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LA REALIDAD
SOCIAL
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1.Acerca de la sociología........................................................................... 79
2. ... y acerca de la ciencia......................................................................... 81
3. Contra el reduccionismo biologista ...................................................... 86
4. En favor del pluralismo cognitivo ........................................................ 91
1. Introducción.......................................................................................... 137
2. Lenguaje, conocimiento, control social...................................... . ........ 138
3. El lenguaje y las ciencias sociales.......................................................... 143
4. La lingüística y la dimensión social del lenguaje ..., .............................. 150
M. B.
Cantoblanco (Madrid), en la primavera de 1991
[9]
L LA REALIDAD SOCIAL COMO REALIDAD
Y APARIENCIA *
ÍH]
12 LA REALIDAD SOCIAL
2. EL DESENMASCARAMIENTO DE LA REALIDAD
(1972,1: 22), o cuando dice que «el valor no lleva escrito en la frente
lo que es. Lejos de ello, convierte a todos los productos del trabajo en
jeroglíficos sociales» (1972,1: 39). Hay, pues, que distinguir entre la
realidad o esencia de la cosa y su apariencia o forma de manifestarse,
ya que no coinciden directamente. Y no sólo no coinciden, sino que
con frecuencia se contradicen. Criticando las que llama «expresiones
imaginarias», dice que éstas son «categorías en que cristalizan las for
mas exteriores en que se manifiesta la sustancia real de las cosas. En
casi todas las ciencias es sabido que muchas veces las cosas se mani
fiestan con una forma inversa de lo que en realidad son; la única cien
cia que ignora esto es la economía» (1972,1: 450). E insiste en que
con frecuencia algo «aparece velado», e incluso reviste «la apariencia
contraria» (1972,1: 74): «Aunque el movimiento del dinero no hace
más que reflejar la circulación de las mercancías, parece como si ocu
rriese lo contrario» (1972,1: 75). Y en otro momento, criticando a la
economía vulgar, le reprocha que se aferre «a las apariencias contra
la ley que rige los fenómenos» (1972,1: 245).
No se trata sólo, por tanto, de que la realidad de las cosas (su
esencia o sustancia) y su apariencia (su forma exterior o manifesta
ción) sean diferentes y puedan estar más o menos distantes, sino que
muchas veces tal diferencia o distancia llega hasta el punto de que la
apariencia sea contraria o inversa a la cosa real. Por ello la ciencia ha
de ir más allá de la apariencia, hasta la cosa misma: refiriéndose a la
determinación de la magnitud de valor por el tiempo de trabajo, dice
Marx que «el descubrimiento de este secreto destruye la apariencia
de la determinación puramente casual de las magnitudes de valor de
los productos del trabajo» (1972,1: 40). El papel de la ciencia es, en
efecto, descubrir lo secreto destruyendo la apariencia, lo que no
siempre se consigue: «El gran mérito de la economía clásica consiste
precisamente en haber disipado esta falsa apariencia y este enga
ño [...]. Esto no obsta para que los mejores portavoces de la econo
mía clásica [...] sigan en mayor o menor medida cautivos del mundo
de apariencia críticamente destruido por ellos» (1972, III: 768).
Si la economía clásica consigue sólo a medias liberarse del engaño
de las falsas apariencias, el caso de la economía vulgar es completa
mente diferente: «La aceptación sin crítica» de determinadas catego
rías brinda a la economía vulgar «una base segura de operaciones
para su superficialidad, atenta solamente a las apariencias»
(1972, I: 451), «La economía vulgar se encuentr[a] como el pez en el
agua precisamente bajo la forma más extraña de manifestarse las re
laciones económicas [...] estas relaciones apare[cen] tanto más evi
dentes cuanto más se esconde la trabazón interna entre ellas y más
18 LA REALIDAD SOCIAL
familiares son a la concepción corriente» (1972, III: 757). La econo
mía vulgar es, pues, «incapaz de aprender nada» (1972,1: 245), al
contrario de la ciencia; su saber no es tal saber, pues no atiende sino a
las apariencias y, al ser acrítica, no es capaz de destruirlas, sino que
se mueve cómodamente entre ellas, tanto más cuanto que las apa
riencias tienen a su favor el resultar familiares a la concepción co
rriente, al sentido común.
