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Un efecto de la modernidad: la inversión de lo privado y lo publico


Preguntar por el hombre, significa interrogarlo como un complejo de relaciones que han de
ser caracterizadas desde dos aristas. En primer lugar, la relación consigo mismo, con su
familia y los asuntos que corresponden propiamente a su ambiente doméstico. En segundo
lugar, la relación que establecen los individuos entre sí, en tanto hay una posibilidad de
comunicación e intercambio púbico de pareceres e ideas que, de manera inevitable, influyen
en el decurso de la conformación de la sociedad y sus dinámicas. La propuesta de Hanna
Arendt nos puede orientar en esta búsqueda o escudriñamiento sobre el hombre y su
encuentro con la sociedad, es decir, a partir de los presupuestos o carteristas fundamentales
que se encuentran la vida privada y aquellos que componen o describen la vida o dimensión
púbica. Pero, previo a cualquier afirmación o interpretación acerca de la temática en
cuestión, cabe preguntarnos ¿qué es lo privado y cuáles son los límites o fronteras con lo
denominado como púbico? ¿en qué momento lo privado deja de ser tal para entremezclarse
o confundirse con lo público? ¿realmente en la Polis griega o en la conformación de las
ciudades-Estado se puede evidenciar una pérdida por parte de los asuntos privados en
relación con lo púbico? Trataremos, en los posible, de dar un posible acercamiento a estos
interrogantes al hilo de lo expuesto por Hanna Arendt.
Arendt señala que el Estado o la Polis griega no puede llevar a cabo su constitución si antes
no pone su pie sobre algo o, en otras palabras, si no hay una clara exposición de su
fundamento. En este caso, pues, la Polis ha de aprovecharse de características que, de suyo,
no le pertenecen o no son característicos de su naturaleza. por ello, afirma Arendt, el Estado
necesita de la familia, en cuanto que toma de ella ciertos elementos que le han caracterizado.
La familia, las pequeñas aldeas o clanes, previas a cualquier tipo de organismo político, social
o económico tal y como se evidencia en las ciudades griegas, gozaba de la facultad de
determinar el curso de sus propios asuntos, pues era libre de decidir y otorgar tareas de acurdo
a las virtudes o cualidades que cada integrante poseía. Sin embrago, con el surgimiento de
las ciudades-Estados, organizaciones geográficamente ubicadas o establecidas, la familia
comienza a perder cierto grado de autoridad. Se le resta autoridad o dominio sobre la
capacidad administrativa, porque ahora el Estado es el que se va a encargar del intercambio
mercantil, de los movimientos propios del mercado que se dan al interior suyo. Pierde la
administración de la guerra, pues en la familia, existían algunos individuos que se dedicaban
a l cuidado y salvaguarda de los intereses de la comunidad, aunque fuera necesario recurrir a
actos belicosos. En este sentido, la Polis se convierte en un órgano tanto político como
administrativos, pero no sólo entendido como un lugar o un espacio en el que ocurren cosas,
sino que es capaz de fundar instituciones.
Ahora bien, Arendt, teniendo en cuenta lo anterior, también hace un estudio de la
conformación de las sociedades modernas, porque en medio de todo ello se encuentra un
desplazamiento, aún más complejo, de lo privado hacia lo público, de la vida doméstica a los
asuntos del Estado o de la ciudad. De cara a ello, Arendt afirma que hay una salida de la
pequeña comunidad hacia la sociedad civil, las personas se trasladan del campo, del ámbito
agrícola, a los burgos, a las grandes ciudades, con el fin de entra en las dinámicas de la
producción al interior de una fábrica. En este sentido, aquello que era la vida privada o lo que
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efectuaba dentro de la familia, es decir, la labor, que consistía en la realización de ciertos
oficios cotidianos para la conservación y reproducción de la vida, deja de ser tal cosa para
ser sustituido por el trabajo, pero no cualquier clase de trabajo, sino el que demanda la
sociedad burguesa, esto es, en la que el sujeto pone al servicio de un señor burgués su fuerza
de trabajo, a fin de conseguir un sustento, un salario que le permita sobrevivir.
De esta manera, Arendt observa que se genera una surte de inversión en los asuntos, es decir,
lo privado para a lo público. El individuo ya no realiza sus labores y su trabajo en los feudos
en los terrenos para el cultivo o la pesca, sino que debe empezar a trabajar en los burgos,
lugares en los cuales se desarrolla la producción y los movimientos característicos del
mercado. Por ende, ya no es un ámbito doméstico o familiar, sino que hay concurso de una
pluralidad de individuos que despeñan sus tareas en lo público. La familia, a juicio de Arendt,
sufre una fragmentación en las grandes ciudades, porque ya no hay una visión de una única
familia con su autonomía y posibilidades de trabajo y labor, sino la conformación de
pequeñas familias que ya no laborar, sino que trabajan para su sustento. Asimismo, para
Arendt, el asunto está en que Europa para de ser una sociedad agrícola o campestre a ser una
sociedad urbana, donde las ciudades se convierten en centros de producción. Esto presenta,
de inmediato, un grave problema en comparación con la dinámica de las sociedades antiguas,
en las cuales había espacio para la labor, la acción, la política y, desde luego, también para
el trabajo, pero las personas no trabajaban para conseguir un salario. En fin, con la
modernidad, con el auge de la producción de mercancías, la vida privada se abre o, si se
quiere, llega casi a su disolución plena, ya que el centro el mercado comienza a constituirse
como lo central en la vida del individuo.
Arendt, tomando como referencia el contexto y problemáticas ya mencionados, hace una
distinción bastante importante a la hora de comprender la situación que sufre la vida del
individuo, es decir, el paso de una vida tranquila y privada a los afanes y exigencias de lugar
púbico y de producción. Esa distinción hace referencia a lo que debe ser entendido cuando
se habla de labor, de trabajo y de actividad. En primer lugar, la labor es lo que caracteriza a
al hombre a lo humano, pues es lo que él hace en su diario vivir, sus tareas más elementales
y básicas que, con mucha frecuencia, pasan desapercibidas incluso por el mismo sujeto que
las realiza. En segundo lugar, el trabajo en la actividad de cultivar ya sea la tierra o dedicarse
a un oficio de pesca, pero lo interesante del trabajo consiste en que no se produce para
acumular o para vender en pro de una expansión comercial desmedida, sino que es la mera
como el individuo consigue su alimento y su sustento. Y, e n tercer lugar, la acción nos
remite, según Arendt, a las decisiones y discusiones que posibilitan la construcción de la
política. En otras palabras, actuar es hacer política.
En este contexto, cabe preguntarnos ¿pierde realmente el hombre su dimensión privada? ¿los
asuntos púbicos subsumen la labor y concentran la vida del individuo en el trabajo? A nuestro
parecer, la dimensión privada representa algo esencial del sujeto, por ello, si le es arrebatada,
se le es negada su particularidad y su individualidad, perdiéndose todo ello en la masa, en
una colectividad que agrupa una cantidad interminable de vidas, pero que,
desafortunadamente, lleva cabo un proceso de homogenización negadora de la diferencia.

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