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EDITORIAL
Cuando la desigualdad es una elección popular
Por José Natanson
El fenómeno suele pasar por debajo del radar de las encuestas y las investigaciones
sociológicas. Cuando se pregunta de manera abierta, nadie, o casi nadie, se anima a
admitirlo. Y sin embargo ocurre: en ocasiones, quizás sin gritarlo pero de manera
perfectamente democrática, las sociedades eligen políticas –y políticos– que conducen
a mayores niveles de desigualdad. En otras palabras, la injusticia social no es solo
resultado de las tendencias ingobernables de la economía o la mala praxis de la
gestión estatal; también puede ser popular.
Por supuesto, fuerzas globales irresistibles, entre las que cabe mencionar el auge de
una economía financiera descontrolada, la heterogeneidad del mundo laboral y la
debilidad de los Estados nacionales, propician sociedades más inequitativas. Pero lo
que interesa aquí no son los efectos casi gravitatorios del capitalismo globalizado sino
los motivos por los cuales, en determinadas condiciones de tiempo y espacio, las
sociedades se inclinan de manera más o menos consciente por modelos
desigualadores, con todas sus consecuencias en términos de convivencia ciudadana,
paz social e inseguridad pública.
El planteo de Dubet pone en cuestión la tesis del filósofo liberal John Rawls, que
sostenía que, de los tres colores de la tríada revolucionaria francesa, la fraternidad,
que aquí llamaríamos solidaridad, es el que tiene menos peso en la construcción de las
democracias modernas. Para Dubet, la fraternidad es condición de posibilidad de la
igualdad. La explicación es bastante simple: aunque infinitamente mejor para la
mayoría, la igualdad es, para una minoría privilegiada, cara. Por eso una sociedad más
equilibrada implica que los sectores más ricos estén dispuestos a resignar ganancias
por vía de una estructura impositiva progresiva que redistribuya mejor el ingreso;
exige, en suma, que haya algunos que acepten “pagar por otros”, sacrificarse por
personas… a las que ni siquiera conocen.
Para que este esfuerzo se concrete en la práctica es necesario un sentido común que
remita a la idea de que somos más o menos semejantes y que convivimos en un
mismo espacio, que es territorial pero también simbólico, histórico, lingüístico y
afectivo. Sin la idea de que compartimos un destino colectivo, de que nuestro futuro
está de alguna manera enlazado al de los demás, es difícil que los grupos más
favorecidos de la sociedad acepten el sacrificio que implica sostener a los que menos
tienen.
Esta dificultad se profundiza en un momento en que cobran cada vez más importancia
https://www.eldiplo.org/217-la-disputa-por-el-liderazgo/cuando-la-desigualdad-es-una-eleccion-popular/ 1/4
14/8/2018 Cuando la desigualdad es una elección popular - El Dipló
Esta dificultad se profundiza en un momento en que cobran cada vez más importancia
los valores relacionados con la identidad individual, que expresan no lo que tenemos
en común, sea nuestro lugar en la pirámide social (clase), nuestro trabajo (sindicato) o
nuestra ideología (partido político), sino lo que nos distingue, lo que nos hace
diferentes el uno del otro. El efecto de este auge identitario es ambiguo: si por un lado
fortalece el pluralismo, la tolerancia y el multiculturalismo, por otro tiende a
consolidar el individualismo de la “sociedad de la desconfianza”, en la que las
personas se miran como si estuvieran sentadas a una mesa de póker. En ambos casos
la pregunta es la misma: ¿cómo asegurar la solidaridad en un contexto de
exacerbación del individualismo?
El trabajador meritocrático
¿La sociedad argentina optó de manera deliberada por mayores niveles de inequidad
cuando eligió a Mauricio Macri en las presidenciales del 2015? Aunque es cierto que
el macrismo prometió mantener las políticas sociales, cosa que hasta el momento
cumplió, y “no sacarle a nadie lo que ya tiene”, cosa que no hizo, también es verdad
que la desigualdad estuvo completamente ausente de su discurso de campaña y que la
redistribución del ingreso, tan socorrida durante el kirchnerismo, ha desaparecido del
debate público.