No hay, pues, que dejarse engañar por las apariencias engañosas; y
no se trata de saltar sobre ellas o de, simplemente, destruirlas o disipar
las: hay que explicarlas. En opinión de Marx, «para analizar científica
mente el fenómeno de la concurrencia hace falta comprender la estruc
tura interna del capital, del mismo modo que para interpretar el
movimiento aparente de los astros es indispensable conocer su movi
miento real, aunque imperceptible para los sentidos» (1972,1: 245).
Este importante texto manifiesta con toda claridad la convicción
marxiana de que hay un plano externo, fenoménico, perceptible por
los sentidos, que es o puede iser engañoso, y otro interno, real, que
no es fenoménico en tanto que es imperceptible por los sentidos,
y que es el que ha de desvelar la ciencia; de suerte que, descubierto
su secreto, queda por ello mismo explicado el fenómeno engañoso.
Hay que llegar hasta lo oculto analizando científicamente lo visible
(no aceptándolo sin más), y explicar el jeroglífico de lo visible preci
samente por lo oculto: «El imperio de las condiciones de producción
sobre el productor queda oculto tras las relaciones de dominio y so
juzgamiento que aparecen y son visibles como los resortes inmedia
tos del proceso de producción» (1972, OI: 769). Lo inmediato, visi
ble y aparente pesa tanto sobre la concepción del observador
corriente que lo considera «como algo necesario por naturaleza, lógi
co y evidente» (1972, I: 45): la ciencia ha de pugnar con el sentido
común para despojar al fenómeno de la atribución de tales notas y
poner de manifiesto que su evidencia es engañosa, mostrando que no
es algo necesario, natural ni lógico, y permitiendo así a lo mediato,
oculto y real ocupar su verdadero lugar.
Con todo este planteamiento lo que Marx establece, según Nor
man Geras, es «la condición mínima necesaria que ha de ser satisfe
cha por todo trabajo que aspire a un status científico: a saber, que
descubra la realidad que existe detrás de la apariencia que la oculta»;
se trata, pues, de «un requisito general para llegar a un conocimiento
válido, requisito que [Marx] toma de otras ciencias donde ha sido es
tablecido desde hace tiempo» (1977: 322-323). Pero Geras no se sa
tisface con que Marx establezca un requisito general de la ciencia, de
toda ciencia, sino que se pregunta por qué tal requisito es fundamen
LA REALIDAD SOCIAL COMO REALIDAD Y APARIENCIA 19
tal para la ciencia que Marx hace, y llega a la conclusión de que son
las propiedades del objeto de estudio marxiano las que «exigen impe
riosamente que las apariencias sean destruidas si la realidad ha de ser
captada correctamente». Y ello porque la doctrina marxiana del feti
chismo «analiza los mecanismos mediante los cuales la sociedad capi
talista aparece necesariamente a sus agentes como algo diferente de
lo que realmente es» (ibídem). La doctrina del fetichismo, en efecto,
implica que en la sociedad capitalista determinadas realidades apa
rezcan necesariamente enmascaradas con una apariencia engañosa;
pero, en mi opinión, la tesis de Marx al respecto está fundamentada
en consideraciones más generales, como creo que queda claro de los
textos de El Capital que ha sido transcritos más arriba. El caso del
fetichismo es, por supuesto, el que con más fuerza impone aceptar la
«teoría de los dos mundos», y volveré sobre él inmediatamente. Pero
creo que no sólo en el supuesto del fetichismo, y no sólo en el de la
sociedad capitalista, la apariencia engañosa como apariencia necesa
ria exige al científico social una actitud crítica que permita llegar a la
realidad de la cosa más allá del testimonio de los sentidos, destruyen
do la apariencia sensible al explicarla por lo que estaba oculto y
queda ahora desvelado. Es, pues, el objeto de conocimiento de las
ciencias sociales el que impone tal concepción de la realidad y tal mé
todo: lo que especifica a las ciencias sociales respecto de «las otras
ciencias» en este punto no es, contra lo que opina Geras, que se estu
die la sociedad capitalista y que en ella se produzca el fenómeno del
fetichismo; sino que, en mi opinión, toda realidad social se caracteri
za porque, en primer lugar, tanto la realidad de la cosa como su apa
riencia engañosa producen efectos sociales reales (en tanto que en la
realidad físico-natural la apariencia engañosa no produce ninguna
clase de efectos físico-naturales reales); y, en segundo lugar, porque
la propia realidad social contiene elementos (intereses e ideologías)
que objetivamente sostienen la apariencia engañosa (en tanto que la
realidad físico-natural es indiferente a cómo sea vista y valorada por
el observador).
