La obra de Tolkien está llena de fantasía e imaginación que provoca en quien
la conoce un fuerte impulso hacia adentro de ese mundo mítico. Es por eso que cuando se continúa experimentando, la fantasía se presta para descubrirse en sus significados más profundos y filosóficos. Es por eso que Tolkien permite que sus historias alegóricas hablen conjuntando la imaginación con algunas de las realidades más humanas y profundas. En efecto. El trasfondo cristiano de Tolkien le permite crear un cosmos con su propio devenir y con su propia entramada histórica para crear desde una lucha cósmica de fuerzas supraterrenas hasta la lucha interna de un solo individuo sencillo. Y ése es quizá la primera cuestión filosófica que plantea El señor de los anillos: ¿Es alguien demasiado pequeño para ser insignificante en el mundo? ¿Es papel del Hobbit autodeterminarse como un simple Hobbit? ¿No parece absurdo que sólo un Hobbit se resista al poder del anillo? El Hobbit, más pequeño que un enano, está acostumbrado a la comodidad de la Comarca. Entre fiestas y deberes no tendría tiempo para preocuparse por la dominación de la oscuridad sobre la Tierra Media. Es lo que Heidegger llama la existencia inauténtica: el olvido de la finitud y la no-apropiación de las posibilidades. Al parecer, sólo se necesita un mago que lleve asombro a la comarca para iniciarse en la aventura de la autenticidad.