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MASK FEELINGS

By Sefiro

“¿Qué hiciste con los talentos que tu maestro te confió? Los enterraste en el
fondo de una cueva porque tenías miedo de perderlos. Entonces esta es tu
herencia: la certeza de que has desperdiciado tu vida... la felicidad es
bendición, pero por lo ya aprendido, es mejor decir que es una conquista.”

El grito de Ossien se oyó por todo el lugar. La noche se estremeció, los


presentes permanecieron impasibles ante el sonido que rompió en mil pedazos el
silencio sepulcral que hasta entonces había existido. Thrym solo sostuvo la
cabeza, miró por última vez... y se fue.

Cuando dio inicio esta historia, Thrym quería recordar lo que era en otros
tiempos. Cuando Ossien le dio fin, pudo decir lo que debió haber dicho aquella
tarde de verano donde Thrym fue al mar Enita para buscar la llave de su vida. Eso
es lo que recordaba Thrym mientras se alejaba pasando por los obscuros
corredores solo iluminados por antorchas. No le importaba que las ratas pasaran
tan cerca de sus pies o que su vestido estuviera chamuscado. Y se preguntaba si
ese había sido el fin del inicio mientras se perdía en las sombras. Algo tenía que
hacer... y sabía que lo haría... era sólo una cuestión de tiempo.

Thrym, a pesar de todo, no era más que una niña aún. Cuando era
pequeña, al quedarse al cuidado de su prima Irastra cuando su hermano murió, la
única obligación que le impusieron era ir todos los días a llenar el cántaro de agua
junto al río. Siendo así, ella podía hacer de su tiempo lo que quisiera. Y Thrym, sin
amigos, sin hermano, y al cuidado de una prima mucho mayor de lo que ella era,
comprendió que jugar a las muñecas no le era permitido a su intelecto. La
pequeña solía quedarse todas las tardes en el jardín o bien, cuando estaba muy
aburrida, iba de paseo a la orilla del Mar Enita o esperaba a que la noche cayera y
las estrellas brillaran para situarse en su árbol preferido, un sauce llorón que
crecía junto al campanario del Castillo de Irazu, que era ocupado desde tiempos
ancestrales por las sacerdotisas de la orden de Seshjat que por milenios habían
protegido al castillo con su magia y que tenían tanta sabiduría y poder, que los
grandes reyes, adivinos, sultanes, príncipes y herederos de los alrededores,
siempre recurrían a ellas para aliviar sus problemas cualesquiera que estos
fueran.

Cierto día, mientras Thrym observaba como siempre el negro crepúsculo,


vió como una sacerdotisa estaba siendo cruelmente golpeada en las rejas del
castillo por otra sacerdotisa cuyo rostro estaba completamente cubierto por una
máscara roja. Aterrada, Thrym sin saber que hacer, empezó a gritar atrayendo la
atención de las dos sacerdotisas. Al ver a la pequeña niña de nueve años gritar de
desconsuelo al ser testigo de semejante castigo, la dejaron pasar al jardín del
castillo. Thrym, al escuchar semejante invitación, dudó en entrar, pero pronto se
convenció cuando espantada, comprobó que la sacerdotisa que estaba siendo
golpeada, no tenía en su cuerpo una sola huella de los crueles golpes recibidos.
Inocentemente, pregunto a que se debía que no sangrara, a lo que la sacerdotisa
de la máscara roja le contestó que el único don del que carecían era el de poder
sentir amor por algo o por alguien. Que cuando se infringían a ellas mismas esos
terribles golpes, era porque esperaban sentir al menos odio, sensación máxima
del subconsciente que puede despertar después de padecerlo, la sombra de lo
que los humanos vulgares, sin conocimiento alguno de la orden Seshjat, llamaban
amor. Thrym, con la carita llorosa, pensó para sí misma, que eso era una terrible
tortura y una pérdida de tiempo. ¿Cómo una persona, aunque fuera sacerdotisa y
conociera todo lo que existía en el mundo, no podía tener derecho a enamorarse o
sentir algo bueno por alguien? Mas después de tranquilizarse, ambas
sacerdotisas, Goldmoon y Kitiara, la tomaron de la mano y encantadas por su
ingenuidad, le mostraron los interiores del castillo.

Nunca nadie había entrado al castillo. Jamás nadie pudo jactarse de


semejante proeza. Pero Thrym lo hizo. De la mano de Goldmoon, conoció los
jardines, los claustros con rejas que parecían impedir que la luz del sol llegara a
ellas, la colección de máscaras y la enorme biblioteca donde guardaban el
conocimiento de siglos. Thrym nunca pensó que pudiera existir semejante belleza
y originalidad en el arte de ser sacerdotisa. Y luego de haber admirado como se
llevaban a cabo los ritos de iniciación, Kitiara la llevó a un inmenso mirador donde
se podían ver las constelaciones noche y día y donde la luna, unida al Mar Enita,
era la que aprobaba a las nuevas sacerdotisas cuando acudían a el a buscar la
llave de su vida que las convertiría para siempre en una mujer de conocimiento,
virgen, mística e inteligente... pero careciente de total sensación de amar.

