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Prometeo

Olegario Víctor Andrade

I
Sobre negros corceles de granito Rodó la turba impía
a cuyo paso ensordeció la tierra, su espantoso vértigo a la tierra;
hollando montes, revolviendo mares, no volverá a flamear en las alturas
al viento el rojo pabellón de guerra su pabellón de guerra
teñido con la luz de cien volcanes, teñido con la luz de cien volcanes.
fueron en horas de soberbia loca Cayeron los titanes
a escalar el Olimpo los Titanes. del abismo en las lóbregas entrañas;
y Jove, vengativo,
Ya tocaban la cumbre inaccesible ¡convirtío los corceles de granito
dispersando nublados y aquilones en salvajes e inmóviles montañas!
ya heridos de pavor los astros mismos
en confusión horrible, II
como yertas pavesas descendían El Cáucaso, caballo de batalla
de abismos en abismos; de algún titán caído
¡y el tiempo que dormía al golpe del relámpago sangriento,
en los senos del báratro profundo, se destaca sombrío
se despertó creyendo que llegaba con el cuello estirado, cual si fuera
la hora final del mundo! a beber en el cauce turbulento
del piélago bravío.
El Cielo estaba mudo;
y la turba frenética avanzaba Sobre la negra espalda,
con ronca vocería, y entre el espeso matorral de rocas,
como avanza rugiendo la marea que fueron la melena sudorienta
en la playa sombría, donde cuelgan las nubes vagabundas
cuando Jove asomó: vibró en su mano sus desgarradas tocas
el rayo de las cóleras sangrientas, y en la noche desciende
¡rugió en su voz el trueno del estrago a dormir fatigada la tormenta.
y encadenó a su carro las tormentas!
Tendido está el gigante,
Temblaron los jinetes que amarraron los ciclópeos soberbios
en los negros corceles de granito; tras larga lucha fiera
redoblaron su saña con templadas cadenas de diamante:
arrojando a los pórticos del cielo aún su pecho jadea
con insultante grito como cráter hirviente;
pedazos de montaña, y cada vez que se retuerce inquieto,
y volcaron los mares el sol vela su frente
para apagar en la soberbia cumbre y la vieja montaña bambolea.
los rojos luminares.
Hogueras son sus ojos,
Pero Jove, iracundo, rojas hogueras que atizó el encono,
blandió sobre sus frentes altaneras antorchas funerarias de la noche
el hacha del relámpago que hiere de su eterno abandono.
como a una vieja selva las esferas: Y no es un grito humano
a su golpe profundo, lo que exhala su pecho
vacilaron montañas y titanes; –que no tiene el dolor tan rudas notas–,
y bajó el torbellino, es el estruendo del volcán que estalla,
heraldo de su gloria, el grito del torrente en la espesura,
con la negra cimera de huracanes, choque de aceros y corazas rotas
a anunciar a los mundos la victoria! en el fragor de la feroz batalla!

1
el buitre del error clava sus garras
Sólo el Ponto responde a los rugidos en la conciencia humana!
que lanza en su desvelo,
y llama en su socorro con voz lúgubre "¡Oh Dios caduco! grita
a las inquietas ondas del Egeo. el titán impotente:
Es que también él lucha; Como esta negra carne que renace
lucha con lo imposible y siempre espera. bajo el pico voraz del cuervo inmundo,
Salvaje enamorado renacerá fulgente
quiere arrastrar consigo a la ribera, para alumbrar y fecundar el mundo
¡y la ribera sorda la chispa redentora
escapa de sus brazos, que arrebaté a tu cielo despiadado,
dejándole en la lucha misteriosa germen de eterna aurora
de su veste de juncos los pedazos! del caos en las entrañas arraigado!

En vano el Ponto grita "Desata, Dios caduco,


y se endereza embravecido y fiero la turba labradora de tus vientos;
¡Él es también gigante encadenado! sacude los andrajos de tus nubes,
¡Es también prisionero! y acuda a tus acentos
No romperá la valla que lo cerca, la noche con sus sombras,
ni extenderá su turbulento imperio. con montañas de espuma el Océano,
Basta una faja de menuda arena ¡no apagarán la luz inextinguible
para atarlo en perpetuo cautiverio. del pensamiento humano!

