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LA AGRICULTURA
La agricultura es el arte del cultivo y explotación de la tierra con el objeto de obtener productos con
fines humanos o con destino a los animales domésticos.
Existen variadas disciplinas y toda una infraestructura agrícola, científica e industrial alrededor de
estas actividades. Se incluyen en estas prácticas el estudio, acondicionamiento de las tierras, cultivo,
desarrollo, recolección, transformación, distribución, etc. Se trata de una actividad muy antigua, con
origen en la prehistoria, y es actualmente un sector económico indispensable y fundamental en la
alimentación mundial.
El valor de la agricultura
Se estima que la agricultura se ha desarrollado desde hace unos 10.000 años. Desde entonces
todos los pueblos de la Tierra han reconocido el valor que las plantas cultivadas tienen para la
alimentación humana y de los animales domésticos. Algunos vegetales se han hecho tradicionales
en muchos países, e incluso en determinados de ellos se han convertido en monocultivos, y en la
fuente más importante de ingresos.
Entre las variadas producciones agrícolas se distinguen algunos productos muy importantes para el
ser humano, tales como los cereales, trigo, maíz, centeno, arroz, caña de azúcar, remolacha
azucarera, aceite, verduras y frutas. En cuanto a la alimentación animal, son importantísimos los
piensos a base de granos de la soja, maíz forrajero y sorgo. No todas las producciones agrícolas
tienen valor alimentario, también existen numerosos cultivos dedicados a producir materias para la
industria, tales como el caucho, semillas oleaginosas para fabricar pinturas o compuestos químicos
sintéticos, plantas para la obtención de fibras, etc.
Tipos de Agricultura
En el neolítico se practicaba una agricultura itinerante (y que todavía hoy practican algunos pueblos
primitivos), ésta consiste en abandonar las tierras una vez han sido agotados sus recursos y buscar
nuevos suelos productivos. Actualmente la agricultura ha evolucionado hasta alcanzar carácter
industrial, donde la ingeniería genética, química y tecnología mecánica juegan papeles
fundamentales.
Extensiva
La agricultura extensiva es aquella en la que se realizan labores sencillas, y en los que se emplean
abonos orgánicos, como estiércoles, prescindiendo totalmente de los fertilizantes artificiales. Es un
tipo de agricultura defendible desde el punto de vista ecológico, pues la tierra no suele estar sujeta a
la presión que imprimen otras actividades, como la agricultura intensiva o industrial.
Intensiva o industrial
Biológica
La agricultura biológica nació para dar respuesta a los problemas planteados por la agricultura
intensiva. Se trata de una actividad cada vez más demandada por los consumidores, respetuosa con
el medio ambiente y la salud. Este tipo de agricultura recurre a métodos naturales para luchar contra
las enfermedades y plagas, y rechaza la utilización de pesticidas y fertilizantes sintéticos.
Parcelaria
La agricultura parcelaria está limitada a superficies dispersas y reducidas. Existen muchas regiones
en el mundo que por sus características orográficas están dedicadas a este tipo de agricultura. Un
ejemplo son las terrazas de la altiplanicie guatemalteca, donde se cultiva maíz, alubias y calabazas;
y café en las zonas más bajas de las laderas.
Monocultivo
La agricultura de monocultivo es una actividad que está especializada en un único producto. Aunque
los agricultores de subsistencia de todo el mundo suelen cultivar variados vegetales, no suele ser así
en el caso de las grandes explotaciones de carácter comercial. Así, muchas explotaciones producen
sólo café, té, cereales, cacao, o caucho. Un ejemplo es la dependencia de Tailandia del arroz, que
es uno de los mayores productores del mundo de esta graminácea; o Sri Lanka, que depende
enteramente de la producción de té. Cuando se dedica una superficie a la producción de una sola
especie, suele proporcionar mayores beneficios económicos, ya que se simplifica la gestión del
suelo, la producción y su comercialización. Sin embargo, puede dar lugar a la concentración de
plagas que, aunque habitualmente suelen ser controladas, pueden en ocasiones producir la
devastación y pérdida de la producción. La diversidad de cultivos es una ventaja contra este
problema, pero está limitada por las características de los suelos, clima, y otros factores de carácter
económico.
La agricultura moderna
Hoy en día la agricultura es un actividad rentable, donde los factores de riesgo meteorológico y
biológico que antiguamente no se podían predecir y prevenir con suficiente antelación, pueden ser
actualmente combatidos o minimizados, dando a este sector un carácter de fiabilidad frente a otros
sectores precarios. Los rendimientos obtenidos con las mejoras de cultivo, genéticas, mecánicas,
etc., ha supuesto incluso un excedente de producción en variados países desarrollados, y generado
un problema en otros tiempos impensable.
Al albor de las cada vez mayores demandas de rendimientos agrícolas nació una ciencia aplicada
con varias ramas; se distinguen:
La agronomía: se trata de la ciencia de la agricultura, es decir, aquella que estudia las condiciones
físicas, químicas y biológicas en que se desarrollan los cultivos de las plantas, así como su
perfeccionamiento. Entre los nuevos métodos científicos aplicados a la agronomía se distinguen los
trazadores, consistentes en el seguimiento preciso de los procesos vegetales en lo que respecta a su
crecimiento y nutrición.
Agro climatología: que estudia la influencia de los factores climáticos en la vida de las plantas.
La fitotecnia: que estudia las exigencias de la planta y la manera de satisfacerlas, en general desde
un punto de vista económico.
Las industrias rurales: que estudia las industrias a las que tradicionalmente se dedica el agricultor,
tales como la vinicultura, mantequería, quesería, elayotecnia (obtención del aceite), etc.
Existen otras disciplinas de la biología y la geología que tienen interés en la ciencia agrícola, como la
edafología, que se ocupa del estudio de los procesos de formación y evolución de los suelos, así
como los fenómenos biofisicoquímicos que tienen lugar en ellos, en relación con los seres vivos,
especialmente las plantas y microorganismos.
Química agrícola
Las tierras dedicadas a uso intensivo pierden progresivamente sus nutrientes y son a menudo objeto
de lixiviación, la cual culmina en la erosión del suelo; en estos casos la química agrícola debe velar
por el mantenimiento de todos los parámetros químicos del suelo, que permitan mantener la
producción de determinados vegetales de una forma continuada y sin pérdida de rendimiento. La
química agrícola se ocupa igualmente de las necesidades nutricionales de los animales de las
granjas agrícolas.
Mejora vegetal
Por otro parte, los genetistas no ocultan la preocupación sobre la reducción del fondo genético de
algunos cultivos actuales. Este problema se manifiesta por el abandono de muchos agricultores en
cuanto a numerosas variedades vegetales, las cuales son desechadas en favor de otras pocas
variedades seleccionadas para la hibridación, en base a su mayor capacidad de producción o de
resistencia a determinadas enfermedades.
El abandono de muchas variedades locales por unas pocas consideradas más aptas, significa la
pérdida irreparable de ese fondo genético, y por tanto de la imposibilidad de recuperar un material
genético desaparecido definitivamente para hacer frente a futuras dificultades, tales como plantas
que resistan o se adapten a cambios climáticos o edáficos (del suelo), plagas, etc.
Técnicas hidropónicas
Los cultivos realizados mediante métodos hidropónicos (lo contrario a geopónicos), constituyen
modernos y eficaces sistemas de producción vegetal. Esta técnica no utiliza tierra, sino que las
raíces de las plantas son sumergidas en una solución acuosa que contiene todos los nutrientes
necesarios para desarrollarse. Las plantas se mantienen en posición vertical mediante sistemas
mecánicos, y apoyadas en un lecho a base de gravillas o arena.
Los resultados de este sistema son notables, ya que las raíces apenas consumen una pequeña parte
de la energía que necesitarían si se ubicasen en la tierra, y que emplearían para dedicar a la
búsqueda de los nutrientes contenidos en el sustrato, puesto que este líquido que le rodea por todas
partes pone a su alcance todo lo que necesita para crecer sin esfuerzo.
Mecanización
La mecanización ha resultado un apoyo muy importante para la agricultura desde finales del siglo
XIX. No es un hecho menor, pues la introducción de la maquinaria agrícola ha supuesto multiplicar
varias veces la productividad y eficacia de las explotaciones agrícolas, operaciones éstas que
resultaban agotadoras para el agricultor manual.
Procesado y conservación
La industria agrícola
Conservera: en la cual mediante diversos métodos se consigue prolongar el periodo útil para el
consumo de determinados productos, como es la refrigeración, congelación, enlatado, salazón,
liofilización, etc. Se trata de una industria que ha recibido un fuerte empuje gracias al desarrollo de
los transportes, que han contribuido a su difusión.
Básicamente, los suelos están compuestos de partículas minerales llamadas silicatos, los cuales
constituyen los productos fundamentales de la corteza terrestre (el 95%), pues se encuentran
formando parte de muchas rocas y minerales. Cuando hablamos de la arena, arcilla, caliza, etc., no
estamos refiriendo en realidad a diferentes formas de silicatos. Los silicatos más importantes son los
de sodio y potasio (vidrios solubles), los que componen el vidrio y el cristal (calcio), los del aluminio
(arcilla o caolín), los del magnesio (talco), etc.
El 95% de la materia
inorgánica de la corteza
terrestre son silicatos, como
la arena, arcilla, caliza, etc.
Por su parte, el suelo alberga muchos nutrientes importantes para el crecimiento de las plantas, tales
como nitrógeno, fósforo, potasio, hierro, magnesio, azufre y calcio. De todos ellos, hay tres
elementos principales y fundamentales, el nitrógeno, fósforo y potasio, que deben encontrarse en los
suelos en formas asimilables por los vegetales, y sin los cuales no pueden desarrollarse. Además de
los citados, existen otros elementos llamados oligoelementos que, aunque también son
fundamentales para las plantas, sólo los necesitan en muy pequeñas cantidades, como son el boro,
cobre, cinc y manganeso; suelen encontrarse en cantidades suficientes en los suelos pero la falta de
alguno de ellos puede resultar grave para la plantas.
Los coloides
Los coloides son unas partículas microscópicas de óxidos hidratados de determinados minerales,
como hierro, aluminio, silicio, etc., que se mueven con el agua y son fundamentales para que las
plantas puedan obtener los nutrientes del suelo. Su textura es parecida a la arcilla y no se disuelven
en el agua, sino que se mezclan y dispersan con ella. Los coloides se forman por meteorización
física y química de los minerales primarios (véase más abajo el apartado: componentes primarios de
los suelos). Son apropiados como catalizadores por ser muy absorbentes, debido a su gran
superficie.
En la agricultura tiene especial importancia las propiedades físicas de los coloides. La lixiviación, que
es la separación de una sustancia soluble de otra insoluble por medio del agua, es un efecto
indeseable en las tierras de cultivo, pues los coloides de compuestos originales del suelo, como
calcio, potasio, sodio, etc., pueden ser lavados y desplazados, dejando un terreno ausente de
nutrientes para las plantas. En las regiones donde las precipitaciones son escasas y con pocos
acuíferos subterráneos, los suelos conservan más fácilmente los nutrientes, al existir una escasa
lixiviación.
Intercambio de bases
El intercambio de bases es una reacción química muy importante en los coloides. Básicamente, el
proceso consiste en que un elemento mineral que forma parte de un compuesto, puede liberarse de
éste al entrar en contacto con el agua (se disuelve en el líquido), y de esta forma queda a disposición
de las plantas para ser asimilado como un nutriente. Cuando añadimos al suelo un fertilizante o un
elemento mineral necesario, estamos favoreciendo el intercambio de bases. Por ejemplo, una
actividad agrícola muy común en los terrenos ácidos (que tienen un exceso de concentración de
iones de hidrógeno) es corregirlos añadiendo caliza, en esa operación la caliza reacciona con el
hidrógeno y lo neutraliza; esto es necesario si deseamos cultivar la gran mayoría de plantas, como
las legumbres, ya que los suelos ácidos son inviables para su normal desarrollo. Otro ejemplo de
intercambio de bases es el que sucede cuando incorporamos al suelo un fertilizante tan importante
como es el potasio; parte de él se disolverá en la solución del suelo con el agua de riego o de lluvia,
quedando de esta forma a disposición de las plantas para su asimilación como nutrientes, mientras
que otra parte participará en el intercambio de bases y se incorporará a los coloides permaneciendo
en los suelos como reserva.
Además de los distintos minerales o nutrientes solubles de los suelos que son asimilables por las
plantas por disolución en el agua, se distinguen una serie de componentes primarios.
Materia inorgánica
Los compuestos inorgánicos de los suelos no pueden ser absorbidos por las plantas al encontrarse
en estado mineral (no disueltos), y son por lo tanto químicamente inactivas en términos de nutrientes
para los vegetales. Resultan de la meteorización de la roca madre y rocas superficiales de la corteza
terrestre. Constan de partículas de tamaños variados, que oscilan entre arenillas de 0,025 mm. y
gravas o piedras de varios centímetros de diámetro.
