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LA PELIGROSA IDEA DE HARVEY

Una invitación a la lectura de “La Circulación de la Sangre” de Thomas Wright

La historia del mundo es la historia de las ideas. A los que piden reducir la tradición de

occidente a una serie de guerras y de tratados, reservando para la vida intelectual un papel

insignificante y, a lo sumo, decorativo, podemos replicar, con Jacques Barzun, que toda

revolución está siempre animada por una idea. Debemos más a Lutero que a Carlos V, al

Cándido de Voltaire que a la guillotina de Robespierre.

Cuantos más efectos colaterales tiene una idea mejor percibimos su importancia. La imagen

cardinal de los últimos 200 años, la evolución por selección natural, según figura en El Origen

de las Especies de Charles Darwin, nos sorprende por sus muchas implicaciones. Ni la biología,

la filosofía, la teología o la metafísica quedan indemnes después de ella. La peligrosa idea de

Darwin, como la llama, y con razón, Daniel Dennett, “… unifica la esfera de la vida, su

significado y su propósito, con la esfera del espacio y el tiempo, de la causa y del efecto, de los

mecanismos físicos y las leyes que los rigen”1.

¿Tendrá la historia de la medicina una idea tan fértil, una que haya influido a otras disciplinas

con la misma fuerza provocadora? Una buena candidata a este lugar de honor es la idea de la

circulación de la sangre.

Las vidas de Charles Darwin y William Harvey, el hombre que planteó por primera vez el

prodigio circulatorio, podrían contarse a la manera de Plutarco, corriendo paralelas como dos

ríos lejanos. El primero intentó hacerse médico en Edimburgo, el segundo lo consiguió en

Padua, de la mano inmortal de Fabricio. Ambos temieron a las consecuencias de sus ideas:

Darwin postergando veinte años la publicación de El Origen por miedo a sancionar la “muerte

de Dios”, Harvey negándose a que su descubrimiento echara por tierra los saberes de

1 Dennett, D. La Peligrosa Idea de Darwin. Evolución y significados de la vida. Barcelona. Círculo de Lectores. p. 23.
Aristóteles, cuya autoridad reverenciaba. Darwin, que se decía un naturalista, más afín a

observar que a inventar teorías, acabó haciendo la más ambiciosa de las conjeturas. Harvey, que

aspiraba encontrar en el cuerpo disecado una prueba de la teleología en el mundo, terminó

demoliendo el fortín de las causas finales de la filosofía tradicional.

El libro La Circulación de la Sangre de Thomas Wright, permite asomarnos al genio de

William Harvey a la par que se comprende el contexto médico y cultural que lo vio nacer, su

mirada particular de las relaciones entre el macrocosmos o el universo físico, y el microcosmos,

que representa el cuerpo, o sus nexos con la nueva filosofía mecanicista que la modernidad

vería brotar del genio de Descartes. Laín Entralgo acertó al describir a Harvey como un héroe

jánico, en alusión al dios bifronte de la mitología romana cuyas dos caras miran a lados

opuestos de su perfil. Wright nos muestra, precisamente, cómo este hijo de un granjero de Kent

bebió de los comienzos de la anatomía comparada, de las revoluciones de Vesalio y Galileo,

pero trató también de encontrar en la fisiología una confirmación de los viejos filósofos.

Harvey fue, al mismo tiempo, pionero de la vivisección animal con propósitos médicos y

admirador ferviente de las fuentes clásicas, tanto que en su texto capital, De Motu Cordis,

utiliza un argumento tomado de los Meteorológicos de Aristóteles para justificar su idea de que

la sangre circula. Estas aparentes contradicciones, antes que demeritar su genio, humanizan a

un médico eterno que, en medio de las vacilaciones que siempre acompañan la honestidad

intelectual, fue capaz de descubrir una idea cuyas consecuencias nos siguen iluminando.

Así como la evolución de Darwin ha contribuido, más allá de las ciencias naturales, a una

nueva comprensión de la psicología, la medicina o la política, podemos decir que la idea de

Harvey tuvo efectos tan inesperados como promover la higiene en la sucia Europa del siglo de

las luces para permitir la “circulación del aire”, servir a teorías como la de Adam Smith

cimentada en que una mayor “salud económica” dependía de la “circulación del capital”, e

influir en la arquitectura de las urbes contemporáneas, con calles de una sola dirección, como
venas y arterias, donde la planificación urbana se guiaba por los principios de la mecánica

sanguínea. En palabras de Richard Sennett: “El descubrimiento de Harvey y su modelo de

circulación de la sangre creó el requisito de que el aire, el agua y los productos de desecho

también se mantuvieran en movimiento”2. Desde las aulas de fisiología básica hasta las salas de

cirugía, atravesando las calles de nuestras ciudades modernas, no hacemos más que ver las

consecuencias de una idea médica revolucionaria. Esta es la peligrosa idea de Harvey.

Si el lector quiere una biografía completa, documentada y emocionante del hombre que trazó

esta imagen sin parangón, hará bien en leer el libro de Thomas Wright, que hoy quiero

recomendarle.

LA CIRCULACIÓN DE LA SANGRE

THOMAS WRIGHT
2017
Editorial: FONDO DE CULTURA ECONÓMICA (MÉXICO)

Julián D. Bohórquez Carvajal


Médico Cirujano. Mg. en Filosofía. Catedrático de posgrado Universidad de Caldas.

2Sennett, R. Carne y Piedra. El cuerpo y la ciudad en la civilización occidental. Alianza Editorial. Madrid. 1997. p. 283
– 284.

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