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Ultimo Hombre, El - Baldacci, David
Ultimo Hombre, El - Baldacci, David
David Baldacci
Capítulo 1
Capítulo 2
Teddy Riner fue el primero en caer.
Había muerto en el primero de los dos
segundos que tardó en desplomarse. Cal
Plummer cayó al suelo, al otro lado,
como si le hubiera derribado un gigante.
Mientras Web observaba impotente, la
artillería pesada atravesaba el Kevlar y
luego la carne del grupo compacto; más
allá no había nada. No era justo que
unos hombres buenos murieran tan
silenciosamente.
Capítulo 3
Capítulo 4
–Eso hicieron.
Web se incorporó.
–Una hora.
–No se la he preguntado.
–Desaparecido.
–¿Cómo? Es un niño.
Capítulo 5
–Claro.
–Hay un AAF en marcha, Web -dijo. Un
AAF era una investigación sobre un
ataque contra un agente del FBI, en este
caso sobre muchos.
–¿Qué hiciste?
–No mucho.
–Incluido yo.
Mientras Web se alejaba de Quantico
cayó en la cuenta de que tenía mucho
trabajo por delante. Oficialmente, no se
trataba de su investigación, pero, en
cierto modo, lo era más que de nadie.
Sin embargo, primero tendría que
ocuparse de algo, algo incluso más
importante que averiguar quién le había
tendido una trampa a su equipo. Y
averiguar qué había sido del niño sin
camiseta y con una marca de bala en la
mejilla.
Capítulo 6
–No lo sé.
–Y cuando llegó al patio, ¿se cayó?
–Exacto.
Capítulo 7
Peebles asintió.
–Web London.
Capítulo 8
Web tardó un par de días en concertar
una cita con un psiquiatra a quien el FBI
contrataba de forma independiente.
Aunque el FBI contaba con personal
cualificado, Web había preferido a
alguien de fuera. No estaba seguro de
por qué, pero abrirse por completo a
alguien de dentro no le parecía la mejor
idea. Para Web, con o sin razón, contarle
cosas al psiquiatra del FBI era como
contarle cosas al FBI, a la mierda con la
confidencialidad del paciente.
–¿Puedo ayudarle?
–¿Tiene cita?
Parecía precavida. Sin embargo, sabía
que las mujeres tenían todo el derecho
del mundo a mostrarse cautelosas con
los desconocidos. Había visto las
consecuencias de encuentros de ese tipo
y las imágenes no se olvidaban
fácilmente.
–No se moleste.
Ella sonrió.
Se puso en pie.
–Señor London, ¿quiere que le diga que
ha estado aquí?
–¿Reglas básicas?
–Entiendo.
–¡Dios mío!
–¿Y tu padre?
–¿Qué le sucedió?
–No lo sé.
–Buena.
–Esto se te da bien.
–¿Estás seguro?
–Completamente.
–No.
–Sí.
–Eso dicen.
–Nos metimos en esto persiguiendo al
Westbrook mayor porque los de arriba
pensaban que había llegado el momento
de acabar con él para hacerse los
héroes. Pero cuanto más averiguaba,
más sabía que no era un pez gordo,
Perce. Se gana bien la vida, pero no es
un pez gordo. No va por ahí cargándose
a nadie, trata de pasar desapercibido.
–Exacto.
Capítulo 10
–Ganamos lo mismo.
Romano asintió.
–Vale.
–Ha desaparecido.
–¡Joder!
–No. ¿Debería?
–No mucho.
–Nada.
–A un par de trajeados.
–¿Los nombres?
–¿Cuál?
–Ninguna.
Romano se lo pensó.
–¿Ojos?
–Llevaba gafas de sol.
–¿Qué?
–Sí.
–Eres un cabronazo.
–No.
–Gracias.
–Sé cuándo mienten los niños, los míos
no paran de hacerlo. Supongo que te
estaba poniendo a prueba. Supongo que
se ha convertido en una costumbre.
Web se irguió.
–¡Mierda!
Capítulo 11
Fred Watkins salió del coche después de
otro largo día en el Ministerio de
Justicia. Tardaba una hora y media en
llegar en coche a Washington desde el
barrio residencial de Virginia en el que
vivía y otro tanto en volver a casa.
