesa, una mesa de madera rús-
tica que quedó como recuerdo. La tenemos aquí, está en el
museo, está una piedra en forma de silla baja en que se
sentaba el general Zapata, en que meditaba sus primeros
ideales de la nueva revolución.

El presidente visita Ayoxustla


Vinieron otros, cuando vino el presidente de la república9
preguntaban: “¿Quién es el líder de Ayoxustla?” Le digo:
“Yo no sé”. Entonces, ya no pude tratar asuntos, porque
entonces vino el señor gobernador y nosotros fuimos ahí
el encuentro [con el presidente] y yo no fui; yo me debí ir
allá donde mero se firmó [el Plan], pero la jerré en tocante al
gobierno, pero harto. Desde el barranco donde estaba si-
tuado, entonces, ya no pude andar ahí cuando todavía él
me buscaba, todavía me decían: “Te buscan, te hablan”; ya
estaban los gendarmes en la plaza. Les digo: “Denme lugar,
voy a pasar”. [Y] dicen: “No se puede, tiene que venir aquí el
presidente de la república”. Pues ya no pude hablar, ¡por-
que así estaba de gente!, ya no pude tratarlo, pero ya todos
los informes ya los había yo dado, fueron perfectamente
claros.

9
Alude a la visita que el presidente José López Portillo hizo a Ayoxustla el
28 de noviembre de 1979, con motivo de la conmemoración del primer
centenario del nacimiento del general Zapata.

67
Cuatro testimonios de veteranos zapatistas

Historia de la defensa de las tierras de Ayoxustla


Pues únicamente digo esto: tenemos ahorita un conflicto, al
señor gobernador le conté todito lo que nos pasó antes de
que me recibiera. Aquí vino a hacer su primera... [campaña],
¡ajá!, aquí hablamos, porque tuvimos una cuestión: tengo
una historia que data de 1712 y ese título fue un pleito entre
religiosos agustinos y la corte [de la] Ciudad de México; un
pleito duro [que] se vino a fallar en el año de 1775. Entonces,
nos dieron [las tierras]. Ahora estamos en la segunda restitu-
ción, entonces se restituyó el terreno y nos entregaron títulos,
que no podemos pasar a perjudicar a los pueblos circunveci-
nos, que nos sujetáramos a la posesión que nos hayan dado,
que no lo podemos vender, ni enajenar, ni hipotecar sin licen-
cia del supremo gobierno; si no, opera su nulidad.
Bueno, ahí tiene usted, y después aquí una faja [para]
Márgaro Vara; aquí el terreno de Cuatotola y Paldera, no
tiene labor, le tocó a Lino Segura; y por acá, una faja a José
Pérez; y luego esta faja que vendieron hasta los linderos,
esto es de Abraham, pedazo que tenía Pedro Torres; y luego
por aquí otra faja que se hizo parajes y linderos, asentado en
las escrituras; hay cinco escrituras...
Pedro Torres tuvo tres hijos; cuando él vivió, estos hijos
mantuvieron la posesión quieta y pacífica, sin contradicción
alguna. Al haberse muerto Pedro Torres, uno [de sus hijos]
se llamaba José Torres, el segundo se llamaba Tomás Torres,
el tercero se llamaba Claudio Torres y una señorita que se
llamaba Disideria Torres. Los dos viejos pensaban que los
hijos aquellos eran buenos, que iban a ser iguales a ellos;
entonces nombraron a José Torres en representación de su
padre, como representante provisional del terreno comunal,
pero en el año de 1907 hizo la primera venta a Ernesto Val-
derrábano; [éste] era un juez o agente de Chiautla.
Ya el pueblo, como tenemos todo, tenemos títulos, en el
año de 1975 nos dieron la posesión y se formaron cinco
escrituras con apego al título comunal. Somos poseedores
desde hace más de 10 años, siempre estamos pendientes de
nuestros pagos prediales. Bueno, ahí tienen usted, vendieron,
pero el pueblo los respetó, como tenemos todos los documen-
tos y aquél no era dueño, era únicamente un representante

68
Don Irineo Espinosa Sánchez

Taller de la Gráfica Popular.

provisional. Bueno, ya entonces, se metieron al terreno, man-


daron federación y vinieron a lograr a cuatro personas prin-
cipales, los llevaron presos: a Antonio Flores, Miguel Solís,
Anastacio Aragón y Silvestre Rojas; este [último] murió en
la cárcel por este pleito de terrenos. Bueno, y siguió.
Ya entonces, [José Torres] mandó contestar que para dar
libertad a los presos, solamente que le firmara el pueblo –los
principales diez o doce– la compraventa que tenía la escritu-
ra; iba a dar terreno pa’ sembradura, o nos iba a hacer un
buen palacio, una buena iglesia. El pueblo no le firmó. En-
tonces estalló la revolución. Ya casi ya había ganado, [pero]
peló gallo y dejó. Entonces vino un coronel que se llamaba
Ponciano Domínguez, ya era la revolución maderista; vino, y
le dimos cuenta del malhechor. Dice: “Precisamente por eso
nos levantamos en armas, porque hay muchas sinvergüen-
zadas, tan como pueblos, tan como también el gobierno está
haciendo esto... Vayan a traerme ese sinvergüenza, aquí lo
voy a fusilar a media plaza para escarmiento de otros sinver-
güenzas”.
Lo fueron a traer, pero ya se le había ganado en la ac-
ción... Intercedieron sus descendientes, empezaron a llorar,

69
Cuatro testimonios de veteranos zapatistas

que se le perdonara, que por su inocencia y por ahí... que el


pueblo salvaje. ¿Pero si no hubiera habido este pleito? Ahí
tiene usted el caso, entonces lo perdonó el pueblo, pero dijo
el pueblo: “¡Y no lo queremos ver acá, porque es un hombre
malo, trastornador! ¡Llévenselo!, o más tarde tendremos que
acabar con él. Que se vaya para el otro pueblo”. Lo desterra-
ron, lo llevaron pa’ Huauchinango, lo sacaron. Ya había com-
prado la máquina y unos muebles, lo llevaron. Siguió la
revolución.
En 1928, vino a ser la segunda venta con el inspector del
rancho Platanares. Vendió derechos y acciones de la suce-
sión, y esto, sin que haya denunciado dicha sucesión, ni tam-
poco se haya declarado heredero y ni haya pagado los derechos
de pensión y herencia. Así que no lo reconocemos como due-
ño, sólo tomamos en serio los papeles de su padre, el viejo
Torres. [Sin embargo] vendió él una información testimonial
a perpetua [ad perpetuam], por medio de dos testigos, pero
los testigos no fueron de este pueblo, fueron de Chiautla, un
llamado Jesús Benítez y Torreblanca, y no pueden tener de-
recho, no tienen ninguna injerencia, no eran del pueblo.
Bueno, siguió ya entonces, ya estuvo ese asunto duro,
me hablaron a mí. Porque ahora ya soy viejo, ya no veo, pero
yo... me gustó mucho estudiar las leyes, estuve de secretario
como doce años; después me eché el pleito, ya entonces me
nombraron. Promoví un interdicto para recuperar la pose-
sión ante el juez Bruno Rosas, de Chiautla; pero desgraciada-
mente, el juez Rosas me resolvió en sentido contrario, vendió
el derecho: le dieron 700 pesos, vendió la justicia. Yo, como
tengo amigos en Chiautla, luego llegué y me dijo don Isaías
Anzures:
—Mira viejo, ya el juez malvado se vendió, le dieron 700
pesos.
—¡Cómo!, ¿está usted seguro?
—¡Hombre, pues sí, vas a verlo...!
—¡Ahorita voy a verlo! —Sí, y que me voy...
—Buenos días, señor juez.
—Buenos días.
—Vengo a ver el asunto que tenemos en promoción, pre-
parado.