¡El titán no se abate! "¡Qué importa mi martirio,


¡Es que el dolor enerva a los pigmeos mi martirio de siglos, si aun atado,
y a los grandes infunde nuevos bríos! Júpiter inmortal, yo te provoco
Cada día es más bárbaro el combate Júpiter inmortal, yo te maldigo?
y más ruda su saña; ¿Si el viejo Prometeo, el titán loco,
si afloja un eslabón de su cadena, el mártir de tu encono
su martillo invisible lo remacha siente tronar la ráfaga tremenda
sobre el yunque infernal de la montaña. que va a tumbar tu trono?

Convidados hambrientos "Tres siglos no he dormido


al salvaje festín de su martirio, tres siglos de tormentos.
vienen los cuervos en revuelta nube; No hay astro que no se haya estremecido
verdugos turbulentos, al sentir mis lamentos,
que Jupiter envía enfurecido ni nube que al pasar no haya vertido
a desgarrar la entraña palpitante en la copa de aromas del ambiente,
de su rival temido. una gota de llanto
para mojar mi frente.
Suelta el titán los brazos
en actitud cobarde y dolorida "A veces he llorado,
al sentir su frenética algazara; y el raudal de mis lágrimas heladas
parece que cayera anonadado corrió por la ladera
bajo el horrible peso de la vida! con ruido de cascadas.
¿Qué maza lo ha postrado? El Araxa sombrío,
¿Qué golpe lo ha vencido en la batalla? dragón de negras fauces,
¡Es que después del rayo de los dioses que se calienta al sol en la pradera,
viene a escupirle el rostro la canalla! es hijo de mis lágrimas. Por eso
lanza gritos tan hondos,
Así en la larga noche de la historia y atrae cuando se acerca a su ribera.
bajan a escarnecer el pensamiento,
a apagar las centellas de su gloria "De vez en cuando, siento
con asqueroso aliento, sollozos de mujer a la distancia:
odios, supersticiones, fanatismos; es Hesione, la mártir, que se queja
y con ira villana, en el fondo del valle abandonada.

2
Las águilas del Cáucaso que pasan en el nido de nieblas del vacío,
y la nube bermeja, del misterioso emjambre el aleteo,
que recibió en la faz ruborizada ¡cual si bandas de estrellas ensayasen
el ósculo del sol en el ocaso, su plumaje de luz, para lanzarse
le cuentan mi martirio a lucir en los campos del espacio
y me traen el mensaje de su pena, su espléndido atavío!
¡el mensaje tiernísimo que escucho,
sacudiendo mi bárbara cadena! "Aquella sombra muda,
aquel eterno esclavo, peregrino,
"¿Qué me importan tus tormentos, que lanzaste sin rumbo
tus tormentos de siglos, Dios airado? en las negras jornadas del destino,
¿Si en la lengua sonora de los vientos ya no va caviloso,
me transmite los himnos de su alma, temblando del rumor de su pisada,
como al través del médano abrasado ¡lleva la frente erguida
va el polen de la palma? de misteriosa aureola circundada!
¿Si en el trémulo seno,
como el rayo en los negros nubarrones, "Hay luz y voz en ella:
lleva ella palpitando es flor recién abierta,
el feto colosal de las naciones? cuya blanca y espléndida corola
tiene el perfume agreste de las cumbres
"¡Desata tus borrascas! el latir convulsivo de la ola;
Lanza a los aires tu bridón de llama, en breve de su seno
caduco soberano, volarán las ideas
y despliega en los cielos tenebrosos –mariposas de luz del pensamiento–,
tu sangrienta oriflama! y asombrarán el mundo con sus alas,
Será tu empeño vano; ¡más sonoras que el viento!
soplo estéril tu aliento.
Yo he engendrado el titán que ha de "Ellas me vengarán, Jove caduco:
tumbarte serán mis herederas.
de tu trono de nubes: Yo arrojé en el cerebro de los hombres
¡el titán inmortal del pensamiento!" semillas de volcán, germen de hogueras.
Desata el huracán de tus furores,
"Ayer la tierra muda redobla mi tormento;
flotaba en los abismos de la nada, que ya viene el titán que ha de vengarme:
como una urna vacía ¡el titán inmortal del pensamiento!"
al soplo del azar abandonada,
y en sus hondas y frías cavidades Dijo y calló: no ya desesperado,
sólo el eco se oía torva la faz, revuelta la pupila,
del monólogo eterno de las sombras, sino grave, sereno, resignado,
y el rumor de las roncas tempestades. como quien sin vencer, sabe que es suya
la victoria final y no vacila.
"Hoy la tierra está viva: alguien habita Algo, como el fulgor de una sonrisa,
el fondo de los mares; iluminó su frente,
germen de vida y juventud palpita ¡débil chispa encendida
en sus bosques de acidias y corales. en helados montones de ceniza!
No es el viento el que gime en la maraña
de las selvas sonoras; III
ruido de alas abajo, y en el cielo No volvió a retumbar en la montaña
parece que revientan el grito del titán retando al cielo;
semilleros de auroras. ni temblaron las nubes, ni los astros
detuvieron su vuelo
"Júpiter: aturdido con tu gloria, para mirar la bárbara batalla;
embriagado de orgullo, ni el negro Ponto amotinó sus ondas
¡no sientes en los senos del abismo crispado y convulsivo,
lo que siente arrobado Prometeo! para arrancar de su prisión eterna
Algo, como un arrullo al gigante cautivo.

