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HERMILIO VALDIZÁN

CAPACIDAD CIVIL DE LOS AFÁSICOS

2015
I N S T I T U T O P A C Í F I C O

HERMILIO VALDIZÁN

CAPACIDAD CIVIL
DE LOS AFÁSICOS
CAPACIDAD CIVIL DE LOS AFÁSICOS

Hermilio Valdizán Medrano (1885-1929) fue un destacado mé-


dico y escritor peruano. Realizó una importante labor tanto
como médico especializado en psiquiatría así como investiga-
dor del pasado peruano en materia de medicina. Capacidad
civil de los afásicos es un ensayo médico-legal, suscrito el 17
de noviembre de 1916, a propósito del conocido Proceso Levy,
en donde se buscaba la interdicción civil del octogenario ciu-
dadano francés José Clemente Levy José. En dicho proceso,
emprendido a fines de 1914 por los señores Julio Meyer y Noé
Levy —hijo legitimado del demandado—, se ponía en disputa
la capacidad del anciano para administrar sus cuantiosos bie-
nes. Valdizán aporta su opinión médica en torno a este caso,
abordando el problema de la capacidad civil en los pacientes
afásicos, estableciendo procedimientos adecuados de acuerdo
a cada tipo de afasia. Fue publicado en Lima por la Imprenta
del Centro Editorial, el año de 1916. Se ha hecho una transcrip-
ción fiel al texto original.

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índice general

NOTA DEL EDITOR ................................................................................................................................ 5

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Lima, á 14 de noviembre de 1916


Señor Doctor D. Napoleón Valdez

Ciudad

Mi muy distinguido amigo:


Tengo el agrado de enviarle á usted un modesto estudio relativo á la
capacidad civil del afásico, en conformidad con el deseo que se sirvió
manifestarme en casa de nuestro común amigo el Doctor Elguera.
Le suplico excuse la demora, en gracia á mis muchas ocupaciones, y
la modestia del trabajo en gracia á mis deficiencias.
Ruégole creer en la más distinguida consideración que le profesa su
amigo afectísimo.

Hermilio Valdizán

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La expresión humana y sus formas: mí-


mica, fonética y gráfica. — El lenguaje
hablado; su mecanismo en el fenóme-
no familiar de la pregunta y respuesta.
— La sede cerebral del lenguaje. — Los
trastornos morbosos del lenguaje. — La afa-
sia y las formas de afasia. — Los orígenes
de la afasia. — El problema de la capacidad
civil del afásico.

Una de las más interesantes funciones de la vida humana de relación, es,


a no dudarlo, aquella merced a la cual nos es posible exteriorizar nuestros
pensamientos haciéndolos perceptibles para las personas de nuestro am-
biente. Sin esta función expresiva la existencia humana abandona muchas
de sus excelsitudes y se avecina, con una cierta intimidad, a la modestísima
vida vegetativa de las especies zoológicas inferiores.

Realizamos la expresión mediante la mímica, facial o gesticular (expresión


mímica, lenguaje mímico); mediante la palabra (lenguaje hablado o expre-
sión fonética) y mediante la escritura (lenguaje escrito, expresión gráfica).
Estos tres modos de expresión encuéntranse, más o menos desarrollados,
según los sujetos y según la educación por éstos recibida; la expresión mí-
mica parece constituir el tipo rudimentario, del cual serían derivados de per-
feccionamiento los tipos fonético y gráfico.

Las tres formas de expresión, asociadas en tipos diversos de asociación,


existen en el hombre normalmente constituido, en el cual es hecho de fami-
liar observación el predominio, originario o educativo, de alguna de dichas
formas. El predominio de éstas ha creado un tipo preferentemente mímico,
puesto en boga por los progresos de la industria cinematográfica; un tipo

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preferentemente fonético, grupo de los sujetos del habla fácil, grupo de los
oradores; un tipo preferentemente gráfico, grupo de los sujetos de escribir
fácil, grupo de los escritores. Por observación familiar sabemos de sujetos
que siendo verdaderamente “virtuosos” de una de estas formas de expre-
sión caen en la mediocridad cuando se ven obligados a recurrir a otra: ora-
dores brillantes son modestísimos escritores y, al contrario, geniales de la
pluma pierden todo su prestigio cuando deben recurrir á la palabra hablada.

