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Destino Manifiesto (John O’Sullivan,

1845)
Esta es la traducción íntegra del artículo publicado en
United States Magazine and Democratic Review, 17, No. 1, July-August 1845.
La referencia a la expresión “destino manifiesto” aparece en el tercer párrafo.
El artículo original se encuentra en
http://web.grinnell.edu/courses/HIS/f01/HIS202-01/Documents/OSullivan.html

John O’Sullivan: Anexión

Ahora es el momento de que cese la oposición a la anexión de Texas, toda agitación


adicional de las aguas de la amargura y el conflicto, al menos en relación con esta cuestión,
– inclusive si tal vez tal vez se puede requerir de nosotros como una condición necesaria
para la libertad de nuestras instituciones, que debemos vivir para siempre en un estado de
incesante lucha y emoción sobre algún tema de división partidaria u otra razón. Pero, en lo
que respecta a Texas, suficiente se ha dado ya a la discusión. Es hora de que el deber
común de patriotismo al País tenga tener éxito, – o si no se ha reconocido este reclamo, al
menos es tiempo que por sentido común se acepte con decoro lo inevitable e irrevocable.

Texas es ahora nuestra. Antes que fueran escritas estas palabras, su Convención ha
ratificado sin lugar a dudas la aceptación, por su Congreso, de nuestra invitación a la
Unión; e hizo los cambios necesarios en su forma republicana de constitución para
adaptarla a sus futuras relaciones federales. Su estrella y su barra pueden decir desde ahora
haber tomado su lugar en el glorioso blasón de nuestra nacionalidad común; y el alcance de
las alas de nuestra águila incluyen ya dentro de sus fronteras el amplio territorio de su
honesta y fértil tierra. Texas no es para nosotros meramente un espacio geográfico –una
cierta combinación de costa, planicies, montañas, valles, bosques y ríos. Texas ya no es
para nosotros simplemente un país en algún mapa. Ella viene con la querida y sagrada
designación de Nuestro País; no es un pays, ella es parte de la patrie; y eso que es a un
tiempo sentimiento y virtud, Patriotismo, comienza ya a emocionarla dentro de su corazón
nacional. Es tiempo de que dejemos de tratarla como algo ajeno, e inclusive adverso –cesar
de denunciar y vilificar todo lo que está conectado con su consentimiento- cesar de torcer o
oponerse a los restantes pasos para su consumación; o donde esos esfuerzos se sienten
todavía infructuosos, al menos para amargar la hora de recepción con los más
desagradables ceños fruncidos de aversión y palabras de mala recepción. Ha habido
suficiente de esto. Si está localizado en el período cuando, junto con cualquier otra cuestión
de política práctica pueda surgir, desafortunadamente se ha convertido en uno de los
principales tópicos de división entre los partidos, de propaganda electorera presidencial.
Pero este período ha pasado, y con él, que sus prejuicios y pasiones, sus desacuerdos y

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denuncias, cesen también. La siguiente sesión del Congreso verá los representantes del
nuevo joven Estado en sus lugares en nuestras dos Cámaras, junto a aquellos de los
primeros Trece Estados. Que la recepción dentro de la familia sea franca, amable, cariñosa,
como corresponde a tal ocasión, como debe ser no menos que el respeto a nosotros mismos,
el deber patriótico hacia ellos. Mal les acontezca a esos pájaros de mal agüero que se
deleitan en llenar su propio nido y molestar el oído con permanente discordia de graznidos
amenazantes.

Por qué, si se requiriera otra razón, en favor de elevar ahora esta cuestión de recibir a Texas
dentro de la Unión, fuera de la región más baja de nuestras pasadas disputas de partidos,
hasta su propio nivel de una alta y amplia nacionalidad, seguramente será encontrada,
encontrada abundantemente, en la manera en la que otras naciones han emprendido para
inmiscuirse en ello, entre nosotros y las partes adecuadas para el caso, en un espíritu de
interferencia hostil contra nosotros, con el objeto proclamado de torcer nuestra política y
obstaculizar nuestro poder, limitando nuestra grandeza y bloqueando el cumplimiento de
nuestro destino manifiesto de cubrir el continente señalado por la Providencia para el libre
desarrollo de nuestros millones multiplicados cada año. Esto ha sido hecho por Inglaterra,
nuestro antiguo rival y enemigo; y por Francia, extrañamente asociada con ella contra
nosotros, bajo la influencia del Anglicanismo aguijoneando fuertemente la política de su
primer ministro, Guizot. La celosa actividad con la que este esfuerzo para derrotarnos ha
sido empujada por los representantes de esos gobiernos, junto con el carácter de intriga que
lo acompaña, constituye plenamente un caso de interferencia extranjera, que Mr. Clay
mismo declaró que debería unirnos y nos uniría en mantener la causa común de nuestro
país contra extranjero y enemigo. Estamos simplemente sorprendidos de que este efecto no
ha sido completa y fuertemente aparecido, y que el arranque de indignación contra esta
desautorizada, insolente y hostil interferencia contra nosotros, no haya sido más general
inclusive entre el partido opuesto a la Anexión, y que no ha invadido el espíritu y el orgullo
nacionales unánimemente bajo esta política. Estamos bien seguros de que si el mismo Mr.
Clay fuera a añadir otra carta a su anterior correspondencia sobre Texas, él debería expresar
este sentimiento, y llevar a cabo la idea ya fuertemente contenida en una de ellas, en forma
tal que provocaría todos los poderes del sonrojo que puedan tener algunos de los miembros
de su partido.