3
IV
Reinó la soledad en la alta cumbre, Una tarde... ya el sol desfallecía,
que habitó el huracán encadenado, como herido impotente,
y descendió el Araxa gemebundo en los brazos oscuros
con torpe pesadumbre, del enorme fantasma de Occidente,
a arrastrarse callado en la llanura, cuando sintió temblar la dura roca
como del alma en el profundo cauce en que apoyó tres siglos la cabeza,
desatan en silencio los recuerdos y oyó en los aires algo,
sus ondas de amargura. como un tropel de fieras
retozando del bosque en la maleza.
¡Siempre el gigante en vela!
El cielo era la página sombría Inquieto y tembloroso,
en que al débil fulgor de las estrellas interrogó a las nubes que rodaban
las misteriosas sílabas leía por el espacio mudo,
de su destino fiero; como gigantes témpanos de nieve
y el errante cometa, que desprende impaciente
que en la lejana cumbre aparecía, el huracán sañudo.
su torvo y taciturno mensajero. Las nubes le dijeron
que el Olimpo crujía,
De vez en cuando oía y que los viejos Dioses expiraban
como ruido levísimo de espumas en horrenda agonía.
en las inquietas algas detenidas;
como el roce ligero Y la voz quejumbrosa
de fantásticas plumas de las gentiles hijas del Océano,
que tocaban su sien calenturienta, que en su pecho vertía
murmullo blando de hojas, las infinitas ansias del deseo,
de un árbol invisible desprendidas volvió a sonar dulcísima en su oído
después de la tormenta. para decirle en melodioso idioma:
"¡Despierta, Prometeo,
No eran rayos de luna, que en las lejanas cumbres
ni jirones de niebla desgarrados un nuevo sol asoma!"
por el aire liviano:
era el coro armonioso Volvió el Titán a sacudir airado
de las gentiles hijas del Océano, sus duros eslabones,
que a la luz del crepúsculo salían que al esfuerzo supremo rechinaron;
de sus grutas azules, y las rocas cayeron
y en torno del titán encadenado como viejos torreones
los húmedos cabellos sacudían. por el rayo de Júpiter heridos,
y los cuervos hambrientos se alejaron
"No duermas, Prometeo", con lúgubres graznidos.
al pasar a su oído murmuraban,
desatando en su alma V
las ansias infinitas del deseo. ¡Ya el gigante está en pie! ya la montaña,
"¡No duermas! que el Olimpo se estremece ara de su martirio,
con inquietud extraña, que empapó con la sangre de su entraña
y truenan los abismos, y aturdió en la embriaguez de su delirio;
como truena el volcán en la montaña!" la montaña, testigo dolorido
de su tremenda historia,
Prometeo velaba, es su negro caballo de pelea:
fijo el ojo en las lóbregas esferas ¡el pedestal soberbio de su gloria!
que como enormes olas palpitaban,
y atento al ruido sordo ¿Qué ve en la inmensidad desconocida
que las brisas del valle le traían, que su impaciencia calma,
el ruido de las razas que hormigueaban y otra vez avasalla
del Cáucaso en las negras madrigueras. con cadenas de asombros a su alma?
Ve alzarse en el confín del horizonte,