Pero volvamos con Geras, quien justamente señala que el fenó
meno del fetichismo se impone a los hombres simultáneamente en
forma de dominación (bien que encubierta e impersonal) y en forma
de mistificación (1977: 324 ss.), aunque se cuida de señalar, como
por mi parte vengo insistiendo, que no todas las apariencias o formas
de manifestación de la cosa son engañosas, y que cuando lo son no se
trata de ilusiones del sujeto (citando a este efecto a Maurice Gode-
íier: «No es el sujeto el que se engaña, sino la realidad la que le enga
ña»: cf. 1977: 334). En resumidas cuentas, para nuestro autor «es la
20 LA REALIDAD SOCIAL
tifón por lo simple, y deí lenguaje común: todo ello proporciona sin
mayores esfuerzos una apariencia de explicación, la ofrecida por la
sociología espontánea de los no especialistas, llena de «buen senti
do». Frente a tal aceptación de la evidencia del objeto inmediato, la
ciencia social debe construir su objeto, rompiendo con los objetos
preconstituidos por la observación ingenua y con la configuración del
conocimiento como su mera comprobación. Los autores son, pues,
en última instancia, fieles a los hechos, pero no a su apariencia. Y si
reniegan de algo es del sentido común.
No todas las posiciones que desconfían del sentido común son tan
radicales como las de Bachelard y Bourdieu que han sido aludidas.
Gouldner, por ejemplo, destaca la formación histórica de la que
llama «cultura del discurso crítico», caracterizada por justificar sus
aserciones, por no hacerlo apelando a autoridades o a la posición so
cial del hablante, y por obtener la aquiescencia de sus destinatarios
gracias a la argumentación y sólo a ella. El lenguaje de la cultura del
discurso crítico es relativamente ajeno a la situación, independiente
del contexto y de su variabilidad (1980: 48-49); por consiguiente, tal
cultura es muy diferente de la del sentido común, y «a menudo diver
ge de los supuestos fundamentales de la vida cotidiana y tiende a po
nerlos en tela de juicio» (1980: 15). Ciertamente, Gouldner no está
aquí estableciendo los caracteres de la ciencia, sino sólo los de la va
riante lingüística elaborada que es propia de la que llama «Nueva
Clase», esto es, los intelectuales y la intelligentsia técnica. Pues bien,
si la gramática del discurso a que se refiere está lejos deí sentido
común, es evidente que la ciencia propiamente dicha lo estará más
todavía: ciencia y sentido común encarnan dos modos de saber, dos
culturas del discurso, que tienen poco que ver entre sí. Especialmen
te cuando, como Gouldner dice en otro lugar (1978: 60), «la defini
ción social de Lo Que Es se convierte en una cuestión política, pues
se relaciona con la cuestión de cuáles grupos son subordinados y cuá
les dominantes, y por lo tanto, influye en lo que cada uno obtiene.
Los “informes” sobre Lo Que Es son modelados por las estructuras
de dominación social —especialmente por el crédito que comúnmen
te se otorga a las definiciones de la realidad social de la elite—.» La
realidad que existe para el sentido común es, pues, el resultado de
una determinada relación de dominación, y en concreto de los intere
ses de los dominantes; frente a tal situación, y frente a las ideologías
que no se limitan a conocer la realidad, sino que tratan de remediar
la, las ciencias sociales afirman explícitamente su superioridad cog
noscitiva; en mi opinión, de manera muy dudosa cuando pretenden
fundamentarla en una pretendida neutralidad valorativa, que no sólo
28 LA REALIDAD SOCIAL
Por tanto, son posibles las dos perspectivas (el punto de vista del
nativo y el punto de vísta del investigador) siempre que se lleven a
cabo de acuerdo con los cánones de la disciplina científica.