La naturaleza física de las partículas inorgánicas del suelo determinan su capacidad para retener o
almacenar el agua, elemento éste que es vital para que las plantas puedan desarrollarse con
normalidad. Algunas partículas inorgánicas muy pequeñas, como las que forman parte de las
arcillas, aunque no aportan nutrientes por si mismas, si funcionan como almacén de muchos
nutrientes que se van acumulando entre ellas, y que las raíces de las plantas pueden asimilar.
Materia orgánica
La materia orgánica del suelo es un factor muy importante para el desarrollo de las plantas. En las
asociaciones vegetales climácicas (estables), son autosuficientes gracias a la constante absorción
por los suelos de los restos de materia vegetal en descomposición (además de pequeños animales
del suelo), que se va renovando con los propios vegetales del entorno en un ciclo ecológico
indefinido. Por esta misma razón, se entiende el porqué la fracción del suelo correspondiente a la
materia orgánica en los suelos de turba (origen del carbón) llega alcanzar el 95%; en las regiones
húmedas entre el 2 y 5%, y en los suelos áridos o desérticos de tan solo 0,5%.
La materia orgánica de los suelos puede ser viva, como microorganismos o animales edáficos
(típicos del suelo), o muerta en descomposición de procedencia animal o vegetal; la consolidación de
estas materias forman lo que se denomina humus. El humus es una mezcla de sustancias dinámica,
es decir, en constante cambio. En el proceso de descomposición entran numerosas bacterias y
hongos microscópicos, que digieren los compuestos orgánicos más complejos de la materia
transformándolos en otros más simples que pueden ser fácilmente absorbidos por las raíces de las
plantas. Algunas bacterias tienen la capacidad de fijar el nitrógeno del aire en el suelo, poniendo
también este elemento a disposición de las plantas.
El humus se mantiene en equilibrio en los terrenos naturales, como los bosques y tierras salvajes,
sin embargo en las tierras donde se practica la agricultura o se perturba los procesos naturales de
sucesión vegetal, éste se paraliza o se altera gravemente perdiendo el suelo la capacidad de
mantener la fertilidad, lo que obliga a una fertilización artificial.
Gases
Los principales gases del suelo son el oxígeno, nitrógeno y dióxido de carbono. El oxígeno es vital
para el crecimiento de las plantas, las raíces lo absorben y utilizan en los procesos metabólicos.
Además, el oxígeno también es necesario para que variados microorganismos y bacterias puedan
realizar la descomposición de la materia orgánica, y cuyos nutrientes podrán ser asimilados después
por los vegetales.
Por su parte, el nitrógeno es un gas que se encuentra en los suelos combinado con la materia
orgánica, y aunque constituye alrededor del 71% de la atmósfera terrestre, en esta forma no puede
ser asimilado por las plantas. Para ello, es necesario que se produzca en el suelo lo que se
denomina nitrificación, consistente en un fenómeno por el cual los restos de la materia orgánica
nitrogenada de los suelos (humus) o de la atmósfera, es convertida en nitratos por parte de
determinadas bacterias; los nitratos ya pueden entonces ser asimilados por los vegetales. Todo ello
forma parte de un ciclo, el denominado ciclo del nitrógeno, en el cual el nitrógeno pasa de la
atmósfera al suelo, de ahí a los seres vivos, y posteriormente de nuevo a la atmósfera para repetir el
ciclo.
Líquidos
La denominada solución del suelo, o componente líquido de los suelos, es fundamentalmente agua
con añadido de diversas sustancias en disolución, tales como oxígeno y dióxido de carbono. El
contenido de la solución del suelo es primordial para el desarrollo de las plantas, pues sólo a través
de ese líquido pueden las raíces asimilar los nutrientes contenidos en él. Se trata de una fórmula
compleja, en la cual debe mantenerse el equilibrio en nutrientes de la solución para poder decir que
un suelo es fértil; cuando las plantas no encuentran en esa solución los elementos que necesitan
para desarrollarse, se dice que el suelo es estéril.
El perfil del suelo es el conjunto de las capas o estratos denominados horizontes en que se divide
la estructura vertical del suelo. En el caso de las tierras agrícolas que nos interesa estudiar, el perfil
del suelo útil abarca solamente hasta aquélla capa u horizonte que ya no puede ser alcanzada por
las raíces de las plantas.
El perfil del suelo que colonizará las raíces de nuestras plantas, está compuesto por una serie de
elementos y partículas minerales de diferentes tamaños y propiedades.
La textura del suelo es la relación existente entre las partículas minerales que lo componen y el
tamaño de éstas. Depende, por tanto, de la proporción de sus componentes inorgánicos: arena, limo
y arcilla. La textura es fundamental en la capacidad impermeabilizante y de retención del agua, así
como del mayor o menor rendimiento del sistema radicular de las plantas para asimilar los nutrientes
de la solución del suelo.
La textura de los suelos puede ser modificada mediante adecuadas labores agrícolas. Se distinguen
en la textura del suelo cuatro categorías principales de acuerdo con el tamaño de los granos
minerales que contiene: arena gruesa, entre 0,2 y 2 mm.; arena fina, entre 0,02 y 0,2 mm.; limo,
entre 0,002 y 0,02 mm.; y arcilla, cuando los granos son inferiores a 0,002 mm.
Saber como es la textura del suelo es importante para el agricultor. De su conocimiento en cuanto a
componentes minerales y orgánicos, drenaje, aireación, etc., dependerá el éxito en la producción de
las cosechas. No se puede decir que exista una textura de suelo ideal, pues cada especie puede
requerir tipos de suelo muy distintos; unas precisarán buenos drenajes, como los cereales; y otras no
podrán crecer sin suelos muy húmedos, como la caña de azúcar. Las condiciones adecuadas para
cada una pueden conseguirse mediante trabajos de acondicionamiento. Por ejemplo, en un suelo
excesivamente arcilloso las plantas tendrán más capacidad de asimilación de los nutrientes, pero
será sin embargo demasiado impermeable y encharcará el agua o lo mantendrá demasiado húmedo;
para determinadas plantas de secano es un suelo inviable y sería necesario facilitar el drenaje
añadiendo arena. En el caso contrario, un suelo esencialmente de arena gruesa tendrá un mínimo
grado de retención del agua, y la asimilación de los nutrientes por las raíces de las plantas será
mínimo o nulo; en la práctica en un suelo estéril.
Texturas características
xiste una clasificación internacionalmente aceptada sobre las texturas más características
de los suelos, en base a la proporción de las partículas que contienen.
Arenosa
Es una textura arenosa cuando contiene menos del 15% de arcilla. La característica principal de
este tipo de textura es su gran porosidad, cuyo efecto inmediato es la percolación, es decir, la
filtración de las aguas de lluvia o riego hasta la capa freática (capa impermeable en que el agua se
acumula y no profundiza más). Otra característica poco deseable y citada anteriormente es su poca
fertilidad, motivada porque la solución del suelo lleva consigo los nutrientes disueltos, impidiendo que
las raíces puedan asimilarlos.
En los suelos de arena fina se dan habitualmente los fenómenos de "costra" en la superficie. Estos
suelos pueden ser corregidos añadiendo arcilla y tierra de bosque hasta conseguir una retención de
agua adecuada al tipo de plantas que se deseen cultivar.
Arenosa gruesa: con un máximo del 15% de limo y arcilla, y más del 45% de arena gruesa.
Arenosa fina: con menos del 15% de limo y arcilla, y máximo del 45% de arena gruesa.
Franca
Es una textura franca cuando contiene menos del 25% de arcilla. Se trata de los suelos más
adecuados en términos generales para la práctica de la agricultura. De todas formas, la textura
franca agrupa variadas composiciones entre un extremo y otro de este tipo, según contenga más o
menos arena, arcilla o limo y, por tanto, puede ser más o menos adecuada dependiendo de la
especie vegetal de que se trate. En estos casos debe atenderse a las características del tipo de
especie que deseamos cultivar para conocer que tipo de suelo franco es el más adecuado.
Franco-arenosa gruesa: con un máximo del 15% de arcilla, de 15 al 35% entre limo y arcilla,
y más del 45% de arena gruesa.
Franco-arenosa fina: con un máximo del 15% de arcilla, de 15 al 35% entre limo y arcilla, y
menos del 45% de arena gruesa.
Franca: con un máximo del 15% de arcilla, y más del 35% entre limo y arcilla (la cantidad de
limo no debe superar el 45% de la composición total).
Franco-limosa: con un máximo del 15% de arcilla, y más del 35% entre limo y arcilla (la
cantidad de limo debe ser superior al 45% de la composición total).
Franco-arcillo-arenosa: con un 15% a 25% de arcilla, más del 55% de arena, y menos
menos del 25% de limo.
Franco-arcillosa: con un 20 a 45% de limo, y entre 15 y 25% de arcilla.
Franco-arcillo-limosa: con mas del 45% de limo, y entre 15 y 25% de arcilla.
Arcillosa
Es una textura arcillosa cuando el contenido en arcilla es superior al 25%. Las partículas de arcilla
son visibles sólo al microscopio, y al mojarlas forman una masa viscosa que puede moldearse. Se
trata de los suelos menos porosos, pues pueden contener gránulos de tamaño inferior incluso a los
0,002 mm. Esto significa una capacidad impermeable o de retención del agua muy alta, provocando
encharcamientos. Los suelos arcillosos son muy pesados, se agrietan y compactan cuan se secan;
en términos de aprovechamiento agrícola, y salvo excepciones, forma suelos poco deseables que
necesitan acondicionamiento previo. Estos suelos se corrigen añadiendo arena y tierra virgen de
bosque; si la textura es demasiado arcillosa puede ser necesario en ocasiones un sistema de
drenaje suplementario.
Según los componentes minerales y orgánicos que contienen los suelos, así presentan una fertilidad,
textura y aspecto diferentes. El color es un parámetro muy interesante para identificar visualmente
las características de un suelo. Como norma general, los suelos oscuros son más fértiles que los
claros. Esto está motivado por la presencia de mucha materia orgánica, lo que denominamos humus,
y que no es más que restos vegetales y animales descompuestos por los microorganismos.
Allí donde existan hojas caídas, restos de plantas muertas, lombrices y otros animales edáficos
(propios del suelo), así como una humedad adecuada, darán lugar con el tiempo a la formación de
humus por la actividad bacteriana, que la descompone lentamente, incorporándose más tarde al
sustrato, mezclándose con él y dándole ese color característico. Hay que decir no obstante, que
existen tierras oscuras o negras que no son fértiles porque su color no es debido a la existencia de
humus. Por ejemplo, las tierras próximas a una mina de carbón pueden ser negras, pero su color
puede ser debido al contenido de ese mineral, y que obviamente no da fertilidad al suelo. Otro factor
que puede oscurecer un suelo al margen de las materias que contenga, y que no sería un indicio de
fertilidad, es su extrema humedad permanente, lo que en un principio podría intuirse al tacto.
Los suelos rojizos, o castaño-rojizos suelen ser fértiles. Se trata de suelos que generalmente
contienen óxidos de hierro procedentes de la meteorización de las rocas más antiguas, y que no se
han visto sometidos a una excesiva humedad, motivo por el cual no reaccionaron con el agua (si lo
hicieran formarían suelos amarillos). Estos suelos están habitualmente bien drenados y su nivel de
humedad es adecuado para el cultivo de variadas especies vegetales. Lo comentado es, como se ha
dicho, en términos generales, pues existen algunas regiones del mundo en que los colores rojizos
pueden ser indicativos de la existencia de minerales de reciente formación, los cuales no serían
asimilables para las plantas; en estos casos el suelo podría ser estéril.
Por su parte, los suelos de color grisáceo pueden ser causa de una deficiencia de hierro, oxígeno, o
un exceso de sales alcalinas, las cuales sería necesario reponer o corregir para la práctica del
cultivo.
os suelos agrícolas son entornos que se ven sometidos a una actividad física y biológica
artificial, ya que son alterados continuamente por la labores humanas.
Como ya se ha dicho, los suelos agrícolas están sujetos a las labores humanas, que modifican
continuamente sus características con objeto de obtener el beneficio de sus frutos. Estas actividades
interrumpen e impiden que se desarrolle de forma natural la llamada sucesión vegetal. Durante este
proceso, en un ecosistema, los distintos vegetales nacidos aleatoriamente se ven sometidos a una
lucha o competencia constante entre sí por la supremacía y dominio del entorno llamada sucesión,
desde un suelo raso, pasando por distintas fases de pradera, arbustos y bosque, hasta alcanzar un
grado de estabilidad relativa llamado clímax.