Fue así que la pequeña Thrym se hizo amiga de Goldmoon y Kitiara, y


regresó a casa con su prima después de prometerles a ambas sacerdotisas que
regresaría todos los días a visitarlas. Cuando Thrym le contó eso a Irastra, esta
sospechó que bien ese encuentro de Thrym con el castillo de Irazu no podía ser
accidental. Y supo que esa pequeña, algún día regresaría a ese castillo, pero para
no volver a salir nunca más.

Y después de que empezarán a pasar las estaciones, y de que todos los


días, Thrym recogiera agua en su cántaro, ella solía ir todas las tardes al
campanario. Era libre de entrar a donde quisiera en el castillo, de ver las
ceremonias, e incluso de poder leer libros de la biblioteca. Goldmoon la protegía,
le explicaba lo que Thrym preguntara, mientras Kitiara comenzó a instruirla en el
arte de la lectura. Así, Thrym empezó a crecer, a hacer amigas dentro del castillo y
a cultivar su intelecto de una manera tan exquisita, que todo el pueblo no hacía
más que comentar la predilección que las sacerdotisas comenzaban a prodigarle a
la huerfanita.

Pero como los segundos pasan, el tiempo también pasó sin pedir permiso
hasta transformar a Thrym en una adolescente de 19 años. Y una tarde, después
de regresar de su habitual obligación, se sorprendió al ver a Kitiara en su casa,
hablando con Irastra. La unica razón, era que Kitiara le llevaba a su prima, el
pergamino que solicitaba a Thrym como una sacerdotisa de Seshjat. Thrym habia
sido elegida por los dioses y las constelaciones para ser parte de la nueva
generación de sacerdotisas. E Irastra, conociendo a Thrym y su talento y
queriéndola como la quería, pregunto a Thrym si estaba dispuesta a aceptar el
pergamino de Kitiara. Thrym acepto y Kitiara le advirtió que la recogería al día
siguiente pero que para entrar al castillo, no como una visitante, sino como una
novicia de Seshjat, el unico requisito era que tenía que llevar una daga. Thrym e
Irastra se sorprendieron con el pedido pero ambas acordaron con Kitiara tenerla
lista para la madrugada siguiente. Fue así que Irastra, en una sola noche, a la luz
de un farol amarillo al lado del río donde siempre recogiera Thrym el agua, le forjó
una daga completamente retorcida en su hoja con la empuñadura de plata y el filo
de las espinas de las rosas. Cuando Irastra hubo terminado, la hora de partir para
Thrym había llegado y ya no había marcha atrás.

