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En uno de los textos contenidos en el libro Safari accidental (2005), Juan Villoro asegura: “Si Alfonso Reyes juzgó que el
ensayo era el centauro de los géneros, la crónica reclama un símbolo más complejo: el ornitorrinco de la prosa”. Dispuestos a
diseccionar tan exótica y amenazada especie, a espaldas de la Sociedad Protectora de Animales y sin la ayuda de Linneo, se
encontraron con el escritor mexicano 14 periodistas provenientes de ocho países de América Latina en la ciudad colombiana de
Cartagena de Indias. Bajo la dirección del escritor, el aula de la FNPI se convirtió así durante los cinco días del Taller de
Periodismo Narrativo, en un laboratorio donde fueron separadas y estudiadas las partes de este ignoto miembro de la familia
Ornithorhynchidae. Puesto sobre la mesa de disección, el espécimen mostró ser un verdadero rompecabezas biológico en el que
se pueden encontrar características de la novela, el cuento, la entrevista, el teatro, el ensayo y otras familias taxonómicas del
orden escrito. Pero con una particularidad que advierte Villoro en su ensayo: “la crónica es un animal cuyo equilibrio biológico
depende de no ser como los siete animales distintos que podría ser”. Las siguientes fueron las palabras del maestro Villoro
durante el transcurso de tan delicada operación.
Características de la especie
Hay una inflación intelectual del género de la crónica, en el sentido de que cada vez
son más frecuentes los encuentros de cronistas, los talleres, los premios; cada vez
adquiere más prestigio la crónica. Tenemos que tener cuidado con esto. Hay un gran
coro en torno a la crónica, pero hay enormes dificultades para ejercerla y pocos
espacios. Es como los pájaros exóticos que llaman la atención pero rara vez se ven.
Tengo miedo de que esto se convierta en algo que se habla académicamente pero no
se ejerza, como una corriente que solo sirve para ser enseñada.
Los medios que realmente se alimentan de textos le tienen una enorme desconfianza
a la crónica, porque les requiere un mayor esfuerzo en tiempo, dinero y espacio. No
hay un solo editor que no elogie la crónica por razones de prestigio social, pero
luego no las publican. Los cronistas son como los cascos azules de la ONU, que
tienen un gran prestigio simbólico, pero pocas oportunidades de entrar en acción. Así
que debemos asumir el ejercicio de la crónica de manera tan radical como el
ejercicio de la poesía.
De la novela: las herramientas
La idea de mezclar literatura con no ficción se puede rastrear desde la Biblia. A partir
de los mismos evangelios podemos encontrar distintas estrategias para abordar y
narrar un hecho. Mateo toma como fuentes a varias historias populares, Marcos
entrevista a San Pedro, Lucas es un médico que hace un trabajo erudito de
reconstrucción de los hechos.
Existen vasos comunicantes entre los distintos géneros artísticos, si nos acercamos a
la literatura podemos mejorar nuestro periodismo y si nos acercamos al periodismo
podemos mejorar nuestra literatura. La verosimilitud, por ejemplo, de los momentos
mágicos en la obra de García Márquez proviene de la exactitud del periodismo.
Que se cuente algo como un relato de ficción no quiere decir que no es comprobable,
que no puede ocurrir. Esto nos acerca a la convivencia feliz entre la ficción y la no
ficción. No estamos ante un discurso de la mentira, estamos ante un discurso de lo
inverificable. Si pensamos así, podemos pensar más generosamente en los estímulos
que llegan de la ficción.
Cuando alguien tiene la voluntad de hacer una crónica, debe ir hasta las últimas
consecuencias del género. Cuando haces crónica, haces crónica. El camino
intermedio no lo entiendo. Si existen los géneros de la ficción y la no ficción, vale la
pena correr con los riegos de asumir cada uno.
Los límites entre ficción y no ficción son muy claros en la medida en que no se puede
tergiversar la verdad. Yo creo que el cronista sirve a la verdad, y puede reconstruirla
de manera intensa con técnicas que involucren la subjetividad de los testigos y que
recuerden la estructura de un relato de ficción, así como las emociones y
sentimientos de los personajes de novela. Pero, en ningún momento, debe novelizar
la realidad; para eso es muy fácil dedicarse a la novela. En la novela se puede
mentir con conocimiento de causa a partir de hechos reales. En la crónica no se
puede ni se debe hacer esto. Por supuesto, es una postura personal; hay quienes
trasgreden con mayor flexibilidad este límite pero yo creo que tenemos un
compromiso ético con la verdad.
El periodista entra a una realidad de la que no es juez absoluto; sabe que eso es
verdadero, al menos en el momento de escribir esa crónica. Debe atenerse siempre
a la verdad, por el contrato que tiene con hechos que realmente sucedieron evitando
la mentira y sus variantes más sofisticadas: la distorsión y la opinión que tergiversa.
La objetividad del periodista se mide por no tener pruebas en contra. El periodista
sabe que la verdad es relativa, pero al no tener pruebas en contra, puede decir que
es verdadero lo que encuentra.