Noventa minutos para recorrer apenas
quince kilómetros… meneó la cabeza al
pensar en ello. Ni siquiera había
terminado de trabajar. A pesar de
haberse levantado a las cuatro de la
mañana y de haber trabajado diez horas,
le quedaban al menos otras tres horas en
el pequeño estudio que utilizaba como
despacho en casa. Una cena frugal y
apenas unos minutos con su esposa e
hijos adolescentes y empezaría a
quemarse las cejas. Watkins se había
especializado en casos de crimen
organizado importantes en el Ministerio
de Justicia de Washington tras un largo
período como humilde abogado en
Richmond procesando a todos los
bribones que le llegaban a las manos. Le
gustaba el trabajo y creía que estaba
haciendo un gran servicio al país. Le
compensaban bien por la tarea y, aunque
en ocasiones los días no parecían tener
fin, pensaba que todo le había salido
bien en la vida. Su hijo mayor empezaría
la universidad en otoño y el más
pequeño haría otro tanto al cabo de dos
años. Su esposa y él planeaban viajar
entonces, ver sitios del mundo que sólo
habían contemplado en las revistas de
viajes. Watkins también había soñado
con jubilarse antes de tiempo y
dedicarse a dar clases como profesor
adjunto de Derecho en la Universidad de
Virginia, donde se había graduado. Su
esposa y él habían pensado en mudarse a
Charlottesville para siempre y escapar
así de la mazmorra de tráfico en la que
se había convertido el norte de Virginia.
Capítulo 12
Web averiguó que la madre de Kevin
Westbrook estaba probablemente
muerta, aunque nadie lo sabía a ciencia
cierta. Había desaparecido hacía años.
Adicta al crack y a la metanfetamina, lo
más seguro era que hubiera acabado con
su vida tras pincharse con una aguja
sucia o esnifar cocaína impura. Se
desconocía la identidad del padre de
Kevin. Al parecer, ese tipo de vacíos no
era inusual en el mundo en el que Kevin
Westbrook se movía. Web condujo hasta
una zona de Anacostia que incluso la
policía evitaba, hasta un dúplex en
ruinas situado entre otros en idéntico
estado donde, al parecer, Kevin vivía
con un batiburrillo de primos segundos,
tías abuelas, tíos o cuñados lejanos.
Web no sabía muy bien cómo vivía el
chico ni tampoco lo sabía nadie más. Se
trataba de la nueva y mejorada familia
nuclear norteamericana. La zona tenía el
aspecto que ofrecería si un reactor se
hubiera estado desangrando en las
cercanías durante muchos años. Al
parecer, no podían crecer flores ni
árboles; el césped de los pequeños
patios era de color amarillo enfermizo;
hasta los perros y los gatos de la calle
parecían a punto de desplomarse. Todas
las personas y las cosas parecían no
tener vida.
–¿Tiene otra?
–Mierda -murmuró.
La abuela asintió.
Capítulo 14
–Esto…
Capítulo 15
Capítulo 16
Un sábado por la mañana temprano,
Scott Wingo subió la rampa en la silla
de ruedas y abrió la puerta de un
edificio de ladrillo del siglo XIX de
cuatro plantas en el que se encontraba su
despacho de abogado. Divorciado, con
hijos mayores, Wingo tenía un próspero
bufete de defensa penal en Richmond,
donde había nacido y vivido toda la
vida. El sábado era el día en que iba al
despacho para que no le molestaran los
teléfonos, los teclados ni tampoco los
socios agobiados ni los clientes
exigentes. Esos placeres se los guardaba
para el resto de la semana. Entró, se
preparó una taza de café, le añadió unas
gotas de Gentleman Jim, su bourbon
preferido, y se dirigió hacia su
despacho. Scott Wingo y Asociados
había sido una institución importante en
Richmond durante casi treinta años.
Durante ese período Wingo había
pasado de ser un currante, trabajando en
un despacho del tamaño de un armario
para quienquiera que tuviera suficiente
dinero para pagarle, a director de una
firma con seis socios, un detective a
tiempo completo y ocho trabajadores.
Como único accionista de la firma,
Wingo ganaba cantidades de siete cifras
en un buen año y de seis en uno malo.