Fue así, que esa madrugada, Irastra vió partir a su prima al lado de Kitiara
con la daga que le acabara de hacer. Irastra siendo más que madura, pensó que si
su prima tenía acceso a la magia negra de Seshjat, todos los conocimientos
podrían beneficiar a sus futuros descendientes además de que adorando a su
pequeña prima, sabía que no habría otra cosa que pudiera hacerla más feliz que
seguir cultivando ese intelecto que tanta atención les había llamado a las
sacerdotisas de Seshjat para elegir a Thrym como una de las suyas. Pero
también, a Irastra le preocupaba que Thrym fuera tan cruel consigo misma puesto
que nunca salía de su propio mundo. A su edad, la mayoría de las muchachas ya
eran madres, tenían hijos y habían conocido el amor. Pero Thrym no, parecía no
interesarle en lo absoluto nada que no fuera relativo a sus libros que tanto
cuidaba. Así que Irastra pensó que quizá dentro del claustro, Thrym pudiera
florecer otras cosas, si bien le hubiera encantado que pudiera desarrollar su
capacidad de amar a alguien. Nunca sospechó de que eso pudiera ser imposible,
pero Thrym ya sabía que su destino sería ser como Kitiara y Goldmoon. Una
eminencia que no conocía sentimientos vulgares.
Así pues, bajo la lluvia de esa mañana de Otoño, Thrym, con la bendición
de Irastra y con el pergamino bajo la manga del convento de las sacerdotisas, se
enfiló al castillo de Irazu junto con Kitiara sabiendo que muy probablemente no
volvería a ver jamás a su prima. Irastra lloró al ver a Thrym alejarse pero se
convenció a sí misma de que esa era la mejor elección que pudiera haber hecho
por su prima. Así que Thrym, caminando por la vereda empolvada, pronto se
embelesó admirando rincones que creyó conocer pero que ahora cobraban mayor
belleza y vio de lejos el mar Enita, ese mar que era de un azul tan turquesa que
parecía una joya líquida en vez de agua. Se juró a sí misma que algún día, delante
de ese mar, iría a recoger la llave de su vida, la última prueba para las
sacerdotisas de Seshjat para ordenarse. Pero mientras pensaba en todo lo que
aprendería y admiraba el mar que tenía delante, no se dio cuenta de un muchacho
que la veía desde lo lejos con unos ojos tan verdes que parecían provenir del
mismo océano. A final de cuentas, a Thrym podía pasarle encima un ángel y ella
no se hubiera dado cuenta. Pero con todo y su propio mundo que se negaba a
abandonar, Thrym llegó al castillo, donde montones de pavorreales se paseaban
en el pasto y en los prados rodeados de manzanos, naranjos y limoneros. Mas sin
embargo, Kitiara si pudo notar al muchacho de ojos verdes y en cuanto Thrym fue
llevada a su claustro, mandó llamar a Goldmoon y ambas le advirtieron que ahora
que sería novicia de Seshjat, entre su múltiples obligaciones se encontraban el
hecho de tener que leer un libro cada tres días, asistir todos los días a los ritos,
usar máscara cada vez que saliera a los jardines y no permitir que absolutamente
nadie le viera el rostro. Thrym extrañada pregunto por que y Goldmoon le explico
que dentro del castillo, cada sacerdotisa de las 21 que ahora había, tenía tres
criados para servirlas. Pero que ninguno de ellos, por más viejo o joven que este
fuera, les era permitido verlas a la cara. Si ellas les solicitaban algo, el sirviente
solo era permitido de verles los pies y nada más. Thrym se sorprendió, pero para
ese entonces, confiaba y había aprendido tanto de sus amigas, que no preguntó
más. Aparte, ella se había apasionado tanto con la lectura, con la ilusión de poder
manejar todo el conocimiento que dentro del claustro aprendería y la sola idea de
poder dominar la magia blanca y la negra, hizo que Thrym no temiera en absoluto
de las restricciones a las que se vería sometida.

Dos días después, Thrym solo usaba túnicas rojas. Y leía libros con la
misma adicción que Kitiara le inculcara siempre. Asistía todos los días a los ritos
sagrados, como el de la crueldad, el de la muerte, el de la intuición y el de las
sombras. El de la crueldad consistía en cortarse la yema del dedo pulgar y hundir
en la cortada la uña larga del dedo índice cada vez que sintiera emoción alguna.
Así pronto, enseñaban a las novicias a carecer de dolor y fortificar su espíritu ante
la sangre. El de la muerte era el que menos le agradaba a Thrym puesto que tenía
que pretender que había muerto, que estaba en sus funerales y que los gusanos
invadían su cuerpo inerte hasta comérsela desde las entrañas sin poder moverse.
Con ello, le perdían el temor a la muerte y ese solo pensamiento las hacía cada
vez más inmortales. El de la intuición era hasta cierto punto divertido puesto que
dentro de un charco de agua, estando descalza, podía hacer las figuras que
quisiera y ver las ondas que el agua producía ya que con esto, las sacerdotisas
aprendían a ver las diferentes maneras de sentir o experimentar una sensación
que las llevara a conocer otra y otra. Y el de las sombras, solo lo hacían de noche
en el campanario. Tenían que pasar horas y horas viendo las sombras intentando
saber cual pertenecía a cual para así poder encontrar soluciones a los problemas
verdaderos de la vida que para ellas eran solo sombras intangibles que
aterrorizaban a quienes no podían ver su procedencia.

Al tercer día, Thrym se dio cuenta que era verdad lo que decían Goldmoon
y Kitiara, no podía nadie verla. Solo tenía dos criados puesto que pronto
contratarían al tercero que estaría a su servicio. Ni siquiera conocía el nombre de
los dos muchachos que la servían. Pero cierto día, oyendo a Kitiara, supo que el
nombre de un muchachito de 14 años que era el que todos los días le llevaba su
desayuno era Hummingbird. Era delgado, menudo y de tez negra. Pensó que le
agradaría hablar con el muchachito, pero éste se sonrojaba tanto cuando iba a
dejarle el desayuno, que pensó que quizá debería dejarlo así. Además, ella estaba
acostumbrada a hablar mientras la veían, cosa que Hummingbird tenía prohibida.
Su otro sirviente, por el contrario, era mucho más grande que ella, tenía 28 años y
era tan pálido como la luz de la luna. Completamente blanco, incluyendo su pelo,
el albino siempre acudía con ella después de los ritos. El era el encargado de
vestirla con sus túnicas rojas y de proporcionarle máscaras en caso de que Thrym
tuviera que salir al jardín. Nunca hablaba puesto que era mudo, pero Goldmoon le
confesó que su nombre era Paris. Y fue así que los días continuaron pasando
hasta convertirse en meses. Sus conocimientos ciertamente habían aumentado
considerablemente al punto en que Thrym podía cortarse una vena y producir
exactamente ni una sola gota de sangre. A ese punto ya habían llegado sus
poderes.