70
Don Irineo Espinosa Sánchez

—Ah, que usted lo vendió, lo perdió, que tienen derecho


los señores del Platanar, ya me enseñaron sus escrituras —y
por ahí me salió.
—Usted lo dirá, pero no, el individuo que vendió...
—Pues quién sabe —dice— pero son de los señores. ¿’Ta
usted conforme? —Ya nomás en la junta había levantado el
acuerdo, dejando a un lado los derechos de Espinosa y con-
denándolo a costas y perjuicios y señalando día de su noti-
ficación.
—¿Está usted conforme?
—Quedo entendido, señor juez, pero conforme no; yo no
vine a comprarle justicia a usted, yo busco una buena auto-
ridad que me diga si tengo derecho o no tengo; porque dere-
cho, ¡las tengo!
—Usted lo dirá, pero la tiene perdido. Le voy a notificar
el día de su comparecencia, para que comparezca a este
juzgado.
—A ver qué día nos vemos por acá señor juez... ¡Ahí nos
vemos!
Ahí está don Isaías, como tengo amigos... (entonces saca
el cigarrito don Isaías):
—¿Ahora qué opinas Espinosa? —Digo, pos don Isaías
‘ta duro. Le digo:
—Mira: te voy a pedir un grande favor, quiero que me
hagas un recurso de expresión de agravio, pidiendo apela-
ción al Tribunal Superior de Justicia del Estado. ¿Cuánto
me va a costar?
—Porque somos muy íntimos amigos, sólo 10 pesos pa’
los cigarros.
—¡Arreglado! Sí señor, ahí tiene usted el caso, pero me lo
hace usted de un machote. —Sí. Ya lo hizo con fundamento,
le dio lectura.
—’Ta bien don Isaías, le agradezco, aquí está... este señor,
¡bah! Me los hizo... —Ya después, dice:
—Ahora vas a firmar. —Y le dio lectura.
—¿Ahora tendrás ánimo de ir a ver al juez?
—A eso lo ando, hasta a ver a dónde le llego...
Nos regañamos con el delegado de Puebla, no me habló
un mes. Yo soy un mal imprudente, ¡bah!... Va [usted] a

71
Cuatro testimonios de veteranos zapatistas

ver... llegué a las tres de la tarde, estaba [el juez] acostado


en su hamaca, llevaba yo el escrito, le digo:
—Buenas tardes, señor juez.
—Buenas tardes.
—Aquí tiene usted.
—Ajá, ¿no está usted conforme?
—Se lo dije en la mañana, quedé entendido, de confor-
me no.
—¿Qué, quieres que remita el expediente al estado?
—Eso vengo a solicitarle.
—Ahí lo remito a la vuelta de cinco días.
—Por allá lo espero señor juez, nos vemos...
Ya ni me respondió, me salí, ya me vine; pa’ mi demalas
me caí enfermo de mucha gravedad y yo tuve la carta poder
del pueblo. Entonces fui notificado al Tribunal Superior de
Justicia, con 72 horas para contestar la demanda; pero no
pude hacer mi comparecencia. Entonces se apersonó el li-
cenciado de ellos, Juan de Dios Flores, le dio la protección
[el Tribunal] y pidieron revisión luego luego ante la Supre-
ma Corte de Justicia y se bajaron a quitar las siembras... y
sobre nosotros.
Ya estaban amparados por la Suprema. Ya cuando me
restablecí dije: “Pero bueno, ¿por qué no se apersonaron?”
“¡Tenemos miedo!” “¡Hay amigo!, ¿ahora cómo le hacemos?,
¿pero cómo?” “¡Párese! –dicen–, usted que tiene influen-
cias, que anda pa’rriba y pa’bajo...”
Digo: “Bueno, pues arréglenme, me voy a México; voy a ver
al licenciado don Santos Camacho y al señor don Gonzalo
Bautista”. Todavía no era gobernador, era senador en México,
es el que conoció mi derecho. ¡Bah!, dije: “Voy a hablar con él.
Si todavía cabe, le muevo; si no, sin compromiso alguno”.
Me fui pa’ México. Hablé con el licenciado don Santos
Camacho, era jefe jurídico. Le digo: vengo a esto, se trata de
este asunto. “Mire compañero –dice–, está perdido, por lo
jurídico ya es la última palabra”.
—Que no te engañe el licenciado Santos Camacho, esto
ya no es la última —me dijo don Gonzalo Bautista.
—Pero, bueno licenciado, ¿qué quiere usted que yo
haga...?

72
Don Irineo Espinosa Sánchez

—Me dijo que tiene un título, ya lo vido, muy bueno.


—Sí señor, tenemos un título que data de 1712.
—Bueno, pues lo que vamos a hacer es promover un
juicio reivindicatorio posesorio de una restitución.
—¿Está usted seguro?, ¿vamos a echar abajo el amparo
de la Suprema Corte?... Porque ¡ya están amparados!
—Sólo que no esté bueno el documento, acuéstate a dor-
mir, si no, tarde pero seguro.
—’Ta bueno.
—Vete a traer los papeles.
Me vine a traer, llevé todas las constancias.
—’Ta bueno muchacho —dice— hay que promover una
restitución inmediatamente.
Ahora yo, para no presentar el original, saqué copia del
título y firmé el escrito y me voy pa’ Puebla con el presiden-
te; era presidente de la Comisión Agraria Mixta, don Ignacio
Hernández Peralta. Me pedía 10 pesos de compulsa,10 para
darle entrada a la demanda. Le digo:
—Pero señor, no vengo prevenido, vengo escaso... voy a
dar la vuelta.
—Pues sin ésos, no se puede.
—Yo voy a informarme con el delegado, voy a acusarlo.
—Que voy a la delegación y le digo:
—Buenos días, señor delegado.
—Buenos días, compañero, pase adentro, ¿qué se le
ofrece?
—Pues señor delegado, vengo a hacerle a usted una in-
vestigación de una pregunta; que en mi pueblo nos pasa
esto, en esta forma y en esta otra, y ahora el pueblo ha
pensado de promover una restitución. Ahora ya firmamos,
pero me pide 10 pesos de compulsa el señor presidente don
Ignacio Hernández Peralta.
—A’dio, ¿pero por qué? —dice— [si] estamos obligados no-
sotros a atender a los pueblos, por eso nos pagan el gobierno.
—Por eso vine, a darle cuenta a usted de la forma, usted
me dice...

10
Copia legalizada de un documento.

73
Cuatro testimonios de veteranos zapatistas

Salió con el presidente: “¿Qué pasó con esto? –le dice–


¿por qué cobra 10 pesos de compulsa?”
—Ah —dice— porque presentó copia del título, por eso
es que le pedí 10 pesos de compulsa, sin eso no...
—No compañero, le dice el delegado, no necesitamos
copia del título, necesitamos el original, no lo vamos a estu-
diar acá nosotros; lo tengo que remitir a México al Departa-
mento Paleográfico, y nos contestan si está bueno a la vuelta
de 10 días; si no, acuéstate a dormir.
Dijo: “Me trae el original, lo remitimos y espera contes-
tación”.
Ya me vine a traerlo, llegué, nada más [pedí] mi constan-
cia; me dieron una constancia con 32 fojas útiles. A los 10
días me contestaron en un memorándum (número 32), que
la propiedad se encontraba auténtico y se turnaba a la ex-
tinta Comisión Nacional Agraria, pa’ su tramitación y reso-
lución. Y sólo esto me acompañaba, [pues] estos [los del
Platanar] eran ricos, tenían harto dinero.
Bah, me vine. Ya había venido el coronel, porque yo es-
tuve bajo la defensa también doce años en el pelotón de
reserva, yo era secretario de la comandancia, rendía men-
sualmente revista de armamentos y municiones a la XXV
zona militar. Conocí al general Tlacael, al general Pascarro,
mi coronel Cerón Pulido, el general Manuel Guerrero, todos
me conocen. Entonces, ya me vine, ya me acusaron, vino el
coronel, pasó al Platanar y le enseñaron; llegó, empezó a
enojarse. Estaba regañando al presidente –era un barrigon-
zote él–: que por qué no respetamos el derecho del Platanar;
ya pasó ahí..., que vio bien hecha la compra legal.
Le digo: “No señor, dispense usted, esta operación de
venta no está en debida forma, está en esta forma, en esta
otra... tengo más derecho yo que los señores del Platanar”.
—¡Usted con qué derecho...!
—Ya pedí la restitución y el memorándum 32 contestó,
aquí tiene usted que la propiedad se encuentra auténtico.
—Estaban los del rancho así... nomás se rascó la cabeza.
—Pues señores, ya ni modo, ‘ta jodido el asunto este...
no podemos saber para cuándo, pero éste tiene que tener
su fin... Lo que van a hacer ustedes, unifíquense con el