Cuando los vegetales alcanzan el clímax quedan perfectamente adaptados al suelo, luz, clima,
entorno, etc., y pueden mantenerse así por mucho tiempo sin más necesidades nutricionales que las
recibidas básicamente a través de sus raíces y hojas, mediante un ciclo biológico basado en leyes
ecológicas; todo ello salvo que la estabilidad del clímax se vea roto por algún fenómeno externo que
rompa el ciclo, ejemplo de lo que sucedería con un incendio, que obligaría a los vegetales a
comenzar otra sucesión y competencia por el establecimiento de un nuevo clímax, o en el caso típico
de deforestación de un bosque para convertirlo en tierras agrícolas, que destruiría todo el equilibrio
de las especies contenidas en él durante muchos años de sucesiones vegetales.
Años:
---0-----1-----2-------3-20-------25<>100--------150------
-Raso--Pradera---Arbustos---Bosque Pinos---Bosque
caducifolio-
Sabido que en un estado clímax las plantas son autosuficientes, se puede entender que en un suelo
agrícola se precisen realizar continuos trabajos de acondicionamiento del suelo y aplicación de
abonos o nutrientes, pues en estos suelos las plantas asimilan y terminan por consumir los minerales
que contienen, careciendo del entorno típico de una asociación clímax para recuperarlos, debiendo
por tanto ser añadidos los nutrientes al suelo de forma artificial con objeto de que estén disponibles
para las siguientes cosechas.
Los abonos
a hemos comentado las razones por las cuales un suelo agrícola debe ser mantenido en
sus correctos niveles de elementos minerales. Obtener una cosecha de la tierra supone
extraer de ella un conjunto de nutrientes que las plantas han necesitado para formar sus
tejidos. Cuando se recolectan patatas, tomates, plantas de flor, etc., dejamos los suelos
carentes de muchos elementos nutritivos que posiblemente serán necesarios para una
nueva plantación (aunque determinadas plantas, como las leguminosas, enriquecen el
suelo en nitrógeno). Es por ello necesario restituir esos elementos en cada cosecha mediante
abonos, sean minerales u orgánicos, o la tierra podría agotarse de forma irreversible.
La adición de elementos fertilizantes a los suelos agrícolas puede realizarse mediante abonos
minerales o sintéticos, aunque desde una perspectiva de cultivo biológico es deseable la utilización
de abonos orgánicos como los estiércoles y mantillos.
Estiércoles
Los estiércoles son, desde una perspectiva de cultivo biológico, los abonos más apreciados.
Permiten mejorar la estructura del suelo, aportar mayor porosidad a los suelos pesados de arcilla,
evitar los encharcamientos pero manteniendo un mejor nivel de retención del agua y, sobre todo,
favorecer la proliferación de microorganismos que colaboran en todo el proceso de nitrogenado y
aireación de las raíces.
Los estiércoles están formados básicamente de los excrementos sólidos y líquidos del ganado.
Éstos, aunque podrían utilizarse en fresco, para un mayor rendimiento necesitan fermentar y curar
adecuadamente antes de su utilización. El proceso habitual es formar una cama de paja y otros
vegetales en la cuadra donde se introduce el animal. La mezcla de los excrementos con los restos
vegetales irán creando una materia en descomposición, la cual dejaremos fermentar antes de
incorporarla a las tierras que deseemos fertilizar.
Mantillos
La composición del mantillo puede ser a base de estiércol (si no se dispone se puede omitir), hojas,
hierba, paja de cereales, aserrín, e incluso cortezas trituradas de árboles (pino, alcornoque, etc.); se
debe evitar añadir al mantillo partes leñosas como troncos o palos gruesos, ya que retrasará su
fermentación. Este conjunto, disuelto por encima de las raíces, se va descomponiendo y termina con
el tiempo formando humus. Una gran ventaja del mantillo es que las malas hierbas no suelen aflorar
a través de él. La utilización del mantillo en nuestro huerto o jardín es una buena opción ecológica
que merece la pena.
Turbas
La turba es un mineral de origen orgánico. Es en realidad carbón escasamente petrificado (un carbón
muy joven). La turba, mediante la acción de los agentes geológicos, se convertiría después de
muchos miles de años en lo que hoy conocemos como carbón mineral. Su composición varía según
el origen de las materias vegetales que intervienen. Son generalmente ácidos y poseen muchos
nutrientes aprovechables por las plantas. La tierra de turba es un producto útil para el jardinero,
especialmente en la preparación de mezclas para semilleros, macetas, jardineras, etc., aunque
potencialmente caro. Es muy deseable para rebajar el nivel de pH en las tierras agrícolas alcalinas;
también para mejorar la retención de la humedad y los suelos arcillosos muy pesados.
LABRANZA
El acondicionamiento de los suelos es una tarea básica cuando deseamos mantenerlos como
terrenos de cultivo productivos. La labranza es la primera operación en cualquier proceso de
acondicionamiento, sin ella la siembra y germinación de las semillas se hace inviable.
La labranza es la acción de preparar la tierra de cultivo, volteándola mediante un apero denominado
arado. Este instrumento apenas ha sufrido variaciones desde el primitivo arado romano, salvo en que
la tracción animal ha sido sustituida por la tracción mecánica.
El arado consiste en una reja que abre un surco, y una lámina metálica con una curvatura
determinada que le da la vuelta a la tierra levantada. Los arados más modernos incorporan varios
cuerpos con los que se pueden trazar mas de un surco, o discos cortantes situados oblicuamente
que sustituyen a la reja. En determinados tipos de cultivos, como los dispuestos en hileras, después
del labrado se utilizan habitualmente los escarificadores; se trata de instrumentos que arañan la
superficie del suelo pulverizándola en vez de penetrar en él profundamente.
En la operación de labrado la tierra es removida y aflojada en las capas superficiales, a la vez que
las hierbas quedan volteadas y dispuestas para la descomposición, que añadirá materia orgánica al
suelo. El lecho que permanece tras el labrado mantiene la humedad adecuada para que las semillas
puedan germinar. La labranza aporta también otros beneficios secundarios pero no menos
importantes, como son la oxigenación del suelo y drenaje del agua gracias a la pulverización de la
tierra. Esto redunda en un hábitat más adecuado para los microorganismos descomponedores, como
los fijadores del nitrógeno atmosférico, y a una mayor actividad biológica edáfica. Además, la
labranza contribuye a que las plantas se desarrollen saludablemente, y con mayores garantías de
resistencia a las enfermedades o insectos dañinos.
La labranza continua y profunda (tradicional) es a la larga perjudicial para las tierras de cultivo.
Cuando la capa fértil no es muy gruesa, ésta queda sepultada a 15 o 20 cm. después del labrado,
mientras que en la superficie queda expuesta la tierra más pobre; esto obliga a fertilizar para
disponer de cosechas productivas. Para salvar este problema es conveniente realizar labranzas de
conservación o mínimas, consistentes en introducir ligeramente el arado de forma que los restos de la
cosecha queden enterrados a poca profundidad, o también dejándolos que se descompongan sobre
la superficie. Estas actividades contribuyen a mantener la fertilidad y humedad de la tierra, a la vez
que la protege de la erosión. La labranza en profundidad se hace necesario cuando los suelos
poseen una compacticidad excesiva que impide un drenaje adecuado, o las raíces no pueden
penetrar con facilidad, aunque como ya se dijo presenta sus inconvenientes si se realiza
intensivamente, especialmente si se trata de suelos de textura fina en comparación con los arcillosos
o arenosos.
Como se sabe, las superficies labradas quedan expuestas más fácilmente a la erosión o lixiviación
por el agua. Por ello, en aquellas regiones cuyo clima mantiene una humedad elevada, se debe
evitar en lo posible labrar previo a las estaciones lluviosas. Por el contrario, en las zonas áridas o de
escasa humedad y dado el corto periodo lluvioso debe hacerse lo contrario, con objeto de que una
vez labrada la tierra ésta absorba la máxima cantidad de agua. Asimismo, el tipo de labranza que se
realice es importante para evitar la erosión, dependiendo de las características del terreno. Por
ejemplo, si en un terreno desnivelado se trazan los surcos de arriba abajo, las aguas discurrirán por
los surcos y arrastrarán elementos de la superficie; sin embargo si se realizan los surcos
perpendiculares a la pendiente, conservarán el agua y será absorbida por el suelo.
La conservación de la fertilidad del suelo en las tierras de cultivo es una tarea necesaria para que los
suelos mantengan sus características de productividad tras cada cosecha, eso implica restituir de
alguna forma las sustancias que pierden a causa de su absorción por las plantas al desarrollarse.
Los métodos más importantes son la rotación de cultivos y el abonado.
La rotación de cultivos
Por su parte, los cultivos que emiten raíces profundas, como las leguminosas, son especialmente
importantes en la rotación de cultivos; además de fijar el nitrógeno en el suelo gracias a
determinadas bacterias que poseen en las raíces, la descomposición de éstas permiten mejorar el
drenaje de los suelos. El cultivo de leguminosas también se utiliza en los llamados cultivos de
cobertura, utilizados para conservar el nitrógeno del suelo durante el invierno.
Otro método en la rotación de cultivos es el denominado de estiércol verde, éste consiste en sembrar
sin ninguna intención de cosechar; en su lugar se entierra la cosecha conforme se va labrando
aportando así nueva materia orgánica al suelo, la cual incrementará el rendimiento de las sucesivas
cosechas.
El Abonado
Desde una perspectiva ecológica los abonos orgánicos, aunque de absorción más lenta que los
sintéticos, aportan a los suelos muchas bacterias descomponedoras y a largo plazo son la mejor
alternativa. Además de mantener los suelos en buenas condiciones físicas, y aportarles reservas de
nitrógeno y otros nutrientes importantes para el desarrollo de las plantas, un adecuado equilibrio de
materias orgánicas tiene gran influencia en la productividad.
Los abonos orgánicos pueden proceder de restos vegetales en descomposición, sea conseguidos
artificialmente como los resultantes del compostaje (compost), fermentación de excrementos sólidos
y líquidos de los animales mezclados con los restos de vegetales que les sirven de cama
(estiércoles); o resultado de la actividad biológica natural, como el humus que forman las bacterias y
otros organismos descomponedores de los vegetales muertos que se van acumulando en la
superficie de los suelos.
Los abonos orgánicos también pueden ser restos sin descomponer, como las plantas de
leguminosas ya desarrolladas (judía, trébol, guisante, alfalfa...), que se entierran para que se
descompongan en el suelo y aporten nitrógeno y otros elementos nutritivos, como el fósforo o el
potasio.
Abonos inorgánicos
Como se ha dicho, los abonos inorgánicos o sintéticos, aunque se asimilan más rápidamente que los
orgánicos, para la práctica de la agricultura biológica no gozan de la misma aceptación. Los efectos
de los abonos sintéticos pueden llegar a ser poco deseables, pues la rápida asimilación de los suelos
obliga en muchas ocasiones a depender de estas sustancias mediante aportes continuos. Además,
las bacterias encargadas de que las plantas puedan asimilar los nutrientes del suelo, pueden
desaparecer por la aplicación desmedida de estos abonos.
En base a los elementos que contienen, los abonos químicos pueden ser simples o compuestos. Se
dividen en: fosfatados, nitrogenados y potásicos.
Fosfatados
Los abonos fosfatados están compuestos por los fosfatos naturales de los huesos, las escorias
procedentes de la desfosforación, la apatita (fosfato de flúor y calcio), etc. Estos abonos son de
absorción más lenta que los superfosfatos (fosfatos ácidos de cal), mucho más solubles y de rápidos
efectos. Los abonos fosfatados se utilizan para acondicionar terrenos pobres, y en el cultivo de
cereales y leguminosas.
Nitrogenados
Los abonos nitrogenados se dividen a su vez en tres grupos: los que tienen como base el nitrógeno
combinado con el oxígeno, ejemplo de los nitratos de sosa (o nitratos de Chile), cal, potasa, etc.; los
que tienen como base el nitrógeno amoniacal, ejemplo de sulfato amónico y las aguas amoniacales;
y aquellos otros cuya base es nitrógeno orgánico no soluble, ejemplo de los guanos y turtós, que
deben ser transformados previamente en alguno de los tipos anteriores para su aplicación.
Los abonos nitrogenados favorecen el desarrollo de las partes herbáceas de las plantas, y le aportan
vigorosidad y un color verde oscuro de apariencia muy saludable; cuando escasea el nitrógeno las
hojas amarillean y se tornan débiles.
Potásicos
Por su parte, los abonos potásicos más utilizados son los cloruros, sulfatos, carboratos, nitratos,
kainitas (sulfatos de magnesia, cloro y potasa), y las potasas provenientes de cenizas de la madera y
otros vegetales quemados. Estos abonos son útiles en tierras arenosas y ligeras.