Sus clientes también eran más
importantes. Durante años se había
opuesto a aceptar clientes relacionados
con el mundo de las drogas, pero el flujo
de dinero era innegable y Wingo se
había cansado de ver a abogados mucho
peores llevándose todos esos dólares.
Se consoló pensando que cualquier
persona, independientemente del
abyecto acto que hubiera cometido, se
merecía una defensa competente e
inspirada.
Capítulo 17
–O sus fuentes.
–Pero dijiste…
Peebles asintió.
–¿Qué locura?
Capítulo 18
Kevin asintió.
–¿Alguna novedad?
–¿Por qué?
–¿Sí?
–¿Perdón?
–¿Web?
Web parpadeó.
–Estoy seguro.
–¿Y después?
–¿Problemas?
–Pero…
–Pero quizá tu caso se merezca un poco
más de ahondamiento. Me sorprende que
no te hipnotizara. Está muy capacitado y
suele recurrir a la hipnosis durante el
tratamiento. De hecho, O’Bannon
imparte un curso en GW, donde cada
tercer o cuarto año hipnotiza a los
estudiantes y les hace cosas como que
olviden una letra del alfabeto, de modo
que mirarán la palabra «lata» en la
pizarra y la pronunciarán «ata». O les
hace creer que hay un jején volando
junto a su oreja, cosas así. Lo hacemos
como parte de una rutina para mostrar
alucinaciones visuales y auditivas.
–Recuerdo que hablamos de ello la
primera vez que le vi hace años. No
quería hacerlo, y no lo hicimos -replicó
Web cansinamente.
–Así es.
–¿Algo más?
–¿Pero?
–No.
–No, no.
–Nada de eso.
–Pero no a mí.
–¿Como qué?
–¿Eso es todo?
–¿Es que no basta?
–¿Siempre lo haces?
–¿El qué?
–¿A quién?
Web parecía un poco avergonzado y
tardó unos segundos en proseguir, ya que
no se lo había contado a nadie.
–Fingí que tenía hijos -meneó la cabeza
y no se atrevió a mirarla-. Incluso me
inventé nombres como Web hijo, Lacey.
El más pequeño se llamaba Brooke, era
pelirrojo y le faltaban dientes. Y les
escribía cartas. Las enviaba a mi casa y,
cuando volvía, allí estaban,
esperándome. Mientras esperaba a matar
a un montón de fracasados que tenían
todas las de perder, me ponía a escribir
a Brooke Louise y le decía que papá
volvería pronto a casa. Empecé a
creerme que tenía una familia. Es lo
único que me ayudó a seguir adelante
porque, finalmente, tuve que apretar el
gatillo y la población de Montana perdió
a varios de los suyos -se secó la boca,
tragó lo que le pareció una fuente de
bilis y clavó la mirada en la alfombra-.
Cuando volvía a casa, todas esas cartas
estaban allí, esperándome. Pero ni
siquiera las leía. Ya sabía lo que decían.
La casa estaba vacía. No había ninguna
Brooke Louise.
Capítulo 23
–¿Kevin?
Toona volvió la cabeza al oír el nombre.
Macy ni se inmutó.
–¿Qué?
–¿Asesinado?
Bates asintió.
–¿Homicidio?
–¿Había teléfonos?
Web asintió.
–Estuve unos días en el hospital de la
Facultad de Medicina de Virginia. Billy
Canfield fue a verme un par de veces. Es
un buen tipo. Le costó asimilar la
pérdida de su hijo, ¿y a quién no? Nunca
llegué a conocer a su mujer y no he
vuelto a ver a Billy.
–Te acompañaré.
–Me lo imaginaba.
–Sí, claro.
–Adelante.
–Los tuvieron.
–¿Y?
–¿Los mataron?
–Parece un héroe.
Bates se fue calmando y el tic remitió.
Web asintió.
–¿Y eso?
–Feliz lectura.
Capítulo 25
Capítulo 26
–Cove no ha desaparecido.
–Trabajamos juntos.
–Así es.
Winters se levantó.
–No quiero sorpresas, Bates. Que no se
sepa nada importante si yo no lo sé con
la suficiente antelación. ¿Queda claro?
–¿Quién? ¿Cove?