74
Don Irineo Espinosa Sánchez

pueblo, hagan un solo pueblo, una sola mayoría; si no,


con el tiempo están perdidos ustedes.
Pero no lo quisieron [los del pueblo], porque decían que la
Agraria era una sinvergüenza, que era un engaño, que nomás
agarran terrenos ajenos, y por ahí, ...no quisieron creer.
’Or’unaño,11 nos vino amenazar Adán Torres Plascencia, trajo
hasta estatales, que probablemente que les va a dar dere-
cho, porque entonces vino un señor jefe de zona... Es el que
levantó el censo allá y nos regañamos también con él, por-
que querían levantar de nuevo el censo. Porque nosotros
tenemos el censo básico original y en la resolución presi-
dencial no aparecen los del rancho, ni en el acta aprobada,
ni en el plano aprobado..., nada. Bueno, ya entonces ya vino,
le digo: “Pues mire usted, ¿ya no tiene ningún carácter de
derecho esta resolución que tengo? Quiero que usted me
diga, ¿ya no tienen validez estos fundamentos [que] están
con apego a su primera y segunda instancia?, porque yo
vaya a entregar, porque vivo yo engañado, porque el señor
presidente de la república me la puso en la mano; ¿por qué
desvanecen este asunto?”
“No –dice– está firme eso, únicamente queremos que us-
tedes no se vayan a pelear, que se vayan a matar...” Dije:
“Pues no traía orden de desalojarlos, ¡ya habían levantado
acta! Por eso a mí me culpan que soy el líder de acá”. Enton-
ces le digo a los señores que estaban conmigo: “Miren, les
dicen que no firman nada de esa chingada acta, si quieren
que nos lleven, ¡que nos lleven!; tenemos en la mano el dere-
cho, ¿y qué nos hacen?, nosotros no nos introducimos en el
terreno, ¡ya lo tenemos!...”
Vino el licenciado Vicente Aguilar12 de Puebla, trajo go-
bierno, trajo estatales... hartos. También vino un promotor
agrario de Chiautla. Bueno, convocaron, ya habían levanta-
do el acta; entonces entró el jefe allá a averiguar con un
nieto mío, estaba sentado en la silleta y me dijo: “Siéntese

11
Se refiere al año de 1982.
12
Vicente Aguilar Camargo era entonces jefe de la Promotoría Agraria
en Chiautla y se caracterizó por corrupto y represivo.

75
Cuatro testimonios de veteranos zapatistas

La cosecha, grabado en madera, Aranda.

usted señor”. “No –le digo–, siéntese usted... Mire jefe, yo


comprendo [a] los señores del pueblo; para evitar confusio-
nes, todavía les vamos a dar un pedazo de terreno de Tepoz-
matla, pero no quieren recibir, quieren muy acá”. Le digo
claramente: “Aquí no vamos a permitir, ¡nada importa que
nos maten!; porque tienen una compraventa; ’ora no [se] les
dio posesión a ninguno, se metieron como intrusos y yo no
quise pelear, no quise meter mi gente a la brava, porque
comprendía que iba a correr sangre”.

76
Don Irineo Espinosa Sánchez

Yo tramité al centro de la ley, como dice la Constitu-


ción general de la república: “Nadie se puede dar justicia
por sí mismo, sino mediante juicio seguido ante los tribu-
nales abiertos para impartir justicia”. Así lo hice, y éstos
se introducieron y se hicieron dueños; les repartió el ins-
pector de ellos, pero posesión no lo tienen, ninguno se los
dio. De todos modos, ’orita se metieron y ya vienen abar-
cando todo el ejido... y no tiene efecto esa restitución. Al
verse quedado en el mismo lugar que compraron, más tarde
va a venir otro conflicto, otro pleito, no lo permitiremos
para nada.
No firmamos, así se fueron... Nosotros nos metimos al
terreno. Digo, nada importa, si trajeron orden presidencial,
¿por qué no nos llevaron? ’Tan mirando, le quieren tapar
el ojo al macho..., porque nos ven chivitos que saben que
andamos brincando los tecorrales. También tenemos ojos,
¡bah!, ahí tiene usted el caso, pues nos permitimos, los metí.
Cercamos ahí, hasta ganado nos dio el gobierno. Pos tum-
baron, mataron un animal y mismo ellos se entregaron;
abrían el corral a las cinco de la tarde pa’cer daño. Y un
señor que no quería entrar con ellos, también los descubrió
a la hora que metían el ganado y lo vinieron a matar en su
milpa, porque no iba a favor de ellos... Bueno, ése también
fue contrario de ellos.
’Ora otra vuelta ya cercamos, ’ora ya parece que ya que-
daron. Ya entonces, en el año de 1945, [nos] dieron la po-
sesión definitiva por resolución presidencial de don Manuel
Ávila Camacho; la resolución presidencial, el acta de pose-
sión y el plano aprobado. Entonces nosotros [estamos] den-
tro del censo básico original, ellos no están. Nos dieron esa
posesión en el año, no quedaron conformes, pidieron revi-
sión a la Suprema Corte de Justicia de la Nación, contra
actos del ciudadano presidente de la república, contra actos
del jefe del Departamento de Colonización,13 contra actos del
gobernador del estado, contra actos del delegado de Puebla

13
Se refiere al Departamento de Asuntos Agrarios y Colonización, tiempo
después Secretaría de la Reforma Agraria (SRA).

77
Cuatro testimonios de veteranos zapatistas

y del ingeniero que me dio la posesión a mí como tercer per-


judicado. Las autoridades responsables rindieron sus infor-
mes previos justificativos: que el pueblo [de Ayoxustla] tiene
derecho.
Entonces me notificaron en México a la Suprema Corte
de Justicia, a ratificar la fecha y forma del despojo. Fui a
ratificar y en su acuerdo pleno dijo el presidente de la Su-
prema Corte de Justicia:

Una vez que ya fue reconocida una sentencia definitiva, no hay


violación contra ella, quedando firme; porque se declaró desier-
to por las constancias presentadas de la fecha y forma de des-
pojo, ya no se puede transformar la opinión pública [y] el
principio de primera autoridad de cosa juzgada, se sobresee y
es de sobreseerse este juicio de garantías, [promovido] por los
inconformes, porque también el señor presidente de la repúbli-
ca es la suprema autoridad agraria que pone fin a su expedien-
te restitutorio.

Ya no hay ninguna autoridad que pase por encima de


esta resolución decretada, porque fue decretada y fue pu-
blicada en el Diario Oficial de la Federación en México, Dis-
trito Federal.
Los señores se apersonaron al expediente de tramita-
ción, fueron oídos y vencidos. Desde esa fecha ya no tienen
ningún recurso legal ordinario, ni pueden promover juicios
de amparo. Terminó.
Pero como éste viene a dar y a no respetarlo, ahí lo esta-
ba haciendo la Reforma Agraria, pero ¡no se puede!, ¡no se
puede!, es una resolución. Sí [el mismo] señor presidente
[de la Agraria Mixta] me dice que no sirve, ¿cómo puede ser
eso? Yo le contradije y le dije: “Mire, señor Adán, cuando
usted va a tomar un puesto, ya vinieron ahí que los respal-
dan, ya llegando se olvidan de nosotros... Aquella comu-
nidad cumplió con la ley al juzgar; a usted la ley le sirve
de comercio”. Yo se lo dije, así está el asunto señor. Ya
entonces nos dieron la posesión y ahora entramos y siem-
pre anduvieron sobre nosotros. Le digo: ¡No vamos a ra-
jarnos!