Sin embargo, a pesar de ser muy feliz ahí, Thrym aún solía treparse a
escondidas en el sauce llorón por las noches sin que la vieran para evitar usar la
máscara que siempre debía llevar. Eso era lo único que no entendía de la orden.
¿Para que ocultar el rostro? Pero siempre Goldmoon le contestaba que era parte
del precio que tenían que pagar por obtener tales conocimientos. Sin embargo,
Thrym comenzó poco a poco a establecer conversación con Hummingbird aunque
el muchachito solo tuviera que contestarle viendo hacia sus pies. Pero al menos,
el pequeño la divertía con sus historias en el río y con los demás criados del
castillo. En lo que se refería a Paris, no podía hacer mucho. Paris al ser mudo, no
podía hablar con ella, pero se dio cuenta de la predilección del albino por ella
cuando encontraba deliciosos chocolates y bizcochos por las noches sobre su
almohada.

Una noche, cuando el castillo se quedó sin una sola vela disponible para
encender puesto que todas estaban mojadas, Thrym salió de su claustro mientras
Paris buscaba la manera de poderle producir luz y que así pudiera escribir su
poción del día siguiente. Mientras caminaba por los solitarios corredores, pudo
darse cuenta que nunca había visitado el ala oeste. Fue así que encaminándose
hacia allá, descubrió que esa ala era para juicios, ejecuciones y torturas de todos
aquellos que atentaran contra la orden de Seshjat. Extrañas sillas con grabados
de serpientes en los mangos y una máscara gigantesca, idéntica a la que siempre
usara Kitiara cuando le infringía golpes a Goldmoon para conseguir evocar odio y
por consiguiente amor. Thrym se sorprendió enormemente de que la máscara no
tuviera reacción alguna. Ni sonreía, ni estaba triste, tenía un aspecto inmutable.
Continuó adentrándose a los calabozos y fue que descubrió una enorme pared de
donde colgaban todas las máscaras que utilizaban las sacerdotisas cuando salían
al jardín. Todas tenían el mismo aspecto inmutable de la máscara gigante y más
curiosamente aún, se dio cuenta que la pared tenía un extraño mecanismo en la
parte izquierda superior. Lo activo siguiendo el ejercicio de la intuición, y la pared
se volvió para darse cuenta que de ahí colgaban 21 dagas exactas, el mismo
número de sacerdotisas que había dentro del castillo, y pudo reconocer en una
esquina la suya. Aquella daga que Irastra le forjara en tan solo una noche. Seguía
intacta, con la misma forma retorcida como de rayo en su hoja. Intentó agarrarla
pero se dio cuenta que estaban pegadas a la pared por una cadena con candado.
Aparentemente, se necesitaba de una llave para poder liberar la daga. Pero
cuando intentó por medio de algún maleficio sacarla, Goldmoon apareció por
detrás de ella con una antorcha. Thrym estuvo a punto de desmayarse del espanto
pero Goldmoon, haciendo caso omiso de su presencia, volvió a sellar la pared a
su manera original quedando de frente otra vez las máscaras que cubrían la pared
de dagas. Y fue sin necesidad de que Thrym preguntara que Goldmoon inició un
extraño relato. Las máscaras que siempre utilizaban, tenían ese aspecto inmutable
debido a que ninguna sacerdotisa desde la legendaria Seshjat que le dio origen,
había sentido alguna emoción que pudiera cambiar las máscaras. La leyenda del
castillo, solía decir que el día que la máscara gigante del salón de torturas y
juicios, sonriera o llorara, cambiaría completamente a la orden para siempre
permitiéndoles poder sentir a pesar de todos los ejercicios que se veían obligadas
a aprender. Cosa casi imposible, puesto que al dejar atrás todo, su familia, su vida,
el mundo exterior, el derecho a ser vista del rostro por quien fuera y comenzar a
alimentar todo su conocimiento con ejercicios tan crueles, era imposible poder
abrirse al mundo para sentir aun y cuando ya lo desearan. Y fue que Thrym
comprendió porque había sido elegida para sacerdotisa. Su prima Irastra siempre
se lo decía todo el tiempo. “Thrym, porque eres tan cruel? Por qué te encierras en
tu propio mundo?”... Thrym solo oyó la monótona voz de Goldmoon continuando
su relato hasta que Hummingbird llego a su lado con una antorcha diciéndole que
al fin, Paris había conseguido iluminación para su claustro.

