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en su siguiente
composición porque no
estaba satisfecho con su
previa composición.
DMITRI SHOSTAKÓVICH
ACADEMIA LIBRE
Boletín N° 266. Del 13 al 26 de octubre de 2018.
EDITORIAL
Las deudas del Estado con el Premio Nacional de Literatura
Hace unos días, la destacada escritora chilena Diamela Eltit fue distinguida con el Premio Nacional de Literatura. En palabras de la ministra de las Culturas, las
Artes y el Patrimonio, Consuelo Valdés, el galardón le fue concedido, por “su calidad, su constancia, su trayectoria, su perseverancia”, a una narradora que aporta “un
lenguaje nuevo”, que “será muy interesante para los docentes leer” (cooperativa.cl, 28 de septiembre). El otorgamiento de la presea reviste, en esta oportunidad, caracteres
excepcionales. Se trata, por una parte, de un fallo unánime, que reconoce la estatura de la pluma responsable de Lumpérica (1983), Vaca sagrada (1991) y Fuerzas
especiales (2013), entre otras piezas que sobresalen en el panorama latinoamericano de las letras por la inteligencia en el abordaje novelístico de la realidad contemporánea.
Por otra, con la decisión, que marca el debut de la nueva cartera en un dictamen que tradicionalmente fue encabezado por el MINEDUC, suman apenas cinco las mujeres
que han accedido al laurel, es decir, una de cada diez desde que, en 1942, fuera conferido a Augusto D’Halmar. Desde una perspectiva histórica, resulta impresentable que
firmas como las de María Luisa Bombal o Stella Díaz Varín hayan sido omitidas de la condecoración que, en cambio, la Junta Militar entregó, en 1986, a Enrique Campos
Menéndez, como pago, a falta de mérito artístico, por sus servicios como funcionario de la dictadura. Sin embargo, la enorme lista de notables ausentes en la recepción del
premio no limita sus causas a la consuetudinaria cultura machista imperante o a las maniobras arbitrarias de un gobierno de facto. Dicha institución cultural fue concebida
por la Sociedad de Escritores de Chile (SECh) y propuesta al presidente Pedro Aguirre Cerda, quien la acogió y promovió hasta que, tras la muerte del mandatario, su
sucesor, Juan Antonio Ríos, promulgó la correspondiente Ley 7.368, el 20 de noviembre de 1942. La iniciativa, que rescata y divulga la obra de un creador, fue también el
punto de partida para el establecimiento de una distinción análoga en otras 11 disciplinas, entre las que se cuentan, por ejemplo, Artes Musicales, Ciencias Naturales e
Historia. El reconocimiento, originalmente de periodicidad anual, desde hace casi medio siglo exhibe una frecuencia bianual (Ley 17.595, del 8 de enero de 1972), lo que,
en la práctica, significa que un poeta y un narrador son galardonados cada cuatro años. Si el Estado no restablece la anualidad, de aquí en adelante alcanzará dimensiones
sin precedentes el nivel de marginación de destinatarios de un estímulo que, más allá del incentivo pecuniario que implica, entraña un fuerte impulso al conocimiento de su
obra, tanto en la esfera editorial como, sobre todo, en la incorporación de sus textos a los programas de estudios y al acervo de la sociedad en su conjunto. Igualmente
impresentable resulta el hecho de que la SECh, fundadora del Premio Nacional, haya sido excluida del jurado que lo otorga, tanto porque de esa manera se menoscaba el rol
que cabe a las organizaciones sociales en la puesta en marcha de las políticas públicas de fomento al arte y la cultura, como porque en la definición que consagra a un autor
se relega al último lugar el juicio de sus pares. En efecto, fueron autoridades civiles las que, mediante la Ley 19.169 del 22 de septiembre de 1992, quitaron a la
organización nacional de los escritores la facultad de dirimir, la cual recae desde entonces, sin mayor contrapeso, en el gobierno de turno y en representantes de
universidades. Si de verdad se quiere promover la creación a través del premio, es fundamental reformar la periodicidad de su entrega y la composición del plantel que
delibera. Pero, además, hay que debatir el peso que, con escasas salvedades, ha tenido el criterio etario en una presea que se olvidó de plumas tan señeras como la de
Vicente Huidobro, Óscar Castro, Winétt de Rokha y Jorge Teillier. Con la misma dudosa pauta, en otras artes, Violeta Parra murió en medio del silencio oficial.