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Con motivo del 70 aniversario del gran crítico literario e historiador de las
ideas, Jean Starobinski, el profesor ginebrino Vincent Barras (del Instituto Louis-
Jeantet de Historia de la Medicina) le hizo en 1992 esta entrevista, centrada en la
historia de la medicina, si bien la obra del gran ensayista ha abordado tanto ese
campo –especialmente la historia del pensamiento psicológico– como sobre todo
la literatura y la historia de las ideas, destacando su modo pionero de tratar el pro-
blema de la máscara y de la melancolía.
Starobinski nació en Ginebra en 1922 (su padre era un médico de origen
polaco que decide quedarse en Suiza a partir de 1914), y él se nacionalizará suizo
tardíamente, en 1948, y de hecho, aunque de expresión muy francesa, su obra
siempre ha tenido un aire en verdad internacional: parcialmente se formó en
Norteamérica, publica casi siempre en París, domina notablemente el alemán (ha
merecido el premio Goethe), y mantiene numerosos contactos con la cultura ita-
liana. Starobinski concluyó sus estudios de letras en 1942, y los de medicina en
1948. En los cuatro años siguientes, fue alumno interno de medicina general, sin
llegar a ejercer la medicina; pues mientras rotaba como alumno interno en una clí-
nica psiquiátrica en Suiza fue cuando presentó su tesis literaria, un gran libro de
crítica intelectual: Jean-Jacques Rousseau: la transparencia y el obstáculo
(1957). Luego Starobinski publicará su tesis médica, Historia del tratamiento de
la melancolía desde los orígenes hasta 1900 (1960). Desde 1958 hasta jubilarse
en 1985, ha sido catedrático de historia de las ideas en la Universidad de Ginebra,
a la vez que era profesor de literatura francesa y de historia de la medicina.
De ahí sus grandes libros que ha ido elaborando al tiempo que los probaba en
decenas de artículos previos: L’œil vivant (1961); La invención de la libertad
(1964); Portrait de l’artiste en saltimbanque (1970); La relación crítica (1970);
Las palabras bajo las palabras (1971), una mirada inédita sobre Saussure; 1789,
los emblemas de la razón (1973), sobre la iconografía de la revolución; La pose-
sión demoníaca (1974). Asimismo está otra obra maestra de Starobinski,
Montaigne en mouvement (1982); y otros tantos libros más entre los que destacan
tres aparecidos en 1989, Table d’orientation; Le remède dans le mal; y La mélan-
colie au miroir. Trois lectures de Baudelaire. Así como Diderot dans l’espace des
peintres. Le sacrifice en rêve, de 1991; y Largesse (1994). Sus trabajos sobre
Diderot, sobre la idea de reacción o sobre la melancolía, sin duda fundamentales,
están pendientes de una próxima reelaboración en varios proyectos bibliográficos
del propio Starobinski.
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acogió esta tesis. Mi trabajo se interrumpe en 1900, pues se esperaba otro trabajo
para el siglo XX, el de Kuhn, el médico que había observado por primera vez los
efectos del Tofranil; pero, muy absorbido por sus funciones de director de
Münsterlingen, todavía no ha escrito esta historia del tratamiento de la depresión
en el siglo XX. Mi texto se detenía a la vez antes de Freud y antes del electrocho-
que. Lamento sobre todo que haya sido antes de los tricíclicos: el acercamiento
terapéutico de la depresión desde la introducción de esas sustancias en los años
cincuenta tiene ya toda una historia.
Así es como entraron poco a poco en mis actividades esos considerandos,
ligados cada vez más –a partir del momento en que mi enseñanza en Ginebra era
una enseñanza de historia de las ideas– a la interacción entre historia de la medi-
cina, historia de las ideas, historia de la literatura. No quería perder esta parte de
mi vida dedicada al estudio de la medicina. Era una forma de conservar la unidad
en mí, en mis diferentes actividades; resulta que sigo empeñado en la misma tarea,
en esta obra un poco melancólica que consiste en rematar lo que se ha empezado
una vez y que no ha conseguido llegar del todo al punto hasta el que se desea que
avancen las cosas.
