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Laconquista Resuen
Laconquista Resuen
LA LITERATURA DE LA CONQUISTA
El año 1492 inaugura una nueva era para la civilización occidental. Sin
embargo, hacia el mes de febrero de 1521 se habían reducido todos los
focos de resistencia indígena. Se iniciaba el período de la expansión
territorial: Honduras. California, Guatemala, el istmo de Panamá, entraban
dentro de la órbita española.
No poco más de treinta años, de 1519 a 1550, los españoles impusieron su
dominio sobre veinticuatro millones de kilómetros cuadrados de tierras,
sujetas a las condiciones climáticas más diversas, habitadas por
poblaciones y culturas diferentes.
Pervivenda de lo indígena: el mestizaje
La conquista española, si no provoca la muerte total de estas civilizaciones,
realiza destrucciones incalculables en el campo artístico y literario, por
fanatismo, codicia e ignorancia. No se puede hablar en este caso, como
ocurrió con Roma y Grecia, de vencidos que sometieron culturalmente a
los vencedores, pero toda la espiritualidad hispanoamericana y sus
manifestaciones artísticas trasuntan la influencia de los primeros.
La labor cultural de las órdenes religiosas
De cualquier modo, en el momento de la conquista empezó a surgir en los
territorios donde habían florecido las civilizaciones aborígenes, más
importantes, desde México al Perú, una nueva cultura en la que tuvo un
puesto relevante lo indígena.
La Iglesia oficial, sometida al «Patronato Regio» en virtud de las bulas de
Alejandro VI y Julio II, era más un organismo burocrático y político que
una fuente de actividades culturales y espirituales; por consiguiente, su
participación en la obra de evangelización — obra cultural insustituible, en
realidad— es mínima.
Así, tras el descubrimiento y colonización de las grandes islas antillanas, la
cultura europea, hispánica, inicia su penetración en América por obra de los
franciscanos, de los agustinos, de los dominicos y, más tarde, de los
jesuítas.
Conquistado México, el fraile Pedro de Gante, pariente del emperador
Carlos V, funda en 1523 en la capital los primeros centros de educación,
dotando a los conventos de una escuela para adultos, abierta a los
miembros de la nobleza indígena. Allí se aprendía religión, pero también
castellano, humanidades y música.
Fray Juan de Zumárraga, Preocupado por conseguir una evangelización
más directa de los habitantes a través del conocimiento y em pleo de las
diferentes lenguas locales, fundó un seminario para la formación de
religiosos indígenas. Fueron éstos, en más de un caso, los maestros de los
religiosos españoles que llegaban a América, a los que enseñaban las
lenguas del imperio azteca, instruyéndoles en las costumbres, ritos, historia
y cultura de los aborígenes.
Entretanto, los jesuítas habían hecho su aparición en América, en 1572,
y desde el primer momento volcaron todos sus esfuerzos en la formación
de las clases altas de la sociedad indígena; sin embargo, también fueron
los jesuítas, en su mayor parte, los misioneros del Evangelio y la
civilización en las diferentes regiones del continente americano, y a ellos se
debe la pacificación gradual de las Indias; eso sin contar con los audaces,
y discutidos, experimentos comunitarios en las «Misiones» del Paraguay.
Las primeras crónicas del descubrimiento: Cristóbal Colón
Neobarroco
Pero lo cierto es que la nueva estética sólo alcanza su auge en la segunda
mitad del XVII y primera parte del XVIII, mientras en España ya
languidecía hacia 1680. Hubo cientos de poetas y autores barrocos en
América: de todos sólo nos queda un puñado: SorJuana, Sigüenza y
Góngora, Caviedes, Espinosa Medrano (in/ra) y apenas alguien más. El
resto no hizo sino convertir el barroco en un pretexto para cultivar un arte
ceremonial, convencional y académico (la misma Sor Juana lo hizo),
precisamente lo que había querido combatir el poeta de las Soledades.
La literatura, y especialmente la poesía, pasó a ser muchas veces un puro
juego, un torneo de hueca ingeniosidad y gimnasia silábica. En los círculos
académicos, se proponían temas y formas fijas, elevando cada
vez el grado de dificultad; el resultado de esas competencias poéticas
que premiaban la industriosidad y la paciencia, no la inspiración.
