Está en la página 1de 4

Creencias y discriminación

Las diferenes tipos de creencias que generan discriminaciones entre las


personas. Los diferentes tipos de discriminación. La diferencia entre explicar y
justificar una discriminación

David Villena Saldaña

Federico Salazar ha escrito una columna de opinión titulada “Defensa de la


Paisana Jacinta” (1), en donde señala que las críticas dirigidas por el Ministro de
Cultura hacia dicho personaje rezuman totalitarismo. Su declaración es enfática:
“La tentación totalitaria siempre se presenta a quien detenta el poder”.
(“Detentar” significa retener o ejercer ilegítimamente un poder o cargo público.
¿Debemos suponer que Salazar se equivocó en el uso de ese término (por
ignorancia o descuido) o que está afirmando que Salvador del Solar ejerce
ilegalmente el cargo de Ministro?) Es interesante atender los argumentos de
quien se muestra en diferentes plazas como un filósofo liberal, aunque el artículo
en referencia linde con el cinismo y la demagogia, y parezca, antes que una
defensa de las libertades, una defensa de la industria nacional del
entretenimiento de la cual forma parte – específicamente, una defensa de la
libertad de su gremio para lucrar humillando y ridiculizando identidades.

Un expediente común de la era posverdad es escudarse tras la libertad de


expresión para blindar el discurso de odio, la discriminación y todo tipo de
humillaciones. Aquí se enarbola la libertad de emitir opiniones racistas o
conducentes a la discriminación (y también de hacer “arte racista”) y se pasa a
la cómoda posición de víctima denunciando de manera oportunista como
intolerantes – o incluso como totalitarios – a quienes rechazan dichas opiniones.
Considérese, sin embargo, que la libertad de expresión no implica un derecho
de inmunidad a la crítica. La libertad de expresión no está para proteger a las
opiniones del cuestionamiento, sino para garantizar que todas las opiniones
puedan ser cuestionadas o rechazadas. La libertad de expresión no está para
salvaguardar a las opiniones de su rechazo o refutación en el espacio público.
Esto debe quedar claro. No es intolerante o totalitario quien critica por falsa o
potencialmente dañina a una opinión. Es intolerante y totalitario quien exige no
criticar una opinión o práctica. Y tal parece que lo que exige Salazar es no criticar
a la Paisana Jacinta. En efecto, su defensa de este personaje no consiste en
responder a las críticas en su contra y mostrar, por tanto, que no es un discurso
racista ni conducente a la discriminación. Su defensa es pedir que no se le
critique. Defensa fallida y más totalitaria que liberal, por cierto.