Al día siguiente, Thrym se sorprendió de que Kitiara no presidiera el rito de


la muerte, pero Hummingbird se encargo de decirle que Kitiara se encontraba
dándole instrucciones al que sería su tercer sirviente que vendría a completar su
servicio. Thrym se extrañó pero recordó que era forzoso que 3 personas la
sirvieran. Hasta ese momento, solo conocía a Hummingbird y a Paris y se
pregunto como seria su nuevo sirviente... pero recordó que quizá nunca pudiera
verle bien el rostro debido a que tendría prohibido verla a la cara. Hummingbird se
encargo también de contarle, que el muchacho al que habían contratado, tenia los
ojos verdes más bonitos que jamás viera.

Pero la noche llegó y Paris no fue el que le llevó la cena. Solo pudo ver la
silueta de un muchacho muy esbelto, con la piel casi dorada y el pelo rubio. El
muchacho no habló, y Thrym se preguntaba si realmente tendría los ojos tan
verdes como se los había descrito Hummingbird. Deseó por un momento que ese
hombre desafiara las leyes y volteara a verla a la cara. Pero no sucedió eso. Sin
embargo, el muchacho, no se despidió ni le deseo buenas noches, si no, que tomó
sus pies, y le quito las sandalias para luego irse sin ni siquiera presentarse. Thrym
quedó completamente fascinada por tan extraño comportamiento pero este se le
fue del pensamiento cuando Paris llegó con su chocolate favorito de cerezas.

A la semana siguiente, Thrym seguía preguntándose porque su tercer


sirviente actuaba tan extraño. Así que molesta, le exigió que al menos le dirigiera
alguna palabra cuando hablara con ella aunque no pudiera verla al rostro. El
muchacho pronto empezó a contestarle “lo que tú digas” pero seguía tan extraño y
distante como de costumbre. Entonces, cuando ya no pudo más con la curiosidad
que la devoraba y que no le permitía esforzarse y concentrarse en sus libros,
pociones y ritos como antes, mandó a Hummingbird a que investigara el nombre
de su tercer sirviente a lo cual, el negrito simplemente respondió: Ossien.

El día en que Thrym por fin lograría ir al Mar Enita para dejar de ser novicia
y convertirse en sacerdotisa, Kitiara la llamó. Le explicó que tendría que ir al Mar
Enita a buscar la llave de su vida. Debía encontrar, en medio del cántaro que solía
usar de niña para recoger el agua una llave pequeña. Debía buscar en toda la
orilla hasta encontrarla antes de que se ocultara el Sol. Thrym le pregunto que
para que le serviría esa llave y porque decían que era la de su vida a lo que Kitiara
le recordó aquella daga que llevó consigo el día que había entrado para siempre al
castillo de Irazu. Le explicó que al convertirse en sacerdotisa, aprender tantos
conjuros, pociones, libros, conocimiento y encantos, también había alcanzado el
grado de inmortalidad perfecta, que consistía en que ella nunca moriría a menos
de que atentara contra su vida. Pero que su vida estaba ligada a esa daga con la
que había ingresado. Si a esa daga, le ocurría algo, ella moriría inevitablemente.
Pero si ella atentaba contra su vida y moría, también la daga se destruiría junto
con ella. Pero mientras ella estuviera viviendo, la daga jamás sufriría daño alguno,
sería imposible de destruir por nada o por nadie. Era por eso que ocultaban las
dagas en el ala oeste para que no les ocurriera nada y las mantenían bajo llave.
Por eso debía buscar la llave de su vida, porque al ser sacerdotisa, su vida ya
sería su última decisión y si algún día decidía perecer, tendría que usar la llave
para sacar su daga y destruirse junto con ella. Thrym parpadeó confusa. ¿Qué
caso tenía que una sacerdotisa ligara su vida a una daga? Era tonto, era
absurdo... pero Kitiara le contestó que todo tenía una razón de ser... Que algún día
comprendería la utilidad de ligar su vida a una daga. Thrym no lo vio así, pero se
encaminó al Mar Enita con Paris detrás de ella.

