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Spinoza en Debate - Solé, María Jimena (Ed.) PDF
Spinoza en Debate - Solé, María Jimena (Ed.) PDF
Oscar Nudler
La publicación de este libro fue en parte posible gracias
al Proyecto de Investigación Científica y Tecnológica “Las
fuentes del Idealismo alemán. Recepción e influencia de Kant
y Spinoza en las primeras obras de Fichte, Schelling y Hegel”
(PICT 2012 N° 0496 Categoría I Tipo B “Jóvenes Investigado-
res”) financiado por la Agencia Nacional de Promoción Cientí-
fica y Tecnológica/FONCyT.
ISBN: 978-84-15295-84-6
PM Pensamientos metafísicos
TTP Tratado teológico-político
TP Tratado político
Ep Epístola
APÉNDICE
Realismo y don: Spinoza y la militancia política,
por Diego Tatián......................................................................................... 275
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la Filosofía Moderna (Departamento de Mariano Gaudio. Profesor de Filosofía
Filosofía, FFyL, UBA). Ha participado en (UBA) y Doctorando en la Universidad
congresos y jornadas nacionales e inter- de Buenos Aires. Su investigación docto-
nacionales. Ha publicado artículos en ral aborda la filosofía política de Fichte.
libros y revistas nacionales e internacio- Participa en diversos proyectos de
nales. Ha sido becario de la Universidad investigación sobre Filosofía Moderna
de Buenos Aires, del Servicio Alemán e Idealismo. Es miembro de la Asocia-
de Intercambio Académico (DAAD) y ción Latinoamericana de Estudios sobre
del Conicet. Fichte (ALEF). Ha presentado y/o publi-
cado varios artículos en eventos, libros
Julián Ferreyra. Doctor en Filosofía (UBA/ y revistas académicas, en especial sobre
Paris X), Investigador Adjunto del el Idealismo alemán y el pensamiento de
CONICET y Jefe de Trabajos Prácticos Fichte y de Schelling.
de Antropología Filosófica (Departa-
mento de Filosofía, FFyL, UBA). Es autor Lucía Gerszenzon. Profesora en Filosofía
de L’ontologie du capitalisme chez Gilles (UBA) y Ayudante de Trabajos Prácticos
Deleuze (Paris, L’Harmattan, 2010) y en la cátedra de Historia de la Filoso-
director de los grupos de investigación fía (Departamento de Filosofía, FFyL,
UBACyT “Del idealismo alemán a la filo- UBA). Ha sido becaria Estímulo (UBA) y
sofía francesa de la diferencia: tras las es becaria del Consejo Interuniversitario
fuentes del poskantismo deleuziano” y Nacional, para realizar una investiga-
del PICT-FONCyT: “Deleuze: ontología ción sobre “Amor y cuerpo en la Ética
práctica” de Spinoza”. Desde 2012 participa del
Grupo de investigación sobre Spinoza y
Andrés Fortunato. Licenciado en Filosofía el Spinozismo dirigido por la Dra. María
(UBA). Su Tesis de Licenciatura abordó Jimena Solé.
el realismo político en Hegel y Spinoza.
Su área de investigación es la filosofía Mario Martín Gómez Pedrido. Licenciado
política moderna y contemporánea. Ha en Psicología y en Filosofía (UBA).
participado de diversos eventos acadé- Doctorando en Filosofía con una tesis
micos nacionales y ha realizado diver- sobre la noción de tiempo, eternidad y
sas publicaciones acerca de sus temas negatividad en la obra de Martin Hei-
de estudio. degger y sus relaciones con el Idealismo
alemán. Es docente en las asignaturas
Antonieta García Ruzo. Licenciada en Gnoseología, Metafísica y Antropología
Filosofía (UBA). Su Tesis de Licencia- Filosófica (FFyL, UBA) y en Metodolo-
tura trató el problema de la continuidad gía de la Investigación (Psicología, UBA).
entre los tratados políticos de Spinoza, Integra proyectos de investigación sobre
concentrándose en el concepto del temas de su especialidad en la UBA y en
pacto. Desde 2012 participa del Grupo la Escuela de Humanidades de la Univer-
de investigación sobre Spinoza y el spino- sidad de General San Martín. Ha sido
zismo dirigido por la Dra. María Jimena Becario en Alemania (en la Katholische
Solé. Ha presentado comunicaciones en Universität Eichstätt-Ingolstadt en 2001
congresos y jornadas, principalmente en y en la Albert-Ludwigs-Universität-Frei-
torno al pensamiento político de Spi- burg en 2008-2009). Ha realizado nume-
noza. Actualmente es adscripta a la cáte- rosas publicaciones en libros y revistas.
dra de Historia de la Filosofía Moderna
de la UBA con el proyecto “¿Spinoza Natalia Lerussi. Doctora en Filosofía por
contractualista? Una respuesta desde la Universidad Nacional de Córdoba.
su Ética”. Jefa de Trabajos Prácticos en la cátedra
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de Historia de la Filosofía Moderna por la Dra. María Jimena Solé, desde
(Departamento de Filosofía, FFyL, UBA) el 2010. Actualmente es Adscripta a
y becaria postdoctoral del CONICET. la cátedra de Historia de la Filosofía
Su área de investigación general es la Moderna (UBA) con el proyecto “El
filosofía de los siglos XVII XVIII, espe- individuo humano en Spinoza. Estruc-
cialmente la metafísica, la filosofía de la tura ontológica y derivas ético-políticas”
naturaleza y la filosofía de la historia ale- y está redactando su tesis de la Maes-
manas de finales del siglo XVIII. Ha rea- tría Estudios Interdisciplinarios de la
lizado estancias de investigación en las Subjetividad (UBA) sobre la noción de
universidades alemanes Universität zu potencia en Spinoza y Agamben. Ha pre-
Köln y Humboldt Universität de Berlín. sentado comunicaciones en congresos
Recientemente, ha publicado diversos y jornadas principalmente en torno a
artículos en revistas de filosofía nacio- Spinoza y la Filosofía Moderna.
nales y extranjeras en torno a la teoría
del juicio reflexionante en la filosofía de Pablo Maxit. Estudiante avanzado de la
Immanuel Kant. carrera de Filosofía (UBA). Desde 2009
participa del Grupo de investigación
Leiser Madanes. Doctor en Filosofía. Enseñó sobre Spinoza y el spinozismo dirigido
Historia de la Filosofía Moderna en la por la Dra. María Jimena Solé. Ha pre-
Universidad de Buenos Aires y actual- sentado comunicaciones en eventos
mente es titular de la cátedra de Filoso- académicos, principalmente en torno
fía Política en la Universidad Nacional al pensamiento de Spinoza.
de La Plata. Es miembro del Centro de
Investigaciones Filosóficas (CIF). Entre Jerónimo Rilla. Licenciado en Filosofía
sus trabajos más recientes cabe destacar (UBA). Ayudante de Trabajos Prácticos
los libros Una alegría secreta. Ensayos de la cátedra de Historia de la Filoso-
de filosofía moderna (Universidad del fía Moderna (Departamento de Filo-
Valle, Cali, Colombia, 2012) y El árbitro sofía, FFyL, UBA) y becario doctoral
arbitrario: Hobbes Spinoza y la libertad de CONICET. Su área de estudio es la
de expresión (Eudeba, Buenos Aires, filosofía política de Hobbes, en parti-
2001), además de diversos artículos en cular, los conceptos de representación
la revista Deus Mortalis. Cuaderno de y corporación.
filosofía política.
Valeria Giselle Rizzo Rodríguez. Estudiante
Fernando Mancebo. Estudiante avanzado de avanzada de la carrera de Filosofía
la carrera de Filosofía (UBA). Es docente (UBA). Desde 2008 participa del Grupo
en nivel medio y superior. Se interesa en de investigación sobre Spinoza y el spino-
el empleo de la ficción (literatura, cine, zismo, dirigido por la Dra. María Jimena
teatro) para la enseñanza de la filoso- Solé. Ha presentado comunicaciones en
fía. Actualmente trabaja en su Tesis de congresos y jornadas, principalmente en
Licenciatura, sobre las nociones de sis- torno al pensamiento de Spinoza y Hegel.
tema, tiempo, duración y eternidad en Actualmente es adscripta a la cátedra de
Spinoza. Ha publicado tanto artículos Historia de la Filosofía Moderna (UBA)
específicos de su área de estudio, como con el proyecto “Individuo, totalidad y
selecciones de poemas y relatos breves Estado. Ontología y política en Spinoza
en libros colectivos. y Hegel”.
11
toria de la Filosofía (Departamento de Maquiavelo, Hobbes, Spinoza, Locke y
Filosofía, FFyL, UBA). Desde 2011 par- Rousseau. Ha publicado numerosas con-
ticipa del Grupo de investigación sobre tribuciones a sus áreas de investigación
Spinoza y el spinozismo, dirigido por la en libros y revistas.
Dra. María Jimena Solé. Actualmente es
becaria de grado (Beca Estímulo) con el Diego Tatián. Doctor en Ciencias de la Cul-
proyecto “La posibilidad de una desti- tura por la Scuola di Alti Studi di Modena
nación humana en el pensamiento de (Italia) y en Filosofía por la Universidad
Spinoza” y es Adscripta a la cátedra de Nacional de Córdoba, donde además se
Historia de la Filosofía Moderna de la desempeña como profesor de Filosofía
UBA. Ha presentado comunicaciones en Política en la carrera de Filosofía de la
eventos académicos, principalmente en UNC. Es Investigador del CONICET,
torno al pensamiento de Spinoza y Kant. miembro del comité editorial de la
revista Nombres y colabora en revistas
Guillermo Sibilia. Licenciado en Ciencias especializadas con ensayos de crítica
Políticas (UBA) y Doctorando en Filo- filosófica y literaria. Es autor de nume-
sofía (UBA). Es docente auxiliar de la rosos artículos y libros sobre Spinoza.
materia Problemas de Legitimidad en el Entre los más recientes se encuentran:
orden político contemporáneo (Facultad Spinoza, el don de la filosofía (Colihue,
de Ciencias Sociales, UBA). Sus áreas de Buenos Aires, 2012) y Spinoza. Filosofía
interés son la filosofía y la teoría polí- terrena (Colihue, Buenos Aires, 2014).
tica modernas, con especial interés en
12
SPINOZA
EN DEBATE
María Jimena Solé
–editora–
Presentación
1. Spinoza en debate
15
anticipan algunas de las posiciones más anti-cartesianas de su autor.
Por ser al mismo tiempo su principal influencia y su más íntimo ene-
migo teórico, Descartes se transformó en uno de sus interlocutores más
frecuentes. El esfuerzo por refutar ciertas tesis cartesianas y definir su
propio punto de vista, dio origen a algunas de las páginas más inspiradas
de nuestro filósofo.
El estigma de la excomunión y la sospecha acerca de sus auténticas
convicciones religiosas y morales –motivada por el hecho de que durante
su vida no adoptó otra religión– seguramente lo condujeron a asumir la
actitud de cautela expresada en su sello personal. Sin embargo, a pesar
de ello, Spinoza no rehuyó el debate con sus contemporáneos. Diferen-
tes episodios de su vida permiten comprobar su buena predisposición
al intercambio intelectual con otros hombres notables de la época. Su
participación en las reuniones de los colegiantes holandeses, quienes
leían y discutían los Evangelios en conjunto, o las entrevistas que man-
tuvo con Leibniz en La Haya hacia el final de su vida, son ejemplos de
ello. También lo es su breve aunque valioso epistolario, en el que discute
con diversos corresponsales acerca de cuestiones científicas, políticas,
religiosas y filosóficas, dejando traslucir distintos aspectos tanto de su
pensamiento como de su personalidad.
Además de los debates en los que Spinoza mismo se vio involucrado,
un recorrido por la historia de la recepción de su pensamiento pone en
evidencia la gran capacidad de sus doctrinas para motivar la discusión
filosófica. La aparición en 1670 de su Tratado teológico-político generó
un importante revuelo en el mundo intelectual de finales del siglo
XVII por su postulación de un polémico método exegético de la Biblia
así como por su argumentación a favor de la libertad de pensamiento,
de la separación entre la Iglesia y el Estado y de la democracia como
la mejor forma de gobierno. Teólogos y filósofos vieron en este texto
un peligro para el orden religioso, moral y político, por lo que muchos
de ellos dedicaron extensas páginas a refutar con vehemencia las tesis
principales de esa obra y a condenar a su autor. Las autoridades civiles,
presionadas por los sínodos calvinistas, rápidamente prohibieron la
venta y la lectura del peligroso libro. El escándalo se agravó luego de la
publicación en 1677 de las Obras póstumas de Spinoza. Los escritos allí
reunidos, especialmente la Ética demostrada según el orden geométrico,
ofrecían el sustento ontológico de sus posturas teológicas y políticas, y
confirmaban los rumores que adjudicaban a su autor la identificación
de Dios con la naturaleza, es decir, la defensa del panteísmo –que equi-
16 Presentación
valía, para muchos, a una defensa del ateísmo. También este libro fue
oficialmente prohibido y condenado.
Pero la censura y la generalizada desaprobación no lograron que
Spinoza y su filosofía fuesen olvidados. En el cambio de siglo aparecieron
una serie de textos que abordaban, con diferentes grados de objetividad,
y algunos con innegable malicia, su vida y su doctrina. Entre ellos se
encontraban el célebre artículo que el francés Pierre Bayle le dedicó en
su Diccionario histórico y crítico, las biografías de Sebastian Kortholt
y Johannes Colerus y el polémico libro de Georg Wachter titulado El
spinozismo en el judaísmo. La amplia circulación que tuvieron estos
escritos durante la primera mitad del siglo XVIII en Europa contri-
buyó a difundir el pensamiento spinoziano, o al menos una imagen
de él. Pronto el término spinozismo se transformó en un sinónimo de
fatalismo, panteísmo y ateísmo y, por consiguiente, fue considerado
como sumamente peligroso en la medida en que desafiaba las bases del
orden moral, religioso y político establecido. Así pues, mientras que los
teólogos y filósofos ortodoxos refutaban con gran estridencia las tesis
spinozianas, muchos pensadores clandestinos recurrieron a sus ideas
como una fuente de inspiración para la lucha contra la ortodoxia religiosa
y el orden monárquico. En el territorio alemán, donde la recepción de sus
ideas fue particularmente fuerte, la acusación de spinozismo fue cada
vez más frecuente y sirvió a las autoridades civiles para fundamentar la
prohibición, el encarcelamiento y hasta el destierro, como lo atestigua
el caso del prestigioso Christian Wolff.
Los sucesivos debates en los que su pensamiento ocupó un lugar
central y particularmente la denominada Polémica del panteísmo o del
spinozismo –que estalló en 1785 y en la que se vieron implicados pensa-
dores como Lessing, Mendelssohn, Jacobi, Kant y Herder– transformaron
a Spinoza en un filósofo de primera línea y habilitaron la posibilidad
de nuevas lecturas. Así exorcizada, su doctrina se transformó en una
influencia fundamental para los representantes del Idealismo alemán,
lo cual se comprueba en los desarrollos tanto metafísicos como políticos
de Fichte, Schelling y Hegel.
El renacimiento del spinozismo que se dio en Alemania a finales del
siglo XVIII se consolidó en el siglo siguiente y se trasladó a otras zonas
de Europa, principalmente a Francia e Italia. La figura de Spinoza se
mantuvo presente en los debates intelectuales, ligada a conceptos como
el de ateísmo, nihilismo y naturalismo, además de jugar un papel prepon-
derante en los desarrollos teóricos de los críticos del idealismo hegeliano
1 Nuestra valorización del debate, frente a otras posturas que consideran las controversias
como fenómenos marginales, carentes de valor como instrumentos de conocimiento, se
conecta con algunos aspectos fundamentales del modelo de los espacios controversiales,
que Oscar Nudler –director de la colección en la que se inscribe este libro– ha expuesto
y defendido en un texto de reciente aparición (cf. Nudler, O., Espacios controversiales.
Hacia un modelo de cambio filosófico y científico, Miño y Dávila, Buenos Aires, 2009).
Este modelo se construye a partir de la noción tradicional de dialéctica entendida como
la práctica del diálogo controversial e incorpora asimismo el aspecto fundamental de la
versión hegeliana de la dialéctica como pauta de desarrollo por oposiciones de la historia
intelectual. Su objetivo es explicar el progreso en filosofía mediante la consideración
de las controversias como motor del desarrollo del pensamiento y del conocimiento.
Si bien aquí no pretendemos dar una respuesta específicamente al problema de si la
18 Presentación
de ellos– fueron presentados en las Jornadas “Spinoza en debate”, que
tuvieron lugar el 5 y 6 de septiembre de 2013 en el auditorio del Museo
del Libro y de la Lengua de la Biblioteca Nacional Argentina. Estas Jor-
nadas fueron organizadas por el Grupo de Investigación sobre Spinoza y
el Spinozismo, que funciona bajo mi dirección desde 2008 en el Instituto
de Filosofía de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Al comienzo
de manera informal, luego como grupo de trabajo con Reconocimiento
Institucional de nuestra Facultad y ahora como equipo de investigación
financiado por la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnoló-
gica (PICT 2012-0496), nos hemos dedicado a leer y discutir la obra de
Spinoza. Esta tarea ha resultado ser inmensamente enriquecedora y nos
ha convencido del valor del trabajo en conjunto al momento de hacer
filosofía. Así pues, fue la convicción compartida acerca del valor filosó-
fico de la discusión, la confrontación y el intercambio, lo que motivó la
organización de un evento académico en el cual la cuestión del “debate”
mismo ocupara el lugar protagónico.
En efecto, la puesta en debate de las ideas propias o ajenas, no sólo nos
motiva a escribir, a pensar, a buscar estrategias para lograr comunicar
lo que deseamos y a reflexionar críticamente sobre nuestra actividad,
sino que, además, remite a ese aspecto tan propio de la filosofía en el que
Spinoza mismo insiste: el hecho de que el trabajo de la reflexión filosófica,
el ejercicio crítico del pensamiento, la investigación de la verdad, son
actividades que sólo pueden surgir en el contexto de una comunidad,
en el intercambio con otros que, en la medida en que tienden hacia el
mismo fin, dejan de ser una pura alteridad. Nuestros textos, nuestras
ideas, nuestras dudas, nuestros aciertos y desaciertos, se encuentran
indefectiblemente atravesados por esos otros con quienes discutimos. Y
es este carácter de ser resultados de un proceso que jamás es solitario,
lo que, creemos, constituye su auténtico valor.
El encuentro que ha dado origen a este libro contribuyó a confirmar,
una vez más, esta convicción. Es por eso que deseamos expresar nuestro
agradecimiento a los participantes y expositores –amigos en el sentido
filosofía avanza ni de cómo se daría ese progreso, existe una coincidencia entre la
propuesta básica de este libro y un aspecto fundamental de ese modelo. Me refiero
a la consideración de los debates y controversias como eventos que han tenido –y
continúan teniendo– un fuerte impacto en el decurso de la filosofía, porque no sólo
obligan a sus protagonistas a articular con más precisión sus posturas, a integrar a
sus doctrinas objeciones y, como consecuencia, a modificar sus posiciones y a veces
incluso a sustituirlas por otros esquemas conceptuales, sino también porque conducen
a revelar supuestos implícitos y dimensiones ocultas, abriendo de este modo nuevos
caminos para el pensamiento filosófico.
20 Presentación
sostiene Madanes, Leibniz plantea el problema de por qué hay algo más
bien que nada con objetivo de refutar la ciega necesidad de la metafísica
spinoziana –así como la libertad arbitraria del Dios cartesiano– puede
decirse que Spinoza responde por anticipado y, de algún modo, cancela
la pregunta, ya que según él, no hay que comenzar suponiendo la nada,
sino la plenitud de lo real.
Fernando Mancebo May propone comparar las potencias del Dios
cartesiano y del Dios spinoziano, haciendo referencia a las categorías de
la filosofía medieval de potentia Dei absoluta –aquella que contempla la
potencia de Dios en sí mismo– y potentia Dei ordinata –que considera
el poder divino solo respecto de lo que Él decidió hacer–. Mancebo May
muestra que Descartes proyecta en la omnipotencia divina una distinción
similar a la medieval. Por un lado, existe un orden racional en el mundo,
definido por las leyes de la física y los principios de la matemática. Por
otro lado, el Dios cartesiano, en términos absolutos, puede mucho más,
incluso lo contradictorio. La potencia del Dios de Spinoza, en cambio,
no es la del ente supremo que todo lo puede, sino la de un ente que es
causa de todo, incluso de sí mismo. De este modo, Spinoza disuelve la
distinción medieval, ya que lo que su Dios puede de potentia absoluta,
lo hace de manera ordinata necesariamente. Dios no puede no hacer lo
que se sigue de su esencia. Este orden del mundo es el único concebible.
La posición spinoziana, analizada bajo esta perspectiva, revela intere-
santes diferencias frente a Descartes y frente a una larga tradición que,
en palabras del autor, distingue “entre el rey, sus leyes y su reino”.
Rodolfo Fazio analiza la primera recepción por parte de Leibniz de la
ontología spinoziana, que se dio gracias a la mediación de Walther von
Tschirnhaus, un discípulo de Spinoza que se encontraba en posesión de
un manuscrito de la Ética. Las conversaciones que Leibniz mantuvo con
Tschirnhaus durante su estadía en París repercuten de modo inmediato
en sus escritos de esa época. Fazio muestra que Leibniz se interesa parti-
cularmente por el problema de la derivación de los cuerpos a partir de la
extensión, problema que Tschirnhaus discute con Spinoza a lo largo de
una serie de cartas escritas entre 1675 y 1676. Así pues, el autor propone
considerar este intercambio como un debate encubierto entre Spinoza y
Leibniz, quien, según los intérpretes contemporáneos, habría colaborado
en la redacción de algunas de las cartas de Tschirnhaus.
Antonieta García Ruzo aborda un problema recurrente para los
estudiosos de la filosofía spinoziana: la relación que existe entre el pen-
samiento político de Spinoza y el de Hobbes. La autora hace dialogar a
ambos pensadores para investigar qué tipo de Estado postula Spinoza
22 Presentación
explícita, tanto en el momento de su conformación y desarrollo así como
durante su crisis, acerca del sentido de la era de la razón.
Natalia Lerussi aborda la compleja relación de Immanuel Kant con
el spinozismo. Su trabajo propone analizar algunos pasajes del Opus
Postumum kantiano, probablemente escritos entre 1800 y 1802, en los
que se menciona explícitamente a Spinoza. A diferencia de la usual acti-
tud negativa frente a esta doctrina adoptada por Kant en ciertas obras
publicadas, estos pasajes parecen admitir la sospecha de un cambio en
su valoración. La tesis defendida por la autora afirma que la presencia
positiva de la figura de Spinoza en estos apuntes no augura un cambio
radical de la filosofía de Kant, sino solamente una modificación de su
interpretación del spinozismo, que es expuesto allí como cercano al
“idealismo trascendental”. Lerussi sostiene que se puede admitir que
existe una aproximación por parte de Kant a la figura de Spinoza durante
esos años. Esta aproximación se da, primero, a través de una identifica-
ción de Dios con la razón práctica y, segundo, mediante la afirmación
de una equivalencia entre el espíritu humano y lo que Kant denomina
el “Dios de Spinoza”.
Mario Martín Gómez Pedrido se concentra en la influencia de Spi-
noza en los primeros desarrollos filosóficos de Schelling, principalmente
en conexión con el concepto de lo absoluto. El artículo aborda, en primer
lugar, el modo en que Schelling interpreta el absoluto spinoziano en sus
Cartas sobre Dogmatismo y Criticismo, de 1795, y pasa luego a exponer
las implicancias que esta lectura tuvo tanto en la conformación de esa
obra como en el proyecto filosófico global del joven Schelling. De este
modo, Gómez Pedrido muestra que la influencia de la noción spino-
ziana de absoluto en Schelling es fundamental en un momento en que
el joven idealista intenta posicionarse frente a la filosofía de Fichte, pues
lo conducirá al descubrimiento de la dimensión trágica de todo filosofar
al revelarle que la pretensión de expresar lo absoluto se desvanece toda
vez que lo absoluto es inefable.
En su artículo titulado “¿Spinoza en Fichte? Elucubraciones sobre el
dogmatismo, la libertad y la ley jurídica”, Mariano Gaudio se propone
analizar la relación entre ambos filósofos a partir de una referencia a
Spinoza en el texto fichteano de 1796, Fundamento del derecho natural.
El trabajo muestra que esta referencia puede leerse en conexión con la
crítica que hace Fichte al spinozismo como dogmatismo, pero permite
asimismo vislumbrar un acercamiento entre las posiciones de ambos
filósofos en el plano jurídico-político. En efecto, el autor sostiene que
Spinoza y Fichte coinciden en la visión negativa del estado de natura-
24 Presentación
político. Un segundo texto, publicado por primera vez en 1948 en inglés,
en el que explicita un cambio en su lectura y una elaboración original
respecto del modo de escritura así como del destinatario específico del
libro de Spinoza. En efecto, según la lectura madura de Strauss, el texto
spinoziano está escrito de modo deliberadamente oscuro, sin exponer
de forma clara el núcleo de su pensamiento, pues su objetivo –fomentar
el desinterés respecto de la Biblia y, de ese modo, crear la disposición
para la filosofía entre aquellos hombres más aptos para ella– así lo exigía.