Como señalamos en otra oportunidad (2), la filosofía que orienta la gestión macrista
no apunta a construir una sociedad más igualitaria (igualdad de resultados) sino a
garantizar condiciones iguales para todos (igualdad de oportunidades): la idea es
consolidar una línea equitativa de largada para que luego los individuos, que en su
singularidad identitaria son todos distintos (y por lo tanto quieren cosas distintas),
compitan entre sí, y que cada uno llegue hasta donde pueda. Bajo esta perspectiva, la
balanza de la justicia se desplaza de la redistribución del ingreso a la redistribución de
las oportunidades, de la igualdad social al esfuerzo individual, del Estado al mercado.
Típicamente liberal, se trata de uno de los pocos conceptos abstractos a los que cada
tanto recurre el macrismo, verificable en las apelaciones al ciudadano-vecino
utilizando la segunda persona del singular (“Te hablo a vos, que querés estar mejor”) y
en las referencias permanentes a recuperar una “cultura del trabajo” supuestamente
extraviada por los desvaríos del populismo. El hecho de que la mayoría de quienes
formulan este discurso estén lejos de ser ejemplos de self made men queda para otro
análisis: lo central es que resulta políticamente eficaz.
Con su concepción de la sociedad como una pecera donde las personas nadan sueltas,
sus apelaciones en singular y sus referencias casi calvinistas al esfuerzo y la cultura
del trabajo, cuya contracara es por supuesto un rechazo implícito a la pereza y la
dependencia estatal, el macrismo interpela a este sector social y, de manera sutil pero
perfectamente visible, cambia el eje del debate público: al poner el foco en la pobreza
en reemplazo de la desigualdad, opta por un problema más consensual y menos
conflictivo, abierto a las soluciones piadosas al estilo Iglesia Católica. El resultado
invisible del nuevo enfoque liberal que nos gobierna es un resquebrajamiento de la
trama de solidaridades identificada por Dubet como una de las causas para la
legitimación de la injusticia social.
Al aire
La cultura de masas suele reflejar estas mutaciones sociales. ¿Dónde las vemos? A la
espera de una obra de arte más potente, un libro o una película, llamemos la atención
sobre la deriva de “Meritócratas”, el comentado aviso publicitario del Chevrolet
Cruce. Estrenado cinco meses después del cambio de gobierno, el spot invitaba a
imaginar un mundo en donde “cada persona tiene lo que merece”, donde “el que llegó,
llegó por su cuenta, sin que nadie le regale nada”. Sobre un fondo de edificios
vidriados, aeropuertos, anteojos modernos y sushi, la publicidad sostenía que “un
verdadero meritócrata es aquel que sabe qué tiene que hacer y lo hace, sin chamuyos”,
porque “sabe que cuanto más trabaja, más suerte tiene”, antes de un cierre casi de
campaña: “El meritócrata pertenece a una minoría que no para de avanzar y que nunca
fue reconocida. Hasta ahora”.
¿Qué nos dice “Meritócratas” sobre la Argentina actual? Los publicistas podrán ser
superficiales y frívolos, pero disponen de un instinto agudo a la hora de detectar
tempranamente las corrientes subterráneas de la sociedad, que es en definitiva la que
compra o deja de comprar los productos que ofrecen. Con la publicidad de Chevrolet,
los creativos de la agencia Commonwealth McCann buscaban conectar con
el Zeitgeist del macrismo: que se hayan animado a poner al aire semejante aviso
demuestra que el clima de época efectivamente había cambiado, del mismo modo que
el hecho de que al poco tiempo lo hayan tenido que sacar del aire, forzados por la
reacción negativa, las memes y las burlas, sugiere que la perspectiva liberal-
individualista todavía no ha cristalizado en una nueva hegemonía cultural
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14/8/2018 Cuando la desigualdad es una elección popular - El Dipló
individualista todavía no ha cristalizado en una nueva hegemonía cultural.
https://www.eldiplo.org/217-la-disputa-por-el-liderazgo/cuando-la-desigualdad-es-una-eleccion-popular/ 4/4