Compréndese fácilmente que los trastornos de la facultad de expresión difi-


culten gravemente las relaciones del hombre con sus semejantes y que és-
tas puedan llegar a la abolición completa en los casos de grave perturbación
de la facultad que nos ocupa. Dejando de lado los trastornos de la expresión
mímica, las hipomimias, las hiperomimias y las paramimias, solo vamos a
ocuparnos de la alteración profunda de las relaciones del hombre con sus
semejantes por obra de los trastornos sufridos por la palabra hablada y por
la palabra escrita.

Cuando se nos dirije una pregunta, la oímos merced a la integridad de


nuestro aparato de la audición; la comprendemos merced a la integridad de
nuestros cerebrales de recepción, merced a la integridad de los centros de
elaboración, elaboramos la respuesta (verbal, o de acción o de silencio) y
esta respuesta llega al interrogador merced a la integridad de los órganos
encargados de la palabra, de la escritura o del movimiento. Como se ve, en
este acto sencillo, de cuotidiana observación, de la pregunta y respuesta,
sucédense varios momentos fisiológicos, eslabónase la dinámica de varios
órganos y es de la normalidad anatómica y fisiológica de estos órganos y de
la función de ellos que depende la correcta producción del lenguaje hablado.

El Profesor Grasset, de Montpellier, ha establecido esquemáticamente los


momentos fisiológicos del lenguaje humano en un rombo que lleva el nom-
bre del autor y que es ampliamente conocido en el mundo científico. En este
rombo hallan explicación sencilla todas las formas de expresión humana: la
mímica, fonética y gráfica.

Una frase pronunciada por persona extraña, penetra en nuestro oído, llega
a la zona cerebral que se ha convenido en llamar centro de los símbolos au-
ditivos o de la memoria auditiva de las palabras (localizada por Seppilli en la
primera y segunda circunvoluciones temporales izquierdas y, por Ballet, en
la primera de dichas circunvoluciones). De este centro, la impresión centrí-
peta pasa al centro cerebral ideativo (localizado hipotéticamente en la corte-

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za de las circunvoluciones frontales), en el cual la impresión recibida se tras-


forma en idea centro cerebral de la memoria de las ideas. Es en este centro
ideativo que la impresión centrípeta termina: es en él en el cual elaboramos
la respuesta que hemos de dar y el mecanismo de la expresión se hace di-
verso según que respondamos con el silencio, en cuyo caso el mecanismo
ha terminado con la impresión centrípeta; que respondamos con la palabra,
hablada o escrita. En estos dos últimos casos, del centro ideativo parte una
corriente centrífuga que, para la palabra hablada, se dirije al centro cerebral
en el cual tenemos almacenadas las imágenes de los movimientos de la
palabra o de los símbolos hablados (centro cerebral localizado por Broca en
el pié de la tercera circunvolución frontal); y, en el caso de la palabra escrita,
la corriente centrífuga originada en el centro ideativo se dirije hacia el centro
cerebral en el cual hemos almacenado las imágenes de los movimientos de
la escritura: centro de los símbolos escritos o de las imágenes motoras grá-
ficas (centro cerebral cuya existencia ha sido negada por Déjeriney cuya au-
tonomía ha sido puesta en tela de juicio por Wernicke: localizado por Exner
Charcot y Grasset en el pié de la segunda circunvolución frontal izquierda).

Cuando el sujeto habla expontaneamente (trátase de una expontaneidad


relativa, dadas las estrechas vinculaciones de los procesos ideativos con
las percepciones sensoriales y la memoria de estas percepciones), falta al
rombo de Grasset la impresión centrípeta y toda la dinámica del lenguaje en
esta forma está condensada en la corriente centrífuga que parte del centro
ideativo y llega: a la boca, en el caso de la respuesta verbal; o a la mano, en
el caso de la respuesta escrita.