rías y la historia de los conceptos; hay que prestar atención a lo que Jacques Roger
llamaba las transferencias de sentido en el vocabulario científico. Estas transfe-
rencias de sentido pudieron afectar a un gran número de palabras, que habían pasa-
do, por ejemplo, del vocabulario aristotélico del Renacimiento al vocabulario de
la mecánica clásica: se cambió el sistema, manteniendo las palabras anteriores,
pero distribuyéndolas de otro modo en su relación con otras palabras. Se trata,
pues, de un cambio que modificó el «valor» de la palabra, en el sentido que los
lingüistas dan al término «valor»: la relación de esta palabra con el resto del voca-
bulario. Sucede que muchas palabras cuya transformación he seguido tienen cier-
ta relación con esta palabra de tan considerable longevidad que es «melancolía»:
en efecto, data de la más remota Antigüedad, y sólo muy recientemente el último
diccionario de la OMS la declara obsoleta, y hay que sustituirla por «depresión»:
y aunque la palabra «reacción» no afecte más que a la «depresión reaccional», me
interesé por ella a partir de esta última.
Es sabido que a principios del siglo XIX, Bichat define la vida por la acción
destructora de las agresiones externas y la reacción específica del individuo vivo.
Gradualmente, me fui preguntando cómo entró este término en la medicina, pues
hay, en efecto, épocas del lenguaje de la medicina en que no interviene la palabra
reacción; todavía no es conocida y no tiene ningún papel que desempeñar. La sali-
da a escena de algunos conceptos, de algunas palabras –pero no es el caso de todas
las palabras–, podría, si se mira detenidamente, poner de relieve una emergencia,
una nueva intuición, otra concepción de lo vivo y de las relaciones entre el indi-
viduo y el medio circundante.
También la «nostalgia» es una palabra creada para designar algo que era un
sentimiento vago, que adquirió figura de enfermedad, y que para nosotros ha deja-
do de ser una enfermedad. Hablaríamos en otros términos de lo que ha sido defi-
nido como la enfermedad nostálgica: sería para nuestros contemporáneos una neu-
rosis de adaptación, una depresión por reacción, o de reajuste como dicen los auto-
res anglosajones. Muchos de mis trabajos han podido ser, como ese trabajo sobre
la clorosis, trabajos por ramificación del estudio sobre el estudio de la melancolía.
La clorosis era ciertamente un déficit. ¿De qué? Había sido identificada con la
anemia férrica. Algunos historiadores están convencidos ahora de que muchos
casos de clorosis, tal como eran catalogados en Inglaterra en el siglo XIX, eran la
forma que adoptaba, o el nombre con el que se designaba la anorexia mental. Se
podrían identificar eventualmente, de manera retrospectiva, siempre que hubiera
suficientes documentos clínicos, historiales de enfermos, dos afecciones total-
mente diferentes; y la historia de la medicina se convierte entonces en una inves-
tigación sumamente interesante, porque revela estadios del pensamiento en que
los conceptos que hoy son para nosotros completamente diferenciados están toda-
vía fusionados, amalgamados, y en que un término permite mantener la confusión.
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ingleses, sobre todo de Jorge III, y que ofrecen muy buenos indicios que permiten
pensar en una porfiria transmitida por vía hereditaria. En ese caso, nuestro len-
guaje se aplica sin duda con mayor o menor adecuación a fenómenos objetivos, y
podemos en cierta medida darle crédito.
Pero no queda excluido que lo que hoy llamamos esquizofrenia reciba a tra-
vés de las neurociencias un enfoque nuevo y que todo nuestro edificio de la esqui-
zofrenia se descomponga o se reconstruya a través de un conocimiento más pre-
ciso de ciertos mecanismos neuroquímicos. De ahí la fragilidad de lo que se pro-
yecta en el pasado a partir del discurso actual. Basta con pensar en la «Mirada al
pasado» del Dr. Cabanès, muy impuesto en la ciencia de su época, pero no de la
nuestra. Era inevitable que sus patografías incluyeran un buen contingente de
«artríticos». Pero la filosofía, la filología, la historia de las religiones y de las ideas
permiten controlar cierto número de cosas: cómo evaluar los fenómenos colecti-
vos, orgiásticos o demoníacos: la brujería en el Renacimiento por ejemplo. Los
discípulos de Charcot veían en ello, con demasiada facilidad, la gran histeria –que
conocían o creían conocer–. Hoy somos más desconfiados. Los historiadores de la
vida colectiva ya no dejan la última palabra a los médicos; intentan determinar en
la vida social del pasado la función que podía tener este o aquel ritual de curación
o de exorcismo sin preguntarse de qué tipo de enfermedad podía tratarse.
