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Patrick Modiano

Calle de las tiendas oscuras


Patrick Modiano (Boulogne-
Billancourt, 30 de julio de 1945)
novelista francés, ganador del Gran
Premio de Novela de la Academia
Francesa (1972), y del Premio
Goncourt (1978). Varias de sus novelas
han sido llevadas al cine, y ha participado
en la escritura del guion de algunas
películas, entre ellas Lacombe Lucien,
de Louis Malle.

Biografía
Su padre, Albert Modiano (1912-1977) era
descendiente de una familia de judíos
italianos que se habían instalado
en Salónica, desde donde emigraron a
París. Su madre era la actriz belga Louisa
Colpijn. Ambos se conocieron durante la
ocupación alemana de Francia, tuvieron
que ocultarse y se casaron en noviembre de 1944. Patrick, nacido en 1945, fue su primer hijo.

La infancia de Modiano estuvo marcada por las continuas ausencias de su padre, empresario que
hacía frecuentes viajes al extranjero, y de su madre, con frecuencia en gira. Esto hizo que se uniera
más a su único hermano, Rudy (nacido en 1947 y muerto prematuramente, en 1957). La muerte del
hermano (a quien dedicaría después todas sus obras publicadas entre 1967 y 1982) supuso el final de
la infancia del futuro escritor.

Estudió en la École du Montcel, en Jouy-en-Josas, en el Collège Saint-Joseph de Thônes en Haute-


Savoie, y en el Liceo Enrique IV de París. Durante su permanencia en este último centro educativo,
recibió clases particulares de Geometría del escritor Raymond Queneau, que era amigo de su
madre. Terminó su bachillerato en Annecy, pero no inició estudios superiores.

Su encuentro con Queneau, miembro fundador del Oulipo y autor de Zazie en el metro, fue crucial para
su posterior carrera literaria. Modiano publicó su primera novela, El lugar de la estrella, en 1968 con
la Editorial Gallimard, tras haber leído su manuscrito a Raymond Queneau. Desde ese momento se
dedicó únicamente a la escritura.

El 12 de septiembre de 1970 Modiano se casó con Dominique Zerhfuss, nacida en Túnez. Queneau
actuó como testigo en la boda. El matrimonio ha tenido dos hijas, Zina (1970), cuyo registro oficial
describe en El libro de familia, y Marie (1978).

Destacado autor de su generación, con Pascal Quignard, Pierre Michon o Le Clézio, ha llevado como
ellos una vida muy independiente y encerrada en su trabajo.

Obra literaria

Una constante en la obra de Modiano es la ambientación de sus obras en la época de la ocupación


alemana de Francia, durante la Segunda Guerra Mundial. El autor no vivió esta época (nació en 1945),
pero considera que este período "confuso y vergonzoso" de la historia de Francia constituye su
"prehistoria" personal.

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Las tres primeras novelas de Modiano, desde El lugar de la
estrella (1968) hasta Los bulevares periféricos (1972) han sido
consideradas una especie de trilogía sobre la ocupación. La
Place de l'Étoile, traducida al español como El lugar de la
estrella (donde se pierde, sin embargo, la alusión a la Place de
l'Étoile parisina), está narrada en primera persona por un judío
colaboracionista, Raphaël Schlemilovitch, y mezcla personajes
ficticios con otros que existieron realmente, entre ellos los
escritores Louis-Ferdinand Céline, Pierre Drieu La Rochelle e
incluso Marcel Proust.

Su siguiente novela, La ronda de noche (1969) está narrada


por un agente doble que trabaja al mismo tiempo para
la Gestapo y laResistencia. Y en Los bulevares
periféricos (1972) introduce el tema, también muy presente en
la obra de Modiano, de la búsqueda del padre.

En 1975, Modiano publicó Villa Triste, ambientada a comienzos


de la década de 1960, que supone una ruptura con su anterior
línea narrativa. El narrador, Victor Chmara, es un joven francés que se ha refugiado en una ciudad
balnearia cerca de la frontera suiza para evitar ser reclutado y enviado a Argelia; en este lugar,
habitado por singulares personajes, vive una historia de amor con una actriz llamada Yvonne. La
novela sería más tarde llevada al cine por Patrice Leconte (El perfume de Yvonne, 1994). Las tres
fueron traducidas al español.