Cuando llegó al Mar, Paris se encontraba sumamente nervioso debido a la


terquedad de Thrym de quitarse la máscara. Paris sabía que si Kitiara se daba
cuenta, les iría muy mal a ambos. Pero Thrym sonrió y Paris también comprendió
que al menos, de su parte, no iban a saber nada, además, era mudo... y por
Thrym, seguiría siéndolo. Así que mientras Paris se sentaba bajo una palmera,
Thrym se dio a la ardua tarea de buscar en las orillas el cántaro que tantas veces
llevó sobre su cabeza. Perdió una hora... dos... tres... y no había ningún rastro.
Intentó el ejercicio de la intuición pero parecía estar bloqueada. El de las sombras,
era imposible puesto que el Sol no le era de mucha ayuda. Así que caminó y
caminó hasta alejarse de la vista de Paris. Y fue que al lado de una roca, encontró
a un muchacho de piel dorada, rubio y de ojos verdes iguales a los de la tonalidad
del mar. Inevitablemente, se acercó a el y fue ahí donde el muchacho volvió la
cara y encontró sus ojos con los de Thrym por primera vez sonriendo. Thrym bajo
inmediatamente la mirada. Eso era inconcebible, todos sabían la regla de nunca
ver a una sacerdotisa a la cara. Pero el muchacho le levanto el rostro y lo vio por
largos minutos sin decir nada hasta que Thrym, al intentar hablar, fue cuando
recibió la respuesta de la pregunta que iba a hacer. Ossien. Su nombre era
Ossien. Estaba delante de su tercer sirviente. El había roto la regla. Por quizá
tercera vez en su vida, Thrym no sabia que hacer. Primero maldijo a Ossien, luego
se disculpó, luego le arrebató el cántaro, después se volvió a disculpar... pero fue
ahí cuando Ossien le confesó que el sabía que Thrym debía buscar su cántaro y le
confeso que había salido desde la madrugada a buscárselo para que ella no
tuviera problemas extra. Thrym sonrió apenada y le agradeció el gesto. Pero
Ossien solo la veía de una manera que Thrym no podía definir. Cuando esta se iba
a retirar, Ossien le gritó y le pidió que se detuviera. Thrym volvió en sus pasos y
antes de que nada pasara, Ossien le dijo que porque era tan cruel consigo misma
y se encerraba en su mundo. Thrym le recordó que eso no era cierto, que dentro
del Castillo estaba abierta a todo conocimiento que se le pusiera enfrente, a lo que
Ossien le reclamó el no saber oír entre palabras. La sacerdotisa, ya molesta, le
pregunto que era lo que no podía oír. Y Ossien le contesto con unos ojos traviesos
y mueca perfecta que cada vez que el le decía “lo que tu digas” en verdad, le
había estado diciendo “te amo”. Finalizada la confesión, Ossien huyó de la playa
dejando a Thrym con el cántaro entre las manos, confundida como nunca lo había
estado en su vida.
Paris llegó en ese momento y Thrym le dijo lo que había ocurrido. El albino
solo atinó a sonreír pero la joven le confesó que debió haberle dicho a Ossien que
desde hace mucho tiempo, ella también había estado sintiendo algo por el, aun sin
haberle visto la cara hasta ese día. Paris simplemente se encogió de hombros, le
coloco de nuevo la mascara a Thrym y ambos regresaron al castillo.

Cinco días pasaron y Thrym comenzó a debatirse entre los pensamientos


mundanos y los espirituales. Ella sabia que había renunciado a sentir al momento
que se hizo sacerdotisa, pero al mismo tiempo, no podía reprimir lo que empezaba
a sentir por ese tercer sirviente. Nadie podía ayudarla y nadie podía sentir por ella.

Entonces, decidió ir a ver a Ossien. Le pregunto a Hummingbird donde se


encontraba y le dijo que estaba barriendo el salón de ritos. Thrym llego hasta el y
Ossien, como siempre lo hacia dentro del castillo, solo miro a sus pies. Thrym, le
ordenó lo inconcebible. Le ordeno que volteara a verla, que la mirara a los ojos... y
Ossien la vio. Se quedaron viendo por horas... Thrym le tomo la mano y Ossien le
puso en sus blancas manos un pedazo de pergamino viejo, justo en el momento
en que Kitiara entraba junto con los guardias del castillo a apresar a Ossien.
Cuando Kitiara se dio cuenta que Ossien y Thrym se estaban mirando, se
enfureció y mandó a los guardias a que llevaran a Ossien al salón de torturas del
ala oeste. Thrym trató de impedirlo pero Kitiara, con indiferencia le indico que no
podían perdonar a un traidor ladronzuelo. El cargo era que se le acusaba a Ossien
de haber robado la máscara gigante del salón de torturas. Thrym intento preguntar
más, intento saber, intento con sus poderes poder volver todo atrás y no haber
mirado a su tercer sirviente... pero Goldmoon con actitud glacial, le indico que
fuera a su claustro a purificar su alma de pecadora ante Seshjat con 300 latigazos
sobre su espalda.