Por eso, es decisivo ser honestos y plantear un punto de vista muy claro desde el
principio. Esto se puede dar de manera implícita, dejar claro desde dónde estamos
hablando, cómo llegamos a nuestra crónica. Es importante que el lector sepa el
grado de aproximación a la verdad para que pueda ponderarla.
Una crónica debe empezar sin poner mucho énfasis en su propia importancia, con un
detalle lateral, que no sabes muy bien a dónde te va a llevar. No le conviene a la
crónica delatar cuál es su importancia absoluta, le conviene arrancar con un misterio
menor. Por ejemplo, si vamos a hablar de una persona que murió, podemos hablar
de algo como un remanente, que es un símbolo o un saldo de la ausencia. Creas una
imagen de un sitio, una circunstancia que cautive, y pones en escena una realidad.
Componer un lugar significa que nosotros como lectores visualicemos el escenario
donde ocurre la acción.
Muchas de las mejores entradas de crónica tienen que ver con fijar un día especial.
Porque en el desarrollo de la crónica debemos dar la sensación de que estamos
poniendo en la encrucijada cosas que no se habían contado antes. Toda crónica trata
de poner una situación en encrucijada. ¿Por qué contamos una historia? Porque se
cruzaron dos cosas que normalmente no se cruzan. Nosotros escribimos cosas que
sólo se pueden encontrar en nuestras crónicas. Cuando narramos, apelamos a algo
singular e irrepetible. ¿Por qué narrar esto? Porque sólo ocurrió de esta manera.
Cuando un texto, de ficción o no ficción, es reiterable, no es necesario narrarlo,
porque no es una historia. La historia comienza con algún tipo de excepción.
Los hechos públicos tienen vida privada. Si nosotros ponemos detalles de la vida
privada al principio damos la idea de que estamos poniendo en contacto con una
parte inédita de la realidad. Siempre se debe partir de lo particular, lo individual, lo
íntimo, antes de los datos que lo refuerzan. Pasamos de la historia individual al
impacto público. Ponemos primero a Mario Pérez y después la estadística del
desempleo. Nos centramos más en lo individual y lo particular, para después pasar a
lo estadístico y los datos. Pero en algún momento debemos hablar de la vida pública,
de la importancia noticiosa de lo que estamos diciendo. Lo que seguimos narrando
en adelante debe mezclar lo público y lo privado.
Es el caso del hombre que tiene 99 monedas que lo hacen infeliz, necesita tener las
100 para sentirse completo. Tenemos esa necesidad de cerrar, de completar. En la
ficción lo resuelves, pero en la realidad no es tan fácil. Por eso, uno de los grandes
desafíos es crear unidades de realidad para dar un sentido. Hay muchas maneras de
lograr esa unidad, de crear esta ilusión de que nuestra historia debe terminar. La
temporalidad es una de ellas. Podemos hacer un día: amanece y oscurece, una
semana, un año.
No es que una crónica tenga necesariamente que cumplir con alguna de estas
estructuras, pero si ayuda a crear la sensación, la ilusión de que tenemos las cien
monedas.
No todos los personajes son igual de interesantes. Siempre hay que tratar de
tenerlos, pero algunos personajes y testimonios no son interesantes, aunque
entregan información que es importante. Lo bueno es saber dosificar unos y otros.
Hay personajes que requieren de mucho trabajo literario para que sean interesantes,
hay otros que los datos en bruto que entregan ya los hacen noticia. Una de las
grandes lecciones de Kapuscinski es que nunca los ve como informantes; encuentra
que toda persona, por poco acceso que tenga a la cultura, tiene derecho a ser muy
neurótica.
Todo suceso ocurre en el mundo de los hechos, pero repercute en la mente de los
testigos, en la concepción que se tiene de ese hecho en un tiempo. El periodismo
narrativo busca reconstruir los hechos, con la intensidad de quienes lo vivieron.
Mezclar lo colectivo, el destino público, con lo individual, con lo privado. Este cruce
de lo público y lo privado hace que, al mismo tiempo, se crucen las nociones de
información y emoción. Cuando reconstruimos una historia, se entiende una noticia
abstracta como un relato concreto que afecta a un protagonista o a grupo de
personas.
Hay cosas que debes saber de los personajes aunque más tarde no las pongas:
prefiere dulce o salado, montaña o mar, bicicleta o caminar. Es un grado de dominio
del personaje que es necesario tener aunque no venga a cuento. ¿Por qué tengo que
saberlo? Porque tienes que conocer al personaje, hay cosas que debes saber aunque
más tarde no las pongas: la forma en que habla, las expresiones, los ademanes, el
tono de voz, hay que fijarse en esos detalles.
Cuando registramos una noticia tenemos una serie de datos fácticos que construyen
un hecho noticioso. Para que podamos revivirla en toda su intensidad necesitamos
reproducirla a través de la voz de quienes pasaron por esa situación. El periodismo
narrativo puede hacer que hechos distantes nos toquen de alguna manera, como si
nosotros hubiéramos estado ahí. La utilidad básica del periodismo narrativo es esta.