Salazar sabe que el falibilismo forma parte de los principios liberales. Es simple:
nuestras opiniones y prácticas pueden estar equivocadas. Es una posibilidad que
siempre debemos tener en cuenta. Nuestras opiniones pueden ser falsas y
nuestras prácticas pueden perjudicar a terceros. La libertad de expresión está
precisamente para que la crítica de todas las opiniones y prácticas nos permitan
detectar cuáles son falsas o dañinas. ¿Por qué entonces se resiste a admitir la
posibilidad de que la Paisana Jacinta sea perjudicial? ¿En qué radica su certeza
para sugerir incluso que no se la critique? No se nos puede prohibir tener ideas
falsas, pero sí se nos puede exigir que no realicemos prácticas o difundamos
discursos que conduzcan al daño a terceros. El liberalismo admite poner límite a
esto. Y sucede que la Paisana Jacinta contribuye a perpetuar un estereotipo que
tiene consecuencias sociales y económicas reales. No es una mera cuestión de
opinión o gusto estético. El Comité para la Eliminación de la Discriminación
Racial de la ONU ha señalado que la Paisana Jacinta conlleva discriminación
hacia la comunidad indígena y el desarrollo de cierto sentido de alienación entre
sus miembros. Por otro lado, un reciente estudio del Centro de Investigación de
la Universidad del Pacífico muestra que en el mercado laboral de Lima quien
tenga fenotipo y apellidos andinos se encuentra en marcada desventaja frente a
alguien que tenga aspecto caucásico y apellidos europeos, aun cuando esté
igual o más capacitado que este último (2). Si esto no es discriminación racial,
¿qué es? Hay racismo y la evidencia muestra que este racismo no es inocuo y
que perjudica a ciudadanos peruanos dentro de su propio país. Es, por tanto, un
tema de interés para el Estado (si el racismo y los discursos racistas no
perjudicasen a nadie, no serían de mayor interés para una dependencia estatal).
Salazar señala de modo efectista que “[e]l ministro no tiene capacidad para
ponerse en el lugar de la Paisana Jacinta y de los miles y miles de espectadores
que se entretienen con ese tipo de humor y personaje”. Nuevamente, el tiro sale
por la culata. Porque esto no es un vicio de parte del Ministro del Solar. Por lo
contrario, es una virtud en el ejercicio de su función pública. Precisamente eso
es lo que le toca hacer a él como ministro de un régimen democrático: ponerse
del lado de las minorías que pueden verse perjudicadas por las prácticas y
opiniones de las mayorías. Hace bien, por tanto, el Ministro del Solar en
colocarse del lado de los potencialmente perjudicados y no “de los miles y miles
de espectadores que se entretienen con ese tipo de humor”. No solo está en su
derecho de criticar el racismo que exhibe el “humor” de la Paisana Jacinta. Es
su deber hacerlo. Es un tema de total incumbencia del Ministro del Solar. Es
deber del Estado, y de su cartera ministerial en particular, velar por el debido y
pleno reconocimiento de las diferentes identidades, lo que incluye poner límites
a las prácticas que conducen a la discriminación cultural y racial. Esto no es
imponer valores o gustos estéticos, como sugiere Salazar; es impedir el daño y
el perjuicio a individuos reales, de carne y hueso. Rechazar por racista y
denigrante a la Paisana Jacinta no es dictar qué valores deben tener los
ciudadanos. Salvador del Solar no nos dice cómo debemos entretenernos;
simplemente nos recuerda que no debemos perjudicar a terceros.

Considérese, por lo demás, que el Ministro del Solar no ha declarado una


censura oficial ni ha emitido una prohibición. La discusión no está a ese nivel. El
Ministerio de Cultura está en su deber de informar a la población que la Paisana
Jacinta es un personaje racista. No puede callar al respecto. Es una cuestión de
hecho y no un juicio de gusto. Es probable que Salazar también pida al Ministerio
de Salud que no promueva una dieta saludable ni advierta sobre los riesgos que
conlleva el consumo de grasas, azúcares, nicotina o alcohol en exceso. Es más,
en su línea de razonamiento podría sugerir que hay injusticia cuando el Estado
exige que los empaques de comida rápida incluyan información nutricional que
muestre cómo su consumo excede con creces la ingesta calórica diaria
recomendable – y cómo dicho consumo constituye, por tanto, un potencial
perjuicio a la salud. ¿También ello supone totalitarismo o un atentado contra las
libertades (libertad de gusto o inclinación)? En lo absoluto, salvo para un liberal
desavisado. El reino del libre mercado supone decisiones informadas por parte
de los consumidores, sean estos consumidores de hamburguesas, de nicotina o
de productos culturales. Está en su interés saber cuán dañino puede ser lo que
van a consumir (¿también se opondrá Salazar a que se saque del mercado las
conservas de caballa con gusanos porque eso es privar al ciudadano de la
libertad de elegir?). Y es interés del Estado velar por que no se atente contra la
salud de la población y el reconocimiento de las identidades. En consecuencia,
no hay ningún problema con que este influya en la decisión del consumidor a
través de su opinión y recomendaciones en medios públicos. Eso no es atentar
contra su libertad. Es simplemente informar su decisión y no dejar que sea
manipulado contra sus intereses. El individuo será al final quien decida si va a
comer hamburguesas, fumar cigarrillos o ver la película y los sketches de la
Paisana Jacinta.

También podría gustarte