Goldmoon fue quien ejecutó el castigo por orden de Kitiara, quien


preparaba el juicio de Ossien mientras seguían en busca de la mascara gigante.
Goldmoon, usando la máscara roja de Kitiara, empezó a propinarle unos severos
latigazos a Thrym sobre la espalda desnuda. Pronto, la blanca piel se había
convertido en jirones. Le dio tiempo a Thrym de que curara sus heridas con sus
poderes para seguirla torturando, lo cual funcionó solo con 100 latigazos, porque a
partir de ahí, Thrym empezaba a gritar, a sollozar del dolor incontenible que sentía
al tener la piel sangrando, torturada, y hecha jirones, completamente destrozada...
y empezó a llorar, empezó a no tener poder sobre su espalda y su poder de evitar
el dolor, todo aquel conocimiento que había aprendido para lograr esquivar el dolor
mortal se le estaba yendo, parecía que nunca lo había aprendido... la sangre
seguía manando de sus heridas y Goldmoon se detuvo. Se detuvo atónita. Lo que
ocurría era imposible. Thrym estaba encerrada en un dolor que cualquier
sacerdotisa podía evitar, la sangre no se detenía... y cuando Thrym sollozando,
susurró el nombre de Ossien, Goldmoon entendió que la teoría era cierta...
llegando a un dolor máximo, podía despertarse el amor del que carecían. Y
sabiendo que el destino de Ossien era ciertamente horrible, dejo de torturar a
Thrym, la alivió, la vistió y la llevo con ella a ver el juicio de Ossien que estaba
dando inicio.

Cuando Thrym llego ahí, pudo darse cuenta de para que servían las
serpientes de los mangos de las sillas. Ossien estaba apresado por serpientes
vivas que lo mordían en los brazos cada vez que negaba el ser el culpable de
robar la mascara gigante. Todas las sacerdotisas lo miraban indiferentemente,
como si fuera cualquier espectáculo. La tortura de Ossien se prolongó por media
hora más. Las serpientes ya habían mordido casi todo su cuerpo mientras Kitiara
le preguntaba por ultima vez, donde se encontraba la mascara. Thrym sabia que
no podía hacer nada, Goldmoon la sostenía mientras que Ossien negaba saber
donde se encontraba... Vio Ossien por ultima vez el hermoso rostro de Thrym, le
sonrió de igual manera que le había sonreído en el Mar y como sonrió aquel día
que vio a Thrym entrar al castillo sin que ella se diera cuenta y gritó aterradora y
desconsoladamente mientras la serpiente que lo ataba a la silla le mordía el
pecho. Thrym solo vio, se soltó de Goldmoon y sostuvo la cabeza.... y se fue.
Caminó por los corredores, no le importaban las ratas que pasaban por ahí... pero
se detuvo casi por impulso eléctrico mientras Paris iba a su encuentro. Paris
llevaba en su mano el pedazo de pergamino que Ossien le entregara antes de que
lo detuvieran. Paris la cubrió con una manta y Thrym abrió el pequeño papelito...
Ese triste papelito lo único que expresaba era una disculpa por cambiar a la orden
de Seshjat para siempre acompañado de un “te amo” que Thrym comenzó a sentir
en su cuerpo como nunca sintió conocimiento alguno. Thrym comenzó a derramar
abundantes lágrimas, y se dio cuenta que por tratar de conocer al mundo, nunca
conoció de lo que en realidad estaba hecho: del amor que esos ojos verdes
siempre le profesaron. Sabiendo que ahora, ya nada seria igual, entro al claustro y
justo sobre la cama, encontró la máscara gigante que ahora sonreía... sonreía
porque una sacerdotisa podía sentir amor mundano y vulgar. Thrym se sintió de
repente tan vacía y tan triste... cuando volvió a oír un grito. El juicio de Ossien
había finalizado. Ossien había confesado que solo había entrado al castillo para
servir a Thrym porque la amaba. Trató de correr de regreso, pero Hummingbird,
aterrado, llego a su lado para informarle que el castigo al que seria sometido
Ossien seria a la muerte por daga. Kitiara y el Consejo Seshjat habian decidido
ejecutar a Ossien aun y cuando el pequeño negrito había intervenido diciendo que
la máscara estaba sobre la cama de Thrym sonriendo. Pero Thrym sabia que tenía
que tomar una decisión.... alguna vez ya la había pensado pero nunca pensó en
que realmente la llevaría a cabo... era solo una cuestión de tiempo. Antes de que
las sacerdotisas por orden del Consejo liberaran la daga de Thrym para eliminar a
Ossien, Thrym le pidió a Paris y a Hummingbird que la llevaran ante la pared que
una noche descubriera. Pero llegó tarde, la daga retorcida como un rayo ya se
encontraba en las manos de Kitiara para dar muerte a Ossien quien herido y
desangrado, solo esperaba la puñalada final. Thrym lo vio... observó el resplandor
de aquel farol amarillo que iluminó a Irastra para hacérsela. Hummingbird
comenzó a llorar mientras Paris abrazaba al pequeño negrito. Thrym comprendió
entonces la importancia que una sacerdotisa tenia en ligar su vida a una daga... y
dio gracias a Dios por haber conocido la llave de su vida en el Mar Enita... no era
aquella llave que sostenía en su puño y que no le había servido para recuperar su
daga... era la llave que Ossien le dio al mundo. Thrym solo sonrió a Kitiara, a
Goldmoon, a Paris, a Hummingbird y a Ossien que reflejo en sus ojos verdes todo
el sentimiento por la sacerdotisa. Y Thrym, usando el último poder de sacerdotisa
que le quedaba, el de la muerte, murió antes de que Kitiara sumiera la hoja afilada
en el pecho. Thrym súbitamente, decidió morir como tantas veces practicó en sus
ritos. Esta era la verdadera. Murió sin sentir nada, solo cayó en el piso al lado de
la pared de las máscaras mientras su daga se deshacía en manos de Kitiara.

