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341-352
Bruno Forte
Pontificia Facoltil Tcologia
Dell'Italia I\.1cridionalc (Nápoles)
(1) el'. para este anülisis y sus (ksarrolJos, B. FORTE, La f('%¡.;ía COl/lII co/l/pilliía, I//('/l/oria )' pro/á'ía.
Introducción al sentido y al método de la teología como historia. Salamanca, Sígueme, 1990 (Ver-
dad e Imagen 11 Xl. 19 ss. Tamhién: Id., T('%¡.;ia del/a sforia. Saggio suBa riyeiazione. I'inizio e il
compimcnto. Milano. 1991, 288 ss.
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La parábola de las ideologías modernas no hará otra cosa que evidenciar esta
espantosa consecuencialidad: la falta de adherencia a la realidad "real" y el cierre a lo
nuevo y a sus sorpresas manifestarán al mismo tiempo el terrible aburrimiento y el
altísimo costo -en términos humanos, no menos que sociales y ecológicos- de las
presunciones ideológicas. De este modo la dialéctica del Iluminismo moverá desde la
manifiesta, dolorosa constatación -experimentada justamente en territorio europeo- de
cómo "la tierra enteramentc iluminada resplandece bajo la insignia de triunfal desven-
tura" (2). Este destino de la época moderna establece una unión entre la ideología
revolucionaria y la ideología burguesa: si el totalitarismo de la primera es desfachatado,
manifiestamente represivo y violento. el de la segunda es sutil y pcnetrante, difundido
por los "persuasorcs ocultos" de las socicdades del bienestar, exigentes y prcsumidos
no mcnos que los distintos "señores" de la rcvolución. En uno y otro caso se prcsupone
un sentido ya otorgado a todas las cosas, una justificación ideal que exorcise la
dramaticidad de los costos, un "proyccto" cumplido. que solamente debe ser efectuado
para que funcione. La amarga derrota rompe ambos sueños de totalidad: el aburrimiento
colectivo no es mcnos dramático que la náusea de quien posee todo; el ansia de libertad
no es menos grande que la nccesidad de justicia y de auténtica calidad de vida: Desde
ambas partes se mira hacia el futuro con el difuso deseo que no sea la repetición del
pasado, y que el sentido prometido y ensalzado por la ideología no vuelva a oprimir la
fatiga de vivir. Desde Oriente y Occidente la crisis de la "razón adulta" se perfila corno
rechazo de su totalidad saciada y programada, como derrumbe de los horizontes de
sentido por ella ofrecidos, como necesidad nueva y verdaderamente revolucionaria cn
sus potencialidades. de la diferencia, que quiebre el círculo de las respuestas deducidas
de la idcntidad ya otorgada. El futuro se asoma con sorprendente irrupción: no aquél
programado y deducible desde el presente, justamente de la ideología, sino aquél obs-
curo. inquietante y no disponible de la vida y la historia reales. Más allá de la moderni-
dad y de su parábola, la así llamada "postmodernidad" se presenta antes de todo corno
malestar. intolerancia. rechazo.
(2) M. Horkheimer - Th. W. Adorno, Di!l/éclic!l de/llulllinislllo. "La tierra enteramente iluminada res-
plandece bajo el signo de una triunfal desventura" Buenos Aires, Sur. 19(,9. 15.
CRISTIANISMO Y EUROPA DE ¡:IN DE MILENIO 345
resolverse en un puro y permanente precipitar hacia la nada (3). La pérdida del sentido
consiguiente a la crisis de las respuestas totalizan tes de la razón moderna, se transforma
así. cada vez más, sobre la onda larga del rechazo, en pérdida del placer de plantearse la
pregunta sobre el sentido: lo que en definitiva está en discusión no es tanto la respuesta,
cuanto la misma legitimidad del interrogante y encima la consistencia del dolor del cual
nace. La indiferencia, el desinterés en plantearse la pregunta sobre el sentido, más aún
que la misma falta de sentido, es la verdadera "enfermedad mortal" que se introduce en
las sociedades, aunque tan di ferentes de la Europa de fin de milenio: el nihilismo teóri-
co nutre la falta de compromiso moral, al mismo tiempo que se alimenta de él.
