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Historia Moderna

de Espana I-2ªPED
Fernando Magallanes Mato

UNED – CURSO 2018-2019


Fernando Magallanes Mato Historia Moderna de España I

1.- Haga referencia al contexto político, religioso y cultural en el que tuvo lugar la
celebración del Concilio de Trento. ¿A qué o a quiénes intentaba dar respuesta el
Concilio? Razone su respuesta.

El Concilio de Trento se celebró a lo largo de tres etapas bajo el pontificado, a su


vez, de tres Papas distintos: la primera de 1545 a 1549, con Paulo III, la segunda de
1551 a 1552, con Julio III y la tercera de 1562 a 1563, con Pío IV (Rodríguez y Castilla:
2011); es decir, fue a mediados del siglo XVI cuando se llevó a cabo esta gran reforma
que en palabras de Alfredo Floristán “marcó los trazos esenciales del catolicismo hasta
el siglo XX” (Floristán: 2015). Resulta de enorme relevancia conocer el contexto en que
este concilio tuvo lugar, ya que en buena medida constituyó precisamente una respuesta
ante la grave situación de enfrentamiento político-religioso que vivía la cristiandad
europea.

La “chispa” que había desencadenado el conflicto habían sido las críticas del
agustino alemán Martín Lutero a la Iglesia católica y sus malas prácticas, que iban
desde la venta de indulgencias hasta una vergonzosa relajación moral del clero (Po-Chia
Hsia: 2010). Desde entonces, la reforma luterana se extendió a gran velocidad por el
continente europeo, afectando especialmente a los territorios imperiales situados en la
zona de la actual Alemania, donde “numerosos príncipes, señores territoriales y
ciudades […] veían en la aplicación de la Reforma una oportunidad inesperada para
frenar el incremento del poder del emperador y aumentar el propio” (Ribot: 2016). De
esta manera, observamos que la disputa religiosa se enlaza con la política, lo que supuso
un idóneo caldo de cultivo para el enfrentamiento bélico, como terminaría sucediendo
con la creación de la Liga de Esmalcalda contra la autoridad imperial en 1531
(Rodríguez y Castilla: 2011).

Esta situación, pues, no solo concernía a Carlos V y al Imperio, sino también a la


Iglesia en la medida en que esta veía cómo la cristiandad europea occidental se dividía
de forma irreconciliable entre los partidarios del dogma católico y los de la reforma
protestante. Ante esta situación, en un clima de franca decadencia de la Santa Sede
(pérdida de respeto por el cautiverio y cisma de Aviñón, gastos suntuarios para la
renovación del Vaticano, comportamiento inmoral de los clérigos, etc.), se hacía
necesario convocar un concilio que cambiase las cosas en este complicado y sombrío
contexto histórico-cultural.

De esta manera, el primer interesado en su celebración no era otro que el mismo


Carlos V, quien pretendía dar respuesta, por un lado, al problema político que le había
surgido en el seno de su Imperio y, por otro, al deseo de muchos de reformar la Iglesia y
librarla de sus defectos (recordemos su condición de “defensor de la Cristiandad” como
Emperador del Sacro Imperio [Rodríguez y Castilla: 2011]). Por este motivo, para
alcanzar una solución política y resolver el conflicto alemán, “quiso imponer a los
protestantes la asistencia al concilio” (Floristán: 2015), hecho que al final no se produjo.

De la misma manera, pese a que la vuelta a la unidad religiosa parecía ya a todas


luces una quimera, ciertos sectores de la Iglesia (como el encabezado por el Pío IV que
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logró clausurar el concilio con la aprobación de sus reformas) estaban firmemente


convencidos de la necesidad de una renovación interna, ya que la reforma luterana no
había sido sino una reacción a la pésima coyuntura que atravesaba dicha institución. De
esta manera, se daba respuesta al anhelo de reformistas anteriores (y fieles a la
ortodoxia católica) como Erasmo, Moro o Cisneros (Febvre: 1985) y se acometía una
reforma necesaria para evitar futuras escisiones.

2.- ¿Qué supone Trento para la línea dogmática de la Iglesia Católica?