Las cosas ocurren dos veces: en los hechos y en la representación de los hechos que
nosotros hacemos como cronistas. Cuando llegamos a un lugar, muchas veces las
personas ya tienen una opinión formada sobre el hecho, eso forma parte de la
realidad. En la descripción del hecho está no sólo lo que ocurrió sino cómo lo vivió la
gente y cómo lo cuenta. Esto nos ayuda mucho con informaciones no confirmadas.
La polifonía de testigos, los parlamentos entendidos como debate, la "voz de
proscenio", como la llama Wolfe, es la versión narrativa de la opinión pública, cuyo
antecedente fue el coro griego.
Una de las cosas más ricas del periodismo es que admite la presencia no sólo del
periodista ajeno, sino del periodista confundido. Muchas de las grandes crónicas han
sido escritas desde la perplejidad, a veces los malentendidos explican muchas más
cosas. Malcom Lowry lee en un restaurante “pollo especial de la casa”, pero entiende
“pollo espectral de la casa” y elabora toda una teoría sobre la relación de México con
la muerte. La equivocación agrega datos a la percepción que tenemos de la realidad.
A veces, ante el cronista, la gente revela cosas que ni ella misma es consciente que
está revelando. Nosotros somos los que nos damos cuenta. ¿Cómo llegar a estas
voces? ¿Podemos meter voces que de alguna manera hemos espiado, que no saben
que son objeto del reportaje? Yo creo que es mucho más interesante que todos los
testimonios sean recolectados como periodista. Estar en los sucesos como periodista
implica reconocer que no perteneces completamente a ellos. Una paradoja es que los
informantes, sobre todo si es gente humilde, trabajan a mucho gusto con los
periodistas. Muchas veces la gente te va a decir más cosas si tu juego es limpio, si
te acercas sin mimetizarte.
Muchos reportajes de inmersión son más interesantes por la forma cómo fueron
hechos, pero fracasan como reportajes. Muchas veces las crónicas uno las rechaza
precisamente por eso, porque el cronista pone más énfasis en sí mismo. Hay
crónicas muy personales que son así, por ejemplo los diarios de viaje, donde todo lo
que pasa le pasa al autor. Yo creo que en ese sentido, cuando el cronista llama más
la atención sobre sí mismo no está sirviendo al principio fundamental de la crónica,
que es narrar una realidad más interesante que el propio cronista. Relato de un
náufrago es un ejemplo inmejorable de cómo puedes meterte en la piel de alguien
sin haber naufragado ni haber estado en el mar.
¿Hasta dónde podemos estar seguros de que lo que nos dicen es cierto? Muchas
veces recibimos versiones contradictorias, o fallamos en el intento de tenerlas. Es un
tema difícil de manejar. El grado de acceso a la verdad nunca es absoluto. En los 60
estuvo muy de moda darle voz a los que no la tienen, pero eso es un acto de
paternalismo difícil de aceptar. Ese es el gran desafío ético de los testimonios. Tener
un testigo integral es imposible, pero tenemos que acercarnos a ellos tanto como
nos sea posible, sin dejar de ser nosotros, sin fingir que los suplantamos, que
hablamos por ellos. La persona que habla siempre quiere callar algo, no
necesariamente es algo importante; curiosamente puede ser que callen lo mejor de
sí mismos. Como periodistas nos conviene tener su mejor versión de los hechos.
De la autobiografía: la memoria
La cita completa:
“Si Alfonso Reyes juzgó que el ensayo era el centauro de los géneros, la crónica
reclama un símbolo más complejo: el ornitorrinco de la prosa. De la novela extrae la
condición subjetiva, la capacidad de narrar desde el mundo de los personajes y crear
una ilusión de vida para situar al lector en el centro de los hechos; del reportaje, los
datos inmodificables; del cuento, el sentido dramático en espacio corto y la
sugerencia de que la realidad ocurre para contar un relato deliberado, con un final
que lo justifica; de la entrevista, los diálogos; y del teatro moderno, la forma de
montarlos; del teatro grecolatino, la polifonía de testigos, los parlamentos
entendidos como debate: la "voz de proscenio", como la llama Wolfe, versión
narrativa de la opinión pública cuyo antecedente fue el coro griego; del ensayo, la
posibilidad de argumentar y conectar saberes dispersos; de la autobiografía, el tono
memorioso y la reelaboración en primera persona. El catálogo de influencias puede
extenderse y precisarse hasta competir con el infinito. Usado en exceso, cualquiera
de esos recursos resulta letal. La crónica es un animal cuyo equilibrio biológico
depende de no ser como los siete animales distintos que podría ser.”
* Juan Villoro es escritor mexicano, colaborador asiduo de Proceso, y del diario Reforma. Relatoría del
Taller de periodismo Narrativo con Juan Villoro Disección de un ornitorrinco, Cartagena de Indias
(Colombia), del 25 al 29 de mayo de 2010. Organizado por: Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano
(FNPI), Corporación Andina de Fomento (CAF), CEMEX y Fundemas. Relator: Marcelo Riccardi Doria.
Editor: Jairo Echeverri García.