Jerónimo Rilla propone problematizar la interpretación que Carl
Schmitt hace del spinozismo. Según la lectura schmittiana, el presu-
puesto de la autosuficiencia de la razón para justificar la legitimidad
del Estado conduce a Spinoza a realizar una inversión del origen y la
fundamentación del poder soberano, de modo que el principio formante
de la autoridad estatal ya no es, como en Hobbes, el acto de protección
y pacificación, sino que reside en la libertad de conciencia, aniquilando
de este modo el momento propiamente político que se encontraría en la
decisión soberana y transformando al Estado en una entidad mecánica
que se rige según sus leyes propias. Contra esta lectura, Rilla argumenta
que la ausencia de un ámbito de trascendencia que Schmitt denuncia
en Spinoza no conduce a la automatización del Estado, sino que al igual
que Hobbes, Spinoza es consciente de los potenciales peligros que puede
engendrar la razón cuando pretende explicar todos los ámbitos de la
realidad mecánicamente.
Nutriéndose de la lectura que Gilles Deleuze hace de Spinoza, y dis-
cutiendo contra ella, Julián Ferreyra reflexiona acerca de la posibilidad
de una beatitud política, que él identifica como la experiencia de la inma-
nencia, la experiencia de que, en términos spinozianos, somos eternos,
y que implica la salida del ámbito de lo inadecuado para instalarse en
el ámbito de la verdad. Este artículo se inscribe en una serie de contri-
buciones del autor, en las que propone pensar la filosofía política como
conocimiento del segundo género en sentido spinoziano, esto es, un saber
de las nociones comunes que expresan adecuadamente las relaciones
que los individuos guardan entre sí. Ferreyra considera al capitalismo
como una relación característica que no se compone con la de los seres
humanos y, por lo tanto, disminuye su potencia. Para desarticular esa
relación nociva, y favorecer lo que el autor llama “relaciones humanas”,
hay que enfrentarse al problema al que también Deleuze se enfrenta:
la cuestión de cómo dejar atrás las ideas inadecuadas. En este trabajo,
Ferreyra explora la posibilidad de pensar esa salida no como un ascenso
26 Presentación
plena confianza en la razón como la artífice de su sistema, acerca del
cual admite que si bien no puede afirmar –como lo solicita maliciosa-
mente Burgh– que es el mejor, sí sabe al menos que es el verdadero, del
mismo modo que cualquiera sabe que los tres ángulos de un triángulo
son iguales a dos rectos. La verdad de la razón se basta a sí misma y es
también suficiente para poner en evidencia la falsedad de las creencias
irracionales, de las supersticiones que nublan el entendimiento.
Pablo Maxit estudia las cartas que Spinoza intercambia con su amigo
Hugo Boxel, quien le plantea el problema de la existencia de espectros
y fantasmas. Esto conduce a los amigos a poner en debate la cuestión
de los criterios de justificación de las creencias, de la veracidad de las
historias, de la autoridad de los relatos. Maxit propone entonces con-
siderar que, a pesar de que Spinoza claramente rechaza los relatos, la
experiencia y las historias como fuentes de verdad, sí les otorga gran
importancia en conexión con cuestiones políticas y religiosas. Así se
evidencia en su Tratado teológico-político, en el que, según el autor de
este artículo, la hermenéutica de los relatos muestra la importancia que
Spinoza les atribuye, principalmente en cuanto a su eficacia para la fe y
la obediencia a la ley.
Natalia Sabater aborda una de las cartas más enigmáticas de Spinoza
conservadas en su epistolario. Se trata de una carta enviada a su amigo
Pieter Balling, quien acababa de sufrir la muere de su hijo y creía haber
tenido un presagio del infortunado suceso, en la que el filósofo holandés
le ofrece su consuelo y esboza una teoría de los presagios que parece con-
tradecir los puntos fundamentales de la doctrina gnoseológica expuesta
en su Ética. Sabater propone una interpretación de este problemático
texto que lo concilia con la doctrina spinoziana. Esto conduce a la autora
a proponer una lectura diferente del epistolario, como un ámbito en el que
Spinoza se permite explorar otros problemas y buscar otras respuestas,
abrir nuevas vías de reflexión que conducirían –como en este caso– a
repensar el problema de la individuación y plantear la posibilidad de que
las mentes de dos seres unidos por un vínculo de amor –como el de un
padre y un hijo– se encuentren entrelazadas.
Finalmente, Mariano Cozzi analiza el intercambio epistolar entre
Spinoza y Willem van Blyenbergh, un conjunto de cartas en las que se
aborda y se debate el problema de la existencia del mal en el mundo.
Como se sabe, Spinoza sostiene que en la naturaleza, en el universo,
no hay ni bien ni mal. Estas nociones son para él meros puntos de vista
subjetivos, humanos, parciales y por lo tanto no corresponden a lo
verdaderamente real. Cozzi expone, con gran talento literario, las obje-
28 Presentación
PRIMERA PARTE
Controversias filosóficas
1
Spinoza en debate
con los filósofos de su época
1 Malcolm, N., Wittgenstein Ludwig. A Memoir, Basil Blackwell, Oxford, 1967, p. 70.
2 Wittgenstein, L., Tractatus Logico-Philosophicus, Técnos, Madrid, 2007, §6, 44.
3 Cf. Heidegger, Martin, Einführung in die Metaphysik, Niemeyer,Tübingen, 1966, cap.1.
31
que no puede ser conceptualmente descrita. Sólo podemos referirnos a
esta experiencia por medio de un lenguaje poético, pero no lógico. De
manera que, una vez más, a través del asombro finalmente nos quedamos
fuera de la filosofía conceptual, en vez de que el asombro nos ponga en
camino hacia ella.
Ésta que, según Heidegger, es la pregunta fundamental de la metafí-
sica fue planteada quizás por primera vez con total claridad por Leibniz,
para quien, lejos de originarse en un confuso estado de ánimo como es el
asombro, era la primera pregunta que teníamos derecho a formular una
vez que aceptábamos la evidencia lógica del principio de razón suficiente:
si nada hay sin razón o sin causa, deberá haber alguna razón para que
exista algo más bien que nada.
Los propios textos de Leibniz –según yo los leo– sugieren la posibili-
dad de responder la pregunta por una vía que no recurre al principio de
conveniencia ni a causas finales, y que implica, en cambio, la aceptación
del argumento a priori. Expondré primero mi interpretación de Leibniz
y luego, daré marcha atrás en el decurso de la historia y me referiré a
Spinoza, y muy brevemente, a Descartes. Espero poder mostrar entonces
no sólo cuál es la respuesta que Leibniz da a la pregunta, sino también
por qué consideró que era indispensable plantearla, a fin de romper con
la ciega necesidad de la metafísica de Spinoza, y la libertad no menos
ciega y arbitraria del Dios cartesiano.
Antes de presentar los argumentos de Leibniz, Spinoza y Descartes,
conviene aclarar lo que entiendo por argumento a priori. Considero
que un argumento es a priori cuando, fundándose exclusivamente en
el examen de la posibilidad, esencia o concepto de un ente, concluye
afirmando su existencia real. Por ejemplo: “si X es posible, X existe” o
bien “si X es posible, necesariamente X existe” o bien “el concepto de X
es tal que X existe”, etc. También considero que es a priori un argumento
que, fundándose en la premisa de que hay posibilidades o esencias, con-
cluye con la afirmación de que algo existe en acto (pues se aduce que
“posibilidad” siempre es “posibilidad de algo que existe en acto”). Por
ejemplo: “si X, W o Y son posibilidades, existe Z (pues Z es el portador
de las posibilidades de X, W o Y)”.
1. Leibniz
Leiser Madanes 33
tipo de necesidad lógica que sólo las razones pueden ofrecer, y no las
causas; pero por otro lado, la pregunta exige que se dé razón de todo
lo que hay, tanto de las esencias inmutables como de las existencias
cambiantes. Además, otra dificultad habrá que superar en el ámbito de
las cosas inmutables y de sus razones de ser, pues si bien es lógicamente
necesario que la suma de los ángulos de un triángulo equivalga a dos
rectos, no es lógicamente necesario pensar que haya triángulos. La res-
puesta, por lo tanto, deberá consistir en una verdad de razonamiento, es
decir, lógicamente necesaria, y esta verdad se debe referir a la existencia
de una cosa –y no una mera esencia– que posea la peculiaridad de ser
algo necesario y no contingente como todos los restantes hechos y cosas.
En efecto, teniendo en cuenta qué es lo que hay que explicar y qué tipo
de explicación se exige cuando se pregunta “¿por qué hay algo más bien
que nada?” Leibniz encuentra la siguiente respuesta:
De modo que, como la raíz última debe residir en algo que existe con
necesidad metafísica, y como la razón de una cosa existente sólo puede
proceder de otra cosa existente, se sigue que existe un ser único, metafísi-
camente necesario, o sea que su esencia implica su existencia, y que existe
algo que es diferente de la pluralidad de los seres, o sea del mundo, que
hemos reconocido y mostrado que no existe por necesidad metafísica.5
Leibniz sostiene que el hombre puede probar a priori la existencia
de Dios y Dios puede probar a priori la verdad de cualquier proposición
existencial contingente. Uno de los aspectos más desconcertantes de
su filosofía es precisamente éste, a saber, que la proposición “Tabaré
Vázquez es el Presidente del Uruguay” puede ser demostrada a priori
por un intelecto infinito, pero no por ello deja de ser contingente, pues
su opuesto es lógicamente posible. La demostración a priori de la exis-
tencia de Dios puede ser considerada, creo yo, como paradigma de lo que
debería ser una respuesta racional completa, es decir, una demostración
a priori de la razón de ser de cualquier cosa. Veamos cómo.
El principio de razón suficiente –“Nihil esse sine ratione, seu nullum
effectum esse absque causa”6 – se refiere tanto a la verdad de proposicio-
nes como a las cosas mismas mentadas por ellas. Creo que esto no debe
Leiser Madanes 35
dades o cualidades distintivas de los objetos mencionados por dicho
concepto. Su extensión o denotación, en cambio, es el número o cantidad
de objetos contenidos en dicha clase. Si consideramos una proposición
desde el punto de vista de la comprensión de sus conceptos, sus atributos
o predicados estarán contenidos en el sujeto, ya que el predicado es parte
de la comprensión del sujeto. El predicado ‘filósofo’ está incluido en el
concepto de ‘Sócrates’, pues es una de las características distintivas de
Sócrates. Pero desde el punto de vista de la extensión de los conceptos
ocurre que el número de los objetos referidos por el sujeto es parte del
número de objetos referidos por el predicado. La extensión del sujeto
forma parte de la extensión del predicado. Sócrates es uno de los tantos
objetos que forman parte de la clase de los filósofos. De lo dicho hasta
aquí creo que puede concluirse que, en última instancia, para Leibniz la
extensión de un concepto es la consecuencia lógica de su comprensión.
Si recordamos el principio que establece la identidad de los indiscerni-
bles –no hay dos cosas en la naturaleza que sean exactamente iguales–
entonces puede argumentarse que si se llagara a conocer el concepto
completo de una sustancia individual, es decir, toda su comprensión, se
podría llegar a identificar, y por lo tanto a reconocer como real, el objeto
que constituye su única extensión.
Leibniz consideró, entonces, que la pregunta “¿Por qué hay algo y
no más bien nada?” era filosóficamente pertinente y significativa. Su
argumentación racional, no religiosa, sólo es posible porque supone que:
8 Bertrand Russell sostuvo que, según Leibniz, la existencia es el único predicado que no
está contenido en el concepto sujeto. La única excepción a esta regla, aclara Russell, se
da en el caso del concepto de Dios, ya que la existencia es una de sus notas. Sin embargo,
un texto como los Nouveaux Essais IV, i, 3-7, puede presentarse como prueba de lo
contrario: la existencia es un predicado contenido en el concepto sujeto de cualquier
proposición que afirme una verdad de hecho. Cf. Russell, B., A Critical Exposition of
the Philosophy of Leibniz, Cambridge University Press, Cambridge, 1900. Segunda
edición: George Allen y Unwin, Londres, 1937, I, 4, iii.
2. Spinoza
Leiser Madanes 37
que obra desde fuera y más allá de ella. Tampoco necesita la naturaleza
un Dios trascendente que la mantenga en la existencia. La naturaleza
o la existencia de todo lo que hay se sostiene y justifica por sí misma.
El orden en que ocurren las cosas también se comprende por sí mismo,
sin necesidad de recurrir a una voluntad divina ordenadora sobrenatu-
ral. Spinoza pretende haber demostrado esta tesis, incompatible con el
judaísmo y cristianismo de su época.10
No encontramos en la obra de Spinoza una formulación explícita de
la pregunta por qué hay algo más bien que nada. Y no la encontramos
porque su metafísica la excluye de plano. Spinoza enuncia el principio
de razón suficiente de manera simétrica. En la proposición 11 del libro
primero de la Etica afirma que “debe asignársele a cada cosa una causa,
o sea, una razón, tanto de su existencia, como de su no existencia. Por
ejemplo, si un triángulo existe, debe darse una razón o causa por la que
existe, y si no existe, también debe darse una razón o causa que impide
que exista, o que le quita su existencia”.11 Esta simetría –atención– es
preliminar, o hipotética, ya que a lo largo del libro primero de la Etica
– “De Deo”– Spinoza se propone enseñarnos a pensar la totalidad de
lo real, la plenitud del ser, y a esta idea omniabarcativa la llama Dios;
luego, recurriendo a un argumento a priori, pretende demostrar que es
impensable que Dios no exista, es decir, Dios, la totalidad de lo que es,
existe necesariamente, y no cabe pensar que no exista. Existe todo lo
posible; lo que no existe, no era realmente posible. Suponer que lo que
existe pudo no haber existido y, más grave aún, suponer que pudo no
haber existido nada, son engaños de la imaginación y formas incorrectas,
aunque en cierto sentido inevitables, de pensar.
No es propósito de este trabajo internarse en el laberinto de las
demostraciones de la Ética, pero sí comprender qué es lo que está en
juego en la proposición 11, cuyo título dice: “Dios, o sea una sustancia
que consta de infinitos atributos, cada uno de los cuales expresa una
esencia eterna e infinita, existe necesariamente.” Se trata, una vez más
en la historia de la filosofía, de una prueba a priori de la existencia de
Dios, pero esta vez entendiendo por Dios la realidad infinita, y no un
ser trascendente a su creación. La Demostración de esta proposición es
escueta: “Si niegas esto concibe, si es posible, que Dios no existe. En ese
Leiser Madanes 39
maravilloso de Spinoza es que, en cierto sentido, sí le exige a este argu-
mento la demostración de la existencia necesaria de todo lo que vemos
y tocamos ya que, aunque sea de manera muy mediada e indirecta, Dios
es material o, más precisamente, extenso.
La segunda demostración de la existencia de Dios que Spinoza ofrece
en esta misma proposición 11, comienza enunciando el doble principio
de razón suficiente, que mencioné antes: “Debe asignársele a cada cosa
una causa, o sea, una razón, tanto de su existencia, como de su no exis-
tencia. Por ejemplo, si un triángulo existe, debe darse una razón o causa
por la que existe, y si no existe, también debe darse una razón o causa
que impide que exista, o que le quita su existencia”. Claramente esta
formulación del principio de razón suficiente, con su doble circulación,
ya no da lugar a una asimetría ontológica: la nada no es ni más simple,
ni más obvia, que el ser. Podemos partir de la hipótesis de que nada pudo
haber existido, y preguntarnos por qué existe algo; o podemos partir de
la hipótesis contraria, suponer que en principio existe una plenitud o
totalidad de realidad y que hay que dar razón acerca de por qué algunas
cosas no se incluyeron en esa totalidad.
Como no se trata de una novela de misterio sino de una interpre-
tación, quizás algo personal y forzada, de la primera parte de la Ética,
no cometo una grave infidencia anticipando la respuesta. Además de
polemizar contra Descartes y demostrar que es incongruente suponer
que haya dos, o más, sustancias, Spinoza –si se me permite este ana-
cronismo– critica por anticipado a Leibniz, ya que en su metafísica la
pregunta fundamental queda respondida –o, mejor dicho, directamente
anulada– desde el principio, ya que no debemos comenzar suponiendo
la nada, sino la plenitud del ser o de la realidad; además, nos enseñará
a pensar esa plenitud como infinita, es decir, que nada le falta ni queda
fuera, sino que todo lo abarca. También nos explicará el motivo por el
cual, pese a pensar dicha plenitud o sustancia única, nosotros, entes
finitos, seguimos preguntando por qué el seleccionado argentino perdió
6 a 1 contra Bolivia o por qué el edificio de al lado es blanco, y no gris.
Pero atribuirá el origen de estas preguntas a un conocimiento siempre
imperfecto de la serie de causas que determina que las cosas sean tal
como son, y no de otra manera. En síntesis, Spinoza nos enseñará, o
al menos pretende enseñarnos, a pensar en una totalidad infinita, que
sea a su vez la suma de todas las razones o causas, y causa de sí misma.
El desarrollo de esta segunda demostración continúa con la distin-
ción entre una causa o razón que está contenida en la naturaleza de una
cosa, y una causa o razón que está fuera de la naturaleza de la cosa. Por
12 Cf. E, I, prop. 7.
Leiser Madanes 41
De aquí Spinoza concluye con una asimetría ontológica inversa.
Se sigue que existe necesariamente aquello de lo que no se da razón ni
causa que impida que exista. Tomemos esta afirmación como uno de los
principios fundantes de la metafísica de Spinoza y démosle el nombre
de principio de plenitud, ya que así han sido designadas variantes de este
pensamiento en otros autores.13 Continúa Spinoza:
Así pues, si no puede darse razón o causa alguna que impida que Dios
exista o que le prive de su existencia, habrá que concluir, absolutamente,
que existe de un modo necesario. (…) No pudiendo, pues darse una razón
o causa, que impida la existencia divina, Dios existe necesariamente.
En esta misma proposición 11 encontramos una tercera prueba de la
existencia de Dios. Recurre a esa otra equivalencia de Dios, de naturaleza
y de sustancia: en este caso, Dios es potencia. Dice Spinoza:
Poder no existir es impotencia, y, por el contrario, poder existir es potencia
(como es notorio por sí). De este modo, si lo que ahora existe necesariamente
no son sino entes finitos, entonces hay entes finitos más potentes que el
Ser absolutamente infinito, pero esto (como es por sí notorio) es absurdo;
luego, o nada existe, o existe también necesariamente un Ser absolutamente
infinito. Ahora bien, nosotros existimos, o en nosotros o en otra cosa que
existe necesariamente (ver axioma 1 y proposición 7). Por consiguiente,
un Ser absolutamente infinito, esto es (por la definición 6), Dios, existe
necesariamente.
Y añade en el Escolio:
Pues, siendo potencia el poder existir, se sigue, que cuanta más realidad
compete a la naturaleza de una cosa, tantas más fuerzas tiene para existir por
sí; y, por tanto, un Ser absolutamente infinito, o sea Dios, tiene por sí una
potencia absolutamente infinita de existir, y por eso existe absolutamente.
Hasta aquí Spinoza se ha venido ocupando de Dios. Veamos cómo
resignifica la creación.
En la proposición 16 obtenemos un indicio de cómo Spinoza reem-
plaza el acto creador del Dios bíblico, por una explicación metafísica.
Esta proposición tiene la peculiaridad de no depender de ninguna otra.
En su demostración Spinoza sólo recurre a una definición. Podría ser
considerada como un axioma, pero es proposición porque la demuestra.
Su enunciado es: “De la necesidad de la naturaleza divina deben seguirse
13 Cf. Lovejoy, Arthur, The Great Chain of Being, Harvard University Press, Harvard,
1936.
14 Cf. E I, prop. 17, cor. 2; E I, prop. 25, esc. y cor; E I, prop. 28 y su dem.; E I, prop. 29,
dem. y esc.
Leiser Madanes 43
lo que hasta aquí expuse. Pero creo que, de todas maneras, resulta
suficiente para mostrar que, precisamente por equiparar a Dios con
la totalidad de lo real, y demostrar su existencia necesaria mediante el
argumento a priori, la pregunta por qué hay algo más bien que nada, no
cabe formularla en el sistema de Spinoza. Lo real, lo existente, no pudo
no haber existido. La nada no es una posibilidad. Tal como enuncia la
proposición 30: “El entendimiento finito en acto, o el infinito en acto,
debe comprender los atributos de Dios y las afecciones de Dios, y nada
más”.15 Es decir, no se puede pensar la nada o en nada: sólo se puede
pensar en Dios y en sus atributos y modos.
3. Descartes
17 Ibid., p. 486.
Leiser Madanes 45
Omnipotencia(s):
Spinoza contra Descartes, otra vez
Fernando Mancebo
47
que la omnipotencia es una suerte de poder máximo, infinito, ilimitado,
e incluso inagotable. O también se dice que la omnipotencia es la suma
total de todo poder, o el poder de hacer todo.1
Si bien ni en el Antiguo ni en el Nuevo Testamento se ofrece una
base textual-literal fuerte para afirmar la omnipotencia divina,2 tanto el
judaísmo como el cristianismo han atribuido tradicionalmente la omni-
potencia sólo a Dios. También lo han hecho la mayoría de los filósofos
que abrevaron de estos dos credos monoteístas y abrahámicos. Entre
ellos, por supuesto, Descartes y Spinoza.
Por su parte, la distinción medieval entre potentia Dei absoluta y
ordinata, si bien no es tan antigua como la tradición de la omnipotencia,
sí se remonta hasta al menos Pier Demiani, en el siglo XI –aunque no
recibe su forma clásica sino hasta 1245.3
Hablar de potentia Dei absoluta y ordinata no es hablar de dos poten-
cias de Dios, sino de dos maneras distintas de un solo poder divino. La
Fernando Mancebo 49
en el orden establecido a fin de verificar profecías.8 La figura del deus
deceptor parece no ser sino una transposición de esa noción hacia el
interior de la metafísica cartesiana.
Descartes inicia Meditaciones metafísicas con una concepción bas-
tante precisa de la potentia Dei: “(…) hace tiempo que tengo en el espíritu
cierta opinión de que hay un Dios que todo lo puede (…)”.9 Si bien esta
noción de omnipotencia al principio parece propuesta solo de manera
tentativa, más adelante es afirmada como verdadera sin discusión ni
reparos, sin comentarios o desarrollos.10 Es por eso que, frente a esa falta
de especificidad, es válido preguntarnos: ¿qué significa que Dios todo lo
puede? Es decir, ¿cuál es el alcance de ese “todo” para Descartes? Para
poder empezar a responder, podríamos, por ejemplo, hurgar un poco
entre la correspondencia del filósofo.
El 15 de abril de 1630, Descartes le escribe a Mersenne:
Las verdades matemáticas, a las cuales usted llama eternas, han sido esta-
blecidas por Dios y dependen enteramente de Él, tanto como el resto de
Sus criaturas (…) Usted dirá que si Dios estableció estas verdades Él podría
cambiarlas, como un rey lo hace con las leyes de su reino; a lo que es preciso
contestar que es correcto (…).11
Notemos ya, por un lado, la imagen del rey y la contingencia de
las leyes de su reino respecto de su poder. Y, por otro lado, notamos
también el cuidado de Descartes en no llamar “eternas” a las verdades
matemáticas.
En una carta fechada el 27 de mayo de ese mismo año, Descartes
afirma que Dios, dada la libertad de su voluntad, puede hacer que todos
los radii de un círculo no sean iguales entre sí, e incluso pudo no haber
creado el mundo.
Fernando Mancebo 51
absolutos, es decir, fuera de este y cualquier orden, puede mucho más.
Incluso lo contradictorio.
En términos leibnizeanos: en el sistema cartesiano, hay otros mundos
posibles aparte del nuestro. Incluso mundos donde los imposibles son.
A diferencia de Descartes en Meditaciones metafísicas, en Ética
Spinoza “construye” lenta y laboriosamente su concepción de omnipo-
tencia.15 Y no sólo no la introduce como un vetusto prejuicio, sino que
también la contrasta con otras alternativas que finalmente descarta
–entre ellas, como dijimos, la concepción cartesiana.
La potencia del Dios spinoziano ya no es la del Summum Ens que
“todo lo puede”, como el de Descartes, sino un ente que “es causa
de todo”16 –incluso de sí mismo. Si bien una lectura rápida puede no
encontrar entre ambas formulaciones diferencia alguna, en efecto las
hay. Y bastantes.
En primer lugar, este “ser causa de”, si bien es problemático, sabemos
que, para Spinoza, es equiparable o análogo a la manera en la que de
la definición de un ente geométrico se siguen de él sus propiedades. Es
decir, que Dios sea causa de todo, significa que todo se sigue de Dios. Si
la implicación a nivel geométrico es lo deductivo, a nivel ontológico es la
necesidad: Dios causa todo necesariamente, es decir, no puede no causar
todo –o mejor: no puede no estar causándolo, eternamente.
En segundo lugar, para Spinoza la fórmula “Dios es causa de todo”,
equivale a “Dios es causa de infinitas cosas de infinitos modos”, lo que
es intercambiable con “Dios es causa de todo lo que puede caer bajo un
entendimiento infinito”. Pero con esto volvemos al mismo problema
que se nos planteaba con Descartes: ¿qué es específicamente ese “todo”?
¿Cuáles son “todas las cosas”? ¿Qué es propiamente aquello que puede
caer bajo un entendimiento infinito? La respuesta no se comprende
sino hasta las últimas siete proposiciones de E I –y las primeras de E II.
La esencia de Dios es su potencia misma, es decir, aquello por lo cual
él mismo y todas las cosas que él causa son y obran. Ahora bien, todo
lo que Dios causa –lo que se sigue de su esencia– es todo lo que está
en su potestad. Y todo lo que está es su potestad es todo lo concebible,
todo aquello cuya definición no sea autocontradictoria –es decir, Dios
es causa de todo lo lógicamente posible: exactamente eso es “lo que cae”
bajo un entendimiento infinito. De ahí que en E II pueda identificarse
17 Cf. Deleuze, Gilles, Spinoza y el problema de la expresión, VI, trad. Horst Vogel,
Muchnik Editores, Barcelona, 1999 (segunda edición).