Por otra parte, El libro de familia (1977), pese a su homogeneidad temática, es ahora una colección de
quince breves relatos con un fuerte contenido autobiográfico, en el que empieza a desvelar su trama
familiar, materna o paterna (los comienzos de su madre como cantante, persecución de su padre por la
Gestapo, evocación de personajes de su adolescencia); esta inmersión en su familia sólo la concluirá
Modiano en 2004, con su libro sobre las aventuras enigmáticas del padre. Su lema es un verso
de Char: "Vivir es obstinarse en consumar un recuerdo".

En 1978 apareció su sexta novela, Calle de las Tiendas Oscuras, dedicada por el autor a su padre,
quien acababa de fallecer. La acción se desarrolla a mediados de los años 60: el protagonista es un
detective amnésico que intenta averiguar su propia identidad; sus pesquisas le llevan, como es habitual
en la obra de Modiano, a la época de la ocupación. La novela fue galardonada ese mismo año con el
prestigioso Premio Goncourt.

En los ochenta publicó regularmente Dimanches d'août (1986); Catherine Certitude (1988); Remise de
Peine (1988); Vestiaire de l'enfance (1989). Más aún lo hizo en la década siguiente Voyage de
noces; Fleurs de Ruine (1991); Un Cirque passe (1992); Chien de printemps (1993); Du plus loin de
l'oubli (1996). Durante esos últimos años su obra no se vertió al castellano.

Pero había seguido con Dora Bruder (1997), donde investigaba el caso real de una chica de 15 años,
desaparecida y enviada a Auschwitz, y con otras, como Des inconnues (1999), La Petite
Bijou (2001), Accident nocturne (2003).

Con estas y otras novelas había ido logrando su progresiva consagración. Pero hay que destacar Un
pedigree (2004), relato autobiográfico, donde desvela sus orígenes familiares y su propia ambigüedad
frente su padre, personaje dudoso, novelesco y con muchas sombras ingratas ("Llevaba diez años sin
tener noticias suyas y supe de repente que se había muerto". Desde entonces rehabilita la figura
paterna. Tras cierto silencio, llegó En el café de la juventud perdida (2007), que tuvo gran éxito.

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Ya en Calle de las tiendas oscuras, el
narrador llegaba ya a preguntase por
su identidad, que es un tema
recurrente; y ante la sensación de que
siempre viene a redactar una misma
novela, Modiano ha contestado “Es el
mismo libro pero escrito a trozos,
como un corredor que se detiene y
reprende la carrera un tiempo
después. Es cada vez el mismo libro
pero desde ángulos diferentes. No hay
repetición, pero es la misma obra”. Lo
cual se percibe bien en el carácter
familiar e introspectivo de sus textos,
imaginaciones o indagaciones en el pasado, por ejemplo en El horizonte (2010), con el protagonista
Jean, que es uno de los nombres de Modiano en la ficción.

L'herbe des nuits, de 2012, es su novela número diecisiete, y su título está tomado de Joseph Boland.
Vuelven las restrospectivas vitales en una Francia de 1960, cuyos fantasmas surgen lentamente, en
calibrado suspense (el libro evoca Calle de las tiendas oscuras, o Dora Bruder por su tono
detectivesco). En ella reaparece el alter ego narrador, Jean.

En 2012 se le ha dedicado un largo e importante monográfico: Cahier de l'Herne.

Es, además, notable su libro de entrevistas con Emmanuel Berl, un original pensador: Emmanuel Berl,
interrogatoire.

Modiano y el cine

Cuatro de sus novelas han sido llevadas al


cine. En 1981, el realizador Moshé Mizrahi
llevó a la pantalla Une jeunesse, Patrice
Leconte adaptó Villa triste en su película El
perfume de Yvonne (1994), Manuel
Poirier se inspiró en Dimanches d’août para
su filme de 2001 Te quiero, y Mikhaël
Hers adaptó De si braves
garçons en Charell (2006). El realizador Benoît Jacquot proyecta llevar al cine también La petite Bijou.

Modiano ha participado además en la escritura del guion de varias películas. Participó con Louis
Malle en el guion de Lacombe Lucien (1974), que narra la vida de un colaboracionista en la Francia
ocupada, y con Pascal Aubier en el de Le fils de Gascogne (1995). Es también el autor del guion de la
exitosa película Bon voyage (2002), de Jean-Paul Rappeneau. Además, trabajó en la adaptación a la
pantalla de su novela Une jeunesse por Moshe Mizrahi, en 1981, y escribió un episodio de la serie
policiaca de televisión Madame le juge, concretamente el titulado L’innocent (1975).

En 2000, fue miembro del jurado del Festival de Cannes, en una edición en que la Palma de Oro fue
otorgada a la película Dancer in the Dark, de Lars von Trier.

