Está en la página 1de 7

Programa Barco de Papel (13.03.

19)
Radio Nuevo Mundo
Adentrarse en el mundo de los mitos griegos implica poner la mirada en los
orígenes y desarrollo tanto del universo como de los diferentes sistemas de
organización social de la época, pues lo que deslizan tácitamente estos
relatos es la idea de un progreso que transita desde el caos hacia un
ordenamiento universal que constituye el fundamento de la moral. Es así que
en primera instancia los mitos hablarán sobre las vicisitudes entre los dioses
y cómo los diferentes conflictos entre ellos darán origen a sucesiones que
culminarán con la supremacía de los olímpicos, liderados por Zeus,
expresando un orden determinado por la jerarquía y la función que ocupe
cada deidad. Sin embargo, no serán solamente las dinámicas entre los dioses
lo que dará origen a los relatos propios del mito griego, sino que también
participarán los hombres en diálogo directo con ellos, como puede verse en
el Juicio de Paris, o bien tendrán una presencia implícita como fatalidad del
destino, tal como se deja ver en el mito de Edipo en Sófocles. En general,
estos relatos deslizarán la idea de un orden universal que, de ser
quebrantado, hará pesar sus consecuencias sobre los transgresores. El
elemento de origen del paso desde el caos a un orden moral lo
encontraremos en diversos autores del periodo arcaico, tales como Homero y
Hesíodo, pero especialmente lo ubicaremos en la Teogonía, obra poética de
este último que data del año 700 a.C. aproximadamente. En ella Hesíodo nos
cuenta, a modo de revelación, acerca del canto de las musas que narra el
origen de los dioses, su genealogía y la supremacía de Zeus en la jerarquía del
universo. Dice el autor en los comienzos de su obra:

«¡Ea, tú!, comencemos por las Musas que a Zeus padre con himnos
alegran su inmenso corazón dentro del Olimpo, narrando al unísono el
presente, el pasado y el futuro. Infatigable brota de sus bocas la grata
voz. Se torna resplandeciente la mansión del muy resonante Zeus padre
al propagarse el delicado canto de las diosas y retumba la nevada
cumbre del Olimpo y los palacios de los Inmortales.

Ellas, lanzando al viento su voz inmortal, alaban con su canto primero,


desde el origen, la augusta estirpe de los dioses a los que engendró Gea
y el vasto Urano y los que de aquéllos nacieron, los dioses dadores de

1
bienes. Luego, a Zeus padre de dioses y hombres, al comienzo y al final
de su canto, celebran las diosas, cómo sobresale con mucho entre los
dioses y es el de más poder. Y cuando cantan la raza de los hombres y
los violentos Gigantes, regocijan el corazón de Zeus dentro del Olimpo
las Musas Olímpicas, hijas de Zeus portador de la égida.»

Para Hesíodo, en el principio será el Caos, sucedido por Gea, la Tierra, que
define como la «sede siempre segura de todos los Inmortales que habitan la
nevada cumbre del Olimpo». Luego adviene el Tártaro, situado en el fondo
de la tierra; y finalmente hace su aparición Eros, deificación del amor, o bien
del deseo, que representará el motor por el cual se producirán las diferentes
uniones que darán origen a todas las demás existencias. Estas serán las
cuatro divinidades primordiales que constituirán las condiciones iniciales
desde donde procederá todo lo demás. Mientras Caos engendrará a Érebo, la
oscuridad, y a Nix, la negra noche, donde esta última dará origen a una
lúgubre familia que incluye a la diosa de la discordia Eris, será Gea quien
posea el papel principal en lo que tiene que ver con las sucesiones
genealógicas, dando origen a dos familias que proveerán lo sustancial del
mundo. De esta manera, el sistema de Hesíodo quedará determinado a partir
del establecimiento de tres familias: aquella procedente de Nix por sí misma
y de su unión con Érebo, y dos familias procedentes de la unión de Gea con
su hijo Urano, desde donde provienen los dioses olímpicos, y con Ponto, que
da origen principalmente a criaturas marinas y a las ninfas. De la unión de
Gea con Urano surgirán los Titanes, los Cíclopes y los Hecatonquiros, a los
cuales su padre les impedirá el nacimiento reteniéndolos forzosamente en el
seno de Gea, respecto a lo cual ella diseña un plan que comunica a sus hijos
para vengar semejante ultraje. Del llamado de la madre, es el titán Cronos
quien se hace eco, de manera que él es quien, en una emboscada, levanta
una hoz en contra de su padre segándole sus genitales y arrojándolos lejos en
el mar, de los que posteriormente surgirá Afrodita. Ante el acto de agravio
por parte de Cronos, el herido y destronado Urano advierte a su hijo que por
dicho acto terrible tendría que pagar.

