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Афанасьев, А. Н. (1984): Народные русские сказки. Москва: Издательство «Наука»1
(Trad. Laura Rodríguez Frías).
131.— Frolka-el-sentado
Érase una vez un Zar que tenía tres hijas tan bellas que ni en los cuentos tal hermosura se ha descrito, ni
pluma alguna ha osado describir. Adoraban pasear por las tardes en su delicioso y gran jardín, sobrevolado en
ocasiones por una serpiente del mar negro. Un día las hijas del Zar se entretuvieron en el jardín contemplando las
flores y la serpiente las raptó y se las llevó volando en sus alas de fuego. El Zar esperaba y esperaba a sus hijas,
¡pero no aparecían! Envió a las criadas a buscarlas al jardín, pero todo fue en vano; las criadas no encontraron a
las zarinas. A la mañana siguiente el Zar expresó su preocupación ante mucha gente allí reunida y entonces dijo:
«A quien encuentre a mis hijas le daré tanto dinero como solicite».
Tres voluntarios fueron elegidos para la misión: un soldado borracho, Frolka-el-sentado y Yerioma.
Hablaron con el Zar y acordaron ir en busca de las zarinas. Caminaron y caminaron y llegaron a un espeso y
denso bosque. Tan pronto como entraron allí, el sueño comenzó a vencerles. Frolka se sacó del bolsillo una cajita
de polvo de rapé, le dio unos golpecitos, la abrió y aspiró el tabaco, después dijo: «Ei, hermanos, no nos
durmamos ¡Seguid adelante!».
Siguieron: caminaron y caminaron y al fin llegaron a un enorme caserón que pertenecía a una serpiente
de cinco cabezas. Por largo tiempo tocaron a la verja, pero no pudieron entrar. Entonces, Frolka apartó al
soldado y a Yerioma de la entrada y les dijo: «Dejadlo ir, hermanos». Esnifó el tabaco y empujó tan fuerte la verja
que la rompió en pedazos. Llegaron al patio, se sentaron en círculo y empezaron a disponerlo todo para comer lo
que Dios les había enviado. De la casa salió una niña bellísima y dijo: «¿Por qué mocitos habéis venido aquí? En
esta casa vive una serpiente que ¡os va a comer! Suerte para vosotros que ahora no esté». Frolka contestó:
«¡Nosotros somos quienes nos la comeremos a ella!». No bien acabó de pronunciar esta frase, vino volando la
serpiente y siseó: «¿Quién perturbó mis dominios?, ¿será cierto que en la luz tengo oponentes? Ni un cuervo se
atrevería a traerme aquí sus huesos». Entonces Frolka-el-sentado contestó: «No me cogerá ningún cuervo, sino
que se me brindará un buen caballo». La serpiente, al escuchar estas palabras, dijo: «¿Qué hacer?, ¿reconciliarse o
pelear?». A lo que Frolka replicó: «A reconciliarme no he venido ¡a la pelea!» y de un solo sablazo logró cortar las
cinco cabezas de la serpiente. Después, colocó las cabezas debajo de una roca y enterró el cuerpo en el suelo. La
niña se mostró encantada con los hechos y les pidió que la llevaran con ellos. Al preguntarle a la muchacha quién
era, respondió que era la zarina. Acto seguido los alimentó y les dio de beber. Más tarde les preguntó si podían
rescatar también a sus hermanas, a lo que Frolka-el-sentado respondió: «¡A eso nos mandaron!». La zarina les
contó dónde estaban sus hermanas y explicó que su hermana mediana vivía con una serpiente peor que la suya,
Vivía un viejito matrimonio con su hija y su pequeño hijito. «¡Hija, hija! —dijo la madre— Nos vamos a
trabajar, te traeremos un panecillo, te coseremos un vestidito y te comparemos un pañuelo. Sé buena y cuida de
su hermano. No salgas fuera de casa». Los viejitos se fueron y la niña olvidó todo lo que le habían mandado:
sentó al hermano en la hierba, bajo la ventana, y corrió a la calle a jugar y jugar. Vinieron volando los gansos-
cisnes, cogieron al bebé y lo acomodaron en sus alas. Cuando volvió la muchacha, vio que su hermanito ¡no
estaba! Lo llamó y corrió de aquí para allá, pero no aparecía por ningún lado. Gritaba en su búsqueda mientras
lloraba y se lamentaba pensando en la regañina de sus padres cuando les contara lo sucedido, pero su hermanito
no respondía. Echó a correr a campo abierto y vio a lo lejos desaparecer en el sombrío bosque a los gansos-
cisnes. Desde hacía mucho tiempo estos gansos-cisnes se habían labrado una mala reputación por sus constantes
fechorías y el robo de varios niños. Por ese motivo, la muchacha adivinó que habían raptado a su hermanito y se
dispuso a alcanzarlos. Corrió y corrió hasta dar con un horno. «Horno, horno, dime, ¿a dónde han volado los
gansos?» —«Te lo diré si te comes mi pastel de centeno» —«Oh, pero es que en mi casa ni siquiera nos comemos
los de trigo». Y entonces el horno no dijo nada. La niña continúo corriendo hasta que se encontró con un
manzano. «Manzano, manzano, dime, ¿a dónde han volado los gansos?» —«Te lo diré si te comes mi manzana
del bosque» —«Oh, pero es que en mi casa ni siquiera nos comemos las de jardín». La niña continuó corriendo
hasta que se encontró con un río de leche de orilla melosa. «Río de leche con orilla de miel ¿a dónde han volado
los gansos?» —«Te lo diré si te comes mi miel natural con un poco de leche» —«Oh, pero es que en mi casa ni
siquiera nos comemos la miel casera».
Durante largo tiempo habría seguido corriendo y corriendo, si no hubiera tenido la fortuna de topar con
un erizo. Al principio quiso patearlo, pero luego le dio miedo pincharse, así que le preguntó: «Erizo, erizo, ¿no
has visto a dónde han volado los gansos?» — «¡Hacia allí!» — respondió. Se fue corriendo hacia esa dirección
hasta que vio una cabaña con unas patas de pollo que giraba sobre sí. En la choza estaba sentada Baba-Yaga, con
hocico violáceo y piernas de arcilla. Al lado estaba el hermanito de la niña, jugando en un banco con manzanas
de oro. Su hermana lo vio, se acercó sigilosamente, lo agarró y se lo llevó. Los gansos comenzaron a perseguirla.
Los villanos ya estaban enterados, ¿a dónde ir? De pronto vio ante sus ojos el raudo río de leche con orilla
melosa. «Madre-río, ¡escóndeme!» —«¡Cómete mi miel!». Sin más alternativas, la niña obedeció y entonces el río
la escondió en su orilla y los gansos pasaron de largo. Salió de su escondite y dijo: «Gracias» y de nuevo empezó a
correr con su hermano a cuestas. Los gansos los divisaron y fueron a su encuentro: ¿Qué hacer? ¡Correr! De
repente se encontró al manzano: «Manzano, manzano-padre, ¡escóndeme!» —«¡Cómete mi manzana del bosque!»
Y la niña rápido se la comió. El manzano la cubrió con sus ramitas y sus hojas y los gansos pasaron de largo.
Salió del escondite y de nuevo se puso a correr con su hermanito. Otra vez, los gansos los vieron y comenzaron a
perseguirles. Casi les habían alcanzado, volaban a su alrededor, batían sus alas y miraban al niño con avidez — ¡lo
sacarán de sus manos! Por suerte, en el camino aparece el horno. «Señor horno, ¡escóndeme!» —«¡Cómete mi
panecillo de centeno!» La niña se metió el panecillo en la boca y se escondió ella misma en el interior del horno.
Los gansos volaron y volaron, graznaron y graznaron, pero no los encontraron. La niña corrió a su casa y —¡qué
bien!—, pudo llegar a tiempo, justo antes de que volvieran su padre y su madre.