78
Don Irineo Espinosa Sánchez

Zapata y Jaramillo, grabado en madera, Aranda.

Mira, le dábamos aquí porque ese terreno de Fidel Náje-


ra lo estábamos pagando, [pero] él está siembra y siembra y
no lo paga. Me pensé, para evitar males, vamos a darle tal
parte, pero no querían recibir, querían donde “compraron”,
pero estamos comprendiendo –a mí no me engañan–: con el
tiempo ya nos morimos los viejos, va a haber conflicto entre
muchachos. ¿Quién tiene la culpa? Nosotros, por andarnos
metiendo.
Ahí tenemos en Pilcaya, también está restituido, está
con apego, [pero] allá no hay esas constancias, no tienen
título, porque [en] Pilcaya habían vendido terrenos los vie-
jos de antes.

79
Cuatro testimonios de veteranos zapatistas

Fui sufridor de la revolución...


¿Que si yo fui zapatista?14 No señor, pa’qué te voy a engañar;
fui sufridor de la revolución, por eso me dijo aquí cuando
vino el señor gobernador Toxqui, preguntó también, dijeron
que fue otro de Chiautla, a ése le dieron dinero. Eso no lo
vide. Yo me doy cuenta de los que firmaron. Me dijo: “¿Usted
no fue revolucionario?” Le digo: “No señor, fui sufridor de la
revolución, me doy perfectamente cuenta”. Entonces dice mi
compañero Pedro: “Hubiera usted dicho que fue revoluciona-
rio”. “No –le digo– me van a pedir cuentas [si] estuve en los
combates, ¿y con qué voy a probar? Me verán que estoy min-
tiendo, dirán que soy chismoso. A mí no me interesa el dine-
ro, yo sé declarar la pura verdad”.
Ya declaré todo el asunto, no fui revolucionario, pa’qué
voy a decir que fui revolucionario; me doy cuenta, sí, por-
que anduve, pero no fui revolucionario, ¡sí señor!; porque
yo, probablemente, cuando estuvo el asunto aquí en Xochi-
milco, también vine, entonces cuando se conferenciaron Za-
pata con este... Villa, conferenciaron y todo..., hablaron y se
dieron un abrazo.

Ya nos vamos compañeros


a seguir nuestra misión.
Si Dios nos presta la vida,
peleamos pa’la nación;
las promesas de Madero
sólo fue una ilusión,
hoy me toca por el norte
y te toca por el sur,
prepara toda tu gente
para la revolución.

14
Para don Irineo Espinosa, ser zapatista o revolucionario significaba ha-
ber empuñado las armas al lado del general Emiliano Zapata. Para él ser
simpatizante de la revolución, en su carácter de “pacífico”, no le daba el
derecho de considerarse revolucionario o zapatista.

80
Don Estanislao Tapia Chávez
Tapia
(1901-1998)
Don Estanislao Tapia Chávez

Semblanza1
En los tiempos de la revolución de 1910, muchos niños cam-
pesinos se convirtieron en soldados. Estos niños que tempra-
no se hacían hombres no tenían muchas alternativas, pues no
había escuela para la gran mayoría de ellos, muchos trabaja-
ban desde los cinco o seis años, junto con sus padres en las
haciendas; no es de extrañar, pues, que contando apenas con
diez o doce años se fueran a la revolución siguiendo a algún
jefe local o a sus propios parientes revolucionarios. Nadie se
asombraba por esto, porque otra cosa que podía suceder es
que se los llevara la leva del gobierno a otras regiones del país.
Los veteranos zapatistas, que felizmente aún viven, fue-
ron en los años de la revolución niños soldados; don Esta-
nislao Tapia Chávez fue uno de esos niños revolucionarios.
Pero la singularidad del ejemplo de don Tanis radica en que
a sus 96 años sigue luchando al lado de las nuevas genera-
ciones por los ideales zapatistas.
Estanislao Tapia Chávez nació el 7 de mayo de 1901, en
el poblado de Huaxtla, municipio de Tlaquiltenango. Sus
abuelos procedían de Chiautla, Puebla, y habían emigrado

1
Don Estanislao Tapia Chávez falleció, a punto de cumplir 97 años de edad,
el 9 de marzo de 1998 en el ejido Cliserio Alanís del municipio de Jiutepec,
Morelos.

83
Cuatro testimonios de veteranos zapatistas

a Huautla, Morelos, para trabajar en las minas. Su padre,


Ruperto Tapia Ramírez, era leñador al servicio de la mina
de Tlalchichilpa; su madre era la campesina Arnulfa Chávez
Riquelme, quien debido a una enfermedad perdió la vista.
Cuenta don Estanislao que a la edad de diez años –todavía
en la fase maderista de la revolución en Morelos– se separó
del regazo materno para incorporarse a las filas del entonces
coronel Benigno Abúndez, que operaba bajo las órdenes del
general Próculo Capistrán, en la región sur del estado de Mo-
relos y en los límites de esta entidad con Guerrero y Puebla.
Don Estanislao militó con varios oficiales zapatistas, y
participó en importantes batallas contra el porfirismo, con-
tra Madero y contra Huerta y Carranza. Estuvo presente
en Ayoxustla, Puebla, cuando se firmó el Plan de Ayala, y en
Chinameca, cuando se consumó la traición de Guajardo
contra el general Zapata.
Después de la muerte del general Zapata, con su grado
de teniente coronel de caballería, permanecería en los cerros
combatiendo al carrancismo hasta que, en 1920, varios gene-
rales zapatistas llegan a un acuerdo con Obregón y llaman a
la reunificación revolucionaria.
Don Estanislao conoció a Rubén Jaramillo cuando éste
fue consejero en el ingenio de Zacatepec y participó en las
luchas cañeras que llevaron a Jaramillo a su primer levan-
tamiento armado en 1943.
En 1979 fue miembro de la dirección nacional del Movi-
miento Nacional “Plan de Ayala” (MNPA), dirigido por Mateo
Zapata, hijo menor del general Zapata. En ese mismo año fue
uno de los promotores de la lucha contra el traslado de los
restos del general Zapata de Cuautla a la ciudad de México.
Junto con otros veteranos zapatistas, como Félix Garduño,
Heriberto Salinas y Felipe Ramos, don Estanislao abando-
nó el MNPA, debido a que los hijos del general Zapata se
sometieron a los mandatos del gobierno y estuvieron de
acuerdo con el traslado de los restos del general a la capital
del país. “Duele el corazón –solía decir el viejo revoluciona-
rio– por la forma en que ese hombre (Mateo Zapata) deshon-
ra a su padre...” En 1981, varios de los veteranos que se
separaron del MNPA formaron la Federación Nacional “Plan

84
Don Estanislao Tapia Chávez

de Ayala”, de la cual don Estanislao fue nombrado secreta-


rio general.
En 1982, el Partido Socialista Unificado de México
(PSUM) lanzó la candidatura de don Estanislao Tapia a la
gubernatura del estado de Morelos, bajo el lema: “Ser zapa-
tista es ser socialista”.
Actualmente (1995), don Tanis –como cariñosamente
le llaman sus compañeros– es miembro activo de la Unión de
Pueblos de Morelos y de la Coordinadora Nacional “Plan
de Ayala” y, en los últimos años, ha encabezado la marcha
nacional campesina que cada año se realiza en la ciudad
de México, el 10 de abril, en homenaje al general Zapata, en el
aniversario de su asesinato.
En agosto de 1994, don Tanis viajó a la selva Lacandona,
y entregó a la presidencia de la Convención Nacional Demo-
crática (CND) una copia del Plan de Ayala ratificado con las
firmas de un grupo de supervivientes zapatistas, “para que lo
defiendan y lo mejoren si es necesario...” Después de esto,
don Estanislao y el exlugarteniente de Jaramillo, Félix Serdán,
se convirtieron en símbolos de la CND, durante y después de
sus trabajos en Aguascalientes, Chiapas.
Al regresar de la Convención, don Estanislao exclamó que
le había parecido “maravillosa” y al referirse al subcomandante
Marcos afirmó que le pareció “un hombre muy inteligente”.
La más reciente participación de don Estanislao fue en la
marcha nacional campesina y popular que se realizó en la ciu-
dad de México el 10 de abril de 1995, convocada por las prin-
cipales organizaciones campesinas nacionales independientes.
La militancia ejemplar de don Estanislao Tapia simboli-
za los ideales de libertad y justicia para el campesinado y el
pueblo de Morelos, de México y muchos países hermanos.