Ann colgó.
–¿Era?
–Pero…
Miller sonrió.
–Vamos, Paulie.
Percy Bates.
–Excelente deducción.
Bates lo miró.
Web gimió.
Bates colgó.
–Billy.
Canfield sonrió.
–¿Y?
–También dijiste que nunca se te pasaría
por la cabeza vivir en esa casa. Y que tu
padrastro murió en ella.
–Bueno, ¿y qué?
–Sólo tú lo sabes.
–No.
Capítulo 30
Web se acercó a casa de Romano para
recogerle. Angie estaba en el umbral
cuando Romano salió con las bolsas y
no parecía demasiado contenta. Al
menos, es lo que dedujo Web cuando
saludó a Angie con la mano y ella le
mandó a la mierda con un gesto del dedo
cordial como respuesta a sus atenciones.
Romano cargó los dos rifles de
francotirador, una MP-5, un equipo
Kevlar y cuatro pistolas
semiautomáticas junto con cargadores de
munición para todas las armas.
–Yo no.
–Es macho.
Ella lo observó.
Gwen asintió.
–¿Cómo lo consiguió?
–Oh, Web…
–¿Sí?
–Paulie te acompañará.
–Nunca he montado.
Canfield rodeó con un brazo al agente
del ERR y sonrió.
Capítulo 31
–Pobre Boo.
Los dos caballos parecieron establecer
una tregua a regañadientes y Web
observó a Gwen mientras sacaba un
walkie-talkie Motorola del bolsillo y lo
encendía.
Gwen asintió.
–Por favor.
–¿Adonde va?
–¿Quiénes son?
–No es necesario.
Capítulo 32
–¿Doctora Daniels?
–Sí.
Le mostró la identificación.
Winters sonrió.
Winters sonrió.
–Vamos, doctora.
–¿Cómo dice?
–¿Cuál es el diagnóstico?
–Todavía no lo he emitido.
–No, no puedo.
–Entonces, ¿qué?
–Hay cosas peores que ser un cobarde -
hizo una pausa-. Ser un traidor.
–¿Qué?
–El pene.
Ella asintió.
–Cerveza, si tienes.
–Qué repugnante.
–Echad un vistazo.
–Muy a menudo.
–Quizá.
–¿Paulie?
–¿Sí?
–El hecho de que no estemos rodeados
por una panda de tíos armados hasta los
dientes no quiere decir que no haya
peligro. Extrema las precauciones. No
quiero perder a nadie más, ¿de acuerdo?
Capítulo 33
–¡Cállese la boca!
–Veintidós.
Web asintió.
–No es mi hermano.
–¿Ah, no?
–Ni idea.
–Sí.
–¿Lo era?
–No lo pillo.
–Gracias.
–Así que, si no intervinieran otros
factores, si vosotros tenéis a Kevin,
entonces sé que no le pasará nada. Y a
lo mejor sólo vais a aferraros a él hasta
que pase esta tormenta.
Gran F se volvió.
–Te he dicho que Kevin no es asunto
tuyo.
Cove sonrió.
–Ya no.
–¿Estás seguro?
–Oye, Cove…
–¿Sí?
Capítulo 34
Cuando Web llegó a la cochera no
encontró a Romano; incluso buscó en el
interior de los coches antiguos de la
planta baja por si su compañero se había
acercado a alguno para admirarlo y se
había quedado dormido en el interior.
Eran casi las cuatro de la mañana y
probablemente su compañero estuviera
vigilando por fuera. Como francotirador
que era, Romano estaba inquieto porque
tenía demasiada energía natural, a pesar
de la formación recibida para tomarse
las cosas con calma y de forma metódica
hasta que una situación drástica
aconsejara lo contrario. No obstante,
llegado el momento de actuar, casi todo
el mundo dejaba que Paul Romano
llevara la iniciativa. Dado que el móvil
de Web no funcionaba, utilizó el teléfono
de la casa para llamar a Romano y
exhaló un suspiro de alivio cuando le
respondió.
–Ya verás.
El hombre se sorprendió.
Kevin asintió.
Se echó a reír.
Capítulo 36
–Vamos a ver.
–¿Watkins?
–¡Joder! – exclamó.
Web señaló.