La aportación de nutrientes
Otras sustancias existentes en el suelo en pequeñas cantidades como el cobre, boro, cinc y
manganeso también son necesarias para un correcto crecimiento de la mayoría de plantas. La
mayoría de los suelos encierran algunos nutrientes en abundancia, como el azufre, hierro o calcio.
Por su parte, el hidrógeno, oxígeno y carbono son nutrientes necesarios para las plantas, pero que
reciben en cantidades prácticamente inagotables a través del agua y el aire.
El simple abono con cualquier fertilizante compuesto sin conocer las necesidades de las plantas en
cuanto a un nutriente específico, puede concluir con un desarrollo inadecuado, por eso es
conveniente analizar previamente cual es el nutriente que necesitan y así elegir el tipo de abono
correcto. Observando las plantas podemos intuir de que elementos carecen.
Una forma de aportar nitrógeno a los suelos sin utilizar fertilizantes, es mediante el cultivo de plantas
leguminosas, como la judía, el trébol o la alfalfa, las cuales tienen la capacidad de fijar el nitrógeno
en el suelo mediante una serie de reacciones químicas; tras la cosecha de estas plantas
dispondremos de un suelo rico en nitrógeno y preparado para un nuevo cultivo.
La falta de magnesio presenta hojas de colores entre blancos y amarillos con manchas marrones, y
puede ser corregido pulverizando sulfato de magnesio.
La falta de fósforo se manifiesta sobre todo en las flores, las cuales se secan prematuramente,
además de que tardan en formarse y abrirse; se corrige abonando después de la floración con
superfosfato de cal.
La falta de boro se manifiesta mediante hojas verdes en el centro, que después se tornan amarillas y
marrones por los bordes; y en las flores, que tardan en abrirse. Se corrige abonando con boro antes
de la caída de la hoja, y pulverizando con borato sódico.
La falta de potasio se manifiesta en la forma y color de las hojas, las cuales se doblan por su borde,
se quedan pequeñas y amarillean hasta tornarse grises. Si la falta de potasio persiste, estos
síntomas progresan hasta que alcanzan la parte superior de la planta.
Formas de presentación de los nutrientes no aprovechables por las plantas
Los fosfatos ácidos de cal o superfosfatos son fertilizantes que se añaden normalmente a los suelos
cuando se desea una mayor disponibilidad de fósforo. Alternativamente, se pueden conseguir
nuevas reservas de este nutriente reduciendo la acidez del suelo mediante el añadido de calcio
(véase el apartado dedicado al control de la acidez), sin embargo si el suelo mantiene fósforo en
formas complejas (no asimilables por las plantas) mientras se aplican y perduran los efectos de los
superfosfatos, entonces las reservas de fósforo quedarán aseguradas durante muchos años.
Como se ha dicho, las plantas también necesitan pequeñas cantidades de algunos elementos
existentes en los suelos, como el azufre, cobre o manganeso; cuando exista carencia y dado los
pequeños niveles se suele realizar ya incorporados a fertilizantes artificiales. De todas formas, y
como norma general para una práctica ecológica en el acondicionamiento de los suelos, los
estiércoles son los fertilizantes preferentes. Los nutrientes que contienen estos abonos orgánicos
permanecen en el suelo mucho más tiempo que los artificiales, evitándose además que por
lixiviación se contaminen los acuíferos o se laven más rápidamente las capas superficiales del suelo.
El control de la acidez
Es muy importante en el mantenimiento de los suelos controlar su acidez específica para adaptarlos
a los diferentes cultivos. Dependiendo del tipo de planta cultivada requerirá suelos más o menos
ácidos, por ejemplo, las leguminosas se desarrollan adecuadamente en terrenos neutros o con un
pH ligeramente alcalino o ligeramente ácido, es decir, ligeramente superior o inferior a 7. Sin
embargo, plantas ericáceas como los arándanos o mirtilos precisan suelos más bien ácidos.
El pH (del francés Pouvoir hidrogene o poder del hidrógeno) indica la concentración de iones
hidrógeno de una disolución; de 1 a 6 es ácido (1 muy ácido, 6 poco ácido), 7 es neutro, y de 8 a 14
es alcalino (8 poco alcalino, 14 muy alcalino). Cuanto más iones hidrógeno posea el suelo más ácido
es. Para corregir el exceso de acidez de los suelos se añade caliza dolomítica (cal muerta). El calcio
de la cal reacciona neutralizando el ácido del suelo (sustituyendo el hidrógeno que contiene).
La clorosis presenta hojas
raquíticas y amarillentas
Si el suelo contiene exceso de cal entonces presentará clorosis, que se manifiesta en las plantas
mediante raquitismo y un color amarillento, resultado de la dificultad de las plantas para realizar la
función clorofílica. Se combate empleando abonos ácidos y regando con sulfato de hierro diluido en
agua. En casos muy extremos se puede emplear quelato, producto muy efectivo contra las
intoxicaciones metálicas.
Para medir el pH de un suelo y saber si es ácido o alcalino, podemos utilizar indicadores que se
fabrican expresamente para ello en las tiendas especializadas, como el papel de tornasol que varía
su color dependiendo del nivel de acidez; o mediante aparatos electrónicos que utilizan unos
electrodos para enterrar en el suelo que se desea analizar; no tiene complejidad y nosotros mismos
podemos llevar a cabo el análisis sin ningún tipo de ayuda, solamente siguiendo las instrucciones. Si
alguna vez hemos tenido en el hogar un acuario seguramente habremos utilizado un test de pH, el
ejemplo nos sirve para ilustrar en que consiste este sistema; los peces necesitan que el agua sea
neutra (ni ácida ni alcalina), esto lo podemos saber observando el color que presenta el agua
recogida en un pequeño tubo de ensayo, una vez ha reaccionado con unas cuantas gotas de un
líquido de análisis que le hemos añadido; si es verde es agua neutra (7), si es amarillento es ácida
(menor de 7), si es azulado es alcalina (mayor de 7).
l gran volumen de agua que las plantas necesitan para crecer es absorbida por los pelos
radiculares dispuestos en la raíces, y se satisface con el agua disponible en el suelo.
Aunque algunas requieren incluso estar anegadas para desarrollarse, en realidad en la
gran mayoría de las plantas es fundamental controlar el nivel de agua suministrado y el
drenaje del terreno (véase más abajo el apartado sobre drenajes). Como norma general,
el agua encharcada es contraproducente, pues reduce la aireación de los suelos y las
raíces, e impide los procesos de intercambio gaseoso entre el suelo y la atmósfera.
La textura del suelo que utilicemos es importante en lo que respecta al control del agua de riego, y
afecta directamente a la productividad vegetal. Si la textura es muy porosa (suelos arenosos), se
producirá un alto drenaje del agua y se evaporará mucho más rápido, lo que significa tener que
vigilar más a menudo que exista una adecuada humedad. Por su parte, si la textura es de partículas
muy finas (suelos arcillosos), retienen el agua en gran cantidad y pueden llegar a encharcarla, con el
consiguiente problema ya descrito.
Los mejores suelos deben poder retener y absorber el agua, pero permitiendo que los
microorganismos intervengan en los procesos de oxigenación de las raíces; en el suelo tienen que
existir huecos por donde penetre o expire el aire y gases necesarios para realizar el intercambio vital
entre raíces y sustrato. La práctica de añadir a los suelos grandes cantidades de materia orgánica
redunda a la larga en un mejor control del agua; además de mejorar la retención de la humedad se
consigue una mayor calidad biológica del suelo, y de aquellos nutrientes minerales incorporados en
forma sintética.
Los drenajes
Los drenajes permiten prevenir la erosión o lixiviación, así como la acumulación de sales solubles
perjudiciales para el normal desarrollo de las plantas. Por ejemplo, la pérdida de clorofila de las
plantas es un problema derivado del encharcamiento de las raíces.
Básicamente cualquier drenaje consta, o bien de un canal accesible para el agua por el cual pueda
discurrir tanto en superficie como por el subsuelo, o bien de una capa subterránea a base de gravas
y materiales triturados por donde el agua pueda filtrarse y desaguar sin dificultad. Los sistemas de
tubos drenaje, también llamados drenes, más utilizados en tierras de labranza son los subterráneos,
como el denominado drenaje de tejas, consistente en enterrar a uno o dos metros de profundidad
una cañería hecha con secciones de tejas huecas de barro o cemento, que termine en algún colector
de aguas. Cuando hay exceso de agua se filtra a través de los agujeros de las tejas y es evacuada.
Otro sistema es abrir zanjas, aunque requieren mayor mantenimiento por la constante vegetación y
sedimentos que terminan atascándolas. Otro sistema parecido al anterior es el que utiliza tubos muy
porosos o que llevan practicados orificios por donde el agua puede penetrar en su interior. En este
caso, hay cubrir los tubos con gravas para evitar que las arcillas obturen los orificios.
La distribución de los drenajes depende de las características del terreno. Si las tierras son llanas, un
sistema típico de drenaje el el construido mediante un desagüe principal, a los cuales se conectan
diversos desagües transversales. Cada tipo de suelo determinará la profundidad y distancia entre
drenajes que deba establecerse, aunque ésta puede ser como media de un metro de profundidad, y
una distancia entre tubos transversales que puede variar desde 5 hasta los 100 metros. La salida del
desagüe principal se recoge en un colector que desemboque en una zona abierta en pendiente, o si
esto no es posible que disponga de algún dispositivo de bombeo.
Un drenaje
típico en
terrenos llanos
es el construido
mediante un
desagüe
principal, al cual
se le conectan
varios desagües
transversales
Para interceptar las aguas procedentes de tierras altas, se construyen drenajes llamados de
contención o interceptación. Se trata de diques o drenajes subterráneos que atravesando las
pendientes captan el agua y la desvían antes de que alcancen las tierras más bajas.
Aunque los drenajes actúan por la fuerza de la gravedad, en aquellas tierras excesivamente bajas
puede resultar imposible desalojar el exceso de agua. En estos casos se hace obligado dotar a los
drenajes de bombas de agua, que la eleven hasta los canales de desagüe, que normalmente se
encuentran situados en tierras de niveles superiores y bien drenadas. Por su parte, si las aguas
subterráneas son causadas por la existencia de acuíferos, lo adecuado es bombear el agua
directamente en los manantiales, de forma que se reduzca el nivel de agua suministrada.
Los fertilizantes, tanto naturales como artificiales, también pueden contribuir a la contaminación del
agua. Así, todos los fertilizantes solubles en forma nitrogenada pueden alcanzar las aguas
subterráneas por filtración, y en superficie estiércoles y fertilizantes pueden ser arrastrados por las
escorrentías e incorporados a los lagos.
Por su parte la erosión de los suelos viene dado en gran parte por el tipo de suelo y el clima. Cuando
el suelo es "lavado" o sus elementos químico solubles son disueltos (lixiviados) y arrastrados, se
produce una movilización de materiales y una acumulación o depósito de sales en el nivel inferior del
suelo; los elementos acumulados suelen ser nitratos, carbonatos, sulfatos de hierro, calcio y
aluminio. Este proceso (la lixiviación) es causa del empobrecimiento de los suelos en muchas
regiones del mundo.
Un método utilizado habitualmente por los agricultores para combatir la pérdida del suelo fértil por
erosión o lixiviación es realizar labranzas mínimas antes de sembrar; también, cubriendo el suelo con
un mantillo a base de estiércol y paja, con objeto de evitar la acción del viento y el agua. Otra técnica
muy extendida desde hace mucho tiempo, es rotar los cultivos y realizar los llamados cultivos de
cobertura, que permiten fijar los minerales del suelo entre cosechas.
SEGUNDO PARCIAL
REPRODUCCIÓN
La reproducción vegetal es una propiedad de las plantas para producir o engendrar nuevos
organismos que perpetúen la propia especie. Se trata de una de las tres grandes funciones
biológicas de los vegetales, junto con la nutrición y la relación.
Casi todas las plantas, a excepción de determinados vegetales de los reinos inferiores, se
reproducen mediante dos métodos: sexual, y asexual o vegetativo. El agricultor o jardinero puede
intervenir artificialmente en esas propiedades para su propio beneficio, si conoce los mecanismos y
características específicas de las especies que le interesa reproducir.
En este apartado nos introduciremos en las estructuras básicas de las plantas y las formas de
reproducción, desde una perspectiva de utilidad agrícola, hortícola o jardinera.
Reproducción sexual
En las flores de las plantas se encuentran los órganos reproductores sexuales. Se distinguen
algunas características respecto a estos órganos que es interesante conocer, como las plantas
monoicas y dioicas:
Una planta es monoica cuando contiene órganos sexuales femeninos y masculinos en el mismo
ejemplar. Si de esos órganos, los femeninos están separados de los masculinos en flores
individuales, se dice que es una planta monoica unisexual; y si los órganos tantos femeninos como
masculinos están contenidos dentro de una misma flor, se dice que es una planta monoica
hermafrodita. Las plantas monoicas hermafroditas constituyen la mayor parte de las plantas
superiores.