Bien es verdad que en su libro de 1980, Cultural Materialism, Ha
rris ha modificado sensiblemente la posición que mantuvo en el de
1969, The Rise o f Anthropological Theory. En éste, el modo «etic» se
desentendía del sentido que las prácticas sociales pudieran tener para
sus protagonistas a causa de que el universo de significados, propósi
LA REALIDAD SOCIAL COMO REALIDAD Y APARIENCIA 39
1. NOMINALISMO Y REALISMO
las leyes de los fenómenos sociales no son, ni pueden ser, más que las ac
ciones y pasiones de los seres humanos, las leyes de ía naturaleza humana
individual [...]. Cuando se reúnen, los hombres no se convierten en otra
clase de substancia con propiedades diferentes [apud Lukes, 1977b: 178 y
225 n.].
en las ciencias sociales es aún más obvio que en las naturales que no pode
mos ver y observar nuestros objetos antes de haber pensado sobre ellos.
Porque la mayoría de los objetos de la ciencia social, si no todos ellos, son
objetos abstractos, son construcciones teóricas [...] la tarea de la ciencia
social es la de construir y analizar nuestros modelos sociológicos cuidado
samente en términos descriptivos o nominalistas, es decir, en términos de
individuos, en sus actitudes, esperanzas, relaciones, etc. —un postulado
que se podría llamar «individualismo metodológico» las entidades so
ciales, como, por ejemplo, las instituciones o asociaciones, son [...¡mode
los abstractos construidos para interpretar ciertas relaciones, abstractas y
seleccionadas, entre individuos [1973: 150,151 y 155].
si esta teoría significa que sólo los individuos son observables en el mundo
social, es evidentemente falsa. Algunos fenómenos sociales pueden sin
más ser observados (como pueden serlo tanto los árboles como los bos
ques); y sin duda muchos aspectos de los fenómenos sociales son observa
bles (como el procedimiento de un Tribunal), en tanto que muchas caracte
rísticas de los individuos no lo son (por ejemplo, las intenciones). Tanto los
fenómenos individuales como los sociales tienen aspectos observables y no
observables [1977b: 181].
estudia ía actividad o conducta dei individuo tal como se da dentro del pro
ceso social; ía conducta de un individuo sólo puede ser entendida en térmi
nos de ía conducta de todo el grupo social del cual él es miembro, puesto
que sus actos individuales están involucrados en actos sociales más amplios
que van más allá de él y que abarcan a otros miembros de ese grupo
[1982: 54j.
ban de hacer justicia a lo que en su día implicó para las ciencias socia
les, y muy particularmente para la ciencia política, el enfoque con-
ductista: y lo que supuso fue la generalización de la convicción de que
el estudio de las instituciones políticas (constituciones, gobiernos,
parlamentos, sistemas judiciales, sistemas electorales, partidos, sin
dicatos, etc.) no era capaz de explicar satisfactoriamente la vida polí
tica al no tener en cuenta las opiniones y actitudes de la gente, las
creencias y valores que comparte o rechaza, el conocimiento que
tiene de la vida política, los procesos de socialización política, etc., y
la incidencia de todo ello en las pautas del comportamiento político
efectivo. El objeto de estudio se desplazó, pues, de la regulación for
mal de las instituciones a las variables en buena parte psicológicas
que explican el comportamiento individual observado, tomando
como modelo científico no el institucionalismo jurídico, sino el ofre
cido por las ciencias de la naturaleza en su aplicación a las ciencias del
hombre.