Web se alejó.
Capítulo 37
Cuando regresó a East Winds, Web
intercambió la información necesaria
con Romano, fue a la cochera y se relajó
dándose un baño caliente. Una
cabezadita mientras estaba en remojo y
se sentiría como nuevo, pensó. Con el
paso de los años, cada vez aguantaba
con menos horas de sueño.
–¿Ah, sí?
–¿Y Gwen?
–¿Qué quería?
–Firmaste un documento que le permite
preguntarme sobre tu tratamiento, ¿le
acuerdas de haberlo firmado?
–¿En mi consulta?
–¿Puedo ir a verte?
–¿A quién?
–Tengo de sobra.
–Entonces yo me encargaré.
–¿Y si te atacan?
–¿De repente te preocupas por mí?
–Tú primero.
–Sí.
–Bueno, pues hace algún tiempo,
después de lo de los aviones, los
helicópteros y tal, fui al juzgado e
investigué un poco. La empresa es una
sociedad limitada propiedad de dos
señores de California. Harvey y Giles
Ransome, supongo que son hermanos, o
a lo mejor están casados, vete a saber,
siendo de California…
–¿Qué pasó?
–¿Y tú no lo querías?
Él se echó a reír.
–¿Cómo es eso?
–Está clarísimo.
–Sí, son máquinas complejas. Se
parecen a mi ex mujer.
Capítulo 38
–Y se alistó en el ejército.
Claire lo observó.
–¿Es consciente de que a veces habla
como un hombre sin estudios?
Romano asintió.
Romano asintió.
Se la quedó mirando.
–Lo entiendo.
–¿Ah, sí? Pues yo nunca he podido.
–Sí, es verdad.
–Algo así.
–¿«Malditos al infierno»?
Web asintió.
Volvió a sonreír.
–Doce.
La sonrisa se le esfumó.
–¡Parar! – gritó.
–¿Qué ves?
–¿Cómo es?
–Nada.
–¿Cómo lo sé?
–Sí, ya me lo imagino.
–¿Por qué?
–De acuerdo.
Al cabo de unos minutos llegaron al
George Washington, o paseo GW,
situado hacia el norte.
–¡Vete a la mierda!
–Sí.
–¿No?
–¡Sí!
–No.
–¿No, qué?
–¿Cómo?
–¿Eso es todo?
–¿Hola? – lo repitió.
Capítulo 40
–Y a lo mejor a nosotros.
–No, ya te he explicado todo eso. Tienes
que pensar a nivel macro y micro, Mace
-dijo Peebles como si estuviera dando
clase a un estudiante-. Ya nos hemos
distanciado de él y además ya no tiene
mercancía y la mitad de su banda lo ha
dejado por eso. Su flujo de caja se ha
quedado en casi nada. En este negocio
las existencias duran dos días, como
máximo. Tenía mercancía oculta, eso se
lo reconozco, pero se acabó. Y cuando
se cargó a Toona perdió a cuatro tipos
más sólo por eso -Peebles meneó la
cabeza-. Y con todo lo que ha ocurrido,
¿qué hace? Se pasa todo el día pensando
en el niño. Lo busca todas las noches,
apalea a la gente, quema las naves y no
confía en nadie.
–¿Y de humor?
–Está cerrada.
Capítulo 42
–A ti no.
–Pues no se te nota.
Jerome retrocedió.
–Ya no. Mira, tío, te contamos todo lo
que sabemos. ¿Por qué no dejas de
agobiarnos?
–No, es mi loquera.
A Web no le impresionó.
–¿Tú y tu abuela?
–¿Y Kevin?
–Madrastra.
–¿Cómo?
–Nunca se lo he dicho.
–Cuando quiere.
–¿Crees que podría ser la persona que
tiene a Kevin? Dímelo claro.
–Claro, Jerome.
Web no respondió.
–¿Qué?
–¿Una operación?
Miró a Romano.
–¿Adonde vamos?
–Ha llegado el momento de acabar con
ellos, Paulie.
–Larguémonos de aquí.