Como comentábamos en la pregunta anterior, la chispa del conflicto que


desembocó en la convocatoria del Concilio de Trento consistió en una disputa de índole
religiosa entre Lutero y la ortodoxia católica. En consecuencia, los protestantes
elaboraron toda una doctrina teológica que cuestionaba los principios dogmáticos
católicos más fundamentales. Así, ante esta amenazante situación, los clérigos reunidos
en Trento vieron como perentoria la necesidad de llevar a cabo una “clarificación
dogmática” del catolicismo que definiese sus principios sin dar lugar a futuras dudas
(Floristán: 2015). Esta se resume en los siguientes puntos fundamentales:

 Las fuentes de la fe: en Trento se dejó bien claro que las Sagradas Escrituras
constituían la fuente fundamental de la doctrina cristiana, aunque siempre de
acuerdo con el magisterio de la Iglesia y aceptando la Vulgata de San Jerónimo
como única versión válida (Floristán: 2015). De esta manera se respondía a la
afirmación luterana del primado exclusivo de la Biblia, sin mediación de los
sacerdotes, a la cual cualquier creyente podía acceder de forma directa y en su
lengua vernácula (Ribot: 2016).

 La justificación por la fe y el valor de las obras: la cuestión de la sola fides había


constituido “el caballo de batalla de la Reforma luterana” (Po-Chia Hsia: 2010),
pues según los preceptos de esta la salvación solo se lograba “en virtud de los
méritos de Cristo en la ocasión única e irrepetible de la cruz” (Ribot: 2016). Esta
concepción sería llevada al extremo por el determinismo extremo de Calvino
(Floristán: 2015). Ante esto, la Iglesia reafirmó la justificación por la fe y la
relevancia de las obras de caridad. No obstante, el debate no se llegó a cerrar y
las disputas en torno a la Gracia constituirían un verdadero quebradero de cabeza
para los teólogos del Barroco (Ribot: 2016).

 La eucaristía y los sacramentos: Trento se reafirmaba en la presencia real de


Cristo en la eucaristía (Rodríguez y Castilla: 2011) ante la doctrina luterana, que
defendía la consubstanciación (la presencia simultánea de las substancias
originales, el pan y el vino, junto con el cuerpo y la sangre de Cristo). La Iglesia,
por su parte, abogaba por la transubstanciación, que implicaba la conversión del
pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo respectivamente por medio de la
consagración.

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Con respecto a los restantes sacramentos, la Iglesia estipulaba su número


en siete, frente a la reducción a dos (eucaristía o “cena” y bautismo) que
proponía Lutero basándose en que fueron los únicos establecidos por Cristo.
Asimismo, se dignificaba el matrimonio “como unión pública ante la comunidad
con el sacerdote como testigo solemne” (Floristán: 2015).

 Por último, entre otros aspectos dogmáticos relevantes adoptados en Trento,


podemos mencionar la edición del Catecismo Romano (Rodríguez y Castilla:
2011), que recogía la doctrina elaborada en Trento, y la existencia de una Iglesia
como “cuerpo místico de Cristo” y, al mismo tiempo, “sociedad histórico-
jurídica unitaria y jerarquizada” (Floristán: 2015), frente a “la [Iglesia] invisible
o espiritual, formada por la comunidad de los creyentes y sin jerarquías” (Ribot:
2015) que proponían los protestantes.

3.- ¿Qué reformas marcó el Concilio en el ámbito disciplinar de la Iglesia? ¿Tanto


se habían relajado ciertas prácticas? Razone su respuesta.

Las intentas discusiones que tuvieron lugar en el seno del Concilio de Trento no
solo desembocaron en una clarificación dogmática de la doctrina de la Iglesia, sino que
también tuvieron un enorme impacto en su ámbito disciplinar. Esto se debió en gran
medida a la relajación de las prácticas que se venía presenciando desde hacía décadas y
que había constituido una de las principales causas de la reforma luterana. Para ser
conscientes de la situación, basta echar un vistazo a las 95 tesis de Lutero en las que el
alemán arremete contra la Iglesia por su práctica de vender indulgencias para obtener
réditos económicos a cambio de asegurar la salvación al que las compra (Lutero [ed. de
Toribio]: 2018).