Pero esto no quiere decir que la ciencia política conductista res
tringiera su investigación a la persona individual como único foco
teórico: de hecho, como hace constar Eulau, la mayor parte de los
politólogos behavioristas se interesan por grupos, organizaciones,
comunidades, elites, movimientos de masas o sociedades nacionales
más que por el actor político individual (1963: 13-14). Y, sin embar
go, los behavioristas han eludido enfrentarse con determinadas cate
gorías complejas (como las de «poder» o «dase social») en la medida
en que han creído poder reducirlas a diferencias o comportamiento?
individuales pautados o regulares. No parece, pues, que se encuen
tren en conjunto muy lejos del individualismo metodológico, o inclu
so ontológico, tal como se refleja en afirmaciones como la de Von
Mises, que podría ser inmediatamente suscrita por muchos de ellos:
«La sociedad no es una sustancia, ni un poder, ni un ser actuante.
Sólo los individuos actúan» (apud Ions, 1977: 154); y de aquí el plan
teamiento conductista de estudiar la política como conjunto.de com
portamientos y de explicar éstos a través de un modelo psicológico
que dé cuenta de la formación de actitudes y opiniones.
Me he detenido en la significación del behaviorismo en la ciencia
política por entender que, aparte de la psicología, es en dicho ámbito
en el que su impacto ha tenido perfiles más nítidos; en general, me
parece que las llamadas «ciencias de la conducta» han supuesto una
reorientación de las ciencias sociales como «ciencias del hombre»,
decantándolas hacia el individualismo metodológico y el psicologis-
mo y tomando explícitamente como modelo el positivista de las cien
cias de la naturaleza. No creo que tenga en este momento mayor in
EL CONTENIDO DE LA REALIDAD SOCIAL 55
terés referirse a las muchas polémicas al respecto, pero sí aludir
siquiera a la psicología conductista como punto de arranque de las
«ciencias de la conducta» y a algún ejemplo relevante de su recepción
ppr la sociología.
Señala el propio Skinner que el primer conductista explícito fue
Watson, «uno de los primeros etólogos en el sentido moderno de la
palabra», con un manifiesto de 1913 en el que proponía la redefini
ción de la psicología como el estudio del comportamiento; el conduc-
tismo trata de eludir los que llama «problemas filosóficos», rechaza
enfáticamente «el mentalismo» como apelación a un mundo de di
mensiones no físicas y trata de limitarse a «describir lo que hace la
gente», rechazando la búsqueda de causas que no sean el papel del
ambiente, de la historia ambiental del individuo, en su comporta
miento (lo que no implica, al menos para Skinner, que hayan de de
secharse «los hechos que se dan en el mundo privado dentro de la
piel», a los que se accede por autoobservación, siempre que se pue
dan «traducir por comportamiento»); el ambiente fue crucial para la
evolución de las especies y lo sigue siendo, aunque de manera dife
rente, durante la vida del individuo: «La combinación de ambos efec
tos es el comportamiento que observamos» (cf. 1977: 14-25). Pues
bien, un sociólogo tan destacado como Homans, que se declara ex
presamente behaviorista, formula así su propia versión de la teoría
skinneriana, adelantando su confianza en que el autor la aceptaría:
La «ciencia de la conducta» es, por supuesto, poco más que una nueva
etiqueta para lo que ha sido largo tiempo conocido bajo el nombre de «psi
cología social» La versión actual de la ciencia de la conducta parece
EL CONTENIDO DE LA REALIDAD SOCIAL 57
chos sociales deben ser tratados como cosas; que los fenómenos
sociales son exteriores a los individuos, y que los hechos sociales ejer
cen una influencia coercitiva sobre las conciencias particulares. Que
los hechos sociales hayan de ser tratados como cosas implica, se nos
dice, reivindicar para ellos un grado de realidad por lo menos igual al
que se reconoce a las cosas del mundo exterior, y ello porque cosa es
todo objeto de conocimiento que no sea naturalmente aprehensible
por la inteligencia a través del análisis mental; todos los objetos de la
ciencia son cosas (salvo quizás los objetos matemáticos en la medida
en que son construidos por nosotros mismos, y bastaría para cono
cerlos examinar nuestro interior). Así pues, la afirmación de que los
hechos sociales deben ser tratados como cosas «no implica ninguna
concepción metafísica, ninguna especulación sobre el fondo de los
seres» (165: 13), sino sólo la reivindicación para el sociólogo de la
misma necesidad de observación externa que caracteriza a los cientí
ficos naturales. Actitud positivista aparte, el razonamiento durkhei-
miano es impecable: constituye una invitación a foros iré, a buscar en
el exterior lo que no puede encontrarse por introspección, pues los
fenómenos sociales son externos. Y me parece conveniente indicar lo
que, a mi juicio, constituye una debilidad del argumento, y es la insis
tencia en que «la vida social está enteramente constituida por repre
sentaciones» (1965: 11 y 13 n.): es evidente que ello no es así, sino
que tan constitutivas de la vida social son las acciones externas como
las representaciones; si sólo se tratara de éstas, la introspección po
dría, como en el caso de los objetos matemáticos, dar cuenta de ellas.