Es completamente falsa e injusta con nosotros, la pretensión de que la Anexión ha sido una
medida de estropear, incorrecta e injusta –de una conquista militar bajo formas de paz y
ley- de agrandamiento territorial a costa de la justicia, y justicia debida doblemente hacia el
débil. Esta opinión sobre la cuestión es totalmente infundada, y ha sido refutada
ampliamente en estas páginas, así como en mil otras maneras, que no la ampliaremos más.
La independencia de Texas fue completa y absoluta. Fue una independencia no únicamente
de hecho sino de derecho. Ninguna obligación ni deber hacia México nos obligaba en el
más mínimo nivel a restringir nuestro derecho a efectuar la deseada recuperación de la
noble provincia una vez que os nuestros – cuales quiera que sean los motivos de política
que hayan ocasionado una consideración más deferente por sus sentimientos y orgullo [de
Texas], envueltos en esta cuestión. Si Texas se pobló con población Norteamericana; no fue
por estratagema de nuestro gobierno, sino por la expresa invitación del mismo México;
acompañada de tales garantías de independencia del Estado, y el mantenimiento de un
sistema federal análogo al nuestro, constituyendo una masa plenamente justificada en las

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más fuertes medidas de desagravio hacia aquellos que fueron después engañados con
respecto a esta garantía, y que se buscaba fueran esclavizados bajo el jugo impuesto por
esta violación. Texas se liberó, justa y absolutamente liberada, de toda liga con México, o
de deberes de cohesión con el cuerpo político mexicano, por los actos y las faltas del
mismo México, únicamente de México. Nunca ha habido un caso más claro. No fue una
revolución; fue resistencia a la revolución: y resistencia bajo tales circunstancias que forzó
a la independencia el estado necesario, causado por el abandono de aquellos con los que
existía una asociación federal previa. ¿Qué puede haber más ridículo que este clamor por
México y los intereses mexicanos, contra la Anexión, como una violación de algún derecho
de ellos, y obligación de nosotros?

No aceptaríamos como aprobada en todas sus maneras lo expedito o propio de la forma en


que tal medida, correcta y sabia como lo es, ha sido llevada a cabo. Su historia ha sido un
triste tejido de calumnia diplomática. Cuánto mejor hubiera sido manejada –cuánto más
suave, satisfactoria y exitosa. En lugar de nuestras actuales relaciones con México –en
lugar de los fuertes riesgos que se han corrido, todas las posibilidades de oprobio que
hemos tenido que combatir, no si gran dificultad ni con completo éxito –en lugar de las
dificultades que ahora se acumulan en el camino para un arreglo satisfactorio de nuestras
disputas con México –Texas podría, por una mayor juiciosa y conciliadora diplomacia,
haber sido tan seguramente dentro de la Unión como ella lo está ahora – sus fronteras
definidas –California probablemente nuestra – y México y nosotros mismos unidos por
lazos más estrechos que nunca; de mutua amistad y mutuo soporte en resistencia a la
intromisión de interferencia europea en los asuntos de las repúblicas americanas. Todo esto
puedo haber sido, poco lo dudamos, ya asegurado, si consejeros menos violentos, menos
rudos, menos parciales, menos ávidos a precipitarse por motivos ampliamente ajenos a la
cuestión nacional, presididos desde las primeras épocas de nuestra historia. No podemos
lamentar demasiado el mal manejo que ha desfigurado la historia de esta cuestión; y
probablemente el rechazo de los medios que hubiera sido tan fáciles para satisfacer incluso
las pretensiones sin razón y el orgullo y la pasión excitadas de México. El singular
resultado que se ha producido, de que mientras nuestro vecino no tiene, en verdad, ningún
verdadero derecho ni queja, cuando todo el error está en su lado, y ha habido de parte
nuestra un grado de consideración y templanza, en deferencia a sus pretensiones [de
México], que será equiparada por pocos precedentes en la historia de otras naciones –
hemos estado expuestos en gran medida a denuncias difíciles de repeler e imposibles de
silenciar; y toda la historia atestiguará como un hecho cierto, que México hubiera declarado
guerra contra nosotros, y la habría emprendido seriamente, si México no hubiera sido
prevenido por su propia debilidad que debería constituir su mejor defensa.

Nos declaramos culpables de un grado de sensible molestia –por el honor de nuestro país, y
su estima en la opinión pública mundial – que no encuentra incluso en la conciencia
satisfecha completo consuelo por la simple necesidad de buscar consuelo ahí. Y es por este
estado de cosas que somos responsables del gratuito mal manejo –completamente aparte de
los principales y sustanciales derechos y méritos de la cuestión, a la cual corresponden; y
que tuvo sus origen en etapas anteriores, previas a la accesión de Mr. Calhoun al
Departamento de Estado.