Cronos, por su parte, engendrará a poderosos hijos en unión con su hermana


Rea, entre los que destaca Hades, Poseidón, Hera y, especialmente, Zeus,
quien en modo profético hará caer a su padre de la regencia en el mundo de
los dioses. El titán, sabiendo por Urano y Gea que su destino era el de
sucumbir a manos de uno de sus hijos, se prestará a devorarlos apenas surjan
2
del vientre de su madre, protegiéndose así de la amenaza, no obstante, al
momento de dar a luz a Zeus, Rea urde un plan en conjunto con sus padres
para ocultar el nacimiento de su hijo más joven y vengar los agravios del titán
devorador de sus hijos, de manera que se traslada a Creta cuando está a
punto de dar a luz y es Gea quien se encarga de su resguardo y educación,
entregándole a Cronos una piedra envuelta en pañales que el titán devorará
en lugar del recién nacido Zeus, quien al cabo de un año lo vencerá gracias al
engaño de Gea y su propia fuerza para reinar sobre los inmortales,
obligándolo a vomitar a sus demás hijos. Luego, habiendo obtenido el lugar
principal en la jerarquía de los dioses, Zeus deberá sofocar las rebeliones que
intentan derrocarlo del poder, a modo de evitar que el ciclo del
destronamiento se repita. Aquí es donde tiene lugar la Titanomaquia,
correspondiente a la rebelión de los titanes, incitados por Gea y Urano,
contra Zeus y los olímpicos, y la Tifonomaquia, la arremetida del último hijo
que engendró Gea con Tártaro, como respuesta a la derrota de los titanes en
la guerra anterior, saliendo Zeus vencedor en ambas batallas consolidando su
posición como regente supremo. Será entonces el ideario representado por
los dioses olímpicos el que Hesíodo establecerá como principios de la moral,
superando así a la tradición más antigua representada por la violencia de
Urano y Cronos.

Sin embargo, tal como se mencionó antes, las deidades también


establecerán diálogos directos con los hombres en virtud de hacer cumplir
sus designios, y estos serán los protagonistas de intensos conflictos que
pondrán de manifiesto la impotencia de los mortales para torcer el orden
universal. Esto es lo que nos muestra El juicio de Paris, relato que cuenta el
origen de la gran guerra de Troya, que tiene su génesis en la determinación
de Zeus por liberar del agobio a la diosa Gea por causa de los hombres, que
se habían multiplicado en demasía y se habían vuelto impiadosos,
resolviendo, según los Cantos Ciprios datados hacia el siglo VII a. C., destruir
a gran parte de ellos a través de una gran matanza que enfrentará
bélicamente a los reinos de Micena y Esparta contra Troya.

Los hechos que relata este mito comienzan con el matrimonio de la diosa
Tetis con el rey mortal Peleo, donde asiste toda la nobleza e incluso hacen
presencia los mismos dioses. En medio de la celebración, la diosa de la
discordia Eris, quien no había sido invitada a las nupcias, produce un
altercado entre las diosas Hera, Atenea y Afrodita, arrojando en medio de
3
ellas una manzana con una inscripción que decía: “Para la más bella”, sin
especificar a cuál de las tres correspondía semejante título. Frente a esta
situación, Zeus decide resolver la polémica ordenando al dios mensajero
Hermes guiar a las deidades en disputa al monte Ida, donde el joven Paris,
hijo de Príamo, rey de Troya, resolvería la querella emitiendo su propio juicio
en favor de alguna de ellas. Las diosas, preocupadas por no ser derrotadas
por sus pares al no ser nombrada como la más bella por el joven mortal,
resuelven, cada una por su cuenta, ofrecer a Paris seductoras recompensas
con tal de obtener el juicio a su favor. De esta manera es como la diosa Hera,
reina de los dioses, le ofreció el mayor de los imperios y gran nobleza en la
realeza. Por su parte, Atenea, la diosa de la sabiduría, ofreció el honor de la
victoria en la guerra y las virtudes del guerrero; y Afrodita, la diosa del amor,
ofreció a la más hermosa de todas las mujeres. Luego de deliberar
profundamente, el joven príncipe, hijo de Príamo, da como ganadora de la
disputa a la diosa Afrodita, quien haciendo honor a su promesa premia a
Paris con Helena, la más bella de las mortales, pero que, sin embargo, se
encontraba casada con el rey espartano Menelao, por lo cual, para poder
unirse a ella tendrá que raptar, contando para ello con la promesa de
Afrodita. De este modo, Paris resuelve navegar hacia Esparta al encuentro
con la mujer prometida, pese a lo riesgoso de la empresa y las advertencias
de sus hermanos Héleno y Casandra, quienes vaticinaban un conflicto de
grandes proporciones por causa del rapto, cuyas nefastas consecuencias las
pagaría caramente la ciudad de Troya. No obstante, el príncipe persiste en su
cometido y finalmente llega a Esparta, siendo muy bien recibido por la
hospitalidad de Menelao y Helena.