En todo caso, me parece claro que esta insistencia en limitar la vida
social a representaciones casa mal con el realismo durkheimiano y
puede ser valorada como tributo pagado a los contradictores indivi
dualistas, según sugerí más arriba.
Postular, en segundo lugar, que los fenómenos sociales son exte
riores a los individuos es tanto como afirmar que la reunión de éstos
da lugar a fenómenos nuevos que no están en los elementos o indivi
duos, sino en el todo. Utilizando la analogía orgánica de las propie
dades de la célula, Durkheim concluye que «si se nos admite que esta
síntesis sui generís que constituye toda sociedad origina fenómenos
nuevos, diferentes de los que tienen lugar en las conciencias solita
rias, es preciso admitir que estos hechos específicos residen en la so
ciedad misma que los produce y no en sus partes» (1965: 15). Por lo
que, como afirma el autor, tales fenómenos no pueden reducirse a los
elementos sociales, a los individuos; la vida social, por tanto, «no
puede explicarse por factores puramente psicológicos, es decir, por
estados de la conciencia individual» (ibídem). Bien es verdad que
EL CONTENIDO DE LA REALIDAD SOCIAL 65
7. LA REALIDAD SOCIAL
COMO RELACIONES SOCIALES
tracta: Godelier, por ejemplo, dice que «si el capital no es una cosa,
sino una relación social, es decir, una realidad no sensible, debe ine
vitablemente desaparecer cuando se presente en las formas sensibles
de materias primas, instrumento, dinero, etc.» (apud Lamo,
1981: 50); o Murillo, que mantiene la concepción del poder como re
lación y no como atributo (cf. 1963: 217 ss.), del mismo modo que
Fromm cuando dice que «la autoridad no es una cualidad que “tiene”
una persona [...]. La autoridad hace referencia a una relación inter-
personaí» (1956: 86).
Al expresar aquí mi preferencia por considerar las relaciones so
ciales como el contenido propio de la realidad social no me estoy pro
nunciando en favor de considerarlas como algo a lo que fuesen reduc-
tibles los otros planos de la realidad; por el contrario, estoy
plenamente de acuerdo con Pérez Díaz cuando sostiene: «No veo la
razón por la que un científico admita la realidad última de algo. Ello
me parece simplemente incompatible con una actitud científica»
(1980: 15). Y no tengo inconveniente en rechazar, como él lo hace, el
primado de la relación social en la medida en que tal primado com
portase la pretensión de una «mayor realidad» de la relación social
frente a otras realidades (como creen Bourdieu y sus colaboradores:
cf. 1976: 33). Mi preferencia por la relación social como contenido
específico de la realidad social carece de pretensiones de jerarquía
ontológíca y se limita a expresar la opinión de que es más ventajoso,
en términos de claridad, parsimonia y resultados, utilizar tal perspec
tiva.