18 Cf. Aquino, Tomás de, Suma teológica, trad. F. Raimundo Suárez (edición bilingüe),
Biblioteca de autores cristianos, Madrid, 1957, tomo I, Ia, 25, 3.
19 Cf. Maimónides, Moisés, Guía de los descarriados, [traductor sin especificar.], Proyecto
Editor, Buenos Aires, 1989, I, XV.
Fernando Mancebo 53
autoridad divina, si es que aquella contradice lo que Dios nos revelaba.20
En cambio Spinoza, para quien el todo posible es necesario y racional,
sucede al revés: él nos pide renunciar a la revelación si es que ella con-
tradice a la razón natural, pues “la verdad no contradice a la verdad”.21
Esto nos invita a repensar la elección del more geométrico como la
mejor vía para dar cuenta en términos lingüísticos de la estructura de
la realidad. La deducción, como un modo que infiere necesariamente
de premisas a conclusión, no sólo le permite a Spinoza ir construyendo
en términos puramente racionales sus conceptos de Dios inmanente y
mundo-en-Dios, sino que también le posibilita reducir toda alternativa
que no se adecue racionalmente a sus conceptos y proposiciones fun-
damentales. Y todo esto sin recurrir a ningún orden externo ni exce-
dente, pues lo que en la deducción se infiere, ya está desde un principio
contenido en las premisas –como Dios y las infinitas cosas de infinitos
modos lo están en la esencia divina.
En cambio Descartes precisa de un proceder analítico. Él avanza
como los matemáticos antiguos:22 supone resuelto lo que se quiere probar,
y luego ataca cada una de sus partes. Lo que Descartes busca fundamentar
es el conocimiento y su modo de atacar, la duda metódica. La cuestión
es que en su presuposición sostiene a un Dios que jamás cuestiona y que
se define principalmente por una omnipotencia absoluta y trascendente
al orden actual. Es un Dios que ordena, pero que a la vez cuenta con el
poder de deshacer lo ordenado; incluso cuenta con el poder de engañar.
Si no, ¿para qué necesita la figura de un deus deceptor devaluada en mau-
vais génie? ¿Cómo poder dudar de algo como las verdades matemáticas,
como el orden de las esencias, de algo que se presenta en principio como
claro y distinto, si no es bajo la profunda creencia de que hay un Dios
que todo lo puede, que incluso puede hacer que 1 más 2 no sumen 3?
La presuposición le permite filtrar a su Dios todopoderoso y el método
analítico le permite mantenerlo sano y salvo. Y esto en virtud de que
los elementos presupuestos y las partes del análisis no son los mismos.
Así es que la metafísica spinoziana, frente a la cartesiana, es mucho
más económica: no sólo porque el espectro de las posibilidades divinas
está acotado a lo no-autocontradictorio; no sólo porque también elimina
20 Cf. Descartes, R., Los principios de la filosofía, trad. G. Halperín, Losada, Buenos
Aires, 1997, §§ 24, 25; y MM, IV, 44.
21 PM, p. 265 (p. 267 de la edición de Alianza).
22 Parkinson, G. H. R., Spinoza, Instituto de Ciencias de la Educación, Valencia, 1984,
1.3.
Fernando Mancebo 55
Leibniz y el debate Spinoza-Tschirnhaus
sobre la derivación de los cuerpos
Rodolfo E. Fazio
57
ella.2 Las lecturas contemporáneas han recuperado parcialmente ambas
posturas en tanto reconocen la independencia de las principales tesis
de Leibniz, pero aceptan un período amistoso entre ambos sistemas
durante 1676, año en el que el filósofo alemán accede por primera vez a
la metafísica spinozista.3
El conocimiento que Leibniz tiene de la ontología de Spinoza durante
1676 es, empero, indirecto. En efecto, la recepción de su metafísica se
encuentra mediada por Tschirnhaus, quien se encarga de introducir a
2 Del otro extremo del espectro se encuentra, en primer lugar, Friedmann, quien, cuestio-
nando fuertemente las primeras interpretaciones sobre el tema, afirma que la relación de
ambos filósofos constituye un “ejemplo incomparable de tesis y antítesis en la dialéctica
de la historia de la filosofía” (Friedmann, G., Leibniz et Spinoza, Gallimard, Paris, 1946,
p. 35). Según su posición, no hay nada parecido a un spinozismo en Leibniz, puesto
que su metafísica juvenil, anterior al primer contacto con la de Spinoza, ya contiene
en germen todo su sistema posterior. En la misma línea, Parkinson ha continuado
con fuerza la idea de la independencia y contrariedad de ambos sistemas filosóficos.
Sus estudios buscan probar que no hay ningún momento de cercanía o amistad con el
spinozismo; en particular, se interesa por establecer tal tesis para los escritos de 1675-
1676: “no hay razón para suponer que Leibniz estuvo atraído por la filosofía de Spinoza
durante su estancia en París, por el contrario, su filosofía fue opuesta al panteísmo y
determinismo” (Parkinson, G. H. R., “Leibniz’s Paris Writing in Relation to Spinoza”, en
Leibniz a Paris (1672-1676), Studia Leibnitiana Supplementa 18:2, Felix Steiner Verlag,
Wiesbaden, 1978, pp. 73-89). Cf. también, Parkinson, G. H. R., “Leibniz’s De Summa
Rerum: a Sistematic Approach”, en Studia Leibnitiana 18:2, 1986, pp. 132-151. Entre
las interpretaciones más recientes, Brown y Mercer continúan esta línea interpretativa.
Cf. Brown, S., “The proto-Monadology of the De Summa Rerum”, en S. Brown, The
Young Leibniz and his Philosophy (1646-1676), Kluwer, Dordrecht, 1999, pp. 263-288 y
Mercer, Ch., Leibniz’s Methapysics: its origin and development, Cambridge University
Press, Cambridge, 2001, pp. 427-460.
3 Esta recuperación de la tesis original de Stein ha cobrado gran fuerza en los últimos
años, y puede encontrarse en gran cantidad de intérpretes. En particular, el vínculo
de estos escritos con Spinoza se ha estudiado respecto de algunos temas: el concepto
de Dios y la reforma de la prueba ontológica, el paralelismo, la noción de extensión,
los mundos posibles y el panteísmo. Cf. Adams, R. M., Leibniz: Determinist, Theist,
Idealist, Oxford University Press, Oxford, 1994, pp. 113-134; cf. Goldenbaum, U., “‘Qui
ex conceptu Extensionis secundum tuas meditationes varietas rerum a priori possit
ostendi?’: Noch einmal zu Leibniz, Spinoza und Tschirnhaus”, en VI Internationaler
Leibniz-Kongress: Leibniz und Europa, Vorträge I Teil, 1994, pp. 266-275; cf. Kulstad,
M., “Did Leibniz incline toward Monistic Pantheism in 1676?, en VI Internationaler
Leibniz-Kongress: Leibniz und Europa, Vorträge I Teil, 1994, pp.424-428; cf. Kulstad,
M., “Leibniz’s De Summa Rerum. The Origin of the Variety of Things, in Connection
with the Spinoza-Tschirnhaus Correspondence”, en F. Nef et. D. Berlioz (eds), L’Actualité
de Leibniz: les deux labyrinthes. Studia Leibniziana Supplementa 34, Franz Steiner
Verlag, Stuttgart, 1999, pp. 69-89; cf. Kulstad, M., “Leibniz, Spinoza and Tschirnhaus:
multiple Worlds, Possible Worlds”, en S. Brown, The Young Leibniz and his Philosophy
(1646-1676), Kluwer, Dordrecht, 1999, pp. 245-262; cf. Laerke, M., Leibniz lecteur de
Spinoza. La genèse d’une opposition complexe, Honoré Champion Étiteur, Paris, 2008.
4 Las notas sobre la Ética que Leibniz toma de sus reuniones con Tschirnhaus se encuen-
tran reunidas bajo el nombre de Sobre la Ética de Spinoza, cf. Leibniz, G. W., Sämtliche
Schriften und Briefe, ed. Deutschen Akademie der Wissenschaften, Darmstad, 1923 y
ss., Leipzig, 1938 y ss., Berlín, 1950 y ss., VI, 3, pp. 384-385 (se cita como A). Respecto
de la correspondencia Spinoza-Tschirnhaus, hay tres pares de cartas de interés a las que
Leibniz tuvo acceso: Ep. 59-60, 80-81 y 82-83 (pp. 268-271 y 331-335). Existen otros dos
textos que le sirven como medio para el conocimiento de las tesis de la Ética antes de
su publicación: las anotaciones a la carta de Spinoza a Meyer (cf. A VI, 3, pp. 275-282)
y a las tres cartas de Spinoza a Oldenburg (cf. A VI, 3, pp. 364-371). Sin embargo, en
nuestro trabajo nos limitamos a la presentación que tiene del spinozismo por parte de
Tschirnhaus, puesto que él es quien lo introduce de modo general a las tesis de Ética
y, además, le comenta el problema de la derivación de los cuerpos particulares a partir
de la extensión. La recepción general del spinozismo por parte de Leibniz es un asunto
complejo. En líneas generales, pueden distinguirse al menos tres momentos. [1] Durante
1670-71 Leibniz lee el Tratado teológico-político. La primera referencia al escrito se
encuentra en la carta del 3 de octubre de 1670 a Jakob Thomasius, donde, en armonía
con la crítica que su maestro hiciera en Contra el Anónimo acerca de la libertad de
filosofar, se refiere al texto como “un libro intolerablemente licencioso” (A II, 1, p. 106) y
lo vincula de modo directo con las tesis hobbesianas. Recién en 1671 conocerá el nombre
del autor por medio de una carta de Johann Georg Graevius, quien en abril de dicho
año escribe a Leibniz informándole que “ese libro sumamente pestilente, cuyo título
es Discursus Theologico Politicus, (...) se dice que tiene por autor a un judío de nombre
Spinoza que fue recientemente excomulgado a causa de sus opiniones monstruosas”
(A I, 1, p. 142). [2] Hacia fines de 1675 y 1676, Leibniz estudia con mayor detalle el
Tratado teológico-político (cf. A VI, 3, p. 248-275) y conoce por primera vez, aunque
por intermedio de Tschirnhaus, las tesis de la metafísica de Spinoza (cf. A VI, 3, pp.
380-385). En estos años también obtiene por medio de Schuller la carta de Spinoza a
Meyer donde trata sobre el infinito (cf. A VI, 3, pp. 275-282) y tres cartas de Spinoza
a Oldenburg que anota y comenta (A VI, 3, pp. 364-371). [3] En 1678 Leibniz accede a
la Ética una vez publicada y la comenta en detalle (cf. A VI, 4, pp. 1705-1777). Nuestro
trabajo se centra en los temas de metafísica del segundo período.
5 En la serie de escritos titulados De summa rerum (1676), Leibniz considera la idea
de que la filosofía ha de comenzar por Dios y se apropia de la definición spinozista,
cuestiona si efectivamente el alma es la idea del cuerpo, investiga la relación entre los
atributos divinos y sus modos, acepta que el pensamiento y la extensión son ejemplos
de tales atributos e, incluso, concede que las creaturas se distinguen sólo modalmente y
que Dios es la única sustancia. Estos puntos de contacto hacen que difícilmente pueda
ponerse en duda la matriz spinozista en la que se gesta De summa rerum.
Rodolfo E. Fazio 59
escritas entre 1675 y 1676. Entre los intérpretes contemporáneos se
ha planteado que el propio Leibniz se encuentra presente detrás de la
redacción de las últimas dos cartas de Tschirnhaus.6 Bajo esta lectura,
entonces, las epístolas esconderían un debate entre Spinoza y Leibniz,
intermediado por Tschirnhaus.
El debate acerca de la derivación de los cuerpos se inicia con la epís-
tola del 5 de enero de 1675. En ella, Tschirnhaus le plantea a Spinoza el
siguiente interrogante:
Si usted tiene el deseo y la ocasión, le demando respetuosamente la defini-
ción verdadera del movimiento y también cómo se explica y de qué manera,
mientras que la extensión concebida en sí misma es indivisible, inmutable,
etc., puede deducir a priori el nacimiento de una tan gran variedad de
objetos y consecuentemente la existencia de la figura propia de las partículas
de un cuerpo determinado.7
El punto en cuestión consiste en explicar cómo de la sola extensión,
concebida como indivisible, puede derivarse una gran variedad de cuer-
pos particulares determinados. La lectura de Tschirnhaus no es errónea.
En primer lugar, la indivisibilidad es una característica de la extensión
que el propio Spinoza acepta. Incluso plantea que en ello radica su prin-
cipal diferencia respecto de la versión cartesiana de este atributo.8 En
segundo lugar, el problema de la derivación de los cuerpos, aun cuando
está planteado sin mayores precisiones en la carta, es genuino. Siendo la
extensión indivisible, es lícito preguntarse cómo es posible que de ella sola
9 Tal como muestra en la Ep. 82, Tschirnhaus es consciente de con su objeción se está
cuestionando “la proposición 16 de la Ética, quizás la más importante del primer libro
de vuestro tratado” (Ep. 82, p. 334).
10 Ep. 60, p. 271.
11 Ep. 82, p. 333.
12 Para un estudio detallado sobre la similitud de los términos utilizados por ambos, cf.
Kulstad, “Leibniz’s De Summa Rerum...”, op cit.
Rodolfo E. Fazio 61
creaturas, Descartes comenzó por la mente y él [Spinoza] comienza por
Dios”.13 En su último año en París Leibniz tiende a hacer suya esta idea.
En el escrito Sobre las verdades, la mente, Dios y el universo (1676), por
ejemplo, adopta la posición spinozista para objetar el proceder cartesiano
al afirmar que “Descartes no llevó su análisis hasta lo más profundo, esto
es, hasta las formas primarias [es decir, los atributos], esto es, no comenzó
por Dios”.14 A diferencia de su posición juvenil, donde el trabajo de la
filosofía primera se piensa como la disciplina encargada de clarificar
los conceptos fundamentales como los de ser, espacio, cantidad, mismo,
etc., es decir, como ontología, en estos años se revela esencialmente como
ciencia o conocimiento de Dios, esto es, como teología.15 Nuevamente
manifestando un fuerte nexo con el spinozismo, Leibniz acepta en 1676
que la filosofía debe tratar en primer lugar De Deo. Bajo esta concepción
de la filosofía, entonces, se torna legítimo el interrogante acerca de cómo
derivar de Dios sus modificaciones.16
Antes de desarrollar la posición de Leibniz, conviene trazar algunas
precisiones terminológicas. Debido a la falta de conocimiento directo
de la metafísica de Spinoza, los escritos leibnizianos de 1676 adoptan
muchos términos de corte spinozista que, no obstante, son compren-
13 A VI, 3, p. 385.
14 A VI, 3, p. 506.
15 Distintos intérpretes han abordado el problema del objeto de la filosofía en los escri-
tos de 1676. En líneas generales, se acepta un cambio hacia una consideración de la
filosofía primera como teología. Schneider sostiene que en París Leibniz toma a Dios
como objeto de la metafísica en tanto lo piensa como sujeto de todas las realidades
y vincula este cambio a las conversaciones con Tschirnhaus (Schneider, W., “Deus
subjectum. Zur Entwicklung der Leibnizschen Metaphysik”, en Leibniz a Paris (1672-
1676), Studia Leibnitiana Supplementa 18:2, Felix Steiner Verlag, Wiesbaden, 1978, pp.
21-32). Laerke señala que aquello que se inicia en Sobre las verdades, la mente, Dios y
el universo culmina con la demostración de Dios de Que el ser perfectísimo existe (cf.
Laerke, op. cit., p.458). En esta línea puede indicarse que, de hecho, durante 1676 Leibniz
muestra un fuerte interés en ofrecer una correcta definición de Dios y una prueba de
su existencia a partir de su solo concepto. En sus escritos anteriores no hay interés por
la prueba ontológica. Con el acceso al spinozismo considera seriamente la necesidad
de demostrar a Dios sin recurrir al mundo y su armonía, sino a sólo su solo concepto.
Cf. Que el ser perfectísimo es posible (1676); El ser perfectísimo existe (1676); Que el
ser perfectísimo existe (1676); Definición de Dios o del ser por sí (1676).
16 Di Bella plantea al respecto que “Leibniz parece aquí aceptar el punto de vista de una
ontología realista de las cualidades, para la cual el principal problema no es el de la
abstracción, sino el opuesto: ¿cómo obtener un particular concreto si se comienza por
cosas universales y abstractas tales como las cualidades?” (Di Bella, S., The Science of
the Indivdual: Leibniz’s Ontology of Individual Substance, Springer, Dordrecht, 2005,
p. 56).
17 A VI, 3, p. 521.
18 Kulstad resume la solución leibniziana del siguiente modo: “una variedad de cosas no
puede resultar de o ser deducida de un atributo considerado solo; pero si relacionamos
un atributo singular con todos los otros, entonces puede resultar no sólo una variedad
de cosas, sino incluso una infinita variedad; dicho de otro modo, la variedad resulta
de todos los atributos tomados en conjunto” (Kulstad, “Leibniz’s De Summa Rerum...,
op cit., p. 77). La explicación de Kulstad está orientada fundamentalmente a mostrar la
cercanía de la respuesta de Leibniz y Tschirnhaus. Creemos, no obstante, que no logra
dar cuenta de la totalidad del problema de la derivación. Para ello, es necesario consi-
derar el primer paso dado en nuestro trabajo, puesto que, de lo contrario, la explicación
de Leibniz sería incompleta. Como hemos señalado, de la sola conjunción de atributos
no se explican las distintas modificaciones si no se presuponen distintos sujetos en los
que puedan darse
Rodolfo E. Fazio 63
modificaciones en éste”.19 Leibniz introduce un concepto adicional que
no se puede reducir ni a Dios, ni a atributo, ni a modo, a saber, el de
cosa. Al igual que Dios, las cosas funcionan como sujeto de predicados,
pero, a diferencia de Él, les niega estatus ontológico en 1676. El reco-
nocimiento de este cuarto elemento en la ontología le permite plantear
la posibilidad de que la diversidad de modificaciones consista en los
distintos modos en que todos los atributos son predicados de cada una
de las cosas. Un cuerpo, por lo tanto, sería el modo en que la extensión
se predica de una cosa, y la diferencia entre un cuerpo y otro no estaría
dada por la sola extensión (que es igual en todos), sino por el modo en
que ella se combina con todos los otros atributos o predicados simples.
En suma, la idea central de Leibniz es que si se piensa cada cosa como
sujeto de los infinitos atributos, la distinción puede trazarse en función
del modo cómo cada cosa los contiene. El origen de la variedad solamente
puede radicar en las diferentes formas en que estos predicados simples
se combinan en cada una. Todos los predicados de Dios combinados no
llevan a nada sino sólo a Dios. Por ello, si no se presuponen distintos
sustratos en los que puedan combinarse de diversa manera, no habría
manera de que su conjunción derive en modificación. Leibniz apuntala
su idea de una misma esencia expresada de diversos modos con analogías
matemáticas. En Sobre las formas simples ejemplifica la cuestión en los
siguientes términos: “hay cierta variedad en cada clase de mundo, y ésta
no es sino la misma esencia relacionada de varias maneras, como si tuvie-
ras que mirar la misma ciudad de varios lugares o como si relacionaras
la esencia del número 6 con el 3, será 3 x 2 o 3 + 3, pero si la relacionas
con el número 4, será 6/4 = 3/2 o 6 = 4 x 3/2”.20 Por ello, en tanto cada
cosa se piensa como un modo particular en el que se ordenan todos los
atributos o predicados simples, Leibniz concluye que:
19 A VI, 3, p. 514.
20 A VI, 3, p. 523 (sub. propio). Leibniz reitera esta analogía en otros escritos de De summa
rerum. En Sobre el origen de la cosas a partir de las formas afirma que “el origen
de las cosas desde Dios es similar al origen de las propiedades a partir de la esencia;
así como 6=1+1+1+1+1+1, también 6=3+3=3x2=4+2, etc. Y no se debe dudar que una
expresión difiere de la otra, pues de un modo pensamos expresamente el tres o el dos,
de otro modo no pensamos expresamente lo mismo (...). Por consiguiente, así como
difieren estas propiedades entre sí y de la esencia, también así difieren las cosas entre
sí y de Dios” (A VI, 3, pp. 518-519). En Sobre las formas simples precisa la analogía al
plantear en qué se diferencian los números de los atributos: “no puedo explicar cómo
las cosas resultan de las formas de otra manera que por analogía a cómo los números
resultan de las unidades, con la diferencia que todas las unidades son homogéneas,
pero las formas son diferentes” (A VI, 3, p. 523).
21 A VI, 3, p. 514. En Que el ser perfectísimo es posible afirma ofrece la siguiente defi-
nición: “afección es el predicado necesario resoluble en atributos, esto es, el predicado
demostrable acerca del sujeto”(A VI, 3, p. 574). Al igual que hiciera con el atributo,
Leibniz piensa las afecciones como predicados. Sin embargo y a diferencia de éstos,
cuya nota propia radicaba en la simplicidad, las afecciones se definen por ser predica-
dos compuestos. Una afección es resoluble o divisible en predicados simples, esto es,
es un predicado compuesto de atributos. Las afecciones son, entonces, los predicados
del sujeto que contienen diversos atributos. Aquí Leibniz ha realizado una inversión
radical del spinozismo. Incluso reconoce que entre ellas hay una peculiar, que denomina
propiedad: “propiedad es la afección recíproca, esto es, la afección que contiene todos
los atributos del sujeto o a partir de la cual todos lo predicados pueden ser demostrados”
(A VI, 3, p. 574). Una característica que puede verse en estos escritos radica precisa-
mente en que sólo es posible una afección particular si ella engloba la totalidad de los
atributos, esto es, si es una propiedad, puesto que los predicados de las cosas individuales
no podrán ser particularizados sino es por medio de todos los atributos en simultáneo.
22 En estos escritos pueden encontrarse, en efecto, las primeras formulaciones del pers-
pectivismo.
23 Respecto del uso que hace Spinoza, las cosas podrían entenderse como las modifica-
ciones de la sustancia en general, esto es, sin considerar su pertenencia a un atributo
particular. Así podría leerse el paralelismo que traza entre modos y cosas en E II,
prop. 7. Sin embargo, a veces lo usa para designar a la sustancia (cf. E I, prop. 9) o a los
atributos (cf. E II, prop. 1 y 2). También podría entenderse como un cuarto elemento en
su metafísica, distinto a la sustancia, atributos y modos (tal es el sentido que pareciera
tener en E II, def. 2 y también podría leerse así E II, prop. 7). Nicolás Vainer defiende
una lectura en esta línea, donde las cosas singulares se erigen como cuarto elemento
básico en la ontología de Spinoza. Cf. Vainer, N., “Spinoza y el problema de las cosas,
los modos, los atributos y la sustancia”, en Analogía filosófica, vol. 18, N° 1, 2004, pp.
123-144.
Rodolfo E. Fazio 65
en mano, Leibniz reparará en sus apuntes sobre la ambigüedad del uso
de éste término y, asimismo, en la falta de definición del mismo.24 En
suma, creemos que los dos pilares sobre los que se sostiene la propuesta
de Leibniz, a pesar de sus peculiaridades, nos invitan a realizar una
interesante relectura de las bases metafísicas de Spinoza.
1 Cf. E IV.
2 “Spinoza, por su parte, conocía el pensamiento de Hobbes. Ante todo, porque éste se
había difundido mucho en los Países Bajos y, de modo especial, entre la gente con la
que él se relacionaba. Pero, además, tenía en su biblioteca las Opera Philosophica de
Hobbes, publicadas en Ámsterdam en 1668, que contenían la traducción latina del
Leviathan” (Fernández, L., “Derecho natural y poder político. Diferencias entre Spi-
noza y Hobbes” en Ideas y valores, vol. 38, N° 80, Universidad Nacional de Colombia,
Bogotá, 1989, p. 95).
67
cia explícita al filósofo inglés. Este silencio ha generado interpretaciones
encontradas, desde que Spinoza es un autor de cuño hobbesiano hasta
que se encuentra en las antípodas de una teoría de Estado de este tipo.
Ahora bien, contamos con una mención explícita por parte de nuestro
filósofo a Hobbes en una carta que éste le responde a Jarig Jelles en 1674,
3 años antes de su muerte, y un año antes de comenzar la escritura de
su Tratado político. En ella Spinoza dice:
En cuanto atañe a la política, la diferencia entre yo y Hobbes, acerca de la
cual usted me consulta, consiste en esto: que yo conservo siempre incólume
el derecho natural y afirmo que en cualquier ciudad, a la autoridad suprema
no le compete sobre los súbditos un derecho mayor, sino en la medida en
que su poder supera al de los súbditos; lo que tiene lugar siempre en el
estado natural.3
Aquí, el propio Spinoza establece su distancia con un planteo de tipo
hobbesiano al manifestar su diferencia respecto al lugar que ocupa el
derecho natural en su propuesta política. Sin embargo, esta aclaración
no ha sido suficiente para la posteridad. La cuestión del parentesco
ideológico entre el filósofo holandés y el inglés, como hemos explicitado,
ha sido una problemática siempre presente en la literatura spinoziana.
Nuestra intención será mostrar en qué sentido cualquier intento
por adjudicarle a Spinoza una visión de tipo hobbesiano en lo que con-
cierne a su propuesta política carece de sustento teórico. Al recorrer los
propios tratados spinozianos se ve cómo su teoría del Estado se aleja
completa y radicalmente de un planteo como el realizado por Hobbes
en el Leviathan.
