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EL PAISAJE SONORO Y LA ESCUCHA CONSCIENTE: HACIA UNA CALIDAD ACÚSTICA

DE LA CIUDAD

EL PAISAJE SONORO. Cada lugar posee un conjunto de sonidos que le


caracterizan, algo similar a una musicalidad oculta que está dotada de
belleza armónica. Existen lugares que son más armónicos que otros, nos es
común indicar que los lugares naturales son más tranquilos y agradables al
sentido del oído; e incluso de podría asegurar que cuanto más urbanos son
los lugares, más disonantes se vuelven.

Por supuesto, esto hace evidente un problema propio al ambiente


de las ciudades: el ruido. Este problema ha sido abordado desde finales de
la década de los años sesenta por la ecología acústica, cuando el
compositor y ambientalista canadiense Murray Schafer comenzó su World
Soundscape Project (Proyecto del Paisaje Sonoro Mundial), de donde se
extrae el concepto «paisaje sonoro».1

Schafer entiende al paisaje sonoro como «un ambiente sonoro»2, el


cual puede referirse tanto a entornos naturales, rurales o urbanos, como a
composiciones musicales, montajes sonoros, o cualquier construcción
abstracta realizada con sonidos. En complemento a esto, Jimena de
Gortari expresa que el paisaje sonoro «se refiere al entorno sonoro de un
momento concreto, en el cual intervienen múltiples variables»3, a decir de
dichas variables como el contexto específico de un lugar.

El paisaje sonoro es una abstracción –individual o colectiva- del


mundo de sonidos que nos envuelve. A partir de las investigaciones
realizadas desde el paisaje sonoro, se ha logrado encontrar una forma
práctica de mejorar la sonoridad urbana a partir del acto de escuchar.

LA ESCUCHA CONSCIENTE. El filósofo francés Roland Barthes (1915-1980), hace


una distinción importante entre oír y escuchar.4 Desde este enfoque, oír
corresponde a un acto fisiológico, y escuchar a un acto psicológico –tema
que trata la psicoacústica-.

De acuerdo con el autor, los mecanismos de audición humana están


relacionados con la acústica contextual y sus procesos, así como de la

1 Schafer, R. Murray. (1997). The Soudscape. Our Sonic Enviroment and the Tunning of the
World. Vermont: Destiny Books, pág. 3.
2 Ídem. Pág. 16.
3 de Gortari, Jimena (2010). La revalorización de lo sonidos y la calidad sonora ambiental

del Barrio Gótico, Barcelona. Tesis [Doctorado]. Departamento de Construccions


Arquitectòniques I. ETSAB-UPC, pág. 29.
4 Barthes, R. (1993). El acto de escuchar, lo obvio y lo obtuso. Barcelona: Paidós.
fisiología del oído. Por lo tanto, la audición es relativa a la ubicación
espacio-temporal del individuo, es decir a su cultura, educación, edad,
género, etcétera.

A su vez, Barthes distingue a la «escucha intencionada»,5 que dicho


de un modo sencillo, se define como el acto consciente de escuchar de
manera atenta y activa. Por su lado, Schafer dijo que «la manera de
mejorar el paisaje sonoro mundial es simple… Tenemos que aprender a
escuchar.»6

El sonido actúa en el espacio, la única forma de percibir su


actuación en el entorno urbano es escuchar con atención. Así se extiende
la percepción auditiva de la ciudad hacia su musicalidad, como una
composición rítmica a través sus silencios y los sonidos que emite. Aparece
ante el sentido de oído la melodía urbana, y con ello también se harían
audibles sus ritmos y armonía; esto sería el epítome de abstraer la
sonoridad espacial como paisaje sonoro.

¿COMBATIR EL RUIDO? Es inminente que en la Ciudad de México enfrentamos


un grave problema causado por el alto nivel de emisiones sonoras. A partir
del paisaje sonoro, existen algunos puntos importantes que comprender
tanto a nivel social como personal.

El primero es que no todo lo que suena es «ruido». Percibir al paisaje


sonoro urbano es en principio una forma de estar perceptivos y receptivos
a los sonidos de la ciudad, escuchar es un acto constante que demanda
atención y consciencia del citadino.

Esto conlleva al segundo punto que es encontrar el sentido positivo


del entorno sonoro inmediato, la valoración de sonidos tan básicos como
son el canto de las aves, el crujido de las hojas secas de la vegetación en
otoño, los músicos callejeros o el afilador de cuchillos, hasta aquellos
sonidos que podrían parecer molestos de primera instancia, como la
música del vecino, los martillazos de la obra contigua, el motor de los
aviones, etc.

De lo último anterior surge el tercer punto, este es que nosotros somos


los productores del «ruido», en este sentido somos la esencia del problema.
Los seres humanos transformamos el medio natural en ciudades, y es a
través de las actividades propias –cotidianas- a esta trasformación que
generamos sonidos de constante periodicidad y alta frecuencia, los cuales

5 Ídem.
6 Schafer, R. M. (2006) Hacia una educación sonora. México: Conaculta.
«tapan» a los sonidos que en general nos parecerían agradables. Así el
canto de las aves, por ejemplo, se vuelve imperceptible, cuando en
realidad este podría ser uno de los sonidos protagónicos del paisaje sonoro
urbano en una ciudad como esta.

El paisaje sonoro no solo es una herramienta para aprender a


escuchar y a valorar el entorno sonoro de las ciudades, sino también es un
medio para hacernos conscientes como individuos citadinos de nuestros
cuerpos tanto como receptores -a través de la piel y del oído- como
productores de sonido. Somos una especie sonora por naturaleza, y esto se
expresa a través de la cultura y las artes, de las festividades y tradiciones.

La próxima vez que escuchemos un sonido que nos moleste,


podríamos comenzar por preguntarnos ¿qué sonidos producimos que sean
molestos para otros?, a la vez de escuchar con atención para entender lo
que el sonido nos quiere comunicar en sí mismo a través de sus intervalos
con el silencio.

Por: Alicia Escamilla, maestra en diseño por la UAM-A. Realiza una tesis
doctoral sobre paisaje sonoro urbano.

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