Cómo conocí al general Zapata2


Tuve el honor de tratar al general Emiliano Zapata, lleván-
dole, cuando era yo chamaco, la comida a un cerro que se

2
El presente testimonio se integró con base en varias entrevistas a don
Estanislao Tapia Chávez, la primera de ellas se realizó en la ciudad de
Cuernavaca, Morelos, el 4 de junio de 1991.

85
Cuatro testimonios de veteranos zapatistas

nombró El Jumilar, entre los límites del estado de Guerrero y


Puebla. Allí, yo le llevaba las tortillas y el agua para la gente
que estaba con él. El general bajaba a comer a la casa de una
tía mía que se llamaba Cesárea Chávez Riquelme, en el para-
je de El Reparo, municipio de Atenango del Río, Guerrero.
Aquí, en este lugar, estuvo como dos meses y medio; pero
después de allí se fue al estado de Puebla, al punto ese que se
nombra Ayoxustla, donde dictó el general Zapata el Plan
de Ayala, y que ahí mismo fue firmado.

El Plan de Ayala
Esto fue en el año 1911... Lo elaboraron dos... tres veces, no
quedando a gusto el general Zapata por algunas razones que
no le parecían. Él se reunió con un compañero y el finado
Otilio Montaño en un barranco, ya fueron a avalarlo y a po-
nerlo en un estado más especial. Ya que fue especializado, el
general Zapata le dijo al general Montaño: “Hazme el favor de
leer este su plan a los compañeros”. Ya leyó el Plan el general
Otilio Montaño y le pareció muy bien. “¿Qué les parece?” dijo,
contestaron que está muy bien. “Bueno –dijo–, si les parece
bien esto: el que no tenga miedo que pase a firmar”. Y ya
hicieron firmar el Plan.
Yo, ese plan que formuló el general Zapata, lo conozco por-
que fue acá, en Puebla; el que no conocí fue el de San Luis, con
el presidente Madero. Entonces yo doy razón de eso y digo que
no todos los coroneles y generales [zapatistas] están firmando
en el Plan de Ayala. Hay generales que están sin firmar el
Plan que se firmó en Ayoxustla porque no estuvieron ahí...,
no se por qué. Ahí lo firmó un tío mío que se llamaba Julio
Tapia; entonces no se ponía el apellido de la mamá, nomás el
puro apellido del hombre, no verá usted ahí en el Plan de
Ayala que tengan el segundo apellido, nomás el del papá.3

3
Cuando el general Zapata convocó a la reunión de Ayoxustla, Puebla, don
Estanislao Tapia ya se había dado de alta como soldado del Ejército Libertador
del Sur, bajo las órdenes del general Jesús Capistrán y del coronel Benigno
Abúndez. A don Estanislao le tocó participar en el sitio y toma de Jonacate-
pec y Cuautla en mayo de 1911. Relata que del cuartel de La Carbonera
(situado ya en el estado de Guerrero) partieron a caballo hacia Ayoxustla.

86
Don Estanislao Tapia Chávez

Cómo me incorporé al zapatismo


En el año de 1911, cuando tenía 10 años, fue mi primer sali-
da que me dio la revolución. Resulta que como me jui con el
coronel [maderista] Benigno Abúndez, que fue mi primo her-
mano, mi madre tenía la confianza de su sobrino de irme a
recoger y lo regañaba, porque yo era chamaco:
—¡Hombre, para qué consien-
tes a este chamaco!, ¿para qué lo
quieres?
—Bueno, tía —contestaba— qué
quiere usted que haga, yo tampoco
lo puedo correr.
—Bueno —le decía mi madre—,
me lo voy a llevar. Y entonces yo
tenía que volver a casa.
Yo fui el único hombre en la fa-
milia de mis padres y mi padre ya
estaba muy anciano, era yo el úni-
General Benigno Abúndez. co que desempeñaba para manda-
ditos en aquel entonces. Por eso me
iba a recoger mi madre. ¿Sabe por qué me iba yo?, por un
caballo, por un caballo que tenía muy bueno que me había
comprado mi padre, y cada vez me lo querían quitar los
zapatistas.
Resulta que había un coronel que se llamaba Aurelio
Téllez, y con ése andaba un primo segundo mío, Juan Vara
Tapia. Él pasaba por la casa y me decía: “Préstame tu caba-
llo, yo me lo llevaré; si se adelgaza, yo te lo vuelvo a pasar a
dejar y tienes el gusto de volverlo a montar; si se lo llevan
otros compañeros te lo dejan por allí, y se hace un año y no
lo ves. Conmigo tienes esperanzas de que va a volver a tus
manos, o sea, por temporadas...” Y yo le decía: “Mira parien-
te, déjamelo tan siquiera otros ocho días”. “Bueno –me de-
cía– te lo voy a dejar”. Pasaban de nuevo los ocho días o
quince días y volvía a insistir de nuevo, volvía a insistir: el
caballo. El caballo era bueno..., era bueno.
Ya volvió a pasar el pariente, y que me dice: “Hermano,
ya que te lo dejaron, me lo llevaré”. Tres veces sucedió eso
y la tercera vez que pasó me dijo: “Me das el caballo o te

87
Cuatro testimonios de veteranos zapatistas

vas conmigo...” Le digo: “’Mano, el caballo no te lo doy, me


voy a ir contigo”. Pero como ya digo, mi mamá me iba a
recoger aquí [o] al estado de Puebla, donde estábamos, don-
de estaba mi primo hermano. Entonces me dice: “Mira, que
no te vaya a buscar mi tía, entonces vamos a tomar otro
rumbo... Te voy a presentar con el general Pedro Saavedra,
acá en el Estado de México”. Yo dije: “Bueno, pues... ¡ándale,
pues!”
Y me presenté con el general Saavedra. Había con el
general hartos chamacos, así que nada dijo; donde quiera
había chamacos [para] los mandados, jugábamos y cuando
nos necesitaban nos buscaban; con los grandes no nos po-
díamos igualar. Colaborábamos en los ataques a las hacien-
das llevando bombas en morrales de cuero, llevábamos un
cigarro prendido y encendíamos la mecha y tirábamos donde
estaba el enemigo. Aventábamos dos o tres bombas y corría-
mos luego para donde estaba la salida, de a dos... En esa
época vinimos dos veces a la hacienda de Treinta. De esta
misma hacienda, años más tarde [1914], sacamos a Flavio
Maldonado, coronel huertista, que antes de que lo fusilaran
mató a su mujer y a su hija para que no se las llevaran los
zapatistas.
Entonces ya es lo que aconteció. El fin que tuvo ese ca-
ballo fue que me lo mataron en Texcoco, se me cayó en esta
pierna [la derecha], el balazo con que mataron a mi caballo
me pegó en el tobillo del pie izquierdo, y jue el único que
tuve; fue bala buena, porque si no, me desbarata el hueso.
Así ya seguí después..., nada que estuve yo yendo a la
revolución solamente por temporadas. Mi padre era hom-
bre que estaba muy anciano, ya era un hombre de edad,
mi padre duró 122 años sobre la Tierra. Claro que enton-
ces ya estaba el hombre agotado y yo el único hombre que
se desempeñaba allá en la familia, nada más que yo, y cada
temporada decía Zapata: “Viene el temporal, el que quie-
ra ir sembrando puede ir [y] llevarse la carabina o dejarla
encargada, o como quiera; tiene la plena libertad de ir a
sembrar a su casa”. Me beneficiaba eso porque yo tuve que
ir a ayudar a mi padre; cada temporada yo tuve que ir a
sembrar.