Ossien no murió. La daga se destruyo antes de que tocara su cuerpo.


Kitiara abandonó la sala de torturas. Paris y Hummingbird, recogieron lo que
quedaba de Ossien y luego transportaron la mascara que ahora lloraba a donde
era su lugar. Goldmoon recogió el polvo que quedó de la daga de Thrym y las
sacerdotisas se retiraron a sus claustros después de comprobar que todas las
mascaras de la pared secreta, lloraban y reían. Kitiara supo que lloraban por la
muerte de Thrym y sonreían por el valor de la sacerdotisa de descubrir el
sentimiento mundano y vulgar de los hombres que ella nunca pudo sentir.

Irastra supo la muerte de su prima al día siguiente. Sin embargo, no lloró.


Se sintió contenta de que en el último momento, Thrym hubiera dejado de ser tan
cruel consigo misma y de haber salido de su propio mundo. Vio el sauce llorón
donde Thrym solía trepar de niña... y enterró en sus raíces el cántaro de Thrym.
Hummingbird y Paris, curaron a Ossien hasta que éste pudo ir a los funerales de
Thrym. Lo único que quedaba de la sacerdotisa era su túnica roja y el pedazo de
papel pergamino que Ossien le entregara. Goldmoon y las demás sacerdotisas
dejaron de usar las máscaras para salir al jardín puesto que la profecía se había
cumplido.

Ossien, sin embargo, trepó después de cinco noches de llorar, al


campanario donde también Thrym solía pasar sus ratos libres preguntándose que
cosa era amar. Y cuando sus ojos verdes, húmedos de llanto, vieron las sombras,
fue como si todo el conocimiento que Thrym había adquirido en el castillo, ahora el
lo tuviera... Miró y miró las sombras tal como Thrym lo hacía... ya nadie en el
castillo era igual. Esa pequeña niña había cambiado sus vidas para siempre. Pero
Ossien siguió buscando y buscando en las sombras... hasta que distinguió el de
una muchacha con un cántaro en la cabeza... Sonrió... volteó a ver el sauce llorón
y el Mar Enita... y la sombra permanecía.... volteó a ver la lápida donde yacía
Thrym y de pronto, dejó de verla... y todas las máscaras, incluyendo la gigantesca
de la legendaria Seshjat sonreían... al mismo tiempo que Paris y Hummingbird le
llevaban una vela... pero la sombra seguía ahí y dejó de sentirse desdichado. De
pronto, supo que quizá el conocimiento no era del todo malo y que Thrym había
aprendido bien... y se sumió en las sombras mientras la sombra de la muchacha
del cántaro sonreía al igual que las máscaras que siempre había usado. Y es que
después de todo siempre es mejor prender una vela, que maldecir la oscuridad.

Las personas suelen estar a favor o en contra de la búsqueda del


conocimiento. Si la apoyan, se les idealiza como valientes o puros; si la
obstruyen, se les tilda de infames y cobardes...Siempre hay que estar en
condiciones de escoger entre dos alternativas... ¿Qué es el futuro, qué es el
pasado? ¿Cuál es el fluido mágico que nos rodea y oculta las cosas que más
necesitamos saber? Quizá sería mejor preguntarle a las personas que no
apoyan u obstruyen... pero que sienten... porque a ellos se les acusa de ser
mundanos y vulgares... y de ser seres humanos sin remedio.

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