De la misma manera, Luis Ribot nos habla de una crisis de la religiosidad


medieval (Ribot: 2016), en la que “existía un descontento […] generalizado en relación
con la Iglesia, los papas, el clero o las prácticas religiosas”. Este autor no solo nos habla
del vergonzoso tráfico de influencias, sino también de clérigos que actuaban como
“señores temporales” sin otra preocupación que “el poder y las rentas”. A ello se
sumaban prácticas muy extendidas de amancebamiento y de absentismo con respecto a
las parroquias que los clérigos tenían asignadas (Ribot: 2016). Además, la sociedad de
la época vivía contaminada por una “religiosidad viciada” donde las supersticiones y las
profecías apocalípticas campaban a sus anchas (Ribot: 2016).

Ante esta insostenible situación, una reforma dela disciplina eclesiástica se


revelaba muy necesaria. Para atajar las malas prácticas más evidentes, y que restaban
prestigio y respeto a la Iglesia entre sus fieles, se reforzó en Trento tanto el celibato
obligatorio como la cura pastoral en las parroquias (Floristán: 2015). De esta manera, el
párroco pasaba a constituir un ejemplo de la rectitud moral ante sus feligreses.
Asimismo, el ámbito pastoral se vio fuertemente influido por la reforma tridentina, ya
que el principal objetivo de la Iglesia no fue otro sino estar presente de forma más activa
en la vida cotidiana de los creyentes, de tal forma que se evitaba su posible conversión a
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las nuevas doctrinas protestantes que florecían por el continente europeo. Para ello, se
insistió en las visitas pastorales, la residencia de los obispos en sus diócesis o la
celebración de sínodos diocesanos y provinciales (Rodríguez y Castilla: 2011). Todo
ello con el fin de lograr un mayor control de la actividad de los sacerdotes y racionalizar
la labor de la Iglesia en todos sus niveles jerárquicos. Ello pasaba también por la
creación de seminarios para formar a los sacerdotes (Rodríguez y Castilla: 2011) y la
reforma de las órdenes religiosas, junto con el endurecimiento de la clausura en los
conventos femeninos (Po-Chia Hsia: 2010).

Con respecto a la viciada religiosidad de la que nos hablaba Ribot, en Trento se


decidió promover “las formas de piedad popular tradicionales que habían rechazado los
protestantes, aunque purificándolas de excesos” (Floristán: 2015). De esta manera, es en
este concilio donde encontramos el origen de las procesiones de Semana Santa o el
surgimiento de las cofradías que han perdurado hasta nuestros días. A su vez, se hacía
hincapié en la veneración de los santos y de la Virgen María como intercesores ante
Dios y se impulsaba el rezo del rosario, la celebración de los misterios y fiestas de la fe
o la oración por los difuntos (Floristán: 2015).

Para concluir, podemos terminar resaltando la enorme relevancia que tuvo


Trento para la renovación disciplinar del clero católico. Se produjo, así, una verdadera
reforma en el seno de la Iglesia y que le sirvió de marco hasta el siglo pasado. No
obstante, la aplicación de los preceptos tridentinos no fue fácil, pese a la inestimable
ayuda, por ejemplo, de la recién fundada Compañía de Jesús, y los conflictos religiosos
siguieron presentes en el continente europeo hasta que tras la Paz de Westfalia de 1648
se consolidó el secularismo como principio rector del nuevo orden internacional que
entonces surgía.

Bibliografía

Febvre, Lucien (1985). Erasmo, la Contrarreforma y el espíritu moderno. Ediciones


Orbis, Biblioteca de Historia, Madrid.

Floristán, Alfredo (2015). Historia Moderna Universal. Ariel, Barcelona.

Lutero, Martín (ed. de Toribio, Pablo). Obras reunidas. 1. Escritos de reforma. Trotta,
Madrid.

Po-Chia Hsia, R. (2010). El mundo de la renovación católica 1540-1770. Akal, Madrid.

Ribot, Luis (2016). La Edad Moderna (siglos XV-XVIII). Marcial Pons, Madrid.

Rodríguez García, Justina y Castilla Soto, Josefina (2011). Historia Moderna de España
(1469-1665). Ed. Universitaria Ramón Areces-UNED, Madrid.

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