Capítulo 45
Cuando volvieron a Quantico, Web se
despojó del equipamiento y dio parte de
la misión juntamente con los demás
miembros del grupo. No podían explicar
gran cosa. Web creía que los disparos
podían haber procedido del exterior del
edificio. Si ése era el caso, las balas
tenían que estar en algún lugar de la
sala, aunque había montones de balas
empotradas en las paredes que tendrían
que revisarse y cotejarse con sus armas
respectivas. Los francotiradores también
estaban dando su versión de los hechos,
pero Web no sabía qué habían visto u
oído. Si los disparos habían procedido
del exterior, entonces los
francotiradores tendrían que haber visto
algo, pues tenían el lugar rodeado. Que
Web supiera, nadie había salido del
edificio. No obstante, si los disparos se
habían originado en el exterior, el
tirador ya estaría allí cuando apareció el
ERR y eso, para variar, implicaba que
era probable que se hubiera producido
otra filtración sobre el asalto del ERR.
Nada de todo aquello era una buena
noticia.
–Independientemente de que yo
estuviera o no estuviera allí, el resultado
habría sido el mismo. Si te disparan,
disparas. Y no permitiría que mis chicos
se marcharan con el rabo entre las
piernas. Puedes despedirme del FBI si
quieres, pero volvería a hacer lo mismo,
joder.
–¿Cuan arriba?
–Déjalo, Web.
–Clyde Macy.
–¿Qué es esto?
–¿Y…?
–¿Qué te parece si conduces tú de
regreso al rancho? Créeme, cuando estás
jodido, no hay nada como un viajecito
en esta máquina para levantarte el
ánimo.
–¿Destiny?
–Destiny.
–¡Venga, joder!
Capítulo 46
–Lo sé.
–Pero ya he oído lo que habéis dicho.
No es fácil matar a alguien, a no ser que
estés muy jodido. Sólo es duro para los
buenos -señaló a Web y a Romano-.
Para los hombres como vosotros.
–Volvamos arriba.
Capítulo 47
–Así es.
–Sí, señor.
Sacó el libro y Web buscó rápidamente
por las páginas. El día anterior había
habido muchas visitas durante las horas
de oficina, pero terminaban a las seis en
punto. Miró al guarda.
–No, nunca.
–¿Notaste algo extraño cuando te llamó?
–Eso es.
–Efectivamente.
–Gracias.
–¡Mierda!
Bates asintió.
–¿Y O’Bannon?
Bates se sentó.
–Todo apunta a que estaba implicado en
este asunto. Han vaciado sus
archivadores. Hemos registrado su casa.
También la han vaciado. Hemos emitido
órdenes de búsqueda pero si todo esto
sucedió anoche nos lleva mucha ventaja.
En avión privado ya podría estar fuera
del país -Bates se frotó la cabeza-. Esto
es una pesadilla. ¿Sabes qué pasará
cuando los medios de comunicación se
enteren de esto? La credibilidad del FBI
caerá por los suelos.
–Pregunta, Web.
–¿Tú no?
–Da la impresión de que encaja
demasiado bien. ¿Tenemos más
información sobre lo que puede haberle
sucedido a Claire?
–Y encontró a Claire.
–Sí.
–Claire Daniels.
–La loquera.
–A lo mejor se ha escondido.
–¿Qué?
Capítulo 48
«Pero no la tuya».
–¿Malditos al infierno?
Capítulo 49
–Ginger Ale.
–¿Y eso?
–No.
–¿Quieres otra?
Capítulo 50
Eran más o menos las dos de la mañana.
Los únicos movimientos que había en
East Winds eran los de los caballos en
los pastos y los animales salvajes del
bosque que los rodeaban. Entonces se
oyeron unos pasos sigilosos por el
sendero que serpenteaba por entre los
árboles.
-Bobby Lee.
–Bourbon.
–Tráelo.
Mientras él sacaba la botella y los
vasos, ella se sentó en la cama y se frotó
la pantorrilla. Se tocó la cadenita del
tobillo, que le había regalado Billy.
Tenía los nombres de los dos grabados.
Strait le tendió un vaso lleno, ella se lo
bebió de un trago y se lo entregó para
que se lo volviera a llenar.
–No todos.
Strait sonrió.
–¿Qué pasa?
–¿Cuánto?
–Te dispararé.
–A sangre fría. ¿Una mujer religiosa
como tú?