Circunstancialmente, durante la estadía del príncipe Paris en tierras


espartanas, ocurre que el rey Menelao debe trasladarse a Creta con motivo
de los funerales de Catreo, el último rey cretense, dejando a sus huéspedes al
cuidado de su esposa Helena, encargándole que les procure todo lo necesario
hasta que regresen a sus tierras. En este escenario es donde Paris, con la
ayuda de la diosa Afrodita, seduce a Helena y concreta el plan del rapto
emprendiendo la fuga por la noche, iniciando un viaje por mar de regreso a la
ciudad de Troya, el cual no estará exento de dificultades, tales como la
tempestad que envía sobre sus embarcaciones la diosa Hera, protectora del
matrimonio, y que los obliga a encallar en Sidón, ciudad que Paris termina
por conquistar. Finalmente la pareja llega a su destino y celebran por fin sus
bodas. Luego de estos hechos, la diosa Iris, por encargo de Zeus, anuncia a
4
Menelao lo acontecido en su casa respecto al rapto de su esposa Helena por
Paris y su huida a Troya, frente a lo cual el rey regresa a Esparta y se reúne
con su homónimo de Micenas, su hermano Agamenón, para iniciar una
avanzada militar en contra de Troya con el fin de rescatar a su esposa.

Lo que sigue a continuación es el largo enfrentamiento entre los griegos y los


troyanos, que inicia cuando los ejércitos de Menelao y Agamenón, habiendo
atravesado el mar Egeo, sitian Troya asediando la ciudad por diez años
teñidos de sangre por batallas que cobrarían la vida a una inmensa cantidad
de hombres de ambos bandos. Es en este contexto en donde se le da muerte
a Patroclo, asesinado por la lanza de Héctor, frente a lo cual sigue la
desaforada venganza de Aquiles, quien se había mantenido al margen de la
guerra debido a conflictos con Agamenón, y que después moriría a manos de
Paris, tras recibir una estocada en el talón, único punto vulnerable del héroe.
Por otra parte, Paris es asesinado por el arco de Heracles en la mano de
Filoctetes. La guerra en cuestión llegaría a su final cuando los griegos utilizan
el ingenio del caballo de Troya para ingresar tropas dentro de la ciudad,
sometiendo a los enemigos desde adentro, asesinando al rey Príamo y
recuperando a Helena, quien habría sido rescatada por Menelao, su legítimo
esposo.

Esta guerra, que duraría diez años desde que los griegos pisaran tierras
troyanas, dejaría como saldo una cantidad innumerable de muertos, dando
como resultado que la determinación de Zeus por aligerar el agobio de la
diosa Gea se cumpliera fatalmente a pesar del ímpetu de los hombres.

En el juicio de Paris se observa el diálogo frontal de los dioses con los


hombres, haciéndoles cumplir su destino con intervenciones directas. Pero
también en el mito griego hay momentos en que las deidades,
representantes del orden universal, impondrán su voluntad de manera
implícita, o bien a través de sus intermediarios, como el oráculo. Así sucede
con Edipo rey, tragedia de Sófocles fechada en el siglo V a. C. que cuenta
cómo el tebano de los pies hinchados sucumbe a su destino haciendo todo lo
posible por evitarlo.