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Patrick Modiano visto por Enrique Vila-Matas

La literatura escrita desde la autenticidad y, por qué no decirlo, desde el dolor, siempre
acaba imponiéndose. Cuando es muy personal y de estilo muy marcado, necesita tiempo. Patrick
Modiano (Boulogne-Billancourt, 1945) va viendo cómo sus libros calan en los lectores en español.
Los últimos años han aparecido Villa triste, Calle de las tiendas oscuras y la llamada Trilogía de la
ocupación, que recoge sus primeros títulos. En casi todas estas novelas el escenario es París.
Una ciudad convertida en complejo personaje literario, con sus esquinas, sus barrios y sus plazas
que corresponden a las emociones, las dudas, los heroicos fracasos del narrador. El París de
Modiano late, sufre, recuerda. Es el negativo de la ville lumière de Victor Hugo. Una encrucijada
de mínimos complots y desencuentros que revelan la rotunda categoría de las sombras, su
poderosa huella dejada en la memoria como un estigma. Sus personajes, incluso los más velados
y tenues, se imponen a la imaginación del lector con la impronta de los sueños. Y la atmósfera, el
halo que rodea como una tela de araña sus historias, se enseñorea del argumento, de los
personajes, para acabar siendo la final sustancia de su literatura, en una pirueta narrativa que
viene de Kafka.

La escritura de Modiano tiene la sencillez de lo que se ha trabajado como un mármol hasta


que no queda ni un mero arañazo de uña, sino el brillo sedoso de la frialdad, una frialdad a veces
de morgue. Su primera persona es lacónica, habla entre líneas, se expresa mediante silencios. Y
el lector, rechazado como un intruso al principio, va entrando poco a poco, como si hubiera de
acostumbrar los ojos a unas imágenes que al principio parecen abstractas. Y son muy concretas.
El escritor francés sabe siempre en qué órgano preciso de París sucede el dolor. Barrio
perdido, novela de 1984, nos transporta a un apartamento de la place de l’Alma. Estamos
esperando a que Carmen Blin se despierte. Aquí el narrador es un escritor de novela negra,
Ambrose Guise, que regresa a París después de veinte años de ausencia. Es un julio muy
caluroso, la ciudad le parece desierta y minúscula. Ni él sabe que ha venido para rastrear la
sombra del joven que fue y la de quienes veía antes de que un crimen le hiciera huir a Inglaterra.
Entonces se llamaba Jean Dekker. Y frecuentaba a la lánguida Carmen, a la fiel Guita, al abogado
Rocroy. Así como al actor retirado Georges Maillot y los animosos Hayward, que desde la Rue
Rodin movían al grupo como si fueran marionetas en su automóvil.

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Guita sale de viaje y le deja las llaves de su casa, donde vivía con Rocroy. Allí Dekker se
enfrenta al pasado, es decir, pasa al otro lado del espejo. Y ese lado, inseguro, en apariencia
absurdo, intrascendente, tiene las claves extraviadas de su propia identidad. A través de Tintín, un
operario de cine que persigue cada noche un auto en el que iría el desaparecido Maillot, entra en
ese mundo que creía ido pero que sigue ahí. “Inicié mi vida con una salida en falso”, escribe. Ya
ha sido engullido de nuevo por esa salida, que puede borrar de un plumazo veinte años de
próspera identidad como autor y padre de familia.

A partir de ahí, entramos en el mundo Modiano. Un lugar donde nadie puede “estar”, pero
al mismo tiempo nadie tiene permiso para salir. Una trampa de la vida y la literatura. Esperamos
que Carmen se despierte, guardada por el celoso mayordomo, o que vuelva de una noche
interminable. Recorremos una vez y otra, bajo la luz de las farolas, la avenida del Presidente
Wilson, la avenida Montaigne, la Place de l’Alma, la Course de la Reine. Todo un barrio perdido,
nocturno, desierto salvo por esos personajes. Sin ellos, sin la golpeada novia de Ludo, la vida de
Dekker no existe. Una vez recobrado el barrio perdido, la morfina de la memoria, uno puede
olvidarse de todo.

Patrick Modiano es el escritor del desamparo. Sus personajes buscan el calor humano que
el pasado les negó y a él se aferran como lapas, intentando incluso para ello, como el narrador de
Un pedigrí, una obra autobiográfica, “hallarle un misterio a aquello que no tenía ninguno”.

