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APUNTE DE CLASE: HANNAH ARENDT Y LA LÓGICA CONCENTRACIONARIA.

El siguiente texto se compone de un resumen del libro “Los orígenes del totalitarismo” (1951) de la filósofa Hannah
Arendt (1906-1975). En dicho libro, la autora se propone realizar un análisis histórico y político de las condiciones de
surgimiento de los regímenes que ella denomina “totalitarismos” (como el nazismo y el stalinismo), así como
identificar sus principales características. Más precisamente, el texto resume un apartado del capítulo XII “El
totalitarismo en el poder”.

Hannah Arendt fue una de las filósofas y teóricas políticas más influyentes del siglo XX. Gran parte de sus
obras reflexionan y buscan comprender la experiencia del nazismo, así como las prácticas por ellos
realizadas. Para ello, la autora propuso emplear la categoría de “totalitarismo” para referirse a regímenes
políticos como el nazismo o el stalinismo. Siguiendo a Arendt, los regímenes totalitarios se distinguen
respecto a otras formas de gobierno tradicionales (como una dictadura o una tiranía), en que persiguen como
objetivo primordial la dominación total de la población, esto es, una dominación permanente de cada
individuo en cada una de las esferas de la vida.
La mejor forma de comprender el modo en que opera la dominación total que los regímenes totalitarios
intentaban imponer a la sociedad es analizar los campos de concentración y exterminio que dichos regímenes
implementaron1. Estos campos constituyen uno de los pilares fundamentales del totalitarismo, ya que
permitieron concretar la dominación total de las personas que se encontraban alojadas a su interior.
Representan la institución central del poder totalitario y encarnan el modelo de sociedad ideal que estos
regímenes pretenden instaurar: una sociedad enteramente sujeta a la dominación total, que tras eliminar la
espontaneidad propia de los individuos, los reduce a seres capaces solamente de reaccionar ante estímulos.
Por esta razón, la autora los presenta como laboratorios en los que no sólo se buscó exterminar a las personas
y degradar a los seres humanos allí alojados, sino que se experimentó para eliminar la espontaneidad como
expresión del comportamiento humano, y de cosificar la personalidad humana, reduciéndola a un mero
objeto.
Los campos de concentración, en tanto maquinarias de producción de “cadáveres vivos”, pusieron de
manifiesto que era posible llevar a cabo la aniquilación de los seres humanos que allí eran alojados sin que
sea necesario para ello su eliminación física (si bien, en la gran mayoría de casos, el destino final era la
muerte). Los campos de concentración, según la autora, se encontraban “al margen de la vida y de la muerte”
(Arendt: 1994: 539), las personas recluidas a su interior eran aisladas del mundo de los vivos, de la vida
cotidiana, para ser tratados como si ya no fuesen seres humanos aún cuando todavía no se les había dado
muerte. Las masas alojadas a su interior son tratadas como superfluas, “como si ya no existieron, como si lo
que les sucediera careciera de interés para cualquiera, como si ya estuviesen muertas” (Arendt, 1994: 541).
Por esta razón, el completo aislamiento respecto al mundo exterior es una característica central para el
funcionamiento de dichos campos.
De esta manera, para alcanzar la dominación total al interior de los campos se requirieron tres pasos previos
sucesivos. En primer lugar, fue necesario matar a la persona jurídica, ubicando a ciertas categorías de
personas por fuera del marco de la ley, desposeyéndolos de derechos y de la protección del Estado. Por
medio de ello, no sólo se reclutaron para los campos a adversarios políticos y delincuentes comunes, sino que
también se incorporó una tercera categoría de personas: los inocentes (en la medida en que no existía
relación alguna entre sus actos y su detención). La “inocencia” de las víctimas desafía el pensamiento
tradicional, según el cual se le atribuye una causa específica (delito) al castigo (pena). A su vez, se coloca al