Cuando el sujeto se limita a repetir las palabras que escucha pronunciar, sin
necesidad de elaboración ideativa, en aquella forma de expresión fonética
que se llama ecolalia, y también lenguaje de papagayo, el rombo de Grasset
viene simplificado: la impresión auditiva llega al centro de los símbolos audi-
tivos y de allí pasa directamente al centro de las imágenes de las palabras y
de éste directamente a la boca; pasando a la mano en el caso de la escritura
bajo dictado.

Dedúcese de lo expuesto que el trastorno de nuestras formas de expresión


está vinculado al trastorno de cada uno de los momentos en que esta fun-
ción se descompone.

Una impresión externa insuficiente para impresionar nuestro aparato auditi-


vo, no provocará una percepción auditiva: tal el caso de la palabra pronun-

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ciada en voz demasiado baja, en voz que no somos capaces de oír. Análogo
el caso de una percepción sensorial confusa, el de una percepción poco ní-
tida de la palabra que no ha sido pronunciada claramente y que nosotros no
oímos claramente. Estos casos corresponden a fenómenos cuya represen-
tación se halla fuera del polígono de Grasset; por este motivo son llamados
extra poligonales. También es extra poligonal la falta de percepción auditiva
por deficiencia originaria o adquirida del aparato auditivo, la sordera.

Supongamos ahora que la percepción sensorial auditiva ha sido nítida; que


ella ha llegado a nuestro centro de los símbolos auditivos; pero que ella
no se hallaba registrada en este centro mnemónico. Tratándose del sujeto
sano este caso es el caso de la persona que escucha un neologismo, el de
la persona que escucha hablar en un idioma que no Je es conocido. Tratán-
dose del sujeto enfermo, este caso es el de aquella forma de afasia descrita
por la vez primera por Wernicke, en 1874 y bautizada dos años después
por Kusmaul con el nombre de sordera verbal. Este enfermo que ofrece al
profano todos los aspectos de un sordo y muchos de los aspectos de sujeto
afecto de insuficiencia mental de una cierta gravedad, ni es sordo, ni es un
tipo de mentalidad idiótica. En lugar de interrogarle de palabra y provocar
sus respuestas que atestiguan la no comprensión de la palabra que le ha
sido dirigida, interroguémosle por escrito y entonces le oiremos responder-
nos con precisión, con claridad, con cordura. Esperemos que él nos dirija la
palabra y esta su palabra expontánea no ofrecerá absolutamente carácter
alguno de anormalidad: este enfermo de los aspectos de sordo y de idiota,
traducirá correctamente su pensamiento y lo exteriorizará como cualquier
sujeto que goce de salud completa. Este afásico habla, lee y escribe; pero
no comprende lo que hablan los demás. Ha sido comparada la situación de
este afásico a la de sujeto recién llegado á país cuyo idioma desconoce.
Esta situación de extranjería no es “una comparación venturosa, ya que el
afásico responde verbalmente a las interrogaciones qué le son formuladas
por escrito y no es este el caso de extranjería del símil.

Supongamos todavía, en esta concepción hipotética de las alteraciones de


la expresión fonética una alteración del momento final de ese ciclo síquico
del fenómeno de la pregunta y respuesta. Hay integridad de la audición, de
la percepción en el centro auditivo de las palabras, de la elaboración ideativa
de la respuesta, de la trasmisión de ésta al centro de los movimientos de la
palabra. Solo falta, pues, para completar el ciclo de la pregunta y respuesta,
que el centro de los movimientos de la palabra goce de integridad. Si no
goza de ella, la corriente centrífuga queda interrumpida: el sujeto interro-

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gado, después de haber oído y comprendido la interrogación, después de


haber elaborado una respuesta, es incapaz de dar esta respuesta, el sujeto
dispone de poquísimas palabras, con las cuales responde a todas las pre-
guntas. Es el caso de afemia, de aquel trastorno morboso que amargó los
días de Baudelaire, quien respondía a todo y a todos con las dos únicas
palabras que conservaba de su rico vocabulario: “cré nom”. El afémico oye,
escribe y lee; posee una mímica expresiva pero no habla o habla mal.

De manera análoga se explican los trastornos expresivos conocidos con los


nombres de ceguera verbal y de agrafia.

En el caso de ceguera verbal el sujeto oye, habla y escribe; pero no reco-


noce la escritura, ni aún la propia. En el caso de agrafia el sujeto habla y
lee: pero no puede escribir por iniciativa propia, conservando la facultad de
copiar la escritura ajena.