Es interesante ver que aquellos intérpretes que han argumentado a
favor de un Spinoza hobbesiano lo han hecho, en general, por dos moti-
vos centrales. Por un lado, basándose en la convicción de que el filósofo
holandés postula, al igual que Hobbes, un pacto que implica cesión de
derechos naturales como fundante del Estado.4 Así, establecen que el
contrato spinoziano está basado en la transferencia total de derechos
individuales a la autoridad soberana y que ésta es acompañada de la
3 Ep. 50, p. 239. Cito según la siguiente traducción al castellano: Spinoza, B., Epistolario,
trad. O. Cohan, Colihue, Buenos Aires, 2007, p. 203.
4 El pacto es descripto por Hobbes con las siguientes palabras “Autorizo y abandono el
derecho a gobernarme a mí mismo; a este hombre, o a esta asamblea de hombres, con
la condición de que tú abandones tu derecho a ello y autorices todas sus acciones de
manera semejante” (Hobbes, T., Leviathan, Losada, Buenos Aires, 2003, p. 166).
11 TTP, p. 201.
12 Ibíd., p. 241.
17 TP, p. 287. Cito esta obra según la siguiente traducción al castellano: Spinoza, B.,
Tratado político, trad. A. Domínguez, Alianza, Madrid, 1986.
18 Ibíd. Subrayado nuestro.
19 Ibíd., p. 284.
20 Ibíd. Subrayado nuestro.
21 Vemos en TTP cómo Spinoza concibe como “falsa política” a la monarquía, estable-
ciendo que “el gran secreto del régimen monárquico y su máximo interés consisten en
mantener engañados a los hombres y en disfrazar, bajo el especioso nombre de religión,
el miedo con el que se los quiere controlar, a fin de que luchen por su esclavitud, como
si se tratara de su salvación (…)”. (TTP p. 7).
1. Introducción
1 El caso más emblemático de esta actitud podría ser el de Jacques-Bénigne Bossuet, quien
dedicó varias páginas de la segunda parte de sus Discours sur l’histoire universelle
(1681) a refutar, sin nombrarla, la hipótesis del capítulo VIII del Tratado teológico-
político que hacía a Esdras autor del Pentateuco. Su conclusión es rotunda: “¿Qué
fábula más increíble se podría inventar? ¿Y se podría creer en ella sin que acompañen
77
para mostrar que esas semillas ya estaban plantadas en muy diversos
lugares y que la novedad de Spinoza radicaba principalmente en haberlas
renovado dándoles una formulación más sistemática y contundente. En
el presente trabajo nos proponemos mostrar dos ejemplos de esta última
posición, entre muchos otros que podrían citarse. El primero corres-
ponde a Pierre Bayle, uno de los autores más leídos en el siglo XVIII y el
“arsenal” del cual se nutrieron de argumentos los ilustrados europeos. El
segundo es anónimo y no se sabe con certeza su época de redacción; se
titula “Doutes des Pyrrhoniens” y habría sido escrito entre 1696 y 1711.
Es un ejemplar de lo que se conoce como “filosofía clandestina”, textos
que circulaban de manera subterránea en copias manuscritas y cuya
composición, muchas veces colectiva, tenía un propósito más militante
que especulativo. Presentándolos y cotejándolos intentaremos averiguar
algo más de la ubicuidad de Spinoza en los comienzos del Siglo de las
Luces, un autor, como la esfera inteligible de Pascal, cuyo centro estaba
en todas partes y su circunferencia en ninguna.
Bayle dedicó a Spinoza el más largo y uno de los más famosos artículos
del Dictionnaire historique et critique (1696-1702). El artículo, que tuvo
una probada influencia en la interpretación del spinozismo que hicieron
filósofos como Hume, Diderot y Voltaire, se caracteriza por alternar
violentas críticas y sutiles concesiones al autor de la Ética. Las críticas
provienen principalmente del hecho de que Bayle traduce el léxico de Spi-
noza a la metafísica clásica e interpreta la sustancia en términos de sujeto
de inherencia de las modificaciones. Los modos serían, así, propiedades
de la sustancia con el resultado de que ella misma sería “a la vez agente
y paciente, causa eficiente y sujeto” de todo lo que pasa, incluyendo, por
supuesto, “todos los crímenes que se cometen” y “todas las imperfeccio-
nes del mundo”.2 Para Bayle, esta hipótesis es “la más espantosa que se
Fernando Bahr 79
autores conocidos como Pedro Abelardo, el hereje David de Dinant y su
maestro, Amalrico de Bène. Más hacia atrás el árbol se hace frondoso.
Estratón de Lampsaco y, si interpretamos el Dios de Spinoza como alma
del mundo, también los estoicos: lo prueban pasajes de Séneca. Una cita
de François Bernier aporta otros nombres: Platón y Aristóteles, nada
menos; los pandits o gentiles de la India, los sufíes y la mayor parte de
la gente de letras de Persia.
Europa, Oriente Próximo y Oriente Medio parecen haber sido tie-
rras propicias para el desarrollo del spinozismo. Pero todavía nos falta
Extremo Oriente, y en esas tierras aún más fértiles se concentran la obser-
vación siguiente de “Spinoza” y la observación D del artículo dedicado
a Japón. La primera lo hace brevemente, sólo para recordar el aire de
familia del filósofo con las enseñanzas de la secta Foe Kiao, establecida
en China en el año 65 de la era cristiana.7 La observación D de “Japón”,
por su parte, comenta la semejanza entre los principios de Spinoza y
los de los bonzos del Japón. Esa semejanza, nuevamente, radica en que,
según uno y otros, “todas las cosas son Dios, (…) y Dios es todas las
cosas”.8 Pero más importante que la identificación de este rasgo común
es el comentario que sigue: “No se puede admirar lo bastante que una
idea tan extravagante y tan llena de contradicciones absurdas se haya
podido meter en el alma de tanta gente tan alejada entre sí y tan diferente
en humor, en educación, en costumbres y en genio”.9
Las otras menciones a Spinoza en el Dictionnaire avalan esa sorpresa.
No se puede admirar lo bastante que la hipótesis que gobierna la filosofía
de Giordano Bruno sea “enteramente semejante al spinozismo” y que
los principios de Cesalpino “apenas” difieran de los de Spinoza;10 que lo
que se conoce de Empédocles, Anaxímenes y Tales revele “en el fondo”
el dogma spinozista;11 que los dos versos que han quedado del poeta y
gramático Quintus Valerius Soranus (siglo I a. C.) afirmen que Dios es
7 “Spinoza”, B, DHC, IV, pp. 254b-255b. Lo hace, curiosamente, para subrayar que los
principios de esta secta son todavía más extravagantes que los de la Ética en la medida
en que “hacen consistir la perfección soberana del principio en la inacción y el reposo
absoluto”. Spinoza, en cambio, aun compartiendo la idea de que los entes particulares
son indistintos de la sustancia única, sostiene que ésta “actúa siempre, piensa siempre,
y ni siquiera por medio de las abstracciones más generales se podría despojarla de la
acción y el pensamiento”.
8 “Japon”, D, DHC, II, p. 832a.
9 Ibid., p. 832a.
10 “Cesalpin”, in corp., DHC, II, p. 118, y “Brunus”, D, DHC, I, p. 681b.
11 “Jupiter”, G, DHC, II, p. 903a.
Fernando Bahr 81
Por este ejemplo del sistema de Heráclito podéis juzgar fácilmente que
todos los sistemas de los antiguos filósofos acerca de la naturaleza de Dios
conducían a la irreligión, y que si todos estos filósofos no cayeron en ese
abismo, sólo tienen que agradecérselo a una falta de exactitud que les ha
impedido razonar consecuentemente. Se desviaron de su camino, atraídos
desde otros lados por las ideas que la educación había impreso en sus espí-
ritus y que el estudio de la moral alimentaba y fortalecía.15
Hemos visto que el principio clásico ex nihilo nihil fit tiene para Bayle
una evidencia incontestable.16 Este pasaje, por lo tanto, nos permite tam-
bién entender que quienes afirmaron la creación desde la nada (exigencia
para evitar el cargo de ateísmo), lo hicieron siguiendo las ideas de la
educación y las exigencias de la moral, no razonando consecuentemente,
puesto que, para decirlo de una vez, la razón conduce de manera natural
al ateísmo. Bayle, siempre cuidadoso al expresar sus ideas, lo dice por
la negativa: “no os vayáis a imaginar que sin el socorro de lo alto, sin
una gracia de Dios, sin las luces de la Escritura es posible darse cuenta
fácilmente de ese camino [a saber, el de la religión]”.17
El ateísmo es, pues, el resultado al que la razón llega siempre que se
la deja librada a su propio impulso. Lejos de constituir una paradoja o
un resultado insólito, es a la metafísica lo que el principio de inercia
a la filosofía natural: el estado de reposo o de movimiento rectilíneo
uniforme en el que permanece la mente humana, podríamos decir, toda
vez que no actúan sobre ella fuerzas extrañas. Formulado de manera
más precisa, si las huellas de la educación o de la gracia no la desvían
de su trayectoria, la razón tiende a pensar “que la naturaleza es la causa
de todas las cosas, que ella existe eternamente y que actúa según toda
la extensión de sus fuerzas y según leyes inmutables que no conoce
para nada”.18 Bayle denomina esta posición “estratonismo”, pero, como
ha señalado Gianluca Mori, los componentes spinozistas de la misma
(excepción hecha de la unidad de la sustancia) son inocultables.19
20 Bayle, Pierre, Réponse aux questions d’un provincial (en adelante, RQP), cap. XXIX,
OD, III, p. 983a.
Fernando Bahr 83
santo nombre de Dios y para establecer la ortodoxia sobre las ruinas de
la herejía o de la idolatría”.21
Para Bayle, un caso típico de fanático religioso era el “papista” o
católico romano. Hoy podríamos encontrar otros ejemplos más ade-
cuados; de todas maneras, la idea resulta clara: fanático es aquel que
se autoconcibe como protector de la verdad religiosa y supedita todo
sentimiento moral a ese protectorado. Contra tal concepción, y contra
la historia que la legitimaba, Bayle postulará en cambio que la base
de la sociedad no debe buscarse en una creencia religiosa compartida
por los habitantes y que, por el contrario, es la creencia religiosa la que
suele causar la mayoría de los males políticos al colocarse como motivo
excluyente de la pertenencia social.
El ateísmo como resultado del desarrollo natural de la razón, la reli-
gión como causa y no como antídoto de la anarquía social. Spinoza le
ha permitido a Bayle pensar nuevamente la historia, colocando la regla
allí donde hasta entonces se había ubicado la excepción e interpretando
la antigua regla como una consecuencia excepcional. A continuación
veremos otro caso donde estas inversiones se repiten y, por tratarse de
un escrito clandestino, lo hacen de manera más desembozada.
24 Doutes, p. 6.
25 Ibid., p. 7.
26 Ibid., p. 8.
Fernando Bahr 85
más claro e incluye no sólo a los griegos (Aristóteles, Zenón, Jenófanes,
Parménides, Meliso), sino también a “los egipcios, los mismos chinos
y muchos otros”. Todos ellos pensaron “que la materia primera, de la
cual todo el mundo está hecho, era el primer principio fuera del cual
no había nada” y que ese principio contenía en sí “todas las propiedades
necesarias y adecuadas para formar el universo”. De allí deriva “esta
opinión tan apreciada por toda la antigüedad como por varios filósofos
modernos: que todo es una parcela de Dios y de la sustancia. Así el árbol,
el animal, el hombre tanto como la piedra y el metal eran una porción
de la sustancia divina”.27
Bayle, según hemos visto, se negaba a aceptar esta doctrina por su
carácter monstruoso, puesto que, entre otras cosas, llevaba a concebir un
Dios en permanente combate consigo mismo, un Dios que, como dice de
manera pintoresca, “modificado en alemán ha matado a Dios modificado
en diez mil turcos”.28 Para el autor del manuscrito, en cambio, que realiza
la misma interpretación, la consecuencia ridícula de la misma prueba
que el error se encuentra en otro lado, a saber, no en el monismo sino
en las nociones de bien y mal, placentero y doloroso o vital y mortal que
atribuimos a los acontecimientos:
Ahora bien, si suponéis este principio [esto es, que las cosas son una porción
de Dios], que Spinoza ha renovado en nuestros días, Dios no se puede
castigar a sí mismo, puesto que es él, propiamente, quien actúa en noso-
tros y hace todo. (...) En la disposición de este sistema, sería ridículo decir
que Dios, del cual las criaturas son una porción, pueda hacer algo malo o
hacerse el mal a sí mismo. Hay que suponer, por lo tanto, siguiendo esta
opinión, que todo lo que sucede es indiferente: que se muera o que se viva,
que se sufra o que no se sufra, eso es indiferente en relación al ser eterno
del cual todo está hecho.29
Todas las criaturas son una porción de Dios, el cual actúa de diversas
maneras en ellas, y cualquier distinción moral que hagamos entre los
hechos nos incumbe solamente a los seres humanos, no a Dios, para quien
todo lo que sucede es indiferente. Estas conclusiones tienen poco ya de
escepticismo, y aunque el autor insista en presentarlas como “dudas de
los pirrónicos”, resulta claro que por debajo de ellas, sosteniéndolas, se
encuentra Spinoza, o, más bien, una versión resumida y vulgarizada de
27 Ibid., p. 19.
28 “Spinoza”, N, DHC, IV, p. 261b.
29 Doutes, pp. 20-21.
30 Ibid., p. 23.
31 Ibid., pp. 53-54.
32 Cf. ibid., pp. 15 y 103
33 Ibid., p. 37.
34 Ibid., p. 101. También p. 104.
35 Ibid., pp. 103-104.
Fernando Bahr 87
no habría necesidad de ley ni de cultos religiosos.36 Éstos, según el autor
del manuscrito y según Spinoza, nacen de la impotencia de la razón para
orientar la vida de la mayoría de los seres humanos, quienes no reco-
nocen la naturaleza sino en los impulsos desenfrenados y, por lo tanto,
tienen necesidad de una instancia externa que les imponga los límites
y regule su conducta. Así lo entendió, dice el autor anónimo, Moisés,
“hombre sabio y gran filósofo” cuya intención era “abolir la idolatría y la
superstición” y asegurar el cumplimiento de la ley mediante “la creencia
en la unidad de un dios eterno, del cual todo depende”.37 Así lo entendió
Jesucristo, quien enseñó “una moral muy santa y muy perfecta (…) llena
de una caridad muy útil a la sociedad” y declaró “que no venía a alterar
o destruir la ley, sino a cumplirla”.38 Así lo entendieron Confucio en la
China y Mahoma al escribir el Corán.
Las religiones, por tanto, son buenas en su origen en la medida en
que nacieron como auxilios y reaseguros del soberano, pero han sido
corrompidas por la superstición popular y por la avidez de los sacerdo-
tes. El autor del manuscrito no lo desarrolla de manera ordenada, pero
está claro que esa corrupción tiene que ver no sólo con la extravagancia
de ciertas creencias o ceremonias sino también con el hecho de que las
religiones se han transformado en factor de conflicto social, sea porque
se han independizado del poder político, transformándose en un “Estado
dentro del Estado” para utilizar la expresión de Spinoza, sea porque
se han aliado con un poder político violento para sojuzgar a los más
débiles. En cualquier caso, de garantes del orden social han pasado a ser
obstáculos para el establecimiento del mismo, lo cual lleva a reflexionar
acerca de su sentido.
¿Es imprescindible la religión para la cohesión social? En tal caso,
¿cómo debería ser concebida? Esta parece ser la duda o cuestión que
domina finalmente el tratado clandestino. La respuesta se encuentra
en un escenario ya conocido: el de los magistrados del “vasto Imperio
de la China”.
De donde se podría concluir con Bayle que, puesto que los magistrados y
una gran parte del pueblo no creen en la inmortalidad del alma, que es la
base de la religión, y que por otra parte este vasto país está bien gobernado
6. Conclusiones
Fernando Bahr 89
resultarnos curiosos, pero más curiosos aún son los círculos centrales
adonde desembocan y a los que alimentan los filósofos mencionados:
Teofrasto de Ereso para la mitad superior; “Teofrasto redivivo”, es decir,
el título del manuscrito, para la inferior. Estos últimos serían los ejes de
la historia filosófica; al menos de la historia filosófica que quiere contar
el texto en cuestión.
A nuestro juicio, tanto Bayle como el anónimo autor de Doutes de
pyrrhoniens han intentado hacer algo similar al grabado del Theophras-
tus, esto es, postular otros márgenes y otros centros, o, con una metáfora
acuática, otros ríos y otros mares, para la historia de la filosofía. En el
caso del último Bayle, los centros resultan claros: Estratón de Lampsaco
(curiosamente, el sucesor de Teofrasto de Ereso en la dirección del Liceo)
para la historia antigua, y Spinoza para la historia moderna. En el caso
del manuscrito clandestino, acaso Pirrón (en su particular interpreta-
ción) para la historia antigua, y seguramente Spinoza para la historia
moderna. Estos centros no representan necesariamente la verdad sino
puntos esenciales de confluencia, encrucijadas del laberinto (recordando
a Castoriadis), donde por un momento se muestra lo que se ha venido
preparando y está en juego.
Spinoza, o, en todo caso, el spinozismo, parece haber sido principal-
mente ese punto de confluencia para los autores de finales del siglo XVII
y comienzos del XVIII. Un instante de esplendor (aunque sea demencial)
que ilumina caminos que se ignoraban y muestra los caminos conocidos
bajo un nuevo aspecto o desde otras consecuencias. No ya Aristóteles,
sino Estratón; no ya Tomás de Aquino sino David de Dinant; no ya
París o Atenas sino el Lejano Oriente. Contra la pia philosophia cuya
construcción reclamó y emprendió Marsilio Ficino en el Renacimiento,
la temprana Ilustración se propuso construir una historia impietatis y
Spinoza fue la bandera enarbolada.
1 Israel, Jonathan I., Radical Enlightenment: Philosophy and the Making of Modernity
1650-1750, Oxford University Press, Oxford, 2001. En castellano: Idem., La Ilustración
radical, FCE, México, 2012.
2 Cf. Israel, Jonathan I., Radical Enlightenment…, op. cit., pp. 11 y ss.
3 Entre otras cosas, se le ha reprochado cierto anacronismo al utilizar término “radical”
para referirse a pensadores del siglo XVII, así como cierta ambigüedad que surge de
la superposición de la categoría de Ilustración radical con la de libertinaje erudito, se
le cuestiona si la doctrina de Spinoza constituye efectivamente el núcleo filosófico de
la corriente, e incluso se duda de que Spinoza mismo pueda ser considerado como un
representante fiel de la Ilustración radical. Sin embargo, en general los especialistas
reconocen que se trata de una categoría historiográfica fecunda, que debe continuar
siendo debatida. Al respecto, véanse los textos presentados en el marco del Coloquio
91
territorio alemán desde la publicación del Tratado teológico-político en
1670 confirma que las referencias a Spinoza reaparecen una y otra vez en
las obras de autores tanto ortodoxos como clandestinos, así como tam-
bién en el marco de diferentes disputas filosóficas, que se revelan como
fundamentales en el proceso de gestación de la mentalidad ilustrada en
el territorio alemán.4
El objetivo de este trabajo es proponer un recorrido por tres debates
filosóficos que signaron la era de la Ilustración en Alemania, con el fin
de continuar indagando la importancia del spinozismo en los diferentes
momentos de este movimiento. Mi intención es poner en evidencia que,
más allá de brindar argumentos para la defensa de las principales causas
de la Ilustración –como la tolerancia religiosa, la separación de la Iglesia
y el Estado, la reivindicación de la democrav cia y la igualdad entre los
hombres– que es lo que, según Israel, transforma a Spinoza en la fuente
principal de la corriente radical del movimiento ilustrado, la discusión
acerca del spinozismo en el territorio alemán se superpone con la discu-
sión acerca del concepto de razón humana, de su alcance y sus límites.
De modo que, y a lo largo de su formación y desarrollo –tal como señala
Israel– pero también en el momento de su más profunda crisis –como
pretendo mostrar– el debate acerca de la doctrina de Spinoza no puede
ser escindido de la reflexión explícita acerca del sentido de la Ilustración,
proclamada por sus impulsores como la era de la razón. Como se verá,
esto hace que la relación entre spinozismo e Ilustración presente ciertos
aspectos paradójicos que intentaré señalar a modo de conclusión.
5 Israel no hace referencia a esta polémica en su libro al que se hizo referencia. Al res-
pecto, pueden verse: Wurtz, J.-P., “Tschirnhaus und die Spinozismusbeschuldigung:
die Polemik mit Christian Thomasius”, Studia leibnitiana 13 (1981), pp. 61-75; Idem.,
“Tschirnhaus et Spinoza” en Müller, K., Schepers, H. y Totok, W. (ed.), Theoria cum
Praxis. Studia Leibnitiana Supplementa. Volumen XX, Franz Stiner, Wiesbaden, 1988;
Schröder, Spinoza in der deutschen Frühaufklärung, op. cit., pp. 22-25; Otto, op. cit.,
pp. 83-91; Czelinsky-Uesbeck, op. cit., pp. 136-141, Solé, op. cit., pp. 76-85.
6 Christian Thomasius (1665-1728) fue Profesor de Derecho Natural primero en la Uni-
versidad de Leipzig y luego en la Universidad de Halle, en cuya fundación participó.
Su figura presenta diferentes rasgos que pueden ser conectados con el espíritu del
movimiento ilustrado. Es considerado el padre del periodismo alemán, por la creación
en 1688 de la revista mensual titulada Pensamientos sinceros, cómicos y graves, aunque
racionales o Diálogos mensuales sobre libros de toda clase, pero especialmente sobre
libros nuevos [Freimütige, lustige und ernsthafte, jedoch vernunftmässige Gedanken
oder Monatsgespräche über allerhand, fürnehmlich aber neue Bücher], usualmente
denominada Monatsgespräche, que apareció hasta 1690.
7 Walther von Tschirnhaus (1651-1708) nació en Alemania y se trasladó en 1669 a Leiden
para iniciar sus estudios en leyes. Gracias a la mediación del médico Schuller, había
conseguido entrevistarse varias veces con Spinoza. Además, se sabe por sus cartas
que poseía un manuscrito fragmentario de la Ética (cf. Ep. 59, p. 168) que estudió su
sistema con profundidad y que le planteó interesantes objeciones (véanse Ep. 57, 59,
65, 80 y 82). La obra a la que hace referencia la crítica de Thomasius fue publicada en
Amsterdam en 1687 con el título Medicina mentis.
8 Thomasius, Monatsgespräche, marzo 1688, pp. 421-424.
17 Israel aborda esta polémica y le atribuye una gran importancia (cf. Israel, J., Radical
Enlightenment…, op. cit, pp. 544 y ss.). Véanse también Bianco, B., “Freiheit gegen
Fatalismus. Zu Joachim Langes Kritik an Wolff ” en Schneider (comp.), Christian Wolff
1679-1754. Interpretationen zu seiner Philosophie und deren Wirkung, Meiner, Ham-
burg, 1986, pp. 111-155; Beck, Lewis White, Early German Philosophy, The Belknap
Press of Harvard University Press, Massachusetts, 1969, pp. 259-261 y Solé, op. cit.,
pp. 132-144.
18 Véase Gawlick, Günter, “Christian Wolff und der Deismus” en Schneider (comp.),
Christian Wolff 1679-1754, op. cit., pp. 139 y ss.
19 Wolff, Christian, Oratio de Sinarum philosophia practica/Rede iiber die praktische
Philosophie der Chinesen, Meiner, Hamburg, 1985, pp. 24 y ss.
20 Lange, J., Causa Dei et Religionis Naturalis Adversus Atheismum, Halle, 1723, p. 54.
21 Poco tiempo más tarde, Lange publicó otro escrito contra Wolff, donde distingue dos
clases de spinozismo: un spinozismus partialis, que se limita a reconocer un nexo
físico-mecánico entre las cosas, y un spinozismus totalis, que combina ese nexus con
la doctrina de la única sustancia. Según él, Wolff era un spinozista de la primera clase.
Cf. Lange, Descubrimiento modesto y preciso de una filosofía falsa y perniciosa en el
sistema metafísico wolffiano... [Bescheidene und ausführliche Entdeckung der falschen
und schädlichen Philosophie in dem Wolfischen Systemate Metaphysico...], Halle, 1724,
pp. 476 y ss.
22 Cf. Wolff, Ch., De differentia nexus rerum sapientis et fatalis necessitatis, 1723, pp.
14-23.
26 Jacobi, F. H., Cartas sobre la doctrina de Spinoza al señor Moses Mendelssohn [Über
die Lehre des Spinoza in Briefen an den Herrn Moses Mendelssohn], Gottlieb Löwe,
Breslau, 1785. Recientemente fue publicada mi traducción al castellano de los textos
de la polémica: Jacobi, Mendelssohn, Kant, Wizenmann, Herder, Goethe, El ocaso de
la Ilustración. La Polémica del Spinozismo, trad. notas y estudio preliminar M. J. Solé,
Universidad de Quilmes/ Prometeo, Bernal, 2013.
27 Ibid., p. 14.
28 Ibid., p. 13.
4. Spinoza y la Ilustración
31 Kant, I., “Was heißt: sich im Denken Orientieren?”, Berlinische Monatsschrift, octubre
de 1786.
32 Kant, I., Crítica de la razón pura, trad. de Pedro Ribas, Alfaguara, Madrid, 2010, p.
27 (KrV, B XXX).