88
Don Estanislao Tapia Chávez

Zapata dijo: “Porque se va a acabar lo de la hacienda, se


va acabar lo que tiene la hacienda porque la vamos a maltra-
tar. Si nosotros cuidáramos lo que tiene la hacienda, nos al-
canzará para terminar la revolución, pero como no vamos a
cuidarla –dice–, va haber necesidad de que después coma-
mos de lo que trabaje el pueblo. Entonces, el que quiera sem-
brar puede ir, nosotros como quiera que sea vamos pasando,
aunque sea arrastrando la carabina”. Así, por eso, muchos
no me han de ver, no se han dado cuenta de mí, porque yo
temporalmente me iba a mi casa estando con Saavedra.

Por qué dejé al general Saavedra


Después que estuve con Saavedra me pasé con el general
Marcos Moreno, por el año 1914. Con ese general permanecí
un poco más; era de Guerrero, controlaba la zona en Guerre-
ro, casi no hubo combates. Me pasé porque no me pareció el
modo de entender del general Saavedra. Yo era escuincle, pero
yo siempre supe respetar a la gente y a las jóvenes. Pero el
señor éste era enamorado, tenía nueve mujeres, y una en
cada casa, como hombre que tenía mucho dinero, fue uno
de los primeros que avanzó y aprovechó lo de las haciendas,
era general de la revolución de 1910.
[Cuando] sus soldados le decían: me gusta la mucha-
cha fulana, [el decía:] bueno, si no quiere, te la traes. Y así,
eso no me gustó a mí, no me gustó que le había dado esa
libertad a sus soldados. Tam-
bién estuve con otro jefe, le de-
cían El Pantalones, se llamaba
Juvencio Rodríguez, andaba con
un coronel que se llamaba Fe-
derico Salgado. Ese Pantalones,
hombre muy valiente, se hizo
amigo conmigo, hombre bueno
éste. Después me incorporé con
uno que le decían El Coyote, se
llamaba Benjamín Rodríguez;
anduve aquí en Guerrero y en
el Estado de México, y después
estuve por allá por Iguala. General Pedro Saavedra.

89
Cuatro testimonios de veteranos zapatistas

El que me dio la firma [de hechos de armas], precisamen-


te, fue Marcos Moreno Salgado y un general que se llamó
Mariano Ramírez Cortés, y un coronel que se llamó Santos
Delgado Catalán, del estado de Morelos... Ahí que pues, en
ese sentido, pasé años en guerra intestina..., intestinos de la
revolución, yo nunca me rajé.4
Anduve con varios jefes, ése es el motivo de que no po-
dría decirle [que] permanecí tantos años con el general fula-
no o con el general mengano consecutivamente. Ya digo,
cada año venía a la casa de mis padres a trabajar, a poner la
mata de maíz. Mi padre ya estaba avanzado en edad, además
tenía la enfermedad..., parece que el frío, creo; anduvo va-
rios años con muleta. Mi padre tuvo herencia de mi abuelo,
porque mi abuelo tuvo mucho ganado en Huautla, pero se
acabó por la enfermedad...
¿Por qué varios hombres no saben mi nombre? Por-
que yo ya no me revolví ni andaba yo mucho tallando con
ellos. Yo fui orgulloso, el nombre mío no lo conocía mucha
gente, me conocían más por apodo, porque en la revolución
todos teníamos apodos; me pusieron de apodo El Buitre, casi
nomás me conocían por El Buitre. Por eso muchos hombres
tal vez no se dieron cuenta, si les pregunto que si conocieron
a Estanislao Tapia, si se acuerdan de mí, de ese nombre no se
acuerdan... mucha gente pues, no conocía mi nombre. El
coronel Amado Mendoza me conoció y el coronel Pablo Ariza
me conocía muy bien, era de Huautla, de los primeros que
murieron.

En apoyo a la división del Norte


A combates con el general Zapata (fuera de Morelos y Puebla)
solamente fui a Celaya; iba el general Saavedra y también el
general Marcos Moreno Salgado, porque cuando se hablaba
de un combate serio el general [Zapata] mandaba a traer a
todos los jefes, todos los generales; íbamos de ahí con el que

4
Después de la muerte del general Zapata, don Estanislao Tapia fue de los
zapatistas que no se rindieron y permanecieron por más de un año for-
mando guerrillas contra el gobierno, hasta que varios generales zapatistas
llamaron a la reunificación revolucionaria en 1920.

90
Don Estanislao Tapia Chávez

nos tocaba encabezando el grupo de cuatro mil hombres. Nos


aventaron en el tren para ir a Celaya; yo iba con el coronel
Juvencio Díaz e iban otros generales como Pioquinto Galis y
Genovevo de la O. En Celaya mataron a un primo hermano
mío que se llamaba Trinidad Tapia García, que tenía un ca-
ballo que lo montaba Félix Rivera.
Se cuenta que el general Francisco Villa tenía un gene-
ral que se llamó [Felipe] Ángeles, fue un gran artillero; ése
manejaba el cañón y donde lo ponía, ponía la mira y la bala.
Le dijo Ángeles [a Villa]: “Mi general: allí está Obregón –esta-
ba a media plaza, mucha gente que había allí–, ¿le descar-
gamos la metralla?” “No, nomás vamos a dejarles una señal
de que vinimos”, le dijo Francisco Villa: “Túmbale una mano”.
Pues fue tan bueno [Ángeles] que puso el cañonazo y nomás
le tumbó una mano... Allí la guerra duró una noche y un
día, pero no se tomó la plaza.5
Tuve el ascenso de teniente coronel de caballería, fir-
mado por el general Emiliano Zapata y Pedro Saavedra, como
a los 15 o 16 [años], porque como los combates fueron rápi-
dos, en menos de un año el general Zapata limpió todo el
huertismo aquí en Morelos. En el año 1915 [fue] la entrada
a Cuernavaca, que fue por el lado de El Polvorín, con el gene-
ral Ignacio Maya, por ahí por una calle colorada, un combate
muy fuerte.

De las intrigas a la traición de Chinameca


La última vez que tuve yo el honor de ver [al general Zapata]
fue cuando lo mataron; fue en Chinameca. No anduve yo con-
secutivamente con él, solamente por tiempos nos juntábamos

5
Este vago recuerdo de don Estanislao se refiere a la batalla de Trinidad,
cerca de León, Guanajuato, entre las tropas de Obregón y las de la Conven-
ción de Aguascalientes, encabezadas por el ejército de la división del Norte.
Los combates duraron desde finales de abril hasta principios de junio de
1915, con una derrota total de los villistas. Aquí fue donde el general Obre-
gón perdió un brazo. Don Estanislao recuerda que entre los generales que
envió Zapata para reforzar a la División del Norte en Celaya, figuraron Pedro
Saavedra, Marcos Moreno, Pioquinto Galis, Benjamín Rodríguez y el coronel
Federico Salgado. Afirma que también participaron en los combates de Cela-
ya tropas zapatistas del estado de Puebla de la división Mendoza.