Nemo sonrió.
–¿Y Billy?
–¡Joder!
–Bueno, me rindo.
–¿Nemo?
–¿Sí?
–A lo mejor lo hago.
–Pero no la cagues, porque estamos en
la recta final.
Capítulo 51
Claire se despertó sobresaltada del
sueño en el que había caído presa del
agotamiento y a pesar de lo aterrorizada
que estaba. Notó unos dedos contra la
piel y estaba a punto de arremeter contra
su atacante cuando la voz la hizo
detenerse.
–Ya lo veo.
–Tienes razón.
–¿De qué?
–Lo sé.
–¿Adonde vas?
Strait sonrió.
O’Bannon asintió.
Strait se rió.
–Así es. Aunque no te lo creas, este
jovencito se infiltró en una banda de
narcotraficantes negros en D.C. Les
tendió una trampa para que culparan a la
pasma de lo que hicimos. Uno de ellos,
un tipo llamado Antoine Peebles
intentaba hacerse con el territorio del tal
Westbrook. Mace le siguió el juego,
Peebles nos ayudaba cuando lo
necesitábamos, y luego Mace se lo
cargó.
–Eso parece.
Gwen se rió.
–Me lo tomaré como un cumplido.
–No.
–Estoy impresionada.
–Buena idea.
–¿No es obvio?
–Ni yo.
–No lo sabía.
Gwen parecía sorprendida.
Web asintió.
–Estoy listo.
Web le dio una palmadita a Comet en el
cuello.
Capítulo 52
–No.
–¿Dónde?
–Hecho, Delta.
–Lo haré.
–Lo superarás.
–Os compadezco.
Capítulo 53
Nemo Strait abrió la puerta del cuarto
subterráneo y entró. Claire y Kevin
estaban esposados a un enorme perno de
hierro de la pared y maniatados con una
gruesa cuerda. Strait había ordenado que
los amordazaran, pero no que les
vendaran los ojos.
–¿Y?
–Hijo de puta.
–¿Qué?
Web le dio la vuelta a la fotografía. Se
veía a Strait con un uniforme en
Vietnam. A su lado había un hombre que
Romano no conocía, pero Web sí.
Aunque el tipo era mucho más joven en
la fotografía en realidad, no había
cambiado tanto.
–Gwen.
–¿Piensas matarlos?
–No, les dejaré declarar para que me
pongan en el corredor de la muerte.
–Cambié de idea.
–No te perjudicaría.
–¿Clyde Macy?
–¿Seguro?
Capítulo 54
Capítulo 55
–¡Billy!
–¿Qué?
–Sí, es importante.
–¿Cómo lo sabes?
Capítulo 56
–Sí.
–Lo recuerdo.
–Sí.
–Pues bueno, allí fue donde hice el
trabajo. Envié a Strait y a sus hombres a
buscar unos caballos y metí a Gwen en
un avión para que fuera a ver a su
familia a Kentucky, y así trabajar sin
interrupciones. Utilicé algunos de los
instrumentos quirúrgicos que se
emplearon durante la guerra de Secesión
-se acercó a Free y le tocó el hombro-.
Lo primero que hice fue cortarle la
lengua porque armaba mucho jaleo. Me
lo esperaba de un gusano como él. Les
encanta hacer sufrir a los demás, pero no
aguantan absolutamente nada, nada de
nada. ¿Sabes lo que le hice después?
–¿Qué hiciste?
Billy sonrió, orgulloso.
Capítulo 57
Web fue a ver a Kevin Westbrook dos
días después de que Billy Canfield se
suicidara. El niño había regresado junto
a Jerome y la abuelita, gracias a su
padre. Una parte de Web esperaba que
Francis Westbrook, Gran F, se hubiera
retirado. Al menos había sacado a su
hijo de aquel mundo. La abuela, que
Web supo que se llamaba Rosa, estaba
de buen humor y les preparó el
almuerzo. Tal como había prometido,
Web le había devuelto la fotografía de
Kevin a Rosa así como los cuadernos de
dibujo que Claire se había llevado, y
también había dado un paseo con
Jerome.
Jerome sonrió.
Web asintió.
Claire lo miró.
–Ya veremos.
–Vale, adelante.
–¿Yo?