tes pueden tomar el suicidio como norma. La medicina está en connivencia con el
querer-vivir. Lo interesante de la historia de la medicina es que no concierne sólo
a las prácticas de curación, sino que invita a plantear cuestiones fundamentales,
como lo han hecho algunos historiadores –pienso en Temkin–, referidas a la esca-
la de valores de nuestra existencia: ¿es la salud un valor fundamental? Ciertas cul-
turas, ciertos movimientos espirituales, lo han negado.
De ahí una orientación de la historia de la medicina que ya no se interesaría
sólo por las prácticas de curación y las teorías subyacentes, sino que aplicaría su
interés al sistema de valores de una sociedad. De ese modo, la historia de la medi-
cina se encontraría con la historia mucho más general de los valores que recono-
cen los hombres, de las reglas de vida que adoptan: junto a la historia de la medi-
cina tendría que haber historia de la moral. La ética no es algo que se sobreañade
a la medicina: le es consustancial.
Es, en cierto modo, lo que usted ha intentado hacer en sus trabajos sobre la
historia de la medicina.
Me interesé (de manera episódica) por la actitud de Molière frente a los
médicos. Este autor me ofrecía un caso particular de anti-medicina. Molière es a
la vez un racionalista que comparte las opiniones de los epicúreos sobre el cono-
cimiento de la naturaleza: todo se explica materialmente por la combinación de los
átomos, pero no tenemos los conocimientos suficientes para saber cómo se com-
binan y se disgregan los átomos materiales. Los médicos que sangran y que pur-
gan son unos impostores. La crítica molieresca de la medicina apunta a una prác-
tica racional o supuestamente tal, en nombre de una razón más ilustrada. Molière
no es un adepto de la irracionalidad, al contrario: observa la impotencia de la
mayoría de las prácticas médicas de su tiempo. La historia de la medicina tiene,
en efecto, el enorme interés de indicar a nuestra mirada mejor informada con qué
argumentos se conformaron los hombres de una época determinada, qué ha podi-
do parecerles lo suficientemente concluyente. También nos muestra a propósito de
qué puntos se despertaron las dudas. La «virtud dormitiva» del opio nos hace reír
en Molière, que da el golpe de gracia a las cualidades sustanciales de origen artis-
totélico. Sin embargo, este tipo de noción, que se limita a atribuir a una causa la
cualidad de su efecto, pudo parecer satisfactoria a generaciones de hombres tan
razonables como nosotros.
De la misma manera, me parece oportuno un estudio riguroso –que nunca se
ha hecho realmente– de los procedimientos demostrativos de Freud. Ante una difi-
cultad, Freud aventura una hipótesis, una comparación –dadas como aproxima-
ciones–. En la página siguiente, estas aproximaciones se han consolidado como
conceptos; han adquirido un estatuto científico. En un principio, los términos
introductorios son: «Podríamos imaginar que»... Poco después la fórmula se con-
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vierte en: «Sabemos que»... Eso vale para todos los textos médicos en los que fun-
cionan peticiones de principio...
llos que habían sido conocidos en el pasado. Lo cual quiere decir que, en cierto
momento y a pesar de lo que he dicho con respecto a la transformación del voca-
bulario, una ojeada estadística y demográfica sobre un espacio de tiempo históri-
co bastante amplio, como lo hacen los economistas que se ocupan de la larga dura-
ción, permite hacer balance de una manera tal vez más eficaz. Se trata de evaluar
el fenómeno salud, enfermedad, crecimiento demográfico con lo que ello implica
en cuanto a riesgos de paro o problemas de alimentación.
La vista sobre la larga duración, que implica la intervención del historiador,
especialmente del sociólogo historiador, no me parece desdeñable, por lo tanto
hay que conservar la conciencia de lo que ha sido una conquista científica o téc-
nica. Nada parece más sorprendente e inquietante que la actitud ignorante de
muchos de nuestros jóvenes contemporáneos, para los cuales es evidente que se
tiene derecho a una seguridad plena en la organización de la vida material. Las
ayudas urgentes, la transfusión, todo ello parece evidente, y no se entiende como
una conquista, que hay que preservar, pues sus ventajas están a merced de una
disolución del vínculo social: así se ha visto en algunos países. En la actualidad ni
los países del Este, ni los países de Asia o África están al abrigo de una regresión.
Y es precisamente cuando no se tiene conciencia de lo que ha sido el progreso en
el curso de la historia –y cuando nos parece que el conjunto de protecciones y de
vacunas eficaces es algo que se nos debe–, cuando nos olvidamos de que se ha tra-
tado de un esfuerzo de larga duración, que ha habido obstáculos que superar, que
el conocimiento ha tropezado a veces con tópicos o resistencias institucionales, y
que sólo después ha caído la mortandad neonatal, por ejemplo, hasta el punto en
que se encuentra en los países llamados avanzados.
Hoy vemos gente que, en nombre de la naturaleza, ponen en duda la ciencia
que ha garantizado su seguridad y que, a la vez reivindican una mayor seguridad.
En ese caso, el historiador tiene que decir: cuidado, si usted renuncia a algunos
conocimientos científicos, que están relacionados, sobre todo, con la experimen-
tación animal, si en nombre de su angélica bondad hacia la naturaleza usted inte-
rrumpe la investigación en curso, se está arriesgando, ya no tendrá lo que le pare-
ce tan evidente, lo que cree que se le debe, como el agua que sale del grifo, que a
pesar de todo es producto de una técnica, de una puesta a punto científica, y que
hace que ya no sea necesario ir a buscar agua a un pozo contaminado. De la misma
manera, la irrigación de los tejidos sólo ha podido perfeccionarse a costa de una
paciente experimentación. Hay pues en todo eso algo importante: la conciencia
clara del valor de la ciencia, del valor de sus aplicaciones atinadas. La historia lo
valora.
Los fenómenos de tipo Illich, por una parte, y por otra la conciencia históri-
ca que parece recuperar cierta fuerza desde hace poco ¿no son acaso indicio de
que hoy en día se impone en la medicina una necesidad de reflexionar, de adop-
tar una distancia crítica, tras décadas de realizaciones espectaculares?
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Para terminar, ¿qué consejos daría usted a un joven investigador que desee
lanzarse a este campo tan vasto de la historia de la medicina que usted nos ha des-
crito?
Tendría que dedicarse a un problema que le fascine y le preocupe a él mismo,
y para el cual la investigación, con sus momentos áridos, sus largas búsquedas,
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SALUD MENTAL Y CULTURA
Los libros publicados por Starobinski son: el álbum, con iconografía de Nicolas Bouvier,
Historia de la medicina, Madrid, Continente, 1965, adaptado por F. Moreno (or. 1963); Montes-
quieu, México, FCE, 1989 (or. 1953, aumentada en 1994); Jean-Jacques Rousseau: la transparen-
cia y el obstáculo, Madrid, Taurus, 1983 (or. 1957); L’œil vivant, París, Gallimard, 1961; Historia
del tratamiento de la melancolía desde los orígenes hasta 1900, Basilea, Geigy, 1962 (or. 1960),
Más recientemente, La invención de la libertad, Barcelona, Carroggio, 1964; Portrait de l’artiste
en saltimbanque, Ginebra, Skira, 1970; La relación critica, Madrid, Taurus, 1974 (or. 1970); Las
palabras bajo las palabras, Barcelona, Gedisa, 1996 (or. 1971); 1789, los emblemas de la razón,
Madrid, Taurus, 1988 (or. 1973); La posesión demoníaca. Tres estudios, Madrid, Taurus, 1975 (or.
1974); Montaigne en mouvement, París, Gallimard, 1982; Table d’orientation, Lausana, L’Age
d’Homme, 1989; Le remède dans le mal. Critique et légitimation de l’artifice à l’âge des Lumières,
París, Gallimard, 1989; La mélancolie au miroir. Trois lectures de Baudelaire, París, Julliard, 1989;
Diderot dans l’espace des peintres. Le sacrifice en rêve, París, RMN, 1991; Largesse, París, RMN,
1994.
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SALUD MENTAL Y CULTURA
Sin anotar aquí sus artículos literarios, ni siquiera los relativos al problema de la máscara y la
melancolía –véase la bibliografía completa recogida en Razones del cuerpo–, recogemos sus textos
sobre historia de la medicina y del pensamiento psicológico para dar cuenta de la magnitud de una
parte de su trabajo: «Une théorie soviétique de l’origine nerveuse des maladies» (sobre Speransky),
Critique, 47, 1951, pp. 348-362; «La ‘sagesse du corps’ et la maladie comme égarement: le ‘stress’»
(sobre Selye), Critique, 59, 1952, pp. 347-360; «Le passé de la médecine» (sobre Sigerist), Critique,
70, 1953, pp. 256-270; «La connaissance de la vie» (sobre Canguilhem), Critique, n.° 75-76, 1953,
pp. 777-791; «Descartes et la médecine», Synthèses, VII, 80, 1953, pp. 333-338; «Le procès-verbal
d’autopsie d’Ivan Tourgueniev», Revue médicale de la Suisse romande, LXXI, 1961, pp. 721-728;
«Merleau-Ponty, ‘Je ne peux pas sortir de l’être’», Gazette de Lausanne, 27-28 de mayo de 1961;
«A. Camus et la peste», Symposium Ciba, 10, 1962, pp. 62-70; «Molière et les médecins, Symposium
Ciba, 14, 4, 1966, pp. 143-148; «Descartes et la thérapie épistolaire», Documenta Geigy, Basilea,
1969, pp. 2-3; «Sur la fonction de la parole dans la théorie médicale de l’époque romantique»,
Médecine de France, 205, 1969, pp. 9-12. Ya en los setenta: «L’Essai de psychologie de Charles
Bonnet: une version corrigée inédite», Gesnerus, 32, 1975, pp. 1-15; «Physionomie et communica-
tion», Revue Ciba, 1975, p. 1; «Galenism, por O. Temkin», New York Review of Books, 26 de Junio
1975, 22, pp. 15-18; «Le corps animé» (sobre Erdmann), Nouvelle Revue de Psychanalyse, 12, 1975,
pp. 137-144; «Le mot réaction: de la physique a la psychiatrie», Diogène, 93, 1976, pp. 3-30);
«Gazing at Death (sobre Foucault)», Nueva York Review of Books, 22, 1976, pp. 18-22; «Le concept
de cénesthésie et les idées neuropsychologiques de M. Schiff», Gesnerus, 34, 1977, pp. 2-19; La
Faculté de médecine de Genève, 1876-1976, Ginebra, Médecine et Hygiène, 1978, 165 pp. (trabajo
colectivo).
Más recientemente, y sin dejar de redactar otros textos, publicó: «Le passé de la passion.
Textes médicaux et commentaires», Nouvelle Revue de Psychanalyse, 21, 1980, pp. 51-76;
«Panorama succinct des sciences psychologiques entre 1575 et 1625», Gesnerus, 37, 1980, pp. 3-16;
«Sur la chlorose», Romantisme, 11, 31, 1981, pp. 113-130; «D’Agrippa de Nettesheim à Montaigne:
l’embarras des médecins devant l’origine de la semence», Gesnerus, 40, 1/2, 1983, pp. 175-183;
«Brève histoire de la conscience du corps», Revue Française de Psychanalyse, XLV, 1981, pp. 261-
279; «Médecine et antimédecine», Cahiers de la Faculté de médecine, XIII, 1986, pp. 11-22; «Le
médecin, le patient et le bon Dieu», Campus, n.º 7, 1990, pp. 20-21; «Le ‘médecin croyant’ et le thé-
ologien genevois», Gesnerus, 48, 1991, pp. 333-341; «Médecine et rationalité», Journal suisse de
médecine, 122, 1992, pp. 1.948-1.951; «On the word ‘abreaction’», Cahiers psychiatriques gene-
vois, 15, 1994, pp. 31-39; «Moreau de la Sarthe et Laennec au chevet de Maine de Biran», en
VV.AA., Nature, histoire, société. Essais en hommage à Jacques Roger, París, Klincksieck, 1995,
pp. 107-112.