Layo, heredero legítimo del trono de Tebas, regresa del exilio a su ciudad
luego de la muerte de Zeto y Anfión, quienes tiempo atrás habían usurpado
el poder. Ocupando su lugar como rey de los tebanos se casa con Yocasta,
5
con quien espera dar origen a una próspera descendencia, sin embargo, el
Oráculo de Delfos le advierte que ha sido decretado que su muerte ocurrirá a
manos de su propio hijo a raíz de una maldición lanzada hacia él por el rey
Pélope, anfitrión de Layo en el exilio, por haber secuestrado a su hijo Crisipo,
quien después se habría suicidado. No obstante, Layo y Yocasta tienen un
hijo, pero en atención a la advertencia del Oráculo, el rey decide encargar a
que se le abandone a su suerte en las montañas, no sin antes haber herido
sus pies, de manera que nadie quisiera encargarse de él y perdiera su vida
irremediablemente, pero el niño es recogido por unos pastores quienes lo
llevaron con el rey corintio Póbilo, donde fue nombrado Edipo, el de los pies
hinchados, debido a las heridas que tenía cuando fue encontrado, y fue
criado como parte de la familia real. En cierta oportunidad, en medio de un
banquete, alguien le señala que él es un falso hijo de su padre, cuestión que
lo consterna, decidiendo averiguar las circunstancias sobre su origen, de
manera que inicia un viaje hacia Delfos para obtener respuestas. El Oráculo
no responde directamente a sus interrogantes, sin embargo, le advierte que
su destino es el de asesinar a su padre, desposar a su madre y tener hijos con
ella. Edipo, pensando en sus padres adoptivos, decidirá entonces alejarse de
Corinto para evitar su destino e inicia un viaje a Tebas donde, en una
encrucijada, se encuentra con un anciano viajero y sus guardianes, quienes le
salen violentamente al encuentro. En respuesta, él los enfrenta y producto de
la cólera asesina tanto al viejo como a sus acompañantes, luego de lo cual
prosigue su viaje a Tebas.

Mientras tanto, después de la muerte de Layo, Tebas estaba siendo


gobernada por Creonte, hermano de Yocasta. Pero la ciudad estaba siendo
azotada por la Esfinge, la cual se posaba en las afueras de la urbe y planteaba
un enigma a quien pasara por el lugar, y si el interrogado fracasaba con la
respuesta era devorado por la criatura, pero si acertaba resolviendo el
enigma la condena habría de pesar sobre la Esfinge. Edipo se enfrenta a ella,
quien le plantea el siguiente enigma:

«Existe sobre la tierra un ser bípedo y cuadrúpedo, que tiene sólo una
voz, y es también trípode. Es el único que cambia su aspecto de
cuantos seres se mueven por tierra, por el aire o en el mar. Pero,
cuando anda apoyado en más pies, entonces la movilidad en sus
miembros es mucho más débil.»

6
A lo cual Edipo responde:

«Escucha, aun cuando no quieras, musa de mal agüero de los muertos,


mi voz, que es el fin de tu locura. Te has referido al hombre, que,
cuando se arrastra por tierra, al principio, nace del vientre de la madre
como indefenso cuadrúpedo y, al ser viejo, apoya su bastón como un
tercer pie, cargando el cuello doblado por la vejez.»

Entonces la Esfinge es vencida y Edipo libera a Tebas de tal pesar,


coronándose como rey y desposando a Yocasta, la viuda de Layo, con quien
engendraría a dos hijas, Antígona e Ismene, y a dos hijos, Polinices y Eteocles.
Sin embargo, la ciudad seguía siendo azotada por la desgracia y era víctima
de la peste, de manera que el nuevo rey envía a Creonte a consultar al
Oráculo. Este le responde que sus pesares acabarán cuando se le de muerte o
se expulse al asesino de Layo. Entonces, con el fin de resolver este tema
pendiente, interrogan al adivino Tiresias, quien le confiesa a Edipo que a
quien busca no es otro más que a él mismo, revelándose que el niño
adoptado por el rey corintio Póbilo se trataba de el mismo Edipo y que el
anciano viajero asesinado en la encrucijada no era otro más que el rey Layo,
con lo que Yocasta, en su desesperación al conocer la verdad, se suicida, y
Edipo, invadido por la angustia, se ciega los ojos, dando así cumplimiento al
designio de los dioses por la ofensa de Layo, durante su exilio, contra los
preceptos del orden universal o, dicho de otro modo, de la moral.

También podría gustarte