3 . CUESTIONES PREVIAS ACERCA
DE LA CIENCIA DE LA REALIDAD SOCIAL *
1. ACERCA DE LA SOCIOLOGÍA...
Tal reunión de «las dos culturas» implica, por una parte, la previa
fusión de la sociología con ía antropología cultural, la psicología so
cial y la economía, y por otra la deglución de la psicología por la neu-
robiología; sólo entonces podrá darse el paso de dotar a la sociología
de «un conjunto duradero de principios primarios» gracias a la biolo
gía, con lo que quedará constituida la sociobiología como Nueva Sín
tesis. Y «cuando hayamos progresado lo bastante como para expli
carnos a nosotros mismos en estos términos mecanícístas y las
ciencias sociales lleguen a florecer por completo, el resultado podría
ser difícil de aceptar» (1980: 593), pues, como parece sugerir la cita
de Camus con que el libro se cierra, viviríamos en un universo despo
jado de luces e ilusiones: en un mundo desencantado, en sentido we-
beriano. Pero lo que me parece difícil de aceptar es, tanto o más que
ese hipotético resultado mecanicista y determinista, el mismo punto
de partida: pues por debajo de una apelación constante a la genética
lo que hay realmente en el libro es un estudio etológico monumental,
pero bastante convencional, del que se ha dicho que conduce a una
ideología tecnocrática neoliberal (Lecourt, 1981), e incluso a toda
suerte de aberraciones reaccionarias y racistas. Conduzca a lo que
conduzca (ya se ha dicho que no voy a entrar en ello ahora), lo cierto
es que arrasa de paso las ciencias sociales, combinando una notable
arrogancia con lo que me parece un mediocre conocimiento de la so
ciología, y profesando una decidida fe en la unidad de todas las cien
cias en el seno de la biología.
Parece claro, como piensa Sfez (1984: 202-215), que el mecanicis
mo explícito con que se construye por los sociobiólogos la relación
CUESTIONES ACERCA DE LA CIENCIA DE LA REALIDAD SOCIAL 91
[97]
98 LA REALIDAD SOCIAL
2. EL MÉTODO HISTÓRICO
ia realidad social, acerca del cursus sufrido por aquello que estudia,
sobre cómo ha llegado a ser como es, e incluso por qué ha llegado a
serlo* No se trata de que el sociológo se introduzca en campo ajeno o
mimetice la actividad del historiador, sino de que extreme su con
ciencia de la fluidez heraclitiana de su objeto de conocimiento, sea
cual fuere su tempo, de forma que la variable tiempo se tenga siem
pre presente en el estudio de la realidad social. Y no se trata con ello
de consagrar el brocardo baconiano, según el cual ventas temporis
filia, sino más bien de incorporar a la sociología el famoso dictum de
Burckhardt: «La historia es la ruptura con la naturaleza creada por el
despertar de la conciencia» (apud Carr, 1978: 182). En efecto, tam
bién la sociología implica en alguna medida una ruptura con la natu
raleza, en el sentido de negar a lo social dado la condición de natural
y de profundizar en la conciencia de su contingencia; dicho más bre
vemente, la sociología posibilita al menos la atenuación del egocen
trismo en lo que se refiere a la organización y los procesos sociales y,
literalmente, permite percibir la historicidad de los fenómenos socia
les estudiados. Por eso tiene tan poco sentido una sociología ahistóri-
ca que no se pregunte de dónde vienen los procesos y las instituciones
sociales (y adonde van), sino que los examine fuera del tiempo: tal
sociología, a la que dudo se pueda llamar así, hace con frecuencia
buena la famosa pregunta de «¿Cómo se puede ser persa?», aunque
sin la ironía con que en su momento se formuló. Este tipo de sociolo
gía carente de sensibilidad histórica cree que estudia el presente,
cuando éste no tiene más existencia que la puramente conceptual de
línea divisoria imaginaria entre el pasado y el futuro: esta idea de
Carr, con la que es difícil no estar de acuerdo, es particularmente
aplicable ai objeto de la sociología, pues la sociedad humana ha cam
biado tanto de un país a otro y de un siglo a otro que se impone consi
deraría ante todo como un fenómeno histórico (Carr, 1978: 43). De
aquí el asombro de Braudel de que los sociólogos hayan podido esca