El futuro -emergido nuevamente en toda la inquietud y la obscuridad que le
convienen de las cenizas de las capturas ideológicas- parece así ahogarse en un nuevo
abrazo de totalidad: el fundamento "fuerte" omnicomprensivo y reasegurante! cede su
lugar a la ausencia de fundamento que, sin embargo, no es menos vasta y total. Si la
nada puede ofrecerse como la simple forma invertida del todo, el signo menos antes que
el paréntesis de la realidad, el porvenir pierde nuevamente su obscuridad porque vuelve
a hacerse prolongación del presente, perpetuarse de la debilidad, caída continua. Para-
dójicamente, la categoría de "futuro", en relación con la cual se ha hecho evidente
el quebrantamiento de la razón "fuerte" de la modernidad, muestra el hilo rojo de la
continuidad que enlaza la postmodernidad nihilista con el mundo del cual proviene y
que con tanta energía rechaza. El "pensamiento débil" deduce el porvenir desde el
presente de manera tan totalitaria como el "pensamiento fuerte" de la identidad de real
e ideal: por eso es incapaz de asombro y de recibimiento de lo nuevo por lo menos
tanto como lo era la presunción totalizante de la razón ideológica.
La novedad del futuro requiere entonces un pensamiento "otro", no negligente,
capaz de abandonar las capturas de la ideología, pero también suficientemente alerta
como para no caer en las de su derrocamiento. Abrirse a un pensamiento de esta índole
significa vérsclas con la auténtica alteridad y novedad del porvenir, y por lo tanto
medirse con lo último, sin deducirlo del penúltimo. La teología cristiana -en cuanto
justamente tiene que ver con las cosas últimas (oo.) y nuevas (novissima), porque es me-
II/oria fÚlllri, fundada sobre la fe de la promesa de Dios -revela aquí su sorprendente
actualidad de reserva crítica respecto de las secas de la modernidad y de su desarrollo
nihilista: Ella es pensamicnto "nuevo" porque posee la audacia de pensar lo "nuevo",
de abrirse hasta el fondo hacia sus sorpresas.
a) La crítica en nombre del Totalmente Otro: Karl Barth "el Deus dixit
(3) Cf. por ejemplo el volumen colectivo. Elpensoll/ie/llo débil. Madrid, Cátedra, 19X3. y de G. Vattimo.
MtÍs al/tÍ del suielo. Barcelona. Paidós. 1989, y Elfi/l de lo II/odel'llidod. Barcelona. Gedisa, 1986.
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(,) R. Bultmann. "La comprensión del mundo y del hombre en el Nuevo Testamento y en el helenismo"
(1940). en Creer ." COIIII'rrlldcr. "Tengo que vivir mi vida y morir mi muerte". Madrid. Studium.
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(7) Id. "¿Qué sentido tiene hahlar de Dios"" (1924). en Creer." Comprender. Madrid. Studium. 1974.
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348 RRUNO FORTE
Más de una vez Juan Pablo JI ha hahlado de las "raíces cristianas" de Europa. Es,
en efecto, también en nomhre de esta idea que ha querido el Sínodo de los Ohispos
dedicado a reflexionar sobre la presencia y el papel de los cristianos en el continente
europeo, evento significativo para los creyentes y no creyentes, porque a nadie como a
CRISTIANISMO Y EUROPA DE FIN DE MILENIO 351
la Iglesia, los puehlos de Europa pueden mirar hoy como a un referente moral, perma-
necido nunca como ahora, válido y significativo luego del ocaso de las ideologías y la
crisis de los modelos éticos en Oriente y en Occidente. A la luz de cuanto se ha dicho
aquí hasta ahora se comprende, sin embargo, cuánto se equivocaría quien pensara que
el llamado a las "raíces cristianas" quiera ser una suerte de invitación nostálgica a mirar
hacia atrús, casi como a reencontrar en el pasado una forma ejemplar para la inquietud
del presente y para el destino futuro, en la línea de la romántica Christenheit oder Eu-
ropa. Yeso por múltiples razones.