33 Existieron, durante la primera mitad del siglo XVIII, ciertos pensadores que reivin-
dicaron explícitamente el spinozismo, en el contexto de la discusión suscitada por la
crisis al interior de la Iglesia Reformada. Estos pensadores disconformes, entre los que
se encontraban Friedrich Wilhelm Stosch, Theodor Ludwig Lau y Johann Christian
Edelmann, denunciaron la situación de la Iglesia protestante como una verdadera trai-
ción a todos los principios de la Reforma y en su lucha contra la ortodoxia recurrieron
a ciertas ideas de Spinoza. Defendieron la tolerancia religiosa, la libertad de conciencia
y la separación entre Iglesia y Estado, además de la necesidad de realizar una lectura
histórica y filológica de la Biblia. Sin embargo, es problemático determinar hasta qué
punto estos pensadores clandestinos fueron efectivamente “spinozistas”. Spinoza fue
para ellos una fuente entre muchas otras, un instrumento utilizado en el contexto de
una disputa teológica, con implicancias políticas y morales, pero de ningún modo
constituyó el centro de la discusión ni tampoco el motivo de ésta. Si bien Israel los
considera como representantes de la Ilustración radical de inspiración spinozista en
Alemania (cf. Israel, Radical Enlightenment…, op. cit., pp. 628 y ss.), otros especialistas
lo niegan, sosteniendo que no hay evidencia de que muchos de estos autores hayan
comprendido integralmente la doctrina spinoziana e incluso niegan que algunos de
ellos hayan conocido efectivamente la obra de Spinoza (véase Schröder, W., “«Die
ungereimsteste Meynung, die jemals von Menschen ersonnen worden». Spinozismus
in der deutschen Frühaufklärung?” en Schürmann, Waszek y Weinreich (comps.),
Spinoza im Deutschland des achtzehnten Jahrhunderts, Forman-Holzboog, Stuttgart-
Bad Cannstatt, 2002).
34 Véase Timm, H., Gott und die Freiheit. Studien zur Religionsphilosophie der Goethezeit.
I. Die Spinozarenaissance, Vittorio Klostermann, Frankfurt del Meno, 1974.
35 Cf. E II, prop. 40, esc. 2.
36 Cf. E V, prop. 32 y cor.
A unque no hay evidencia de que Kant haya leído alguna vez, de fuente
directa, a Spinoza, en múltiples pasajes de su obra se refiere a su
pensamiento en términos peyorativos. Tanto en su obra publicada como
en sus lecciones, Kant critica la filosofía de Spinoza de una manera
enfática, tildándola de dogmática y fanática.2
Sin embargo, en algunas notas sueltas del Opus Postumum (OP)
–escritas presumiblemente entre 1800 y 1802–3 el nombre de Spinoza
1 Este artículo es una versión revisada del artículo “On Kantian Spinozism” presentado
en las II Jornadas Spinoza, organizadas por la Facultad de Derecho de la Universidad
Istanbul Bilgi en la ciudad de Estambul, el 4 y 5 de diciembre de 2009 (publicado en
lengua turca: Lerussi, Natalia, “Kantҫı Spinozacılık”, en Ergun, Reyda y Cemal Bâli
Akal (ed.), Spinoza Günleri 2. Yeni Dünyadan Eski Dünyaya, Istambul Bilgi University
Press, Estambul, 2011, pp. 91-103).
2 Con la única excepción de la Kritik der reinen Vernunft (KrV), se citan los textos de
Kant siguiendo la edición de las Obras completas de la Academia de Ciencias: Kants
gesammelte Werke, Preussische/Deutsche Akademie der Wissenschaften, Berlin, 1902
ss. Se consignan los textos mediante las siglas del título de la obra en alemán, seguidas
por las siglas AA, que hace referencia a las Obras completas, por un número romano
que indica el tomo y un número arábigo, que refiere a la página. La KrV se cita, según
el modo habitual: KrV A (edición 1781) y/o B (edición 1787), el número (romano o
arábigo) se corresponde con la página. Pasajes importantes concernientes al rechazo
de Kant a la figura de Spinoza se encuentran en: AA, V, 101-102; AA, VIII, 143; AA,
V, 389-394. Para una comprensión de los motivos que condujeron a Kant a tomar esa
posición, véase por ejemplo: Edwards, Jeffrey, “Spinozism, Freedom, and Transcen-
dental Dynamic in Kant´s final System of Transcedental Idealism” en Sedgwick, S.,
(ed.), en The reception of Kant´s Critical Philosophy, Cambridge University Press,
2000, pp. 54-77; Wiehl, Reiner, “Von der Teleologie zur Theologie. Sackgasse oder
Weg? Zur Auseinandersetzung Kants mit Spinoza”, en Walther, M. (ed.), Spinoza und
der deutsche Idealismus, Königshausen & Neumann, Würzburg, 1991, pp. 15-40; Rohs,
Peter, “Zwischen Spinoza und Kant”, en Walther, M. (ed.), Spinoza und der deutsche
Idealismus, op. cit., pp. 43-50.
3 La mayoría de las aseveraciones en donde aparece el nombre de Spinoza fueron escri-
tas, presumiblemente, en el otoño/invierno de 1800/1801 (por ejemplo, AA, XXII,
105
aparece bajo nueva luz. De hecho, encontramos algunos pasajes curiosos
en donde Kant señala, por ejemplo, que “el espíritu del hombre es el Dios
de Spinoza”4 o que “el idealismo trascendental es el spinozismo”,5 etc.
De esta manera, Spinoza no sólo no es criticado aquí sino que parece
contener, enigmáticamente, la clave de acceso al proyecto filosófico de
Kant, en tanto “idealismo trascendental”. En el trabajo a continuación
intentaré dilucidar algunos elementos relativos la presencia del nombre
de Spinoza en esta obra.
La circunstancia de que la figura de Spinoza aparezca en este con-
texto implica, sin embargo, ciertas dificultades metodológicas. El OP
es un conjunto de notas sueltas que Kant escribió entre 1796 y 1803 sin
haber dejado constancia de que tenía la intención de publicarlas como
una obra (los manuscritos pasaron de mano en mano en el siglo XIX y
recién fueron publicados en forma completa en 1936 y 1938 por Gerard
Lehman en la edición de la Academia de Ciencias que aquí seguimos,
tomos XXI y XXII). De esta manera, puesto que debemos prevenirnos
de extraer tesis definitivas respecto al programa de Kant a partir de
estos materiales, y en orden a evitar conclusiones arbitrarias y sacadas
de contexto, seguimos dos grandes principios metodológicos. En primer
lugar, en la medida en que sea posible, leemos el OP en un sentido con-
servador, esto es, teniendo como punto de apoyo para su interpretación
los textos publicados de Kant. En segundo lugar, aquellas tesis que no
puedan ser explicadas de manera conservadora se interpretan a través de
una lectura interna, bajo el presupuesto de que estas notas sueltas deben
ser coherentes entre sí, aunque esto no implique asumir que constituyen
un sistema perfectamente articulado.6
pp. 48-65; AA, XXI, pp. 9-15), en algún momento de 1801 (por ejemplo, AA, XXI,
pp. 16-69) y en algún momento de 1802 (por ejemplo, AA, XXI, pp. 73-103). Se sigue
la datación de los pasajes del Prof. Felix Duque, editor y traductor del OP al español
(datación que es coherente con la efectuada por Adickes, aunque más precisa). Véase:
Kant, Immanuel, Transición de los principios metafísicos de la ciencia natural a la
física (Opus Postumum), Felix Duque (ed.), Anthropos, Barcelona, 1991, pp- 55-57.
4 AA, XXI, p. 99.
5 Ibid., XXII, p. 64.
6 Excluimos metodológicamente las estrategias de interpretación que encuentran la
significación del texto afuera de la obra kantiana (afuera de toda la obra o de esta en
singular). Así, por ejemplo, se excluye la tesis célebre que afirma que el OP no debe ser
tomada seriamente puesto que Kant estaba senil. El padre de esta tesis es, probablemente,
Kuno Fischer (véase Fischer, Kuno, Geschichte der neuern Philosophie, Friedrich Bas-
sermann, Mannheim, 1860, vol. 3, p. 83). Esto no implica negar que la salud de Kant
estuviera deteriorándose, especialmente a partir de 1801. Pruebas de ello se encuentran
1. Spinoza kantiano
20 Ibid., pp. 48, 49. Además: Ibid., pp. 52, 53, 54, 60, 61, 62, 105, 106,108, 112, 115, 116,
118, 119, 127; y XXI, pp. 12, 13.
21 AA, XXII, p. 48-9. Además: ibid., XXI, pp. 25, 49, 64; pp. XXII, 105, 106, 112, 115-6.
22 Ibid., XXII, p. 56. Además: ibid., p. 61 y XXI, 12. 15.
23 Cf. ibid., XXII, pp. 108, 119; XXI, pp. 15, 20.
24 Ibid., XXI, pp. 21, 26, 27; XXII, pp. 52-53, 55.
25 Ibid., XXI, p. 37.
1 Gómez Pedrido, Mario Martín, “El Caso Schelling en los inicios de su filosofía práctica:
la tragicidad de la libertad humana” en Di Sanza, Sivlia y López, Diana María (comps.)
El vuelo del búho. Estudios sobre filosofía del idealismo, Prometeo, Buenos Aires,
2013, pp. 323-343.
2 Schelling, Friedrich Wilhelm Joseph, Vom Ich al Prinzip der Philosophie oder über
das Unbedingte im menschlichen Wissen en Schelling, Werke I, C. H. Beck, München,
1927–1965, p. 124.
115
filosofar y lo incondicionado es aquello que no pudiendo ser objetivo
por otro o para otro, lo es solo para sí mismo.
Frente a la posición que el autor desarrollará en las Briefe ha de notarse
que en Vom Ich no se acepta la tesis que el absoluto y lo incondicionado
puedan encontrarse en un objeto absoluto. A propósito señala Schelling:
“Puesto que con la posición de un no-yo absoluto, que precede a todo
yo, se suprime todo yo absoluto, no se entiende ahora cómo los objetos
habrían de engendrar un yo empírico”.3 Schelling ya había señalado en
Vom Ich que el fin de la filosofía es por antonomasia la libertad,4 pero
debido a la mencionada coincidencia identitaria entre el yo y lo absoluto,
que se propone la postulación del reconocimiento de la libertad, genera
una ambivalencia fundamental, dado que no parece existir un lugar para
el yo empírico y el ejercicio libre de sus facultades al aceptar la absolutez
incondicionada del no-yo. En Vom Ich se parte de lo absoluto como incon-
dicionado, algo que no estaba permitido por la filosofía transcendental,
de aquí hay una serie de implicancias como las siguientes: “El yo infinito
(…) no conoce niguna ley moral”,5 este yo así entendido actúa conforme
a la superior “ley del ser, que frente a la ley de su libertad puede llamarse
natural”,6 de esta forma “el yo absoluto es un principio inmanente (…)
en el que la libertad y la naturaleza son idénticos”.7 Así, excluyendo el
ámbito de la moral del yo absoluto, se excluye también el ámbito de la
libetad en su sentido original y la filosofía schellingiana ingresa en el
campo de un idealismo dogmático. A este punto, a la posibilidad de
analizar una relación compatible entre el yo y lo absoluto, se orientan
las Briefe, ya que contra la intención de Schelling su caracterización de
lo absoluto en Vom Ich tiende a enajenarse de la libertad humana y finita
del yo que pretende fundar.
3 Ibid., p. 160.
4 Para un análisis en detalle del punto cf. Tilliette, Xavier, Schelling une philosophie en
devenir, Libraire Philosophique J. Vrin, Paris, 1970, pp. 89-106. A modo de referencias
generales sobre el particular cf. también: Benz, Ernst, Schelling, Werden und Wirken
seines Denkens, Rhein Verlag, Zürich, 1955; Frank, Manfred, Eine Einführung in
Schelling Philosophie, Shurkamp, Frankfurt am Main, 1995; Hermanni, Friedrich, Die
letzte Entlassung. Vollendung und Scheitern des abenländischen Theodizeeprojektes in
Schellings Philosophie, Passagen Verlag, Wien, 1994; Höffe, Otfried y Pipper Annema-
rie (comps.), F.J.W. Schelling: Über das Wesen der menschlichen Freiheit, Akademie
Verlag, Berlin, 1995.
5 Schelling, Vom Ich... op. cit., p. 122.
6 Ibid., p. 125.
7 Ibid. p. 165.
8 Ibid. p. 110.
9 Ibid., p. 83.
10 Hoffmeister, Briefe von und an Hegel, Meiner, Hamburg, 1952, tomo I, carta 10, p. 22.
15 Ibid, p. 82.
16 Ibid, p. 83.
17 Ibid, p. 84.
23 Ibid, p. 86.
24 Ibid, p. 87.
25 Ibid, p. 88.
26 Ibid, p. 88.
29 Ibid, p. 94.
30 Gómez Pedrido, Mario Martín, “El Caso Schelling en los inicios de su filosofía práctica:
la tragicidad de la libertad humana”, op. cit..
31 Schelling, Vom Ich... op. cit., p. 122.
32 Fichte, Johann Gottlieb, Akademie Ausgabe, Band III, 2: Briefe 1793–1795, Frommann-
holzboog Verlag, Stuttgart, 1970, p 330.
38 Ibid., p. 154.
39 En este sentido señala el autor: “Me dirijo «del tiempo hacia la eternidad»” (ibid., p.
126). Schelling desarrolla confrontado con Spinoza una caracterización del absoluto
impregnado de un sentimiento de eternidad y de inmutabilidad. “La causalidad finita
debiera diferenciarse de la infinita no en el principio, sino por su naturaleza limitada.
La causalidad que debe reinar en lo infinito debe reinar igualmente en el ser finito. Así
como la causalidad infinita se orienta en lo absoluto, a la negación absoluta de toda
finitud, debiera orientarse en lo finito a la negación de esta misma finitud empírica,
sumida en la evolución del tiempo” (ibid., pp. 102 y 104).
131
Esto se debe a que previamente al conocimiento de la obra de Kant,
Fichte se encuentra imbuido del determinismo mecanicista, pero no se
inclina hacia la (no-)solución escéptica. Con su conversión al kantismo
–o, mejor dicho, al kantismo “bien entendido”– Fichte agrupa a los
sistemas rivales –racionalistas y empiristas, dogmáticos y escépticos–
bajo un mismo rótulo, el del dogmatismo, y contra ellos polemiza con
la insignia del idealismo. En esta etapa, desde 1794 hasta la disputa del
ateísmo (1798 ss., disputa en y desde la cual Spinoza cobra un color y
una fuerza diferentes para Fichte, no sólo por la acusación concreta,
sino también por la unicidad, por el significado de lo trascendente, o
por la reconfiguración de la subjetividad), Spinoza constituye el modelo
paradigmático, consecuente y acabado, del dogmatismo. La imagen que
recorre las distintas elaboraciones de la Doctrina de la Ciencia en esta
etapa se basa en un recorte de proposiciones del primer libro de la Ética
y en una estela de formación leibniziano-wolffiana que va más allá del
mismo Spinoza. Ahora bien, en un pasaje recóndito del Fundamento
del derecho natural (1796) de Fichte aparece una referencia un tanto
extraña a Spinoza, que funcionará como resorte del presente trabajo.
Desde luego, la alusión se puede simplemente subsumir bajo la crítica al
dogmatismo; sin embargo, también puede servir, desde su localización
y según el constructo jurídico-político fichteano, para indagar otro tipo
de cuestiones, como el conatus, la libertad, el estatus de la ley jurídica,
la trabazón recíproca o la conformación del Estado. Lo que más llama
la atención de esta referencia no es el contenido, sino la pertinencia y el
modo como se podría revertir, desde Spinoza, el sentido mismo de lo que
Fichte pretende criticar o defender. De ahí que la referencia conduzca a
otro tipo de cuestiones.
Así planteado el tema, iniciaremos el análisis con la reconstrucción
del Spinoza-modelo de dogmatismo que Fichte pergeña en sus primeras
exposiciones de la Doctrina de la Ciencia, para luego contextualizar la
alusión en el Fundamento del derecho natural bajo este prisma. En tercer
lugar, nos centraremos en aquellos pasajes de la obra de Spinoza que moti-
van la interpretación fichteana, tanto en relación con los presupuestos
metafísicos y ontológicos, como respecto del ámbito jurídico-político.
Finalmente, entablaremos algunos puntos de confrontación entre Spi-
noza y Fichte: la libertad/voluntad y el conatus/autoconservación, la reci-
procidad y la socialización, la ley jurídica, y la articulación entre estado
de naturaleza y Estado. Cabe aclarar que, aunque en cierta medida los
puntos de confrontación exceden a ambos filósofos y podrían diluirse
1 Citaremos las obras de Fichte según la edición crítica con la abreviatura: GA = Ges-
amtausgabe der Bayerischen Akademie der Wissenschaften, ed. R. Lauth, H. Jacob y
otros, Frommann, Stuttgart, 1962 ss., indicando serie/tomo, página; o según la edición
del hijo: FSW = Fichtes sämmtliche Werke, Berlín, W. de Gruyter, 1971, indicando tomo
y página. Igualmente, para localizar las obras de Fichte a las que aludimos más de una
vez, utilizaremos las siguientes abreviaturas: GWL = Grundlage der gesammten der
Wissenschaftslehre (indicaremos luego la página de la trad. de J. Cruz Cruz, Aguilar,
Bs. As., 1975); WLnm = Wissenschaftslehre nova methodo, EEWL = Erste Einleitung
in die Wissenschaftslehre, ZEWL = Zweite Einleitung in die Wissenschaftslehre, GNR
= Grundlage des Naturrechts (indicaremos luego la página de la trad. de J. Villacañas,
F. Oncina y M. Ramos, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1994). Y para las
obras de Spinoza, citamos E según la trad. de Vidal Peña, Orbis, Buenos Aires, 1983;
el TTP según la trad. de A. Domínguez, Altaya, Barcelona, 1997; y el TP según la trad.
de A. Domínguez, Alianza, Madrid, 1986.
2 La recepción fichteana de Spinoza se encuentra atravesada por la figura de F. Jacobi:
M. J. Solé, Spinoza en Alemania (1670-1789). Historia de la santificación de un filósofo
maldito, Brujas, Córdoba, 2011, cap. VII: pp. 223-257, y 324-325. En otros artículos M.
Solé explica claramente el triángulo Spinoza-Jacobi-Fichte: “La intervención de F. H.
Jacobi en la polémica sobre el ateísmo: la Doctrina de la Ciencia como un spinozismo
perfeccionado”, en Rivera de Rosales, J. y Cubo, O. (eds.), La polémica sobre el ateísmo.
Fichte y su época, Dykinson, Madrid, 2009, pp. 449-462, y “Jacobi contra Fichte. El
mesías de la razón pura”, en Acosta E. (ed.), Revista de Estudios sobre Fichte, n° 1,
EuroPhilosophie, 2010, pp. 175-192. Además, en la compilación de Rivera de Rosales
y Cubo se encuentran dos artículos sobre la crítica de Jacobi a Fichte junto con la
figura de Spinoza: Carrasco Conde, A. “El primer acto de la polémica: Jacobi y las
Spinoza-Briefe. Sobre el hilo de la crítica de Jacobi a Fichte”, pp. 463-473; y Serrano,
V., “El sentido de la disyuntiva entre Dios y la nada en el contexto de la polémica
sobre el ateísmo”, pp. 487-501, que a su vez es el traductor de la “Carta de Jacobi a
Fichte” (1799), pp. 503-544. Y aunque no se ocupa de Spinoza, en la citada Revista de
Estudios sobre Fichte hay un artículo de M. Maureira, “Nihilismo del idealismo. Jacobi
frente a Fichte”, pp. 154-174, que analiza las sucesivas respuestas de Fichte a Jacobi.
En este sentido, V. Serrano sostiene que la influencia de Jacobi resulta crucial para la
evolución de la filosofía de Fichte después de 1800 (cf. Serrano, V., “Vida, naturaleza
y nihilismo afectivo en Fichte”, Anales del Seminario de Historia de la Filosofía, vol.
30, n° 1, 2013, pp. 91-106). Así pues, la relevancia tanto de Spinoza como de Jacobi
en Fichte se extiende mucho más allá de lo que trataremos en este trabajo. En efecto,
3 Cf. Fichte, GWL § 1, GA I/2 263-264; 20. Según Ivaldo, op. cit., pp. 67-68, en este
pasaje se desprende, a partir de la separación spinoziana entre la conciencia pura y
la conciencia empírica, la “cosificación” de ambas, y el consiguiente concepto de un
absoluto hipostasiado y estático, concepto que en el Fichte de 1804 equivale a lo muerto,
a un “ser sin vida”.
4 Cf. ibid., § 3, GA I/2 279-282; 32-33. En ibid. § 4, GA I/2 310; 57, Fichte refiere a Spinoza
en los términos del “realismo dogmático” que presupone el No-Yo como fundamento
de la representación y, por ende, “el fundamento real de todo”. Y en ibid., § 5, GA I/2
392; 120, insiste en que Spinoza transfiere lo infinito más allá de nosotros.
5 Cf. Fichte, WLnm, Ein. § 2, GA IV/2 20-21.
6 Cf. Fichte, Versuch einer neuen Darstellung der Wissenschaftslehre, GA I/4 271-272.
Sobre este texto: V. De Jesús, “Ensayo de una nueva exposición de la Doctrina de la
Ciencia – Un fragmento de filosofía”, en Éndoxa: series filosóficas, UNED, Madrid,
2012, pp. 481-520.
7 Cf. Fichte, EEWL §§ 3, 5-6, GA I/4 188-189, 191-199; ZEWL § 7, GA I/4 245-253. Sobre
EEWL, M. J. Solé ofrece una reconstrucción de los principales temas en “Necesidad,
libertad y filosofía en Fichte. Una lectura de la Primera Introducción a la Doctrina
de la Ciencia de 1797”, en Éndoxa: series filosóficas, UNED, Madrid, 2012, pp. 433-
456. Y en esta misma compilación, F. Antuña, en “El carácter des-introductorio de la
Doctrina de la Ciencia”, pp. 457-470, presenta una perspectiva global, aunque un tanto
elíptica, de ZEWL.
8 Cf. Fichte, ZEWL § 10, GA I/4 260-261 nota, 261-262, 264. Además de estos pasajes,
Fichte considera que al idealismo se llega a través del dogmatismo en Über die Würde
des Menschen (1794), donde analiza la especificidad del hombre, su unidad espiritual,
y concluye: “Todos los individuos son incluidos en la gran unidad del espíritu puro, son
Uno”. En nota al pie agrega que al spinozista le resulta imposible pensar esta unidad
última sin el sistema del idealismo. GA I/2, 89 y nota.
9 Cf. ibid., §§ 1-5, GA I/4 209-221. En WLnm § 16 (GA IV/2 226) Fichte sostiene que su
sistema no es, como el resto, un sistema mecánico, sino orgánico. Más abajo describe
a la naturaleza como noúmeno con características análogas al Yo (se pone por sí, es
lo que es, su fundamento reside en ella, etc.) y menciona a Spinoza en relación con la
distinción entre natura naturans (Dios) y natura naturata (lo visible). Fichte rechaza
la separación y considera a la naturaleza como un todo, que produce por sí, pero que
se distingue del Yo precisamente en que no se configura para-sí (cf. WLnm § 18, GA
IV/2 257-259).
10 Cf. Fichte, GNR, Ein. I-II, GA I/3 315-318 ss.; 105-107 ss. Afirma Fichte: “Una filosofía
real pone al mismo tiempo el concepto y el objeto, y nunca trata uno sin el otro” (GNR
Ein. I, GA I/3 317; 107). Los comentadores suelen subrayar el realismo político de Spi-
noza: A. Domínguez, en “Libertad y democracia en la filosofía de Spinoza”, Revista
de Estudios Políticos, n° 11, 1979, sostiene que el realismo “es una actitud constante”
en Spinoza, p. 133. H. Schettino, en “Política e imperium en Maquiavelo y Spinoza”,
en Dianoia, vol. XLVII n° 48, 2002, pp. 37-38, 49, 64, caracteriza al realismo político
como “sofisticado”, y lo centra en el poder, la seguridad y la dominación a partir de
la política. F. Vega Méndez, “El estado de naturaleza en el pensamiento de Spinoza”,
en Revista de Derecho. Universidad de Concepción, Año LXX, n° 212 vol. II, 2002,
pp. 798-799, y en otro artículo: “Spinoza: los fundamentos filosóficos del realismo
político”, en Revista Enfoques, vol. VII n° 10, Universidad Central de Chile, 2009, pp.
92-95 ss., señala que en Spinoza el realismo se funda en la ética y en la ontología. En
cambio, J. M. Forte, en “La vis dominandi en la tradición republicana: Maquiavelo y
Spinoza”, en Res publica, n° 21, 2009, pp. 90-92, caracteriza al realismo político como
una concepción antropológica negativa que se separa de la metafísica, de la teodicea y
de la moral, y se enfoca en la eficacia. E. Vallejo, en Realidad y utopía en el pensamiento
político de Baruch de Spinoza, Tesis Doctoral presentada en Universidad Complutense
de Madrid, 2013 (disponible en la web), pp. 126 ss., analiza el realismo político no desde
una definición extrínseca o desde una teoría política, sino desde la concepción misma
de Spinoza sobre la “realidad”, y analiza también las implicancias y comentarios sobre
la relación con Maquiavelo.