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California probablemente se zafará próximamente de la vaga adhesión que, en un país
como México, mantiene una provincia remota en un equívoco y ligero lazo de dependencia
con la metrópolis. Imbécil y distraído, México nunca podrá ejercer una verdadera autoridad
gubernamental sobre tal país. La impotencia de uno y la distancia del otro, deberán hacer de
tal relación una de independencia virtual; a menos que, atrofiando la provincia de todo
crecimiento natural, y prohibiendo la inmigración que es la única que puede desarrollar sus
posibilidades y colmar los propósitos de su creación, la tiranía la retenga como un dominio
militar, que no sería un gobierno en el sentido legítimo del término. En el caso de
California esto es ahora imposible. El pie anglosajón está ya en sus fronteras. Incluso la
avanzada del irresistible ejército de la emigración anglosajona ha comenzado a establecerse
ahí, armado con el arado y el rifle, y dejando una huella con escuelas y colegios, juzgados y
salas de representantes, molinos y lugares de reunión. Una población estará pronto en
ocupación real de California, sobre la cual será vano el sueño de México por dominarla.
Ellos serán necesariamente independientes. Todo esto sin intervención de nuestro gobierno,
sin responsabilidad de nuestra gente –en un flujo natural de eventos, el resultado
espontáneo de principios, y la adaptación de las tendencias y los deseos de la raza humana a
las circunstancias elementales en medio de las cuales se localizan. Y ellos tendrán un
derecho a la independencia –al propio gobierno – a la posesión de los hogares conquistados
de las áreas salvajes por sus obras y peligros, sufrimientos y sacrificios –un mejor y más
alto derecho que la marea artificial de soberanía en México, mil millas distante, heredando
de España un título bueno únicamente contra aquellos que no tienen algo mejor. Su derecho
a la independencia será el derecho natural al autogobierno empezando por cualquier
comunidad suficientemente fuerte para mantenerlo –distinta en posición, origen y carácter,
y libre de toda obligación mutua de pertenencia a un cuerpo político común, juntándola con
otros por el deber y lealtad hacia un conjunto de creencias comunes. Este será su título de
independencia; y por este título, no habrá duda de que la población que ahora se mueve
rápidamente hacia California ganará y mantendrá esa independencia. Si ellos se juntarán
con la Unión o no, no puede ser previsto con certeza. A menos que el proyectado ferrocarril
a través del continente hasta el Pacífico sea llevado a cabo, posiblemente no será así;
aunque inclusive en tal caso, el día no está distante cuando los Imperios del Atlántico y del
Pacífico volverán otra a fluir en uno solo, tan pronto como su frontera interior se aproxime
a uno y a otro. Pero el gran trabajo, tan colosal como aparezca el proyecto de su primera
apariencia, no puede permanecer sin ser construido largo tiempo. Su necesidad para el
propósito exacto de juntar y mantener reunidos en sus tenazas de hierro nuestra
rápidamente creciente región del Pacífico con la del valle del Mississippi –la instalación
natural de la ruta- la facilidad con la que cualquier cantidad de trabajo para la construcción
puede ser traído de las sobrepobladas regiones de Europa, para ser pagadas en tierras
hechas valiosas por el progreso del trabajo en sí mismo –y su inmensa utilidad para el
comercio con el mundo de Asia oriental completa, suficiente por sí misma para el soporte
de tal vía – esta lista de consideraciones aseguran de que no puede estar distante el día que
contemplará el transporte de los representantes de Oregón y California a Washington, en
menos tiempo que hace unos años era dedicada a tal jornada desde Ohio; mientras que el
telégrafo magnético posibilitará a los editores del San Francisco Union, del Astoria
Evening Post, o del Nootka Morning News, para enviar la primera mitad del Discurso
Presidencial antes que los ecos de la segunda mitad se hayan apagado detrás del amplio
pórtico del Capitolio, pronunciados por sus labios.

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Arrojemos, pues, toda discusión ociosa acerca del balance de poder francés en el continente
americano. ¡No hay crecimiento en Hispanoamérica! Cualquier progreso que pueda haber
en Canadá Británica, se debe únicamente al previo debilitamiento de su actual relación
colonial con la pequeña isla tres mil millas cruzando el Atlántico; pronto será seguida por
Anexión, y destinada a aumentar el todavía creciente impulso de nuestro progreso. Y
cualquiera que sea el balance, aunque sea lanzado en la escala puesta de las bayonetas y el
cañón, no únicamente de Francia e Inglaterra, sino de Europa entera, ¡cómo podría golpear
contra el simple sólido peso de los doscientos cincuenta, o trescientos millones –y millones
Norteamericanos- destinados a reunirse bajo las ondas de las barras y estrellas, en el
rápidamente cercano año del Señor de 1945!

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