Por otro lado, el barroco estimuló la aparición de un modelo intelectual de
la época: el sabio criollo, el individuo que aspiraba a saberlo todo y lo hacía
con gracia y profundidad; el enciclopedismo del XVIII se basa en la
presencia de estos individuos que son, ellos mismos, resúmenes del
saber de su tiempo. Hubo siempre erudición y ansia de conocimiento en
las letras americanas.
Orbe y obra de Sor Juana
La única figura de la lírica barroca americana que no empalidece si
puesta al lado de Góngora, es la mexicana Sor Juana Inés de la Cruz
(1651-1695); y aún puede decirse que ésta lo supera por la variedad de
géneros que cultivó: poesía (profana, sacra, filosófica), villancicos, teatro,
prosa, etc.
Que la figura mayor de toda la poesía colonial sea una mujer dice, además,
algo significativo: la regla que marginaba a las de su sexo en las áreas
de la educación y la cultura, no impedía que se produjesen excepciones.
SorJuana es la mayor de ellas.
Gracias principalmente a dos fuentes -su famosa Respuesta a Sor Filotea de
la Cruz (de 1691) y la primera biografía de la monja, escrita por el jesuita
Diego Calleja para el tercer tomo de sus obras Fama y obras póstumas
(Madrid, 1700)- y a otros documentos conventuales,
podemos reconstruir algunos hechos esenciales de su vida. Sor Juana nació
Juana Ramírez de Asbaje, en San Miguel de Nepantla
Era hija natural de un español y una criolla que nunca se casaron. En
su testamento, la madre Isabel Ramírez se declarará «mujer de estado
soltera», pero durante los años tempranos de su hija, llamaba a ésta
«legítima» y «mi esposo» a Pedro de Asbaje y Vargas.
En la Respuesta... , nos refiere detalles y anécdotas de una infancia
marcada por la precocidad y el deseo de saber: aprendió a leer a los
tres años y muy poco después a escribir; se abstenía de comer queso
por la creencia de que afectaba la inteligencia; en un gesto autopunitivo, se
cortaba el pelo si no aprendía algo en el plazo que ella misma se
fijaba, etc. Un instrumento importante en su formación autodidacta
fue la biblioteca de su abuelo; ésa fue su verdadera universidad, pues
la otra le estaba vedada.
A los ocho ya componía versos y un poco después, cuando vivía en la
capital, aprendíó gramática y latín en 20 lecciones, según Calleja. Su vida
posterior (y su producción literaria) tiene dos períodos: sus años en la corte
virreina! (1664-1667); y su vida conventual {desde 1667, con una breve
interrupción, como veremos).
Sea lo que fuere, lo cierto es que los mencionados sonetos no se ahorran la
expresión de lo que parece un intenso amor, con todo lo que eso envuelve;
el tercero, por ejemplo, comienza así:
Mueran contigo, Laura, pues moriste,
los afectos que en vano te desean,
los ojos a quien privas de que vean
hermosa luz que un tiempo concediste.
Rubén Darío
Rubén Darío (1867-1916) renueva y critica el legado de la poesía del siglo
XIX y abre las caminos estéticos que dan inicio al siguiente. Decir que es el
mayor poeta modernista no es suficiente; hay que agregar que es nuestro
primer poeta plenamente moderno.
Una característica profunda de ambas es su espíritu ansioso por vencer el
provincianismo que todavía imperaba en las costumbres literarias de
América; esa ansiedad es un rasgo que bien podemos identificar con la
modernidad, que otros presintieron antes que él pero que nadie vivió con la
intensidad que en él alcanzó.
Es sintomático que este auténtico espíritu moderno apareciese en un
pequeño país como Nicaragua, entonces sin mayor tradición literaria, y que
naciese en la remota Metapa, una oscura provincia que él colocó en el
mapa literario.
Darío se reinventa a sí mismo y se metamorfosea. Entendamos, pues, su
creación como un proceso y un constante progreso para responder a los
movimientos interiores que experimentaba. Darío salva lo mejor de la
tradición recibida. absorbe todas las formas nuevas que están en el
ambiente y las devuelve transfiguradas en algo distinto: su propia creación,
admirable, entre otras cosas, por su sincretismo, con el que adapta,
interpreta, traduce y dispersa en el ámbito de la cultura las semillas
sembradas por sus lecturas de los clásicos antiguos y españoles,
románticos, parnasianos y simbolistas.