4
del espacio en los ámbitos profundos
sobre la excelsa cúspide de un monte si baja a la pradera,
que se estremece inquieta, dormida en brazos de la niebla fría,
y en medio del espanto de los mundos, la pradera galana
de una cruz la fantástica silueta! con su velo de novia se atavía,
y al rumor misterioso de su huella
"¡Al fin puedo morir! grita el gigante se ciñe el viejo bosque
con sublime ademán y voz de trueno. su corona más bella;
Aquella es la bandera de combate,
que en el aire sereno, si al mar desciende –que la espalda encorva
o al soplo de pujantes tempestades como esclavo sumiso
va a desplegar el pensamiento humano para besar su turbulenta planta–,
teñida con al sangre de otro mártir, el mar abre su seno
–Prometeo, cristiano–, y el más sublime de sus himnos canta:
para expulsar del orgulloso Olimpo el himno con que arrulla
las caducas deidades! el sueño de los negros promontorios,
centinelas inmóviles del mundo,
"Es un nuevo planeta, que aparece y le enseña, latiendo en sus entrañas,
tras los montes salvajes de Judea, de las faunas y floras venideras,
para alumbrar un ancho derrotero el légamo fecundo.
a la conciencia humana.
El germen fulgurante de la idea, ¡Las tenebrosas puertas del pasado
que arrebaté al Olimpo despiadado: rechinan a su empuje omnipotente,
la encarnación gigante de mi raza, y se alzan en tropel a su presencia,
"¡la raza prometeana!" desde el fondo del caos petrificado,
las formas y las razas extinguidas
"¡Al fin puedo morir! Hijo de Urano, en cuya adusta frente,
llevo sangre de dioses en las venas, el ojo de la ciencia deletrea
¡sangre que al fin se hiela! el verdadero Génesis del mundo,
Aquel que me sucede, hijo del hombre, que la leyenda bíblica falsea!
lleva el fuego sagrado
que eternamente riela, Todo a su paso vive, alienta, brota:
ya lo azoten los siglos con sus alas el mar, el monte, la desierta esfera;
o el viento furibundo, y a su soplo creador todo se expande,
el fuego del espíritu, heredero palpita y reverbera.
del imperio del mundo." Levanta el polo mudo,
como un arco triunfal para que pase,
Dijo, y cayó como la vieja encina sus montañas de hielo,
que troncha el leñador con golpe rudo. y enciende presuroso
La montaña tembló; y el negro Ponto sus gigantescas lámparas el Ande
se enderezó, sañudo, para alumbrarle el tránsito del cielo!
para asistir a su hora postrimera,
y las gentiles hijas del Océano Él es soberano, el heredero
bajaron presurosas del cetro de la tierra,
y en torno a su cadáver encendieron por su inmenso poder transfigurada!
de perfumadas leñas una hoguera! No hay piélago ni abismo
que no rasgue su seno a su mirada.
VI El guerrero inmortal que en cruda guerra
¿Qué es aquello que cruza destronó el paganismo
con planta soberana, y rompió las cadenas que arrastraba
sembrando mundo y encendiendo estrellas la pobre humanidad esclavizada.
por la extensión callada?
Si se posa en la cumbre, Es la chispa divina
la cumbre se despierta sonrosada, encendida en las bóvedas oscuras
como el ósculo tibio de la aurora de la conciencia humana,
despierta enrojecida la mañana; que todo lo ilumina;

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el signo de una raza de titanes
destinada a la lucha y al martirio:
¡la raza prometeana!

En la cruz, en la hoguera,
en el árido islote, en el desierto,
en el claustro sombrío, dondequiera
vierte su sangre a mares
que los helados páramos caldea,
¡su sangre, que los cauces seculares
de la historia, desata
las corrientes eternas de la idea!

Hermanos son en el dolor, y hermanos


en la fe y en la gloria
cuantos despejan la futura ruta
con la luz inmortal del pensamiento.
Ya mueran en el Gólgota, ya apuren
de Sócrates severo
la rebosante copa de cicuta,
ya nuevo Prometeo,
¡al torvo fanatismo desafíe
sobre Roma, montaña de la historia,
el viejo Galileo!

VII
¡Arriba, pensadores! que en la lucha
se templa y fortalece
vuestra raza inmortal, nunca domada,
que lleva por celeste distintivo
la chispa de la audacia en la mirada
y anhelos infinitos en el alma;
en cuya frente altiva
se confunden y enlazan
el laurel rumoroso de la gloria
y del dolor la mustia siempreviva!

¡Arriba, pensadores!
¡Que el espíritu humano sale ileso
del cadalso y la hoguera!
Vuestro heraldo triunfal es el progreso
y la verdad la suspirada meta
de vuestro afán gigante.
¡Arriba! que ya asoma el claro día
en que el error y el fanatismo expiren
con doliente y confuso clamoreo!
¡Ave de esa alborada es el poeta,
hermano de las águilas del Cáucaso,
que secaron piadosas con sus alas
la ensangrentada faz de Prometeo!

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