Las plantas monoicas hermafroditas (con órganos masculinos y femeninos alojados
dentro de una misma flor), constituyen la mayor parte de las plantas superiores
Una planta es dioica (en griego significa "dos hogares") cuando las flores masculinas y femeninas no
están en la misma planta, sino en pies separados. Un ejemplo de planta dioica es el acebo.
Fecundación y polinización
Las flores son yemas transformadas con funciones de reproducción sexual. En las angiospermas
poseen en muchas ocasiones cubiertas muy vistosas (pétalos y sépalos) que incorporan los órganos
masculinos y femeninos para realizar la fecundación. En las gimnospermas, los órganos femeninos
están reducidos a un óvulo desnudo, y el masculino a una antera diminuta que produce el polen. La
finalidad de estos mecanismos es consumar la fecundación del óvulo femenino por el gameto
masculino del polen.
La fecundación es la unión de las células sexuales (gametos) masculinas y femeninas; en las flores
se realiza mediante el proceso de la polinización, por el cual el grano de polen alcanza la ovocélula
femenina para producir la unión sexual y culminar en la formación de las semillas.
Cuando la polinización se produce con polen procedente de las anteras de una misma flor (flores
monoicas hermafroditas) se habla de autogamia o autopolinización; en este caso se produce una
variabilidad genética reducida, ya que toda la carga genética proviene de la misma planta, además
de ser un sistema de fecundación poco deseado en términos de evolución, ya que cualquier error en
el azar evolutivo podría exterminar toda la población de esa especie.
Si la polinización se realiza por el paso del polen de una flor a otra, se habla entonces de alogamia o
polinización cruzada; la cual puede ser geitonogamia cuando el polen procede de otra flor de la
misma planta (flores monoicas hermafroditas), o xenogamia cuando el polen procede de la flor de
otro ejemplar de planta distinto pero de la misma especie (flores dioicas). La polinización cruzada es
la que aporta mayores ventajas, ya que permite una alta variabilidad genética y semillas de mejor
calidad.
La forma de polinización cruzada suele quedar a cargo de los agentes
polinizadores, como las abejas
Las plantas, en su historia evolutiva, han sabido adaptarse para que la polinización cruzada fuese el
sistema de fecundación por excelencia. Así, han conseguido desarrollar los más curiosos y refinados
mecanismos para favorecerla, en detrimento de la autopolinización.
Como ya se dijo, las plantas monoicas hermafroditas son las más abundantes de todas las plantas
superiores; eso significa que poseen órganos masculinos y femeninos alojados dentro de la misma
flor, entonces ¿como consiguen evitar la autopolinización estando las anteras repletas de polen tan
próximas a los órganos femeninos? El motivo, es que muchas de estas plantas (las llamadas
dicógamas) han desarrollado la capacidad de escalonar la maduración de sus partes masculinas y
femeninas, de forma que el polen puede sufrir un retraso en su maduración aunque el órgano
femenino esté maduro y listo para ser fecundado, por tanto cualquier polen de otra planta próxima o
mediante polinizadores, como las abejas o el viento, puede alcanzarlo y fecundarlo antes que lo
consiga el polen de la propia planta.
Este sistema asegura que la planta transmitirá una mayor carga de variabilidad genética, y por tanto
posee mayores posibilidades de perpetuarse. Por su parte, en las plantas dioicas (con flores
masculinas y femeninas en individuos separados), esta variabilidad ya queda asegurada por la
propia independencia de los órganos reproductores, en los cuales es imposible la autofecundación.
La forma de polinización cruzada suele quedar a cargo de los agentes polinizadores, tales como el
viento, las abejas, insectos, pájaros, etc., que transportan el polen en sus cuerpos hasta otras
plantas. Aunque los agentes polinizadores por excelencia son las abejas, por su gran eficacia, en
realidad el más común de todos ellos es el viento (polinización anemófila), y para que resulte eficaz
en las plantas que utilizan este sistema, por ejemplo las coníferas, tienen que producir inmensas
cantidades de polen para poder cubrir grandes extensiones de terreno y así asegurar la fecundación.
Hibridación
Conociendo la estructura básica de una flor podemos realizar hibridaciones, es decir, crear una
variedad de planta que la naturaleza no produce por si misma.
La flor consta de cáliz, corola, androceo y gineceo. La envoltura exterior del cáliz está formada por
los sépalos y la corola por los pétalos. El aparato masculino o androceo lo forman los estambres y
las anteras, y el aparato femenino o gineceo está formado por los ovarios, estilos y estigmas.
Si disponemos de dos ejemplares distintos de una flor, podemos elegir uno de ellos como el padre y
el otro como la madre. En primavera, al ejemplar elegido como padre le aportaremos unas
condiciones de crecimiento adecuadas, por ejemplo mejorando su iluminación, para que madure
antes que la flor madre, y por el contrario reservando ésta para retrasar su maduración. Lo ideal es
que la flor padre se abra un par de días antes que la flor madre. Previamente, a la flor madre se le
quitan los brotes laterales y todos los estambres (para que no se autofecunde por error), y la
mantenemos cubierta con un plástico transparente.
Cuando la flor padre se haya abierto observamos con una lupa si el polen de las anteras (un polvo
amarillo) está maduro. En el momento que el polen esté listo se cortan las anteras, se guardan en un
frasco de cristal y se mantienen en un lugar sombrío pero caliente, hasta el momento de que la flor
madre también esté lista. Ahora realizamos un seguimiento de los estigmas de la flor madre
mediante la lupa para saber cuando es el momento adecuado para la polinización, esto lo hacemos
recogiendo los granos de polen del frasco con un pincel fino, y acercándolo a los estigmas de la flor;
si éstos retienen el polen es que están maduros. Ahora cubrimos la flor madre con el plástico durante
diez días más, y esperamos a que nazcan y maduren las semillas.
Las semillas recogidas ya son híbridas, y una vez sembradas y nacidas las plantas, podemos
multiplicarlas por otros métodos (esquejes, injertos, etc.) para asegurar que mantienen las mismas
características genéticas que las de las semillas que hemos conseguido, ya que muchas especies
reproducidas sólo por semillas no dan un buen resultado.
Autoesterilidad
Es importante saber qué plantas, frutales, etc., son monoicas o dioicas, o sea, si pueden producir
frutos por si mismas o si requieren de una polinización cruzada. Por tanto, lo primero es informarse
adecuadamente de las características biológicas de la planta que se desea cultivar, para así cubrir
con conocimiento de causa cualquier inconveniente que se nos presente. Por ejemplo, determinados
frutales de peral y cerezo de flores monoicas hermafroditas, a pesar de que supuestamente se
autopolinizan, en realidad son estériles para sí mismas; esto obligaría a plantar varios ejemplares de
esos frutales, u otras variedades, próximos entre sí para asegurar la polinización cruzada.
Otra opción muy útil para salvar este problema, y además muy brillante por su estética, es el injerto
de al menos tres variedades diferentes en un mismo árbol, favoreciéndose así la máxima proximidad
entre flores compatibles para la fecundación. Dependiendo de las varetas injertadas, se podrá
disfrutar de un llamativo abanico de distintos frutos naciendo de las ramas del mismo árbol. (Para
más información sobre los injertos véase el apartado sobre reproducción asexual).
En muchas plantas ornamentales anuales nos puede interesar obtener la mayor cantidad posible de
flores y semillas. En este caso es importante favorecer la presencia de insectos polinizadores. Lo
más útil es situar en las proximidades alguna colmena de abejas, que son los agentes polinizadores
por excelencia.
Autopolinización forzada
En alguna ocasión, por sus características especiales, puede que nos interese obtener semillas de
una planta monoica hermafrodita (masculina y femenina en la misma flor, como ya es sabido) y no
de otra. El sistema más simple es colocando una bolsa de celofán protegiendo la flor un poco antes
de que se haya producido la maduración. De esta manera forzamos la autopolinización, impidiendo
que el polen de otras flores próximas alcancen sus partes femeninas y la fecunden accidentalmente,
o que sea invadida por algún insecto polinizador.
En determinadas ocasiones nos podemos encontrar con algún frutal o planta de flor que posea
determinadas propiedades, y que ha aparecido por casualidad en nuestro campo o huerto. Para
conservarlos no es adecuado recurrir a la reproducción por semillas; en este caso se debe utilizar la
multiplicación vegetativa, sea mediante esqueje, acodo, u otras formas de reproducción asexual.
(Véase el apartado sobre reproducción asexual). Este sistema aporta la seguridad de que se
conservará la semejanza con la planta original, evitándose los posibles "fallos" de transferencia
genética a los que tiende la reproducción por semillas.
Multiplicación de bulbosas
Las plantas bulbosas no deben reproducirse por métodos sexuales. Estas plantas suelen emitir
numerosos propágulos o yemas estoloníferas; cultivando los bulbillos para el engorde en un lugar
dispuesto a modo de semillero, podemos hacernos con una buena cantidad de semilla para repoblar
nuestro huerto o jardín siempre que lo deseemos.
Otra forma de reproducción asexual es la realizada mediante esporas, consistente en una serie de
células germinales que pueden desarrollarse si las liberamos en el medio adecuado, produciendo
individuos similares a aquellos de los cuales proceden; el ejemplo más significativo de esta forma de
reproducción es la utilizada por muchos hongos (setas, champiñón...), así como algunas algas.
Todas estas propiedades han sido más o menos aprovechadas desde la antigüedad por los
humanos para obtener la multiplicación de las plantas que les resultaban más útiles y beneficiosas.
Se distinguen tipos de reproducción asexual muy comunes en horticultura, agricultura y jardinería,
tales como las patatas a partir de los ojos; las fresas a partir de los estolones que emite la planta en
su avance sobre la tierra; los ajos a partir de los dientes; los champiñones a partir del micelio o
esporas; las rosas a partir de esquejes o estaquillas; etc.
Esquejes
Existen variadas especies vegetales que consiguen enraizar fácilmente a partir de una rama u hoja
cortadas, si se realiza esa operación en determinada época, medio, y con los cuidados adecuados;
éstas hojas o ramas seccionadas de una planta madre se denominan esquejes.
El esquejado es una actividad muy extendida entre los horticultores y jardineros, considerada
además una buena práctica de las técnicas agronómicas para obtener la multiplicación de aquellas
plantas de interés económico u ornamental. Como norma general, aunque los vegetales tengan la
capacidad de reproducirse mediante semillas, si pueden reproducirse vegetativamente, ésta suele
ser la forma más adecuada de conseguir su multiplicación.
Mediante el injerto y el estaquillado de esquejes podemos propagar aquellas plantas, frutales, etc.,
que no poseen semillas o que poseen determinados caracteres beneficiosos. Allí donde
encontremos un vegetal que ha conseguido desarrollar de forma arbitraria alguna característica
apreciable, puede ser multiplicado en muchas ocasiones con el sistema del esquejado.
Acodos
El acodo es un sistema de enraizamiento muy útil cuando se desea propagar especies difíciles por
otros métodos. Consiste en pelar la corteza en el extremo de una rama hasta llegar hasta la capa
denominada del xilema (vasos leñosos que transportan la savia) y así interceptar los nutrientes que
circulan por ella. A continuación se rodea esa zona desnuda con esfagnos (musgos típicos de las
turberas), y se cubre con plástico para mantenerlo compacto y evitar la pérdida de humedad. Tras un
tiempo, en el interior del musgo brotan raíces; cuando el volumen de raíces es suficiente se corta la
rama por debajo de la zona descortezada, y ya se puede plantar en una maceta o en el lugar del
jardín que hayamos decidido.
Órganos bulbosos
Muchas plantas ornamentales de gran belleza se reproducen mediante órganos subterráneos que
tienen la propiedad de vegetar, como los bulbos, cormos, rizomas, etc.
Los bulbos constan de un disco basal y una masa de hojas que envuelven y alimentan
vegetativamente una yema de tallo corto asomando por su ápice. La yema desarrollada puede
formar una nueva planta. Los bulbos pueden ser tunicados y escamosos; los primeros tienen bases
superpuestas de forma semejante a una cebolla; los segundos tienen bases imbricadas y carnosas.
Ejemplares de bulbos
Los pequeños brotes que emiten los bulbos pueden ser separados para la multiplicación de nuevas
plantas. Algunos bulbos, los llamados cormos, no están recubiertos de escamas, sino de hojas
secas, pero son físicamente muy parecidos. Otros órganos subterráneos, los rizomas, son en
realidad raíces que se desarrollan horizontalmente, y que presentan yemas susceptibles de dividir
para la reproducción. Algunas plantas bulbosas típicas son los narcisos, orquídeas, gladiolos y
tulipanes.