11 Fichte comparte con Spinoza el rechazo de una postulación utópica en contraste con la
experiencia. Dice Spinoza: “[Los filósofos…] conciben a los hombres no como son, sino
como ellos quisieran que fueran. De ahí que […] no hayan ideado jamás una política
que pueda llevarse a la práctica” (TP, p. 273). Cf. Fichte, GNR § 8 I: aquí distingue
entre lo racional y lo real –lo que se podría interpretar como separación entre utopía
y realidad–, para enfatizar el carácter problemático del concepto de derecho (GA I/3
389; 176). Pero en Der geschlossene Handelsstaat (1800) explicita Fichte: “el filósofo,
si no considera a su ciencia sólo un mero juego, sino como algo serio, nunca dará por
sentada ni presupondrá la irrealizabilidad absoluta de sus propuestas…”; por el contra-
rio, “afirmará que […], puesto que en su máxima generalidad entra todo, y ciertamente
por eso nada determinado, tendrían que ser determinadas más precisamente para una
situación efectiva dada” (FSW III, 390; trad. J. F. Barrio, Tecnos, Madrid, 1991, pp.
6-7).
12 Cf. Fichte, GNR §§ 1-4; el resultado en § 4 Cor., GA I/3 354-355; 140-141.
13 Cf. Ibid., §§ 5-6, en especial § 6 GA I/3 375; 162. También § 6 Cor., GA I/3 380-383;
166-170.
16 Cf. Ibid., § 11, GA I/3, 410, nota n° 14 de los editores: “Pues es cierto que la naturaleza,
absolutamente considerada, tiene el máximo derecho a todo lo que puede, es decir, que
el derecho de la naturaleza se extiende hasta donde llega su poder. En efecto, el poder
de la naturaleza es el mismo poder de Dios, que tiene el máximo derecho a todo. Pero,
como el poder de la naturaleza no es nada más que el poder de todos los individuos
en conjunto, se sigue que cada individuo tiene el máximo derecho a todo lo que puede
o que el derecho de cada uno se extiende hasta donde alcanza su poder determinado”
(TTP, p. 189).
17 Cf. E I, prop. 16, 17, 25, 26, 28.
18 E I, prop. 29. Lo anterior en E I, prop. 28 dem., 29 esc.
19 Cf. E I, prop. 31-32. “Libre” en E I, def. 7. Marilena Chaui, en “Spinoza: poder y libertad”,
en Borón, A. (comp.), La filosofía política moderna. De Hobbes a Marx, Clacso, Buenos
Aires, 2000, pp. 116-117, rechaza la distinción entre necesidad y libertad, que no son
opuestas sino complementarias, y sostiene que la verdadera distinción en Spinoza reside
entre lo necesario por causa y lo necesario por esencia. Según Chaui “la libertad no es
la indeterminación que precede a una elección contingente, [… sino] la manifestación
espontánea y necesaria de la fuerza o potencia interna…”, ya sea de Dios, ya sea de los
modos finitos. En el ser libre –remata Chaui– se identifican su manera de existir, de
ser y de actuar, mientras que lo necesario no constituye algo forzoso y contrario a la
esencia.
20 Cf. E I, prop. 33, esc. 2 y apéndice.
21 Cf. E II, prop. 48, 49 cor., esc. En E II, prop. 28, dem., explica que “confuso” es la
captación de un efecto sin causa, y en prop. 35, esc., afirma que los hombres erran por
creerse libres e ignorar las causas.
22 Cf. E III, prop. 6-7, 9 esc.
23 Cf. TTP, p. 11.
de ellos por separado. Y así, nada es más útil al hombre que el hombre; […] concordar
todos en todas las cosas, de suerte que las almas de todos formen como una sola alma, y
sus cuerpos como un solo cuerpo […], es decir, los hombres que buscan su utilidad bajo
la guía de la razón, no apetecen para sí nada que no deseen para los demás hombres”.
28 Cf. E IV, prop. 35, cor. 2 (y esc., cap. 14), 37, esc. 1-2, 65-66 (esc.), 73. En TTP, p. 165
(también p. 155, ejemplo de Pablo), Spinoza recupera el contenido básico de las Sagradas
Escrituras en dos aspectos: el amor a Dios sobre todas las cosas y el amor al prójimo
tanto como a sí mismo. Ambos aspectos conducen a la obediencia a la ley. La razón
aconseja asociarse con los otros, porque así disminuye el miedo y crece la esperanza
de un bien mayor y de una vida segura; y en la asociación se colectiviza el derecho
absoluto a todas las cosas, aunque no según el deseo/poder de uno solo, sino según
la voluntad y poder de todos: “Por eso debieron establecer, con la máxima firmeza y
mediante un pacto, dirigirlo todo por el solo dictamen de la razón […] y frenar el apetito
en cuanto aconseje algo en perjuicio del otro, no hacer a nadie lo que no se quiere que
le hagan a uno, y defender, finalmente, el derecho ajeno como el suyo propio”, TTP, p.
191. La reciprocidad permite interesar al individuo en la asociación bajo el signo de la
utilidad. Sin embargo, el contenido de la religión (amar a otro como a sí mismo) tiene
poco poder sobre los afectos: TP, I, § 5, 81-82.
29 TTP, pp. 73-74. Véase también p. 190 y 192-3. Además, si en el estado de naturaleza los
hombres no se asocian, caen con mayor facilidad en la opresión; en cambio, al formar
una comunidad, aumentan sus derechos, porque el poder del todo es mayor que el poder
de las partes: TP, II, § 15, 92-93. Sin Estado, el hombre llevaría una vida miserable (cf.
TTP, p. 73), carente de leyes (TP, II, § 23). La comparación con Hobbes, y en especial
el distanciamiento respecto de éste, constituye otro de los tópicos habituales entre los
comentadores de la filosofía política de Spinoza. A. Domínguez, op. cit., pp. 140-141,
subraya el papel de la esperanza en contraste con el miedo y como complementaria a la
razón; así, según Domínguez, sólo con razón la sociedad sería innecesaria, y sólo con
pasión sería imposible. La esperanza resulta más eficaz si se espera un bien mayor. La
diferencia entre Hobbes y Spinoza –completa Domínguez– reside en que para el último
no hay ruptura entre el estado natural y Estado, p. 147. Cf. Ansuátegui, F., “El concepto de
poder en Spinoza: individuo y Estado”, en Revista de Estudios políticos (Nueva Época),
n° 100, 1998, sostiene que el derecho natural no es algo a ser conservado o garantizado
ulteriormente en el Estado, p. 140. Además, en base a la reciprocidad de no hacerle al
otro lo que uno no quiere que le hagan, Ansuátegui detecta en Spinoza “componentes de
solidaridad” que no están ni en Hobbes ni en Locke, p. 142. En este mismo sentido, G.
Bula Caraballo, en “Spinoza: empoderamiento y ética de la composición”, Universitas
Philosophica, año 29, n° 58, Bogotá, 2012, explica que en Spinoza las relaciones se
caracterizan, no por la competencia, sino por la cooperación, p. 201; y L. Fernández
Flórez apuntala que en Spinoza la sociedad no sólo es útil respecto de los enemigos,
sino también para la ayuda mutua, en “Maldito Spinoza: El ataque de Carl Schmitt al
Tratado teológico-político de Baruch de Spinoza”, Thémata. Revista de Filosofía, n°
43, 2010, p. 191. De modo análogo, M. Cadahia, en “Ontología y democracia en Baruch
Spinoza”, Actas del II Congreso de jóvenes investigadores en Filosofía / Revista Tales,
n° 2, Madrid, 2009, pp. 293-295, explicita que en el estado de naturaleza hobbesiano
todo está permitido o indeterminado, mientras que en Spinoza lo que se puede hacer
está determinado o limitado, y agrega que la utilidad spinoziana rompe la trascendencia
del soberano de Hobbes (pp. 293-295). Desde luego, las diferencias y matices abundan,
y sobre ellos también se ocupa F. Vega Méndez en los artículos citados.
30 TTP, p. 58: “aunque admito sin reservas que todas las cosas son determinadas por leyes
universales de la naturaleza a existir y a obrar de una forma fija y determinada, afirmo,
no obstante, que estas últimas leyes dependen del arbitrio de los hombres. 1° Porque
el hombre, en la medida en que es una parte de la naturaleza, constituye también una
parte del poder de la naturaleza […]. 2° Porque, además, debemos definir y explicar
las cosas por sus causas próximas”. Véase también TP, II, § 5 y § 22.
31 Cf. TTP, pp.59-60. ¿Se aplicaría esta misma observación a aquellos que, en la línea
de T. Negri, enfatizan la agitación social en desmedro de la formación Estatal o como
paliativo de ésta? E. Gruner, en “El Estado: pasión de multitudes. Spinoza versus
Hobbes, entre Hamlet y Edipo”, A. Borón (comp.), La filosofía política moderna, op.
cit., recupera esta línea de lo político como lo instituyente, p. 145, y afirma que en el
Estado racional spinozista las potencias individuales se potencian entre sí horizontal-
mente, configurando la potencia colectiva de la multitud (cf. pp. 155-157). J. Aragüés,
muy influido por Negri, recorta de Spinoza el contenido social que se basa en el poder
itinerante, nómada, revolucionario, etc., de la multitud que produce la liberación contra
el Estado, en “Spinoza y el poder constituyente”, Philosophica, n° 8, Lisboa, 1996, p.
88. En cambio, F. Ansuátegui, op cit., pp. 125-127 ss., también defiende el proyecto de
liberación en Spinoza, pero considerando –a nuestro juicio, mucho más acertadamente–
que el Estado funciona para lograr la verdadera libertad. Por eso para Ansuátegui la
obediencia al Estado se identifica con la utilidad de la obediencia y, quien obedece las
leyes del Estado, obedece a la razón y, por ende, es libre (cf. pp. 144-147).
32 Cf. TP, II, §§ 2-3, 7. En E V, prop. 3, 4 y esc., 10, 20 (esc.), Spinoza muestra la
gobernabilidad racional de los afectos.
33 Cf. TP, II, §§ 18-20, 94-96. Ser libre significa obedecer las leyes de la voluntad de todos
(del Estado como una sola mente): TP, III, § 5, 102.
34 Cf. TTP, pp. 192 y ss. La obediencia no implica esclavitud, sino libertad, salvo en caso
de que la orden esté dirigida, no al bien común, sino a la utilidad del que manda. La
diferencia entre esclavo y súbdito reside en que el primero resulta útil a otro, mientras
que el segundo obedece a la autoridad por el bien de la comunidad y, por ende, de sí
mismo. Spinoza concluye que el Estado más libre será aquel que se funda en las leyes
de la razón y que el Estado democrático se acerca más que ninguno a la naturaleza, la
libertad y la igualdad.
35 Cf. Fichte, GNR, Ein. II, GA I/3 319-320; 108-109. Lo contrario del actuar libre, lo
necesario, concierne al modo como el sujeto, frente a un objeto, se siente coaccionado
a representarlo de determinada manera, porque así se le presenta. Pero esta necesidad
no tiene un fundamento extrínseco al actuar del Yo, sino que en última instancia la
teoría se explica por la práctica misma: GNR, Ein. I, GA I/3 314-315, 104-105.
44 Cf. Fichte, GNR § 14, GA I/3 429; 219-220. Aquí se plantean dos casos: cuando uno se
extralimita y utiliza al otro para su beneficio, y cuando permanece indiferente frente a
la necesidad del otro. En ambos la voluntad se expande o contrae en demasía, escinde lo
propio y lo ajeno y sobrepone lo primero. Por eso, Fichte concluye el § 14 apuntalando
que el derecho coacción posee el “efecto opuesto” al de meramente conservar lo propio,
y consiste precisamente en asegurar (zu sichern) la igualdad de los derechos de todos.
45 Cf. ibid. § 15, GA I/3 430; 220.En Bestimmung des Gelehrten (1794) Fichte también
ensaya la idea del engranaje mecánico para mostrar las relaciones sociales (GA I/3
41; trad. F. Oncina – M. Ramos: Algunas lecciones sobre el destino del sabio, Istmo,
Madrid, 2002, 82-85) y se desplaza hacia una visión organicista en la cual cada uno
está enlazado con, y atravesado por, el otro (GA I/3 49; 102-103).
1. Introducción
155
jable para una subjetividad inevitablemente, cada tanto, situada; podría,
incluso, resultar en notables malentendidos (de eso se trata). Los lugares
comunes hacen posible que se pueda salir de ellos, marcan la cancha,
sirven para cuestionar aquellos tópicos que han sedimentado, ayudan
a relativizar, complejizar, recuperar o criticar. La virtud del estanca-
miento no es sino la del acopio de fuerzas que, como en una represa,
puede resultar tanto en vertientes más veloces y cambiantes, como en
profundidades desconocidas.
Leer hoy la relación Hegel-Spinoza es sumergirse en una laguna.
Dos autores que el siglo XX ha contrapuesto de forma simétrica, dos de
los pilares a través de los cuales el siglo XX lee la modernidad. Paradó-
jicamente, Hegel se ha convertido en aquello que él veía en Spinoza: un
pensador abstracto, incapaz de comprender lo concreto. Salvo excep-
ciones, existe cierto consenso en la tradición analítica anglosajona,1 en
la continental europea2 y en la filosofía latinoamericana3 respecto a lo
anacrónico de la filosofía hegeliana. Spinoza, en cambio, se ha convertido,
por lo menos para la filosofía continental europea y sobre todo para la
filosofía política italiana, en un contemporáneo. Si Spinoza, en el XIX
alemán, pasó de ser un filósofo maldito en vida a uno santificado post-
mortem,4 Hegel pasó de santificado en vida a maldito post-mortem. Un
Spinoza pluralista contra un Hegel totalista, un Spinoza liberal5 contra
un Hegel totalitario,6 un Spinoza autonomista contra un Hegel, de vuelta,
1 “It was towards the end of 1898 that Moore and I rebelled against both Kant and
Hegel” dice B. Russell en su My Philosophical Development, citado en Redding, P.,
Analytic Philosophy and the Return of Hegelian Thought, Cambridge University Press,
Cambridge, 2007, p. 1. Redding realiza un contraste entre las corrientes clásicas de la
filosofía analítica y las nuevas relecturas del hegelianismo.
2 ¿Habría un lugar común, una laguna, en el que la filosofía francesa toma a Hegel (a
la “totalidad”) no sólo como a un padre que hay que matar, sino también como la idea
misma de matar al padre? ¿Sería algo así como matar el matar al padre?
3 ¿Hegel, punto culminante del eurocentrismo?
4 Cf. Solé, M. J., Spinoza en Alemania (1670-1789). Historia de la santificación de un
filósofo maldito, Editorial Brujas, Córdoba, 2011.
5 “Fue el filósofo que fundó la democracia liberal, un régimen específicamente moderno”
(Strauss, Leo, Spinoza’s critique of religion, trad. E. M. Sinclair, Schocken Books, New
York, 1965, p. 16).
6 La asimilación del pensamiento hegeliano con el nazismo, por ejemplo, quizás encuentre
su mayor expresión en Heidegger. Véase aquel seminario inédito de 1934-1953, Hegel
über den Staat, en el que Heidegger dice que “Se dice que Hegel había muerto en 1933,
al contrario, es solamente entonces que comienza a vivir”, en Faye, E., Heidegger.
L’introduction du nazisme dans la philosophie. Autour des séminaires inédites de
1933-1935, Albin Michel, Paris, 2005, p. 333.
2. La crítica
15 Hegel, G. W. F. Vorlesungen über die Philosophie der Geschichte. Werke, B12, Suhrkamp,
Frankfurt am Main, 1989, p. 525.
16 “Desde este punto de vista, la teoría contractualista, lejos de ser sinónimo de reforma
y cambio, es sinónimo de conservación e inmovilismo.” Losurdo, D., Hegel e la libertà
dei moderni, Scuola di Pitagora editrice, Napoli, p. 140
17 Ibid., p. 170
18 Hegel, G. W. F. Vorlesungen über die Philosophie der Geschichte. Werke, B12, op. cit.,
pp. 534-535
21 TP, p. 297. Cito según la siguiente traducción al castellano: Spinoza, B., Tratado político,
trad. de A. Domínguez, Alianza, Madrid, 1986, p. 122 (VI, §1).
22 TTP, p. 190. Utilizo la siguiente traducción al castellano: Spinoza, B., Tratado teológico-
político, trad. A. Domínguez, Altaya, Barcelona, 1997, p. 333.
23 TP, p. 281 (p. 92 de la edición de Alianza) (II, §15).
5. Conclusión
Ideología e imaginación en
Althusser y Spinoza
Lucía Gerszenzon
1 Cf. Althusser, L., “La única tradición materialista” en Youkali, Revista crítica de las
artes y del pensamiento, Nº 4, 2007, p. 137.
167
trabajo como de las relaciones de producción en toda formación social
determinada. La ideología dominante es realizada a través de los Apa-
ratos Ideológicos de Estado.
En este escrito me propongo revisar las principales tesis sobre la
ideología que son presentadas por Althusser en su escrito de 1969,
“Ideología y Aparatos Ideológicos de Estado”, a partir de su puesta en
relación con la categoría de imaginación en Spinoza. Con este fin, voy a
abordar tres aspectos de la ideología: (1) su ahistoricidad, (2) su carácter
imaginario, y (3) la materialidad de su existencia. Por último, (4) voy a
formular algunas conclusiones.
1. “Eternidad” de la ideología
5 Cf. Althusser, L., Elementos de autocrítica, Ed. Laia, Barcelona, 1975, pp. 47-49.
6 Cf. E I, ap. Cito según la siguiente traducción al castellano: Spinoza, B., Ética, Demostrada
según el orden geométrico, trad. Vidal Peña, Editora Nacional, Madrid, 2004.
7 E IV, prop. 2 a 4.
8 E II, post. 5; E III, post. 2.
9 En palabras de Spinoza, “(…) las imaginaciones no se desvanecen ante la presencia de lo
verdadero en cuanto verdadero, sino porque se presentan otras imaginaciones más fuertes,
que excluyen la existencia presente de las cosas que imaginamos (…)” (E IV, prop. 1, esc.)
10 Althusser, L., “Ideología y aparatos ideológicos de Estado”, op. cit., p. 144.
11 Cf. Althusser, La filosofía como arma de la revolución, Ed. Pasado y Presente, Córdoba,
1971, p. 55.
12 Ibíd., p. 51.
13 E II, prop. 29, esc.
14 Cf. E II, prop. 28, dem. Es por este motivo que se ha afirmado que las ideas de la
imaginación no pueden ser caracterizadas simplemente como falsas, sino que son
relativamente fragmentarias, en comparación con las ideas del entendimiento puro,
que constituyen un sistema más coherente lógicamente (cf. Hampshire, S., Spinoza,
Alianza, Madrid, 1982, pp. 64-65).
2. Ideología e imaginación
3. La materialidad de lo imaginario
18 Cf. Althusser, L., “La única tradición materialista”, op. cit., p. 135.
19 Cf. Althusser, L., Elementos de autocrítica, op. cit., p. 44.
20 Althusser, La filosofía como arma de la revolución, op. cit., pp. 55-56
21 E II, prop. 27, esc.
22 E III, prop. 16.
23 Cf. Domínguez, A., “Contribución a la antropología de Spinoza. El hombre como ser
imaginativo” en Revista Logos. Anales del Seminario de Metafísica, N° 10, 1975, pp.
83-84.
4. Conclusiones
30 “El individuo es interpelado como sujeto (libre) para que se someta libremente a las
órdenes del Sujeto, por lo tanto para que acepte (libremente) su sujeción.” (Althusser,
L., “Ideología y Aparatos Ideológicos de Estado”, op. cit., p. 152).
31 TTP, p. 202.
32 E IV, def. 1 y 2.
33 E IV, prop. 27.
34 E V, prop. 3.
177
selección de ensayos presente en Persecution and the Art of Writing
(1952).1 En ambos prevalece un fondo común: el de la no sustentabilidad
de la refutación de Spinoza de la ortodoxia religiosa. Sin embargo, como
veremos, en el texto del ´48 Strauss ya no cree que el propósito de Spi-
noza haya sido sencillamente refutar la ortodoxia (revelación). Allí, en
esa nueva lectura, quizás un poco menos constreñido por la coyuntura
de la época, Strauss descubre que el Tratado esconde una enseñanza
diferente, que lleva al filósofo holandés a desplegarla a partir de una
estrategia de escritura cuya característica principal es el doble registro
(eso-exotérico) de su enunciación, y cuyos destinatarios son por lo
tanto lectores específicos. Es decir, en 1948 Strauss ya no lee la obra de
Spinoza como antes; en el “Prefacio” a la edición en inglés de su libro de
1930, efectivamente, con una frase irónica y no menos sugestiva, dice de
manera provocadora: “Entendí a Spinoza demasiado literalmente porque
no lo leí con la suficiente literalidad”.2
Teniendo esto presente, esta diferencia, el objetivo aquí es bien aco-
tado: presentar las claves de lectura de las interpretaciones straussianas
de Spinoza, intentar comprender sus especificidades, y quizás también,
a través de ello, abrir el debate acerca del debate de Strauss con Spinoza
y el spinozismo.
1 Strauss, L., Spinoza´s Critique of Religion, The University of Chicago Press, Chicago,
1965, p. 226. Traducción al inglés de E. M. Sinclair del original alemán Religionskritik
Spinozas als Grundlage seiner Bibelwissenschaft, en Gesammelte Schriften (ed. Hein-
rich y Wiebke Meier), Editorial J. B. Metzler, Stuttgart/Weimar, 1996 y ss., 3 vols. (vol.
1: XIV, 434 pp., vol. 2: XXXIV, 635 pp., vol. 3: XXXVIII, 799 pp.). A partir de ahora
citaremos la obra con las siglas “SCR”, seguidas por la paginación de la edición en
inglés. Idem., “How to Study Spinoza´s Theologico-Political Treatise”, Proceedings
of the American Academy for Jewish Research, Vol. 17. (1947-1948), pp. 69-131; luego
publicado en Persecution and the art of writing, The University of Chicago Press,
Chicago, 1952. Citamos este texto de esta última obra, con la sigla “PAW”, seguida por
la paginación en números arábicos.
2 “I understood Spinoza too literally because I did not read him literally enough” (“Preface
to the english translation” en SCR, p. 31). Hay una traducción al castellano: Strauss, L.,
Liberalismo antiguo y moderno, Katz Editores, Buenos Aires, 2007, pp. 321-370.
3 “Preface” en SCR, p. 1.
4 En Natural Right and History Strauss describe esta alternativa y la imposibilidad de
su reconciliación definitiva en los siguientes términos: “Man cannot live without light,
guidance, knowledge; only through knowledge of the good can he find the good that he
needs. The fundamental question, therefore, is whether men can acquire that knowledge
of the good without which they cannot guide their lives individually or collectively by the
unaided efforts of their natural powers, or whether they are dependent for that knowledge
on Divine Revelation. No alternative is more fundamental than this: human guidance
or divine guidance. The first possibility is characteristic of philosophy or science in the
original sense of the term, the second is presented in the Bible. The dilemma cannot be
evaded by any harmonization or synthesis. For both philosophy and the Bible proclaim
something as the one thing needful, as the only thing that ultimately counts, and the one
thing needful proclaimed by the Bible is the opposite of that proclaimed by philosophy:
a life of obedient love versus a life of free insight. In every attempt at harmonization,
in every synthesis however impressive, one of the two opposed elements is sacrificed,
more or less subtly but in any event surely, to the other: philosophy, which means to be
the queen, must be made the handmaid of revelation or vice versa.” (Strauss, L., Natural
Right and History, The University of Chicago Press, Chicago, 1965 [1953], p. 74-75).
5 “Finite relative problems can be solved; infinite, absolute probems cannot be solved. In
other words. Human beings will never create a society which is free of contradictions.
From every point of view it looks as if Jewish people were the cosen people in the sense,
at least, that the Jewish problema is the most manifest symbol of human problema as a
social or political problema.” (SCR, p. 6)
6 La gran cantidad de páginas que dedica Strauss a la interpretación de Cohen en el
“Prefacio” son ya una muestra de ello. Véase asimismo el escrito temprano de Strauss
sobre la interpretación coheniana de Spinoza: “Cohen’s Analysis of Spinoza’s Bible
Science” (1924), en Early writings (1921-1932), Michael Zank (ed.), State University
of New York Press, New York, 2002.
7 Véase la nota del “herem” publicada en la tribuna (teva) de la comunidad judía de
Ámsterdam. Traducción al castellano: Domínguez, A. (comp.), Biografías de Spinoza,
Alianza, Madrid, 1995, pp. 186-187.
8 Cf. Strauss, L., “The Testament of Spinoza”, en Early writings (1921-1932), op. cit., p.
216). Para una descripción de la “recepción formal” de Spinoza, véase el “Preface” de
Strauss en SCR, pp. 16-18.
9 Utilizo el término “opciones” en el sentido que lo desarrolla Hilb en Leo Strauss: el arte
de leer. Una lectura de la interpretación straussiana de Maquiavelo, Hobbes, Locke y
Spinoza, FCE, Buenos Aires, 2005, especialmente pp. 262-275.
10 Caporali, R., “Un moderno alla maniera degli antichi: sullo Spinoza di Strauss”, Iso-
nomia, N° 5, 1996.
11 Cf. SCR, pp. 20-21. Véase también Strauss, L., “Progreso o retorno” en El renacimiento
del racionalismo político clásico, Amorrortu, Buenos Aires-Madrid, 2007.
12 En Das Testament Spinozas, Strauss se ubica entre los promotores de la vindicación
de Spinoza y aquellos que rechazaban absolutamente cualquier celebración del filó-
sofo holandés (es decir, de Cohen). Cf. “The Testament of Spinoza”, op. cit., p. 222.
Mencionemos aquí al pasar que Strauss, sobretodo en el “Prefacio”, considera esas
soluciones políticas (asimilacionismo y sionismo, cultural y político) incompatibles
con la “esencia” del problema judío: sólo pueden ser respuestas “particulares” y nunca
definitivas de un problema que rechaza en sí mismo cualquier solución humana.