91
Cuatro testimonios de veteranos zapatistas

cuando nos mandaban a traer. Con el que frecuentaba un


poco más fue con el general Benigno Abúndez, primo her-
mano mío. Entonces ese trayecto lo pasamos así hasta lle-
gar a la fatalidad del general Zapata, pues murió y fue aquí
en Chinameca; y yo, a mí me consta que yo lo vi cuando él
ya se dispuso para ir a hacer frente a Guajardo.
Se le daban muchos consejos al general Zapata, varios le
decían: “Mi general, tenga mucho cuidado, de este hombre
hay indicios de que lo va a traicionar...” “Quién sabe –decía–,
no saben ustedes, tienen miedo...” Lo endulzó primero, y para
probarle que se voltió con él con todo ánimo y decisión, entre-
gó primero 60 hombres que cargaba este general que se nom-
bró Victorino Bárcenas, el cual entendí que fue el Judas
Iscariote, porque primero fue zapatista y después carran-
cista y colorado, y ese individuo siendo zapatista se voltió
con el enemigo y fue de los colorados de Guerrero y volvió de
nuevo a reconocer al zapatismo y se pasó de nuevo con el
general Zapata. No sé qué cosa tendría el hombre... porque
el general Zapata no lo desconoció, después de ser compañe-
ro y después contrario, volvió entonces para hacer precisa-
mente el plan para entregar al general Emiliano Zapata.

General Jesús María Guajardo


Hubo de hecho una intriga en esta forma: Esos traidores,
como Victorino Bárcenas, se apoyaron con unos genera-
les compañeros de la revolución; esto provocó la muerte
de hombres como el general Otilio
Montaño, Domingo Arenas, Lorenzo
Vázquez y Jesús Salgado. A todos
estos hombres la intriga los asesi-
nó. Malos informes, y precisamen-
te los malos informes vinieron de
este Judas Iscariote, de ese Victo-
rino Bárcenas. Fue criollo de Tlapa,
Guerrero, tenía algunos jefes valien-
tes, entre ellos un coronel que se
apellidaba Góngora, ése era el que
le limpiaba la cara a Victorino Bár-
General Jesús María Guajardo. cenas. Él –Victorino Bárcenas– se

92
Don Estanislao Tapia Chávez

tenía por valiente, pero era valiente a lo tarugo: cuando se


trataba de un combate, [decía:] “A ver compañeros, ¿cómo
están las cosas?” “Bueno, muy bien... vamos a los hechos.”
Se aventaba el sombrero pa’trás, en un caballo moro que
tenía chaparroncito –era altote él, varejón–, casi cruzaba los
pies del caballito, era de mucha ley el caballito. “¡El que
quiera venir conmigo que se venga!” Se le pegaban cinco,
seis, siete hombres y no más los que iba a dejar. A poquito
veía uno, una hora y media, ¡ahí viene Victorino Bárcenas!...
Ahí viene, fue a llevarse a la bolita, ahí viene Victorino Bár-
cenas, se ve entre la polvadera, nomás viene a llevarse a la
bolita. Ahí viene con el sombrero pa’trás y dejó cuatro o
cinco...

Cómo murieron algunos generales


Buen planeador fue el general Amador Salazar, por eso lo
quiso bastante el general Emiliano Zapata. Fue su primo
hermano, él fue un hombre muy valiente y muy planista,
por eso mucho lo estimaba y lo traía donde quiera, ¿ver-
dad?; hombre muy valiente, lo mismo que Felipe Neri, [al
que] le decían El Sordo... ¡Fíjese!, que de por sí era valiente y
luego que era sordo. Luego estaba el combate, estábamos
formados: “Mi general... lo van a blanquear a usted. No, no
entre por ahí... –le decía la compañía, pero como no oía
nomás decía:– ¿Dónde están esos vales...?” A ése le dieron
un balazo en Yautepec, cuando sacaron ya los carrancistas,
y se vino a que lo curara el doctor José Parres, y no murió.
Al general Felipe Neri lo mataron en emboscada y lo mató
un capitán de Antonio Barona, apodado La Guacha, por una
mujer, una querida. Felipe Neri fue sepultado aquí en el
pueblo de Amatlán, municipio de Tepoztlán, ahí donde de-
cían que había una campana de oro. Es un pueblito que
está pegado a la sierra, ahí [fue] sepultado en la parroquia,
en el muro acondicionado. Lo mismo que el general [Cliserio]
Alanís, lo mataron en una emboscada en Atlacomulco, por
una querida, y a muchos hombres, así..., la misma gente de
nosotros los zapatistas; sí, le pusieron una emboscada y
todavía le tumbaron el caballo y tirado mató a dos. [Alanís]
fue criollo del pueblo de Jiutepec.

93
Cuatro testimonios de veteranos zapatistas

Así las cosas, entonces. Es cansada mi razón porque son


muchas, mucho tengo que decir.

Conocí a muchos generales...


Conocí muchos generales, conocí al general Pedro Saave-
dra, al general Genovevo de la O; a los generales Pablo Ca-
brera, Encarnación Díaz y Jesús Castillo, de Guerrero; al
general Benjamín Rodríguez, alias El Coyote... (era muy
enamorado); al capitán Juvencio Rodríguez, que andaba
con el coronel Federico Salgado y el general Lorenzo Váz-
quez; conocí al general Marcos Moreno Salgado, de Iguala
y a un coronel que se llamó Ju-
vencio Díaz; al general Francisco
Alarcón, de Jojutla, y a José Ro-
dríguez, alias El Ranchero; tam-
bién conocí al coronel Pascual
Barreto (de Tlaquiltenango) y a un
tal general Marcelino (de Joju-
tla) y varios generales más, como
son: Francisco Méndez, Otilio Mon-
taño, Francisco Panchito Pacheco,
Julián Gónzalez, Margarito Aguas;
el coronel Eliodoro, del estado de
Puebla; y de allí al general Sosa;
General Genovevo de la O.
también conocí a Marcelino Flo-
res, a Julio Gómez (de Copalillo), a Pablo Cruz, Santos Del-
gado y a Efrén Mancilla.
Del estado de Puebla era el general Francisco Mendoza;
ése tenía la línea de fuego ahí en Tepexco y también conocí
a Isaac Cruz, Próculo Capistrán, Lorenzo Vázquez, Domin-
go Arenas; y a los que trataron directamente al general Za-
pata, al doctor José Parres, que curaba los heridos del general
Emiliano Zapata, y al general Pablo Torres Burgos, que fue
asesinado cuando apenas comenzaba la revolución, en el
cerro de El Chiquihuite, entre Villa de Ayala y Temilpa. Otros
fueron Aurelio Salazar, Gabriel El Mañaca, Antonio Rangel,
del estado de Morelos... Había muchos generales..., los nom-
braba el general Emiliano Zapata. También conocí al gene-
ral Eufemio Zapata; a su sobrino, el general Mauricio Mejía; al

94
Don Estanislao Tapia Chávez

excarrancista Antonio Paniagua; al general Camilo Duarte,


de la Villa [de Ayala]; a Catarino Perdomo, ése sí fue valien-
te, no como Elpidio; al coronel Leandro Arcos, éste fue de los
primeros que se lanzaron a la revolución, estuvo preso y ya
nunca supe de él; a Bonifacio Gaspar, a éste lo mataron en
Jonacatepec; al general Margarito Aguas lo sacamos pero al
coronel Bonifacio Gaspar ya no: lo quemaron los del gobier-
no, ahí fue donde se revolvió la gente, y un zapatista mató a
puñaladas a un carrancista.
De los del norte, pues conocí al general Joaquín Amaro,
le decían El de la Arracada; y al general Francisco Villa lo
conocí en Xochimilco;
a otro general, pero ése
fue carrancista, ése lo
mataron en el cuartel
de Benigno Abúndez,
se llamaba Antonio Pa-
niagua, pero se volvió
con el general Zapata,
murió en el cuartel ge-
neral de Benigno Abún-
dez, en Las Carboneras.
Allí lo mató el asistente
de él, un hombre que le
decían El Diablo, se lla-
maba Camerino, y mató
a Antonio Paniagua que
fue contrario primero,
pero después se pasó
con el general Zapata y
ahí murió.