Clonados o cultivos de tejidos
Los cultivos de tejidos o clonados son técnicas de multiplicación vegetativa innovadoras. El proceso
consiste en preparar un líquido de sales y aminoácidos esenciales muy nutritivos en una solución
mucilaginosa de agar, que una vez esterilizado se reserva.
Los tejidos que deseemos cultivar deben proceder, preferentemente de las zonas vasculares de
raíces y tallos, pero libres de cualquier contaminación microbiana. Se cortan secciones de éstos y se
introducen en el medio líquido; se cierran y se dejan en lugar y ambiente controlado. Tras un tiempo,
se ha desarrollado un callo, el cual se corta en pequeños fragmentos (siempre en forma aséptica), y
se pasan a un medio rico en fitohormonas (auxina), las cuales estimulan la formación de raíces. Una
vez desarrolladas las raíces ya se pueden plantar en un lugar controlado, como un invernadero.
Injertos
Injertar es una operación consistente en implantar una rama joven provista de yemas (el llamado
injerto) de un vegetal determinado, en una hendidura que se practica en otro vegetal (el llamado
patrón o portainjerto), de tal manera que los tejidos de ambos queden en contacto formando una
unión los más perfecta posible.
Entre las utilidades de los injertos se pueden citar: revitalizar plantas viejas; multiplicar los brotes
sobre determinadas partes de un árbol; modificar el patrón en cuanto a las características de sus
frutos o floración; mejorar la resistencia en determinados ambientes; o simplemente asegurar la
reproducción de una planta o frutal que nos interesa conservar porque posee alguna característica
especial o deseable.
El éxito de un injerto radica en la afinidad de las partes que se ponen en contacto (injerto y
portainjerto o patrón), si ambos pertenecen a géneros botánicos muy diferentes es probable que
termine en fracaso. Por ejemplo, es posible injertar sobre un patrón de peral silvestre diferentes
variedades de peras, y tal vez como mucho nos encontrásemos con algún que otro problema de
adaptabilidad al clima del lugar que culminase en una mínima producción de alguna de ellas. Sin
embargo, conforme nos vamos desviando del género afín, nos veremos progresivamente con más
dificultades para conseguir que el injerto prenda.
Lo primero antes de realizar un injerto es dotarse de una navaja de injertar de acero bien templado y
muy afilada para asegurar cortes totalmente limpios. Para realizar el injerto tomamos una parte
llamada púa extraída de la planta que queremos propagar, y la introducimos en el portainjertos o
patrón de otra planta afín, es decir de la misma especie; en ésta es donde crecerá y se desarrollará
normalmente. Para tener éxito, además de algunos consejos que se verán más abajo en los distintos
tipos de injertos, hay que tener en cuenta que la púa debe estar en fase vegetativa, y el portainjertos
en fase de crecimiento. Es aconsejable utilizar fitohormonas (auxinas) que son hormonas vegetales
útiles para acelerar el proceso de soldadura de los injertos.
Yema o escudete
El injerto de yema o escudete consta de un portainjertos cortado por su extremo superior, y un injerto
de yema de medio centímetro de grosor con algo de corteza, extraído de una rama joven.
Injerto de yema o escudete: 1-Se extrae la yema;
2-Se realiza una incisión en la corteza del portainjeto
en forma de T; 3-Se abren los bordes del corte vertical
para introducir la yema; 4-Una vez introducida la
yema se ata con rafia evitando dañar el brote
Se practica descubriendo el patrón en aquella zona menos rugosa, practicándole un corte horizontal
de aproximadamente un centímetro; seguidamente, se realiza otro corte vertical hacia abajo
partiendo desde su punto medio no más de dos centímetros, mostrando un dibujo en forma de T.
Ahora, levantar cuidadosamente los bordes del corte vertical e introducir en su interior la yema,
sujetándola firmemente con rafia o caucho especial para esta labor, pero cuidando de no dañar el
brote. Retirar las ligaduras después de 15 días.
Injertos (continuación)
Inglés
Consiste en unir injerto y patrón mediante una serie de incisiones complementarias en ambos.
La primera medida que debemos observar es que tanto el injerto como la rama donde se vaya a
realizar deben ser del mismo diámetro, en otro caso los tejidos pueden no coincidir e impedir que
suelden adecuadamente; como norma general no elegir aquellos que superen los 10 mm. de
diámetro. Seleccionados el patrón y el injerto, debemos realizar un corte oblicuo en ambos; a
continuación se realiza otro corte longitudinal también en ambos; finalmente encajaremos las partes
firmemente atándolas con rafia u otra fibra vegetal adecuada para estas labores. No debemos
separar las ligaduras antes de que hayan transcurrido al menos 15 días.
Cañutillo
El injerto de cañutillo es una operación que requiere disponer un injerto y un patrón de similar
diámetro. Se trata de un injerto que, además de bastante eficaz, es sumamente estético, pues si ha
sido bien realizado apenas se distingue que la parte injertada no pertenece al tejido del portainjertos.
El objetivo consiste en cubrir el perímetro del tronco del patrón con un rodete de corteza con yema.
Para ello, se toma una rama con nudos cuyo diámetro sea igual que el portainjerto y se deja unas
horas en remojo para que ablande; posteriormente se hace un corte horizontal y circular sobre la
parte superior del nudo y otro sobre la inferior más o menos a 3 centímetros de distancia; se traza
otro corte vertical entre ambos cortes horizontales y se procede a extraer la corteza con cuidado.
Ahora, se realiza la misma operación sobre el portainjerto asegurándonos de que sea de la misma
altura (los citados 3 centímetros), y se extrae la corteza para dejarlo al desnudo. Seguidamente,
colocar la corteza del injerto sobre el tronco desnudo rodeándolo por completo y asegurarlo con rafia
al menos 15 días.
Corona o coronilla
Son injertos que se realizan introduciendo una o más púas entre la corteza y la albura del tronco del
portainjertos. Si se sitúa más de uno alrededor del tronco forman una especie de corona.
Cuña o hendidura
En estos injertos las púas tienen sus extremos afilados en forma de cuña, con objeto de poder
introducirlos en una hendidura realizada al efecto sobre el extremo del portainjertos. En éste se
pueden introducir más de un injerto (preferiblemente no más de tres) para asegurar que al menos
brote uno de ellos.
LA SEMILLA
a semilla es el embrión de la planta una vez ha alcanzado la madurez. Cuando la semilla es puesta
en un medio y condiciones adecuadas germina una planta (la plántula), que dará lugar a un nuevo
vegetal.
Este sistema de reproducción es sexual, pues la semilla es el producto de la unión del polen y el
óvulo; la planta resultante será diferente a la planta madre, y sólo los caracteres específicos y
varietales obtenidos de sus dos parentales se mantendrán. Únicamente en la reproducción asexual,
es decir, mediante la multiplicación vegetativa a partir de esquejes, injertos, acodos, división de
mata, etc., conservan caracteres idénticos a la planta madre.
Germinación y viabilidad
La germinación de las semillas tiene lugar cuando se dan determinadas condiciones. En general, es
preciso disponer de un suelo con pH, textura y estructura apropiadas, oxígeno, humedad,
temperatura e insolación, y otros parámetros como la fertilización y drenaje adecuados. Si las
condiciones de temperatura son extremas (excesivo frío o calor) se pierde capacidad de
germinación. En algunos casos es necesario que la semilla esté expuesta a la luz durante un tiempo
para que la germinación se produzca. Cuando el embrión comienza a desarrollarse se alimenta de
las reservas contenidas en los cotiledones, recibiendo después el alimento a través de las primeras
hojas que produzca; este embrión o planta incipiente se denomina plántula mientras dependa para
su desarrollo de los nutrientes contenidos en la semilla.
El poder de germinación de las semillas varía mucho de unas especies a otras; mientras que en
algunas dura escasos días después de su diseminación, otras pueden conservarlo latente a lo largo
de varios años (en algunos casos hasta miles de años). Así, las semillas del sauce pierden todo su
poder de germinación a los pocos días de desprenderse del árbol; y en el caso de una ninfeácea
como es el loto blanco de Oriente (Nymhpaea lotus), se ha demostrado que puede germinar después
de 3.000 años.
Algunas semillas, como las del loto blanco
(Nymhpaea lotus), conservan su poder de
germinación incluso después de 3.000 años
Es necesario respetar el periodo de viabilidad de cada especie, ya que sólo así se garantizará la
producción de plantas fuertes y sanas. Las semillas que se distribuyen comercialmente suelen estar
sujetas a determinadas leyes de calidad y pureza en cada país; los análisis y controles de viabilidad
(índices de viabilidad), permiten establecer una garantía porcentual de que determinados lotes de
semillas serán viables, y que no diferirán de la variedad deseada.
Periodo de descanso
El periodo de descanso de una semilla, como ya se dijo, es una fase que muchas semillas precisan
superar después de desprenderse de la planta parental antes de que se encuentren en condiciones
de germinar. En ocasiones se confunde este término con la falta de viabilidad, pues mientras la
semilla no supere el periodo de descanso será obviamente inviable. En las orquídeas, por ejemplo,
las semillas no germinan mientras no completen su maduración.
En algunas semillas, debido a la dureza de su cáscara, el periodo de descanso cubre lo que tarda en
pudrirse o ablandarse ésta y penetrar el oxígeno y el agua en su interior. Los periodos de descanso
en estas semillas que poseen embrión bien desarrollado se pueden acortar artificialmente, sea
sumergiendo las semillas en agua previo a la siembra para que se ablande, introduciéndola en el
congelador durante unas horas, o sometiéndolas a algún ácido abrasivo.
Siembra
La época de siembra depende de las condiciones meteorológicas del lugar, especialmente las
relativas a temperatura y humedad, y las características biológicas de la especie que deseamos
producir. Las estaciones típicas de siembra son primavera y otoño, pero deberán seguirse las
instrucciones que acompañan a las semillas para determinar los meses más adecuados a las zonas
correspondientes.
Los procedimientos de siembra más habituales son a voleo, esparciendo las semillas con la mano de
forma regular sobre una superficie; a chorrillo, enterrándolas a lo largo de una línea sin solución de
continuidad.; y a golpes, situando cada semilla (o grupo de semillas) a la distancia de su marco de
plantación, es decir, enterrándolas en cada uno de los vértices creados por líneas entrecruzadas
formando cuadrados. La distancia del marco de plantación se dispone con objeto de que la planta,
durante su desarrollo, no invada el marco de otra planta adyacente limitándose mutuamente en el
crecimiento normal. En determinadas especies se aconseja enterrar hasta 3 o 4 semillas por cada
golpe, ejemplo de las leguminosas, asegurándose así la germinación de al menos una plántula;
posteriormente se realiza un aclareo para dejar sólo una planta por marco.
Todas las operaciones de siembra en el lugar en que crecerán definitivamente las plantas se
denominan de siembra directa; si la zona de cultivo es de gran extensión se suelen utilizar métodos
mecánicos, mediante sembradoras que van soltando la semilla a distancias regulares, para
posteriormente ser tapadas por un apero unido a su extremo posterior.
Las semillas que se siembran en semillero suelen disponerse muy juntas sin atender a un estricto
marco de plantación, pues nunca alcanzarán su total desarrollo en ese mismo lugar, sino que se
trasplantarán posteriormente al terreno de asiento. En los recipientes dispuestos como semilleros la
siembra se realiza a mano, enterrando las semillas a una profundidad máxima del doble de su
longitud.
Antes de la germinación se debe cuidar la humedad y temperatura; en ocasiones será útil colocar un
cristal sobre el semillero para que el efecto invernadero favorezca el proceso; el encharcado siempre
es perjudicial. Aunque depende de la especie, en general ya se puede realizar el trasplante cuando
la plántula tenga entre 7 y 10 cm. de tallo.
a mejora vegetal aplica los principios de la genética para producir cultivos agrícolas o de jardinería
con características más deseables, tales como mayor resistencia a las enfermedades, mejores
valores nutricionales, sabores más agradables e intensos, mayor rendimiento, etc. Industrialmente,
también se valora la mejora vegetal en aquellas características que afectan al almacenamiento y el
transporte.
Con la llamada Revolución Verde, que se desarrolló entre la década de 1960 y 1970, la mejora
vegetal se intensificó notablemente, influenciada especialmente por la demanda procedente de los
países en vías de desarrollo.
Antecedentes históricos
Los antecedentes sobre mejora de vegetales se remontan al neolítico. En ese periodo, los
cazadores-recolectores que iban dando paso a incipientes campesinos, ya seleccionaban aquellas
plantas mejores o con frutos más grandes, reservando sus semillas para sembrarlas en la temporada
siguiente.