El origen griego de la palabra afasia concede a ésta el significado de una


abolición de la facultad de expresar las ideas mediante la palabra; pero háse
ampliado un tanto este significado y vienen designadas con el mismo nom-
bre de afasia la simple disminución de la indicada facultad y las múltiples
desviaciones que ella puede sufrir. Solo quedan excluidos de esta denomi-
nación genérica aquellos trastornos paralíticos de los órganos encargados
de la articulación de la palabra (músculos de la lengua, de los labios, etc.) y
aquellos trastornos intelectuales, congénitos o adquiridos, cuya intensidad
basta a explicar los trastornos del lenguaje.

Si referimos los trastornos de la expresión a la sede cerebral de las funcio-


nes del lenguaje, se hará más ostensible la situación de los afásicos en sus
relaciones con sus semejantes.

La enfermedad de la parte inferior y posterior del lóbulo parietal izquierdo


(del derecho de los zurdos) y del llamado giro angular, sede admitida de la
percepción de los símbolos visivos de la palabra, de las imágenes visivas
de la palabra, da lugar al trastorno que se ha convenido en llamar ceguera
verbal, traducido clínicamente por disminución del campo visivo (mitad de-
recha), incapacidad de leer (alesia) o de escribir (agrafía) e incapacidad de
denominar los objetos viéndolos, con posibilidad de hacerlo tocándolos o
manejándolos:

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La enfermedad de la primera y segunda circunvoluciones temporales, sede


de la percepción auditiva de las palabras, centro de los símbolos auditivos,
produce la pérdida de la facultad de comprender el significado de las pala-
bras, aún pereciendo los sonidos. El trastorno viene conocido con el nom-
bre de sordera verbal, que ya hemos mencionado, y al cual llamó Wernicke
afasia sensorial. Esta sordera verbal es absoluta en pocos casos y, en no
pocos, escapan a esta pérdida síquica aquellas interrogaciones esperadas
por el enfermo que, en cambio, experimenta notable dificultad para com-
prender las interrogaciones que le toman de sorpresa. Si se recuerda la
grande importancia de los procesos auditivos en la génesis de la palabra, se
comprenderá sin esfuerzo que la sordera verbal repercute sobre la palabra,
produciendo trastornos de importancia muy variable: No es raro el error del
sordo verbal en el empleo y en la forma de las palabras y es muy frecuente
la dificultad a las veces insuperable que debe vencer para evocar volunta-
riamente una palabra.

El desorden de la palabra en la sordera verbal es muy variable: en ocasiones


el sujeto conserva una buena cantidad de palabras y estas son más nume-
rosas en el hablar expontaneo, en cierto modo automático. Las dificultades
de palabra son más difíciles si el sujeto tiene que habérselas con palabras
especiales: los sustantivos constituyen el gran escollo de estos enfermos
(afasia amnésica o amnesia verbal) que procuran evitarlos recurriendo a los
más complicados equivalentes: “algo que corte”, dice un ejemplo de Gowers
queriendo significar un “cuchillo”.

Los efectos de la sordera verbal sobre la lectura son igualmente muy va-
riables: en ocasiones el sujeto lee correctamente comprendiendo mediana-
mente el contenido de su lectura; en ocasiones lee correctamente, pero sin
comprender absolutamente lo que lee; en otras ocasiones la imposibilidad
de lectura es completa (alesia), caso éste último imputable a pérdida auditi-
va o a lesión del centro auditivo.

Los efectos de la sordera verbal sobre la escritura son análogos a los pro-
ducidos sobre la palabra hablada. Tal vez si son mayores por el hecho de
que en el acto de la escritura los símbolos de la palabra son nuevamente
simbolizados en el fenómeno del lenguaje gráfico, en un doble simbolismo
cuya amplitud es vasta fuente de error tratándose del afásico.

Tiene de singularmente grave la sordera verbal que ella no le permite al en-


fermo darse cuenta cabal de la mayoría de los errores en que incurre.