En primer lugar, una Europa cristiana, unitaria, armónica, compacta y en paz
nunca ha existido: en cada época el conflicto ha atravesado formas y modos siempre
nuevos en la "casa común europea". No raramente, por el contrario, las motivaciones
extrínsecas de ello han sido de naturaleza religiosa: baste pensar en los grandes cismas
y en las guerras de religión que han dividido la cristiandad justamente a partir de su
cuna europea. El actual surgimiento de conflictos étnico-políticos con connotaciones
tamhién religiosas es sólo la expresión más reciente de una historia dolorosa, antigua
como la Europa ··cristiana'·. En segundo lugar, si las raíces hubiera que encontrarlas
simplemente en el pasado del continente europeo, sería verdaderamente difícil identifi-
car su naturaleza: el cristianismo latino es diferente del oriental, y, en el ámhito mismo
de estos dos mundos espirituales, que atraviesan a Europa, lo vivido cristiano se presen-
ta en formas por demás variadas y complejas.
Frente a una complejidad tan vasta, en el tiempo y en el espacio, y además tan
recorrida por la dolorosa historia del conflicto, el hahlar de comunes "raíces cristianas"
de Europa sólo puede reenviar a una lectura histórico-cultural más profunda que toda
primera evidencia. Incluso la variedad de las realizaciones históricas, la gran inspira-
ción de la cultura europea, es deudora de la "novedad" cristiana. La idea de "persona",
que está a la hase de toda afirmación del valor ahsoluto del ser humano único y sin-
gular, la concepción dc la historia como ahierta hacia un progreso posible y orientada
hacia una meta esperada, la fundación de la ética en una red de relaciones de reciproci-
dad. que parten de aquélla con el Dios personal, son sin duda el fruto del ingreso del
Evangelio cristiano en el tejido vital de las pohlaciones europeas, y son valores que
han, de esta manera, forjado el ethos de Occidente, tanto corno para caracterizarlo
inconfund ihlemente.
Sin emhargo, volver sohre estos valores podría quedar como un llamado genérico
yen dcrinitiva meramente ideológico, si no se empujara la mirada hacia la más origina-
ria novedad cristiana, que es la del inaudito acontecimiento de Dios en la historia de los
hombres, corno inicio y fundamento de una esperanza, capaz de cambiar al mundo y a
la vida. A través de esta "conversión" hacia lo originario. que es el anuncio escato-
lógico del Nuevo Testamento, las "raíces cristianas" del continente europeo aparecen
de modo totalmente diferente que como ohjeto de arqueología espiritual: el1as no per-
manecen en el pasado, sino en el futuro de aquel1a promesa, que ha alimentado la fe y
las innumerahles historias de caridad de la historia de Europa, y que es capaz, todavía
hoy. en este tiempo postmoderno desorientado desde el fin de los modelos ideológicos
y desde el extravío ético de motivar una ética de la solidaridad y un compromiso
nutrido de esperanl.a. Hay que huscar las auténticas "raíces cristianas" en aquel1a "re-
serva escatológica" que ha provocado innumerahles y muy distintas historias de fe y de
generosidad en los más distintos mundos culturales de la tierra europea -desde San
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Benito de Nurcia hasta los Santos Cirilo y Metodiao, desde San Francisco de Asís hasta
los "locos de Dios" de la espiritualidad rusa- y que motiva hoy en día el rechazo de
toda actitud pasiva y renunciataria frente a la crisis en acto, y la asunción de responsa-
bilidad hacia los demás para construir juntos la futura "casa común europea". Sólo
semejante regreso al futuro de la "religión de la esperanza" parece estar en condición de
ofrecernos posibles comunes "raíces cristianas" a una Europa que, en el Este, necesita
que no se pierda -con la crisis de la ideología- la carga de utopía que la inspiraba, y al
Oeste de ofrecer un horizonte de sentido a un universo ético más que nunca fragmenta-
do y desorientante.
Las "raíces cristianas" de Europa son entonces más un destino y una esperanza
que una posesión y una certidumbre; muy lejos de tranquilizar, ellas desafían a todos y
cada uno a salirse del cálculo individualístico, para cntrar en el respiro amplio de la
solidaridad cntre singulares, los pueblos y las naciones, para abrirse al solo horizonte,
que motive el compromiso, sin el riesgo de caducar: el de la esperanza "última", que
otorga verdadero sentido y valor duradero a las elecciones complejas de todo lo que es
"penúltimo" .