Fue a raíz de los trabajos sobre la herencia genética por el monje agustino austriaco Gregor Mendel,
en 1865, en que se desvelaron los fundamentos de la genética para dar un impulso definitivo a esta
ciencia, y especialmente en lo que respecta a la mejora vegetal. A partir de entonces la mejora
vegetal se fue perfeccionando permitiendo a los especialistas obtener productos de gran calidad,
pero sobre todo previsibles, al basar la producción en sólidos fundamentos científicos que con
anterioridad estaban limitados a simples actividades empíricas, es decir, basados únicamente en el
ensayo y el error.
Hoy en día, se utilizan variados métodos para la producción de nuevas y mejores variedades.
Básicamente, se pueden reducir a tres: selección, hibridación y aprovechamiento de aquellas
mutaciones que se manifiestan de forma natural y espontánea.
La selección natural, tanto vegetal como animal, no es más que un proceso de mejora genética que
la naturaleza realiza a lo largo de numerosas generaciones. Este principioya fue enunciado por
Charles Darwin en 1859 mediante su teoría de la evolución de las especies, por la cual la selección
natural es una consecuencia de la lucha de los seres vivos por la propia existencia, lo que da lugar a
la supervivencia de aquellos más aptos; estas características son así transmitidas a los
descendientes, que obtienen mejoras genéticas para enfrentarse a la vida en condiciones más
favorables.
El principio de la selección
natural ya fue enunciado en
1859 por Charles Darwin en su
teoría sobre la evolución de las
especies
La mejora vegetal fruto del proceso de selección natural es muy largo y resultado de numerosas
incidencias bióticas, abióticas y de azar, entre otros parámetros, pero con resultados sólo útiles para
el sostenimiento de la propia vida del vegetal en el medio en que se desarrolla, de ahí que las
posibles ventajas para los humanos resulten sólo como fruto de la casualidad. El hombre ha
conseguido acelerar el proceso de mejora y selección natural mediante selección artificial, pero
inclinando los resultados en dirección a la obtención de su propio beneficio, seleccionando aquellas
plantas deseables por determinadas características, y desechando otras.
La selección artificial
En la selección artificial se eligen aquellos individuos progenitores cuyo fenotipo es más favorable.
En una misma especie, los individuos presentan una amplia variabilidad genética heredada de sus
parentales, el proceso de mejora consiste en seleccionar aquellos que dispongan de caracteres
deseables en el mayor grado posible desechando los de grado menor, para posteriormente repetir la
operación durante varias generaciones hasta alcanzar las expectativas de mejora deseadas.
Hibridación
Los híbridos suelen mostrar mayor vigorosidad que los parentales, lo que da lugar a un mayor
rendimiento. Este fenómeno ha sido aprovechado en la producción a gran escala de determinados
cultivos de cereales de gran importancia económica, tales como el maíz, aunque también es
apreciable la contribución que las semillas híbridas han supuesto en numerosas variedades de
hortalizas y plantas ornamentales.
Retrocruzamiento
Si hablamos de hibridación no podemos pasar por alto el tema de la mejora vegetal por medio de la
manipulación genética, lo que se ha venido en llamar organismos geneticamente modificados (OGM)
u organismos transgénicos.
Mutaciones
Las mutaciones son cambios producidos espontáneamente en uno o más caracteres hereditario de
una planta. Aunque son fortuitas, se manifiestan generalmente por efecto de algún agente externo
físico, químico o biológico. En general las mutaciones son perjudiciales, pero puede ocurrir que en
una planta mutante el carácter surgido sea deseable, como el desarrollo de frutos grandes, colores
llamativos, etc., en cuyo caso puede propagarse normalmente mediante reproducción asexual para
conservar sus características, o también utilizarse para incorporar ese carácter a otras variedades
mediante la técnica de retrocruzamiento.
Normalmente, las mutaciones son debidas al cambio de un único gen, fenómeno que es
aprovechado especialmente en las plantas ornamentales para producir nuevas variedades de
colores, olores, o formas especiales, como las enanas, lloronas o doble flor.
MALAS HIERBAS
El control de las malas hierbas es una actividad fundamental en agricultura y jardinería, si deseamos
obtener frutos y rendimientos adecuados.
Las malas hierbas que proliferan en los campos de cultivo suelen frenar el normal crecimiento de las
plantas herbáceas, y complican el mantenimiento de las tierras de pastos.
Antecedentes históricos
Históricamente, y hasta mediados del siglo XX, las labores de control de las malas hierbas se han
realizado siempre a mano, mediante la azada o arando el terreno; cualquiera de esos métodos
resultan laboriosos y económicamente poco rentables. Si se labra la tierra profundamente para
enterrar las malas hierbas, se corre el riesgo de enterrar también demasiado la capa de tierra más
fértil, lo que obliga a añadir fertilizantes encareciendo los trabajos de cultivo.
Hasta mediados del siglo XX el control de las malas hierbas era una labor que debía ser realizada siempre a mano
A partir del año 1940 se comenzaron a sintetizar los primeros herbicidas, lo que supuso toda una
revolución en la lucha contra las malas hierbas, reduciéndose notablemente la mano de obra y
multiplicándose los rendimientos, especialmente en las explotaciones intensivas. Hoy en día existen
herbicidas muy desarrollados, de amplio espectro y selectivos de gran eficacia.
Los herbicidas
Los herbicidas son sustancias químicas que permiten destruir las malas hierbas, o influir en su
crecimiento de forma que no supongan un perjuicio para las otras plantas que interesa cultivar.
Los primeros herbicidas que se emplearon fueron de origen mineral; se distinguen los de clorato de
sodio, ácido sulfúrico, sulfato de hierro y sulfato de amonio. Posteriormente se desarrollaron
herbicidas orgánicos procedentes de sintetizar hormonas vegetales, las cuales pueden ser
absorbidas por las hojas alterando su desarrollo. Otros herbicidas derivados de la urea tienen la
propiedad de paralizar la fotosíntesis y destruir las raíces.
Los herbicidas han supuesto una verdadera revolución en la lucha contra las malas hierbas,
especialmente en la agricultura intensiva, multiplicándose los rendimientos y reduciéndose notablemente
la mano de obra
Los herbicidas pueden ser, según su acción, de contacto cuando producen quemaduras en las hojas,
y sistémico o traslativos cuando son absorbidos por el sistema foliar o radicular de la planta. Según
el ámbito de su acción pueden ser totales, cuando actúan sobre cualquier tipo de vegetación, y
selectivos cuando actúan sólo sobre determinados tipos de plantas respetando otras que se
encuentran en el mismo entorno. Los herbicidas selectivos son muy apreciados por los agricultores y
jardineros, entre ellos se encuentran los que permiten el control de muchas monocotiledóneas de
cultivo muy extendido, como las gramíneas (trigo, centeno, avena, etc.), impidiendo el crecimiento de
otras plantas indeseables. Muchos herbicidas permiten graduar el nivel de selectividad con respecto
a las plantas que afectan o no, simplemente regulando el volumen de producto aplicado a la
superficie a tratar y la estación del año en que se aplica.
Existen herbicidas de amplio espectro, como los sintetizados a base de glifosato, que permiten
controlar numerosas formas vegetales. Su aplicación en las hojas aprovecha el efecto de la
fotosíntesis para destruir las raíces. Algunos permiten esterilizar el terreno y retrasar la aparición de
las malas hierbas.
n el uso de los herbicidas hay que atenerse siempre a las instrucciones del fabricante. En
la etiqueta indicara generalmente la dosis, estación del año de aplicación, características
de la acción que realiza, concentración y persistencia, y otras recomendaciones. Algunos
herbicidas son poco persistentes, y ecológicamente los más apreciados en agricultura y
jardinería, lo que quiere decir que actúan rápidamente controlando las malas hierbas y
descomponiéndose en unos pocos días o semanas; esto significa un escaso impacto
ambiental y en los suelos por su pronta desaparición. Los herbicidas persistentes controlan las malas
hierbas por más tiempo, algunos incluso más allá de tres meses, pero son menos apreciados desde
un punto de vista ecológico y de la agricultura biológica.
Habitualmente, los herbicidas agrícolas se presentan en forma líquida, con objeto de pulverizarlos
sobre las hojas mediante una máquina de sulfatar; también se aplican directamente en el suelo
cuando está indicado antes de que germinen las plantas. Otros herbicidas, más utilizados en
jardinería y para el mantenimiento del césped, suelen presentarse en forma granulada para añadir a
los fertilizantes.
Controles biológicos
El control biológico de las malas hierbas es una forma ecológica y habitualmente eficaz de luchar
contra ellas. En algunas ocasiones es además muy contraproducente utilizar herbicidas, como es en
el caso de superficies en desnivel y sujetas a escorrentías, pues la vegetación que sostiene las
tierras con sus raíces, tras su eliminación dejará el terreno desnudo y a merced de la erosión, con el
riesgo que ello conlleva de desplazamientos o corrimientos del terreno.
La cobertura con plásticos negros es un método muy utilizado en jardinería para evitar la proliferación de las malas
hierbas
Los acolchados también son métodos útiles para impedir la germinación de las malas hierbas,
aunque más adecuado en jardinería que en agricultura. Consiste en cubrir la tierra alrededor de las
plantas o arbolillos mediante cortezas trituradas de pino, aserrín o gravillas. Tanto las malas hierbas
gramíneas como las plantas de hoja ancha quedan muy limitadas en su crecimiento con este
método; además, es una forma muy eficaz de preservar la humedad del suelo y evitar su
evaporación.
PLAGAS
En agricultura las plagas no son un tema menor, y pueden ser causa de graves daños en las
cosechas o terminar destruyendo toda una producción. Un adecuado control de las plagas, además
de regular determinados ciclos biológicos dañinos para los cultivos, permite optimizar las tierras
agrícolas y obtener mejores rendimientos, no obstante, en términos ecológicos, es importante valorar
las consecuencias que determinados productos pueden acarrear para las cadenas tróficas y la salud
humana.
Hoy en día, la inmensa mayoría de la población mundial depende de los productos agrícolas para su
subsistencia, y poco más de una docena de cultivos constituyen alimentos básicos en determinados
países. Esto da idea de la importancia de este sector y la necesidad de contar con métodos que
garanticen el control de las plagas, al tratarse de una fuente de abastecimiento vital para gran parte
de la humanidad. A pesar de todo, más de una tercera parte de las cosechas anuales se pierden en
todo el mundo por efecto de las plagas, e incluso llega en ocasiones a suponer la mitad de todas las
producciones.
En agricultura, las plagas pueden ser causa de graves daños en las
cosechas o destruir toda una producción
Los efectos destructivos de las plagas comienzan desde el mismo momento de la siembra, continúan
durante el desarrollo de las plantas, y van incluso más allá tras la recolección y posterior
almacenamiento. Los agentes causantes de los estragos son, fundamentalmente, los insectos,
enfermedades por microorganismos, roedores y aves.
Para hacer frente al desafío que suponen las plagas para la agricultura mundial, se han desarrollado
técnicas específicas de lucha, que se engloban en métodos de carácter químico y biológico.
Plaguicidas
Los campos más importantes de los plaguicidas, además de los herbicidas ya citados (véase el
artículo Malas hierbas), son los fungicidas y en menor medida los insecticidas.
Insecticidas
Los insecticidas son sustancias químicas formuladas para la eliminación de insectos. Se trata de un
sector que ha causado gran alarma en el pasado por sus efectos medioambientales, y en la
capacidad para eliminar insectos útiles de forma indiscriminada, como las abejas, resultado de la
utilización de organoclorados, hoy en día muy controlados o prohibidos en muchos países.
El sector de los insecticidas ha causado gran alarma en el pasado por sus efectos medioambientales, y en la
capacidad de eliminar los insectos de forma indiscriminada, como las abejas
Los insecticidas, según su forma de actuar sobre el insecto, se clasifican en: de contacto, de
ingestión, sistémicos, de inhalación o asfixiantes, y de atracción y repulsión. También existen
insecticidas mixtos de doble o triple acción.
Los insecticidas de contacto conforman un grupo muy variado. Actúan por obturación de los
estigmas traqueales del insecto (que desemboca en la asfixia), o inhibiendo el sistema nervioso. Se
fabrican con numerosas sustancias; algunos tienen origen vegetal, como la nicotina; otros están
compuestos por aceites clorados o fosforados.
Los insecticidas de ingestión, también llamados de acción toxicoestomacal, actúan sobre el aparato
digestivo produciendo el envenenamiento. Están indicados para combatir los insectos masticadores,
como las orugas consumidoras de hojas. Se fabrican con sustancias fluoradas o arsenicadas.