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La enfermedad de la zona motora de la palabra, localizada, como ya hemos


dicho en el pie de la tercera circunvolución frontal, provoca la pérdida total o
parcial del habla voluntaria. Si el trastorno es antiguo y parcial el sujeto dis-
pone aún de algunas palabras, pero estas son mal formadas. A este trastor-
no se le ha dado, injustamente, el nombre de afasia atáxica y, por Wernicke,
el más apropiado de afasia motriz.

En los periodos iniciales de la enfermedad, junto con la imposibilidad del


sujeto para expresarse de palabra, se instala una relativa dificultad para
la expresión mímica, dificultad que se hace menor con el desarrollo de la
enfermedad y que llega a realizar una función compensadora. La evolución
favorable de la enfermedad lleva al sujeto a la readquisición paulatina de al-
gunas palabras de las más sencillas o a la repetición monótona de una sola
palabra cada vez que se propone hablar.

El sujeto atacado de ésta forma de afasia comprende cuanto se le dice; pero


es incapaz de repetir esto mismo que ha comprendido bien. No le es posible
la lectura en alta voz y muchas veces el sujeto no comprende aquello que se
le presenta escrito o impreso.

En la mayor parte de los casos esta situación del enfermo se mantiene es-
tacionaria por tiempo bastante considerable, a veces durante muchos años.
En otros casos, en cambio, trascurridos algunos meses, el enfermo comien-
za a pronunciar una palabra, después otra, y va enriqueciendo en esta forma
su vocabulario empobrecido; va educando su hemisferio derecho en una
función de suplencia destinada a llenar los vacíos de funcionalidad del he-
misferio izquierdo lesionado. En no pocos casos, a despecho de la desapa-
rición de la causa de la enfermedad, la dificultad de palabra persiste.

Esta afasia motora o motriz provoca dificultades de la escritura provocadas


a su vez por aquel doble simbolismo de la palabra escrita que hemos men-
cionado al ocuparnos de la sordera verbal: el paciente no consigue escribir
una letra o combina las letras equivocadamente o solo incurre en errores
de letras escribiendo palabras con una relativa corrección. No son raros los
casos en los cuales el sujeto escribe correctamente su nombre y apellido,
acto que tiene mucho de automático; pero es incapaz de escribir la menos
larga de las proposiciones.

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La pérdida de la facultad de escribir (alesia) no es una compañera constante


de la afasia motora y cuando ella se presenta traduce, probablemente, una
mayor amplitud de la zona cerebral lesionada.

Un interesante grupo de estos trastornos está constituido por aquellos ca-


sos que vienen etiquetados bajo la denominación de afasia amnésica: el
sujeto atacado de esta forma de afasia, en el cual no existe una sordera,
verbal ni hechos que traduzcan un trastorno de sus funciones motoras del
lenguaje, halla dificultades á las veces considerables para recordar las pala-
bras ó para emplearlas acertadamente. Wernicke, que ha ilustrado este tipo
de afasia con singular brillo, atribuye esta afasia amnésica á un trastorno
provocado por la interrupción del trámite entre los centros de movimiento y
los sensoriales. Y esto por enfermedad de la zona cerebral descrita con el
nombre de ínsula de Reil, Wernicke considera esta afasia como una afasia
de conducción, partiendo de la hipótesis que atribuye á la interrupción men-
cionada la imposibilidad de una acción directa de los centros sensoriales
sobre aquellos de movimiento.

La afasia en las diversas formas que hemos pasado en revista puede acom-
pañar varios trastornos orgánicos ó funcionales del cerebro: ella puede, así
mismo, ser producida por varias lesiones tales como un tumor ó un excep-
cional reblandecimiento de tipo crónico; pero, más á menudo, ella proviene
de un reblandecimiento cerebral agudo; aun más frecuentemente que de
hemorragia cerebral, mayor frecuencia que nada de sorprendente ofrece
subiendo, como sabemos, la verdadera predilección que el reblandecimien-
to tiene por la corteza cerebral. Sin embargo, la hemorragia cerebral es
responsable de buen número de afasias y el tipo benigno de estas, el tipo
transitorio, el tipo de la afasia que viene, que amarga unos días del enfermo
y se va en seguida, es en la inmensa mayoría de los casos, obra de una
hemorragia con sede en los ganglios centrales.