El excoronel Félix Garduño con don Estanislao.


¡Qué corazón
de hombre el del general Zapata...!
Pues de principio la gente estaba muy contenta y nos ayuda-
ba bastante, nos llevaba la comida; solamente ya al último,
al término de la revolución, que anduvimos escondiéndo-
nos..., pues ya comíamos muy poco tortillas, a los ocho días,

95
Cuatro testimonios de veteranos zapatistas

a los quince días. Pero en la época de la revolución le lleva-


ban al general Zapata los costales llenos, ésos de a cien
kilos, llenos de tortillas, pero cuando llegaban ya estaban
verdes las tortillas y así teníamos que comerlas, pues el
hambre es canalla pero más el que la aguanta, sí. Enton-
ces empezaba a repartir mi general, acababa de repartir y
hasta la última tortilla y él sin nada. El general Zapata
comía cuando algunos de los muchachos inteligentes car-
gaban sus morrales con carne, con queso, con lo que se
agenciaba por ahí (él al terminar de repartir se paseaba,
prendía un puro y se paseaba). “¡Mi general, quiero hablar
con usted!” decía. “Vale, ¿que traes algo, traes algo?” “Sí, mi
general, mire...” Allí comía. ¡Qué corazón de hombre del ge-
neral...! Muy amable con el pueblo, quiso mucho al pueblo.
Nuestra consigna era luchar y siempre luchar por que
el pueblo recibiera sus propiedades de la tierra y agua.
Ésa fue principalmente la del tratado que hizo con el Cha-
to Madero, cuando le llamó la atención que dijo que que-
ría ser presidente de la república. El general Zapata dijo:
“Bueno, yo lo ayudo para que sea presidente de la repú-
blica y sacar a Porfirio Díaz, siempre y cuando se cumpla
esto: le voy a pedir que tiene que regresar la tierra de
Morelos y de todos los hogares de Guerrero y Puebla a
sus legítimos dueños, porque los dueños de la tierra so-
mos los del pueblo. Siempre que usted cumpla eso lo ayu-
do”. Pa’ pronto le aceptó el Chato Madero; con el propósito
de llegar a presidente de la república, lo aceptó. Pero como
también él había sido hacendado, también tuvo que ha-
ber aplicado algo después, se le amotinaron los suyos,
¿verdad?, españoles y secuaces digamos, ¿no?, reclamán-
dole que por qué había hecho ese compromiso... Pero como
ya estaba con una mano en la presidencia, pues él se rajó,
ahí se desdijo, ya entonces aceptó que ya iba a echar ese
punto de que las tierras ya no fuesen regresadas a sus
legítimos dueños.
El [general] siempre nos hablaba antes de entrar en
combate, nos recordaba los ideales por los que combatía-
mos, por los pueblos, por la tierra, el agua, la justicia y la
liberación...

96
Don Estanislao Tapia Chávez

97
Cuatro testimonios de veteranos zapatistas

98
Don Estanislao Tapia Chávez

Dos corridos para el general Zapata


Don Estanislao Tapia también fue trovador y corridista. Aquí
reproducimos dos corridos que todavía conserva grabados
en su lúcida memoria y que aún los canta.

Corrido al general Zapata


(Compuesto por Jesús Zardaneta)6

Voy a cantar un corrido


que vale más que la plata,
los versos son dedicados
a mi general Zapata.

Zapata tomó las armas


en el feliz mes de enero,
para ayudar a la causa
de don Francisco I. Madero.

Zapata estuvo ayudando


a Madero en sus afanes,
para que bien con despacio
rectificara sus planes.

Pero Zapata mirando


que el tiempo ya se pasaba
y que bienes y promesas
de eso ya nunca se hablaba.

Ya perdida la esperanza,
al águila batió su ala,
Zapata tomó las armas
y proclamó el Plan de Ayala;
y dijo: si Madero olvidó el Plan
que enarboló en su bandera

6
Jesús Zardaneta Palacios fue originario de Huautla, municipio de Tlaquil-
tenango, Morelos. Compuso varios corridos y don Estanislao afirma haber-
lo conocido en 1913.

99
Cuatro testimonios de veteranos zapatistas

yo sí cumpliré el de Ayala
aunque perezca en la guerra.

Eso dijo este valiente


y su estandarte tomó
y con valor y fervor
en Morelos combatió.

El grandioso Plan de Ayala


nos lo cumplirá Zapata
con sus triunfos de Morelos,
de Guerrero y Cuernavaca.

Él tuvo varios combates,


como soldado valiente,
animaba con su ejemplo
a los jefes y a su gente.

Como Juan Francisco Méndez,


lo mismo que Salazar
y don Panchito Pacheco
juntos iban a pelear.

Genovevo de la O,
cuyo nombre no es extraño,
Fortino Ayaquica es otro
valiente como Montaño.

Milpa Alta, Jojutla y Chalco,


Jantetelco y Atencingo,
Juchitepec, Tres Marías,
Topilejo y Tepalcingo.

Estos puntos recorrieron


combatiendo sin igual,
hasta llegar triunfantes
a la hermosa capital.

100
Don Estanislao Tapia Chávez

En los tres puntos del sur


hoy lo quieren con lealtad.
porque nos da la justicia,
paz, progreso y libertad.

Muchos decían que Zapata


nos atraería graves males,
que entrando en la capital
se verían barbaridades,
pero todo fue mentira,
nadie lo puede negar,
porque entraron muy correctos
soldados en general,
dieron garantías al pueblo
para mostrar su lealtad,
dando así fama y honor
a su digno general.

Viva el general Zapata,


viva su fe y su opinión,
porque se dispuso morir por su patria,
como hijo de la nación.

Los corridistas, grabado en linóleo, Aranda.

101
Cuatro testimonios de veteranos zapatistas

Corrido de la muerte del general Zapata


Isaías Alanís 7

Nobles conciudadanos, honrados compatriotas


valle y tengan a bien me presten su atención.
Hoy vamos recordando a los grandes patriotas
que en gran descanso estén de Dios y la mansión.

El pueblo Plan de Ayala fue el teatro de esta escena


el año incomprensible: 1910
quince nos persiguieron, las armas mexicanas
batiendo castellanos de confín en confín.
Honor estima y gloria al héroe de Morelos.
Emiliano Zapata, nuestro libertador,
con letras de oro escrito su nombre esté en la historia,
porque del campesino, él fue el defensor.

También hubo otros hombres que exhalaron su vida


en aras de la causa de tierra y libertad,
el polvo del olvido ha borrado sus nombres
así les ha pagado la ingrata humanidad.

Zapata fue el apóstol, lo quiso así el destino


porque tomó el camino de espinas y dolor,
quiso poner en alto la idea del agrarismo
con una fe inviolable y dómnico valor.

También hubo otros hombres, entre otros generales


como Camilo Duarte y Cliserio Alanís,
hombres dignos de gloria que por la causa agraria
derramaron su sangre y dieron su porvenir.

El Cerro del Jilguero mil veces vio a Zapata


con espuelas de plata montar vio su alazán
y con su treinta treinta, igual que sus muchachos
gallardo caminaba para Tlatilzapán.

7
Hermano del general Cliserio Alanís, de Jiutepec.

102
Don Estanislao Tapia Chávez

Más tarde Chinameca vio caer a su caudillo


acribillado a tiros, con ventaja y traición.
Carranza fue el cerebro, Guajardo fue el verdugo
para llevar a cabo tan vil ejecución.

Por fin triunfó la causa, la hacienda es el ejido


ya los verdes maizales se miran con primor;
los signos de aquel tiempo de Marcianito Silva
un poeta zapatista y dómnico cantor.

En paz descansen todos los hombres que murieron


y altivos perecieron en la revolución
y de aquí en adelante tenderemos con orgullo
un templo en cada pecho y en cada corazón.

103
Cuatro testimonios de veteranos zapatistas,
se terminó de imprimir en marzo de 2000 en

También podría gustarte