Los insecticidas sistémicos, llamados también endoterápicos por su acción interna, tienen la
propiedad de ser absorbidos por las plantas, pasando a la savia a través de la epidermis de las
hojas, flores, tallos o raíces. Al envenenar la savia mata los insectos cuando se alimentan de la
planta, pero no le causan perjuicio alguno a ésta. Está indicado para combatir insectos chupadores
como los pulgones. La mayoría de estos insecticidas son compuestos fosforados.
Los insecticidas de inhalación o asfixiantes, algunos muy conocidos en el ámbito doméstico, son
también llamados insecticidas gaseosos o fumigadores. Actúan a través del aparato respiratorio del
insecto. Se fabrican con sustancias como la nicotina y el sulfuro de carbono.
Fungicidas
Los fungicidas son productos químicos formulados para combatir los hongos parásitos. Existen
variados productos para este fin, pero el más empleado universalmente es el sulfato de cobre, que
puede presentarse bajo diversas formas.
Las enfermedades por hongos patógenos son numerosas, y atacan normalmente los viñedos y
cereales de grano. En la actualidad, la enfermedad fúngica más importante que se conoce es el
mildíu pulverulento (Erisyphe graminis), capaz de atacar a múltiples tipos de plantas además de las
citadas gramíneas; cada año causa numerosas pérdidas económicas en los cereales; el tizón del
maíz es un ejemplo típico. Otras plagas fúngicas como las de Pyricularia oryzae y Pellicularia sasakii
(roya del arroz), son temidas en las regiones asiáticas ya que en esas zonas este cereal constituye la
base de la alimentación.
Controles biológicos
Desde un punto de vista biológico, la gestión integrada de plagas permite reducir drásticamente los
controles químicos, en favor de la unificación de varios métodos de control. Se distinguen la rotación
de cosechas, cultivos de determinadas variedades resistentes, y empleo de pesticidas en cantidades
muy pequeñas y aplicadas en su momento justo, con objeto de obtener mejores rendimientos con los
mínimos costes ecológicos.
Los pulgones son, sin duda, una de las plagas más frecuentes en agricultura y que a mayor número
de plantas atacan.
Se distribuyen y alimentan de numerosas especies, pues aparecen en las hortalizas, en los frutales,
en las plantas de jardín, o en plantas industriales como el algodón, la remolacha, etc.
Descripción
Los pulgones son insectos chupadores. Tienen un largo pico articulado, que lo clavan en las partes
tiernas de las plantas y con el que chupan los jugos vegetales.
Existen individuos con alas y otros sin ellas. En los pulgones alados, las alas del primer par son más
grandes que las del segundo. El tamaño es muy variables también, pues los más pequeños miden
0,5 milímetros, mientras que los mayores llegan a 6 milímetros. Su color puede ser amarillo, rojo,
verde, gris, achocolatado, etc. En la parte terminal del abdomen llevan todos ellos dos tubitos,
llamados sifones. Expulsan los pulgones una sustancia pegajosa y azucarada que impregna la planta
atacada, llegando en algunos casos a ser tan abundante que escurre al suelo.
Desarrollo
El desarrollo de los pulgones es muy complicado. Las diversas fases por las que pasan y las
diferentes formas que adoptan, hace, a veces, que no parezcan pulgones. Varía mucho el desarrollo
de unas especies a otras, pero de una manera general puede resumirse como sigue:
En la reproducción de estos insectos alternan las generaciones sexuadas con aquellas en las que no
hay diferenciación de sexos. En otoño aparecen los pulgones sexuados; en esta generación los
machos suelen tener alas y las hembras no. La hembra deposita los huevos, llamados huevos de
invierno. Cada hembra pone muy pocos huevos, a veces uno solamente. Este huevo permanece
como tal hasta la llegada de la primavera y entonces aviva y produce una hembra, denominada
hembra fundadora, que es la que dará origen a toda la generación. Esta hembra fundadora carece
siempre de alas, y produce nuevos pulgones sin necesidad de ser fecundada por un macho. Los
pulgones que nacen de la hembra fundadora suelen ser también hembras sin alas y de reproducción
partenogenética, es decir, que dan descendencia sin que las fecunden pulgones machos; sin
embargo, entre ellas suele salir alguna que tiene alas y que es la encargada de extender la plaga a
cultivos próximos. Durante el año se producen varias generaciones, así se explica su rápida
propagación.
Al llegar el otoño se producen hembras aladas, que, sin ser fecundadas por machos, ponen huevos
de los que salen machos y hembras. Una vez aparejados estos pulgones sexuados, las hembras
ponen el huevo de invierno para empezar de nuevo el ciclo de primavera.
Daños
Podemos considerar que los pulgones causan dos clases de daños: Unos directos y otros indirectos.
Los pulgones suelen localizarse en el envés de la hoja, donde, al clavar el pico y provocar la salida
de savia, producen una detención de la vegetación y como consecuencia de ello se abarquilla la
hoja. Si el ataque es muy fuerte puede ocasionar la muerte de la planta.
La salida de la savia y la producción de sustancia pegajosa por parte de los pulgones ponen a la
planta atacada en excelentes condiciones para ser asiento de hongos, que encuentran allí un
magnífico medio para su desarrollo.
Medios de lucha
Se pueden combatir estos insectos empleando insecticidas de diversos tipos, y también por medio
de los enemigos naturales que tienen.
Existen varios tipos de insecticidas, algunos ya despreciados por su toxicidad y posibilidad de afectar
a las cadenas tróficas.
Insecticidas de contacto
Nicotina.- Se puede utilizar el jabón nicotinado a la dosis de 50 gramos de nicotina y 500 gramos de
jabón de potasa blanda por cada litro de agua. También se puede utilizar un preparado comercial
disolviendo en 100 litros de agua la cantidad que se recomienda en el envase. Este tipo de
insecticida tiene el inconveniente de que sólo mueren los pulgones que son tocados por el líquido; el
resto no es afectado. Por ello, y porque la nicotina es muy tóxica, este productos son poco utilizados.
Clorados.- Entre todos los insecticidas clorados existentes en el mercado, sólo puede recomendarse
el lindano en emulsión o en polvo; el DDT, que demostró gran eficacia en el pasado es un producto
prohibido en la actualidad, y no puede ser aplicado en cultivos destinados a la alimentación del
hombre o de los animales.
Insecticidas fosforados
En los casos de los pulgones recubiertos por sustancias céreas o lanosas puede recurrirse a los
fosforados de baja toxicidad, como son el malatión, fenitrotión, etión, o a otros más tóxicos pero con
las debidas precauciones, tales como el diazinón o el fosalone. Estos insecticidas, aunque no son
sistémicos, son penetrantes y actúan tanto por contacto como por ingestión.
Al usar estos insecticidas deben guardarse exactamente las indicaciones que dan los fabricantes de
los productos, en todo lo referente a la dosis y plazo que debe de mediar entre el tratamiento y la
recolección del fruto. También debe de tenerse en cuenta que existen en el mercado insecticidas
fosforados que no pueden ser utilizados en aquellas plantas y frutos que van a utilizarse para
consumo humano o de los animales.
Insecticidas sistémicos
Este tipo de insecticidas son sumamente interesantes para la lucha contra los pulgones porque, al
ser absorbidos por las hojas, quedan incorporados a la savia, y por lo tanto ésta queda envenenada
y los insectos mueren al chuparla. Cuando se emplean insecticidas sistémicos no importa, por
consiguiente, que los pulgones estén recubiertos de sustancias que puedan protegerlos, como
sucede en el caso de los insecticidas de contacto.
El inconveniente de estos insecticidas es que suelen ser muy tóxicos para los humanos o los
animales, y por ello no pueden utilizarse más que en plantas industriales y en frutales, pero con gran
precaución y siguiendo estrictamente las normas dadas en las etiquetas.
Algunos de los principios activos utilizados en los insecticidas sistémicos son el metasystox, ekatín,
rogor, kilval, anthío, etc., utilizados en variados preparados comerciales como el metil-demetón,
tiometón, dimetoato, vamidotioón, formotión, y el sayfos; este último producto, que es comercializado
como aziditión, es uno de los insecticidas sistémicos menos tóxicos autorizado en diversos cultivos.
Nota.- Todas estas referencias comerciales son para España y pueden resultar desconocidos en
otros países.
Lucha biológica
El método biológico de combatir los pulgones consiste en aprovechar la gran cantidad de enemigos
naturales que tienen. Así, por ejemplo, los Coccinélidos, entre los que se encuentran la popular
"mariquita" (Coccinella septempunctata) o "vaquita de San Antón", son enemigos feroces de los
pulgones, por ello no deben eliminarse estos insectos. En cambio, conviene desterrar la creencia de
que las hormigas son enemigas de los pulgones, pues ocurre precisamente todo lo contrario, ya que
son sus cuidadoras y se encargan de trasladarlos de unas plantas a otras.
Otro caso de lucha biológica es el empleo del insecto Aphelinus mali, útil para combatir el pulgón
lanígero del manzano. Algunas estaciones de fitopatología distribuyen colonias de estos insectos
beneficiosos entre los agricultores que lo solicitan.
Mosca de las frutas
l insecto adulto es una mosca de tamaño algo menor que el de la mosca doméstica. Su cuerpo es de
color amarillo, con manchas negras, presentando sus alas unas irisaciones típicas y zonas
anaranjadas y oscuras. Sus patas son también amarillas. Las larvas, impropiamente llamadas
"gusanos", son blancas y carecen de patas.
Llegan a alcanzar en su mayor desarrollo 7-8 milímetros de longitud y son las causantes de los
daños en los frutos. El ataque se denomina "agusanado" en muchas regiones de España, y puede
tener lugar sobre cerca de un centenar de especies de frutos distintos. No obstante, el fruto que
prefiere sobre todos es el melocotón.
Daños
La hembra deposita sus huevos bajo la epidermis del fruto cuando éste está en suficiente estado de
madurez. De aquéllos nacen las larvas que, alimentándose de la pulpa del fruto, terminan por
licuarla, destruyéndola prácticamente. Si las condiciones de temperatura son favorables y las
moscas encuentran alimento abundante y frutos en los que efectuar las puestas, pueden sucederse
hasta siete generaciones dentro del mismo año. Este caso se da con frecuencia en en el Levante y
Sur de España. Si no se combate, cada generación sucesiva incrementa el número de insectos
hasta convertirse en una plaga asoladora, perdiéndose la cosecha de frutos.
Tratamiento
Los procedimientos de lucha más adecuados contra la mosca de las frutas son los siguientes:
Frascos cazamoscas
El líquido atractivo más recomendado para emplear en ellos es una solución acuosa de fosfato
amónico al 2 por 100. Generalmente, sólo es necesario renovar el líquido una vez durante la
temporada de ataque. En árboles pequeños basta un mosquero, y dos en los de mayor tamaño,
colgados en la parte orientada al mediodía.
Detalle de un frasco cazamoscas
Deben quedar protegidos del sol por el follaje, para que la evaporación no sea muy rápida. La
colocación de los mosqueros debe comenzar por lo menos en marzo o abril en frutales tempranos,
conviniendo mantenerlos mientras exista fruta en los árboles.
Pulverizaciones
Entre los insecticidas empleados, el clásico D.D.T. tan utilizado masivamente en otros tiempos, es
reconocido como muy peligroso para tratar vegetales cuyos frutos serán consumidos finalmente por
los humanos o animales; en su lugar existen modernos insecticidas en el mercado mucho menos
tóxicos e igualmente eficaces. En cualquier caso, las aplicaciones deben realizarse con el fruto aún
verde, poco antes de iniciarse el período de maduración, cuando han alcanzado el tamaño definitivo.
Por lo general será suficiente dos tratamientos.
Cebos envenenados
Es también útil el empleo de insecticidas fosfóricos en forma de cebo, pulverizando solamente una
rama orientada al mediodía. Una fórmula que se ha demostrado eficaz es el de un cebo a base de
600 gramos de emulsión de Lebaycid (50%); 4 gramos de melaza de azucarería; y 100 litros de
agua. La melaza puede sustituirse también por azúcar. El Lebaycid debe manejarse con precaución,
sobre todo el producto concentrado, y los frutos no deben consumirse hasta pasadas, por lo menos,
tres semanas desde el tratamiento. Este método se puede complementar empleando mosqueros,
debiendo comenzar los tratamientos al observarse la presencia de moscas capturadas en aquéllos.
Otras medidas
Como medidas complementarias en la lucha contra la mosca de las frutas son muy importantes las
siguientes:
Recoger frecuentemente las frutas atacadas, tanto del suelo como del árbol
Enterrar las frutas atacadas en un hoyo, por lo menos a medio metro de profundidad, con cal
viva.
Destruir en igual forma los frutos infectados al hacer la recolección, no debiendo darse los
mismos al ganado.
En árboles de fruto tardío que hayan tenido ataque, remover la tierra en toda la zona de goteo
para destruir los insectos en su estado invernante.