La región de la corteza cerebral en la cual residen los centros verbales está


irrigada por la arteria cerebral mediana y es la obstrucción de ésta la causa
más frecuente de afasia. En cambio, la afasia motora es producida por el
reblandecimiento que sigue á la obstrucción de la primera rama de dicha
arteria y la afasia sensorial al reblandecimiento que sigue á la obstrucción de
la cuarta de las ramas de dicha arteria. Como una de las ramas de la dicha
arteria irriga las partes principales de las circunvoluciones centrales, no es
raro que la hemiplegia se asocie a la afasia motora. Por análogos motivos
se asocia a la afasia uno que otro trastorno de la visión.

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No hemos querido complicar este estudio ocupándonos del mecanismo de


la memoria, ni de las hipótesis sostenidas en diverso sentido para explicar
el fenómeno de la memoria. Por la misma razón hemos omitido una explica-
ción relativa al mecanismo de la intervención del hemisferio izquierdo en los
fenómenos de la expresión y nos hemos limitado a consignarlo como hecho
establecido.

Compréndese sin dificultad que si en la teoría cabe una distinción más o


menos neta entre los varios trastornos del lenguaje esta distinción no es tan
fácil, ni tan susceptible de establecer, en la práctica. Dadas las pequeñas di-
mensiones de los centros cerebrales, dadas las vinculaciones más o menos
íntimas existentes entre ellas, se comprende que los tipos mixtos de afasia
sean más numerosos que los tipos puros y que el número de asociaciones
de estos sea bastante considerable.

Aun considerados aisladamente estos tipos puros de afasia, la intensidad de


ellos les dará, en cada caso particular, una fisonomía especial: dos sordos
verbales no lo serán igualmente, como no lo serán dos afásicos de la motri-
cidad fonética o gráfica.

Teniendo en cuenta estas consideraciones, no está exenta de dificultades


la determinación de los tipos de afasia en los cuales la capacidad civil se
mantiene intacta, como no lo está la determinación del grado de incapacidad
que cada tipo de afasia ofrece.

En tésis general sería posible establecer como tipos de afasia compatibles


con el ejercicio de la capacidad civil todos aquellos casos en los cuales el
afásico es capaz de comprender y de poder expresar su consentimiento o
desistimiento aun cuando este resultado lo fuera del empleo de cualquiera
de las formas de expresión: mímica, fonética o gráfica. En todos estos casos
el afásico sería colocado en condición análoga a la del sordo, a la del mudo,
o a la del analfabeto, sujetos que parcialmente privados del ejercicio de sus
funciones de expresión, son capaces de subsanarlas en la traducción de sus
pensamientos.

Ahora, llevado el problema de la capacidad civil a los diversos tipos de afa-


sia, tenemos:

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En los casos de sordera verbal pura el sujeto puede expresar verbalmente


sus pensamientos y puede comprender el pensamiento de los demás si la
traducción de éste le es presentada por escrito.

En los casos de afemia pura, el sujeto puede traducir gráficamente sus pen-
samientos y comprender los que se le ofrezcan, verbal o gráficamente.

En los casos de ceguera verbal pura, el sujeto comprende cuanto se le hable


y se da a comprender hablando o escribiendo.

En todos estos casos, el sujeto no ha perdido en absoluto sus facultades


expresivas y comprendidas sus deficiencias, es fácil auxiliarle en el ejercicio
de sus funciones de relación; pero, como ya lo hemos dicho, estos tipos ne-
tos, estos tipos de contornos clínicos precisos, existen con mas profusión en
las descripciones teóricas que en la práctica, la cual nos ofrece con mayor
profusión las asociaciones de trastornos expresivos.

En presencia de esta grave dificultad, no cabe definirse en tesis general


respecto a la capacidad civil del afásico. Precisa, en cada caso, estudiar la
naturaleza de los trastornos, el grado de alteración producido en cada uno
de los momentos en que se descompone el lenguaje humano y deducir de
semejante análisis prolijo, de semejante estudio escrupuloso cuáles son los
trastornos y cuál el grado de capacidad civil compatible con estos trastornos.

Lima, á 15 de noviembre de 1916


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