parse del tiempo, de la duración (1968: 97), lo que consiguen o bien
refugiándose en lo más estrictamente episódico y événementiel, o
bien en los fenómenos de repetición que tienen como edad la de la
larga duración. Y por ello Braudel formula una invitación a los soció
logos, que apoya de una parte en la consideración de ciencia global
que la sociología tenía para los clásicos y, de otra, en la superación
por los historiadores de una historia limitada a los acontecimientos:
invitación a considerar que sociología e historia constituyen «una
sola y única aventura del espíritu, no el envés y el revés de un mismo
paño, sino este paño mismo en todo el espesor de sus hilos»
(1968: 115): La historia, en efecto, le parece a Braudel una dimen
CINCO VÍAS DE ACCESO A LA REALIDAD SOCIAL 101
3. EL MÉTODO COMPARATIVO
4. EL MÉTODO CRÍTICO-RACIONAL
5. EL MÉTODO CUANTITATIVO
6. EL MÉTODO CUALITATIVO
1. INTRODUCCIÓN
[137]
138 LA REALIDAD SOCIAL
güística y por la sociología del lenguaje tiene mucho que ver, como
recuerda Fishman, con los problemas prácticos surgidos o revitaliza
dos en muchos países en relación con el uso de diversas lenguas, pro
blemas que inmediatamente han trascendido a la esfera política: los
conflictos de los francocánadienses con sus compatriotas anglófonos,
los surgidos entre flamencos y valones, los planteados por galeses e
irlandeses respecto del inglés, las protestas de los hablantes de yid
dish en la Unión Soviética, y la lucha por la normalización de sus len
guas emprendida por provenzales, catalanes, bretones, frisios, vas
cos y gallegos; si a esto se añade la existencia de ciertas políticas
lingüísticas coronadas por el éxito, como es el caso del hebreo, en
contraste con otras que se debaten entre grandes dificultades, como
las del indonesio y el malayo, todo ello ha venido a estimular el inte
rés de sociólogos y lingüistas, no tanto para la formulación de gran
des teorías al respecto, sino para tratar de entender las actitudes y
comportamientos de la gente en relación con la lengua, el valor sim
bólico que las variedades lingüísticas tienen para sus hablantes, y las
posibilidades y límites de las políticas lingüísticas.
Uno de los fenómenos al que se ha prestado más atención en este
contexto es el del bilingüismo, caso especial y extremo de la conmu
tación. Durante mucho tiempo, los psicólogos norteamericanos sos
tuvieron que el bilingüismo constituía un freno al desarrollo de la in
teligencia, lo que se evidenciaba en que los niños bilingües
presentaban un cociente de inteligencia inferior al de los monolín-
gües, de modo que se aconsejaba por ello a los padres que prescin
dieran de la enseñanza de las lenguas minoritarias de origen, limitán
dose al inglés. Pues bien (y al margen de la crítica que puede hacerse
a tal posición a partir de las deficiencias hoy bien conocidas de la téc
nica y metodología del IQ), ya en 1972 Lambert demostró lo erróneo
de tales estudios, basados en comparar a los hablantes de la cultura
dominante (niños monolingües) con los inmigrantes recientes (niños
bilingües), ignorando los factores de pobreza, marginación e inadap
tación cultural; por su parte, comparó bilingües francocanadienses
con monolingües francófonos, y obtuvo conclusiones opuestas a las
tradicionalmente mantenidas: los niños bilingües eran sistemática
mente mucho más brillantes en los tests verbales y no verbales que
los monolingües, quedando así claro que eí bilingüismo no frena el
desarrollo de la inteligencia, sino que lo favorece.
Fishman, a quien estoy siguiendo en este punto, recuerda (1979:
120) que el término «diglosia» fue introducido por Ferguson para re
ferirse a la situación de una comunidad con dos o más lenguas reco
nocidas, en la que un conjunto de conductas, actitudes y valores
EL LENGUAJE COMO REALIDAD SOCIAL 157
1. REALIDAD SOCIAL
Y DISCURSO ADMINISTRATIVO
(163]
164 LA REALIDAD SOCIAL
2. EL CRITERIO D E DEMARCACIÓN
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3. LA RACIONALIDAD DE LA REALIDAD
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