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Salazar sabe que el falibilismo forma parte de los principios liberales. Es simple:
nuestras opiniones y prácticas pueden estar equivocadas. Es una posibilidad que
siempre debemos tener en cuenta. Nuestras opiniones pueden ser falsas y
nuestras prácticas pueden perjudicar a terceros. La libertad de expresión está
precisamente para que la crítica de todas las opiniones y prácticas nos permitan
detectar cuáles son falsas o dañinas. ¿Por qué entonces se resiste a admitir la
posibilidad de que la Paisana Jacinta sea perjudicial? ¿En qué radica su certeza
para sugerir incluso que no se la critique? No se nos puede prohibir tener ideas
falsas, pero sí se nos puede exigir que no realicemos prácticas o difundamos
discursos que conduzcan al daño a terceros. El liberalismo admite poner límite a
esto. Y sucede que la Paisana Jacinta contribuye a perpetuar un estereotipo que
tiene consecuencias sociales y económicas reales. No es una mera cuestión de
opinión o gusto estético. El Comité para la Eliminación de la Discriminación
Racial de la ONU ha señalado que la Paisana Jacinta conlleva discriminación
hacia la comunidad indígena y el desarrollo de cierto sentido de alienación entre
sus miembros. Por otro lado, un reciente estudio del Centro de Investigación de
la Universidad del Pacífico muestra que en el mercado laboral de Lima quien
tenga fenotipo y apellidos andinos se encuentra en marcada desventaja frente a
alguien que tenga aspecto caucásico y apellidos europeos, aun cuando esté
igual o más capacitado que este último (2). Si esto no es discriminación racial,
¿qué es? Hay racismo y la evidencia muestra que este racismo no es inocuo y
que perjudica a ciudadanos peruanos dentro de su propio país. Es, por tanto, un
tema de interés para el Estado (si el racismo y los discursos racistas no
perjudicasen a nadie, no serían de mayor interés para una dependencia estatal).
Salazar señala de modo efectista que “[e]l ministro no tiene capacidad para
ponerse en el lugar de la Paisana Jacinta y de los miles y miles de espectadores
que se entretienen con ese tipo de humor y personaje”. Nuevamente, el tiro sale
por la culata. Porque esto no es un vicio de parte del Ministro del Solar. Por lo
contrario, es una virtud en el ejercicio de su función pública. Precisamente eso
es lo que le toca hacer a él como ministro de un régimen democrático: ponerse
del lado de las minorías que pueden verse perjudicadas por las prácticas y
opiniones de las mayorías. Hace bien, por tanto, el Ministro del Solar en
colocarse del lado de los potencialmente perjudicados y no “de los miles y miles
de espectadores que se entretienen con ese tipo de humor”. No solo está en su
derecho de criticar el racismo que exhibe el “humor” de la Paisana Jacinta. Es
su deber hacerlo. Es un tema de total incumbencia del Ministro del Solar. Es
deber del Estado, y de su cartera ministerial en particular, velar por el debido y
pleno reconocimiento de las diferentes identidades, lo que incluye poner límites
a las prácticas que conducen a la discriminación cultural y racial. Esto no es
imponer valores o gustos estéticos, como sugiere Salazar; es impedir el daño y
el perjuicio a individuos reales, de carne y hueso. Rechazar por racista y
denigrante a la Paisana Jacinta no es dictar qué valores deben tener los
ciudadanos. Salvador del Solar no nos dice cómo debemos entretenernos;
simplemente nos recuerda que no debemos perjudicar a terceros.