Así lo confirma su interés por el medioevo y el orientalismo; la música, la
pintura y la decoración más refinadas, la sensualidad pagana y el
misticismo cristiano; el prerrafaelismo y el helenismo; los colores y los
sonidos; el alma y el cuerpo; el donjuanismo y el quijotismo... Hay que
entender por eso sus sinestesias y los espasmos de su súper sensibilidad no
como meros juegos retóricos, sino como modos de agotar la complejidad
del mundo moderno; creía que sólo podía reflejarlo si se mantenía
constantemente abierto y permeable a todo lo que ocurría a su alrededor -y
en su interior.
No sólo fue un poeta fecundo y proteico: fue un poeta precoz.
Cuando era aún pequeño y no era Darío sino Félix Rubén García
Sarmiento, lo conocían como el «poeta niño»
Tenía sólo catorce años cuando publica su primer poema firmado como
«Rubén Darío» y un cuaderno manuscrito titulado Poesías y artículos en
prosa.
Los rasgos que más destacan provienen de sus lecturas románticas que le
inspiran una poesía en la que el yo expande su sensibilidad
ante escenarios grandiosos, modelos ejemplares y signos de espiritualismo
cristiano. Véase, por ejemplo, el poema «El Porvenir»:
Temas
El poeta siempre pide «¡Más!», hasta que el hada rasga el velo de la
inspiración y descubre tras él «un bello rostro de mujer>>. El amor es,
pues, la otra cara de la poesía: voluptuosidad del arte, arte de la
voluptuosidad.
Prosas Profanas
Por su parte, Prosas profanas es un libro de indudable madurez: otro
catálogo, esta vez poético, de formas, ideas, ritmos, timbres, colores,
imágenes, decorados y sugerencias que difícilmente se habían articulado
antes en lengua española.
¿Por qué llamar Prosas profanas a un libro donde no hay un solo poema en
prosa (salvo «El país del sol», prosa con ritmos y estribillo propios del
verso)? La intención detrás del título era la de señalar una doble y
escandalosa negación del establishment literario: supone usar la palabra
«prosas» en su acepción arcaica -así la emplea Berceo-- de composición de
carácter religioso para ser cantada en la misa, pero contradicha por
«profanas». Así, el sustantivo equivaldría a «liturgia» o «ceremonia», y el
adjetivo apuntaría al aspecto sensual, erótico y carnal que domina en la
obra: un nuevo ritual de los sentidos.
“Yo he dicho, en la rosa de mi juventud, mis antífonas, mis secuencias, mis
profanas prosas. Tiempo y menos fatigas de alma y corazón han hecho falta
para, como un buen monje artífice, hacer mis mayúsculas dignas de cada
página del breviario... Tocad, campanas de oro, campanas de plata, tocad
todos los días, llamándome a la fiesta en la que brillan los ojos de fuego, y
las rosas de las bocas sangran delicias únicas.”
Es decir, el estímulo y el horizonte final de este libro es el placer;
su propósito es la divinización del impulso erótico, la gozosa profanación
de la carne como vía hacia una nueva experiencia ascética que
contradice la de la doctrina cristiana. En Prosas profanas se oficia una
misa carnal, un misterio revelado por los sentidos exaltados o arrobados en
una vibración casi mística. El placer era una forma suprema del arte y el
arte una forma de exquisitez que ni quiere ni puede ser juzgada con el
burdo rasero de lo cotidiano: estamos en un más
allá creado por el ensueño y la fantasía liberadores de la pesadumbre
del vivir concreto. El desfile y el festín abundan en figuras y máscaras,
en ficticias representaciones de lo humano; las mujeres son diosas, estatuas
de mármol, figuras mitológicas o literarias.
Hay
roces y carnes presentidas, siempre un poco más lejanas de lo deseable; y
eso espolea la fiebre erótica y la prolonga en una búsqueda que
nunca termina: cada rostro, cada cuerpo inalcanzado le reaviva la punzada
del deseo y le propone un nuevo objeto por poseer, una nueva
quimera. Basta escuchar los versos que abren el libro para percibir la
profunda novedad que traía este lenguaje a nuestra poesía finisecular: