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El infierno es una realidad interior, donde surgen las preguntas más profundas, que no se
pueden hacer desde situaciones confortables, sino desde pozos funestos, algunos muy
difíciles de penetrar. Son situaciones del Job bíblico y que constituyen lugares sagrados
donde descalzarse.
Pero de los infiernos que se tratará son las violencias que cotidianamente se puede apreciar.
¿Acaso sería realmente la opción de Jesús, destruir a unos para salvar a otros? Y desde esta
perspectiva nos lanza a contemplar la tercera vía planteada por Jesús. Puesto que las
conocidas, siempre engendran más violencia. La primera opción es la “acción-reacció”
(fight) o el silencio sumiso (flight)
El Siervo presenta aquí una primera propuesta, que Richard B. Gregg llama «espejo»,
partiendo de la experiencia de un satyagrahi, que en terminología oriental se refiere a todo
firme creyente en el poder del Amor y de la Inocencia como capacidades de transformar
infiernos mediante el autosacrificio.
Cuando Is 52,14 afirma con contundencia «¡tan desfigurado de hombre era su aspecto y su
forma entre [los] hijos de [los] hombres!», o Is 53,14: «No tenía forma ni esplendor, como
para mirarlo, ni [tenía] imagen que poder encontrar deseable », en realidad sin saberlo están
describiendo su propia imagen terrible de verdugos, tan inhumana y fuera de toda belleza,
tan indeseable.
En el 4C. La apariencia externa enferma o inhumana del Siervo contrasta de manera radical
con su real misión, efectiva, que trabaja en su interior y en el interior de sus verdugos. Aquel
ser que parecía inútil y sangriento era el instrumento de Dios para cambiar y salvar, quien
apartó nuestras enfermedades.
(Paradigma del excluido): Cuando en la televisión dan noticias de infierno, lo que sucede
cuando las ciudades acogen presidentes famosos o sucesos importantes y sienten la necesidad
de «limpiar» las calles de personas sin hogar para que no se les vea, y así esconden el rostro
a las historias de pasión.
el Siervo es ese primer cabrito ejecutado (santo, para YHWH y para purificar con su sangre,
y además, se entiende que el purificará incluso a los gentiles), y paradójicamente también el
segundo cabrito que carga con los pecados (abominable, para Azazel y para ser destruido).
YHWH escoge salvar a la humanidad a través de lo que los humanos consideraríamos lo peor
y más repulsivo, lo que no se puede aprovechar: el enfermo en lugar del sano, el pobre en
lugar del rico, el discapacitado en lugar del que no lo es, el sencillo e ignorante en lugar del
inteligente, el desconocido en lugar del famoso, el «pecador público» en lugar del puro…
Sin embargo, este mito parte de una visión simplista de la realidad: buenos y malos absolutos.
Saber que el mito de la violencia redentora parte de una falacia –el mundo no es ordenado ni
ausente de mal gracias a la destrucción de enemigos, sino gracias a su integración– es el
primer paso para desarmar los infiernos que toda autoridad poderosa establece por la fuerza.
El primer principio de noviolencia activa es la no cooperación con el mal. Esto tiene
consecuencias: el satyagrahi sabe que sufrirá mucho más que si acepta sumiso el mito de la
violencia redentora. Nadará a contracorriente, a menudo perseguido e incomprendido.
la figura que una y otra vez YHWH utiliza para corregir es el rīb o contienda. A diferencia
de la justicia de un tribunal, en que un juez condenará inevitablemente o bien al acusado o
bien al acusador, en el rīb no hay juez: la víctima (bíblicamente a menudo el mismo YHWH)
provoca constantemente al acusado (bíblicamente el pueblo, incluso bajo amenazas de
desgracias y destrucción) con el único objetivo de que cambie su actitud, para recuperarlo.
Esta es la enorme diferencia: el mito no distingue entre «mal» y «malvado», lo aplasta todo,
y puesto que lo hace por la fuerza, la dinámica de la violencia se multiplica todavía más:
amigos, familiares de la víctima que la quieren vengar…
Aunque la simple desobediencia al mito deshace el control sobre la víctima. Por ello, el
satyagrahi práctica la desobediencia en exceso.
Jesús quiere reinterpretar la Ley, no cambiarla (Mt 5,17), de manera que toma pasajes
polémicos para darles una interpretación según el corazón de Dios. El comportamiento más
sublime y divino es: «no resistir al malvado». La pregunta lógica de cualquier discípulo sería:
«Entonces, pues, ¿qué hacemos ante el malvado?».
la NOVA es un tratamiento inocuo que acepta cargar sufrimiento sin dejarse capturar por él,
utilizando gestos «proféticos» con la finalidad de encaminar la atención del verdugo para
reconocer ante él una persona con libertad y dignidad, no un simple objeto.
Jesús insiste en hablar precisamente al oprimido: él es quien, desde abajo, desde la asfixia
aparente, tiene el poder de transformar la situación.
Se trata de una bofetada que no sólo tenía la intención de pegar, sino especialmente de
humillar y menospreciar. La víctima que Jesús escoge para el primer ejemplo sufre opresión
y se encuentra del todo indefensa: una relación vertical como la de un amo ante el esclavo,
del marido ante la mujer. La intención del opresor no es de provocar una herida física, sino
de menospreciar hasta el extremo.
Las leyes descritas en Ex 22,25-26 y en Dt 24,12-13 dejan muy clara la conducta permitida:
«Si retienes el manto a tu compañero, al ponerse el sol se lo devolverás» (Ex 22,25). Una vez
más, pues, el explotador puede jugar con la Ley para obtener un beneficio: si no podían
quedarse indefinidamente el manto debido a las leyes de Ex y Dt, podían decidir quedarse
indefinidamente con la túnica (como afirma el texto de Mateo) y así humillar aún más a la
víctima, quien tenía que darles su ropa interior. ¿Cómo puede responderse a injusticias tan
flagrantes?
La entrega del manto no se puede comprender como un gesto de rabia. «dejar» equivale a
depositar la vestimenta ante el malvado. ¿Qué pretende, pues, Jesús cuando propone entregar
hasta la última pieza de ropa que es incluso la más cara? Naturalmente, ¡el deudor quedaría
completamente desnudo ante el tribunal!
La desnudez en sentido semítico: desnudarse era, en condiciones de desigualdad, un acto para
provocar que el otro se sintiera avergonzado por lo que estaba haciendo. Pero en la cultura
semítica, quedarse sin ropa en público tenía un matiz de escándalo, porque violaba el sistema
de clasificación gracias al cual una persona podía ser socialmente reconocida a través de la
indumentaria.
La tergiversación de la Ley consigue dejar al pobre más desnudo, impotente y fuera de la
sociedad, y por otro lado, la desnudez misma pretendía avergonzar al acreedor que la
contemplaba. la pieza más cara para quedar desnudo del todo era una acción tan
desconcertante que significaba una acusación directa al sistema establecido, inhumano:
constituía un grito a favor del oprimido como sujeto libre –con capacidad de escoger– un
grito que denunciaba al acreedor, al juez y a todo el sistema sobre tales prácticas vergonzosas,
sin perder nunca la dignidad.
Los tres contraejemplos poseen algo en común: una deformación interesada y vejatoria de la
Ley, a la que se responde con una apelación a la dignidad humana a través del acto
contestatario y noviolento del oprimido. En lugar de agredir, se busca situar al malvado en
una posición de incertidumbre incómoda que le obligue a repensar sus actitudes ante el
oprimido.
Novakovic se aventura a abrir una doble posibilidad realista que seguiría las circunstancias
propuestas. O bien (A) el opresor decide ignorar el mensaje dignificante y redoblar la injusticia o bien
(B) rechaza la «lunática» oferta tras captar en el gesto una reclamación de humanidad.
la vía de Jesús no depende de la reacción de los opresores. Los tres contraejemplos tienen un carácter
inspirador, no normativo: arraigados en la fe y la creatividad, el noviolento encontrará nuevos gestos
provocativos, válidos para expresar el mismo mensaje de dignidad. «Venciendo » al opresor, sino, a
imitación del Padre, «recuperándolo».