16 Cf. Strauss, L., Estudios de filosofía política platónica, Amorrortu, Buenos Aires -
Madrid, 2008, p. 327. Subrayado nuestro. Una lectura rápida de un pasaje de la obra
póstuma coheniana corrobora la apreciación de Strauss: “El judaísmo significa la
religión. Pero en la medida en que ésta, en cuanto religión mesiánica, aspire desde el
principio a la religión universal, en esa medida nunca ha dejado de ser, a lo largo de
toda su evolución y en todas las influencias que ha recibido, una producción homogé-
nea del espíritu nacional judío (…). Lo que los judíos han producido en el curso de la
historia en todas las ramas del comercio y el tráfico, en todas las ramas de la actividad
industrial, en las ciencias y en las artes, seguro que el espíritu religioso ha impreso su
sello también en todas las creaciones culturales judías” (Cohen, H., La Religión de la
razón desde las fuentes del judaísmo, Anthropos, Barcelona, 2004, p. 23).
17 Smith, S., op. cit., p. 160.
18 Ibid., p. 165.
19 “Ingenuamente” porque Strauss dirá con sarcasmo en “Jerusalén y Atenas: algunas
reflexiones preliminares” que el pensamiento de Cohen pertenece al mundo anterior
a la Primer Guerra Mundial y a Hitler. Cf. Strauss, L., Estudios de filosofía política
platónica, op. cit., pp. 236-237.
20 “Más desilusionados que Cohen respecto de la cultura moderna, nos preguntamos si los
dos componentes de esa cultura, de la síntesis moderna, no son más sólidos que esta.
Catástrofes y horrores de una magnitud hasta entonces desconocida, que hemos visto
y atravesado en nuestra vida, eran mejor contemplados o resultaban más inteligibles
con la apelación a Platón y los profetas que por medio de la creencia moderna en el
progreso. Puesto que estamos menos seguros que Cohen de que la síntesis moderna
sea superior a sus componentes premodernos, y como los dos componentes están en
fundamental oposición entré sí, nos enfrentamos, en última instancia, a un problema,
y no a una solución” (ibíd., p. 237). Este “problema” es el de la alternativa fundamen-
tal entre la guía humana y la divina (Atenas y Jerusalén), que atraviesa la historia del
pensamiento occidental, y cuya tensión irresuelta constituye según Strauss el “secreto
de la vitalidad de la civilización occidental” (cf. Strauss, L., “Progreso o retorno”, op.
cit., p. 367).
21 SCR, p. 27. Subrayado nuestro.
22 Cf. ibídem.
23 SCR, p. 28. Podemos constatar, asimismo, que el “Prefacio” muestra en retrospectiva
que enfrentarse con Spinoza era para Strauss una manera de elucidar el problema de las
alternativas fundamentales entre la orientación humana (Atenas) y la divina (Jerusalén),
sin dar ese problema por resuelto.
24 “Our case against Spinoza is in some respects even stronger than Cohen thought” (SCR
p. 19).
25 Cf. por ejemplo SCR, p. 127: “Here [en la crítica de Spinoza] we meet again the opposition
we saw in Lucretius´ confrontation of the religious and the scientific world-view: the
world as the work of spontaneously and suddenly appearing, discontinuously willing,
working forces, and as such not surveyable by man, causing anguish and confusion; and
the world as fixed and unchanging eternally identical order, thus in principle within the
range of human conceptions, and as such not disquieting bur rather offering tranquility
of mind”.
26 SCR, p. 263.
30 Para que los milagros sean imposibles, sostiene Strauss, deberíamos “disponer de una
prueba de la inexistencia de un Dios todopoderoso que podía hacer solo los milagros,
o de una prueba de que los milagros son incompatibles con la naturaleza de Dios. (...)
Ahora bien –prosigue Strauss– (...) una prueba de la no existencia de un Dios omnipotente
presupondría que tenemos un conocimiento perfecto del todo. (...) En otras palabras: la
presuposición es la de un sistema completo” (ibíd., p. 207; la cursiva es nuestra).
31 Cf. ibíd., p. 210.
32 SCR, p. 29.
33 Cf. por ejemplo ibid., p. 144 y p. 192: “If one examines Spinoza´s critique of this doctrine
[the doctrine of miracles], the critique, formally considered, turns out to rest on a petitio
principii.”
34 Cf. SCR, p. 136. La no creencia en la revelación esconde para Strauss la “creencia”
(dogmática) en la razón (moderna); la refutación spinoziana de la religión, por eso, tiene
como base, y no como conclusión, su ateísmo. Para Strauss, en la crítica de Spinoza
se hace visible su “creencia” en la filosofía frente a las pretensiones históricas de la
teología.
39 Smith, S., Reading Leo Strauss. Politics, Philosophy, Judaism, The University of Chicago
Press, Chicago, 2006, p. 66.
40 SCR, p. 30.
41 Cf. ibid., SCR, p. 28.
42 Strauss, L., “Progreso o retorno”, op. cit., p. 362.
43 SCR, p. 29.
48 En la misma línea, en PAW afirma: “Persecution cannot prevente even public expresion
of the heterodox truth, for a man of independent thought can utter his views in public
and remain unharmed, provided he moves with circumspection. He can even utter them
in print without incurring any danger, provided he is capable of writing between the
lines” (PAW, p. 24).
49 Strauss, L., On Tyranny, The University of Chicago Press, Chicago, 1961. Hay una
traducción al castellano: Sobre la Tiranía, Ediciones Encuentro, Madrid, 2005.
50 Luego de referirse a la actitud de los pensadores modernos respecto de la libertad de
expresión pública y su posición en relación con la educación popular y sus límites,
Strauss afirma: “The attitude of an earlier type of writers was fundamentally different.
They believed that the gulf separating “the wise” and “the vulgar” was a basic fact of
human nature which could not be influenced by any progress of popular education:
philosophy, or science, was essentially a privilege of “the few”. They were convenced
that philosophy as such was suspect to, and hated by, the majority of men. Even if they
had nothing to fear from any particular political quarter, those who started from that
assumption would have been driven to the conclusion that public communications of
the philosophic or scientific truth was impossible or undesirable, not only for the time
being but for all times. They must conceal their opinions from all but philosophers,
either by limiting themselves to oral instruction of a carefully selected group of pupils,
or by writing about the most important subject by means of ´brief indication`” (PAW, pp.
34-35). Al final de ese pasaje, Strauss coloca la cita que mencionamos, en la que alude a
la escritura de Spinoza como ejemplo de la reticencia que es, sin embargo, compatible
con su credo democrático. No sería erróneo, entonces, incluir en esa primera modalidad
de instrucción oral a Sócrates; así como tampoco a Spinoza en aquella que brinda su
enseñanza más profunda por medio de una “brief indication”. C. Hilb también se refiere
al complejo lugar que la obra de Strauss le asigna a Spinoza: “Spinoza se nos aparece,
alternativa o simultáneamente, como el último de los filósofos medievales, o como
el consecuente heredero de Maquiavelo, como el clásico filósofo esotérico o como el
moderno propagandista del liberalismo y la democracia” (Hilb, C., op. cit., p. 301).
51 PAW, pp. 22-ss.
52 Cf. ibid., pp. 31-32. Lo que Strauss llama arte de escribir entre líneas supone el desplie-
gue por parte del escritor de una estrategia de escritura que reviste múltiples niveles:
ocultamiento deliberado de la verdadera enseñanza; utilización de afirmaciones
contradictorias entre sí en un mismo texto; mentiras nobles; concesiones exotéricas o,
podríamos llamarlas, “verdades desleales”.
53 Cf. ibid., p. 143.
60 Cf. ibid., p. 165. Nótese la utilización por parte de Strauss, para referirse al objetivo de
Spinoza, de lo que C. Hilb llama “prosa exotérica” (cf. Hilb, C., op. cit., p. 295).
61 Levene, N., “Ethics and Interpretation, or How to Study Spinoza´s Tractatus Theologico-
Politicus Without Strauss”, The Journal of Jewish Thought and Philosophy, Vol. 10,
2000, p. 69.
62 PAW, p. 184. Es importante señalar que Strauss dice literalmente “the vulgar”, con lo
cual alude en realidad no sólo al vulgo sino también a los teólogos, cuya interpretación
de la Biblia es, desde el punto de vista que adjudica a Spinoza, “vulgar” y no filosófica.
63 Ibid., p. 186.
68 Ibid., p. 191.
69 TTP, p. 12.
70 PAW, p. 190.
71 Ibid., p. 168.
72 Hilb, C., op. cit., p. 294.
73 PAW, p. 163 y 165.
74 En efecto, para Strauss, “[t]he alternative that confronts man by nature, is then that of
a superstitious account of the whole on the one hand, and of the philosophic account
on the other” (ibid., p. 156).
201
—1—
La relación entre Schmitt y Spinoza está regida menos por una recep-
ción coherente que por indicios y sugerencias, donde el hilo conductor
es la institución de una figura antonomástica de la modernidad. En
principio, podemos establecer como base incontrovertible dos aristas en
la reconstrucción schmittiana. La primera, de menor preponderancia
y mayor ambigüedad, se encuentra en la obra de 1922, La Dictadura,
y opera a través de la postulación de analogías. Por un lado, Schmitt
explica la argumentación mediante la cual Hobbes vacía de toda sus-
tancialidad al individuo y lo reinstala en el todo, i.e., en el Leviatán
como detentador de todo derecho, recurriendo a una comparación con
el sistema spinoziano. En efecto, según Schmitt, esa es la misma línea
de pensamiento que sigue Spinoza, para quien “...el individuo es una
nada y el universo es un todo”.1 Poco atendible, quizás, la mención nos
permite por lo menos intuir la presencia de un proyecto en común entre
Hobbes y Spinoza en el esquema conceptual del jurista alemán. Por otro
lado, encontramos en la misma obra una apelación a la díada natura
naturans/natura naturata para dar cuenta de la distinción entre poder
constituyente y poder constituido de Sièyes. A pesar de su sobriedad, el
pasaje se inscribe en un contexto argumental interesante para los fines
de nuestra tesis. Schmitt cuestiona allí las pretensiones del racionalismo
ilustrado de construir de manera mecanicista al Estado. La concepción de
Sièyes, en cambio, excede la formalización de una máquina cristalizada
en operaciones legaliformes.
La noción de la relación del pouvoir constituant con el pouvoir cons-
titué tiene su completa analogía sistemática y metódica en la noción de
la relación de la natura naturans con la natura naturata, y si Spinoza
acepta también esta noción en su sistema racionalista, demuestra con
ello justamente que este sistema no es solo racionalista. La teoría del
pouvoir constituant es también incomprensible como mero racionalismo
mecanicista.2
La clave reside en el hecho de que esa fuerza originaria, identificada
con el pueblo, no está ligada de modo definitivo a ninguna de las confi-
guraciones que erige, sino que puede constituir siempre nuevos órganos.
En términos jurídico-políticos, implica una realidad mecanizada como
3 Galli, C., “Schmitt, Strauss y Spinoza” en Idem., La mirada de Jano, FCE, Buenos
Aires, 2012, p. 136.
4 Schmitt, C., The Leviathan in the State Theory of Thomas Hobbes, Greenwood Press,
Westport, 1996, p. 99.
5 Ibid., p. 34.
6 Ibid., p. 45.
7 Ibid., p. 44.
8 Ibidem.
9 Vatter, M., “Strauss and Schmitt as Readers of Hobbes and Spinoza: On the Relation
between Political Theology and Liberalism” en CR: The New Centennial Review, Vol.
4, N° 3, 2004, p. 185.
10 Schmitt, C., The Leviathan..., ed. cit., p. 33.
11 Según Dotti hay una oscilación en el planteo de Schmitt, que no termina de definir si
asignar esa función al carácter mítico del Leviatán o a su apertura a la trascendencia.
Cf. Dotti, J., “¿Quién mató al Leviatán?” en Deus Mortalis, N° 1, 2002, pp. 114-5.
12 Cf. Vatter, M., op. cit., p. 183 y Dotti, J., “Teología política y excepción” en Daimon,
N° 13, 1996, p. 133.
—2—
18 Ibid., p. 60.
19 Dotti, J., “¿Quién mató al Leviatán?”, ed.cit., p. 104.
20 Cf. Balibar, É., Spinoza y la política, Prometeo, Buenos Aires, 2012, p. 41 y Vatter, M.,
op. cit., pp. 201-2.
21 Véase una justificación de esta equivalencia en Dotti, J., “Filioque. Una tenaz apología
de la mediación teológico-política” en Schmitt, C., La tiranía de los valores, Hydra,
Buenos Aires, 2011, pp. 52-62.
22 TP, p. 280. Traducción al castellano: Spinoza, B., Tratado político, Alianza, Madrid,
2010, p. 97.
23 Cf. Dotti, J., Dialéctica y Derecho, Hachette, Buenos Aires, 1983, p. 189.
24 Cf. Balibar, É., op. cit., pp. 86-90. Como argumenta Carlo Galli, esta línea de interpre-
tación es rechazada por Schmitt porque la potencia multitudinaria no se deja enmarcar
en la forma de la soberanía y en la dialéctica institución/excepción (cf. Galli, C., op.
cit., p. 146).
25 TTP, p. 240 (traducción al castellano: Spinoza, B., Tratado teológico-político, Barcelona,
Altaya, 1997 p. 410) énfasis nuestro.
26 Cf. Madanes, L., El árbitro arbitrario, Eudeba, Buenos Aires, 2001, pp. 205-7.
27 Esta es la tesis de Bobbio. Cf. Bobbio, N., “El modelo iusnaturalista”, en Idem, Estudios
de historia de la filosofía. De Hobbes a Gramsci, Debate, Madrid, 1991, p. 141.
28 Cf. Madanes, L., op. cit., p. 163, donde se rastrea la reducción que tanto Spinoza como
Hobbes realizan de los preceptos bíblicos a la obediencia al poder político.
29 TTP, p. 40 (p. 110 de la edición de Altaya).
30 Cf. Galli, C., op. cit., pp. 133 y 149.
211
a veces a comprender lo verdadero, a veces a comprenderse entre ellos, a
veces a liberarse de lo que los encadena.2
En principio, lo que nos está dado es el orden de los encuentros, el
primer género del conocimiento, afecciones pasivas que colman nuestra
capacidad de actuar a cada instante, produciendo predominantemente
afectos tristes: la lluvia eterna, maldita, fría y densa que nos hace aullar
como perros, siguiendo la imagen tomada del infierno del Dante con
la cual Deleuze ilustra este estado lamentable de la existencia tal como
nos es dada “en principio”.3 Es el azar de los encuentros, el estar sujeto
a los choques y las contingencias extrínsecas, en un marco donde las
probabilidades no nos son favorables. Y la cosa no termina allí: ni siquiera
nos encontramos propiamente librados al azar de los encuentros. No
estamos en el estado de naturaleza, donde –si bien lo más probable es el
mal encuentro, el peor de todos, esto es, la muerte violenta–, existe una
probabilidad, por ínfima que sea, de que un golpe de suerte nos colme
de alegría. Malas noticias para el apostador que vive en cada uno de
nosotros: los dados están cargados. No estamos en estado de naturaleza,
no estamos “sueltos”, no somos individuos solos y aislados, sino que
vivimos en una organización de las pasiones tristes, la tiranía del capi-
talismo. En la tiranía perfecta, todos los encuentros son tristes y todos
los signos aparecen ya encriptados por la superstición, “disfrazando bajo
el nombre de religión el miedo”.
La situación es imposible: encadenamiento de la necesidad externa,
bajas probabilidades de encuentros favorables, organización de las pasio-
nes tristes que colman a cada instante nuestra capacidad de actuar. La
situación es imposible. ¿Cómo salir entonces?
Deleuze plantea un camino ascendente a partir de una selección de
las pasiones.
La primera cuestión de la Etica es entonces: ¿qué hacer para ser afectado
de un máximo de pasiones alegres? La naturaleza no nos favorece en ese
sentido. Pero debemos contar con el esfuerzo de la razón, esfuerzo empí-
rico y muy lento que encuentra en la ciudad las condiciones que lo hacen
posible: la razón, en el principio de su génesis o bajo su primer aspecto, es
Debates epistolares
Dichos y entredichos en las cartas
de Oldenburg y Spinoza
Laura Martín
—1—
1 Cf. Tatián, Diego, “Introducción” a Spinoza, Epistolario, trad. Oscar Cohan, Colihue,
Buenos Aires, 2007, p. XVIII. Véase también Dujovne, León, Spinoza: su vida, su
época, su obra, su influencia, Losada, Buenos Aires, 1945.
2 Dujovne, op. cit., p. 159.
221
cordialidad y respeto, inclusive en los momentos de mayor desacuerdo
con las ideas del filósofo.
Uno de los aspectos más interesantes de estas cartas, que van del ‘61 al
‘76, es que nos dan noticias de los libros que Spinoza va redactando y en
especial de lo costoso que implica afrontar su publicación. Prácticamente
todos sus libros son mencionados a lo largo de estas cartas, excepto el
Tratado político. A su vez, es importante observar la variedad de temas
que allí se plantean y que nos dan una muestra del amplio espectro de
interés y de posible conocimiento del filósofo –desde las investigaciones
y experimentos fisico-químicos de Boyle, cuestiones estrictamente meta-
físicas, datos acerca de la guerra, información sobre un posible regreso
de los judíos a su tierra, etc.–.
Por otro lado, es notorio un cambio drástico en la actitud de Oldenburg
en relación a la máxima de exigir el pensamiento cuando éste tiene como
miras la búsqueda de la verdad, y sobre todo en la importancia de no
dejar a silencio las verdades halladas. Nos proponemos entonces resaltar
las dificultades en torno a cuánto realmente puede ser dicho en cada
situación singular, y en especial, cómo podría ser pensado ese cambio
de actitud de Oldenburg.
—2—
15 Cf. Ep. 14, del 10 de julio del 63; Ep. 16, del 4 de agosto del 63; Ep. 25, del 28 de abril
del 65.
16 Ep. 25, p. 158 (p. 129 de la edición de Colihue).
17 Ep. 30, p. 166 (p. 139 de la edición de Colihue).
18 Miriam van Reijen propone pensar que la redacción del TTP estuvo impulsada por
la correspondencia entre Spinoza-Blyenbergh y los temas allí tratados. Cf. “Spinoza,
Oldenburg y van Blijenbergh”, en Revista de Filosofía, Universidad Iberamericana,
Nro. 133, Año 44, julio-diciembre de 2012, pp. 19-32.
19 Así se refiere a él en una carta dirigida a Boyle. Cf. Víctor Sanz, “Spinoza y Oldenburg
acerca de la religión”, en Anuario Filosófico, 1999 (32), Servicio de Publicaciones de
la Universidad de Navarra, 2008, nota 26, p. 495.
20 En las primeras dos cartas de esta serie advertimos que Oldenburg continúa ofreciéndole
a Spinoza su silencio a cambio de que el filósofo le transmita sus pensamientos acerca de
la “Verdadera Religión” y de la “sólida Filosofía” que, según dice entender, éste intenta
reconciliar. “Le prometo solemnemente que no revelaré nada de ello a ningún mortal,
si es que usted me impone silencio”, Ep. 61, p. 272 (p. 234 de la edición de Colihue);
“Y no habrá necesidad de decir palabra de esto”, Ep. 62. p. 273 (p. 235 de la edición de
Colihue) –se refiere aquí al pedido que le hace de entregar el Tratado en 5 partes que
sabe que Spinoza está a punto de publicar y que él podrá repartir clandestinamente
(aunque a un precio justo) entre sus allegados.
21 Este tema, “la posibilidad de una acción moral dentro de una metafísica determinista”,
es recurrente en todo el epistolario y enfrenta a Spinoza no sólo con Oldenburg sino
también con Blijenbergh, Velthuysen, Burgh, Tschirnhaus. Lo apremiante es que “[e]sa
necesidad y fatalidad con que todo se rige, destruyen los preceptos, las plegarias, el
premio y la pena...”. Y afirmar esto, Oldenburg lo sabe bien y se lo dice a Spinoza,
haría derribar los fundamentos mismos de la religión. Para responder a Oldenburg,
Spinoza remite a la misma imagen bíblica usada por Jeremías y por Pablo, y que tam-
bién empleara en los Pensamientos metafísicos, en la cual se afirma que los hombres
están en manos de Dios como el barro en manos del alfarero que, a su voluntad, hace
de la misma masa unos vasos para honor y otros para deshonor. En consecuencia, los
hombres pueden ser excusados en cuanto a su naturaleza, Dios no se enoja, no premia
ni castiga, pero esto no asegura a los hombres la felicidad, sino que así todo pueden
ser atormentados de múltiples maneras. Cf. Atilano Domínguez, “Introducción” en
Spinoza, Correspondencia, trad. A. Domínguez, Alianza, Madrid, 1988, pp. 49-52.
22 Spinoza identifica “milagros” con “ignorancia”, sugiriendo que una verdadera religión
debería sentar sus bases en la sabiduría más que en la ignorancia o superstición. Más
que inventar explicaciones milagrosas de aquellos eventos que de los que no podemos
dar una causa o razón, deberíamos callar, Ep. 75, p. 313 (p. 277 de la edición de Coli-
hue). Esta asimilación desagrada ampliamente a Oldenburg, quien parece olvidar que,
en sus primeras cartas, se vanagloriaba de que en su colegio (luego, Sociedad Real)
se abocaban a estudiar y explicar la Naturaleza mediante leyes mecánicas, como el
movimiento, las estructuras, las relaciones, etc. “sin necesidad de recurrir a las formas
inexplicables y a las cualidades ocultas, asilo de la ignorancia”, Ep. 3, p. 12 (p. 22 de
la edición de Colihue).
23 Spinoza sostiene que la resurrección de Cristo únicamente puede leerse en términos
metafóricos, y no literalmente dado que las Escrituras están escritas de un modo tal
que sean comprendidas el vulgo, y su intención no es volver doctos a los hombres sino
obedientes. Si esto es así, sostiene Oldenburg, se cae el pilar del cristianismo.
24 Mientras Spinoza indica a Oldenburg en su Carta 68 que tiene pensado aclarar el
TTP con una serie de notas para destruir los prejuicios lanzados contra él, Oldenburg
interpreta esta intención suya –o más bien lo sugiere– como un intento por aclarar y
—3—
“suavizar” los pasajes que chocan a los lectores, en especial, a los cristianos. Ep. 71, p.
304 (p. 268 de la edición de Colihue).
25 Sabemos por León Dujovne que cumplió su promesa de ser reservado con los pensa-
mientos de Spinoza. Por ejemplo, en la correspondencia que mantuvo con el poeta John
Milton nunca mencionó a Spinoza. Cf. Dujovne, León, op. cit., p. 163.
26 Ep. 71, p. 304 (pp. 268-269 de la edición de Colihue).
27 León Dujovne resalta esta misma actitud de cortesía que aquí sugerimos como esencial
para mantener el diálogo y tener noticias de primera mano del pensamiento del filósofo,
aunque pocas veces llegaran a un acuerdo y una comprensión mutuas (cf. Dujovne,
León, op. cit., p. 164).
1 Cf. Tatián, D., “Introducción” en Spinoza, B., Epistolario, Colihue, Buenos Aires, 2007,
p. xii.
231
propio Jelles realiza de la postura religiosa de Spinoza en su Prefacio a
las Obras póstumas. Finalmente pretenderemos cotejar las afirmaciones
de Jelles con lo que Spinoza sostiene en el Tratado teológico-político.
1. Discusión epistolar
2 Ep. 40, p. 198. Cito según la siguiente traducción al castellano: Spinoza, B., Epistolario,
trad. O. Cohan, Colihue, Buenos Aires, 2007, p. 166.
3 Cf. Dominguez, A., “Introducción” en Spinoza, B., Correspondencia, Alianza, Madrid,
1988, p. 33.
7 Ibid., p. 71.
8 Ibidem.
9 Ibid., pp. 71-72.
10 TTP p. 186. Cito según la siguiente traducción al castellano: Spinoza, B., Tratado
teológico-político, trad. A. Dominguez, Alianza, Madrid, 1886, p. 330.
11 Domínguez, A., Biografías…, op. cit., p. 71. Dicha afirmación se seguiría principalmente
de la argumentación del capítulo 13 del TTP.
1. Introducción
1 Ep. 67, p. 282. Cito según la siguiente traducción al castellano: Spinoza, B., Epistolario,
trad. O. Cohan, Colihue, Buenos Aires, 2007, p. 244.
239
justificadamente, en nuestro imaginario se nos presenta siempre como
afable y pacífico; la carta de Burgh es una provocación expresa y surte
su efecto en Spinoza, quien habiendo comenzado la misiva con cierta
amabilidad, enseguida se vuelve irónico y deja que su pluma plasme
afirmaciones de un carácter tan explícitamente antirreligioso como casi
en ningún otro lugar de su obra:
El orden de la Iglesia Romana, que usted elogia tanto, es, lo confieso,
político y lucrativo para muchos; y no creería que hubiera otro más conve-
niente para engañar al pueblo y constreñir el ánimo de los hombres, si no
existiese el orden de la Iglesia Mahometana, que la aventaja muchísimo.2
Por otro lado, hay un cierto paralelismo entre las dos cartas, ya que
la respuesta de Spinoza también puede verse como un llamado al arre-
pentimiento de Burgh, un pedido de regreso a la cordura:
Aparte de sí esa funesta superstición y reconozca la razón que Dios le dio
y cultívela si no quiere ser contado entre los brutos. Cese, digo, de llamar
misterios a absurdos errores y no confunda torpemente aquello que nos es
desconocido o que todavía no ha sido descubierto, con aquello que ha sido
demostrado que es absurdo, como son los terribles secretos de esa Iglesia
que, cuanto más repugnan a la recta razón, tanto más, cree usted, superan
el entendimiento.3
Así, el intercambio epistolar entre estos dos caballeros más que un
diálogo, en el que las partes se escuchan y se abren a la palabra del otro,
parece ser una exhortación ferviente y exaltada a la conversión. En
nombre de la amistad que en otro momento los unió, se insultan desde
veredas opuestas, esperando en vano y afanosamente que sea el otro el
que cruce y ceda la razón.