Flores de ruina y Perro de primavera son dos nouvelles de principios de los noventa, cuya
traducción habría podido ser más cuidada. La primera se centra en una obsesión, descubrir por
qué se suicidó una pareja en los años treinta. La segunda es la semblanza de un fotógrafo que
desapareció en México. Jansen necesita expresar el silencio con sus fotos. Y el joven que ordena
su archivo, alter ego del escritor, comprende que lo que él quiere es “crear el silencio con
palabras”, hacer hablar a los puntos suspensivos. Desamparo, dolor, silencio: he aquí el
fascinante mundo novelístico de Patrick Modiano.

Patrick Modiano visto por Álvaro de la Rica

Siempre me ha resultado curioso que Modiano naciese en pleno verano del año 45, el 30 de
julio para ser más exactos. La literatura tarda una generación en metabolizar los grandes
fenómenos políticos e históricos (con la excepción milagrosa de Carmen Laforet, yo no conozco a
nadie que de verdad haya escrito literatura sobre la época de Franco); los movimientos de la
sensibilidad colectiva exigen varios siglos (es el caso por ejemplo de la Ilustración europea aún no
digerida), y los mensajes religiosos tardan incluso hasta milenios.
Pero volviendo a Modiano, él nace cuando la segunda guerra mundial estaba acabando (con
casi todo): las negociaciones de Postdam concluyeron por esos días consolidando a la Rusia
soviética para una generación entera, y una semana más tarde el horror nuclear se cernía sobre
Hisroshima y Nagasaki provocando de inmediato la rendición japonesa.

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Toda la obra de Modiano es un largo recorrido por los restos del naufragio que significó esa
guerra. Aunque se centra geográficamente en el París postbélico, que es el París de su infancia, en
los ecos de las pisadas de sus personajes resuena un dolor y un desarraigo a escala universal. Esa es
una parte de la riqueza de un relato como Perro de primavera (El Aleph, 2012).
Como ocurre a menudo en la literatura modianesca, el relato es una enquête imposible, una
búsqueda de algo que se sabe de antemano irremediablemente perdido. En este caso se buscan los
restos casi inexistentes de una figura apenas conocida, la de un fotógrafo para el que el narrador
trabajó ordenando sus fotos en el año 1964 (Modiano tenía entonces 19 años). La guerra ha hecho
estragos en la vida del reportero gráfico y le ha convertido en un ser huido y huidizo, refractario al
trato y a la conversación, que ha abandonado el barco de la vida antes de llegar a puerto y que
lucha, como tantos otros personajes contemporáneos, por menguar, por desaparecer, por
esfumarse.
Modiano se resiste a que no quede nada de todo lo que ha entrevisto. En una actitud a
medio camino entre el afán y el desdén, rastrea lo poco que queda de aquel mundo. “Me haría
gustado entrar por efracción en aquella sala donde, poco a poco, se había depositado el polvo del
tiempo”, escribe el narrador. Le guía el recuerdo, pero sobre todo el deseo de que, cuando todo
parece perdido, al menos quede algo, un chisme o un cachibache al que poder agarrarse como a una
tabla de salvación. Una actitud análoga a la de quien por la mañana intenta revivir un sueño.
Apenas le quedarán jirones. El resultado no es brillante, acaso tampoco sea significativo, pero para
los melancólicos incurables como Modiano o como yo es algo totalmente emocionante.
Pero, en donde reside el secreto encanto
de este escritor. A veces me lo pregunto. Tiene
que tratarse de un recurso formal: si no no
estaríamos hablando de literatura. Creo que
esta vez, en este relato del año 1993, una
narración ascéticamente austera y frontal, he
entrevisto por fin algo; me ha ayudado sin duda
la excelente traducción de Gabriel Hormaechea
(conocía desde luego su Rabelais). Tiene que
ver con el uso en paralelo que hace Modiano de
tres tiempos verbales: el pretérito imperfecto de indicativo con el que se narra un pasado que no
termina de pasar, el pretérito perfecto con el que describe sus propios actos en el pasado y con el
presente de indicativo. “Hoy me arrepiento de no haber cogido algunas fotos de las maletas”. El
secreto está en el “hoy” y en la mezcla, en los inapreciables transportes que se realizan entre unos
tiempos verbales y otros. Eso hace que la historia que se cuenta, en este caso la historia del
fotógrafo Jansen, sea en realidad la historia del narrador (y por extensión la nuestra). Como en una
foto en la que simultáneamente confluye la realidad fotografiada, la realidad más viva aún de la
mirada del fotógrafo y la realidad actual de quien mira esa foto.

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