1 La caracterización que ofrece la autora acerca del totalitarismo es mucho más extensa, recuperando numerosos
elementos que los definen, como el apoyo de las masas (atomizadas y apáticas políticamente) al movimiento, el uso
de la propaganda y el adoctrinamiento como forma de consolidar este último, la construcción de una organización
totalitaria (jerárquica y conformada por simpatizantes, miembros del partido, facciones de elites, grupos
paramilitares y la figura del Líder), la conquista del Estado y la conformación de una autoridad dual (Gobierno Real
– el del partido – y Gobierno Ostensible), la imposición del terror por medio de la Policía Secreta, la sumisión total
de la sociedad ante las leyes e ideologías del movimiento, etc.
campo de concentración por fuera del sistema penal normal y se seleccionan a los internados por fuera del
procedimiento judicial normal (por el cual, frente a un delito definido corresponde una pena previsible).
En segundo lugar, se persigue la aniquilación de la persona moral, buscando aislar a los individuos y
corromper toda forma posible de solidaridad humana y de moralidad. Para ello, en los campos de
concentración se buscaba colocar a las víctimas en situaciones en donde cualquier tipo de decisión moral o
de conciencia sea equivocada, donde debiesen decidir entre diferentes tipo de males (negándole toda
posibilidad de hacer el bien). Un ejemplo claro de ello fue cuando las SS involucraron a las víctimas en
tareas administrativas y en los mecanismos de asesinato en masa propios del campo de concentración. Al
crear los Comandos Especiales (Sonderkommando), agruparon a internados para realizar tareas como
evacuar las víctimas de las cámaras de gas y transportarlas a los hornos crematorios. A través de estos
mecanismos perversos, la SS buscaba desviar el odio de quienes eran realmente culpables (los guardias
nazis), a la vez que tornaban difusa la línea entre el asesino o perpetrador y la víctima (aniquilando la
conciencia moral de los internados).
Finalmente, en tercer lugar, una vez que se logró eliminar la persona jurídica y la moral, se procedía a la
aniquilación de cualquier rastro de identidad, individualidad y dignidad humana. Desde las condiciones del
transporte a los campos (hacinamiento en vagones de tren como ganado), la llegada al mismo (rasurado de
cabeza, uniformes, trato infrahumano) hasta las torturas sobre el cuerpo, cumplen la función de reducir a los
internados en una masa informe, destruyendo la individualidad de los mismos. Según la autora, los tratos
recibidos al interior del campo buscaban destruir la espontaneidad de las personas, el mismo poder que tiene
el hombre de crear o comenzar algo nuevo a partir de sí mismo; de sentir, pensar o hacer algo de manera
autónoma por medio de sus propios recursos, y no sólo reaccionar y responder al ambiente y a los
acontecimientos que lo rodean. La dominación total sobre el internado socava los cimientos de la condición
básica de la vida humana, aniquilando la espontaneidad antes de eliminar físicamente a la persona, separando
el estar vivo del ser capaz de hacer algo nuevo de manera autónoma. De este modo, al eliminarse la
espontaneidad de las personas se las convierte en superfluas, quedando sólo:
“… fantasmales marionetas de rostros humanos que se comportan todas como el perro de los experimentos de
Pavlov, que reaccionan todas con perfecta seguridad incluso cuando se dirigen hacia su propia muerte y que no
hacen más que reaccionar. Este es el verdadero triunfo del sistema” (Arendt, 1994: 552).
Según Arendt, la forma de vida al interior de los campos es la única forma de sociedad en la cual es
posible dominar de manera total al hombre, ya que se liquida toda espontaneidad e individualidad,
persiguiéndose toda forma de particularidad. Se deshumaniza a las víctimas al volverlas superfluas y
quedan subsumidas y sometidas completamente a la dominación totalitaria. Y en la medida en que existan
masas económicamente superfluas y socialmente desarraigadas, las fábricas de la muerte constituirán un
atractivo para solucionar este problema, llevando a que la experiencia totalitaria se presente como una
advertencia permanente.

Fuente bibliográfica.

Arendt, Hannah (1994). Los orígenes del totalitarismo. Barcelona, Editorial Planeta.

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