2. La carta de Burgh
[…] ¿Acaso usted solo se reputa más sabio y más grande que todos los que,
en todo tiempo, desde el comienzo del mundo, pertenecieron a la Iglesia de
Dios y creyeron o creen aún ahora que Cristo vendrá o que ya ha venido?
¿Sobre qué fundamento se apoya esa temeraria, loca, deplorable y execrable
arrogancia suya?10
Le reprocha a su vez, la incapacidad de sus principios para explicar
los hechizos, los encantamientos, los fenómenos de los poseídos por
los demonios, las varas mágicas, las apariciones de espíritus, etc. Todas
cosas que, según Burgh, él ha visto con sus propios ojos o le han sido
referidas por “muchísimas personas muy dignas de fe y que dicen todas
lo mismo”.11 Sobre la base de la supuesta realidad de estos fenómenos, que
quedan sin explicación en el sistema de Spinoza, Albert Burgh afirmará
la inutilidad y la falsedad de los principios del mismo.
En un segundo momento, Burgh ensaya una argumentación, abun-
dante en falacias ad hominem y de apelación a la autoridad, en defensa
de su nueva fe, repitiendo los argumentos tradicionales en favor de la
misma: el consenso de una innumerable cantidad de hombres “doctos”
3. La respuesta de Spinoza
17 Íbidem
18 Ibid., p. 319 (p. 280 de la edición de Colihue).
19 Ibid., p. 320 (p. 280 de la edición de Colihue).
4. Conclusiones
Introducción
247
Acerca de Hugo Boxel, la información fehaciente que los investiga-
dores han podido rastrear, salvo algunos datos cronológicos puntuales,
presenta una imagen difusa de sus actividades intelectuales; y su relación
con el filósofo holandés no deja de ser enigmática. Sabemos por ejemplo
que, siendo oriundo de la ciudad de Gorcum, se desempeñó desde 1660
como secretario de esa ciudad y abogado del tribunal holandés y fue
depuesto de su cargo en 1672 con el cambio del Príncipe de Orange.3
Los investigadores no dudan en considerarlo un erudito de la época con
buenas influencias políticas en el bando republicano vinculado a Jean
de Witt. Coppens, por su parte, ha aportado nuevos datos que muestran
que, además de su actividad política, Boxel poseía buena formación
académica, pues había estudiado griego y hebreo, así como filosofía,
teología y derecho.4
No obstante, por lo que puede leerse, se mantiene una atmósfera
incierta entre Boxel y Spinoza. Sabemos que ambos se reconocen como
amigos y que algún vínculo diplomático los concilia en la cordialidad y
la confianza que el libre pensamiento anhelaba en aquellos tiempos. Pero
al recorrer detenidamente la correspondencia, esa llaneza en la palabra,
esa cordialidad toma fuerza y se trastoca en un tenso antagonismo de
disputa.
Mediante las tres cartas recíprocas que ambos corresponsales man-
tuvieron, es posible una perspectiva mucho más profunda, no sólo del
pensamiento filosófico al que Spinoza adhería, sino también, e incluso
quizás mejor, del pensamiento teológico-político en el que Boxel se ve
inmerso. En ese sentido, el epistolario entre Boxel y Spinoza, constituye
un documento destacado en la búsqueda de una respuesta a ese interro-
gante ontológico. No sin ironía se manifiesta Spinoza ante la pregunta
y el deseo de su corresponsal por saber su opinión sobre la entidad de
los espectros:
Aunque otros pensaran que es un mal presagio, que los espectros o fantas-
mas hayan sido la causa de que usted me escribiera; yo, por el contrario, veo
en esto algo importante, pues considero que no solo las cosas verdaderas,
sino también las necedades y las fantasías pueden ser[me] útiles.5
Spinoza reconoce cierta utilidad al debate ontológico sobre la exis-
tencia de espectros pero no sin aclarar su posición al respecto. Su tem-
3 Cf. Tatián Diego, “Introducción” en Baruch Spinoza, Epistolario, op. cit., p. XL.
4 G. Coppens, “Spinoza et Boxel. Une histoire de fantomes” en Revue de Métaphysique
et de Morale, 2004, pp. 60-62.
5 Ep. 52, p. 243 (p. 205 de la edición de Colihue).
—1—
9 Ibid, p. 41.
10 “(…) sólo el orador sería capaz de conferir inmortalidad a la vida de las Historien
instructivas, de hacer perenne su tesoro de experiencia” (ibid., p. 43).
11 Ibidem.
12 “Sea cual sea la doctrina que guarde relación con nuestra fórmula, hay algo que indica
su uso en cualquier caso. Remite a una pre-comprensión general de las posibilidades
humanas en un continuo universal de la historia”. Koselleck acierta una suerte de pre-
supuesto implícito en la estructura histórica. “La estructura temporal de la historia
pasada limitaba un espacio continuo de lo que es posible experimentar” (ibidem.).
13 “Así, escribe Lengnich, un historiógrafo de Danzig, que la historia nos hace saber todo
aquello que podría ser usado de nuevo en una ocasión similar”. Según Koselleck, “El
viejo Federico [refiriéndose a “Federico el Grande”, tercer rey de Prusia] afirmaba que
las escenas de la historia mundial se repetían y sólo sería necesario intercambiar los
nombres” (ibid., p. 47).
—2—
16 Ep. 55, p. 258. (p. 218 de la edición de Colihue.) Para comprender la relación entre
el proverbio referido en el concepto de Historia magistra vitae y esta sentencia de
exuberante erudición, puede leerse lo que Reinhart Koselleck ha documentado en
referencias a las recomendaciones de lectura que se acostumbraba disciplinar. Ya
Maquiavelo conseguía continuas utilidades para las Historie, porque unían, según él,
el pensamiento ejemplar y el empírico como una nueva unidad. Mably, por su parte,
recomendaba –dice Koselleck– la lectura de Plutarco para que el soberano pueda elegir
su ejemplo. (Koselleck, Reinhart, Op. Cit., p. 45).
17 Ibid, p. 256 (p. 217 de la edición de Colihue).
18 Boxel claramente reduce cualquier criterio de verdad en un criterio de verosimilitud.
Trastoca la distinción entre posible y necesario y amplifica el alcance de su criterio
demostrativo de experiencia. “Hubo antiguamente filósofos, llamados escépticos, que
dudaban de todo. Estos discutían en pro y en contra para conseguir, a falta de razones
verdaderas, solamente lo probable, y cada uno de ellos creía lo que le parecía más
probable” (ibidem.).
19 TTP, p. 79. Cito según la siguiente traducción al castellano: Spinoza, B., Tratado
teológico-político, trad. A. Domínguez, Alianza, Madrid, 1986.
20 TTP, p. 78.
21 “La fe no exige tanto dogmas verdaderos cuanto piadosos (…), capaces de mover el ánimo
a la obediencia. Aunque entre éstos haya muchos que no tienen sombra de verdad, basta
con que quien los acepta, ignore que son falsos; de lo contrario sería necesariamente
rebelde” (TTP, p. 176). La definición misma de fe hace evidente la necesidad de aceptar
un método efectivo de verosimilitud –como casos posibles– que sea de utilidad para la
vida cotidiana. Es llamativo que Spinoza se refiera incluso a esos principios que con-
27 “Para desentendernos de esa turba, liberar nuestra mente de los prejuicios de los
teólogos, y no abrazar temerariamente las invenciones de los hombres como si fueran
doctrinas divinas, debemos abordar el verdadero método de interpretar las Escritura
y discutirlo a fondo… así como el método de interpretar la naturaleza consiste pri-
mariamente en elaborar una historia de la naturaleza y en extraer de ella, como datos
seguros, las definiciones de las cosas naturales, así también, para interpretar la escritura
es necesario diseñar una historia verídica y deducir de ella, cual de datos y principios
ciertos, la mente de los autores de la escritura como una consecuencia lógica” (TTP, p.
98). Así como en el capítulo 7 del TTP Spinoza se refiere a la importancia de ciertos
factores determinantes en la exegesis de la Escritura y esboza su selectiva metodología
hermenéutica de las historias, esa misma metodología impera en el debate teórico que
vimos desencadenado en estas cartas, donde los relatos o narraciones de cosas insólitas
de la naturaleza, deberían entenderse, primero, como una consecuencia de la mente de
sus autores, para llevar luego una investigación exhaustiva de las condiciones en que
un relato es fundado. “[…] todos los que examinen la imaginación de los mortales y el
efecto de las pasiones deberán reírse de tales cosas, cualquiera sea el argumento que
Lavater y otros que con él soñaron sobre este asunto, aduzcan en contra” (Ep. 54, p.
254; p. 214 de la edición de Colihue), sostiene Spinoza.
257
obra y una oportunidad para poner en diálogo su filosofía, para ampliar
ciertas categorías, para hacer salvedades y, así, evitar el dogmatismo y
el anquilosamiento de sus ideas filosóficas.
Antes de entrar, entonces, en los debates propiamente filosóficos que
nos convocan, queremos aportar algunos breves datos para presentar
a Pieter Balling, este particular corresponsal de Spinoza. Balling era
colegiado, miembro de la congregación Menonita flamenca de Ámster-
dam y del Círculo spinoziano de seguidores, adeptos y amigos que en
aquella ciudad se nucleaba para leer los escritos del filósofo y asegurar
una buena interpretación de su doctrina. Comerciante por tradición
familiar, recorría como viajante la Península Ibérica, y por lo tanto
estaba en condiciones de conversar con Spinoza en su lengua materna.
Se le describe como un hombre inteligente y muy conocedor del latín
y el griego, que tradujo al holandés los primeros escritos del filósofo.1
Sabemos que en 1661 visita a Spinoza y que poco tiempo después de este
encuentro publica un breve texto llamado La luz sobre el candelabro en
el que intenta justificar los principios del Cuaquerismo. Por la carta que
Spinoza le envía podemos advertir la relación de respeto y fraternidad
que había entre ambos.
Esta carta contiene la respuesta de Spinoza a una carta perdida de
Balling en la que éste le informaba de la muerte de su pequeño hijo. Allí
le refería haber tenido un presagio de esa muerte, pues cuando el niño
estaba sano él oía en sueños los mismos gemidos que emitiría cuando
le sobrevino la enfermedad, gemidos nítidos y claros que cesaban, sin
embargo, cuando éste despertaba del todo y se disponía a oír. En su
respuesta, Spinoza se muestra muy triste por su amigo y le pide que le
escriba frecuentemente, que se mantenga en contacto. En lo que atañe
a los presagios que su corresponsal refiere, le dice que juzga que dichos
gemidos no eran, efectivamente, verdaderos sino sólo producidos por
la imaginación, la cual libre y sin trabas le inducía a escuchar de forma
vívida los mismos sonidos que cuando estaba dormido. Para ejemplificar
este poder de la imaginación, por el que las cosas experimentadas en
el sueño persisten como si trataran de cosas reales, Spinoza le cuenta a
Balling una experiencia similar que él mismo tuvo: luego de despertar de
2 Ep. 17, p 76. Cito según la siguiente traducción al castellano: Spinoza, B., Epistolario,
trad. O. Cohan, Colihue, Buenos Aires, 2007, p. 77.
3 Ibíd., p. 77-78 (p. 78 de la edición de Colihue).
4 Ibídem.
5 Ibídem.
6 TTP, p. 29. Cito según la siguiente traducción al castellano: Spinoza, B., Tratado
teológico-político, Alianza, Madrid, 2008, p. 85.
7 Morvan, Myriam, “Étude de certains aspects de la rationalité et de l’irrationalité chez
Spinoza”, en Revue de Métaphysique et de Morale, N° 41, 2004.
8 TTP, p. 29 (p. 85 de la edición de Alianza).
13 E II, def. 7. Cito según la siguiente traducción al castellano: Spinoza, B., Ética, Alianza,
Madrid, 2009, p. 111.
14 Descartes, R., Las pasiones del alma, Editorial Edaf, Buenos Aires, 2005, p 115.
15 Ibíd., p. 117.
16 E III, prop. 8.
E l siguiente trabajo versará sobre ocho cartas en las que Baruch Spi-
noza, en correspondencia con Willem van Blyenbergh (1632-1696),
abordará de manera directa el tema del mal. Blyenbergh era un hombre
nacido en Dordrecht, holandés, teólogo calvinista, que, sin conocer per-
sonalmente a nuestro filósofo, se atrevió a escribirle con una profunda
inquietud acerca de lo que él denominaba pecado o, de forma equivalente,
mal. Así comienza esta historia, un 12 de Diciembre del año 1664, y,
en un primer momento, Spinoza responde con entusiasmo. Pronto, sin
embargo, el filósofo comprende que su interlocutor no busca la verdad
sino que, por el contrario, sólo desea tener razón y satisfacer su ansia de
argumentar por argumentar. Spinoza, ya en su segunda carta, se torna
cortante. Pero la correspondencia continúa hasta el año siguiente. ¿Por
qué? ¿Será acaso –como indica Deleuze– que Spinoza, pese a sus sen-
timientos hacia Blyenbergh, se ha fascinado con la temática misma? El
hecho de que se interrumpa el intercambio precisamente cuando Blyen-
bergh empieza a indagar acerca de otros asuntos apoya esta hipótesis. No
obstante, sea como sea, es cierto que el tema del mal resulta sumamente
interesante. En estas páginas procuraremos, justamente, ahondar en él.
Tan sólo una advertencia –llamémosla metodológica– antes de
comenzar. Creemos firmemente que la Filosofía es, ante todo, una tarea
que se dedica a la búsqueda, a la interrogación, a la constante pesquisa,
por sobre las respuestas acabadas. Creemos que, así como lo ha sido
el hilo de Ariadna para Teseo, así las preguntas son para nosotros, los
filósofos, una guía. Y así, por tanto, es que bucearemos a lo largo y ancho
de estas ocho cartas. Indagaremos en lo profundo de las objeciones de
267
Blyenbergh para ver cuáles de ellas pueden ser descartadas y cuáles, por el
contrario, agudizadas. Y, aunque procuraremos arribar a ciertas conclu-
siones, estas no serán un cierre sino una total apertura. Responderemos
algunas preguntas, pues, tan sólo para generar aún más.
1 Ep. 20, pp. 100-101. Cito según la siguiente traducción al castellano: Spinoza, B.,
Epistolario, trad. de O. Cohan, Colihue, Buenos Aires, 2007, p. 91.
4 Cf. E II, “Digresión física” luego de la prop. 13. Utilizo la siguiente traducción al cas-
tellano: Spinoza, B., Ética, Editora Nacional Madrid, España, 2004.
5 Cf. E II, prop. 13, lemas 4 y 5.
6 E II, ax. 2.
Realismo y don:
Spinoza y la militancia política
Diego Tatián
275
trabajo busca explorar, en el modo, esta vez, de una antropología de la
militancia política. ¿Qué motiva a un militante para serlo? ¿Cuáles son
las pasiones, manifiestas y secretas, de su actividad junto a otros en una
organización –en una muta– que procura el crecimiento continuo, sea
para la conservación de un estado de cosas al que considera valioso,
sea para su transformación o destrucción por ominoso e injusto? Así
formulada, la cuestión militante se inscribe en un problema mayor de la
filosofía política, el que inquiere por la constitución de las identidades
políticas –en el mundo, en un país, en el interior del campo popular, en
la Universidad–, una vez desvanecida la evidencia de una humanidad
dividida en dos y de la noción de clase como sujeto excluyente de la his-
toria (sin que ese desvanecimiento, que lo es de una evidencia pero no
de la categoría de clase, autorice a la teoría y la práctica políticas a des-
conocer el complejo mundo del trabajo como potencia transformadora
fundamental de la que ningún realismo democrático podrá prescindir).
La pregunta por las razones que inducen al compromiso político
es al mismo tiempo filosófica y situada. En efecto, la interrogación del
militante no es anacrónica en Latinoamérica, habida cuenta de una
patente regurgitación y la irrupción de un entusiasmo que había estado
perdido durante muchos años a resultas de una derrota que parecía
haber depuesto de manera definitiva la confianza en los seres humanos
para transformar el mundo –o los mundos–, es decir a resultas de una
victoria –de los otros– que parecía imponer la inexorabilidad de una
condición histórica ya sin lugar para revivir el anhelo de igualdad, cuyas
pasiones parecían extintas tras la derrota de la política por la economía,
de la conjetura democrática por el poder del mercado.
Una aproximación inmediata a la noción de militancia nos remite a
un conjunto de acciones no directamente orientadas al beneficio per-
sonal, animadas por una idea o una ideología; su significado convoca
muchas veces una indignatio ante la “vida dañada” y ante un perjuicio
hacia personas o grupos de personas aunque no nos afecte directa-
mente; también un uso del lenguaje inspirado por la cuestión social y
su transformación –si bien su origen remoto es religioso y los primeros
en usarla fueron quienes en tiempos de la Iglesia temprana se autodesig-
naron como “militantes de Cristo”. Militancia remite pues en cualquier
caso a una pluralidad, a una ruptura con las motivaciones puramente
individuales (aunque como cualquier actividad humana no exenta de
los tres grandes poderes que los filósofos clásicos consideraban los más
importantes impulsos que rigen el comportamiento de los hombres:
2 Rosset, Clément, En ce temps-là. Notes sur Louis Althusser, Paris, Minuit, 1992, p. 32.
3 Roca, D., “La juventud argentina de Córdoba a los hombres libres de Sudamérica”, en
Obra reunida I. Cuestiones universitarias, Editorial de la Universidad Nacional de
Córdoba, 2008, p. 21.
seguir el peregrino su camino, él y quien lo había alojado tomaban la terracota por los
extremos y la partían en dos, guardando una de las mitades cada uno; la coincidencia
entre ellas en cualquier circunstancia futura reestablecía la hospitalidad (cuya eficacia
pasaba de generación en generación). Siempre dentro de la lengua griega, el antónimo
de symbolon es diabolos (dia-ballo: desavenir, imposibilidad de reunir, desacordar).
Diabólico es así lo imposible de ser representado, ni en el sentido de formar una imagen
suya, ni en el sentido de ser representado por otro. Pura multiplicidad sin reconciliación,
la intrínseca dibolicidad de la política es imposibilidad de una reductio ad unum por ser
el ámbito de una pluralidad que nunca deja de ser tal, una multiplicidad sin síntesis y la
marca de la finitud en la acción humana (para esta contraposición diaballein/symballein
véase Esposito, Roberto, Confines de lo político. Nueve pensamiento sobre política,
Trotta, Madrid, 1996, p. 29).
7 Vazquez, G., “1933”, Revista Deodoro, n° 32, junio de 2013, p.3.
11 “… per essere quelli [gli uomini] più pronti a biasimare che a laudare le azioni d’altri…”
12 Esta comprensión en clave realista cuestiona retrospectivamente cierta representación
de la contienda política en los años 60 y 70 que presenta las juventudes armadas o des-
armadas de entonces en términos idealizados desplazando la teoría de los dos demonios
por una “historia” de ángeles y demonios. Hacer justicia a esas vidas militantes es ante
todo no escamotear sus opciones reales, las responsabilidades deliberadamente asumidas
y los actos efectivamente realizados en el fragor de la lucha ideológica, inscripta en el
horizonte histórico y cultural de la violencia revolucionaria.
13 Maquiavelo, Discursos sobre la primera década de Tito Livio, trad. de Roberto
Raschella, Losada, Buenos Aires, 2004, pp. 205-209 [el original italiano en Niccolò
Machiavelli, Opere (vol. 29 de La letteratura italiana. Storia e Testi), al cuidado de
Mario Bonfantini, Riccardo Ricciardi Editore, Milano/Napoli, 1954, pp. 216-221]. Sobre
este Proemio ver el texto de Claude Lefort “Maquiavelo y los jóvenes”, en Las formas
de la historia. Ensayos de antropología política, México, 1988, pp. 130-142.
rain, cit.). Según Lazzeri “no es posible que el don constituya por sí mismo un factor
civilizador; antes bien se pondrá de manifiesto que debe ser inscripto en toda una serie
de dispositivos institucionales destinados a reglar las condiciones del intercambio para
producir un efecto tal. La reciprocidad no racional se caracteriza así por una lógica
del reconocimiento contingente ligada a un ejercicio no pacificador sino agonístico del
don” (ibid., p. 378).
29 E, III, prop. 32, esc.
30 E, III, prop. 27, esc.
31 Para un vínculo entre la imitación spinozista de los afectos y la teoría del deseo mimé-
tico de René Girard, ver el trabajo de Gianfranco Mormino, “L’imitazione degli affetti.
Spunti per una teoria del Desiderio in Spinoza e Girard”, en Nicola Marcucci (ed.), Ordo
e connexio. Spinozismo e scienze sociali, Mimesis spinoziana 23, Milano-Udine, 2012,
pp. 93-108.
32 E, III, prop. 32.
33 “Con toda la elegancia latina, los feudalistas eruditos traducen esta voz bárbara [homa-
gium] por obsequium, que primeramente fue la diligencia con la que el hombre seguía al
héroe, donde quiera que lo llevase, a cultivar sus campos. Esta voz obsequium contiene
de manera eminente la fidelidad del vasallo hacia el barón: tanto que el ‘obsequio’
latino significa además el homenaje y la fidelidad que hay que jurar a la investidura de
los feudos…” (Vicco, G., La scieza nuova seconda. Giusta l’edizione del 1744, V, 2,
Laterza, Bari, 1953, p. 518).
34 En la última parte del Laelius, Ciceron aprehende los elementos que trazan la línea de
demarcación entre el amigo y el adulador –el término que en el texto encontramos con
mayor frecuencia no es adulatio sino adsentatio. Discutiendo con Terencio –quien en
Andria v. 68 había escrito: “El respeto (obsequium) produce amigos, la verdad odio”–,
afirma Cicerón: “(...) en el respeto (obsequio) –uso con gusto la palabra terenciana– haya
gentileza pero no adulación (adsentatio), que no es digna de un amigo, y ni siquiera de
un hombre libre; pues en un caso se vive con un tirano, en otro con un amigo” (Cicerón,
Laelius de amicitia, XXIV, 89).
35 “(…) para gobernar una multitud, parece mejor ser humano y no soberbio, piadoso y
no cruel. Sin embargo, Cornelio Tacito (…) afirma lo opuesto en una de sus sentencias,
cuando dice: ‘In multitudine regenda plus poena quam obsequium valet’ [porque en
el dirigir una multitud valen más las penas que el obsequio] (…) Y se ve muchas veces
que los capitanes romanos que se hacía amar por los ejércitos y los manejaban con
premios (ossequio), obtuvieron mejores frutos (…) Pero, el que manda a los súbditos,
como dice Cornelio, para que no se vuelvan insolentes y no te pisoteen por tu excesiva
condescendencia, debes inclinarte más al castigo que al premio (ossequio) (…)” (Dis-
corsi, III, 19 –pp. 386-387).
36 “(…) es pecado lo que no puede hacerse o está prohibido por el derecho, mientras que
la obediencia (obsequium) es la voluntad constante de ejecutar lo que es bueno según
derecho, y que, por unánime decisión [por decisión común] debe ser puesto en práctica”
(TP, p. 282-283).
“Y, lo mismo que el pecado y la obediencia (obsequium) en sentido estricto, también
la justicia y la injusticia solo son concebibles en el Estado. Pues en la naturaleza no
existe nada que se pueda decir, con derecho, que es de éste y no del otro, ya que todas
las cosas son de todos y todos tienen potestad para reclamarlas para sí. En el Estado,
en cambio, como el derecho común determina qué es de éste y qué del otro, se dice
justo aquel que tiene una voluntad constante de dar a cada uno lo suyo, e injusto, por
el contrario, aquel que se esfuerza por hacer suyo lo que es de otro” (TP, p. 284).
37 “No obstante, solemos llamar también pecado lo que va contra el dictamen de la sana
razón; y obediencia (obsequium) la voluntad constante de moderar los deseos según
el dictamen de la razón. Yo aprobaría, sin reparo alguno, esta forma de hablar, si la
libertad humana consistiera en dar rienda suelta a los deseos, y la esclavitud, en el
dominio de la razón. Pero, como la libertad humana es tanto mayor cuanto más capaz
es el hombre de guiarse por la razón y de moderar sus deseos, sólo con gran imprecisión
podemos calificar de obediencia (obsequium) a la vida racional y de pecado, lo que es,
en realidad, impotencia del alma (…)” (TP, p. 283).
38 “(…) esta cautela no es una obediencia (sane cautio non obsequium), sino la libertad
de la naturaleza humana” (TP, p. 294).
39 Bourdieu, Pierre, El sentido práctico, siglo XXI, Buenos Aires, 2007, p. 109.
40 Simone Weil, La prima radice, Comunità, Milano, 1980, p. 19. Citada por Roberto
Esposito en “La perspectiva de lo impolítico”, Revista Nombres, n° 15, Córdoba, 2000,
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La presente edición se terminó de imprimir en julio de 2015,
en los talleres de Gráfica LAF s.r.l., ubicados en Monteagudo 741,
San Martín, Provincia de Buenos Aires, Argentina.